Las conchas de maldonado

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LAS CONCHAS DE MALDONADO Jacobo era un chico de 15 años, bastante bajo para su edad. Era muy cerrado y tímido. No consiguió hacer ningún amigo desde que su familia llegó a Salamanca. Le gustaba mucho leer y casi siempre estaba estudiando. En cambio, su hermano Raúl tenía 19 años y era alto. Él sí consiguió hacer muchos amigos de la escuela de mecánica. Pero apenas estudiaba porque le gustaba mucho la mecánica y se le daba muy bien. Aunque lo que de verdad le gustaba era patinar con sus amigos. Los dos hermanos son hijos de Violeta y Gabriel. Eran una familia humilde que vivía en una barriada de Málaga, pero desde aquel accidente de avión que se cobró la vida de Gabriel, la familia no es la misma que antes, por lo que se tuvieron que ir a otra ciudad, porque el dinero no les llegaba para pagar la hipoteca de la casa y la empresa de hostelería para la que trabajaba Violeta la había destinado a Salamanca. - ¡Jacobo! -dice Violeta mientras entra en el cuarto- vete a la calle un rato a jugar con esos niños de tu clase que siempre están jugando al baloncesto en el parque. - No me caen bien -dice Jacobo. - Llevamos un año en Salamanca y no has hecho ni un solo amigo -dice la madre- tienes que hacer nuevos amigos. - Ya tenía mis amigos en Málaga -responde su hijo de forma brusca. - Pues vete a dar una vuelta con tu hermano -dice Violeta. - ¡No! -dice Jacobo- eso sí que no, además, él estará patinando con sus amigos y yo no sé patinar. - Pues vete al parque a que te dé el aire -dice la madre. - No pienso ir -contesta Jacobo. - ¡Te digo que vayas! -le grita la madre. - Pero … -empieza Jacobo. - ¡Que vayas! -vuelve a gritar Violeta. - Vale, tú ganas -dice Jacobo cabreado mientras sale de su cuarto. Esto no puede seguir así -piensa Violeta mientras empieza a preparar la cena- Jacobo tiene que hacer más amigos, pero, ¿cómo podría hacerlo? Les podría obligar a Jacobo y a Raúl a que vayan juntos todas las tardes, eso funcionará. Dos horas después, en la cena estaban los tres muy callados y entonces Violeta le pregunta a Raúl: - ¿Cómo te ha ido con tus amigos hoy? - Bien -contesta Raúl. - Por cierto, ¿aprobaste el examen que tuviste la semana pasada de ingeniería? -pregunta ella. - Sí, con un siete y medio -contesta el mayor de los hermanos. - Y tú Jacobo, ¿cómo te ha ido la tarde? -pregunta Violeta. - Bien, me he leído un libro -dice el menor de los hermanos. - Os voy a proponer una cosa a los dos -dice la madre. - ¿Qué? -preguntan los dos hermanos al unísono. - Todas las tardes tenéis que ir juntos a patinar, o a leer, o a jugar al fútbol, a lo que queráis pero juntos -propone la madre. - No, ni pensarlo -dicen los dos hermanos. - Lo vais a hacer, os guste o no os guste -ordena la madre. - No, pienso ir con mi hermano a ningún sitio, y menos aún a patinar, que yo no sé -dice Jacobo indignado


por lo que acaba de oir. - ¡He dicho que lo vais ha hacer, os guste o no os guste! –insiste de nuevo la madre. - Pero … -empieza Raúl. - ¡Sin rechistar! -grita la madre- mañana empezaremos con esto y ahora acabaos la cena que se os va a enfriar. En la semana siguiente, pusieron en práctica lo que la madre les había obligado a hacer. No les fue tan mal como ellos mismos esperaban, Jacobo se hizo amigo de Javier, un chico bajo pero corpulento, con el pelo castaño; de Mario, un chico muy alto y bastante gordo, con el pelo negro como el carbón y de Sofía, una chica alta y delgada, con el pelo muy rubio; unos amigos de Raúl y entre todos enseñaron a patinar a Jacobo. Un día, mientras descansaban a las puertas de la Casa de las Conchas, de haber estado toda la tarde patinando: - ¡Eh chicos! ¿os habéis fijado que algunas conchas tienen una letra grabada? -dice Mario. - Es verdad, nunca me había fijado -dice Sofía. - Mirad, aquí hay una N y allí una O -dice Javier. - ¿Creéis que puede significar algo? -pregunta Raúl. - No estoy seguro, pero si significara algo, nosotros lo vamos a descubrir -contesta Mario. - ¿Cuántas letras habéis encontrado? -pregunta Jacobo. - Nueve letras -contesta Sofía. - Cambiando de tema, son ya las ocho, va siendo hora de que volvamos a casa -le dice Raúl a su hermano. - Cierto, volvamos a casa -contesta Jacobo. Nada más llegar a la casa y terminar de cenar, Jacobo y Raúl empezaron a investigar lo que habían descubierto, ordenaron las letras para sacar un nombre o alguna palabra relacionada con el tema: - Raúl, ¿cuáles eran las letras? -pregunta Jacobo. - Había una M, dos D, una N, dos O, una L y una A -responde Raúl. - ¡Bingo! -exclama Jacobo- hay un nombre que tiene todas esas letras y que tiene mucho que ver con la Casa de las Conchas. - Y ¿cuál es? -pregunta Raúl. - Maldonado -dice Jacobo. - ¿Quién? - pregunta Raúl con cara de no entender ni papa. - Ese era el apellido de una familia muy importante -empieza Jacobo. - Continúa -dice su hermano. - Rodrigo Maldonado era un caballero de la Orden de Santiago, éste mandó construir la Casa de las Conchas en el siglo XVI -cuenta Jacobo. - Sigue -insiste Raúl. - Si no recuerdo mal, Rodrigo Maldonado murió a finales del siglo XVI, pero su cuerpo se perdió y junto a él, desaparecieron muchos tesoros familiares -termina Jacobo. - Eso quiere decir que estamos tras la pista del cadáver de Rodrigo Maldonado y de sus tesoros -dice Raúl. - Sí, y nosotros lo vamos a encontrar -dice Jacobo. - Ya se va haciendo tarde, mañana quedamos con los otros para intentar averiguar algo más en la biblioteca -dice Raúl.


