Mi paisaje de miedo Trabajos realizados por alumnado de 2ยบESO
Miedo Las siluetas de los árboles se distinguían entre la niebla cerrada. No se veían estrellas. Solo la luna, que creaba una atmósfera tenebrosa. En un árbol desnudo se distinguía una lechuza ululando. Un cuervo pasó entre los árboles, casi rozándome con sus alas negras. Desde los troncos de los árboles me observaban grotescos rostros que parecían ser los ancestrales guardianes del bosque. El aullido de un lobo rasgó la fría noche. Había sonado muy cerca. Demasiado cerca. Su silueta esbelta y elegante pasó a través de los troncos y, antes de irse, sus ojos amarillos relucieron en la oscuridad, haciendo que un escalofrío recorriera mi columna. El miedo hacía que cada sonido, por pequeño que fuera, se convirtiese en una nueva presencia amenazadora. El viento soplaba entre las ramas y hacía pensar en un animal grande acercándose cada vez más, un depredador espiándome y preparándose para lanzarse sobre mí en cualquier momento. Me di la vuelta y huí lo más rápido que mis piernas me permitieron, con las ramas golpeando mi cara, hasta que distinguí las luces de la carretera. Y antes de llegar por fin a un lugar seguro, escuché de nuevo el largo aullido del lobo, más lejos, pero igualmente amenazador. Carmen Pavón Souto
La casa Hace unos días, compré una casa. La gente decía que estaba encantada pero yo no le hacía caso. ¿ Por qué no lo haría? Al llegar la noche, el miedo corría por mis venas, estaba aterrorizado. La noche era tan oscura como el azabache. Se oían ruidos procedentes de algún sitio, los murciélagos eran más atemorizadpres que los vampiros, las lechuzas más observadoras que la luna llena. Entre las enredaderas se podían ver algunas arañas e insectos. De repente, vi un fantasma tan transparente como al agua, salí corriendo pero no sabía que me estaba esperando lo peor, en el sótano había sangre por el suelo, sangre tan roja como mi corazón. David Fernández Polo
El bosque Eran las cuatro de la tarde pero parecía que fuese de noche. Seguí caminando y en un momento estaba al lado del bosque. Rodeado de árboles altos como rascacielos, sus ramas eran movidas por una suave brisa. La noche estaba casi encima y el lugar daba cada vez más miedo, se oían crujir ramas, los árboles se movían continuamente y cada vez se veía menos, casi no se distinguían los troncos de los árboles más lejanos. Decidí volver a casa. Javier Lorigados
La noche Me desperté ya bien entrada la noche. Estaba en el cementerio, docenas de lápidas se encontraban a mí alrededor. Intenté recordar lo sucedido durante el día, pero no recordé nada. Entonces me levanté y me dispuse a salir de allí. Cuándo salí me fijé en la gran calavera que había en la puerta. Aquel sin duda alguna no era el de mi parroquia, y tampoco se parecía a ninguno de los que conocía. Al salir observé que alrededor había un inmenso pinar, así que tras meditarlo mucho me adentré en él. Observé un camino pequeño y rocoso y decidí seguirlo para ver donde acababa. El camino cada vez se hacía más pequeño y la noche cada vez era más fría. De repente oí el aullido de lo que parecían ser unos lobos, por lo que me eché a correr por el bosque. Parecía que aquel camino nunca se acababa y los lobos estaban cada vez más cerca. Entonces divisé una pequeña cueva que parecía que me podía servir de refugio. Me escondí dentro. Estaba llena de barro y las paredes tenían poca consistencia, pero los lobos pasaron de largo y yo pude salir de aquel asqueroso lugar. Justo cuando me disponía a hacerlo, una bandada de murciélagos salió de la cueva, yo me tiré rápidamente al suelo húmedo como si la vida me fuera en ello. Me tranquilicé y me dispuse a seguir caminando. Numerosos animales pasaban por entre los árboles. Observé a dos ciervos correr como si de una competición se tratase. Se oía el canto de los grillos y el sonido de una lechuza al fondo. Cuando ya casi había perdido la esperanza encontré una pequeña salida entre unos arbustos, no tenía mucha anchura pero podía servir para huir de allí. Afuera había a lo lejos una pequeña carretera, por la que parecía imposible que pasaran coches o cualquier otro automóvil. Para llegar a ella debía cruzar un prado de toros. Entonces salté la valla y empecé a correr por él cuando uno de los animales empezó a perseguirme. Era un animal de gran belleza y enormes cuernos, pero fiero como el que más. Corrí cuanto mi cuerpo daba, pero parecía imposible llegar al otro lado. Aquella valla blanca era como la línea de meta en una carrera entre el toro y yo. Lo había conseguido había llegado al otro lado. Ahora tenía que esperar que pasará algún coche y regresaría a casa con mi familia. Iván Barro
