ULTIMO DIA (BERENICE) Era una tarde de invierno a las afueras de Baltimore. El descenso de las temperaturas había regalado a la ciudad un manto de seda blanca con la que engalanar sus distintas calles. Berenice había decidido salir a pasear por las cercanías de su urbanización. Necesitaba la inspiración de su parque favorito, que adornado por la nieve, era digno de una estampa postal. Le encantaban las maravillosas vistas de aquel idílico rincón fuese cual fuese la estación del año, pero invierno, con sus gotas de lluvia congeladas, era para ella una fuente de paz y claridad. Berenice sentía que aquel lugar era mágico y único, y solo allí, acaba encontrando siempre las respuestas a los interrogantes que a veces le bombardeaban su cerebro. Semanas atrás había recibido una oferta de trabajo para trasladarse a Nueva York. Una empresa de fabricación textil se había sentido atraída por sus diseños y patrones, y la querían a la cabeza de su nueva colección de moda a principios de Marzo. Llevaba días buscando algo que la recordarse por qué seguía viviendo en aquella ciudad cuando había más oportunidades fuera de ella. Su sangre latía con una intranquilidad desconocida desde hacía varias semanas, incluso en algunos momentos percibía como si algo dentro de ella le indicase que tenía que marcharse y alejarse cuanto antes de la que siempre fue su ciudad. Pero tenía dudas entre aceptar la oferta de trabajo y trasladarse a la gran ciudad para ir familiarizándose con el ambiente, o por el contrario, aprovechar la herencia de su abuela y caminar ella sola por otros senderos. Llegó al parque enseguida porque estaba prácticamente a dos calles de su casa, y se sentó en el columpio que ya con cinco años de edad había elegido como favorito. Se sentó sobre la base metalizada, se asió a sus cadenas entre caricias nostálgicas de sus manos, y se balanceó entre el aire en busca de respuestas. Mientras los rodajes del columpio chirriaban de frío, su cabeza daba mil vueltas intentando buscar un sentido a su futuro. Después de quince minutos, entre recuerdos e intentos de decisiones, por fin llegó a la conclusión de que ya era hora de soltar amarras, y emprender un nuevo camino. Era hora de aceptar la oferta de trabajo, dejar su ciudad natal a un lado y caminar sola. Si la cosa salía mal y el trabajo que le habían ofrecido no era lo que esperaba, siempre podría volver a casa e iniciar otro distinto. Sin pensárselo dos veces cogió el teléfono, llamó a la empresa y aceptó la oferta de trabajo. En unos pocos días estaría en Nueva York. Aquella tarde sería la ocasión perfecta para despedirse de su rincón favorito y expandir sus alas hacia nuevos cielos. Tras tomar la decisión se sintió liberada. Distinta. Como si se hubiese quitado un gran peso de encima.
Miró al cielo y se percató de que pronto anochecería. Tras un largo suspiro melancólico, se colocó su bufanda azul hasta la altura de su nariz y se bajó su gorro del mismo color lo más que pudo, para protegerse del intenso frío. Dejando tan solo sus ojos negros, unos centímetros de rostro níveo y pequeños tirabuzones de su pelo color negro azabache al descubierto. Se volteó para divisar por última vez su columpio preferido y se despidió de su rincón de inspiración y libertad, para emprender su camino de vuelta a casa. En su infancia y adolescencia estaba inmersa cuando consideró la posibilidad de tomar un camino distinto de regreso a su hogar. Quería despedirse también de la hermosa avenida que la había cobijado durante las distintas estaciones, junto a sus pensamientos, secretos y confesiones. Caminando por aquella avenida recibió muchos años atrás la primera mirada y sonrisa del chico del que estaba enamorada con catorce años, e incluso su primer beso lo recibió apoyada sobre uno de aquellos árboles. Y hechos como esos eran de los que dejaban huella en los lugares donde ocurrían. Por más que la mente jugase malas pasadas, el corazón nunca olvidaba, y esos acontecimientos regresaban a la memoria con tan solo caminar por delante del lugar exacto. Por lo que la vieja avenida protegida por una hilera de árboles a cada lado, también era su lugar mágico de la ciudad y le apreció que aquella era una gran ocasión para decirle adiós. Ese paraje embelesaba el corazón de cualquiera que se deleitase con un paseo entre sus árboles. En primavera y en verano era una delicia deambular por