Lenguaje floral

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Contamos historias a travĂŠs del lenguaje de las flores


La chica del caserón El sombrío caserón se levanta amenazador sobre una colina algo alejada del pueblo. Desde lejos, puede parecer una espléndida mansión, propia de un excéntrico y huraño multimillonario, o puede que de un afable matrimonio anciano. Pero acerquémonos más. Ahora podemos ver que la época de esplendor de este edificio terminó hace tiempo. Una gran grieta rodea, amenazadora, la puerta. Resulta difícil creer que realmente haya alguien viviendo aquí. Y, sin embargo, un chico joven montado en una bicicleta se acerca. Viene a traer el correo, y también a atisbar por las ventanas e intentar ver el interior de la vivienda. No espera descubrir nada. Sabe que encontrará, como siempre, la oscuridad. Deja las cartas y huye colina abajo. Como a todos en el pueblo, el lugar le inspira recelo. Su propietario, también. Es un decrépito anciano que apenas se deja ver en el pueblo. Su aspecto recuerda al de un alargado fantasma, con la penetrante mirada de sus ojos de águila y sus elegantes trajes negros de funerario. La puerta de la mansión se está abriendo. Por ella se asoma una chica de largo pelo de un tono castaño claro y vivaces ojos azules. Una enorme sonrisa adorna su cara cuando se inclina a mirar el buzón. ─ ¡Abuelo! ¡Ha llegado el correo! ─grita la chica antes de volver a desaparecer dentro de la mansión dando un sonoro portazo que parece hacer temblar toda la casa. Un día más tarde, la joven intenta plantar algunas flores en la tierra grisácea que rodea la casona mientras canturrea en voz baja. Le parece distinguir a alguien subiendo por la ladera, así que se incorpora e intenta protegerse del sol con las manos manchadas de tierra. La silueta se acerca cada vez más y ya se puede distinguir a un chico en bicicleta. Cuando ve a la chica, casi se cae de la bici. ─ Hola ─saluda ella. ─ ¿Vives aquí? ─logra articular el joven. Recuerda el temor que desde pequeño le ha inspirado la casa y se pregunta si realmente la chica lleva viviendo allí todo aquel tiempo. ─ Sí ─responde alegremente la chica. ─Me mudé hace dos días. Ahora vivo con mi abuelo. ─ ¿Tu… abuelo? ─ Sí. Es el dueño de la casa, seguro que lo conoces. Vive aquí desde siempre. ─ Creo que… recuerdo haberlo visto alguna vez, sí ─el chico continúa tartamudeando, inseguro. ─ No baja mucho al pueblo, ¿verdad? ─La joven ríe.─ Es un poco arisco con los desconocidos, pero en el fondo es bueno. ─ Ah… Sí… Ya ─dice él, titubeante.─ Venía a traer el correo. ─ ¡Genial! Gracias. El joven vuelve a bajar por la colina, sin poder apartar de su cabeza a la chica de la sonrisa perenne. Se siguieron viendo todos los días, manteniendo conversaciones cortas en las que cada vez se gustaban más. Unos meses más tarde, la chica encontró en su puerta, junto con el correo, un racimo de tulipanes, la flor del amor sincero. Carmen Pavón Souto


NOMEOLVIDES Eran las ocho. Me habían despertado los rayos del sol que entraban por las rendijas de mi persiana. Me levanté, me estiré y miré por la misma. El cielo estaba precioso. Todo pintado de azul, sin una sola nube, tan solo aquel sol que irradiaba calor. Un calor reconfortante que, sin saber por qué, me hizo traer a la memoria muchos bonitos recuerdos de mi infancia. Recordé aquellas bonitas y soleadas tardes que pasaba con Valeria en la orilla del mar. Cuando era pequeña, todo era distinto. Fantaseábamos un poco sobre lo que haríamos en un futuro y soñábamos con irnos juntas al fin del mundo. Al revivir todo esto, a mi cabeza vino la imagen de mi amiga, como siempre, con su cálida sonrisa. Pensé en que ella no desperdiciaría un día tan hermoso como este. Así que me dispuse a salir a dar un paseo por aquella playa en la que tantas cosas vivimos. Cuándo llegué, saqué mi toalla, la extendí en el suelo y dejé allí mis cosas. Fui corriendo hacia el mar, como solíamos hacer Val y yo. Me zambullí en la fresca agua, y por algún motivo me sentí feliz. Regresé a la arena despacio, pensando en el pasado, en cuánto la echaba de menos. En ese momento agaché la cabeza y vi, allí en el suelo, una flor; una flor azul, a juego con el bello color del mar. Sabía su nombre, pero no me acordaba. Nomeolvides -dijo una voz que me sonó familiar. Alcé la cabeza e intentando mirar a través de los rayos del sol que me cegaban, creí reconocer a Valeria. Me levanté de un salto y la abracé muy fuerte. - Valeria, ¿qué haces tú aquí? -pregunté aún extrañada por su presencia-. Yo creía… - Vengo siempre que puedo. Me gusta sentarme a la orilla del mar y recordar el pasado me interrumpió. De pronto el cielo se volvió negro y comenzó a llover. Había sombras por todas partes y comenzaron a oírse truenos a lo lejos. Se me pusieron los pelos de punta cuando vi que una especie de huracán envolvía a mi amiga. Corrí a ayudarla, pero ella me frenó. - Adiós Lara. No me olvides-dijo entristecida. - Nunca lo haré… -dije dudosa, todavía intentando asimilar la situación. Saqué de mi bolsillo la bella flor azul y se la lancé. - Aunque ya no esté en tu mundo, siempre estaré contigo Lara, siempre. - Te quiero -dije con todas mis fuerzas. Pero Valeria ya se había ido. Claudia Mangas Alvite


