Los rostros de la tierra JosĂŠ J. Quintero D. , Esther Z. Rosas L. , Federico del Cura D.
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Los autores son Docentes-Investigadores de la Universidad Politécnica Territorial de Mérida Kléber Ramírez (UPTMKR), pertenecen al Grupo de Estudios Multidisciplinarios (GEM), son los Editores de la revista institucional arbitrada Voces: tecnología y pensamiento. Este texto es fruto del trabajo conjunto de los autores en el Proyecto: Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos culturales asociados a la agricultura ante escenarios de cambio climático en el estado Mérida (FONACIT 2013001542)
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osé Juvencio Quintero Delgado
sther Z. Rosas Lobo
Licenciada en Educación por la Universidad de los Andes (ULA, 1996), Magister en Planificación de la Educación por la Universidad Bicentenaria de Aragua (UBA, 2000), Doctora en Lingüística por la Universidad de los Andes (ULA, 2008). Sus trabajos de investigación han estado suscritos por una parte, a la Lingüística Aplicada, especialmente a la enseñanza-aprendizaje de la lengua extranjera, por otra parte, a los estudios culturales ligados a la actividad agrícola, al estudio de la resiliencia en comunidades rurales vulnerables a los desastres naturales… ederico Del Cura Delgado.
Licenciado en Letras por la Universidad de los Andes Geógrafo por la Universidad de Los Andes (ULA, (ULA, 1989), Magister en Literatura Iberoamericana 1986), Magister en Gerencia por la Universidad Fermín Toro (UFT, 2005), Experto Universitario por la Universidad de los Andes (ULA, 1992). en Gestión de Proyectos en Educación, Ciencia y Cultura por la Universidad de Educación a Ha cultivado la fotografía durante los últimos 30 Distancia de España (UNED, 2005), Doctorando en años, actualmente dicta la cátedra de Fotografía Ciencias Gerenciales por la Universidad Nacional Básica en el PNFTurismo de la UPTMKR. Es el Di- Experimental de las Fuerzas Armadas (UNEFA). rector–Editor de la revista Voces: tecnología y pensamiento. Sus trabajos como investigador se Ha desarrollado una amplia carrera profesional vinculan a la cultura. Tiene bajo su responsabili- inicialmente en el ejercicio privado en consultoría dad el proyecto La incidencia del componente en el área ambiental y educativa. En la docencia cultural como capacidad adaptativa para la universitaria de pre y postgrado en cátedras como resiliencia ante el desastre climático de 2005 Agroclimatología, Biodiversidad, Planificación Ecoen los habitantes de Santa Cruz de Mora del regional y Gerencia de la Ejecución de Proyectos. estado Mérida (FONACIT 2013002042).
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Universidad Politécnica Territorial de Mérida Kléber Ramírez: Rector: Dr. Ángel Z. Antúnez P. Vicerrector Académico: Dr. Walter A. Espinoza R. Secretario: MSc. Iván A. López R. Responsable Administrativo: Ing. Jesús T. Montilla Responsable de Desarrollo Territorial: Esp. Deny j. Avendaño P. Resposable Éstrategico de Políticas Estudiantiles: Ing. Maria J. Salas M. Coordinación de Gestión Editorial de la UPT de Mérida Kléber Ramírez: Dr. Jesús A. Delgado M. (Coordinador) Comisión de Arbitraje Dr. Ramiro Prato V. MSc. Marilyn Medina L. MSc. Frank Tovar
Los Rostros de la Tierra Primera Edición 2017 Coordinación de Gestión Editorial de la UPT de Mérida Kléber Ramírez José J. Quintero D., Esther Rosas L. Federico Del Cura D. Diseño: Mariemilia Arellano. Foto de Portada: José J. Quintero D. HECHO EL DEPÓSITO DE LEY Deposito legal: ME2017000178 ISBN: En Trámite.
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Población de Chacantá. Pueblos del Sur.