Maíz Me encontraba en medio de la nada, un lugar desconocido para mí, un lugar tenebroso, y más con ese cielo tan oscuro y ese olor a tormenta. Estaba en medio de altas y delgadas filas de maíz, semejaban guerreros altos y delgados frente a mí; era horrible, me sentía tan impotente… Buscaba refugio y la única posibilidad que veía era una vieja casa abandonada que parecía muy oscura y daba miedo, todas las persianas estaban bajadas y las paredes se mantenían en pie aún no sé cómo. También tenía otra posibilidad de cobijo más desagradable y fría, pero si la entrada a la casa era imposible recurriría a esa opción, un pequeño y viejo hórreo. Aún me mantenía en medio de las altas filas de maíz, me temblaba todo, no sabía dónde me hallaba y no parecía haber vida en aquel lugar. Asustada por si la tormenta llegaba, decidí echarme a andar a ver si la entrada a aquella vieja casa abandonada era posible. Iria Rivas
Mi noche de miedo Aquí estoy situado en mi viejo caballo, mientras al fondo puedo observar las linternas de distintos colores de los soldados que parece que me atacan. El cielo está oscuro, parece que Dios tiene la bombilla apagada, esa fantasía que yo me imaginaba de pequeño acerca del día y la noche. Imaginaba que Dios cuando se marchaba a la cama apagaba la luz de su habitación, que era el cielo, y poco a poco se hacía de noche. Delante de mí vuelan unos negros murciélagos que parecen enfadados por esa cara fea que tienen. Todo esto lo veo gracias a una vieja farola que me alumbra mientras yo sigo aquí, temblando de miedo y rezando que no me ataquen los soldados. Iván López Cabanas
El lugar que vamos a describir se encuentra en la parroquia de Abeledo donde vivo yo. Está en un sitio apartado llamado “A Casa Vella”. La casa hace muchísimos años que fue abandonada; el edificio es enorme con grandes ventanales recubiertos con piedra de cantería, no tiene cristales ni puertas y, a pesar de que el techo se ha venido abajo, apenas hay luz en el interior. Al lado hay otra casa que servía de almacén y un pozo muy profundo de donde extraían el agua. Alrededor hay un montón de castaños centenarios que en verano apenas dejan ver la casa, es en el invierno, cuando los árboles han perdido sus hojas, cuando se puede ver parte de la casa. Las ramas enormes fueron las encargadas de tirar el techo rompiendo los cristales y metiéndose por los huecos hacia el interior. Además del bosque hay mucha vegetación: matorrales, zarzas que van trepando por la vivienda haciendo que en este paraje apenas haya luz. Alguna vez se pueden ver por allí animales salvajes como zorros, corzos, liebres… y en ocasiones por la noche se oyen los gritos de las lechuzas. Iván Seco
Un paisaje Este paisaje es un muy bonito cuando es primavera y verano. En otoño y en invierno da miedo, porque la niebla baja y hace que sea un lugar temible. Está situado en medio del bosque. El cielo tiene unos colores grises y al mismo tiempo parece como si el sol quisiera asomarse con nubes de color grisáceo. El campo tiene un color muy bonito. Los árboles que rodean el paisaje son pinos. Cuando hace mucho aire se mueven de un lado a otro de manera que da mucho miedo ir por esa zona. El arroyo está lleno de piedras, palos, hierba, tojos… El agua corre y hace un ruido muy agradable en primavera y en verano, pero en otoño y en invierno su suena estremecedor porque, al chocar con algunas de las piedras que tiene, produce ruidos raros. Por esa zona cada noche bajan los lobos a mirar si hay animales del campo en sus cerrados. Los lobos, las noches de luna llena, aúllan de manera que el vecindario que está cerca se asusta. Los habitantes de la zona o los que tienen ganado por allí esas noches los llevan a las cuadras, de manera que así el lobo no pueda comer a los pobres animales indefensos. Cerca hay una cabaña en la que las noches de verano algunas familias o turistas se quedan o si no en tiendas de campaña. Es una manera de respirar el aire libre y de pasarlo bien, ya que hay un pequeño río para estar en familia jugando.