Un amor secreto Sara y Alberto eran vecinos, vivían en sendas casas de campo; las viviendas estaban unidas y apenas las separaba un pequeño jardín. Sus padres se llevaban muy bien. Ellos habían nacido el mismo año; compartían regalos, juguetes…, lo hacían todo juntos: iban a la playa, al cine, a las fiestas…, incluso habían celebrado el bautizo y su primera comunión el mismo día. Desde su primer día de colegio siempre hacían los deberes juntos. Un día, cuando tenían 17 años, de vuelta del instituto Alberto dijo a Sara: -Me han regalado un árbol para plantar en mi jardín. ¿Quieres venir a ayudarme? -¿Qué árbol es? -preguntó ella. -Una acacia amarilla -le respondió él. -Me encantaría ayudarte, pero a cambio tienes que prometerme que me regalarás todos los años un ramo de flores del árbol. ¿Me lo prometes? -le propuso Sara. -De acuerdo, los ramos más bonitos serán siempre para ti -contestó Alberto. Fueron pasando los días y el árbol, cuando llegó la primavera, floreció; entonces Alberto se acordó de la promesa que le había hecho a Sara, preparó un ramo muy hermoso como si fuera para una novia y se lo envió con una nota que decía: “Esta flor amarilla y pequeñita para ti, la más bonita, con su fragancia olorosa, para ti, la más hermosa, y deseando que un día seas mi esposa”. Alberto y Sara nunca se atrevieron a decirse que estaban enamorados el uno del otro, fue él con esta nota quien aprovechó para decírselo. A Sara le encantaron el ramo y la nota y al día siguiente le dijo: -Toma esta nota, léela en casa. Al llegar a casa la abrió y ponía: “Quiero agradecerte que de mi te hayas acordado por eso hace tiempo que lo he pensado me gustaría pasar el resto de mi vida a tu lado”. Ellos se hicieron novios en secreto. Los jóvenes acabaron el instituto y se fueron a estudiar: él a Santiago y ella a Alemania, pero Alberto todas las primaveras preparaba un ramo para enviárselo, estuviera donde estuviera. Cuando venían de vacaciones nunca se separaban, estaban o en casa de Sara o en la de Alberto. Los padres de Sara pensaban que nunca encontraría novio, ya que pasaba todo el tiempo con Alberto y los padres de Alberto pensaban que Alberto nunca encontraría novia. Un día cuando los chicos terminaron la carrera Alberto llamó a sus padres para decirles que se casaba en primavera y que conocerían a su prometida en Navidades. Al día siguiente los padres de Alberto se lo comentaron a los de Sara. -¡Enhorabuena! -dijeron ellos-. Llamaremos a Sara para decírselo.


Cuando se lo contaron, ella les anunció que también se casaba y que también conocerían al novio en las fiestas navideñas. Al fin llegó el ansiado día. Alberto invitó a los padres de Sara para que conocieran a su novia. Estaban todos reunidos cuando llegó Sara, Alberto fue a abrir la puerta y la recibió con un beso. -Hija, has llegado justo a tiempo para conocer a la novia de Alberto -le explicó su madre. -No, mamá, la novia de Alberto soy yo -respondió Sara. Sus padres no se lo podían creer, entonces ellos les explicaron que llevaban siendo novios desde niños. Sara y Alberto se casaron en primavera y ella llevó un ramo de acacias.