Fotógrafía: José J. Quintero D.
Los rostros de la tierra 3
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Cultivo de “Churí”Auyama de gran tamaño (Curcubita)
Fotógrafoía Federico Del Cura D.
Contenido Prólogo.................................................................................................................................................................................................................
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Presentación...........................................................................................................................................................................................................
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Introducción............................................................................................................................................................................................................
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Germoplasma.........................................................................................................................................................................................................
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Las Colectas.......................................................................................................................................................................................................... 36 Cultura................................................................................................................................................................................................................... 39
Religión, epónimo de la cultura andina..................................................................................................................................................................... 46 Paisaje................................................................................................................................................................................................................... 49
El geosímbolo como resistencia de lo auténtico........................................................................................................................................................ 54 Cultivos.................................................................................................................................................................................................................. 57
Coexistencia de agrosistemas................................................................................................................................................................................. 64 Pueblos.................................................................................................................................................................................................................. 67
Red indígena y pueblos coloniales........................................................................................................................................................................... 72 Lo humano............................................................................................................................................................................................................. 75 El Ethos Andino...................................................................................................................................................................................................... 86 Cierre a tres voces.................................................................................................................................................................................................. 89 5
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Entrevista al productor Juvencio Contreras Chacantá
Fotógrafía: José J. Quintero D.
Prólogo Los orígenes de Los rostros de la tierra se funden con una investigación universitaria más extensa que versa sobre germoplasma y cultura. Para decirlo con más precisión, una indagación que explora las labores agroculturales en los territorios andinos del estado Mérida. Si tratamos específicamente el caso del agro, el trabajo versaría sobre los problemas propios a tal quehacer: la conservación de semillas, las estrategias que pueden aplicarse ante las variaciones climáticas y el cambio climático, el uso de transgénicos, la defensa ante plagas, etc. En lo que concierne a la cultura los asuntos varían desde el tipo de práctica que se implementa en las tareas agrícolas, la ordenación particular de las relaciones socioeconómicas de las comunidades, las prácticas religiosas, lingüísticas y míticas ligadas a la siembra, la gobernanza de estos sectores, hasta llegar a estudiar los niveles de bienestar y calidad de vida que cada comunidad ensambla particularmente en su hábitat y en su circunstancia social.
Esas son las nociones iniciales por donde se canalizó la investigación y, como toda propuesta universitaria, su cauce corresponde al aspecto y las formalidades metodológicas que le son propias. Dicho de esta manera, la conclusión inmediata que cabría pensar es que estamos ante un texto que desarrolla un planteamiento del tipo que caracteriza a ese saber profesional, pesquisas pensadas bajo el apretado entramado de la ciencia donde los resultados que arroja el trabajo juegan un papel central, imponiendo una conclusión y redirigiendo recomendaciones o planteamientos novedosos hacia el fenómeno de estudio en concreto. El resultado final se apoya sobre el piso de una exposición que confirme o deniegue los constructos previos que la situación determinada haya aportado a la tendencia investigativa en estudio, eso sería lo normal, lo corriente. Sin embargo, en este libro ha ocurrido una particular decantación de los estados de percepción de los
investigadores sobre lo estudiado, que enmienda y reconstruye la significación de los materiales recabados en el trabajo de campo. De cómo se explica esto trataré de dar luz en las siguientes líneas. La historia se inicia en uno de los periodos de análisis y discusión de lo recabado en las tareas asumidas, en algún momento álgido del deliberar, no exento de tormenta y debate, se produjo un corte, esta cesura da inicio a un proceso de reflexión que se separa de la lógica del pensar profesional para comenzar a recrearse en otro tipo de entendimiento capaz de dar lugar a una escritura diferente. En nuestras conversaciones se hizo evidente una señal de que algo quedaba fuera, “algo” se perdía en los datos acumulados por la metodología clásica de una investigación, en los cuestionarios, las estadísticas, las gráficas, los apuntes detallados, las fieles transcripciones de las entrevistas; la sospecha de lo que se escapaba se acrecentaba en cada discusión, reconocíamos un “plus” que no podía ser atrapado por el método que estábamos empleando.
