especial #8M

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8M especial 2018




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8M

ISSN 2451-8166

www.boba.com.ar revistaboba@gmail.com /revistaboba /revistaboba @revistaboba

Mallorca Carolina Gómez

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Madrid Estefanía Santiago

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París Ana Carolina Arias

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Bruselas Soledad Balerdi

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Chiapas Juliana Arens y Evelina Laddaga

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colectivo editorial Alicia Valente Ana Contursi Catalina Poggio Dani Lorenzo Daniela Camezzana Lucía Álvarez Marina Panfili Matías David López Verónica Capasso

San José de Costa Rica Guillermina Watkins

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Samaipata Carolina Ricaldoni

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Río de Janeiro Natália Cindra

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Montevideo Ana Clara D’Amico

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Buenos Aires Marina Etchegoyhen

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La Plata Celestina Alessio

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La Plata Luciana Campilongo

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San Pablo Mariela Cantú

La Plata Valentina Pereyra

Necochea Melisa Randev

Bahía Blanca Melisa Depetris

Santa Rosa Daniela Rodi

Rosario Bernarda Guerezta y Luciana Caudana



editorial

especial 8M El #8M recorre el mundo y ahí vamos, surfeando la ola de los feminismos que nos cobijan como una gran red de contención, abrazo y apoyo mutuo. Atravesando fronteras, diferencias y encuentros de todo tipo, seguimos la estela del paro más grande del mundo y decidimos contactarnos con amigas viajeras, residentas y habitantes en distintas latitudes para hacer públicas sus experiencias. Compartir, relatar, narrar, testimoniar, cantar, gritar, proclamar, exigir: la visibilización en diferentes ámbitos de las luchas feministas ha ido contribuyendo al crecimiento del movimiento y a una imponente masificación de las revueltas y las disidencias. Las mujeres, las trans, las putas y las lesbianas no nos callamos más. boba se hace eco de las voluntades libertarias que exigen justicia e igualdad. En estas páginas resuenan las ideas y sentimientos que unen y también ponen en tensión las diferentes formas del ser y el hacer feminista. Un crisol de voluntades y deseos. Somos un océano, una marea, una manada, una enorme pandilla, un temblor en la tierra, una montaña inamovible. Somos la diversidad de la vida y la unión de todo lo que respira. No damos tregua a los machos y nos abrazamos a los hombres, a los putos, maricas y sin nombre que nos entienden, respetan y abrazan nuestra lucha. En diferentes tonos y con distintas músicas, las compañeras esparcidas por el mundo nos brindan su mirada y su voz. Desde diferentes puntos de Argentina como Necochea, Santa Rosa, Bahía Blanca, La Plata, Buenos Aires y Rosario; desde México, Bolivia, Costa Rica, Brasil, Uruguay, España, Francia y Bélgica, nos llega el grito. La expansión de los feminismos no es una moda, como dicen algunas escépticas y carcomidas (nostálgicas, quizás) militantes y activistas acostumbradas a la soledad de las disidencias under de antaño. La expansión del feminismo es un despertar. Es un llamado muy difícil de ignorar, pues las identidades oprimidas por el cis-hetero-patriarcado son tantas, tan abundantes y estamos tan hartas de la brutalidad de esa opresión que el efecto de abrir los ojos y unir las fuerzas puede arrasar con todo. Y en el medio nos siguen matando y ultrajando; es un desafío juntar y sostener la fuerza para seguir la pelea mientras nos lastiman. No dejarnos romper por las diferencias al interior de de este enorme despertar es una necesidad. boba está feliz de ser arrasada por la sororidad y el canto de las sirenas de esta lucha. Vivas y unidas nos queremos.

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[mapita con la ubicación]


Mallorca

generaciones unidas para cambiarlo todo Carolina Gómez

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Desde Mallorca, España, Carolina comparte su experiencia y pone en escena la importancia de la unión transgeneracional para la lucha de los feminismos: jovencitas, adultas y ancianas que cantan el empoderamiento al unísono para combatir al heteropatriarcado, acabar con la brecha salarial, el acoso sexual, los femicidios y los techos de cristal.

Un día histórico. Así fue catalogado en España el Día Internacional de la Mujer y no fue para menos. Es la primera vez que se hace una huelga de mujeres. Sin políticos de por medio para salir en la foto, sin sindicatos que monopolicen la protesta. Las pancartas generales se cambiaron por una pancarta única, subyacente a los miles de carteles pequeños. Igualdad. Tal vez por eso, por esa falta de banderas generales, estas manifestaciones fueron tan multitudinarias en cada rincón del país.

Las mujeres se cansaron de la brecha salarial, los techos de cristal, el acoso sexual y, por su puesto, de todas las mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas. La unión femenina desde todos los frentes y en todas sus formas fue clave para reunir a las seis millones de personas en las calles, según cifraron los sindicatos. Por eso se habla de transversalidad. Una transversalidad que no entiende de edades ni profesiones, que no entiende de labores ni clases sociales. Una transversalidad tan real

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8 que hace este discurso enormemente potente. A España le cuesta reclamar masivamente en las calles. Cuando la respuesta es así de contundente, es que podemos hablar de un hartazgo generalizado. Así de masivas fueron, por ejemplo, las respuestas contra la guerra de Irak, donde el 90 por ciento de los españoles se manifestó en contra de ir a la guerra. O el más reciente #15M, donde la gente salió a las calles para mostrar su rechazo a la clase política e intentar acabar con el bipartidismo. “Hay que parar para cambiarlo todo”, “Si las mujeres paramos, se para el mundo” o “Vivas, libres y unidas por la igualdad” han sido algunas de las consignas elegidas por el movimiento 8M, plataforma a la que se le adjudica la organización de esta huelga. Así, se ha parado en lo laboral, en los cuidados del hogar, en el sector estudiantil y en el de consumo. Con este parón se intentaba sacar a luz todas esas labores y actividades que en lo cotidiano hacen las mujeres y no se valoran lo suficiente, o no se valoran absolutamente nada. En Mallorca, una isla del Mediterráneo en el que cuesta mucho que las reivindicaciones sociales se vuelvan masivas, tal vez por el carácter isleño algo ermitaño, la asistencia multitudinaria del #8M cantando “Visca, visca, visca la lluita feminista” [Viva, viva, viva la lucha feminista] fue sorprendente. Unas 20.000 mujeres, y algunos hombres, tomaron las calles para gritar por sus derechos y convertir este día en un ícono de lucha y de fiesta. Unidas con

el color violeta de carteles, banderas y pañuelos, todas las generaciones posibles se solidarizaron entre sí y sintieron el famoso empoderamiento. Si algún hombre iniciaba un cántico las mujeres no los secundaban, casi. En cambio, si lo hacía una mujer, lo continuaban en un tono alto, masivo, con el protagonismo que habilitan los reclamos y tantos años de reivindicaciones muy poco escuchadas. También caminaron a la par de la muchedumbre algunos hombres con pancartas sindicalistas, pero no duraron mucho porque rápidamente los increpaban las asistentes para animarlos o exigirles que mínimamente los carteles sean sostenidos por las protagonistas de este día. Para finalizar este relato me gustaría acabar con la experiencia de una asistente de 17 años, Lucila Muñoz, que me explicó lo que para ella fue lo más emocionante de la jornada: “ ...en una parte del recorrido íbamos con mis compañeras del Instituto (secundaria) y pasamos por el frente de una residencia de ancianos, y la gente anciana nos saludaba al pasar, pero había una señora especialmente emocionada, y al verla, paramos un gran grupo de personas para saludarla, aplaudir y algunas le gritaban ‘guapa’... la mujer se puso de pie y se emocionó aún más. Al cabo de unos minutos bajó la enfermera que la cuidaba y nos explicó que la mujer tenía Alzheimer y había sido feminista en su época. Entonces nos dió un cartel para que lo sumemos a la manifestación. El cartel decía ‘mis brazos están cansados de sujetar este cartel desde 1960’”.

Carolina Gómez. Estudié en La Plata y en 2003 me vine a Mallorca, España. Acá trabajé más de 10 años en prensa escrita y TV. Me encanta viajar y suelo hacerlo en autocaravana (casa rodante) con los niños. Soy muy viajera...




Madrid

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las brujas que detuvimos la lluvia Estefanía Santiago

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Estefanía nos cuenta cómo vivió la jornada desde Madrid. Cámara en mano, registró sensibilidades al borde del estallido, complicidades generacionales y la intensidad de los cuerpos copando la calle. La inestabilidad como condición de las subjetividades revueltas, mitos de distancia y un abrazo colectivo que casi lo cura todo.

El jueves 8 de marzo estuvo gris, como lo está hace 12 días consecutivos. En Madrid hay una nube enorme, un cielo inestable, una garúa finita y constante que anuncia la llegada de la primavera. Nadie, aquí, puede creerlo: ¿A dónde fue nuestro sol infinito? Me gusta esa palabra: inestable. A veces es una forma de incomodidad, a veces es una sensación en nuestro día a día, más común de lo que pensamos. Este mes empezó así, quizás también se mimetizó con un “estar” social, estamos inestables hace tiem-

po. Pienso: vine de mi país inestable, entrañable pero complejo, a este otro donde las cosas tampoco están tan resueltas como nos las pintan desde el otro lado del océano. Las desigualdades de género, culturales, económicas y sociales se sufren en ambos territorios; podemos discutir las diferencias, pero las desigualdades están. Por eso el 8M llegó y fue una prueba de fuego, el temblor de una revolución. Un día histórico que movió toda inestabilidad borrosa. Esa mañana tan esperada, me des-


12 perté y dije extrañada: mi primera marcha lejos de casa, acompañada por otras mujeres, otras culturas, otras experiencias, caminando calles que ahora son las cotidianas, pero que hasta hace poco tiempo no lo eran. ¿Cómo será? No es que crea que tenemos códigos muy distintos, pero quería dejarme sorprender. Sin embargo, algo en mi interior me decía que iba a sentir cercana esta experiencia, que la energía de las mujeres de mi vida iba a estar conectada conmigo, atravesando la geografía, pulsando esa ansiedad, este descubrir. Que iba a estar acompañada. La información que había buscado previamente me había dado una idea de lo que se avecinaba. No salí de casa hasta tres horas antes de la concentración, deseando que cualquier pronóstico temporal de lluvia dijera que hoy se aguantaba por un rato, aunque sabía que la lluvia no iba a ser un impedimento. Guardé la cámara en mi mochila y salí a la calle. Llegando a la esquina, lo sentí: el aire que se respiraba era otro. A unas cuadras pasé por uno de los puntos de concentración. Es difícil de explicar, pero estaba en casa. Mujeres caminaban hacia todos lados, iban y venían, se encontraban en abrazos, se pintaban entre ellas, preparaban carteles, almorzaban, se llamaban por teléfono, se fotografiaban. Esperaban durante estas 24 horas de paro, el momento para comenzar a caminar todas juntas. A las 19 horas en punto la concentración era gigantesca, mujeres llegaban por todas las calles, agrupadas, solas, acompañadas por su parejas, hijxs, familias. Entre mi emoción de

estar ahí y mi torpeza por registrarlo comencé a hacer retratos de personas en las que encontraba una sensibilidad al borde de estallar y a intercambiar algunas palabras. Éramos un abrazo, un sostén invisible que lo contenía todo. La movilización fue un encuentro renovador, potente, inmenso. La mirada cómplice entre distintas generaciones fue comprensión, un cuidarnos colectivo y un calor que solo puede provenir de las memorias, de diversas culturas que nos atraviesan, de nuestros paisajes interiores, de lo que sabemos nos ha costado esta vida –a nosotras, a nuestras madres, abuelas, amigas–, de los miedos que pasamos, de la cantidad de muertes a las que sobrevivimos. La intensidad de los tambores, los cantos, los gritos, la risa, el llanto resonaba entre los edificios, entre nuestros cuerpos que marchaban hasta el fin. La llovizna retomó su ritmo un poco antes de llegar al último tramo. Somos las brujas que detuvimos la lluvia –pensé– y que organizadas paramos el mundo. No alcanzan las palabras para describirlo. Siento que a donde vayamos o de donde vengamos nos hermanamos y hay un valor en eso que, creo, lo recuperamos. No estamos solas, nos acompañamos superando cualquier distancia. Hoy ya es 9 de marzo, la inestabilidad climática continúa en Madrid y parece que se va a quedar por un tiempo. Pero el mundo es otro, ya la rueda comenzó a girar en otra dirección, ya no hay miedo, el sol está en nosotras y la fuerza para acabar con el patriarcado y luchar por nuestros derechos no nos la quita nadie.

Estefanía Santiago. Artista, licenciada y profesora en Artes Audiovisuales.




París 15

las sonrisas cómplices Ana Carolina Arias

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Ana viajó a Francia hace poquito. Investigó y se movilizó entre las redes para saber cómo y junto a qué colectivos participar de la Grève des femmes. El día llegó, entre el frío y el encuentro recorrió las calles parisinas recopilando panfletos, sumándose al potente cortejo latino, notando las distancias.

La Previa Hace más de 15 días que estoy en la ciudad de París e incluso desde antes de venir, me dediqué a indagar, a buscar colectivas, agrupaciones, a saber cómo se preparaban en Francia las mujeres para el Paro Internacional, la Grève des femmes. Las respuestas llegaron lentamente, y la información escaseaba. Por un momento sentí que no habría calles, que no habría luchas aunadas ni huelgas fuera de las redes sociales. Encontré una página 8 mars

que en alguna forma sintetiza los sentidos mayoritarios sobre este día en Francia: Le 8 mars, faites grève pour un monde qui respecte le travail des femmes: pour refuser le travail bénévole et pour réclamer l’égalité des salaires. [Haz paro el 8 de marzo, por un mundo que respete el trabajo de las mujeres: para rechazar el trabajo voluntario y para reclamar la igualdad de salarios]. La página proponía colgar carteles en la oficina, responder una encuesta sobre acoso sexual en el trabajo, entre otras formas –bastante flojas diría– de


16 parar. Otros sitios web ofrecían una nutrida agenda cultural para el 8, cine, teatro, exposiciones, música, humor. También encontré avisos de lavado gratuito de autos para las mujeres en su día. Acá, en la tierra de Olimpia, de Simone, de Virginie... la manifestación, la huelga en la calle, el encuentro en los espacios públicos, se escondía en grupos cerrados, se obturaba en los discursos de igualdad salarial. Un día, a menos de una semana del 8, empecé a dejar posteos en diferentes grupos: bon jour, je suis de l’Argentine mais je vais être le 8 mars à Paris. Il voulait savoir s’il y aura une manifestation pour pouvoir m’unir. Merci beaucoup! [Buenos días, soy de Argentina pero estaré el 8 de marzo en París. Quisiera saber si habrá una manifestación para poder unirme. ¡Muchas gracias!]. ¡A qué punto tuve que llegar! ¡a preguntar si habría o no una manifestación!. Y voilá. Finalmente llegó la respuesta, y por suerte, con buenas noticias. La grève tenía horario y lugar. No sólo eso, también habría un “cortejo latinoamericano”. Aparte, del otro lado del charco, hace cuatro días se gesta en La Plata una colectiva de escritoras y editoras que armó un hermoso revuelo feminista en las redes sociales y se prepara para hacerlo también en la calle. Las vecinas del barrio se organizan para compartir auto rumbo a la plaza moreno. Las mujeres en la universidad comparten manifiestos, pegan carteles en sus lugares de trabajo. Se discute, que si los hombres van o no van, qué hacen en sus trabajos, qué hacen con les hijes. Se discuten nuestros papeles asignados socialmente de forma fuerte y clara: en la casa, en el trabajo, en la calle. La vibración del #8M argentino me llega intensamente.

