SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
CRÓNICA DE UN GALLO FRANCÉS Jessica Obando
L
a ciudad de Limoges es hermosa, no lo niego, llevo algo más de 30 años viviendo allí, siempre he sido un citadino, mi padre era un famosísimo arquitecto suizo que llegó a París a sus cortos diecinueve con un imperio de construcción y gran renombre, mi infancia estuvo rodeada del codeo con grandes e importantes sujetos y mi patio de juegos eran los clubs de golf o los paseos a cualquier parte del mundo, que puedo decir; soy un Cosmopolitan. Ya en mi adultez, seguí los pasos de mi padre con mucho éxito, nunca en la vida me faltó nada, excepto tal vez, paz, esta fue una de las razones por las cuales decidí mudarme de París, ir hacia el sur e instalarme en Limoges, allí conocí a mí Joëlle de familia prestante igual que la mía, conocida por ser la heredera de doscientos años de tradición de la famosa porcelana francesa. Hace poco decidimos retirarnos, jubilarnos y dejar todo en manos de nuestros hijos, y hacer lo que haría cualquier pareja de nuestra edad; adquirir una propiedad en un lugar tranquilo para pasar nuestros días de verano. La isla D’Oleron parecía un buen lugar, solo a tres horas y media de nuestra ciudad, con olas estivales y sol sonriente, alejado de lo que es la caótica urbe de cualquier país. Pensé que en este lugar tendría por fin la paz que por tanto tiempo busqué, en nuestra primera noche danzamos con la música que solíamos bailar más habilidosamente en el inicio de nuestro amorío con Joëlle y con algo de vino de Médoc que reservé para el encuentro con mi tranquilidad, fuimos a dormir, fue a eso de las tres y treinta cuando logramos conciliar el sueño, un sueño que se sentía como el único sueño real en mucho tiempo… Y entonces sucedió, cuatro y treinta y dos de la mañana:
¡COCORICOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Un maldito gallo, ¡UN-MALDITO-GALLO!, al principio pensamos que sería la mera coincidencia, pero no lo fue, luego de unos 8 días el estúpido gallo seguía fastidiando nuestra estadía. Decidimos dar por terminada nuestra escapada al campo esperando que la siguiente vez el maldito gallo no estuviera, pero siempre estaba, siempre está. 19