PREMIADOS EN EL CERTAMEN JÓVENES PERIODISTAS DEL DIARIO JAÉN

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TRABAJOS PREMIADOS EN EL CERTAMEN JÓVENES PERIODISTAS DE DIARIO JAEN. AURINGIS

2012

ELVIRA MARÍN, MARÍA ANGULLO GÓMEZ Y LUCÍA VALDIVIA MARCHAL ¡ENHORABUENA! IES AURINGIS. JAÉN

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Encuentro con la literatura Nubes de un color gris ceniza cubrían el cielo y apenas unas lagunas azules como el Mediterráneo asomaban temerosas tras estos enormes algodones. Era una tarde de primavera y todavía se podía divisar el manto blanco que cubría Sierra Nevada. Sus peculiares montañas no tenían de qué preocuparse, pensé. La histórica Alhambra se imponía ante ellas, cuidándolas, para que siguieran perteneciendo a ese paisaje sublime. Mi abuela y yo nos dirigíamos al parque de Federico García Lorca, donde la llevaba siempre que no hacía mucho frío. Sus manos temblorosas se agarraban a mi brazo y yo la sujetaba con firmeza, como si hubiese nacido para cogerla entre mis brazos y protegerla. Pasito a pasito, nos acercamos a una banco de madera de cerezo donde ella pretendía sentarse y disfrutar de la belleza que emanaba aquel lugar tan acogedor. -Abuela, voy a tomar algunas fotos de los pequeños jardines. ¿Estarás bien aquí? -Sí, tranquila niña. Tú vete que yo me quedaré escuchando lo que dicen los árboles. No pude más que sonreír. No sé muy bien a qué se refería mi abuela con aquello pero algo me decía que yo también tendría que probarlo. Deambulé entre aquellos senderos tan agradables, dejando que el olor que desprendían las rosas blancas como Sierra Nevada, me guiase. Los pájaros cantaban apaciblemente y las hojas de un verde cremoso se acariciaban amigablemente.

IES AURINGIS. JAÉN

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Y entonces me acordé de lo que mi abuela dijo. Escuché los chasquidos que provocaban los dedos de los árboles, pero no distinguía otra cosa. Decidí acercarme a la casa blanca de Lorca. A medida que me aproximaba, escuchaba unas voces que parecían emitirse desde la copa de los sauces. Descubrí que cuánto más cerca estaba de la casa del autor de “La aurora de Nueva York”, esas lánguidas voces se convertían en otras que recitaban poesía a la perfección, haciendo circular una sobrecogedora musicalidad a través de las ramas arbóreas. Creí estar viviendo un sueño. Debían de ser las nubes de algodón, que se cernían tanto sobre el parque que no tuve más remedio que subirme a una de ellas y “estar en las nubes”, pensé. Versos inconfundibles como “Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde” o “Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga” me envolvían, encogiéndome el pecho. Cuando me encontré ante la casa, decidí tomar una foto con una vieja cámara polaroid, que maravillosamente revelaba la imagen en tan sólo sesenta insignificantes segundos. M e subí a un muro de piedra desde donde podía abarcar la sencilla fachada y aquellos irreales árboles parlantes, que la acechaban por detrás. Tomé la foto. Cuando la obtuve, fijé la mirada en cada milímetro de ella. Cuando posé los ojos sobre una de las ventanas, vislumbré a un niño sonriente que portaba un cuaderno y un lápiz. Sus ojos, fijados en mí, reflejaban en cambio un miedo atroz a una ejecución que sufriría en algún indeseado momento. Rápidamente, levanté la vista pero el niño ya IES AURINGIS. JAÉN

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no estaba. Intenté desesperada ver algún atisbo de aquel Lorca amenazado a través de los cristales de todas las ventanas e incluso, a través del hueco de la cerradura de la puerta de un verde oscuro, pero no conseguí ni una ínfima señal o respuesta. La poesía había parado de latir en mis oídos y en mis sienes, y el lugar volvía a su normalidad, sin perder su inagotable magia. Encontré a mi abuela con su libro abierto entre las manos pero su vista estaba demasiado cansada para poder leer. Corrí hacia su lado. -Niña, vuélveme a leer aquellos versos-. Intenté imitar la elegancia y melodía de las inolvidables voces que había descubierto en lo profundo del misterioso parque. -“Federico Por estos montes del Aniene, tus olivos trepando van. Llamo a sus ramas con el aire. Tú si estás.” Sentí cómo él atravesaba mi garganta, recorría todo mi cuerpo, llenándome de su impulso de vivir.