Iván Seco


En un día de otoño, salí al jardín y decidí llevar conmigo mi diario de niña. Me puse una bufanda y me senté debajo de un árbol, al que en esta época le estaban cayendo sus hojas. Entonces, ya comencé a recordar. Cuando tenía seis años, en otoño, mi amigo y yo jugábamos con las hojas a hacer máscaras. Nos divertíamos mucho corriendo entre los árboles y se escuchaba un “crush crush” al pisar las hojas secas. ¡Qué época tan feliz! A partir de ahí, solo recuerdo sufrimiento. A los siete años, se murió mi madre de cáncer. Fue muy duro superarlo ya que unos niños del colegio me echaban la culpa de su muerte y se burlaban de mí. Yo, como una tonta, los creía. Pasé días sin comer, llorando en mi habitación toda la tarde y, por la noche, tenía pesadillas. También tuve algún buen sueño en el que ella venía a darme las buenas noches y me apoyaba para cuidar de mi padre, el cual estaba destrozado. Tanta era mi obsesión con ella que la empecé a ver en realidad. Me acompañaba a todos lados y hablaba con ella. Mis amigos pensaban que estaba loca y me dejaron de hablar. Pero no me importó, porque mi madre estaba conmigo en todo momento. Mi padre se enteró al cabo de tres semanas y decidió llevarme al psicólogo, pero yo me negué. Volví a recaer. Como él era más listo que yo, me engañó de tal manera que yo accedía a quedarme con un amigo suyo por las tardes y le tenía que contar todo lo que pensaba porque él me consolaría como hacía mi madre. Lo recuerdo como si fuera hoy: - Hija, hoy vendrá mi amigo. Mientras que yo no llego, puedes hablar de mamá y explicarle lo que sueñas – propuso mi padre. - ¿Seguro que no se lo contará a nadie? Porque me da mucha vergüenza – le comenté. - No, tú tranquila. Si no te gusta hablar con él, mañana ya no vendrá – me aclaró. Mi problema pronto se solucionó. Pero esa alegría duró poco. Mi abuelo cayó en una depresión y se suicidó. Yo volví a entristecerme y acabé con anorexia y, como consecuencia de esto, sufrí graves problemas de salud. Lo cual no facilitó las cosas, sino que las empeoró. A los tres años de esto, la empresa textil de mi padre fue a la quiebra. Si no fuera poco con eso, mi padre se hizo alcohólico. Tuve que salir adelante con ayuda de mi abuela. Cada día la cosa iba a peor. Así que, cuando cumplí los dieciséis años, me puse a trabajar para traer ingresos a casa. Como ya nos dijo el médico, el problema de mi padre no tenía solución, ya que el hígado estaba destrozado. Mi padre se murió a los dos meses de que las cosas empezaran a ir bien. Me quedé sola con mi hermano pequeño y mi abuela, que estaba encamada. Era yo la que tenía que sacarlos a todos adelante. Yo sería a partir de ahí como el padre de familia. No podía volver a caer en el nerviosismo, así que saqué fuerzas de flaqueza y continué con lo que quedaba de mi familia. A partir de ahí, todo comenzó a ir bien. Por fin veíamos la luz. Conseguí iniciar una carrera. ¡Mi sueño hecho realidad! Aunque faltaban algunas de las personas que yo quería. Allí me relacioné con gente nueva, entre la cual hice los mejores amigos que nunca pude tener. Conocí alguien muy especial para mí, que acabaría siendo mi novio. ¡Era perfecto! Lo


tenía todo: simpático, cariñoso, amable, sensible y fuerte a la vez, respetuoso, tenía paciencia y, lo mejor, me aportaba armonía y paz. Nos enamoramos al poco de conocernos y empezamos una relación hasta el día de hoy. Cuando terminé mi carrera, pronto encontré un trabajo con el que pude pagarle a mi hermano sus estudios. Además, mi novio y yo convivimos juntos, es decir, alquilamos un piso. A mi abuela la dejé al cuidado de mi hermano porque se llevaban muy bien. El 14 de septiembre de 1996, nos fuimos de viaje a París, porque yo quería practicar mi francés y él insistía en llevarme a la Torre Eiffel. El mismo día, fuimos por la noche a verla. Nos pusimos en el puente abrazados. Nos acompañaba la luna llena. De fondo, se escuchaba mi canción favorita, una balada preciosa que me recordaba a mi madre. Se arrodilló y me pidió matrimonio. Me emocioné. Le grité un sí enorme que pudo escuchar todo París. Fue una boda preciosa. Al poco, tuvimos un hermoso hijo que tenía Síndrome de Down, pero no nos importó lo más mínimo porque lo queríamos igual. Ahora, tengo 38 años y una buena vida que no se parece en nada a mi adolescencia. - Mamá - escuché una voz que provenía de la casa. - Dime hijo - le respondí. - Mira lo que te ha traído papá a la vuelta del trabajo – me contó. De repente vi a mi marido con un ramo de pensamientos en la puerta trasera que daba al jardín, donde me encontraba yo. Me emocioné. Miré el reloj y vi que ya eran las seis de la tarde. Se me había pasado el tiempo volando. Llevaba cuatro horas en el jardín. 

Ahora lo entiendo – le dije a mi marido. – Como antes me has visto con mi diario te has dado cuenta de que iba a recordar mi pasado para enterrarlo definitivamente. Por eso me has traído los pensamientos, que significan recuerdo. ¡Qué listo eres amor mío! Lucía Barro Rico