8 de marzo de 2018 París amanece con lluvia. El frío polar siberiano aflojó la última semana pero se cambió por lluvias cotidianas. Es 8 al fin, y no puedo dejar de escribir y repostear videos, imágenes, palabras. Las mujeres, sus luchas, invaden mensajes, chats y redes sociales. Se siente la vibración. Tomo unos mates y preparo un almuerzo polenta, para salir al frío y a la calle sin que importe nada. A las 15:30 me encuentro con un amigo y su hija, de La Plata. Primera alegría de la tarde. Vamos a la Plaza de la República donde la gente se acumula tímidamente. Un circo con animales en exposición empieza a guardar sus carpas y en la plaza entran camiones y autos con altoparlantes. Hacemos un recorrido por los diferentes gacebos y los grupos… cada quien con sus banderas, con sus consignas. Pheministes, Union syndicale Solidaires, cgt.fr, Osez le féminisme, association Femmes égalité, afrin (las kurdas), las paquistaníes... En poco menos de una hora, me hice una buena colección de stickers, pines y panfletos. En simultáneo, el primer ministro anuncia medidas para “mejorar la igualdad y reducir la desigualdad salarial”, a las cuales las organizaciones feministas responden gritando fuerte “parole, parole, parole”: solo palabras sin acciones concretas. A falta de un reclamo unívoco visible, en la plaza convergen luchas feministas múltiples, notablemente atravesadas por los problemas migratorios, racistas, nacionalistas. La interseccionalidad, sino pensada, presente. Una ronda de mujeres kurdas danzan alrededor de dos mujeres que tocan el tambor. Allí estaban también, salvando la tarde, las latinoamericanas. Sólo ver los pañuelos verdes al cuello o los


París 17 carteles #Ni una menos el corazón empezó a galopar. Alerta Feminista y las Guarichas Cósmikas son dos de las organizaciones presentes en este cortejo, con el cual marchamos al grito de ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ alerta alerta alerta que caminanmujeres feministas por las calles parisinas!!!!!!!!!!! Los tambores de las guarichas adelante, las latinas moviéndose al ritmo detrás. Las calles empezaron a llenarse con una columna colorida y festiva, encabezada por las organizaciones sindicales. Llego ahora el momento de los “peros”. Vi hombres repartiendo volantes e incluso gritando consignas por el megáfono: en Argentina esto no hubiera sido posible jamás, no porque algunos hombres no apoyan la lucha, sino porque se les pidió respeto, porque el espacio de la calle y de la palabra es hoy para las mujeres. Aparte, las consignas diversas de cada grupo particular, todas válidas, no lograban convergencias: la liberación de Ahed Tamimi, la igualdad salarial, el fin de la violencia machista. ¿Y las lesbianas, travestis, trans? Sin conocer en profundidad el movimiento feminista francés, me quedo con el gusto a poco. La cantidad

de gente en la marcha dejaba mucho que desear, leyendo algunos periódicos hoy tiran la cifra de 1500 personas. Frente a los millones en otros países, insisto, sabe a poco. El cortejo latino, vuelvo a eso, tenía algo diferente. Caras pintadas de colores, purpurina, tambores, baile. Estar con ellas, en la lluvia, con sus colores entre la marea oscura de abrigos largos, gorros y paraguas, era como estar en casa. Las sonrisas cómplices, los gritos de gargantas abiertas, la fiesta feminista como corresponde a este día de lucha, de encuentro sororo. Escribo y me emociono, siento en el pecho las ganas de abrazar a cada mujer de mi vida, agradecerles. A mi hija, a mi madre, a mis hermanas, a mis compañeras escritoras y editoras, a mis vecinas. Todas están hoy acá conmigo, gritándole al frío, al patriarcado, al capitalismo. Escribo con un nudo en la garganta, pero con las manos bien abiertas y libres. Lo personal es, será y fue, siempre político. Las mujeres estamos moviendo el mundo con nuestra revolución.

Ana Carolina Arias. Licenciada en Antropología, Especialista en Educación, Géneros y Sexualidades y becaria doctoral de la UNLP. Actualmente investiga sobre la participación femenina en las ciencias antropológicas de la Argentina durante la primera parte del siglo XX, mezclando enfoques de historia de la ciencia y de la teoría de género. También impulsa y acompaña diferentes proyectos editoriales en Club Hem, Ediciones de la caracola y revista Kula.



Bruselas

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una fuerza que asoma Soledad Balerdi

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Desde Bruselas, Bélgica, Soledad comparte algunas impresiones de un país marcado por divisiones culturales entre sus regiones y en el que actualmente se discuten cuestiones sobre la migración.

Cuando me propusieron escribir sobre el #8M en esta ciudad en la que vivo hace apenas unos meses –y sólo por algunos más–, creí que no podría hacerlo: hacía días –mientras mis redes sociales explotaban por la previa de la jornada en Argentina– me había dedicado sin éxito a buscar información sobre el Paro Internacional de Mujeres en Bruselas. Salvo por un evento de Facebook creado por un grupo de mujeres de la Universidad de Gante –una pequeña ciudad flamenca con fuerte tradición universitaria a unos 50 kilómetros de la capital belga– no había encontrado nada. Si las redes sociales no contaban con información sobre la

grève international des femmes, mucho menos lo hacían los diarios locales en los que indagué por esos días. Finalmente una semana antes del 8 de marzo encontré lo que buscaba y me di cuenta de mi error. Tan imbuida como estaba en el torbellino #8M en Argentina, había buscado insistentemente sobre el paro de mujeres en Bruselas, sin darme cuenta de que la razón por la que no encontraba nada al respecto era porque acá no habría paro. La información me llegó primero gracias a un pequeño cartel pegado junto a una de las ventanas del lavadero de ropa autoservicio de mi barrio y luego a través de un breve post titulado


20 “Journée Internationale de la femme” [Día internacional de la mujer], que encontré publicado en un sitio web con “información de interés para jóvenes” que brinda servicios de asesoramiento sobre empleo. Lo primero que llamó mi atención fue que el gobierno de la ciudad, según anunciaba el post, había organizado una serie de actividades durante esa semana. Bajo el nombre en inglés “Ladies First” [Las damas primero], se desarrollarían charlas, conferencias, proyecciones, conciertos y paneles, para “sensibilizar al público sobre el rol de las mujeres en la sociedad”. La fecha aparecía casi como una efeméride más en la agenda oficial local, la misma que poco más de una semana atrás había celebrado el Año Nuevo chino con una exposición de enormes linternas de papel que representaban edificaciones tradicionales en la Grand Place, y la iluminación alusiva de la fachada del Hôtel de Ville –el imponente edificio medieval del Ayuntamiento–. Pero no todo estuvo canalizado institucionalmente. El post también anunciaba una manifestación organizada por la Marcha Mondiale des Femmes en el centro de Bruselas a las puertas de la Gare Central, la estación principal de trenes por la que cotidianamente circulan cientos de personas. Allí fui, un 8 de marzo que transcurrió frío y lluvioso. Al llegar me encontré con un pequeño escenario, unos cuatro o cinco gazebos blancos dispuestos en semicírculo, y unas 150 personas a las que para el final de la jornada se sumarían apenas unas tantas más. En un lugar en donde el aborto es legal hace casi treinta años y donde uno de los temas centrales del debate público actual es la migración –y las tramas económicas que la producen–, la prin-

cipal consigna de la jornada fue: “no a la precarización”. La actividad estuvo acompañada principalmente por sindicatos y partidos de izquierda cuyos principales reclamos giraban en torno a la desigualdad económica (condiciones laborales, sueldos, pensiones, seguridad social). Bélgica se divide oficialmente en tres regiones en las que se hablan tres idiomas diferentes. Los dos más importantes son el francés en el sur y el neerlandés –o flamenco– en el norte. Y a pesar de la fluida comunicación entre las ciudades, provista por la frondosa red ferroviaria que cruza el país, existe una frontera simbólica muy arraigada entre estas dos adscripciones mayoritarias. Los argumentos que la sustentan nos recuerdan lo que sucede en otros países europeos: una parte –la flamenca en este caso– se percibe más rica que la otra y desea dejar de ser el sustento económico de un país que, a su pesar, debe compartir con un otro cultural a quien no se piensa unido. En este contexto, los equilibrios son frágiles, y los intentos por hacer representativa esta jornada de lucha se expresaron sobre todo en el uso de ambas lenguas ante cada consigna, cada cartel y cada canto. “Les femmes ne veulent pas payer la crise” en francés, “Schuif de crisis niet of op vrowen” en neerlandés [las mujeres no quieren pagar la crisis], fue la frase del principal cartel sobre el escenario. El cosmopolitismo de una ciudad fuertemente marcada por la presencia migrante se vio también en esta manifestación, en la que el francés y el neerlandés se mezclaron, entre la gente, con el inglés, el portugués, el español. Y digo “la gente” y no “las mujeres” porque la presencia de varones participando activamente de la manifestación


Bruselas fue algo de lo que más llamó mi atención. Llegué incluso a no creer cuando un señor se nos acercó muy campante a explicarnos –a mí y a una compañera uruguaya con la que compartíamos impresiones sobre el evento– por qué las mujeres no debían cobrar un salario menor que los hombres. La tarde transcurrió al ritmo de tambores. Lo que comenzó un tanto frío y quieto fue adquiriendo calor y movimiento. Más gente se fue sumando de a poco y se armó baile en el centro de la pequeña plaza rodeada de edificios. La primera actividad fue un juego de elásticos dispuestos cual escalera, que las mujeres debían ir subiendo. Éstos se colocaban cada vez más altos, haciéndose cada vez más difíciles de atravesar. Al aliento de “allez allez allez” [vamos vamos vamos] de las compañeras, distintas mujeres se lanzaban a esta pequeña carrera que buscaba representar las dificultades y obstáculos que deben enfrentar cotidianamente en los ámbitos laborales y profesionales. A las 4 y media estaba planeado un

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“haka feminista”. Bajo las cámaras – sostenidas por varones– de un par de medios locales, y siguiendo las indicaciones de una de las militantes de la Marcha que llevaba el micrófono, un grupo de mujeres se formó de frente al escenario y con fuerza y a los gritos performó un “haka” bajo la –tan general– consigna: No al sexismo! No al racismo! No al capitalismo! En Bruselas no hubo paro y esta movilización no fue masiva. La fuerza del movimiento de mujeres en Argentina no es fácil de encontrar en todos lados. Pero esta vez –a diferencia del año pasado según me dijeron– un grupo de mujeres cada vez más numeroso le puso color a una tarde fría y gris, bailó, cantó y gritó por la igualdad de condiciones al ritmo de “so so so solidarité avec les femmes du monde entier” [solidaridad con las mujeres del mundo entero]. Como escribió una compañera: la semilla está plantada. Y lo que de ella surge será sin dudas cada vez más grande.

Soledad Balerdi. Socióloga, docente y extensionista de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP.



Chiapas

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un feminismo donde entren muchos feminismos Juliana Arens y Evelina Laddaga

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Juliana y Evelina cuentan cómo vivieron el Primer Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan en México junto a las compañeras zapatistas. Se encontraron en un arcoiris transnacional erigido sobre la base de una gran diversidad política, sabiendo que entre todas las diferencias de cultura y procedencia subyace una igualdad desde la que resistir para transformar.

Del 7 al 11 de marzo más de 5 mil mujeres de más de 38 países nos reunimos con 2 mil compañeras zapatistas en las montañas del sureste mexicano a celebrar el Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan. A varios días del cierre de este primer encuentro, es difícil ordenar las palabras, estructurar una crónica, compartir lo vivido. La experiencia nos rebasa y, aunque las busquemos, pareciera que las palabras no alcanzan.

Deberíamos contar el torneo de fútbol femenino donde la árbitro es una mujer zapatista, trotando detrás de la jugada, usando su vestido y su pasamontañas, cargando en brazos a una niña. Deberíamos contar la dinámica teatral en la que una mujer muy alta y muy rubia, rapada su cabeza, con los ojos cerrados buscaba con movimientos muy pausados, tocar la piel de una mujer bajo su pasamontañas. Deberíamos contar la manada de mujeres que lloraban frente al discurso de


24 la Comandanta Miriam y, unos minutos después, hacían pogo eufóricamente mientras sonaban las rancheras feministas de las mujeres del EZLN. Guatemaltecas, rusas, argentinas (muchas), gringas, italianas, brasileras, indígenas, del MST, aborteras, lesbianas, morenas, güeras, en español, en tzotzil, en inglés, en mapudungun, luchadoras, luchadoras, luchadoras, luchadoras, luchadoras. Todas, sus puños en alto, reunidas para festejarnos, para acordar cómo seguir, para defender la vida. “Lo que vemos, hermanas y compañeras, es que nos están matando. Y que nos matan porque somos mujeres. (…) Bueno, aquí estamos como un bosque o como un monte. Todas somos mujeres. Pero lo sabemos que hay de diferentes colores, tamaños, lenguas, culturas, profesiones, pensamientos y formas de lucha. Pero decimos que somos mujeres y además que somos mujeres que luchan. Entonces somos diferentes pero somos iguales” (Palabras a nombre de las Mujeres Zapatistas al inicio del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan). Las mujeres zapatistas saben muy bien que “defender la vida” no es un eslogan vacío. Reconocer que lo que nos une es el peligro de muerte y que la lucha se convierte en sinónimo de vida, significa todas las veces un espasmo en nuestras cuerpas, una bronca que lo invade todo y un puño bien en alto.

Un encuentro de mujeres Desde nuestra trayectoria política, como militantes del movimiento de mujeres argentino, conocemos la po-

tencia de los encuentros de mujeres. Existe una fuerza intrínseca en el hecho de compartir cuatro días consecutivos, donde disponemos de espacios de debate y reflexión, y donde está vedado el ingreso de varones. Esta potencia no radica sólo en la posibilidad de rosquear poder popular 96 horas seguidas, sino en que hay algo que sucede a nivel de nuestras cuerpas, que tiene que ver con la libertad y, por ende, con la alegría. El primer día no solemos notarlo del todo, pero luego la piel la bronceamos, la dibujamos, la pintamos, las cuerpas bailan, se abrazan, se erotizan. Desde ya, también hacemos catarsis y brota el llanto y la bronca que quizás se acumulaban desde hacía tiempo. Si tuviéramos que elegir aquellas palabras que definen cómo volvimos, nosotras diríamos: firmes, protegidas, defendidas, seguras. En un contexto donde las mujeres solemos vivir con miedo, sentir seguridad es, sin dudas, revolucionario. Ese encuentro de mujeres, esta vez, lo vivimos en territorio zapatista, ahí donde el pueblo manda y el gobierno obedece, y con compañeras de todas partes del mundo. Las dimensiones políticas del encuentro, por sí solo, son inmensas.