Elvira Marín

TIENE LORCA SUS MANERAS Desde Nueva York a Graná, IES AURINGIS. JAÉN

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Desde Leonard Cohen a Morente, Todos cantan, todos cantamos a Lorca. ¿Quién no conoce a Lorca? ¿A su mirada fija que nos sorprende desde un lugar que nadie sabe?... ¿Quién no repite a modo de estribillo algún “verde que te quiero verde” o no se moja en su turbio Hudson? Está tan cerca y tan lejos… Es tan nuestro y tan de nadie, que podríamos pensar que es y fue un fantasma, una leyenda con la que espantar y también abrazar los miedos más ancestrales. Me enamoraron de él, primero letrillas cantadas en la infancia, en la escuela… Después su fotografía en blanco y negro, su pelo azabache y ojos profundos, llenos de vida siempre, y bellos. Después su halo de misterio, ese halo que, para mí, envolvía su vida teatrera y jovial; y sobre todo, ¡ay! Sobre todo, su muerte. Me dejé atrapar por su aspecto romántico del sur, sí, un Lord Byron de Graná, un Shakespeare enamorado del teatro y de la vida también. Pero sobre todo, un Federico García Lorca sentado en su huerta de San Vicente, mirando la frescura de las copas de los árboles frutales, esperando, como si de un comienzo se tratase, la vida nacer y sorprenderlo. ¡Ay Federico! Oía decir, ¡ay pobre Federico! Decían… ¡Ay los gitanos del albaicín! ¡Ay la guerra y la pobreza de los pueblos del sur! Pero me quedé en su algarabía, en su intensa mirada ansiosa de vida y juventud. Como una leyenda que permanece eterna en la memoria y nos despierta con las fuentes del Generalife, siempre repetidas. Como todos los poemas que imaginé que pudo escribir y que quedaron sepultados con él quién sabe dónde. Nunca sabemos las consecuencias que nos pueden traer las cosas que no han sucedido. IES AURINGIS. JAÉN

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¡Ay si pudiéramos retroceder en las cosas, sobre todo en las malas cosas! Hoy estamos todos de acuerdo en que hay algunas que no debieran haber sucedido y otras, otras que tendrían que haber sido de otra manera. Hubiera merecido un cambio en lo que pasó. Sabemos que aquella noche nadie tuvo piedad, a nadie se le conmovió el alma hasta los huesos de ver lo que iba a pasar. Todavía se le puede ver asomándose al mirador de San Nicolás, para entrever muy de mañana otra vez el asiento de la Alhambra y el Generalife por encima del Darro, escarpada y flotando entre un azul de nieve incolora y el Albaicín. Se notaba que aquello, más que una cura, le dejaba un poso, casi un sufrimiento. Nada nuevo decía de él, pero al pararse en Plaza Nueva para medir otra vez la distancia a la Torre del Homenaje, parecía alargarle la mirada y la sombra de su cabeza. No se entretenía ahí mucho, lo suficiente para comprobar que tampoco había cambiado nada, los mismos siniestros personajillos de siempre intercambiando noticias como si fuesen la última posibilidad de algo o la gran sensación con la que hacerse ricos. Realmente estaba enamorado de esa plaza y siempre comentaba que allí estaba la razón de la felicidad. Un lugar para continuar, eso es lo que siempre él decía de aquel sitio. Mal iluminada Granada, su Granada, se parece casi siempre, sobre todo en invierno, a algo que descifrar. Hay algo en ella, todos lo dicen; todos salen, salimos impregnados de ello, del deseo que emana. El paisaje de este sur, en el que nací y vivo, es Lorca. Los niños que ríen en las calles de los pueblos, Las mujeres que hablan en las puertas por las mañanas de verano, Los cantes de queja y lamento y también las bulerías de nuestra tierra, son Lorca. IES AURINGIS. JAÉN

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Decimos lorquiano como si fuese él parte de nuestro lenguaje y nuestra cultura. Reivindico no sólo al hombre y al poeta, reivindico al símbolo que encierra todo él, la deuda no es sólo con el hombre asesinado, con el poeta silenciado, con el miedo a su final… La deuda es con todo el sur que él encierra. Con todo lo que no se puede decir porque él lo dejó mudo con su muerte. La deuda es con todos nosotros que quedamos, al irse él, sin otro Lorca para cantarnos y contarnos.