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Celebración de San Isidro Labrador Timotes
Fotógrafía: José J. Quintero D.
Con estas inquietudes personales, y ya como un tema a resolver, acudimos nuevamente a la mesa de trabajo, repensando los términos en los que habíamos formulado la investigación, reparamos en sus límites, nos hicimos conscientes de que pisábamos otros terrenos pero que, a la postre, reclamaban atención porque habían calado en el ánimo de todos. Después de muchos litros de café y de otros tantos días, llegó el consenso, la investigación, que en principio era diáfano río, se había transformado en delta. Lo que habíamos observado había transmutado nuestra percepción, se ramificaba y obligaba a tomar decisiones que resolvieran, de otro modo, el impacto que el contacto con la naturaleza y con las poblaciones campesinas produjo en la subjetividad de cada uno. Necesitábamos contar, explicar en otros términos, se imponía la urgencia de narrar desde otro ángulo, con otra perspectiva. Decirlo parece poco, suena a rutinario gaje de un oficio que advierte y prevé esas derivas. Tal vez un argumento de este tipo podría contemplarse dentro de las variaciones de lo posible pero, es justo confesar, reiniciar un proyecto aparte a lo ampliamente planificado, asumir otro trabajo diferente al ya emprendido, significa dar un giro en pleno vuelo que de ninguna manera es cómodo, aunque, qué duda cabe, conlleva una expectativa no exenta de goce y disfrute.
Así pues, el roce con el campo, con la naturaleza, con sus pobladores, suscitó vivencias e inquietudes que culminaron en la decisión de intentar forjar una manifestación que describiera, en la medida de nuestras posibilidades, la impronta que con timbre claro marcó dichas experiencias, las cuales influyeron solapadamente sobre nuestro espíritu, como un oleaje suave pero constante que rompe en las playas del alma, invadiendo el ánimo y sedimentando sobre él un universo de sensaciones que no tienen cabida en las redacciones estrictamente académicas. Esa es sustancialmente la razón que nos condujo a escribir Los rostros de la tierra. Notará el lector curioso que los textos que componen el libro resultan dispares en estilo y forma. Ello responde a su concepción, ya que se diseñó para ser redactado por secciones encargadas de forma específica a cada uno de los tres autores, todos con disciplinas profesionales diferentes y dependiendo de la mayor o menor competencia que se tuviese en las materias que moldean los capítulos. No obstante, cabe afirmar que escribir sobre los campos que cada quien mejor dominaba profesionalmente no fue óbice para la manifestación de la sensibilidad, esa capacidad de poder sentir moralmente, de emocionarnos ante la grandeza de la contemplación de valores estéticos,
naturales o éticos que constituyen la bisagra donde gravita el pulso de esta publicación. En este punto vale decir que el libro es un producto que fluctúa entre dos aguas, no se apega ni se subyuga al tipo de redacción académica pero, aclarémoslo, tampoco fluye como una inspiración alterada que niega evidencias o datos. Su escritura tiene una orientación que, fundamentalmente, sucumbe a la necesidad de expresar lo percibido en la coexistencia con una naturaleza totalizadora, tanto geográfica como humana, por lo que ya sea como mínima formalidad que ubique y emplace a sus variados contextos, ya sea como una narración empapada de emoción, o como una ventana de imágenes que retratan la peculiaridad que surte a Mérida de una identidad impar y magnífica, estos textos deberían leerse, en todo caso, como el resultado de un homenaje desde una sensibilidad particular fruto del contacto con lo cotidiano rural, una ofrenda a ese universo de gentes, costumbres, tradiciones y paisajes que pueblan y dan forma a las tierras andinas. Consecuentemente, la impresión que da su escritura es la de ser un libro mestizo, heterogéneo, un hibrido que busca hablar, contar y mostrar. Su operar escudriña en cada fuente a su alcance para hallar lo que le permita acercarlo de la mejor forma, de la más eficiente manera, al público.