allí y detenerse a respirar aire fresco, los niños correteaban jugando escondiéndose tras los árboles y las sonrisas estaban a la orden del día. En otoño era una melodía exquisita para el alma de los más reflexivos, con esas notas bohemias con las que acurrucar los recuerdos del corazón mientras las hojas caducas se deslizan entre el viento desde las copas de los árboles hasta acabar silenciadas en el suelo. Y ahora, en invierno, aquel lugar era una estampa vertical de color blanco, adornada con árboles desnudos cuyas ramas sin hojas mostraban el paso del tiempo y el acontecer de la vida y de la muerte. Berenice se adentró en ella paso a paso, sin poder ver el horizonte. El camino que llevaba a la salida de su urbanización estaba al final de esa avenida. Si hubiera regresado por el camino que sus pies habían emprendido tiempo antes hubiera llegado primero a casa, pero el corazón le pedía caminar para despedirse de todo su barrio, de sus calles estrechas, de sus jardines, y de la que había sido su vida hasta que había decidido llamar por teléfono para aceptar la oferta. <<Mi preciosa Baltimore>> pensó. No sabía el motivo real pero en su interior tenía la sensación de que debía despedirse. A momentos, la nostalgia la aguijoneó tanto el corazón que se sintió como un reo que camina por última vez el pasillo que tan acostumbrado está a recorrer cada día y que sabe que no recorrerá jamás. La delicada niebla se estaba pronunciando lentamente y a cada suspiro de Berenice se iba haciendo más espesa. Ese sentimiento desconocido que la había empujado a
replantearse su vida semanas antes y dar un sí como respuesta, comenzó a bailar entre su sangre de nuevo. Como si algo malo estuviera a punto de ocurrir. Mirando a su alrededor Berenice comprobó que estaba sola, por lo que ese desasosiego se fue difuminando a cada paso hacia adelante. Sus botas se perdieron entre la capa de nieve que cubría el cemento y por algunos tramos se la hacía difícil caminar, porque la nieve le llegaba hasta las rodillas. Entonces no la pareció tan buena idea haber tomado ese camino. —Como para correr… —pensó. Siguió avanzando entre pasos trastabillados, mientras la niebla la abrazaba y la oscuridad de la tarde se iba cerniendo sobre el paisaje. El silencio sepulcral que la había acompañado durante todo el camino se vio roto por el timbre de un móvil que sonó a lo lejos, marcando la melodía de lo que parecía la canción “Unlaced” de una de sus artistas favoritas, Emilie Autumn. Berenice agudizó el oído intentando averiguar de dónde provenía la melodía y constató que el origen del sonido estaba a escasos metros de donde ella se encontraba. Avanzó en sus pasos para llegar por si alguien estaba en apuros pero el silencio volvió a reinar dejándola totalmente desconcertada. Oyó pasos a su alrededor y se volteó, pero tras un par de vistazos se dio cuenta de que no había nadie. —Lo habré imaginado —se dijo para sí misma intentando no abandonarse a los nervios. Siguió su camino dispuesta a llegar cuanto antes hasta el final de la arboleda, pero a cada huella de sus botas le costaba más trabajo avanzar, el cansancio fue haciendo mella en ella. A momentos le parecía como si estuviese caminando a cámara lenta. Al mantener la vista fija en el suelo, se percató de que unas pequeñas gotas color carmesí rompían la blancura de la explanada. Se detuvo frente a ellas, se agachó un poco para verlas mejor e intentó hallar algo que mostrase por qué estaban allí, pero ni siquiera había huellas de pisadas alrededor y hacia horas que no había vuelto a nevar. Continuó caminando intentando olvidar lo que había visto, cantando en su mente una de sus canciones preferidas de Emilie titulada “Dead is The New Alive”, para tranquilizarse, cuando esa misma canción se materializó en el aire. Cobró vida a través del timbre del teléfono móvil que había escuchado minutos antes. Aquello sí que la pareció raro, antes había sonado con un tono distinto, y ahora el móvil vibraba al compás de la melodía que ella estaba canturreando. Asustada e intrigada pensó en que podían tener en común ambas canciones, y su corazón se saltó un latido al darse cuenta de que ambas melodías pertenecían a la banda sonora de la saga de terror SAW. <<¿Y si he tomado la decisión de cambiar de aires demasiado tarde, y alguien me asesina por no haber aprovechado mi tiempo correctamente?>> imaginó.