Pasaron mis mejores días Me llaman Arthur, aunque mi nombre real es Arturo. Vivo en un pueblecito muy pequeño en Venezuela, se llama Villatren. Me crié aquí desde pequeño junto a mi abuelo, ya que soy huérfano. Mis padres murieron en un accidente de tren. Tengo 33 años. No estoy casado ni tengo hijos. En mi pueblo somos sobre unas 20 personas, porque está muy lejos de la ciudad. Pero un día llegó al pueblo una mujer. Era morena, de ojos azules, rubia y un cuerpo perfecto. Nos dijo que estaba allí porque le apetecía conocer mundo, y se iba a quedar a dormir en el pueblo durante una semana. Me sentí el chico más feliz. Sentí que me había enamorado. Fue amor a primera vista. Estábamos a una semana de San Valentín y creía que podía enamorarla, como ella había hecho conmigo. Mi pueblo era conocido en toda la zona de la comarca porque siempre había sido un sitio de muy buen algodón. Las mujeres de la zona se pasaban las mañanas recogiendo la flor para venderla. Estaba en casa leyendo tranquilamente y tomándome mi té de las cinco, cuando de repente suena el timbre. Mis padres no estaban, se habían ido. Me levanté y fui a abrir la puerta. Era esa chica, la chica de la que me había enamorado. Me empecé a poner nervioso y no sabía si abrir, pero pensé en la oportunidad que me estaría perdiendo. – Hola señorita. Encantado de conocerla. ¿Cómo se llama? -dije yo nervioso. – Hola, me llamo María. ¿Sabría usted decirme dónde se encuentra el ayuntamiento de este precioso pueblo? -me contestó con su agradable voz y su bonita sonrisa. – Pues claro que sí. Debe seguir toda esta calle recta, luego girar a la izquierda y allí estará. – Ah, yo también estoy encantada de conocerle. ¿Le gustaría acompañarme y enseñarme todo el pueblo? Yo, evidentemente, le dije que sí. No pensaba perder una oportunidad tan importante como esta. Era feliz y me sentía genial. Le enseñé todo el pueblo y nos hicimos muy amigos. Todo estaba saliendo bien. Quedamos para el día siguiente y poco a poco nos hacíamos más amigos. La vida me sonreía, pero cada día que pasaba, se aproximaba más su marcha. Habían sido los mejores días de mi vida. Llegó el momento de su partida. No sabía cómo iba a hacer para vivir sin ella. Me hacía sentirme especial, como un pajarillo que vuela sin alas. Me pasé toda la mañana llorando. Cuando a mediodía sonó el timbre, sabía que sería ella. Le abrí, pero vi que no tenía maletas. Era muy extraño. Nos dimos un abrazo como cada vez que nos veíamos. Me dijo que me quería contar algo muy importante, y yo le contesté que prefería que me la dijera en el parque donde tantos recuerdos teníamos. - Bueno, yo solo te quiero decir una cosa que no sé si aceptarás. Llevo toda la semana intentando confesarte que desde el primer día que te vi, me enamoré de ti. Ojalá aceptaras vivir conmigo. Yo me quedaría encantadísima en este pueblo y mi no se resentiría mi trabajo, pues me dedico a investigar. - Pues claro que sí -contesté con la alegría más grande del mundo-. Claro que sí. Yo también me enamoré de ti desde la primera vez que te vi llegar, pero no tenía fuerzas para decírtelo, tenía muchísima vergüenza. Estaba alegre, no sabía ni cómo explicar la alegría que sentía, cuando de repente me dio un beso increíble y me dijo que iba a ser el primer beso de muchos más. Y entonces vi que estaba sacando algo del bolsillo, algo especial. Era una flor de algodón preciosa, la mejor de la zona. Esta flor era una reliquia para mí. Me dijo que la guardara, porque esa flor iba a ser inolvidable. FUERON LOS MEJORES DÍAS DE MI VIDA… Xana Rodríguez García


LA ROSA AMARILLA Era sábado por la mañana y Adriana se acababa de levantar. Bajó a la cocina y desayunó. Cuando terminó, entró en el salón, dispuesta a relajarse un poco en su día libre. Y entonces la vio, la rosa amarilla que Héctor le había regalado la noche anterior. Había sido toda una sorpresa para ella encontrárselo por la calle en la ciudad a la que se acababa de mudar. Fueron a tomar un café y ella le dio su dirección, pidiéndole que fuera a cenar a su nueva casa esa noche para celebrar el haberse encontrado y su mudanza. Esa noche, cuando él llegó, traída consigo esa rosa. “Para que no olvides nuestra amistad”, había dicho él. Al ver la flor se le pasaron un montón de recuerdos por la cabeza: Héctor y ella jugando en el parqu3e con ocho años, estudiando juntos para Matemáticas con doce, graduándose con dieciocho… “Eso jamás”, respondió con una sonrisa. Cogió la rosa y la puso en un jarrón, no quería que el símbolo de su amistad se marchitara. Al ver la flor de nuevo decidió que nada sería más relajante que pasar el día con su mejor amigo y así lo hizo. Desde aquel día, el primer sábado de cada mes salían juntos y siempre se regalaban mutuamente una rosa amarilla. Uxía Paz Gómez


