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EXPERIENCIAS “Me encantaría volver a participar en otras misiones de paz”

María Sol Delatorre tiene 44 años, es médica oftalmóloga y actualmente se desempeña como codirectora de CPO San Martín. Es médica de planta y jefa de los consultorios externos del Hospital Militar Campo de Mayo, además de docente adscripta de la UBA. Hace casi 10 años, la búsqueda de un cambio en su carrera la llevó a vivir experiencias impensadas que moldearon mucho más que su profesión. Así lo revive para Revista MO.

En 2015, después de casi una década en el Hospital de Clínicas José de San Martín, empecé a sentir la necesidad de un cambio. Como había hecho mi unidad docente hospitalaria en el Hospital Militar Central, una de las posibilidades era ingresar al ejército que tenía algunas actividades que a mí siempre me habían interesado como, por ejemplo, conocer la Antártida. Concursé en el ejército para ingresar como médica militar con residencia acreditada, quedé y me asignaron como médica de planta y jefa de residentes del Hospital Militar de Campo de Mayo.

El primer año estuve dentro de la fuerza y no pude participar de comisiones militares, pero en 2016 empecé a averiguar y surgió la posibilidad de hacer mi primera campaña antártica de verano en la Base Primavera.

A fines de diciembre partimos desde Buenos Aires a bordo de un Hércules, un avión militar gigante al que nunca imaginé que iba a subirme. Fue una situación de película: éramos 64 personas arriba del avión con nuestros trajes y equipaje militar, pero solo 9 viajábamos hasta la Base Primavera. Tardamos cinco horas y media en llegar, el avión aterrizó en una base chilena donde nos subimos a un barco de la Armada Argentina que nos trasladó hasta la base. Desde ese primer momento hasta el último día, tres meses después, fue una experiencia alucinante.

En ese lugar, empezás a sentir que las cosas que veías como cotidianas –un vaso de agua potable, una cama o una comida caliente- pasan a ser un privilegio. En ese momento, allí no había Internet, televisión, cable ni teléfono. Teníamos una radio con un operador que una vez por semana se encargaba de comunicarnos con nuestras familias para poder decirles que estábamos bien. Hablábamos cinco minutos, cambio-cambio de por medio, y esa era toda la comunicación que teníamos con el exterior. Entonces, el vínculo con tus compañeros, con uno mismo, pasan a ser fundamentales para poder mantenerse bien.

Tres meses después, cuando volví de la Antártida, era otra persona. Dejé una parte mía enorme ahí que no va a volver nunca más. La experiencia fue tan gratificante que volví a postularme dos años seguidos y tuve la suerte de conocer también las bases antárticas Petrel y Esperanza.

En 2020, vino el COVID y nos cambió la vida a todos, particularmente a los militares, porque tuvimos que salir mucho a la calle a colaborar. Fue una época muy complicada, el hospital no contaba con la cantidad de médicos clínicos para manejar la situación y todos los que teníamos un poco de manejo clínico terminamos tratando pacientes de COVID.

En ese contexto mundial tan particular, a fines de agosto de 2020, me convocan para participar de una misión de paz, junto con Naciones Unidas, en la República de Chipre. El contingente estaba integrado por 250 argentinos que se sumaron a los 750 militares de todo el mundo.

Formar parte de una operación militar de esa magnitud, cuidar y salvar la paz de un país que está en conflicto latente desde hace mucho tiempo fue una experiencia increíble, casi intangible. La calidad humana que encontré en ese país tan chiquito en el medio del Mediterráneo fue maravillosa. Me permitió aprender mucho sobre otras culturas porque el país se divide, básicamente, en una parte griega y otra turca, con idiomas, costumbres, comidas y religiones diferentes. El nivel de nutrición personal que tuve en esa misión fue de lo más grande en mi vida.

Fue una misión particular porque seguíamos en pandemia y teníamos que lograr mantenernos operativos con otros militares que se iban enfermando por cuestiones lógicas. No había recoveco por donde no entrara el COVID, y nosotros teníamos que estar siempre al pie del cañón, cuidando a nuestra gente para que no se pusiera en riesgo la misión. Teníamos que lograr coordinar los distintos protocolos, sentarnos a pensar y definir cómo manejar a los pacientes, cómo hacer los controles, cómo manejar los contactos estrechos, etcétera.

Como las vacunas aun no estaban disponibles — ni siquiera en fase de prueba en humanos— cuando viajamos, el Contingente Argentino desplegó sin vacunación. Eso generó mucha incertidumbre. Cuando estuvieron disponibles y de la mano de muchas coordinaciones, pudimos vacunar, lo que permitió mantener la capacidad operacional de la Fuerza de tarea y dando también tranquilidad al personal. Fue una experiencia única. Me llevé en el corazón personas increíbles, además de un aprendizaje laboral, militar, médico y de vida que creo que no voy a volver a tener.

A futuro, deseo que el ejército me dé la posibilidad de volver a la Antártida una vez más antes de terminar mi carrera porque realmente es un lugar que quiero volver a pisar, lo siento como mi hogar. También me encantaría volver a participar en otras misiones de paz en Colombia, Haití, Medio Oriente o África, tratando de romper un poco con el paradigma de que los médicos militares solo podemos cumplir roles sanitarios o dentro del sistema hospitalario. Obviamente, se requiere de muchísima preparación técnica y táctica, pero me veo realizando una nueva misión en los próximos años.

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