Aceleró sus pasos muerta de miedo y tropezó con algo que había cerca de uno de los tantos árboles. Se agachó y se percató de que era un teléfono móvil antiguo que nada tenía que ver con las últimas tecnologías del mercado y que tras el golpe de sus piernas había acabado junto a la corteza del árbol sobre el que habían grabado sus iniciales ella y Adam, muchos años atrás. <<Demasiadas coincidencias>> pensó. Era un móvil de tapa como el que utilizaba su madre pero de color naranja. Un número con muchas cifras parpadeaba en la pantalla mientras la voz de Emilie rasgaba el silencio con su grave tono diciendo que los muertos eran los nuevos vivos. Aquello la hizo temblar entre escalofríos, pero se armó de valor y decidió coger el teléfono, que esta vez no había cesado de sonar. —¿Sí? —preguntó. Un gemido extraño la susurró algo que no entendió al otro lado de la línea. —¿Oiga? ¿Quién es? —Berenice. —Si soy yo, ¿quién es? —Este será tu último día. —¿Perdón? —Este será tu ultimo día —pronunció una voz grave y profunda que parecía de otro mundo. Berenice muerta de miedo, lanzó el teléfono móvil lo más lejos que pudo y corrió hacia el final de la arboleada. Con su corazón martilleándole las sienes mientras su agitada respiración intentaba encontrar algo de aire nuevo, avanzó mientras sus botas se sepultaban bajo palmos de nieve y regresaban a la superficie con trabajoso esfuerzo. La garganta se le resecó de la angustia, y todo su cuerpo comenzó a sudar gotas de agua frías. Sus pies, cada vez más temerosos y dubitativos tropezaron en sus pasos, y todo su cuerpo cayó sobre la nieve. Intentó alzarse pero algo la sujetó por sus muñecas. Parecía como si algo oculto bajo la nieve estuviese tirando de ella hacia abajo. Intentó ponerse de píe, y deshacerse de aquel abrazo, y después de cuatros intentos cuando lo consiguió vio que había perdido sus preciosos guantes en el proceso. Un leve escozor la hizo buscar el origen en sus manos y se percató de que de sus muñecas se desparramaban pequeñas gotitas de sangre que fueron pincelando de color la blanca espesura de la nieve.
Asustada se secó sobre su ropa de abrigo, y echó a correr. Al menos lo intentó, porque era imposible correr entre la nieve. Siguió hacia adelante intentando mantenerse cuerda cuando escuchó numerosos gritos ahogados a sus alrededor, buscó pero seguía sin ver nada. La niebla estaba tan espesa que no lograba vislumbrar nada hacia adelante ni nada hacia detrás. Algo la atrapó de sus pies en el próximo paso de sus botas, y volvió a caer al suelo. De nuevo volvió a sentir que alguien agarraba sus manos tirando de ella para abajo, y esta vez la angustia se hizo más poderosa. Fue consciente por primera vez de que algo que no lograba ver la rodeaba, la arañaba, vapuleaba y hacía girones su ropa. El dolor al paso del aire frío se hizo más intenso provocando un aullido de su garganta. Berenice gritó pidiendo auxilio pero nadie la escuchó. Estaba sola. El silencio la devolvió el eco de su angustiada voz. —¡Auxilioooo! —¡Que alguien me ayude por favor! Intentó ponerse de pie pero se mareó y cayó derrotada sobre la nieve. Intentó seguir adelante gateando porque esa era la única manera que su cabeza encontraba para escapar. Gateó durante varios metros y cuando pensó que ya estaba cerca del final de la arboleda, sintió que todo su alrededor comenzaba a crujir. Se volteó buscando el origen y pronto descubrió que de las profundidades de la nieve se alzaban manos ensangrentadas que querían atraparla. —¡Bereniceeeee! ¡Bereniceeee! —susurraban. Llorando entre hipidos avanzó intentando escapar, pero un montón de manos la agarraron y tocaron por todas partes, arañándola de nuevo, haciéndola sangrar, y sus gotas carmesí se confundieron con las que esas manos agrietadas y congeladas dejaban tras sus caricias. Gritó y nadie la escuchó, mientras el dolor de cabeza que llevaba minutos latiendo en sus sienes se hizo más intenso. Cerró los ojos mientras seguía gateando, con el deseo de salir de allí y entrar en la urbanización y cobijarse en alguna de las casas de sus vecinos, pero parecía como si la avenida de árboles y nieve no tuviese fin. Gateó entre arañazos y lloros descontrolados, entre gritos y gemidos agónicos provenientes de otros mundos, hasta que alguien la agarró con enorme fuerza de sus piernas impidiéndola continuar. Ella se volteó, y se encontró con algo que no esperaba ver. Un hombre atractivo de mirada muy ardiente y a la vez fría como el hielo, la impedía avanzar. Aparentaba unos treinta y cinco años de edad y entre susurros la prometía que se estuviese tranquila porque él la ayudaría a salir de aquel lugar. Su voz leve y armoniosa calmó los latidos de su corazón y el silencio se hizo eco a su alrededor.