Esta flor es importante para mí porque es la flor que representa el primer amor. Cuando tenía once años me gustaba una chica que estaba estudiando en 2º de ESO. Ella era morena, alta y tenía el pelo castaño y los ojos marrones y grandes. Se llamaba Elisabeth y no tenía novio, por eso un día, en el colegio, cuando la vi le pregunté si quería tener “algo” conmigo. Ella me respondió que no, porque yo era todavía muy joven para su edad, por lo que me enfadé mucho y salí corriendo hacia los baños del colegio. Al día siguiente ya estaba de buen humor, pero aún seguía un poco mal por lo que había pasado con Elisabeth. Cuando yo estaba en la taquilla cogiendo mis libros y apuntes, Elisabeth pasó por allí y me miró como diciéndome: “Lo siento”. Después de salir del colegio yo estaba en casa haciendo los deberes y de repente sonó el timbre, bajé, miré por la mirilla y vi que era ella, Elisabeth. Cuando abrí la puerta, me dio un beso en la mejilla pidiéndome perdón por lo que había pasado el día anterior y me regaló una flor que había encontrado en un campo cercano a mi casa, así que la invité a pasar. Le pregunté si quería tomar un batido de chocolate con unas galletas, porque ya era hora de la merienda, y ella me contestó que sí, así que cuando terminamos la merienda, salimos a dar una vuelta por el pueblo. Después de un rato paseando, empezó a anochecer y dijo que se tenía que ir porque aún no había hecho los deberes. La acompañé hasta su casa y me dio un beso en la mejilla. Al día siguiente, me encontré con ella yendo para clase y me preguntó si querría salir con ella. Yo me quedé boquiabierto al oírlo, porque no me lo esperaba para nada, pero al momento le contesté que sí, porque era lo que yo estaba deseando. Me dio un beso y se fue a clase de Biología. Al salir del colegio me acerqué a ella diciéndole que la quería mucho y ella me comentó que también. Finalmente, cada uno nos marchamos a nuestra casa y fuimos felices para siempre. Con el tiempo, me enteré de que aquella flor que me había dado era una lila común, la flor que representa el primer amor y que, por casualidad, mi primer amor me había regalado aquella tarde. Paulo González de la Barrera


Pedro y Rosa eran una matrimonio como otro cualquiera, llevaban once años casados, pero seguían queriéndose como el primer día. Sin embargo, nunca habían tenido niños porque a Pedro, cuya infancia había sido muy traumática, tenía miedo de que a sus descendientes les pasara lo mismo. Un día, cuando Rosa regresó del trabajo, entró en casa y pensó que no había nadie. Pero fue entonces el momento en el que vio a su marido con otra mujer en su cama. Su disgusto fue tal que lo echó de casa e interpuso una demanda de divorcio contra él. Cinco meses después los dos ya estaban separados, pero Pedro aún no lo había superado, así que en un arrebato intentó quitarse la vida cortándose las venas. Menos mal que un amigo con el que estaba viviendo lo salvó a tiempo. Al día siguiente Rosa lo fue a visitar al hospital, ya que aunque él la había engañado, ella lo seguía queriendo: - Pero ¿qué has hecho, insensato? -le replicó ella. - Lo que cualquier hombre en mi estado haría. - Prométeme que no lo volverás a hacer. - Te lo prometo si me das una segunda oportunidad. - Está bien, pero solo una cena -aclaró Rosa. Dos semanas después Pedro se arregló, compró bombones, flores… y fue a buscar a Rosa. Al llegar ella le recibió y le invitó a entrar. -¿Estás preparada?-preguntó él. -Sí, ya voy ahora -le respondió. -Ah, se me olvidaba -dijo Pedro entregándole un ramo de campanillas azules-. Vuelve conmigo -le propuso. -Pero me prometerás que no lo volveré a hacer. -No confió en ti. -Para que veas como te quiero, tendremos un hijo. -Pero si tú no quieres hijos. -Por ti hago lo que sea. -Vale, está bien. Un año más tarde Pedro y Rosa tuvieron una preciosa hija a la que llamaron Campanilla y se volvieron a casar. Y esta es la historia de cómo un ramo de campanillas azules reconcilió a un matrimonio. Iván Barro