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Habitante de El Valle, Mérida en la Celebración de San Isidro Labrador. Fotógrafía: José J. Quintero D.
Es este factor final, el lector, el que guía las preocupaciones de los autores para dotar al texto de una disposición que permita la inclusión de un auditórium más amplio, que se desvincule de la especificidad propia de las producciones académicas concebidas en función de pares universitarios y profesionales, para actuar en un nivel que dé apertura a una lectura plural. El giro sobre el cual meditamos esta publicación presume la disposición de un trabajo que involucre y no que rechace, Los rostros de la tierra está pensado para trabar una complicidad que abarque un tipo de comprensión dilatado, se concibe como un espacio donde la escritura como la imagen funcionan de manera análoga, tratando de invadir sensibilidades y buscando la empatía con lo contado. Por ende, vale decir que la intención que subyace en el diseño de este libro, en última instancia, apunta a la legibilidad, hay una clara conciencia de que, en Usted, apreciado y variado lector, este libro cobra vida y se materializa. Por consiguiente, es mestizo porque en el fondo las almas mestizas son connaturales con todo y con todos, esa es la finalidad que nos hemos propuesto como punto de llegada. Es el deseo de los autores, Federico, Esther y mi persona, que el relato que nazca de esta lectura pueda aportarle renovadas y ricas visiones a estos rostros de la tierra. José J. Quintero Delgado
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Iglesia y Plaza Bolívar de Chacantá. Pueblos
del Sur
Fotógrafía: José J. Quintero D.
Presentaciรณn 13
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Entrevista etnográfica. Productor Patrocinio Rivera, Palo Negro, Mistajá Fotógrafía: Viviana C. Lobo
El proyecto buscaba por una parte la consolidación de un incipiente Banco de Semillas en la UPTMKR, pero integrando “los saberes culturales campesinos en el rescate y conservación de germoplasma autóctono y local con potencial productivo ante escenarios de cambio climático…”, objetivo éste que sin duda logró captar la atención de los analistas de proyectos, ya que ampliaba y enriquecía los horizontes tradicionales de las investigaciones en el campo agrícola, al incorporar conceptos, herramientas y métodos de otras disciplinas científicas y sus investigadores. El proyecto planteaba que junto al germoplasma debía registrarse gran parte Para hablar de sus inicios habría que remontarse del conocimiento ancestral para su adecuado cultivo y a finales del año 2012, cuando el Ministerio de consumo, ya que ambos son requisitos indispensables Ciencia y Tecnología, a través del FONACIT, realiza la para su conservación. convocatoria para la presentación de Proyectos de Investigación en el marco del Programa Nacional de El cumplimiento de objetivos tan ambiciosos no Estímulo a la Investigación e Innovación (PEII), donde se ha podido más que iniciarse, descubrimos que el acude con una propuesta denominada Conservación trabajo es prácticamente inacabable, no solo por lo del germoplasma local y rescate de la memoria intrincado del territorio merideño, sino por el carácter territorial en entornos culturales asociados a la tan amplio y cambiante de la cultura y los cultivos. agricultura ante escenarios de cambio climático Sin embargo, se han alcanzado algunos logros, se en el Estado Mérida. Casi un año más tarde se recibe realizaron valiosas prospecciones de germoplasma, su aprobación bajo el código FONACIT 2013001542, que han sido incorporadas al banco institucional y así como los fondos para su ejecución en diciembre del a otros bancos locales creados en el marco de este 2013, logrando iniciar su producción el año siguiente. proyecto junto a diversas iniciativas institucionales, a su vez se ha desarrollado un programa computacional Este libro es uno de los productos de lo que constituye un proyecto de investigación singular en el acontecer investigativo dentro de la Universidad Politécnica Territorial de Mérida “Kléber Ramírez” (UPTMKR), no porque antes no se hayan realizado valiosas investigaciones, sino ante todo por la originalidad de su carácter colectivo y por la trascendencia de sus objetivos, tanto en el territorio como en el tiempo, lo cual le da un tinte de originalidad pues en ninguna investigación había sido abordada de esta manera en los 30 años de historia universitaria.