Antía Varela Gil
Ese día... ¡Qué día tan terrorífico! Al recordarlo, aún me tiembla todo el cuerpo. Todo trascurría como si fuera un día normal. Hasta que a la noche, vino mi familia. Ese día teníamos cena familiar. Cuando terminamos, decidimos jugar todos juntos al escondite. A todos les pareció una excelente idea, excepto a mí. Conocía muy bien el bosque. De noche era la guarida de los feroces lobos. Como estábamos en otoño, los robles estaban desnudos, como nosotros en el momento en que llegamos al mundo. Al anochecer este bosque se transformaba. Dejaba atrás la tranquilidad y silencio para dar paso al terror y el murmullo. Esa jornada, en especial, hacía un viento huracanado pero parecía no importarles. Empezó el juego. En primer lugar, decidí refugiarme en la zona sur. Por allí cerca se encontraban algunas casas y, si surgía algún problema, correría hacia ellas. En todos los turnos, me escondí en lugares estratégicamente posicionados. La noche pareció calmarse. La luna llena nos guiaba en una estrellada noche. Todo se desarrollaba bien. Hasta que desapareció mi hermana mayor. Todos nos pusimos histéricos, desde el más pequeño hasta el mayor de todos. Nos organizamos en grupos para emprender la búsqueda. Como capitán de cada equipo iría una persona que conociera bien la arboleda. A mí me tocó con mi primo pequeño. Nos agarramos de la mano e iniciamos la busca. Primero, fuimos a la zona norte, la más fría. Allí suele haber muchos murciélagos a los cuales yo no les tengo miedo. Atravesábamos los estrechos y oscuros senderos sin mirar atrás. Ya registrada, nos fuimos al lado oeste, el más solitario. No podías ver ninguna casa en buen estado, solo en ruinas. Este sector era frondoso. La búsqueda pronto terminó.
Le echamos valor y decidimos ir a la franja este, la más peligrosa. Allí había cuevas donde descansaban los temibles lobos. Cuando entramos, podíamos escuchar los aullidos a lo lejos, pero cuanto más avanzábamos, más cerca se oían. El miedo se apoderó de mi cuerpo. Traté de disimular para no asustar a mi primo. Perdí la noción del tiempo. Me di la vuelta y allí estaban. Parecían hambrientos. Me defendí con lo que podía. En esa lucha, me despisté y perdí mi preciada linterna. Mal asunto. Corrí hacia las elevadas montañas que simulaban tocar el estrellado cielo. Pronto los dejamos atrás. Nos detuvimos a descansar. Solo debíamos revisar una franja más, la sur. La zona sur estaba libre de todo peligro. Solo había viejas y humildes casas, ya decoradas con adornos de Navidad. De pronto, recordé una acogedora cueva que allí había, a la cual solíamos ir a jugar las dos juntas de pequeñas. No me equivocaba. La encontré acurrucada en un pequeño rincón, detrás de una piedra, dormida, como una más. Di saltos de alegría al encontrarla sana y salva después de recorrer todo el otoñal bosque. Lucía Barro Rico
LUNA NUEVA Era una fría noche de diciembre. Me encontraba en casa tan tranquilamente con mi novela preferida y disfrutando de un delicioso chocolate caliente frente a la chimenea, cuando de repente escuché un terrible grito que provenía de la calle. Me asomé a la ventana y, como esperaba, no vi nada extraño. Supuse que sería un niño perdido o cualquier perro abandonado, no le di importancia. Miré al cielo esperando inhalar un último soplo de aquel gélido aire antes de acostarme, pero no pude cumplir mi deseo. Mi mirada se clavó directamente en la luna, aquella luna llena tan hermosa a la que por aquel entonces no temía. No podía apartar los ojos de ella, era como si algo me obligara a hacerlo, tuve miedo por un instante, miedo a no poder apartar la mirada de aquella belleza que me cegaba. Pasaron unos minutos cargados de tensión hasta que me armé de valor y me giré desafiante. Regresé a mi lectura, sin darme cuenta de que esa noche cambiaría mi vida para siempre. Estaba tan sumida en el libro que hasta que lo acabé no me di cuenta de lo tarde que era. No tenía sueño, así que decidí ir a dar un paseo. Cogí mi abrigo y bajé las escaleras a toda prisa. Saliendo del portal noté que un aire fresco me recorría el cuerpo en forma de escalofrío, miré alrededor y sólo pude observar una intensa masa de oscuridad en la noche, una oscuridad que lo inundaba todo, incluso mi alma. Comencé a caminar sin rumbo fijo y empezó a invadirme un sentimiento de tristeza que enseguida se vio interrumpido de nuevo por un insondable grito que me hizo temblar; porque esta vez me di cuenta de que no se trataba del llanto de un niño pequeño ni de el ladrido de un perro sino de un grito de dolor, algo que me estremeció el corazón. Mis huesos no me respondían, aquel chillido había paralizado mi cuerpo. De