- Vale -contesta Jacobo. Al día siguiente, Jacobo y Raúl van con los amigos a la biblioteca de Salamanca que se encuentra en la Casa de las Conchas para buscar pistas o algo que les dé información sobre el paradero de Rodrigo. - ¡Eh chicos! mirad aquí, las dos estatuas de las esquinas señalan a esa otra del centro -dice Raúl. - Es verdad, la de la derecha le mira y le apunta con la espada -dice Javier. - Y la de la izquierda le señala con el dedo -continúa Sofía. - Esta estatua tiene forma sospechosa, tiene forma de chimenea pero con muchas dagas clavadas por todos lados -dice Mario. - Si os dais cuenta la estatua está clavada en el suelo, como si formara parte de él -dice Raúl. - Y mirad algunas dagas, tienen unas letras escritas -dice Sofía. - Tengo una idea -dice Jacobo. - Y ¿cuál es? -pregunta Mario. - Tenéis que sacar las dagas que yo os diga en el orden que yo os diga -dice Jacobo- primero esa de ahí y después aquella. - Vale, creo que ya sé lo que quieres hacer -dice Raúl mientras saca la daga con cara de emoción. - Ahora saca la daga que tiene la L y después la que tiene la D -dice Jacobo. - En el orden que estamos sacando las dagas, ¿estamos formando la palabra Maldonado o me lo parece a mí? -pregunta Javier. - No te lo parece, la estamos formando -contesta Jacobo. Entonces, cuando sacaron todas las dagas, un chirrido de una puerta de metal se escuchó en otro lugar tras ellos. Buscaron la habitación de la que venía el sonido pero no la encontraron. - ¿Habéis encontrado algo sobre ese sonido? -pregunta Raul. - No -responde Jacobo. - Yo tampoco -dice Sofía - Espero que otro día nos vaya mejor -dice Jacobo. - Espero que sí -continúa Sofía. - Mañana nos vemos -dice Mario. Espero que mañana sí tengamos buena suerte -dice Jacobo para sí mismo mientras tira una moneda al pozo del patio de la biblioteca. Pero se dio cuenta de que en vez de sonar el agua al caer la moneda, sonó a metal puro y duro. - ¡Eh chico venid aquí rápido, lo he encontrado! -grita Jacobo. - Será una broma, ¿no? -dice Raul. - Mira, dame una moneda -le dice Jacobo a Raúl. - Toma -le dice Raúl extrañado mientras le da la moneda. - Escucha el sonido que hace la moneda -dice Jacobo mientras tira la moneda al pozo. - ¡Suena a metal y no a agua! -exclama Raúl. - Eso significa que el ruido venía de ahí abajo -dice Sofía. - Exacto -dice Javier. - Pues tendremos que bajar -dice Mario. - Pues venga -dice Raúl.


Dicho esto, Raúl y Jacobo bajaron por la pared del pozo con cuidado hasta llegar a una puerta de metal muy antigua que estaba abierta. Entraron y ahí encontraron un ataúd de madera con unas inscripciones en las que ponía Rodrigo Maldonado y junto a él había muchos cofres, pergaminos, libros antiguos … Y esta es la historia de cómo un grupo de amigos encontraron unos tesoros ocultos en la Casa de las Conchas de Salamanca.

Antonio Javier Acosta Gallardo IES El Chaparil, 2ºESO C


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