Nuestras anfitrionas El Encuentro era por, para y desde nosotras. Mujeres, casi ocho mil se dice, focalizando su energía allí para que las dificultades que sortear fueran mínimas y el nutrirnos entre nosotras fuera el baluarte y la razón por la que estar en medio de los verdes chiapanecos. Es difícil encontrar palabras que lo-


Chiapas gren describir la labor de las zapatistas y hasta nos sentimos pobres si sólo hacemos referencia a ellas como anfitrionas. Pensaron en todo; en el antes, el durante y el después, porque en más de una ocasión rescataron la importancia de aquellos comentarios que fueron leyendo o escuchando en relación al devenir del encuentro y el deseo de tomarlos para masticarlos entre todas y que eso sirva para seguir caminando. Visitar un caracol zapatista se hace cuerpo; es traducción de aquello que atraviesa su lucha y su cotidiano; es atravesar un mundo que no le teme al arte y al color como portavoces para gritar muy fuerte que este mundo capitalista y patriarcal no es el que se desea; es sentir en el propio cuerpo el deseo y el trabajo por ser iguales y que los ojos sean los que denoten sentires. El Caracol de Morelia tenía decenas de murales pintados exclusivamente para este encuentro; había además sutiles pero necesarias estructuras de madera techadas con nylon debajo de las cuales guarecernos del sol del mediodía y la fresca nocturna. Los fuegos ardían bajo ollas con agua caliente, café y elotes; las tortillas escaseaban sólo por minutos porque siempre alguna se encargaba de esquivar la cola de mujeres para resolver la falta y seguir generando alimento. Nunca faltó agua purificada; nunca faltó agua en las cubetas para los inodoros así como tampoco bolsas donde tirar los desechos. Nunca faltó una zapatista intentando solucionar alguna dificultad con el sonido sobre el escenario así como tampoco faltaron las compañeras de Tres Tercios registrando audiovisualmente todo lo que allí acontecía. Y no es que en todo esto ya contaban con experiencia, no. Se debió aprender sobre la marcha porque fue el

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Primer Encuentro y así, una vez más, el ejemplo fue un hecho: se propusieron recibir a mujeres del mundo y allí las esperaban con el ferviente deseo no sólo de hacer de su hogar ese hogar transitorio, sino convertir ese espacio en ese mundo donde quepan tantos otros mundos. Los talleres fueron tan variados que enumerarlos parece una tarea infinita: desde procesos intensos para profundizar aún más la confianza y la inhibición entre nosotras, desdibujando esas barreras tan sedimentadas aún entre nuestras cuerpas, hasta charlas sobre la situación de organizaciones feministas hondureñas pre y pos asesinato de Berta Cáceres. Desde talleres sobre cómo fabricar toallas femeninas ecológicas, hasta cómo crear nuestros propios mapeos del cuerpo e incluso cómo crear un GIF que nos permita multiplicar ejemplos, conciencias, luchas. Y no faltaron la música, las payasadas, la poesía, los rituales al alba, la batucada improvisada y el paseo por los paños de las compas que allí también quisieron compartir sus trabajos, y así hacer crecer el trabajo autogestivo para que eso devenga en un recuerdo más de este Encuentro.

La palabra colectiva “Mi nombre es Insurgenta Erika, que así nos llamamos las insurgentas cuando no hablamos de individual sino de colectivo. Soy Capitana Insurgente de Infantería y me acompañan otras compañeras insurgentas y milicianas de diferentes grados. (…) Nuestra palabra es colectiva, por eso están aquí conmigo mis compañeras. A mí me toca leer, pero esta palabra la acordamos en colectivo con todas las compañeras que


26 son organizadoras y coordinadoras en este encuentro” (Palabras a nombre de las Mujeres Zapatistas al inicio del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan). El primer día del encuentro, viernes 9 de marzo, las mujeres zapatistas hicieron una serie de representaciones donde compartieron el lugar de las mujeres en el EZLN. Narraron cómo fueron exclusivas en un primer momento, cómo empezaron a ocupar cargos de mandos y cómo hoy participan en toda la vida comunitaria. Cabe recordar que el movimiento fue uno de los pioneros en cuestionar la realidad de las mujeres al sancionar la Ley Revolucionaria de las Mujeres, conocida un mes antes del alzamiento del 1 de enero de 1994. Pero la voz colectiva no sólo tiene que ver con la palabra, sino con crear desde la diversidad códigos comunes que nos permitan avanzar en este camino de entendimiento, de diálogo, de hermandad. La utopía zapatista hoy vibra en nosotras: crear un feminismo donde entren muchos feminismos. Ca-

mino que nos quiere y necesita unidas y del que sólo nosotras somos sus artífices. Camino-mundo donde quepan muchos otros, donde las voces se alcen en común unión y donde basten miradas para sabernos alerta, firmes y libres. Toda la experiencia ha pasado por nuestras cuerpas y en este momento las ideas florecen en nuestra mente y en nuestro corazón, en un estado tal de ebullición constante que se hace difícil construir conclusiones finales. ¡Qué vivan las mujeres zapatistas, que vivan las mujeres del mundo que luchan, qué vivan cada una de nuestras banderas! ¡Qué muera para siempre el sistema patriarcal! “Y tal vez, cuando les pregunten cuál fue el acuerdo, ustedes digan: “Acordamos vivir, y como para nosotras vivir es luchar, pues acordamos luchar cada quien según su modo, su lugar y su tiempo”” (Palabras a nombre de las Mujeres Zapatistas al inicio del Primer Encuentro Internacional, Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan).

Juliana Arens. Bahiense, escuela de monjas, Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP), militante de la cultura autogestiva y popular en En Eso Estamos, Radionauta y ZAZ!, docente de adultxs, autora de “Traidoras. Crónicas de vida de mujeres privadas de su libertad”. Hoy argenmexa y antropóloga social por el CIESAS. Feminista, anticapitalista, antirracista y antipunitivista. Evelina Laddaga. Comunicadora Social (Licenciada y Profesora egresada de la UNLP) y a ese comunicar lo lleva como baluarte cuando camina por las letras, la antropología, la fotografía y la música; y lo concreta aún más siendo parte, desde su génesis, de la FM Radionauta 106.3, radio alternativa, comunitaria, popular y libre. Ese andar la llevó a México y desde allí comparte ahora.




San José de Costa Rica

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juntas frente a la inquisición cultural Guillermina Watkins

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Guillermina, desde San José, Costa Rica, nos ofrece una crónica sobre la trascendencia que tiene actualmente el movimiento de mujeres en las luchas democráticas en ese país, entre candidatos presidenciales que asumen la ofensiva conservadora y medios que solapan la existencia de una lucha que crece.

Mientras en el árbol que sobrepasa mi casa suena un pájaro carpintero, reflejo de esta verde Costa Rica en la que vivo entre idas y vueltas hace ya 6 años, tomo mate y acepto la hermosa invitación de boba. Atravieso un tiempo que no se traduce solo en mí, sino que nos atraviesa a todas las mujeres del siglo XXI: el empoderarnos, el ir tras nuestros sueños, el ubicar nuestros qués para que los cómos lleguen solos. Está difícil la mano: vivimos en un mundo que está obstinado en desaparecernos y minimizarnos, sin embargo

–y sin embargo– aún tenemos que defendernos frente a muchos y muchas explicando por qué luchamos por lo que luchamos. En fin. Ya saben de esto. Costa Rica no está exenta de nada de eso. Es más, “el país más feliz del mundo” oculta una cara bastante dark en el fondo, que se va reflejando en la superficie del discurso, en la calle y en los medios. Nos encontramos en un marco muy complejo: el 1 de abril será el ballotage entre dos presidentes que representan, por un lado, a la vieja Costa Rica (un mundo feudal personi-


30 ficado por Fabricio Alvarado, candidato del Partido Renovación Nacional) y, por otro lado, a una Costa Rica más moderna, de emprendedores, profesionales y libre pensantes que no dejan de ser de tendencia centro derecha (encabezada por el actual presidente, cuya gestión se encuentra involucrada en un caso de corrupción llamado “el Cementazo”, y con el candidato Carlos Alvarado, del Partido Acción Ciudadana). En el escenario actual, es preferible la segunda opción, claro está. Previo a las primeras elecciones, el gobierno actual siguió la orden de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos de aprobar el matrimonio igualitario. Mientras muchos de nosotros festejábamos y ya organizábamos bodas igualitarias por doquier, la jugada salió en contra: miles de personas se opusieron y se congregaron detrás del ala del candidato evangélico Fabricio Alvarado –pastor, periodista “sin títulos” y director de una iglesia evangélica– bajo el reclamo de “volver a lo tradicional” y otras palabras salidas del discurso que opone “lo de Dios” y “lo desviado”. La iglesia católica, obviamente, dijo presente a pesar de que su autoridad máxima –el Papa Francisco– tiene un discurso más inclusivo en ese sentido. El candidato de Renovación quiere enfocarse en la “familia tradicional” y pide “restaurar a los homo-

sexuales” y devolver a las mujeres a un “rol fundamental” desde la casa. Además, en temas económicos y culturales hace agua, por no decir océano. La marcha del jueves 8 de marzo se dio en ese contexto y los medios, por supuesto, no la cubrieron. El reclamo se unificó bajo las consignas de “Ni una menos”, “sí al aborto legal, seguro y gratuito” y “sí al matrimonio igualitario”, sumando también la necesidad de decir “NO a Fabricio Alvarado”. En un país de más de 4 millones de habitantes, fuimos muchas personas las que acudimos, un hecho histórico en un país en el que todo es tan “pura vida” que no se acostumbra a salir a protestar de forma corriente por los derechos colectivos, aunque sean vapuleados de forma constante y silenciosa. Pero no sé si fuimos o somos suficientes para combatir el odio y el avance de una “inquisición cultural” que parece avecinarse. Ojalá que sí. A pesar de todo, en cada manifestación siempre se ve más gente: niños y niñas con sus padres o madres, jóvenes presurosos por salir a decir que no se puede volver al pasado, que es necesario avanzar. Porque el mundo así lo hace y nos tenemos que ir acercando a uno donde quepamos todas y todos por igual.

Guillermina Watkins. Nació en Neuquén (Argentina) y actualmente vive en Costa Rica. Periodista, redactora publicitaria y practicante de ashtanga yoga. Vegetariana y amante de los viajes y los perros.




Samaipata

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sanar mientras peleamos Carolina Ricaldoni

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Desde Samaipata, Bolivia, Carolina relata un 8M teñido por un clima festivo de Estado que celebró a las mujeres sin darles voz y les deseó un buen día de descanso. Ante el ruido, se pregunta por las estrategias que potencien el encuentro entre el adentro espiritual y el afuera colectivo.

Escribo este texto habitada por preguntas infinitas arrojadas tras días de experiencias disímiles, en la noche del Día Internacional de la Mujer, desde el pueblo de Samaipata, Bolivia. Hoy en la tarde hubo un acto en la plaza central organizado por la Alcaldía y la Defensoría de la Mujer y la Niñez. Las Bartolinas y Mujeres de Comunidades no hablaron en todo el acto. Estaban sentadas a un costado del palco, escuchando a la locutora contratada para la ocasión y al alcalde del MAS, quien honró a la mujer que tanto trabaja y que necesita un descanso en

su día. Después se realizó una marcha simbólica alrededor de la plaza y la iglesia, que fue encabezada por el mismo intendente y la presidenta del Concejo Municipal. Más tarde hubo música, baile, zumba y se hizo el juego de la silla. Sí, ¿raro, no? zumba y el juego de la silla. Una clase de yoga estaba programada para realizarse en la Defensoría cuando terminara el acto, pero nos retiramos antes. Yo estaba junto a un grupo pequeño de mujeres, citadinas y de clase media, provenientes de otras ciudades y radicadas en el pueblo, con las que


34 pensábamos citar al resto a un diálogo sobre las problemáticas nuestras, de las mujeres. La idea fue abortada al ver este contexto tan festivo y sin ánimo de debate o de problematización. El eco del feminismo masivo de Argentina llega a otros países de América Latina pero la llama aún no se prende en tierra adentro. La mecha es larga. Hay mucho por corroer. A la tardecita fui a una reunión con un maestro budista que oficiará el retiro de tres días que comienza mañana, llamado Vipassana. Las preguntas no dejan de retumbar en mi cabeza y como no creo que se las puedan imaginar, intentaré traducirlas en el texto. Para eso, necesito contarles un poco el proceso. En 2010, tras unos diez años de militancia social y política en La Plata y Buenos Aires, llegué a vivir a La Paz con mi bebé y mi compañero boliviano. No encontré enseguida un espacio donde me identificara para continuar con el activismo social, pero al cabo de unos años me hice amiga de un grupo de mujeres feministas de distintas vertientes con quienes comenzamos un movimiento interesante: hicimos actos culturales, marchas, plantones en contra de la violencia, por la despenalización del aborto y hasta elaboramos un manual sobre la interrupción temprana del embarazo con medicamentos. Hoy ellas ya cuentan con una línea telefónica que informa del procedimiento. También formamos círculos alrededor del fuego y ofrendamos mesas a la luna, pidiendo y agradeciendo lo que creíamos necesario. Ellas fueron red ante la separación con mi compañero, fuimos hermanas ante situaciones complejas, como la cárcel que le tocó vivir a una, o al menos lo intentamos. Con ellas también

forjamos un encuentro de mujeres de distintos departamentos (provincias) de Bolivia, donde una gran mayoría se definió en la línea del Feminismo Autónomo (recomiendo la lectura del libro Pensando los feminismos en Bolivia, Serie Foro 2, 2012). Y allí, con ellas también, experimenté la violencia entre mujeres. Y aquí hay que aclarar algo: una cosa es la violencia en un Encuentro Nacional de Mujeres de Argentina, entre católicas y laicas, pues son cientas, miles, son grupos peleando contra otros grupos o partidos políticos, allí la violencia se objetualiza en consignas, programas y metodologías, la violencia se corporativiza y hasta podés no vivenciarla, no verla, o hacerte la quemeimporta. Otra cosa muy distinta es la violencia entre hermanas, compañeras, amigas, dentro del núcleo y la red, violencia entre no más de 150 mujeres, casi todas conocidas o por conocerse. Ahí la violencia se corporiza: te toca o te toca. No podés escapar. Yo me fui. Me fui a vivir a otro lado, me fui a otra junta, me fui para adentro, me fui a Samaipata, un valle entre Santa Cruz y Cochabamba, a donde llega mucha gente para sanar. Sanar distintas enfermedades o problemas, que en general tienen origen espiritual. Hay ruinas originarias, terapias alternativas, budismo y también misticismo. Y aquí también me llegó “el encuentro con tu propia sombra”, de Laura Gutman. Algo tarde, quizás, pues mi hija de siete años decidió quedarse a vivir con su papá, a 100 kilómetros de distancia. Nos vemos todos los fines de semana, pero el mandato pesa. Pesa la voz de otros y de otras –sobre todo de otras– respecto a la familia y la sagrada maternidad que deberás sufrir o sufrir, de cerca, pegadita, pues los niños “DEBEN criarse con su mamá”.