Flor de loto, ruptura amorosa Ayer, como de costumbre, iba al instituto, donde además de estudiar, veía a mi novio, Sergio, con el que compartía una larga historia que contenía enfados, reconciliaciones, amor... Nos queríamos bastante, por lo menos yo a él. No solíamos hablar mucho cuando nos veíamos, de hecho, nuestra relación era más bien de whatsapp, nunca nos habíamos abrazado. Habíamos quedado en que iríamos despacio y solo nos hablaríamos en horario de comedor. Cuando me decidí a hablarle, pasó completamente de mí, solo nos saludamos y luego él se fue a hablar con una amiga, y yo, decepcionada, me quedé hablando con su mejor amigo. Por whatsapp se disculpó y todo arreglado. Desde entonces él no me hablaba y yo tampoco, solo a través del whatsapp; ni siquiera nos mirábamos a los ojos. -Hola -me saludó un día. -Hola -contesté sorprendida. -No nos hablamos nada nunca ¿no? ¡Vaya relación! -me dijo en tono borde. -Ya... Quizás deberíamos hablarnos más -contesté asustada. -Entonces, de aquí en adelante nos hablaremos a diario -propuso. -Claro, yo estaré dispuesta -dije entusiasmada. -Bueno, será mejor que me vaya, mis amigos me esperan -se despidió. Quizás me ilusioné demasiado, pero era cierto, me acababa de alegrar el día. Era miércoles, nos pasamos toda la tarde hablando, como de costumbre. Los días pasaron y seguimos conversando, luego, el sábado, me preguntó: -¿Te parece si le gastamos una broma a María? -Pues claro, tú decides -respondí. -Mira, yo le digo que estamos en medio de una crisis, porque a mí me gusta ella, no tú. Y no te lo vayas a creer -planeó. -Vale, me parece genial -opiné. Le gastamos la broma, le dijimos la verdad y todo siguió como si nada. Era feliz, estaba con el chico perfecto, tenía una familia fantástica y unas grandes amigas; era una vida ideal. Hablamos todos los días, pero el martes fue especial. Por la tarde cuando comenzamos a hablar estaba raro, le pregunté qué le pasaba pero no dijo nada. A las 8 y media, más o menos, me dijo que era mejor que nos diéramos un tiempo porque creía que le gustaba María y a lo mejor estaban juntos, pero que nosotros dos podíamos seguir siendo amigos y, si surgía algo, volver a estar juntos. Tristemente acepté... Intentaba aparentar felicidad pero era imposible. Al cabo de unos días me pidió un favor, me contó que a un amigo le gustaba y si podía pasarme un recreo con él para que fuese feliz. No acepté, era tres años mayor que yo, como Sergio, pero era distinto, nosotros dos no teníamos confianza. Después de insistir durante tres días acepté y allá fui. Al final estuvimos un cuarto de hora juntos y me preguntó si repetíamos al cabo de una semana. Le dije que sí, pero aún así yo no quería hacerlo. Por la tarde, le comenté a Sergio que no iría, por lo tanto que avisase a Marcos (su amigo); se enfadó mucho conmigo y yo me puse de mal humor, entonces le dije toda la verdad sobre lo de María. No me volvió a hablar ni yo a él. Hasta un día que me pidió consejo en su relación con María y yo, como buena persona, se lo di. Él es muy feliz con ella y enfadado conmigo, es feliz a su manera, y yo sigo locamente enamorada de alguien que no me hace ni caso. Un día caminando por la calle le di mi flor preferida: una flor de loto. Le dije que tenía un significado y que era el que representaba nuestra situación actual, una ruptura amorosa. Me miró y me dijo que era cierto; luego cada uno siguió su camino por la vida. Iria Rivas


El lenguaje de las flores Érase una vez un hombre muy alto y varonil que vivía en un pueblo Tenía un perro que se llamaba Pulgas, al cual le encantaba jugar con cuyo nombre era Guantes. El varón era rico y guapo, pero tenía un defecto por culpa de un una pata de palo. Un día, mientras iba a buscar el pan, se encontró un

llamado Mondoñedo. el gato del vecino accidente en moto, papel que ponía:

V carrera para discapacitados 2014 ¡NO SE LO PIERDAN! Acudan al ayuntamiento para apuntarse. El atractivo hombre decidió inscribirse. Al día siguiente empezó a entrenar. El tercer día, cuando estaba ejercitándose en el bosque, tropezó con una piedra y se cayó encima de una zarzamora, sin embargo, no se rindió. Llegó el día de la carrera, él estaba tenso, pero también motivado porque había 247 personas. El juez dio la salida. En la recta final estaba de primero, pero se cayó, le adelantaron cinco personas y se le salió la zarzamora del bolsillo. De repente se levantó y empezó a correr. Adelantó a cuatro de ellos, pero le faltaba uno y no lo pudo alcanzar. Llegó a casa y sus padres le preguntaron si no quería volver a correr, pero él cogió la zarzamora y les dijo que primero debía conseguir vencer los obstáculos. Dos meses más tarde consiguió ganar y años más tarde era campeón mundial. Ya podía tirar la zarzamora, porque había vencido los obstáculos. David Fernández Polo


Dos jovenes y una pasión Juan y Ramón eran dos jóvenes de veinticinco años que tenían una vida normal. Los dos se criaron juntos en el mismo barrio, ambos eran amantes del fútbol y del póker. Juan ejercía de médico su primer año y Ramón era arquitecto. Como los dos tenían un buen sueldo se podían permitir ser socios del Real Club Celta de Vigo. Sufrían mucho en cada partido, porque esa temporada no estaban teniendo mucha suerte, pero los dos, fieles a su gran equipo, no fallaban un fin de semana y lo pasaban fatal. Durante la semana solían hablar por teléfono y jugar al póker online, pero no se veían mucho y entonces ambos esperaban impacientes el fin de semana para verse en el campo o el bar cuando jugaban fuera. El Celta llevaba una temporada bastante mala y, cuando llegó la última jornada, no solo dependía de sí mismo, tenía que perder su gran rival, el Deportivo de la Coruña, para no bajar a segunda. El partido era a las nueve y los dos estaban en el estadio ya a las ocho. - Que tal la semana ? -pregunto Juan. -Bien, pero llevo toda la semana nervioso por este partido -contestó Pedro. Empieza el partido, el Depor ya perdía uno cero y el Celta, al comenzar, ya mete gol. El estadio se cae de alegría y llegan los últimos minutos. Todos estaban muy nerviosos hasta que el árbitro pitó el final. Pedro y Juan se abrazaron y lloraron de emoción. De tan contentos que iban, decidieron acudir al casino a jugar al póker. Los dos tuvieron su día de suerte y ganaron cada uno 3.000€. Pero no todo era felicidad para ellos. Cuando salieron del casino, Juan se quedó hablando con su hermano pequeño, que estaba celebrando la permanencia del Celta, y Pedro no se dio cuenta. Juan siguió andando solo hasta que un asesino con un cuchillo lo amenazó exigiéndole a su amigo y a él todo el dinero. Juan llamó a Pedro por teléfono y le dijo que viniera, que lo necesitaba. El asesino tenía el dinero de Juan y cuando llegó Pedro salió corriendo mientras comentaba que el dinero de Juan le llegaba. Juan tenía el móvil en la mano para llamar a la policía. No llames a nadie, recuperaré tu dinero – exclamó Pedro. Confío en ti, mi fiel amigo –le contestó Juan. Pedro se echó a correr, agarró al asesino, le quitó el dinero y se lo trajo a Juan. ¡No sé cómo agradecértelo; muchas gracias! – gritó Juan. No se dan, para eso estoy – contestó Pedro. Los dos se fueron a casa y al día siguiente Pedro. para premiar la confianza que había tenido su amigo en él, le regaló un ramo de iris azules. Iván López


