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Entrevista: "Si uno tiene ganas, siempre encuentra caminos"
Conversamos con Cristina Sanz, licenciada en Trabajo social (UBA), maestra de braille, integrante de diversas instituciones y consultora en temas de discapacidad visual y sordoceguera. Fue reconocida recientemente con la distinción Dorina Nowill a mujeres ciegas y con baja visión “por su extensa y destacada trayectoria en la defensa de los derechos de las personas con discapacidad visual en la región” por la Unión Latinoamericana de ciegos.
“Yo soy persona ciega de nacimiento. Tuve la suerte de nacer en el tiempo y en el lugar justo, porque al año y meses de nacida se creó la escuela para ciegos de La Plata, que es la ciudad donde nací hace 78 años y donde he vivido toda mi vida. Cuando tenía tres meses fue mi mamá la que le dijo al pediatra: mi hija tiene algo en los ojos. Y tenía razón. A los cuatro meses comencé a usar anteojos y recién a los 22 años me diagnosticaron síndrome de Leber”. Locuaz, Cristina Sanz cuenta con naturalidad como a lo largo de su vida fue abriéndose camino y, casi sin proponérselo, enarbolando la bandera de la inclusión y acceso a la educación de las personas con discapacidad visual.
MO- ¿Cómo fue su infancia?
CS- Soy la tercera de cuatro hijos, la única con discapacidad visual, pero mi madre y mi padre jamás me dijeron vos no podés. Solamente me decían, tenés que tener cuidado. Siempre digo que mi mamá fue la primera integradora porque, cuando yo era chiquita, fue a la escuela religiosa del barrio y les dijo que me tenían que aceptar en el jardín de infantes para trabajar con los demás niños y así fue. Todas las chicas del barrio éramos amigas y hacíamos todo lo que hace un chico. Siempre tuve mucha soltura, mucho desplazamiento. Inclusive de niña anduve en bicicleta, me la prestaba mi primo.
MO- ¿Cómo llegó a la escuela para ciegos?
CS- De casualidad. Un día caminando con mi mamá, la descubrió, se paró en la puerta y me dijo: esta va a ser tu escuela Así que cursé toda la primaria en la Escuela N° 515 para Ciegos porque en ese momento no había otra opción, pero la directora era Elina Tejerina —esposa de Rodolfo Walsh— que observaba cómo los alumnos jugábamos con sus hijas y las de demás maestros sin ningún inconveniente, así que fue la primera que empezó la integración en una escuela argentina, en 1964.
Después empecé la escuela secundaria en el Normal N° 3 con otros dos compañeros ciegos y fuimos los primeros en negarnos a la ley que por entonces exceptuaba a las personas ciegas de cursar matemáticas. Recuerdo que llevábamos pizarra y punzón, porque en ese entonces no teníamos otra cosa, y la profesora venía y dibujábamos sobre un secante con la hoja al revés. Con los compañeros tampoco tuvimos ninguna dificultad.
Nunca tuve dificultades de aprendizaje, todo me gustaba. Cuando terminé, hice un test de orientación vocacional y me anoté para la carrera de Trabajo social que, por entonces, era terciaria. Fui la primera estudiante ciega y, si bien tenía mucha autonomía, en enero de 1967 fui al Centro de Rehabilitación de Uruguay a adquirir la técnica Hoover en el uso del bastón porque en la Argentina no había nadie que la enseñara. Me recibí en diciembre de 1970 y enseguida comencé a trabajar en Secretaría de Menores como asistente social con adolescentes varones. En 1975 comencé a trabajar en la escuela para ciegos donde yo había estudiado. Veinte años después, motivada por una amiga y colega, cursé la licenciatura en la UBA para completar mi formación.

MO- ¿Cómo fue su llegada a las entidades internacionales?
CS- Siempre estuve vinculada con las organizaciones. En 1985 se creó la Unión Latinoamericana para Ciegos y, si bien me ofrecieron cargos antes, recién en 1990 asumí la Secretaría de Educación donde trabajé voluntariamente durante 23 años. A finales de 2012, me propusieron la presidencia del Consejo Internacional para la Educación de las Personas con Discapacidad Visual de América Latina (ICEVI LATINOAMÉRICA), integrado entonces solo por profesionales con vista. Acepté y me quedé por dos períodos en los que logramos la legalización regional y la aceptación de profesionales con o sin discapacidad visual. Hoy, la organización tiene más de 600 asociados y no nos preocupa si la persona ve o no, porque hay equidad.
Además, durante mi gestión en ICEVI advertimos que la campaña mundial Educación para todos (EFA) no tenía en cuenta a los niños con discapacidad visual y creamos EFA-VI: la Campaña de educación para todos los niños y niñas con discapacidad visual que aún se desarrolla conjuntamente con ULAC FOAL y Perkins.
MO- En su experiencia, ¿evolucionó la integración de las personas con discapacidad visual?
CS- Sí, hoy hablamos de inclusión. Antes el problema estaba centrado en la persona con discapacidad que era la que tenía que integrarse, normalizarse. Hoy, la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad nos dice que la discapacidad es la interacción de la persona con una deficiencia en su entorno, y es este el que tiene las barreras que hacen que no pueda actuar con igualdad y equidad si todo atenta contra su movilidad, su desplazamiento. Evolucionó mucho, pero todavía hay mucho para seguir haciendo porque muchas de las cosas que ocurren son porque la sociedad las desconoce. Las mayores trabas son mentales. Es presuponer lo que el otro puede. ¿Quién soy yo para presuponer qué puede y qué no puede una persona con discapacidad intelectual o una persona sorda, que no es mi especificidad? En todo caso, si tengo dudas, le puedo preguntar.
“La discapacidad visual es la única que se aborda con eufemismos: yo no soy ni no-vidente, ni invidente, ni qué sé yo mil palabras que se usan: yo soy una persona ciega".
MO- ¿Qué rol cumplen los oftalmólogos en esta inclusión? ¿Cómo podrían mejorar la integración de los pacientes con baja visión o ceguera?
CS- Mi primera sugerencia es que hay que aprender a trabajar juntos. Me parece excelente que hagan lo imposible para que el paciente recupere la visión, pero cuando reciben un niño ciego es vital no perder tiempo. Que lo deriven a los organismos que los pueden ayudar para tener una evolución en tiempo y forma. A cualquiera le puede suceder perder visión, por patología, por accidente, por mil circunstancias, y es natural que la persona esté deprimida, que crea que se acabó su vida, que no va a poder. Pero hay que demostrarle que sí va a poder, que hay técnicas que pueden ayudar a lograr las mismas actividades de otra forma.
A los oftalmólogos les cuesta mucho dar diagnósticos. Eso no puede suceder, porque es un derecho para el paciente conocer qué tiene y saber plenamente qué significa. Cuando se trata de niños, los padres tienen que ser informados con claridad, no con promesas que no sabemos si se van a cumplir porque mientras tanto el niño crece, va evolucionando y no tiene lo que necesita como persona con discapacidad. Cuanto antes le demos elementos para que pueda desarrollar todas sus aptitudes, mejor. El oftalmólogo tiene que acompañar ese proceso para que la familia no sienta que se le acabó el mundo. El mundo nunca se acaba. Si uno tiene ganas de encontrar caminos, siempre los encuentra.