Revista IF (CMD): Alta en el suelo

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Interfase industrial valeria laferrara

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gentileza Santiago oliver

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Alta en el suelo La militancia de las dos ruedas, la adopción de medidas urbanas de impulso a la bici en las ciudades, la respuesta del mercado a la demanda entre nuevos desarrollos y el furor de los tuneados conforman tanto más que un boom. Claves del apasionado movimiento que, mientras bajan los índices de contaminación, crece en volumen y en felicidad de sus usuarios Como la cuchara o la tijera. Eterna y atemporal. Así pensamos a la bicicleta. Claro que ella también tiene su cronología: su primer bosquejo podría remontarse a las antiguas civilizaciones de China, Egipto e Italia. Aunque no hay datos precisos que avalen dicho supuesto, sabemos que este medio de transporte atesora una larga trayectoria. Algunas teorías sostienen que Leonardo Da Vinci tuvo mucho que ver en su invención, y en el siglo XV esbozó algunos planos con dibujos de dos ruedas, cadenas, cuadros y dirección. Casi doscientos años después, hacia 1790, surgió el denominado “celerífero”, ideado por el francés Sivrac: dos ruedas de madera unidas por dos ejes a un armazón del mismo material. Este sistema no tenía pedales y era el propio conductor quien debía impulsarse con sus pies para avanzar. Años después, el alemán Von Drais agregó una suerte de timón o dirección al invento ya creado, que pasó a llamarse 16

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“draissiana”. Recién hacia 1838, el escocés MacMillan acopló cigüeñales al eje, que ya se accionaba con dos palancas situadas en el cuadro. Treinta años después surgieron los pedales propiamente dichos y la cadena para activarlos. Recién estrenado el siglo XX, la bicicleta ya tenía el aspecto que todos conocemos. Claro que, durante los doscientos años que nos separan de ese momento, ha sido objeto de las más variadas modificaciones y mutaciones, aunque sin perder jamás su forma primigenia. Las bicicletas son un fenómeno ineludible en las grandes ciudades: de infinidad de tamaños, colores y estilos, representan la gran opción para enfrentar un tránsito cada vez más complicado. Dice David Byrne, al respecto, en su libro Diarios de bicicleta: “Entre 2007 y 2008, el tráfico de bicicletas en Nueva York se incrementó en un 35 por

ciento. Es difícil saber cuál ha sido el orden de los factores: si el aumento de carriles es lo que ha inspirado un mayor uso de la bicicleta o si ha sido al revés. Sospecho felizmente que, al menos de momento, el departamento de transporte y los ciclistas de Nueva York están del mismo lado. A medida que aumenta el número de jóvenes artistas y creativos que se instalan en Brooklyn, también lo hace el número de ciclistas que cruzan los puentes. El tráfico de bicicletas por el puente de Manhattan se cuadruplicó el año pasado (2008), y el del puente de Williamsburg se triplicó. Y estas cifras continuarán aumentando mientras la ciudad siga haciendo mejoras respecto de los carriles, los aparcamientos para bicicletas y otros servicios. En este sentido, la ciudad se está anticipando, hasta cierto punto, a lo que ocurrirá en un futuro no muy lejano: mucha más gente usará la bicicleta para ir a trabajar o por diversión”.


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