Samaipata Empecé la procesión en distintas terapias hasta que por fin cerré los ojos y vi que no hay mandato ni metas que cumplir. El sentir la vida es suficiente, aceptándola, transformándola en lo que a una respecta. Pero aquí no me quiero extender por ahora: la verdad es propia y no hay recetas que aplicar. A propósito de la sanación, hace unos días, acercándose este 8 de marzo, hicimos un círculo de mujeres alrededor del fuego y bajo la luna llena. La mayoría eran madres. La mayoría tiene una sombra ya alumbrada o por alumbrar. Alrededor de ese fuego nos encontramos (otra vez) como hermanas para mirarnos y compartir, para sanar y también bailar y cantar. Surgieron distintas propuestas, como la de llevar adelante convocatorias para trabajar con la comunidad, con la señora del mercado o la del campo, con la adolescente embarazada y el pibe violento. También se quiere incluir a los hombres en alguna luna, cuando estemos más afianzadas. Desde hace tiempo me llegan preguntas que se presentan como imperiosas y esenciales, pero que no logro resolver. Por ejemplo, ¿es posible conciliar la lucha en las calles, a buen modo argentino, paceño o cochabambino, con la búsqueda de armonía, equilibrio y paz interior de la nueva era? O más fácil, ¿podemos sanar mientras peleamos? ¿Qué sucede con la lucha después de sanar útera, cuerpa y alma? ¿Hay un afuera después de meterse con el adentro? ¿Es cierto que cambiamos el mundo cambiándonos a nosotras mismas? Hoy una de las cumpas respondía que “eso es de esta era individualista”. Puede ser. O se la identifica con la era que llega con el calendario Maya, de cambio interior y permacultura, que es una era

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de cambiar adentro para emanar amor hacia afuera. Otra de las chicas estaba segura de que “cómo vamos a pedir que se termine la violencia si guardo rencores dentro mío, o tengo conflictos en la familia”. “Grito adentro y grito afuera, eso ¿qué cambio es?”. Y así. ¿Cómo encontrar el encuentro, sería le pregunta? Dentro de la otra corriente, el feminismo autónomo, entre otras cosas, las mujeres se proponen cuestionarse los privilegios de clase y, en ese sentido, les resulta inadmisible la unidad con mujeres de ONG que ganan un sueldo por ayudar a otras mujeres, o asistir a una marcha convocada por una mujer que adhiere al gobierno del MAS, por ser cómplices con la inacción ante los feminicidios. Entonces, ¿cómo logramos amplificar la lucha sobre la violencia machista si nos quedamos encerradas entre las que coincidimos y nada más? ¿Cómo vamos hacia otras si generamos violencia entre nosotras? Recomiendo ver el video de la intervención del grupo Mujeres Creando a un acto realizado por ONU Mujeres y la Alcaldía de La Paz. Es realmente provocador, socavador de comodidades. La última vez que fui a una reunión de organización política en el Gran Buenos Aires, hace un par de años, llegué como invitada porque había perdido el contacto desde que emigré a Bolivia; es decir, que hacía un montón de años que no presenciaba una de esas reuniones. Sobre el final del debate, uno por uno comenzó a decir lo que creía debía mejorar en su práctica cotidiana como militante. Es decir, ¡hacían autocrítica! Se me cayó la mandíbula, el culo, el prejuicio. En verdad no lo podía creer: dirigentes sociales haciendo autocrítica. Ahí pensé que esto de la nueva era trascendía fronteras.


36 Sin embargo, uno de esos compañeros que se autocriticaba tiempo después fue acusado de maltrato de género y apartado de la organización (o eso creo). No conozco los pormenores, pero no importa. Tal vez, para que esto del cambio interior y la autocrítica se corporicen, realmente hace falta sentarse en posición de loto y mirar hacia adentro con los ojos cerrados. Mujeres, hombres, o como te definas. Quedate así, sin hablar con nadie, 10 horas por día, durante 10 días y tu cabeza empieza a hablar y no para. Hasta que en algún momento para y empezás a sentir. Sentir. Sentir. Sentir. ¿Cómo es un feminismo desde el amor? ¿Se está haciendo en Argentina?, me pregunto si leyendo más sabré la respuesta, desde acá, Bolivia. El empoderamiento, ¿será algo más

que una falsa seguridad levantada sobre un castillo de arena que se cae ante la primera duda, construida para no caer ante la violencia ajena, erigida para competir contra tanta mierda? ¿Podemos compadecernos, perdonar a los hombres (o mujeres) que nos violentan? ¿O esto es muy síndrome de Estocolmo? ¿Podremos verlos como espejos que vienen hacia nosotras para mostrarnos nuestra propia violencia o para superar los karmas de vidas pasadas? ¿O esto es muy niu eish (new age)? ¿Dónde está la verdad? Una amiga muy mística decía que en cada una/o de nosotres. ¿Eso es la posverdad? O es el bla, bla, bla de boba. Jamás pensé que escribiría algo así. Lo siento Carlos Marx, Rosa Luxemburgo y Simone de Beauvoir. Mañana me voy al Vipassana.

Carolina Ricaldoni. Vivo en Bolivia hace 7 años. Con un pasado porteño, platense y mercedino, recién encontré mi lugar en el mundo (o eso creo hoy). Mujer, madre, payasa, profesora, ex periodista, ex, ex, ex. Aprendiendo a ser (a mi modo).




San Pablo 39

en esta cuerpa colectiva cabemos todas Mariela Cantú

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Mariela vive en Brasil hace veinte meses y tras el 8M se arroja a deconstruir algunos mitos sobre las cuerpas brasileñas y las cuerpas de todas. Su compartir en las calles con las hermanas paulistas nos hace llegar hasta acá el eco de una manera urgente de concebir nuestras diferencias físicas y materiales como disidencias y potencias políticas.

A las mujeres nos enseñan a odiar nuestros cuerpos. A las tetonas, porque los tipos te dicen cosas en la calle, cuando aún ni siquiera tenés edad para entender lo que te están diciendo. A las flacas, porque te dicen que la ropa “no te luce”. A las peludas, porque poca gente consigue mirarte sin pensar que tendrías que depilarte. A las oscuras, porque la publicidad insiste en venderte productos para “iluminar” tu piel. A las gordas, porque “qué pena, y siendo tan linda…”. Soy argentina y vivo en Brasil hace

veinte meses. A primera vista, parece que los cuerpos fueran aquí más libres que en el suelo patrio, que no es lo mismo que la Madre Patria. Por suerte, tenemos la Pachamama en quechua o la Ñuke Mapu en mapuche; pensar que todavía hay quienes se preguntan qué relación existe entre el sistema patriarcal y el colonialismo, pero ese es otro asunto. La morena samba, la brasileira es tan sensual, “a las minas acá no les importa nada, con esos rollos y en shorcitos”. Una fachada, una fachada


40 machista. Porque no deja de ser el ojo patriarcal el que adjetiva. Porque en Brasil, una mujer es asesinada cada dos horas. Porque hay una mujer violada cada diez minutos y una violación colectiva cada dos horas y media. Porque se mata una persona LGBT por día y, de la cifra total, la mitad son travesticidios. Porque un hombre que eyaculó en el cuello de (más de) una mujer en un ómnibus en la ciudad de São Paulo es sobreseído judicialmente sin que se considere que ha cometido ninguna falta. Porque el cuerpo de una mujer negra es más palpablemente vulnerable aún que el de una blanca, expuesto no sólo a la violencia machista sino a la permanente cosificación, el acoso físico y simbólico y la subestimación de sus capacidades intelectuales, laborales y creativas. La marcha del 8M en São Paulo fue, para mí, el encuentro de todos esos cuerpos. De los llamados “otros” cuerpos. El de las mujeres gordas, el de las mujeres negras, el de las mujeres viejas, el de las mujeres trans, el de las niñas, el de las mujeres indígenas, el de las mujeres trabajadoras (que ese día no trabajaron para el patrón sino

para el colectivo), el de las mujeres madres, el de las mujeres lesbianas. Fue, a pesar de la presencia activamente invasiva y anempática de varios hombres, la potencia de los feminismos no hegemónicos, la evidencia de muchos consensos despiertos, la conciencia de nuestro lugar sur en el mundo. Fue un día de lucha y de luto, de sensibilidades y de gritos, de sororidad y de revelaciones. Aun así, nos faltaron cuerpos. Los de las mujeres de la periferia que no tuvieron dinero para llegar al centro. Los de las que están en la cárcel, en los hospitales psiquiátricos, en el trabajo sin poder arriesgarse a hacer paro y perderlo. Los de las asesinadas y las convalecientes, los de las que están empezando a deconstruirse, los de las que piensan que eso no es para ellas. Las esperamos aunque están siempre con nosotras. Las tenemos grabadas, tatuadas, imborrablemente marcadas en esta cuerpa incómoda, en esta cuerpa que estamos aprendiendo a amar, en esta cuerpa colectiva. Cabemos todas, en nuestra cuerpa feminista.

Mariela Cantú. Nació en Argentina en 1981. Es investigadora, curadora y realizadora en Artes y Medios Audiovisuales. Creadora del Proyecto Arca Video Argentino, Archivo y Base de Datos de Video Arte Argentino. Sus obras en video han sido exhibidas y premiadas en diversos festivales y muestras de Argentina y el exterior. Sus actuales áreas de interés se vinculan con la performance y las intervenciones en espacios públicos.




Rosario 43

la vida que nos inventamos Bernarda Guerezta y Luciana Caudana

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Desde Rosario, Bernarda y Luciana escriben a cuatro manos una crónica en la que reflexionan sobre su devenir feminista y la invención cotidiana de una vida nueva. Entre charlas con pequeñxs y enormes descubrimientos, la revulsión y el horror ceden paso y se asoma un futuro más justo y cantado por mujeres.

De qué sirve la calma si no me salva, cuánto vale mi alma si no cabalga, dónde va la esperanza si no me alcanza. Una vida más tarde comprenderemos que la vida perdimos solo por miedo. Georgina Hassan

Muchas veces escuchamos decir que nadie escribe en soledad, aunque sigamos reclamando nuestro derecho al cuarto propio, preguntándonos como Virginia Woolf qué intimidades necesitamos hoy que florecen en las redes, en la calle ¡y hasta en la tele! borbotones de palabras de mujeres que no

se callan más. Porque si toda palabra remite (conversa, recuerda, discute) necesariamente con las que marcaron nuestros pasos, nosotras, como feministas, sentimos ese coro polifónico y transgeneracional erizándonos la piel y haciéndonos temblar los dedos, ahora que escribimos a cuatro manos esta resonancia sobre nuestro último 8M. Cuando pensábamos qué contarles sobre cómo fue el paro en Rosario, nos gustó la idea de hablar desde nosotras y nuestra propia experiencia. Nos gustó la idea de adentrarnos en ese cruce, en lo que aparece entre


44 nuestra mirada sobre los desafíos y las potencias del movimiento de mujeres y feministas en esta coyuntura macrista perversa y nuestros dilemas cotidianos de mujeres de carne y hueso, sin más épica ni heroísmo que el que transpira la manada, sin menospreciar nuestras pequeñas-grandes victorias personales de este último año, sin olvidar las llagas que todavía supuran. Porque es inmersas en ese cambalache, que tiene a nuestros cuerpos como principal escenario tembloroso, que nos supimos feministas “de paro”. Nuestro relato se deja atravesar por ese ir y venir de las otras en nosotras, sacando la voz propia o dejando retumbar el eco de la manada que nos vibra dentro. Son palabras compartidas, que mantienen chispeante el fuego que supimos encender. –Hijxs, hoy no vamos a ir a danza ni a hip hop. Hoy vamos a marchar y vamos a hacer historia. –¿Qué significa eso?, pregunta hijo de seis, con algo de desconsuelo pero más de curiosidad. –Que en unos años, en la escuela, les van a enseñar que las mujeres cambiamos el mundo una vez más. “¿Qué es parar para las mujeres?” Es la pregunta-bomba en torno a la cual se multiplicaron encuentros y asambleas desde que empezamos a rumiar la posibilidad, siguiendo la bronca devenida consigna que gritó Itatí Schvartzman en 2016, de pararlo todo tras el femicidio de Lucía Pérez. Desde la revulsión, el asco y el desconcierto que nos generó enterarnos de la tortura patriarcal a la que había sido sometida, de escucharlo en esta misma ciudad nuestra que hacía días nomás había sido copada por la marea feminista del 31º Encuentro Nacional de Mujeres –uno de los más multitudinarios de

nuestra historia– y que desde entonces no volvió a ser igual. Fantaseamos con este presente huelguista desde la primera vez que escuchamos hablar de “plusvalía emocional”. Y ahora que el futuro está llegando, la pregunta por el paro nos sigue preguntando. Y así será durante todo el día. Son las 9 am. Camino al trabajo, entro en una mercería a comprar cintas violetas que repartiré entre compañeras que no quieren, o no se animan, a parar. Decidiré quedarme en la oficina a no trabajar, a intentar que los varones dejen de preguntarme cómo hacer sin haber escuchado, pareciera, el “estoy de paro”. Creo que empecé a parar cuando pude decirle a mi ex pareja “planchate vos la camisa”. Un destello quizás de mi devenir feminista. Después tuve que seguir. Demasiados mandatos y patrones patriarcales impregnados en un cuerpo acostumbrado a obedecer, en un cuerpo frágil con coraza de cartón que dejó de hacer las cosas que le apasionaban por las risas y burlas ajenas. Quizás el paro se había armado ya dentro mío hace unos años y estaba ahí, latente, esperando unirse con las miles que sororamente decidimos creernos las unas a las otras. Es desde el desconcierto, desde una mezcla de euforia y dolor, que nos preguntamos qué es parar para nosotras y reparamos en la inmensidad felizmente inabarcable de esas miles que hoy somos. Es desde esa ambigua esperanza que repasamos imágenes como destellos violetas que nos quedan en la retina, que recuperamos de nuestros chats ardientes distintos momentos por los que pasamos el último jueves, el último año, en esta vida nueva que nos estamos inventando. Nos prome-