Pronto, sin darme ni cuenta, me encontraba aullándole a aquella luna que antes había estado contemplando, pero esta vez se encontraba diferente, ya no era aquella luna hermosa, sino que ahora era enorme, pintada de un negro intenso que indicaba respeto, y por un sólo instante me pareció apreciar en ella una gran sonrisa malvada. Cuando volví a la normalidad, de nuevo el terror de apoderó de mí cuando decidí comenzar a ordenar las ideas que entonces invadían mi mente. Recordé aquellos horrendos gritos, mi mirada clavada en la luna, el escalofrío, el sentimiento de tristeza y finalmente aquel aullido. Llena de espanto eché a correr sin mirar siquiera hacia dónde iba, cuando algo se enredó en mi pie, lo que me hizo caer al suelo y perder el conocimiento. Al despertar, con el miedo aún en el cuerpo, abrí los ojos y vi una sombra enorme y peluda que se dirigía a mí aceleradamente. Intenté gritar, pero de mi boca no salía sonido alguno; probé también a levantarme, pero mi cuerpo era un peso muerto. Aterrorizada, pensando en que aquel podía ser mi último día en este mundo, mi vida recorrió mi mente en sólo un segundo. Pero ante la posibilidad de morir asesinada por aquella bestia mi instinto de supervivencia se impuso y decidió que era hora de tranquilizarse y actuar. Evoqué en mi memoria ese aullido que minutos antes le había dedicado a la luna, pensé que quizá eso espantaría al monstruo, así que decidí probarlo. Cogí aire y solté el aullido más feroz que jamás había escuchado. La bestia frenó en seco. Cuando creí que lo había logrado, esta se abalanzó sobre mí furiosa y no me dio tiempo a reaccionar. No recuerdo ni preciso recordar nada más de esa noche. El temor aún sigue presente en mi rostro y dudo que jamás se vuelva a ir. Ya nunca volveré a ser la misma, y todo por esa maldita Luna Nueva. Claudia Mangas Alvite
Un lugar temible Cerca de la casa de mis abuelos, en medio del bosque, hay un lugar muy tenebroso al que nunca me había atrevido a ir, aunque acabé yendo por curiosidad. En aquel lugar hay una mansión abandonada y en ruinas, al lado de un río que está todo lleno de tierra en el que mucha gente se deshace de cosas que les traen malos recuerdos. La gente que pasea por allí por las noches comenta por el pueblo que ha notado presencias de espíritus vagando por aquella mansión, que aunque esté en ruinas parece estar encantada. El día que pasé por allí me dio la sensación de que alguien me estaba siguiendo; miré hacia atrás y no vi nada. Sentí un aire caliente que me rozaba la nuca, como si alguien me estuviera respirando en la espalda; escapé corriendo a casa de mis abuelos y no les comenté nada. Es un lugar terrorífico, aquel camino tan estrecho y oscuro tapado por aquellos árboles tan grandes, aquel río lleno de cosas que no sirven para nada, los ruidos de aquellos búhos y de las garzas, las huellas de la gente que pasaba por allí... Y lo que más miedo me da es la mansión, tan fría y con aquellas presencias tan extrañas, las ventanas podridas, los cristales rotos, el tejado cayéndose... Aunque antiguamente aquel lugar era el más visitado del pueblo, ya que la dueña era muy generosa y muy rica. Daba todo lo que podía a los pobres que mendigaban por las calles, hasta que un día su marido la abandonó y la dejó sola en aquella mansión tan grande para ella sola, así que se fue a su chalé en Madrid. Solo sé que aquel lugar me daba mucho miedo por todo lo que he contado antes y no volveré a ir solo a aquel lugar tan tenebroso y frío por las malas experiencias que he tenido allí. Jonathan Dasilva Vieira