La flor del papa, la flor de Lis Para Alfonso CX era una misa más como todos los domingos en su iglesia de Mondoñedo, hasta que se enteró de que el papa había muerto. En ese momento se dio cuenta de que su sueño, ser el papa, podía ser cumplido, así que se presentó voluntario para ser el papa Alfonso CX, el sucesor de Benedicto VL, o eso es lo que le gustaría. Pero cuando en la elección solo quedaban Pablo CVI, el cual tenía su sede eclesiástica en Abadín, y él ambos tenían que exponer sus argumentos y al cabo a una semana saldría el resultado en el que obtendrían la puntación final de los votos de todos los curas. Al día siguiente de la presentación de sus argumentos Alfonso CX pensó que podría envenenar de alguna forma a Pablo CVI. Lo intentó en su comida, en su bebida y hasta envió a un especialista para que lo hiciera, pero al final Pablo CVI lo descubrió y le declaró la guerra con el fin de que quien ganara se convertiera en papa. Allí estaban los dos, con sus tropas. Alfonso CX llevaba unos mil soldados y una flor de lis que era lo que representaba a la religión, y Pablo CVI unos mil quinientos y la dicha flor. Pero los de Alfonso CX lo rodeaban haciendo un círculo en el que se situaban en el borde las ametralladoras y cada vez más al centro las escopetas, los arqueros y los espadachines. Los de Pablo CVI iban todos mezclados. Claro estaba que como eran de Abadín estaban mucho más desentrenados y no tenían una posición, mientras los de Mondoñedo, era lógico pues pertenecían a una gran ciudad, estaban muy entrenados y todos sabían su posición. Esta batalla la ganó Alfonso CX. Quinientos de sus guerreros y él fueron los que sobrevivieron y él mismo clavó su espada en la flor que tenía enganchada en su chaqueta Pablo CVI. Joel Outeiro


LILA COMÚN: PRIMER AMOR Todo empezó el día 9 de febrero de 2013, el día en que yo no me imaginaba que algo tan bonito iba a suceder... Por la mañana, estábamos con los últimos preparativos de nuestros disfraces. Por la tarde, a las cinco más o menos, nos pusimos en marcha hacia nuestro destino, el concurso de disfraces de un pueblo llamado Salandre. Cuando llegamos, hacía mucho frío aunque había una especie de estufas, que caldeaban un poco el pabellón. Al entrar allí, todos íbamos cargados con nuestros disfraces, dispuestos a vestirnos. Estábamos todos muy nerviosos. Cuando llegó la hora de nuestra actuación, me di cuenta de que estaban allí mi mejor amiga Xenia y Andreu, un chico de mi clase. Después de desfilar, me saqué el disfraz y fui a saludarlos. Mi amiga me dijo que lo habíamos clavado. Y mi compañero me comentó que iba muy sexy, por decirlo así. Me sonrojé tanto, que mi amiga me preguntó si me pasaba algo. Yo le dije que no, que se estuviera tranquila. Un rato más tarde, ella me preguntó si había hecho el trabajo de castellano, que consistía en escribir una carta de San Valentín para una persona especial y le dije que no lo había hecho, pero que ya sabía a quién se la iba a escribir. Media hora después, dieron los premios y, por desgracia, no habíamos ganado, pero lo habíamos pasado genial haciendo los disfraces. Cuando llegué a casa, escribí mi carta de San Valentín, que decía así: “Si fueramos dos pájaros con nuestros nombres en el pico, el tuyo sería fruta y sed de fruta el mío. Te quiero”. Al día siguiente, metí mi carta en el buzón del instituto que ponía: San Valentín. Unas horas más tarde, repartieron las cartas y él me preguntó: -¿Eres tú, verdad? - Sí, he sido yo - le dije. -¿Y qué?- repuso. -No sé, tú decides... Me dijo que me quería y me preguntó si quería salir con él, y yo, claramente, acepté. El siguiente día de instituto me trajo una flor y le pregunté de qué tipo era. Resultó ser una lila común, que representaba el primer amor. Yo pensé: ”¡Qué tierno!”, y lo besé. Desde aquel día, mi número favorito es el nueve y mi flor favorita es la lila común. Nerea Bajatierra