Rosario 45 temos una a la otra que “eso tiene que ir en la nota”, que “esto hay que hacerlo en el Coso”. “Yo creía que vos ibas a parar” “¿A parar de qué?” “De hacer cosas, ahora que tenés un hijo y una hija”, dijo ex hace varios años. Yo no quise parar de estudiar, no quise que la maternidad fuera sinónimo de resignación personal, porque descubrí una potencia enorme dentro mío gracias a ella. Y no paré, me separé. Dolores… ¿cuántos de ellos no pudimos elegir? ¿De cuántos podemos entrar y salir? Dolores que duelen, que duelan, que doblan el cuerpo pero no lo rompen. Ese cuerpo que es sede de la experiencia del dolor. Dolores que siendo evocados pueden ser transformados. Dolores que hablan, nos hablan y hacen hablar. Dolores insumo para un día que hizo historia. Es difícil quedarse cuando la emoción te abraza, te eriza la piel, cuando las lágrimas se asoman al ver vídeos de las marchas que ya son, cuando lees mensajes de lo que cada compañera va haciendo en su lugar de laburo. Cuando sabés que no pudiste decirle a la niñera que pare, porque padre no ofreció cuidar a sus hijxs justo el día en que las mujeres gritamos basta. Leo un “vamos a escracharlo” que me hace dudar... Por la mañana, mi vieja nos felicita “porque entre nosotras sí vale felicitarnos” (se pregunta afirmando). Leo que, con el mismo orgullo de las que no quieren flores pero reivindican aquelarres, otra compañera comparte un poema de Liliana Lukin que dice que los hombres nos envidian la capacidad “de cantar y llorar como hijas de la misma madre (que hubiéramos compartido los baños y las camas) o como madres

a punto de parir (casi desnudas y hablando de un dolor parecido)”. Algunos varones me hacen emocionar con su silencio y su palabra mínima, otros se siguen empeñando en coparnos la parada. Pero hoy no, hoy el centro somos nosotras. A los pocos que están pudiendo escuchar, un te quiero cortito porque hoy mucha bola no te vamos a dar. Los otros que le sigan hablando a la mano, que hoy para ellos orejas de pescado, nos decimos entre risas para no perder el foco de esta fiesta que está por empezar. Otras compañeras, de las que no priorizan el espinoso (y a veces vacuo) asunto de nombrarse o no feministas, se plantan como mujeres que están transformando el dolor de sus familiares asesinados por la yuta, en lucha y potencia colectiva. Y preparan también sus pañuelos verdes para ir a la marcha… después las vamos a ver. Nos lo cuentan antes de hacerlo público y se nos aparecen sus rostros reales, repasamos la historia de esas nacidas de la muerte, paridas entre ellas, hermanas de la vida. Si así vamos a empezar al día, ¿cómo sostener la necedad de decir que esta crónica la escribimos solas? No. No escribimos solas, porque finalmente entendimos que no lo estamos. Que como dice la canción, hay un lugar donde nunca pasa lo que no querés y ese lugar seguro son las compañeras. Porque aprendimos, a puro golpe, que eso de que estamos para nosotras es cierto, es palpable. Porque entendimos que esas redes de cuidado colectivo empiezan con una mirada cómplice, una escucha activa y una mano respetuosa. Porque el feminismo nos mostró, y lo sigue haciendo, que incluso parar puede ser no marchar cuando sentimos que todavía no.


46 Que podemos acompañar desde la virtualidad de las otras redes si la marea nos ahoga. Y que también podemos no estar. Porque el mandato patriarcal nos ha dejado el miedo, y el desafío es transformarlo en motor. Porque el pánico ante la posibilidad de parar, el automatismo de seguir llevando el mundo sobre los hombros es, también, lo que rellena la mochila que cada una a su modo carga. Prendemos la tele. El prime time sigue hablando por nosotras, pero ahora nosotras también estamos ahí, pintándole las pantallas de pañuelos verdes, forzando la voz para hablarle arriba a ese enviado de la inquisición contemporánea, haciéndolo callar con la contundencia que nos da la experiencia de habitar este cuerpo de mujer que ellos nunca van a habitar por más que lo expropien una y mil veces. ¿Cómo sostenernos en esa ambigüedad de sentir que nos estamos metiendo en la cueva del lobo, pero que es necesario para que otras, que todavía no están acá,

nos puedan escuchar? Son las 17:30. Hacía mucho que no compartía un viaje en colectivo con hijxs. Hacía tiempo que extrañaba sus caras de emoción frente a algo que suele ser tan cotidiano para muchxs. Allí dentro se respira ya otro aire. Llegamos a una plaza que desborda sonidos, colores, alegrías. Pese a todo, pese a intentar usufructuar incluso la alegría reduciéndola a un slogan vacío, nosotras sabemos resignificarla y ahí está. Toda verde y violeta. Toda tetas pintadas. Toda disidente. Sentimos la multitud, potencia de devenir. Resuenan palabras de Suely Rolnik: “siempre es posible levantar al deseo de sus caídas y ponerlo en movimiento, resucitando las ganas de vivir, y esto depende prioritariamente de los agenciamientos que se hacen”. Y ahí está la manada hermanada, devolviendo la vida y marcando su pulso. Que, sin embargo, para. Y así parando, la mueve.

María Bernarda Guerezta. Periodista, mamá de Genaro e Indira, trabaja hace 14 años en una universidad de gestión privada. Devenida actriz espontánea y psicodramatista. Integrante del colectivo Con X, Comunicación Plural e Igualitaria, y de NiUnaMenos Rosario. La escritura impersonal no le sienta, aunque ponga empeño en cambiarla, como tantas cosas de su vida. Ambulante eterna de los consultorios psi. Luciana Caudana. Politóloga, hija menor de una familia numerosa, con contradictorias aspiraciones de ser sola. Integra el Centro de Investigaciones Feministas y Estudios de Género de la UNR, brotó de la Colectiva Mala Junta y el socorrismo abortero que la parieron feminista, y es parte del Grupo de Teatro de Lxs Oprimidxs de Rosario. Trabaja de becaria en CONICET y de docente en universidades públicas y privadas, donde no siempre le pagan. A Bernarda y Luciana las unen tres amores: el feminismo, el psicodrama y el teatro. Luciana dice que es psicodramatista gracias a Bernarda. Bernarda dice que es feminista gracias a Luciana. Las dos actúan pero les cuesta reconocerse actrices. Dicen que sus tres amores son un viaje de ida a un territorio de deseo por inventar que, a falta de nombre mejor, por ahora llaman “El Coso”. Esta nota que escribieron juntas es su primer coso-retoño.




Santa Rosa 49

esos machos museos Daniela Rodi

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Desde Santa Rosa en La Pampa y plantada en la lucha contra los trabajos invisibles y los anacronismos de las instituciones públicas, Daniela nos relata cómo es laburar en un museo atravesada por la precariedad de las políticas culturales del Estado, el machismo y, gracias a la fuerza creciente de los feminismos, por el enorme 8M.

Siempre he querido mantener una relación amorosa con mi trabajo. Porque amo lo que hago, porque mi vida ha sido mucho mejor desde que entendí que valía la pena ser una trabajadora de museos. Las áreas de cultura del Estado están repletas de trabajos invisibles, y con ellos las mujeres, muchas concentradas en los museos, realizando tareas desconocidas para el común de las personas. Sí, en este ámbito solemos ser mayoría las mujeres y somos mayoría no porque hemos copado la

institución, sino porque siempre se ha minimizado la función social y transformadora de los museos, porque siempre se los ha tildado de ser el “lugar donde van los castigados de la administración pública”. Lugares que no le importaban demasiado mucho a nadie. Y aunque cuesta salirse de entre las comillas, es algo que en estos últimos años empezó a cambiar y con ese cambio los hombres ya no son sólo directores y empezamos a tener compañeros. Hacemos algo que no responde mucho a la lógica de los votos. Ningún po-


50 lítico será votado en Argentina por promover la capacitación de profesionales de museos, por mejorar salas de reserva, por invertir en accesibilidad y mucho menos por promover la curaduría participativa. Quizá porque todavía nos cuesta saber comunicar nuestro trabajo o porque trabajamos en instituciones creadas para sociedades del siglo XVIII y no hemos podido todavía reinventarlas a nuestro tiempo. Hacerlas convivir con nosotros y hacerlas parte activa y responsable de los cambios de nuestras comunidades. Y ahí volvemos al mismo punto… pensar y repensar instituciones no es algo que esté en el comienzo de la lista de casi ningún político. Por suerte, es un trabajo silencioso que igual hacemos. Trabajo como museóloga desde 2004 en la Casa Museo Olga Orozco (Toay, La Pampa). Empecé haciendo visitas guiadas y a los pocos meses me encargué de la Biblioteca Personal de Orozco, una colección de más de 4500 libros que le pertenecieron a la poeta. Es ahí cuando comencé a conocer qué contenía para poder asistir a futuros lectores, generarles curiosidad o para que mueran de ternura al ver las dedicatorias de los libros. Fui un “Plan Trabajar” por cerca de cinco años (eso quiere decir que me pagaban con un subsidio, que trabajaba seis horas cobrando $300, que se iban en los $250 de alquiler del monoambiente donde vivía). Ayer recordaba con unos amigos lo pobres que éramos... todos “empleados del estado” municipal y provincial, trabajadores precarizados, no hay mucho más que explicar. Y pasó, pasó mucha agua bajo el puente, hasta llegar a la situación actual: soy personal único del museo, Ley 643 de planta permanente. Empleada administrativa en mi recibo de

sueldo, pero museóloga orquesta en la vida real, con otras luchas diarias y pequeñas grandes conquistas. Una de ellas este marzo, cuando un grupo de compañeras de la Secretaría de Cultura me convocaron a sumarme al paro del 8M organizando una reunión, invitando a todas las mujeres trabajadoras de las distintas áreas de la secretaría, a armar un taller de serigrafía para estampar remeras que nos identificaran en la marcha. Por primera vez en tantos años sentí que nos reivindicábamos como laburantes, que teníamos la necesidad de contarnos cosas, que necesitábamos saber que estamos presentes para nosotras. Durante la mañana del jueves 8 armamos un taller en el jardín de entrada del Centro Cultural Provincial, mujeres trabajadoras del Archivo, del Museo de Artes, de Bibliotecas, del área de Patrimonio… mujeres técnicas, profesionales que se encargan de montar exposiciones, de la conservación de edificios, de recuperar material audiovisual de archivo, escribir guiones y mediar entre los visitantes y las exposiciones de arte; mujeres que se encargan de hacer circular y de que se vendan en la provincia libros y artesanías pampeanas, mujeres que crean estrategias para promover la lectura. Mujeres con trabajos invisibles, con saberes específicos. Ninguna con la posibilidad de cobrar por su especificidad, porque no existen cargos técnicos, para la provincia de La Pampa todas somos empleadas administrativas. Invisibles otra vez. Quizá de ahí la necesidad de inventarnos el encuentro, la remera, el taller… encontrarnos en la marcha, reconocernos. Durante la movilización, reparto unas estampitas de Olga Orozco con su pañuelo verde. Se lo puse con photoshop porque me la encontré en una entrevis-


Santa Rosa 51 ta de 1997 hablando a favor del aborto, “creo que es más que lícito. (…) Se supone que un chico tiene que estar rodeado de amor, no creo que deba nacer sino en condiciones favorables. El chico no existe todavía, ¿lo vas a traer al mundo para mortificarlo?”. No es una Olga desconocida, si recorremos sus declaraciones encontraremos que a lo largo de su vida ha manifestado su lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, igualdad de oportunidades, de reconocimiento. Orozco ya a sus 16 años se negaba a que la nombren “poetisa”, porque para ella hombres y mujeres hacemos poesía y la poesía es una sola, entonces, hombres y mujeres somos “poetas”. De más está decir que me siento orgullosa de trabajar en la casa natal de Olga Orozco y que entiendo que mi trabajo es hacer visible estas posturas que la traen a un debate actual, que ubican al museo en su comunidad, con temas y discusiones del presente. Reparto las estampitas de Olga en la marcha, militantes, gremialistas, socorristas, adolescentes, artistas, hasta la candidata a Rectora de la universidad –que si gana será la primera en la historia de la universidad de La Pampa– reciben a Olga con su pañuelo verde, nadie se sorprende de sus dichos, pero no logro que pueda circular desde la página oficial de facebook de su casa museo, porque desde lo institucional no es un debate todavía permitido, sigue siendo una opinión personal, la mía. Una trabajadora haciendo una labor invisible: activar el discurso y la misión del museo donde trabajo.

Infinitas mujeres, profesionales de museos, educadoras, artistas, pienso en la cantidad de mujeres con la que me vinculo desde lecturas, trabajo, estudio, amistad y les agradezco, han sido mi libro de autoayuda. Hemos ido aprendiendo a laburar colaborativamente, compartiendo nuestros saberes y dando vuelta los museos, como un guante, delicadamente, para que poco a poco se transformen en lugares del hacer, de contención, de ruido, de emoción, de sentir con todos los sentidos, lugares más libres, accesibles y vivos. Estamos pensando en museos que sean comunidad, entendiendo que dar voz representa una responsabilidad y que salir del lugar cómodo y seguro de la cultura nos genera miedo. Pero también pienso en las mujeres que tenemos miedo y sin embargo somos cientos de miles marchando, hablando, intentando darnos voz a nosotras mismas, permitiéndonos reinventar esas voces. No siento tan lejano el momento en que nuestros lugares de trabajo, los museos, levanten esas voces colectivas, diversas y dejen de sostener discursos dominantes, gritados a la fuerza durante tantos siglos. Estoy feliz de narrar este 8 de marzo en Santa Rosa porque nos encontró revisitándonos como mujeres. Luchando, todavía, contra los prejuicios de muchas de nosotras, ancladas en miradas machistas y autoritarias. Me encontré haciendo paro, reconocien en mí miles de micro discursos machistas que quiero desterrar, esos mismos discursos que dirigen a los museos, esas poses tan de machos, duros y sabelotodos.

Daniela Rodi. Museóloga, artista visual y gestora cultural independiente. Nací en provincia de Buenos Aires pero vivo en La Pampa desde 2001. Trabajo desde 2004 en la Casa Museo Olga Orozco (Toay). Soy una de las fundadoras de la galería de arte Vermú y formo parte del Lab 2 de TyPA.



Bahía Blanca

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te lucho con poesía Melisa Depetris

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Melisa participa de la mesa abierta de Poesía y Feminismo en Bahía Blanca. Durante el 8M se fundió con la marea de mujeres, llevando como estandarte papelitos con poemas. Entre emoción y memoria poética, las chicas sentían que iban escribiendo sobre las calles con sus cuerpos empoderados, hechos verso.