María Angullo Gómez

Agua, ¿dónde vas? Aún hoy la gente no se cree mi historia. Aunque yo tampoco lo haría. En realidad todo ocurrió cuando yo tenía unos

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años, así que es posible que me lo imaginara; aún no estoy segura.

Actualmente, con 26 años todavía recuerdo con

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media sonrisa los paseos por las calles de mi pueblo cuando solía ir en bicicleta a entretenerme durante las cálidas tardes de finales de verano, en mi pueblo, cerca de Granada. Esa tarde, mi tío me dio un libro de poemas. Me dijo que su autor era alguien que había sido muy importante en su época, en una tal “Generación del 27”, que era de nuestra tierra y que me gustaría. No me sentía atraída por esos libros normalmente, pero pareció ser que me identificaba con ése, precisamente porque empecé a leerlo con desgana, solo para ojearlo, y sin darme cuenta llevaba unos diez poemas leídos. Monté en mi bicicleta para dar mi paseo diario y pensé que sería una buena idea seguir leyendo esos poemas bajo algún olivo, así que, dicho y hecho, llegué hasta algunas calles soleadas y un poco más allá me agaché bajo el olivo. Había un título que me gustó y empecé a leer: -Agua, ¿dónde vas? Riendo voy por el río a las orillas del mar. Mar, ¿adónde vas? … Paré porque escuché pasos delante de mí. Miré y encontré a un hombre con traje, muy repeinado y con pajarita (algo que me extrañó). Se acercó a mí con una sonrisa y como si supiera de memoria los versos terminó de recitar el poema: -Río arriba voy buscando fuente donde descansar. Chopo, y tú ¿qué harás? No quiero decirte nada. Yo... ¡temblar! ¡Qué deseo, qué no deseo, por el río y por la mar! IES AURINGIS. JAÉN

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(Cuatro pájaros sin rumbo en el alto chopo están).

Me reí extrañada por el tipo. -Hola-le dije risueña. -Hola. ¿Te gustan?-me preguntó. -Sí, bastante-le contesté. -Este no es mi preferido precisamente. Me asusta un poco el agua-me dijo sonriendo. -¿Ah, no? Pues a mí me encanta. Por cierto, ¿cómo se sabía el poema?-le dije con curiosidad. -Bueno, digamos que estoy familiarizado con todos esos poemas. Me los he leído todos-dijo. Me invitó a seguir dando mi paseo con él mientras charlábamos. Acepté, porque parecía un hombre simpático y nos fuimos. Yo pregunté sobre los poemas y él me contestaba sin dudar. Me contó que había vivido allí cuando era pequeño y que ahora vivía solo. Me habló de todos los amigos que había conocido en una residencia en Madrid. Y del teatro, de lo mucho que le gustaba el teatro. Yo me preguntaba cómo le había dado tiempo de hacer tantas cosas, porque no aparentaba tantos años. Al final me contó que había estallado una guerra que lo detuvieron y días más tarde lo fusilaron. Me quedé parada y dejé de caminar. -¿Qué? ¿Es una broma?-dije boquiabierta. -No, es difícil de creer pero que te fusilen no significa que te maten. A veces los tiros no llegan a donde se dirigen. IES AURINGIS. JAÉN

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Miró la portada de mi libro y afirmó con la cabeza y una sonrisa. Estuve paralizada unos segundos, hasta que asimilé lo que había pasado. Era imposible. Volví a casa y se lo conté todo a mi tío, que no me creyó. Describí su cara y su forma de vestir, su sonrisa. “Sí, así era él”, me contestó mi tío, “pero tú lo has soñado”. Me quedé con ganas de averiguar más sobre su vida y continué yendo por las tardes bajo aquel olivo a leer sus libros, pero no lo he visto nunca más.

Lucía Valdivia Marchal

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