Solo el tintineo de su respiración y el latir de su corazón nacían entre el eco envolvente de la nada. Berenice se perdió en sus ojos verdes y se relajó, dándole las gracias con una mueca de tristeza. Sin embargo cuando pensó que pronto estaría salvo gracias a aquel apuesto desconocido, el horror se hizo visible ante su mirada. En una milésima de segundo, el hombre se sentó a horcajadas sobre ella y sujetándola fuertemente las muñecas sobre su cabeza se aproximó a su rostro. Abrió su boca y unos afilados colmillos asomaron de entre sus labios. Sin darla tiempo a reaccionar, la mordió en la yugular, y fue desangrándola poco a poco, ante los intentos inútiles de escapar de Berenice que nada tenía que hacer frente a semejante fuerza sobrenatural. La joven con los ojos totalmente abiertos miró el cielo de su ciudad por última vez mientras la vida se le iba apagando. —Despierta, despierta, es hora de levantarseeeee —gritó una voz desde su despertador, antes de que la figura de un orangután tocase sus platillos de orquesta musical. Exhalando una gran bocanada de aire, Berenice despertó de un mal sueño, con el cuerpo totalmente dolorido. Parecía que regresaba a la vida después de haber conocido la muerte. Al menos así se sintió ella cuando posó los pies sobre la tupida alfombra, intentando relajarse. —Solo ha sido una pesadilla, menos mal —se dijo para sí misma antes de levantarse para volver a la realidad, mientras su corazón terminaba por ralentizarse. Aquel era su último día en Baltimore. Después de desayunar saldría de la casa familiar para coger su avión con destino a Nueva York y una nueva vida comenzaría a despertar. Se levantó para dirigirse al baño porque necesitaba una larga ducha reparadora, y al pasar por delante de la estantería sus ojos se posaron sobre la vieja edición de relatos de Edgar Allan Poe, uno de sus autores favoritos. Sus pensamientos cobraron vida propia y viajaron hasta uno de esos relatos, el mismo por el que sus padres le habían puesto su nombre. Al recordar el umbrío y terrorífico pasaje y el final de la vida de Berenice, enterrada viva, tembló de pavor. Recordó su pesadilla, cómo había sido devorada por aquel extraño vampiro, y un escalofrío le recorrió todo su cuerpo. Un mal presentimiento se instaló en sus venas para hacerla perder la poca cordura que la acompañaba a esas horas de la mañana, sin una gota de café en el cuerpo. Necesitaba despejarse y dejar de estar adormilada para olvidar. Después de una ducha que no resultó tan reparadora por su viva imaginación, salió de su cuarto hacia la cocina en busca de una taza de cafeína que despejara sus sentidos. Sus padres la estaban esperando con el desayuno preparado para despedirla con tiempo. Los dos tenían que trabajar en el negocio familiar así que no podrían acompañarla al aeropuerto.
Dos horas después de despertar de una auténtica pesadilla, con las huellas oníricas de su propia muerte ya olvidadas, Berenice se despidió de sus padres y emprendió su camino hacia la salida de la casa. Un taxi la estaba esperando para llevarla hacia el aeropuerto. Cuando alzó su vista hacia el taxi su corazón se saltó varios latidos. El taxista era idéntico al vampiro que la había devorado durante su sueño sesgándole la vida. Un escalofrío recorrió su espina dorsal y la hizo temblar de angustia. Confundió sus pasos y se resbaló con la lámina de hielo que cubría la madera del porche de la entrada en aquella mañana fría. Berenice patinó y calló al suelo golpeando su trasero con las escaleras. El desconocido se apresuró en sus pasos para ayudarla a levantarse, cuando sus padres abrían la puerta para salir a despedirla. El atractivo extraño le agarró de la mano para ayudarla, tranquilizándola con su preciosa sonrisa. Sin embargo no le dio tiempo si quiera a levantarla. Un carámbano de hielo se descolgó del tejado del porche, y atravesó el pecho de la joven con su afilada y gélida caricia. Mientras su corazón se iba debilitando, escuchó a sus padres alrededor gritando y aproximándose a ella. Mirando a los ojos verdes del desconocido que la sujetaba las manos con fuerza, se fue quedando dormida poco a poco. Su inconsciente le recordó la Berenice de Poe, su Baltimore y su extraño sueño, y como una voz terrorífica la había anunciado que aquel día, sería su último día…
Noviembre del 2013 *Relato participante en la ANTOLOGÍA DICIEMBRE, de descarga gratuita, creada por Elle Levy (Mireia).