“Camino las calles y al caminar estoy escribiendo con el cuerpo” Luisa Valenzuela, Peligrosas palabras, 2001

VOLUNTAD FEMINISTA leemos en un cartel que una chica lleva adelante nuestro y así avanzamos. Voluntad se une a deseo. Reconstruyo el 8M y aún siento que la piel se me estremece; este relato da cuenta de que voy y vengo entre el yo y el nosotras. Es la marcha más multitudinaria en la que participé, no veíamos el final y eso no

nos suele suceder acá en Bahía Blanca, ciudad que se reconoce por su marcada tendencia conservadora, en donde un mes antes el intendente y el director de cultura local en entrevista radial, desprestigiaron las luchas feministas con total ignorancia y prejuicio. Esa tarde desde temprano tambores, bandas y performances convocaron al encuentro en la plaza. Un montón de cuerpas dispuestas, con ánimo de fiesta, sonrientes, entre abrazos y charlas, palpando emoción. Creo que devenir manada es una de las intensi-


54 dades más hermosas de experimentar feminismo, nos sentimos unidas y lo confirman nuestras miradas. Saber que somos un montón acá y también en el mundo, uniéndonos en canción, aullido, constelación. Sentir que podemos todo, por lxs que nos antecedieron y por lxs que vienen; la potencia de la reunión es apasionante. Decidimos marchar junto a Marina Mariasch, Audre Lorde, Gertrude Stein, María Salgado, Susy Shock, Fernanda Laguna, Néstor Perlongher, Mariela Gouric. Marchamos con ellxs porque llevamos sus poemas en nuestras manos, los repartimos mientras decimos “te doy poesía”, “es poesía”, “poesía feminista”. Decido guardar en mi archivo mental la imagen de estar entrando a la marea, con lo que tenía para dar, recibiendo sonrisas, dispuesta complicidad; éramos muchas, diversas, de distintos barrios; con hijxs, perritos, carteles, compañeros; llenas de brillos, en tetas, pañuelos verdes; acompañándonos, encontrándonos, fuertes y disidentes, juntas. Me emociona, y lo hablamos con amigas treintañeras, la mayoría adolescente que nos acerca frescura y aguante. Recuerdo mirar hacia arriba, una ventana de un edificio en una esquina y ver a una señora de

la edad de mi abuela, moviendo una bandera argentina, sonriente, acompañando desde ahí. El gesto de llevar poesía surge a partir de una mesa abierta de Poesía y Feminismo (PyF), que empezamos casi al final del año pasado. Nos encontramos en el espacio público, en un lugar que se denomina Paseo de los pájaros en homenaje a Martínez Estrada, con el propósito de repensar y resignificar los bronces, las jerarquías, los modos patriarcales. Los sábados a la mañana, cada 15 días, debatimos los cruces múltiples que salen al acercar la palabra poesía a feminismo. Entre mates, preguntas e inquietudes, con dinámica asamblearia y lecturas que articulan nuestras charlas, estamos construyendo un cúmulo de textos que el canon deja afuera. Crece abierta, desde invitaciones que circulan en la red del boca en boca. El colectivo nos encuentra con amigos varones que deconstruyen a la par y, ante la decisión de que no participen en la marcha, eligen acompañar desde un espacio cultural cercano por si precisamos mates, baño o dejar bicicletas. Esta es la militancia que asumo, me doy cuenta mientras me escucho, agitando papelitos como porras: “te lucho con poesía.”

Melisa Depetris. Docente de literatura, poeta. Vive en Bahía Blanca. Trabaja como profesora en escuelas públicas de nivel secundario, como tallerista y gestionando colectivamente la galería de arte Diamantina.




Necochea 57

romper el embrujo del patriarcado Melisa Randev

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Desde Necochea, Melisa va tramando el relato del 8M entre su historia familiar, las asambleas feministas y las huellas de luchadoras pioneras, como Juana Rouco, que plantaron el germen de la lucha por sus pagos. La defensa de la vida y la continuidad de la resistencia en el ojo de la tormentas feministas.

Hoy me pongo a escribir y no sé por dónde empezar. Hace un mes atrás, en la primera asamblea feminista de cara al 8M, nos preguntamos ¿por qué paramos? Poco a poco fueron surgiendo las respuestas en forma de consigna. Por el aborto legal, al frente de las demandas, un grito urgente de justicia por cada feminicidio, por cada piba violada, por cada desaparecida, al igual que la denuncia contra los despidos y la feminización de la pobreza que profundiza este gobierno. Sobre la mesa de trabajo se agolpan los argumentos políticos, y también los personales.

Hay un paro que nos moviliza por todos lados. Un paro que avanza hacia la despatriarcalización de los lugares de poder. Un paro que se inspira en las huelgas de las anarquistas y socialistas de principios de siglo. En tierras donde Juana Rouco imprimió algunas ediciones del periódico La Nueva tribuna, casi 100 años después, ese germen de feminismo prende por entre las calles de la ciudad, se contagia de otras luchadoras: piqueteras, artistas, estudiantes, albañilas, docentes, autoconvocadas, madres, hijas, amigas, funcionarias, desocupadas, lesbianas,


58 trans y travestis, y todas las sobrevivientes de la violencia machista. Porque si hay una razón que nos hermana, es estar vivas y en resistencia. Hoy sería el cumpleaños de mi abuela materna. Enriqueta era hija de daneses, de ella heredé mis rasgos europeos, pero no por eso piensen que vengo de familias acomodadas. Yo soy la primera nieta de una familia pobre que pudo irse a estudiar y terminar la universidad. Recuerdo a mi abuela Queta siempre con un delantal –como si fuera su uniforme– cocinando, limpiando, haciendo todo para que los demás estuvieran a gusto. Me acuerdo también del vino, de los scons y de sus consejos: “en el amor, siempre hay que tener dos velitas prendidas”, me decía con picardía, y como quien no quiere la cosa, esa frase iluminó mis ideas libertarias. El jueves llegué a la plaza Dardo Rocha a la hora del almuerzo. El paro había comenzado a gestarse un mes antes, o un siglo atrás. Este 8 de marzo, día clave para todas las mujeres luchadoras del mundo, nos citaba a ocupar el espacio público y a abandonar los trabajos remunerados y no remunerados. La cocina podría ser nuestra cárcel o nuestro caldero donde cocinar la revolución. Con un mechero prestado de las cooperativas de la CETEP, una olla del Comedor Mateo y una garrafa que presta una titiritera, se predisponen las compañeras a pelar papas, cortar choclos, llorar con la cebolla, aplastar ajos, picar, revolver y aguardar el hervor del agua para que cada una a su tiempo incorpore los ingredientes del guiso. Cocinar entre y para nosotras, en una plaza que se va poblando de más mujeres, que van llegando y buscan una sombra para refugiarse del calor que

roza los 30 grados. La sororidad o “sisterhood”, como lo llamó Kate Millett a finales de los 60, no es algo que nos contaron en las clases de historia o de filosofía, ni siquiera en la historia de las ideas políticas, sino que lo aprendimos en el camino. En cada abrazo y ayuda mutua ejercitamos la posibilidad de dejar de vernos como enemigas, la sororidad se aprehende –con doble e– una vez que rompemos el embrujo del patriarcado. Esa palabra, que a las académicas nos gusta citar cuando generalmente los varones cis nos vienen a “problematizar” el auge del feminismo, es algo que las vecinas en los barrios conocen desde hace mucho tiempo, aunque lo expliquen con otras palabras y a veces ni siquiera lo cuenten. La sororidad se acuerpa en cada acompañamiento socorrista, en cada una de las que se encargaron el jueves pasado de garantizar nuestra jornada de lucha, en cada amiga que pasa a buscar a otra amiga para ir juntas al Paro: pintar un cartel, prestar un pañuelo, hacer un cordón, convidar un mate o un cigarro. Promediando las 2 de la tarde, por la radio abierta, anunciábamos el comienzo de los talleres: el de violencias, el de cíclicas y empoderadas y el de crianzas feministas. Las mujeres, lesbianas, travestis y bisexuales se sientan en círculos, comienzan las ruedas de presentaciones. Hablan de cuidados, de hacer redes, de intercambio, se emocionan, se enfurecen, discuten, reflexionan, se narran. Rompen el silencio milenario y traman entre sus lenguas otra historia posible. Como dice Audrey Lorde: “La casa del amo no se destruye con las herramientas del amo”, así que habrá que co-crear otras armas. Una compañera con timidez cuenta


Necochea 59 que es la primera vez que viene a un evento así, que antes tenía prejuicios sobre las feministas, hasta que se dio cuenta de que estaba en medio de una situación de violencia y pidió ayuda. Ana, una compañera de la Asamblea Feminista de Necochea y Quequén, en cada reunión que se propicia suele decirnos que lo más siniestro del patriarcado es que es sostenido por sus propias víctimas. Silvana se empodera una vez más contando cómo sobrevivió a la violencia de su ex, comparte su testimonio para denunciar el incumplimiento de la dirección de políticas de géneros en garantizar respaldo, acompañamiento y asesoramiento a las mujeres violentadas de la ciudad. Rocío cuenta que es neurodivergente, que en el hospital psiquiátrico la ataron, la dejaron aislada en un cuarto, le inyectaron medicación que no le permitía ni caminar e intentaron violarla como a tantas otras de las que permanecen internadas ahí. María está sentada en el pasto junto a sus tres hijes y, con lágrimas en los ojos, dice: “estoy acá porque ese hijo de puta no me pudo matar y vine también para que mis hijas aprendan, que aprendan a defenderse y no tengan que pasar por lo que pasé yo”. Vuelvo a pensar en mi abuela Enriqueta. La imagino en el campo, levantada desde las 5 de la mañana, lavando trapos y cacharros. Ella colaboraba con la economía familiar lavando y planchando la ropa de las familias más adineradas del pueblo de Cristiano Muerto. Con el cuerpo cansado, llevaba agua caliente para el desayuno de los hijos, del marido y del suegro –de quien también se hizo cargo de cuidar hasta su muerte–, de los demás peones del campo... Mi abuela hablaba danés a la perfección pero, como no

era una lengua que mi abuelo comprendiera, él le exigió que no hablara más así con nadie, mucho menos que se lo transmitiera a las nuevas generaciones. Pero quien recuerda a mi abuela se olvida de las noches en vela que habrá pasado llorando, con su cuerpo dolorido, culpa del amor “para toda la vida”. Tuvo que acostar a su marido porque, de la borrachera que traía, el loco no podía ni desatarse los botines –por suerte esa noche no iba a golpearla–. La Queta, sin embargo, siempre alegre, dulce y cariñosa, coqueta y encantadora. Pienso que, al igual que las rosas y los bombones que le regalan a tantas en este día, hoy a mi abuela una flor en el cementerio no le devuelve la vida. El día del paro, a las 5 de la tarde, cientos de pibas de entre 12 y 17 años se sumaban para participar en la segunda tanda de los talleres: el de sexualidades y disidencias, el de aborto como problemática de salud y el de mujeres, desocupación y trabajo. No es nueva la participación de las más jóvenes en nuestras actividades: el feminismo para ellas y nosotras es la posibilidad de hablar un lenguaje común, una praxis que nos propicia diálogos intergeneracionales, en el mismo círculo están tu tía y tu maestra, tu vecina, tu novia y sus nuevas hermanas. La discusión sobre la participación de varones cis en la jornada había llevado varias reuniones. Algunas compañeras sostenían que su militancia no hace diferencia entre hombres y mujeres, otras entendían que todo varón que quisiera apoyar el paro podía encargarse de garantizar las tareas de cuidados y que no era necesario que estuviera “acompañando” en la plaza –al fin de cuentas, el fin del patriarcado solamente puede suceder si los hom-


60 bres abandonan sus privilegios–. Se acordó que podían participar sólo en la marcha y detrás de la columna de mujeres. Lamentablemente, los “chongos” desoyeron nuevamente nuestros acuerdos. Para algunas compañeras eso no resultó amenazante, pero otras se sintieron violentadas otra vez. Alrededor de las 19 se leyó el documento unificado en la voz de cinco compañeras que reivindicaban las consignas generales: ¡Nosotras paramos! En los trabajos, en las casas, en las camas. Para exigir aborto legal en el hospital y en cualquier lugar. Por el fin de los feminicidios. Para acabar con la precarización y el acoso laboral. Para denunciar las múltiples opresiones que vivimos las mujeres, lesbianas, travestis, bisexuales y trans. Por el desmantelamiento de las redes de trata. Para parir y nacer libres de violencia obstétrica. Para manifestarnos contra la explotación de nuestras cuerpas y territorios. ¡Este 8 de marzo, la tierra vuelve a temblar! Al término de la lectura, las compañeras de la comisión de Cultura del Frente Popular Darío Santillán hicieron una performance en la que parafrasearon cánticos católicos con una nueva letra. “Santa santa santa, santa concha es diosa de la vida, diosa del placer, si besas la concha un milagro ocurrirá, el patriarcado se destruirá....” y marcharon en procesión “Señor....no creo en tu existencia, pero si así fuera, mi cuerpo no te doy, te dí… siglos de silencio, ahora me rebelo, ahora mando yo. Hoy nos vamos con las pibas, nunca nos gustó la misa. Mejor sale, un alto fogón.... Vamos y prendamos fuego, todo lo que no queremos. Así hacemos, nuestra revolución…” Todas juntas recorrimos el centro: había locales con carteles del Paro8M

abiertos, había ofertas especiales de cosméticos y electrodomésticos, había mujeres sonrientes, hombres chinchudos, escuchamos bocinazos en apoyo desde otras cuadras, prendimos bengalas, hicimos mucho alboroto, nos llenamos de glitter. Nos latía el corazón fuerte, de correr, de la euforia, de la bronca organizada. Coreando los cantos ya tradicionales y el aullido llamando a todas “Alerta, alerta, alerta que camina, mujeres feministas por América Latina” avanzábamos hacia la Iglesia y la comisaría para escrachar a las principales instituciones cómplices del patriarcado. Marchamos con la bandera de arrastre pintada por una artista de la ciudad, que se acercó como dibujante a exigir también su reclamo sobre el espacio de las mujeres en el arte contemporáneo. Salimos por las calles de la ciudad, la columna ocupaba unas 4 cuadras, algo que, para estos pueblos chicos y bastante conservadores, es casi un récord. 500 personas, en lucha, habla de que el feminismo llegó para quedarse. Por último, volvimos a la plaza para el festival artístico. Graciela invitó a bailar danzas circulares en medio del playón frente a la municipalidad, todas abrazadas, mirándonos a los ojos; Flor de Agua leyó poesía y tocaron tres bandas de música: Polillas, Juli Salas y Nati Gago y el cierre a cargo de A corpiño quitao. Y eran las 11 de la noche y seguíamos de paro. Confieso que, por varios momentos, tuve las ganas de llorar, porque no estamos todas, faltan las presas, las putas y hasta algunos cuantos sindicatos, pero también llorar de inmensa alegría por todas las que fuimos y las que seremos. Camino de regreso a casa, cuando la noche se ha dormido, yo como otras


Necochea 61 ya no sentimos miedo. En tiempos de tanta crueldad, la amorosidad es altamente revolucionaria. En mi pecho, el abrazo de cada una de ustedes me daba valor, iluminaba mi sonrisa. Esas

mujeres desconocidas de los 70 países ahora abrigaban mis sueños. Efectivamente, ya no estamos solas, porque organizadas somos manada.

Melisa Randev. Periodista, docente, música y feminista. Estudió Licenciatura en Comunicación Social y vivió en la ciudad de La Plata entre 2004 y 2015. Actualmente, vive en Necochea, realiza la columna de género en FM Cooperativa 105uno y es co-conductora del programa Segundo Aire, en la misma emisora. Durante 2017 realizó la tesis de producción performática titulada “CUERPA, las mujeres como territorio de dominación y resistencia”.