HASTA MI ALMA TENÍA MIEDO … Era una fría noche de invierno. Mi madre me había mandado a buscar unas hojitas de perejil para adornar la cena de Nochebuena. No me gustan las Navidades. Las odio. Y todo por lo que le pasó a mi hermana hace cinco años y justo, por salir al jardín de casa esa noche. Le repetí a mi madre que no quería ir, pero ella me obligó a hacerlo. Bajé las escaleras, ya temblando de miedo. Salí al jardín. Divisé un cielo tormentoso, con unas estrellas muy resplandecientes y que parecían gritarme que esa iba a ser mi última noche. Allá a lo lejos también pude divisar un temblor. Sabía que la cosa no empezaba bien. Más a lo lejos pude ver unas sombras de color verdoso, como si fueran de un fantasma o una especie de monstruo. Seguí caminando y me encontré con la vieja camelia de mi jardín. Nunca me ha gustado esa camelia. Mi hermana había muerto en ella y yo sabía que a mí me pasaría lo mismo esa noche. Tenía unas hojas muy raras, como las de un cactus, pero sin espinas. Cuando me di cuenta, la camelia se empezó a mutar y comenzaron a salir imágenes de mi hermana por cada una de las hojas de la camelia. Estaba toda cubierta de sangre y gritaba cosas que ni yo misma era capaz de entender. Entonces me percaté de que la camelia ya me había tragado. Sabía que iba a ser mi última noche. Xana Rodríguez
Tras varios días caminando sin llegar a un lugar determinado, por fin vi en lo alto de la colina población. Me apresuré para llegar antes del anochecer y no lo conseguí. Me encontré con lo que semejaba ser una casa, pero no, era un cementerio tenebroso. Cuanto más me acercaba más ruidos extraños escuchaba, como si los muertos se levantaran en busca de comida. A pesar de esto, decidí pasar allí la noche. Al principio
me
pareció
una
buena idea de la cual más tarde me arrepentí. El cementerio era grande, pero no acogedor. Estaba vallado por un muro de cemento. La puerta, al abrirla, crujía como cuando muerdes una tostada recién hecha. Detrás de los panteones había dos o tres robles sin hojas, como cuando nosotros llegamos al mundo. Me adentré en él. A medida que me adentraba, el miedo se apoderaba de mi débil cuerpo, el cual llevaba varios días sin probar alimento. Los panteones estaban construidos formando un cuadrado. En las esquinas no había ninguno, de tal forma que accedías a algún lugar el cual no me atreví a explorar. En el centro había cuatro tumbas con un trozo de césped. De los nervios caí allí, rompiendo en foco con el que alumbraba. Como consecuencia de la caída me quedé inconsciente. Empecé a imaginar que todos los cadáveres se levantaban y se dirigían hacia mí. Me arrinconaban y poco a poco me devoraban como unos leones hambrientos que cazan a un indefenso ciervo. Me desperté. Mi corazón parecía salirse del pecho. Ya había algún rayo de sol, lo cual me permitió observar una pequeña capilla. Parecía que allí estaría mejor y podría entrar en calor. Intenté abrir la puerta y lo conseguí. Cogí mi saco de
dormir me arrinconé en una esquina y me dormí.Cuando me desperté, ya era completamente de día. Todo a mis ojos era diferente. No daba tanto miedo como en la oscuridad de la noche. Lo exploré con detenimiento ya que no tenía prisa. Fui por varios panteones leyendo a quién correspondían. Había de todo: niños pequeños, señores de mediana edad, algún que otro centenario, etc. Uno concretamente me llamó la atención. Una mujer francesa enterrada allí. Tenía unas dedicatorias preciosas, una foto de ella en tiempos felices, velas ya consumidas, muchas flores, tanto marchitas como en buen estado, y numerosas figuras de recuerdos de Francia. En la salida había un contenedor y se me ocurrió que podría limpiar las hojas que había en el suelo y las flores marchitas. Cuando terminé me fijé en un hermoso detalle. Había una pequeña iglesia en ruinas de la cual poco estaba en buen estado. Eso lo cambió todo. Decidí quedarme un poco más por si alguien se acercaba para poder preguntar por esas ruinas y si podía ofrecerme algo de comida. La bebida no era un problema porque detrás de las ruinas había un pequeño riachuelo en la que el agua se podía beber ya que no estaba estancada. Lucía Barro Rico