Mi ramo de rosas Hola me llamo Selena, tengo 18 años. Hace 4 meses que me enamoré de Pablo un chico de 23 años. Un día que venía del instituto con mis amigas, se nos acercó un grupo de chicos. Entonces una de mis amigas nos hizo una seña, para que los mirásemos. Uno de ellos se me acercó y me dijo: - Hola, me llamo Pablo. ¿Qué tal? Entonces me puse muy roja y nerviosa, porque no sabía qué hacer. - Hola, yo me llamo Selena. Bien, ¿tú? - Bien. ¿Cuántos años tienes? - me preguntó. - Tengo dieciocho. Y tú, ¿cuántos años tienes? - Yo tengo 23. Nos reímos los dos al mismo tiempo. Entonces mi amiga me dijo que nos teníamos que marchar a casa. Cuando nos íbamos a despedir, Pablo me agarró por el brazo y me dijo: - Toma, te doy mi número y me mandas un mensaje si quieres que quedemos para tomar algo y seguir conociéndonos. - Vale, gracias. Y me dio dos besos en la mejilla. Al llegar a casa, guardé su número y le mandé un mensaje en el que ponía: “Hola, soy Selena, la chica del parque. Te mando este mensaje por si querías quedar esta noche para tomar algo. Un beso”. En unos 10 minutos más o menos, me contestó al mensaje: “Hola. Claro, quedamos a las 22:00h delante de la fuente del parque. Un beso”. Al ver que me contestaba se lo comenté a mis amigas que me decían: “¡Guay!, ya nos cuentas. Pásalo bien”. Son las 21:00h y me empiezo a duchar y a preparar para quedar con Pablo. De repente, mi madre llega a mi habitación. - ¿A dónde vas a estas horas? - me pregunta. - He quedado con un chico que he conocido. Mi madre al principio no estaba muy contenta, pero me dijo: - Sé que últimamente no lo estás pasando nada bien con los problemas que tenemos tu padre y yo, pero ten cuidado con lo que haces. Abracé a mi madre y le di un beso enorme y le dije: - Gracias mami, te quiero mucho. Después a lo mejor quedo con los chicos. Si eso, ya te llamo. - Vale, pásalo bien. Me llevó 5 minutos llegar a la fuente del parque y allí estaba Pablo con un ramo de rosas rojas muy bonitas. Nos dimos dos besos. - Hola, - me entrega el ramo de rosas-. ¿Te gustan? Me quedé sin palabras al ver que me entregaba aquel maravilloso ramo. - Yo... Son preciosas. -Nos reímos. - ¿Vamos? - Claro. Me agarró de la mano y empezamos a hablar. Entramos en un bar y nos sentamos en una mesa. A los pocos minutos llegó un camarero. - ¿Qué desean tomar? Pablo me preguntó si me gustaba el champán y le dije que claro. Entonces pidió una botella. Empezamos a hablar y al cabo de una hora y media más o menos nos fuimos del bar y paseamos por el parque. Entonces le pregunté: - ¿Te apetece venir conmigo a ver a mis amigos del insti? - Claro, sin ningún problema. Me reí y me puse algo roja. Cuando llegamos les presenté a Pablo. Mis amigas me preguntaban qué tal era, cómo eras… Entonces Alex, uno de mis amigos, le preguntó a Pablo qué le parecía yo.


- A ver, todavía no la conozco muy bien, pero por lo que estuvimos hablando me pareció una chica muy maja y es muy guapa. Y María mi mejor amiga me preguntó lo mismo. Me reí. Pablo les dijo que conocía una discoteca muy famosa en la ciudad y allí nos fuimoAl llegar a la discoteca, mis amigos fueron a pedir de beber y Pablo y yo quedamos en la pista bailando. De repente ponen música lenta en la discoteca y me dice: - ¿Bailas? Me puse muy nerviosa y… me agarró y comenzamos a bailar. De repente me dio un beso en la boca y mis amigos, conmovidos, nos empezaron a aplaudir, pero no podíamos oírlos. Pasadas tres o cuatro horas, nos fuimos. Pablo me llevó a la puerta de mi casa y me preguntó si quería que quedásemos al día siguiente para ir al cine y acepté. Nos despedimos. A la mañana siguiente mi madre llegó a la habitación y me preguntó qué tal me había ido anoche. Yo le dije que muy bien, que era un chico muy majo y que había quedado esa tarde para ir al cine; y le dije que me había regalado un ramo de rosas. A las 16:00h me llamó preguntándome si podía venir a buscarme para ir al cine. Cuando sonó el timbre, salió mi madre a la puerta. - Hola. Venía a buscar a Selena para ir al cine. - Pasa, que está terminando de arreglarse. Pablo pasó al salón y le ofreció una bebida, pero él no la quiso. Aparecí en el salón a los 2-3 minutos y nos fuimos. (…) Vimos una peli de amor. Al salir del cine comimos algo y fuimos al parque a dar un pequeño paseo. Nos sentamos en un banco y él me preguntó si quería ser su novia. Yo acepté y así llevamos 4 meses maravillosos.

Antía Fernández

Trabajos realizados por los alumnos de 2ºA Del IES Plurilingüe San Rosendo de Mondoñedo


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