La Plata

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putas y trans existimos y resistimos Valentina Pereyra

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Valentina participó en la marcha de La Plata reclamando con sus compañeras trans-putas-feministas con la convicción de hacer visible la expulsión ininterrumpida de sus existencias disidentes al grito de “Las putas también somos trabajadoras y al que no le gusta se jode, se jode”

Este 8M, en el marco del paro internacional de mujeres, nosotras las trans, travestis y putas decidimos parar y marchar, reivindicando muchas de nuestras luchas colectivas para visibilizarlas: militamos la autonomía de los cuerpos, la desobediencia en contra del patriarcado, el binarismo y la heteronorma como modelos obligatorios de vida. Nos hacemos presentes para que toda la sociedad sepa que existimos y resistimos. Nosotras pasamos un sinfín de problemáticas que no solo se restringen a una desigualdad laboral, sino que se

construyen desde la desidia social que nos excluye del (CIS)TEMA. Somos expulsadas de nuestros hogares y del sistema educativo a temprana edad por no entrar en el binomio de hombre o mujer. Salimos a ejercer el trabajo sexual de manera obligada, sí, obligada por nuestras familias, por el estado ausente y por el sistema en general, que parece olvidarse de que somos niños y niñas y de que no hay ningún derecho que nos proteja. Así nos iniciamos en esta corta vida, luchándola y resistiendo. Empezaba marzo y ya nos prepa-


64 rábamos para concurrir a las diferentes asambleas y organizar la marcha del 8M. Sabíamos que no sería nada fácil por ser trans y más por ser trabajadoras sexuales, todavía quedan ciertos debates internos hacia adentro del feminismo –que si es trabajo o no y otro sinfín de opiniones– pero para

nosotras era un desafío hablar en primera persona. Sabemos bien que hay sectores del feminismo a los que les cuesta aceptar que nosotras también existimos y además de eso opinamos y decidimos. Fue la primera vez que las putas y las trans nos encolumnábamos en la marcha organizadas al grito de:

¡¡¡LAS PUTAS, TAMBIÉN, SOMOS TRABAJADORAS Y AL QUE NO LE GUSTA SE JODE, SE JODE!!!!!! Al margen de las miradas acusadoras por parte de mujeres –que marchaban adelante o atrás nuestro– nos hicimos lugar, no nos importaba nada, estábamos allí haciéndonos visibles y presentes, gritando y cantando para decirle a la sociedad que también existimos, reclamamos y paramos: Paramos para exigir derechos laborales para lxs trabajadorxs sexuales. Paramos para exigir políticas públicas inclusivas para las personas en situación de prostitución. Paramos para que no sigamos siendo reprimidas e invisibilizadas. Paramos porque estamos hartas de

que hablen por nosotras. Paramos por las personas trans y travestis que aún siguen buscando oportunidades laborales formales. Paramos por las mujeres trans migrantes que son foco de una política de seguridad criminal y xenófoba. Paramos por las que sufren violencias en la situación de prostitución y trabajo sexual. Paramos por el aborto legal, seguro y gratuito para personas con capacidad gestante. Paramos porque queremos un “feminismo inclusivo, que nos incluya a todas; las trans, las travas, las putas…”

Valentina Pereyra. Activista Trans-Puta-Feminista. Referente de ATTTA (Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina). Miembro de FALGBT (Federación Argentina Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans). Militante de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina).




La Plata

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urgentemente aborteras Luciana Campilongo

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Luciana es integrante de Socorristas en Red y relata cómo, el pasado 8M, salieron emperifolladas cantando consignas aborteras por las calles de La Plata. Aún mareada por la intensidad de la jornada y animada por las feminidades que nos vamos sublevando, se lanza a relatar cómo vivió el día más violeta, rosa y verde de la historia.

Me despierto temprano el domingo para poder escribir esta crónica, mirada, reseña, todavía estoy mareada por las emociones que me atraparon esta semana. Ahora sí un fantasma recorre el mundo, las femineidades nos estamos sublevando, llevamos milenios de ser la retaguardia, objetos de otros, lo segundo, lo maldito, lo reproductivo, lo descartable, lo débil. Me siento una privilegiada, a mí el feminismo me tomó por completo hace 15 años y solo tengo 34. Lo que vivimos el jueves pasado tiene mucha historia, debates,

tensiones, una infinidad de deseos y una enorme capacidad de converger y generar la más profunda revolución que está presenciando el mundo. Trato de abrir bien los ojos para no perderme en la marea y ser testiga de todo, todito lo que hicimos y lo que hacemos para cambiar esta horrenda humanidad. Para mí este 8 de marzo (paro internacional de mujeres, trans, lesbianas y bisexuales) empezó hace un siglo o quizás hace un mes: poner en advertencia a los varones que me rodean de que yo paraba, que el paro


68 era de cuidados, de trabajo asalariado y de consumo, además de ir a las multitudinarias asambleas para organizar, debatir y pensar la jornada del 8M junto a mis compañeras de la Colectiva Feminista Decidimos. Como parte de Socorristas en Red, intentamos cambiar algunos sentidos consabidos a la experiencia de abortar. Debatimos esos sentidos en la práctica del cuerpo a cuerpo, acompañando a personas que abortan, escuchándolas con mesura, empatizando con ellas y estableciendo vínculos afectivos a la hora de abortar. Para que abortar no traiga aparejadas las imágenes de oscuridad, sótano, maltrato, humedad, soledad, trauma y tristeza. Para que la experiencia vital de interrumpir un embarazo sea asociada a estar acompañada, sostenida, informada, alerta a nuestro cuerpo, cuidada. Queremos que el aborto sea legal, pero también libre, pero también feminista. Detrás de los abortos, hay deseos de vivir otros proyectos de vida, eso es lo que debatimos desde el socorrismo, eso es lo que convidamos nosotras en esta marcha del 8M. Nos juntamos en el Olga Vázquez, porque hay que maquillarse, pero también hay que abrazarse antes de llegar a la marcha, porque parece que si no nos abrazamos fuerte el corazón se

nos va a salir del cuerpo. Nosotras las mujeres, las lesbianas, las bi, las trans nos hemos gestionado la posibilidad de que la calle sea una galaxia de tetas, brillos y pañuelos verdes, que lo que nos exalte en la vía pública sean nuestros cuerpos cantando y bailándolo todo, juntas y en manada. Así vamos destruyendo la idea en la que fuimos disciplinadas con muchísima crueldad, de que la calle no es para nosotras, que mejor no habitarla, que calladitas nos vemos más bonitas. Nos emperifollamos y salimos por calle 12 [centro comercial de la ciudad] cantando consignas urgentemente aborteras, la gente que nos ve pasar nos mira con simpatía. Nos hemos lookeado de diferentes profesiones, oficios, proyectos de vida. Los carteles rezan: Yo aborté porque quería bailar. Yo aborté porque quería jugar al fútbol. Yo aborté porque quería tocar. Yo aborté porque quería viajar. Yo aborté porque quería ser punk. Yo aborté porque quería ser presidenta. Yo aborté porque no quería maternar. Yo acompaño abortos con misoprostol. Avanzamos a paso firme y pausado, estamos contentas, pero también estamos alertas, lo que pulsa nuestro caminar es la convicción de que nuestros cuerpos son campos de batalla y que nuestras vidas merecen ser vividas.

Luciana Campilongo. Activista feminista en la Colectiva Feminista Decidimos, artista visual, mamá de una niña, amiga, acompañadora, bisexual y abortera.




La Plata

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un Domo que no nos dome Celestina Alessio

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La inauguración de la exposición Domo contemporáneas, en pleno día de paro de mujeres, le hizo ruido a Celestina. Una reseña que no fue y otra que, repleta de preguntas, hace un llamado a las artistas mujeres a pensarse y pensarnos en la trama institucional.

Recibí la invitación para armar una reseña sobre la muestra Domo contemporáneas, que sucedió en el Centro Cultural Islas Malvinas, entre el 8 y el 21 de marzo. Entre medio de esas fechas pregunté cuál era el tiempo límite para entregarla, porque aún no había ido y poder hacerlo requería que acomodara mi tiempo. Un poco porque no me quedaba de pasada a ningún otro lugar, ni cerca. Hace un rato, charlando con dos amigos, les comentaba que no había escrito nada aún y que tenía hasta el 21 para ir a verla. Ahí me di cuenta de que había caducado mi tiempo.

–Bueno, escribí por qué no fuiste– me dijo uno de ellos. En ese momento dije: –¡Claro, hay un porqué! La muestra inauguraba el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, a mi entender, la que lucha, la que sale a la calle, la que exige, la que se hermana y arma manada, la que realmente se entiende oprimida/suprimida, no solo por el patriarcado sino por el capitalismo también. No es un día de celebración, es un día de lucha y conmemoración al centenar de mujeres quemadas durante una huelga, en una fábrica de Sirtwoot Cotton, durante un incendio que


72 se atribuyó al dueño de la fábrica como respuesta a la huelga. Organizarse, convocarse, mostrarse, ocupar espacios es también una forma de lucha y de conmemoración. Cada una tiene sus herramientas y sabemos que pueden converger en multitud y manada. Leí una nota sobre esta muestra, que arrancaba con una cita al texto de la curadora: “Del barro, de la hebra, de la línea a la imagen impresa, las mujeres retoman la palabra, el grito. Para seguir escribiendo su historia, creando, produciendo. Recuperando voces silenciadas. Una nueva ola resurge con potencia. Mujer, Domo, Latinoamericana, Artista. 30 mujeres que exponen en conjunto. Convocadas por su arte, reunidas en la lucha”. La pregunta es: ¿fueron convocadas por su arte o fueron convocadas por su género biológico? Y esto no es un menosprecio al laburo de las expositoras, a sus diferentes formas de expresión, a las diferentes herramientas que utilizan y mucho menos a lo que cada una en particular y también en conjunto decía, expresaba, contaba. También leí otras reseñas en las que se tomaba la voz del coordinador diciendo: “es un homenaje a la mujer, a su lucha en pie por la igualdad y a su desarrollo íntegro como persona”. A lo que pienso: Hermoso. Pero correte, no es tu lugar. En una revista cultural platense (virtual), leí este párrafo donde hizo cátedra y tiró cv: “[…] ‘Domo’ significa ‘mujer’ en mapudungún (mapuche)”; y que la elección de esa lengua para titular la instalación se debe a que siempre trabajó con comunidades aborígenes y trata de involucrarlas de algún modo. Al respecto, detalla que “ellas también

están en lucha porque, si bien dentro de su comunidad son muy respetadas, afuera son discriminadas por ser mujeres y por ser aborígenes”. Pienso de nuevo: hermoso también, pero correte, tampoco es tu lugar. Las preguntas que surgen ante esto son: ¿las mujeres necesitamos un “homenaje” a nosotras, que estamos vivas, y a nuestras luchas de absolutamente todos los días? ¿Las mujeres originarias no son productoras también contemporáneas? Existe la marcha de mujeres originarias, ¿también habrá una convocatoria para esa fecha? ¿Por qué no fue una mujer la coordinadora? Que un varón coordine (recordemos que significa “disponer ordenadamente una serie de cosas de acuerdo con un método o sistema determinado” o “combinar medios técnicos y personas y dirigir sus trabajos para llevar a cabo una acción común”) una muestra de mujeres que se inaugura en el día en el que decimos NOSOTRAS paramos, de mínima me parece una falta de respeto a ese nosotras con mayúsculas. Es cierto que el coordinar puede asumir otras formas, no direccionando y no oprimiendo. También puede haber sido así la construcción de esta muestra. Pero no deja de hacerme ruido y de molestarme, haya sido como haya sido. Tampoco leo una mala intención o un mal resultado. Pero si leo una voz que está por fuera, que mezcla cosas, que no siente lo que nosotras. Entiendo que si un lugar (sobre todo estatal) abre sus puertas hay que estar ahí, tenemos bocha para decir, para contar, para mostrar, para gritar, para exigir. Debo reconocer que el Centro Cultural Islas Malvinas no me invitaba


demasiado. Es un lugar en el que he estado de diferentes formas y del que no me llevo los mejores recuerdos. Los tipos de vínculos autoritarios, de poco diálogo, las condiciones de trabajo, el cuerpo que requiere como si se estuviera montando en un espacio autogestionado (cuando es un lugar estatal), las censuras y las clausuras. Todo eso no se borra, queda en la memoria, al menos en la mía. Sumado a esto, que no ha cambiado y que he vivido cuando otro gobierno, se le suma un gobierno que hace agua por absolutamente todos lados en lo referido a los derechos de lxs humanxs. Cada vez menos políticas pensadas para los pueblos. Cada vez más explotadxs. ¿Las productoras/expositoras cobraron por su trabajo? ¿La curadora cobró por su trabajo? ¿El coordinador cobró por su trabajo? La institución abre sus puertas pero no reconoce tu trabajo. Aún no entiendo cuando se plantea que una institución te legitima como “artista”: ¿de qué sirve si no te paga y está vacía de redes para seguir circulando como “artistas”? Todo ese trabajo siempre lo hacemos nosotrxs, armamos redes, buscamos lugares, nos relacionamos, pagamos nuestras materias primas de producción, pagamos nuestro montaje, nuestros viáticos, ponemos nuestros cuerpos y nuestras horas/trabajo. Estamos ahí para llenarles los medios de comunicación con fotos de producciones totalmente ajenas a ellos

y con decires que se apropian, pero que no les importan. Insisto de todas formas: si un lugar (sobre todo estatal) abre sus puertas hay que estar ahí, tenemos bocha para decir, para contar, para mostrar, para gritar, para exigir. Pero también insisto en que no olvidemos en dónde estamos cuando estamos en esos lugares. Ante todo esto, y entendiendo que la esperanza la pongo en los cuerpos feminizados, en los cuerpos menstruantes, en los cuerpos disidentes, no hago más que llenarme de preguntas. ¿Nos damos cuenta de nuestra capacidad de construir? ¿Nos damos cuenta de nuestra capacidad de de-construir y construir? ¿Entendemos cuáles son los vínculos en los que nos mantenemos activas y en los que somos pasivas? ¿Cómo nos vinculamos en los diferentes ámbitos? ¿Cómo nos vinculamos con las diferentes personas? ¿Vemos cuándo estamos siendo subordinadas? Un amigo artista una vez me dijo que todas y todos nos vinculamos por necesidad a algo, lo que sea. Me pregunto si entendemos cuál es nuestra necesidad y cuál es la necesidad de una institución enmarcada en un gobierno que va en contra de todos nuestros derechos. A las pibas, a las expositoras y a la curadora, mi abrazo incondicional por su trabajo. Un abrazo lleno de preguntas que son para ustedes y para todas –en donde me incluyo–.

Celestina Alessio. Nace en Carhué en 1982 pero vive en La Plata desde 2001, ya se considera platense. Celestina sólo puede pensarse en movimiento. Corrección, Celestina puede ser pensada como diseñadora, encuadernadora, tatuadora, gestora, editora: hacedora en el trabajo colectivo y tallerista... En movimiento, pero creadora.



Buenos Aires

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un despelote genial Marina Etchegoyhen

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Marina marchó en Buenos Aires junto al colectivo Antiprotocolo Antifachxmachx, tijeras en mano, proponiendo cortar(la) con el machismo. Entre asambleas y expectativas que desbordaban el colectivo avanzó, se apropió de la calle y la reventó a tijeretazos y consignas.

Hace varios años armamos entre amigas un colectivo de intervención artística, Antiprotocolo Antifachxmachx. Un grupo, grupa, manada, marea de personas que fluimos de acuerdo a lo que va pasando en el cotidiano y los intereses en común. Hacemos de todo. El contexto represivo no logró inmovilizarnos, aunque en lo particular, me tuvo bastante preocupada durante la previa del 8M. Esta vez, me pasó algo distinto a lo que me sucede con otras marchas o paros: ya estaba pensando en la fecha varios meses antes, discutiendo cómo

sería y qué haríamos durante la movilización. Las asambleas feministas que se multiplicaron desde fines de enero fueron un gran empujón para pensar cómo seguir, sabiéndonos multitud. Sentí algo similar a lo que muchas vivimos con los Encuentros Nacionales de Mujeres: una expectativa que crece mezclada con deseos y ansias de organización porque algo muy bueno e importante está por sucedernos. El 8 de marzo lanzamos una convocatoria para encontrarnos en la calle con tijeras en la mano, caminar junt@s, cortando y arrancando cosas durante


76 la movilización. Invitamos a hacer un collage colectiv@ antipatriarcal para marchar haciendo lo que nos gusta y empodera. Salí de casa y me tomé el subte entre canciones a favor del aborto legal e intervenciones de varios grupos. Llegué al punto de encuentro rodeada de todo tipo de personas dispuestas a marchar y ser parte de este gran movimiento, con carteles y cuerpos escritos con distintas reivindicaciones. Aullando canciones con rimas reinventadas. Éramos muchas, muches, muchxs, muchísimas mujeres, lesbianas, trans, tranvestis, no binaries visibilizándonos en las calles. En la esquina de Avenida de Mayo y Perú, ya con l@s chic@s recortamos, arrancamos y nos apropiamos de todo tipo de cosas. Volantes pisoteados, pedazos de cartones, propagandas horribles, una caja de huevos, cáscara de banana, una sombrilla, cintas de peligro, papeles de la marcha arrugados, un globo, un diario con una noticia de un femicidio y mucho más. Caminamos por Avenida de Mayo hasta la 9 de Julio, sosteniendo dos banderas plateadas con la palabra “fantásticamente” y el dibujo de una gomera cuando vimos una pared de madera, unas vallas de algo en construcción. El muro nos sirvió de base para ar-

mar un gran collage con todo lo que levantamos a medida que avanzamos con la marea y los carteles, afiches y fotos que nos habían dado compañer@s que no pudieron estar. Entre tod@s hicimos un despelote genial, un collage sin ninguna regla de composición ni lenguaje visual clasificable. Pegamos con adhesivo y cinta; escribimos frases como escupidas y muchas pibis que pasaron se sumaron con sus palabras: “Macri el macho que te eyaculó”, “visibles”, “pará con el pitito”, “matando al macho”, “nunca volverán a tener el placer de nuestro silencio”, “mi cuerpo mi territorio”, “el agua bendita ya no sale de tu verguita”, “derechos fundamentales”, “al violador tijera”, “no es no”, “nadie nos regala nuestros derechos”, entre otras. Nos reímos mucho de todo lo que se nos ocurría. Cuando llegamos a la plaza, sentí un sabor amargo al ver el Congreso iluminado de violeta y decorado con banners por el Día Internacional de la Mujer. Como si se trataran de disfrazar y ocultarse con nuestros colores. ¡Pero no nos van a engañar, sabemos que junt@s estamos transformando todo y este Estado misógino que nos odia, reprime y mata es parte de lo que tiene que caer!

Marina Etchegoyhen. Docente y artista. Vivo en el barrio de Once en la Ciudad de Buenos Aires. Me gustan los proyectos colectivos y hacer con otr@s. Hasta fin de marzo estoy exponiendo y activando junto a unx grup@ en “la m(n)uestra antifachxmachx/agitarcompartirdiscutir/accionesantipatriarcales” en el Centro Cultural de la Cooperación.




Montevideo

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el pelaje de mi cuerpo Ana Clara D’Amico

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Ana Clara viajó el mismo 8M a Montevideo y se sumó, dando saltos, a la marcha que venía al son del candombe. La adrenalina y el ritmo la llevaron a sumergirse en la marea empoderada y experimentar con todos los sentidos la contundencia de una lucha que crece, crece y seguirá creciendo, desde la convicción de “no querer ser más esta humanidad”.

El 8M no fui al trabajo, paré. El 8M viajé a Montevideo para asistir a una inauguración de arte. Llegué por la tarde y demoré algunas horas resolviendo cosas del viaje, por lo que arranqué hacia la marcha una hora más tarde de lo convocado. Comencé a caminar por una callecita angosta y empinada hacia calle 18 de julio, atenta y observadora. 50 metros antes de llegar, empezó a subirme la adrenalina. El pelaje de todo mi cuerpo se erizó: eran las mujeres cantando… Me provocaron a lle-

gar al trote y dando saltos esa media cuadra restante hacia donde estaba la manada. Desemboco en una marea. Comienzan las miradas cómplices. Comunicación visual y táctil. Me sumerjo. La suerte quiso que aquella callecita me escupiera en el momento en que las mujeres tamboreras pasaban encolumnadas. Así fue que marché al son del candombe, moviendo mucho todo el cuerpo y disfrutando encontrar en varias de las caras desconocidas, posibles dobles de mis amigas argen-


80 tinas. Vi varios varones: algunos dando órdenes –como de costumbre–, otros más expectantes y solo uno muy desubicado y violento. Me preguntaba qué criterio tenían en Uruguay respecto de la participación de los hombres cis en la marcha. Si sería igual que en Argentina. O si solo eran tan usurpadores como los de acá. Por momentos, las mujeres retomaban una canción que decía: “¡No!... ¡NO matan!... ¡No matan más!... ¡No!... ¡NO matan!... ¡No matan más!... ¡No!... “ Un deseo tan general, y tan amplio,

que se vuelve abstracto. Pensaba en toda la cadena de microaspectos que hacen al estado actual de este patriarcado. Sentía que era muy poco solo asegurar el deseo. Sin embargo, era suficiente, en ese momento, para hacer(nos) saber que estamos juntas y que no queremos ser más esta humanidad. No llegué a ver quiénes iban adelante ni atrás de la cuerda de mujeres candomberas, no vi banderas. Vi mucha ropa violeta y muchas chicas lindas. El 8M volví sola, caminando tranquila, orgullosa de ser tan torta y bailarina. *Ese mismo día, 8M de 2018, ocurrió en Salto, Uruguay, el quinto femicidio en lo que va del año; un hombre asesinó a su expareja y a uno de los policías que la custodiaba. El hecho ocurrió antes del paro y la marcha.

Ana Clara D’Amico. Se formó en artes escénicas y plásticas. Forma parte de las colectivas artísticas: La Caldera y Boca Sucia. Gestiona en conjunto el espacio cultural Cuatro de Discos, donde coordina el taller de cerámica.




Río de Janeiro 83

perdimos a una más Natália Cindra

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Mientras Natália escribía sobre el 8M en Río de Janeiro, Marielle Franco, negra, favelada, lesbiana y feminista, fue asesinada. Entre lágrimas cambió su texto para dar visibilidad a esta gran e inesperada pérdida. Con gran consternación, pero sin abandonar la convicción de una lucha impostergable, nos brinda una postal teñida de sororidad desde Brasil.

Iba a escribir cómo este año fue complicado unificar el acto del 8M. Cómo las tantas organizaciones de mujeres de partidos y centrales sindicales, del movimiento estudiantil, autonomistas, socialistas, anarquistas y comunistas hicieron reuniones interminables para conseguir construir unidad en un día tan simbólico e importante de lucha feminista. Cómo esa unidad es importante en medio de tanto retroceso en Brasil, pero no es una tradición de la izquierda brasileña. Iba a escribir que las cosas por aquí

no son fáciles. Que el feminicidio solo crece en Brasil. Que, según datos oficiales, cada 11 minutos una mujer es violada en el país y que, en números absolutos, se estima que al año ocurren medio millón de violaciones. Que ganamos 30% menos en el mercado de trabajo y el 50% de las mujeres pierde sus empleos al volver de la licencia de maternidad. Que hace 2 años la primera y única mujer presidenta del país sufrió un golpe y fue alejada del poder sin siquiera una prueba contra ella, víctima de la mayor campaña sexista


84 nunca vista en el país. Iba a escribir que, a pesar de eso, el debate sobre el feminismo nunca fue tan popular como ahora. Me atrevería a decir que, a pesar de nuestra frágil e interrumpida democracia, a pesar de tantos intentos de quitarnos derechos –cuando antes la pauta era la ampliación de ellos–, nunca debatimos tanto el combate al machismo. A pesar de la coyuntura, es visible percibir que el debate feminista ha ganado fuerza y visibilidad y que los movimientos de “vote em mulher” –reivindicatorios de votar a una mujer– y las denuncias (como las de las actrices norteamericanas) han tomado la escena. Iba a compartir con ustedes que en medio de ese contexto contradictorio de retrocesos institucionales y avances en el alcance del debate feminista, las manifestaciones en nuestro #MarzoRebelde y sobre todo en el 8M fueron lindas. Mujeres de todas las edades, animadas, vestidas o no, llenaron las calles de las principales capitales. En Río de Janeiro, incluso bajo la lluvia fuerte, se estima que 10.000 mujeres participaron en el acto. Iba a enviar todo eso, para compartir las victorias y retrocesos del 8M en Brasil, nuestra situación de resistencia y la madurez del movimiento –incluso con muchos desacuerdos– para construir un acto unificado. Sin embargo, anoche llegó una noticia abrumadora: fue ejecutada la única concejal mujer negra de la ciudad de Río de Janeiro. “Favelada”, lesbiana y de izquierda, Marielle Franco denunciaba los abusos policiales y la ineficacia de la guerra a las drogas. Fue asesinada al salir de un evento sobre la resistencia de las jóvenes mujeres de la periferia. Ella fue la quinta concejal más votada en Río, aun siendo

su primera elección, y ha sido de gran inspiración para mujeres de todos los partidos y movimientos de izquierda, incluso para mí. La política y el parlamento no se han hecho para nosotras. La hostilidad hacia nosotras es brutal. Ocupar esos espacios en sí ya es audaz, pero Marielle no solo lo hizo. También ocupó otro debate hostil desde hace años: el debate de los derechos humanos y la seguridad pública. La ciudad de Río de Janeiro fue recientemente elegida, arbitrariamente, para estar bajo intervención federal, es decir, intervención militar en el área de seguridad pública. Varias favelas han sido ocupadas por el ejército y ya hay denuncias de abusos de poder. Marielle no se calló. Denunció hasta su muerte el error de esa política pública y la corrupción de los agentes de seguridad. En la víspera de su muerte escribió un artículo preguntando cuántos tendríamos que morir para que esa guerra acabe. No sabemos la respuesta, Marielle. Pero que su muerte no sea en vano. Una mujer de lucha menos. Y ahora, mucha más lucha en su homenaje. Iba a escribir lo que gentilmente me pidieron pero, en este momento, solo puedo compartir el dolor de las militantes feministas por perder a su compañera y representante en el parlamento municipal. “Ni una menos” nunca tuvo tanta fuerza como ahora. De la lágrima a la lucha. ¡Marielle presente! Hoy y siempre.

perdemos mais uma Ia escrever como foi complicado unificar o ato do 8M esse ano. Como as tantas organizações de mulheres de partidos, centrais sindicais, do


Río de Janeiro 85 movimento estudantil, autonomistas, socialistas, anarquistas e comunistas fizeram reuniões intermináveis para conseguir construir unidade num dia tão simbólico e importante de luta feminista. Como essa unidade é importante em meio a tanto retrocesso no Brasil, mas não é uma tradição da esquerda brasileira. Ia escrever que as coisas por aqui não estão fáceis. Que o feminicídio só cresce no Brasil. Que, segundo dados oficiais, a cada 11 minutos uma mulher é estuprada no país e que em números absolutos, estima-se que ao ano ocorrem meio milhão de violações. Que faz 2 anos que a primeira e única mulher presidenta do país sofreu um golpe e foi afastada do poder sem nem sequer uma prova contra ela, vítima da maior campanha sexista já vistas no país. Ia escrever que apesar disso, o debate sobre o feminismo nunca foi tão popular. Ousaria dizer que, apesar da nossa frágil e interrompida democracia, apesar de tantas tentativas em nos tirar direitos - quando antes a pauta era a ampliação deles - nunca debatemos tanto o combate ao machismo. Apesar da conjuntura, é visível perceber que o debate feminista tem ganhado força e visibilidade e que movimentos de “vote em mulher” e denuncias (como das atrizes norte-americanas) tem tomado a cena. Ia compartilhar com vocês que no meio desse contexto contraditório de retrocessos institucionais e avanços no alcance do debate feminista, as manifestações no nosso #MêsRebelde e sobretudo no 8M foram lindas. Mulheres de todas as idades, animadas, vestidas ou não, encheram as ruas das principais capitais. No Rio de Janeiro, mesmo debaixo de chuva forte, estima-se que 10 mil mulheres participa-

ram do ato. Ia enviar tudo isso à minha companheira Verônica, para ela traduzir para o espanhol e compartilhar as vitórias e retrocessos do 8M no Brasil, nossa conjuntura de resistência e maturidade do movimento – mesmo com muitos desacordos – construírem atos unificados. Mas agora a noite chegou uma notícia avassaladora. Há duas horas foi executada a única vereadora mulher negra da cidade do Rio de Janeiro. Favelada, lésbica e de esquerda, Marielle Franco denunciava os abusos policiais e a ineficácia da guerra às drogas e foi assassinada ao sair de um evento sobre a resistência das jovens mulheres da periferia. Ela foi a quinta vereadora mais votada no Rio, mesmo sendo sua primeira eleição, e tem sido de grande inspiração para mulheres de todos os partidos e movimentos de esquerda, inclusive para mim. A política e o parlamento não foram feitos para nós. A hostilidade conosco é brutal. Ocupar esses espaços em si já seria ousado, mas Marielle não fez só isso. Ocupou também outro debate hostil e que lhe era caro há anos: o debate de direitos humanos e segurança pública. O Rio de Janeiro recentemente foi escolhido arbitrariamente para estar sob intervenção federal, isto é, intervenção militar na área de segurança pública. Diversas favelas têm sido ocupadas pelo exército e já pipocam denúncias de abusos de poder. Marielle não se calou. Denunciou até a sua morte o erro dessa política pública e a corrupção dos agentes de segurança. Na véspera da sua morte escreveu um artigo perguntando quantos teríamos que morrer para que essa guerra acabe. Não sabemos a resposta, Marielle. Mas que sua morte não


86 seja em vão. Menos uma mulher de luta. E agora, muito mais luta em sua homenagem. Ia escrever o que gentilmente me pediram, mas nesse momento, só posso compartilhar a dor das militantes

feministas em perderem sua companheira e representante no parlamento municipal. “Nenhuma a menos” nunca teve tanta força como agora. Da lágrima à luta. Marielle presente! Hoje e sempre.

Natália Cindra. Socióloga y militante. De 2013 a 2015 fue investigadora de la Comisión de la Verdad de Rio de Janeiro. Actualmente es asesora del diputado federal Wadih Damous.




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