para su registro y adecuado manejo de la información. Adicionalmente, se realizaron catálogos de fotografías organizados y clasificados en categorías para facilitar su utilización, este material se complementó con videos de informantes clave en cada localidad visitada, lo cual suministrará una valiosa información que será analizada en documentos que se expondrán al público en el momento oportuno. Por último, hemos utilizado las tecnologías de la información y comunicación para difundir vía web y redes sociales, algunas de las actividades, fotografías y otras iniciativas como seminarios y talleres divulgativos en función de dar a conocer los resultados del proyecto y la necesaria difusión del material teórico y conceptual que le da base.
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LAGO DE MARACAIBO
ZULIA
TRUJILLO
ZULIA
MÉRIDA
BARINAS
TÁCHIRA
SITUACIÓN RELATIVA NACIONAL
Fuente: PDVSA (2016)
Si se observa una imagen desde el espacio del territorio merideño se evidencia que el paisaje está definido por dos inmensas cordilleras, las cuales marcan su geografía y determinan su condición de estado andino venezolano por excelencia. De sus montañas surgen innumerables ríos, lagunas y pequeños valles intramontanos donde se han asentado pueblos generando la actividad productiva para su sustento. En tan peculiares condiciones ambientales, la búsqueda de vías de comunicación ha marcado, históricamente, ciertos espacios hacia mercados e intercambios con el resto del país y aislado a otros otorgando un carácter distintivo en cada caso.
La zona Páramo, caracterizada por sus bajas temperaturas y alturas superiores a los 3000 msnm, queda definida en la intersección de tres sistemas de montaña y sus valles intramontanos: el del río Chama, columna vertebral de la red hidrográfica; el valle del río Motatán (que drena hacia Trujillo) y el valle alto del Santo Domingo, con su recorrido hacia el estado Barinas. En los márgenes de todos estos ríos se localizan depósitos de sedimentos en forma de pequeñas terrazas y conos de deyección, que sirven de asiento a una agricultura comercial intensiva que abarca un conjunto de pueblos de importancia económica y cultural para el estado.
Los Pueblos del Sur, ocupan casi un tercio del territorio En esta variada geografía el Geógrafo Elías Méndez, merideño, pero solo alberga el 4% de su población. diferencia cinco ventanas o paisajes que identifica Esta zona se caracteriza por lo intrincado de su vialidad como: Páramo Merideño, Pueblos del Sur, Valle del y lo abrupto del relieve, lo que históricamente ha Mocotíes, Zona Panamericana o Sur del Lago de dificultado las comunicaciones con centros poblados y Maracaibo y Área Metropolitana de Mérida, de estos de mercado importantes. Sin embargo, ha desarrollado se seleccionaron cuatro para la presente publicación: un carácter marcado por el esfuerzo, una economía estabilizada en rubros agrícolas como el café. Zona de Páramo Del Área Metropolitana de Mérida, que es la más Pueblos del Sur heterogénea del estado, se ha seleccionado una parte Área Metropolitana de Mérida. Zona de transición Jaji – La Azulita (Zona de la cuenca del río Mucujún, específicamente la Panamericana o Sur del Lago de Maracaibo y Área población de El Valle que por su cercanía a la ciudad de Mérida, capital del estado, fusiona lo urbano con Metropolitana de Mérida).
El área de estudio
muchos de los elementos rurales parameros; por ello se entrelazan los servicios agroturísticos (hoteles, venta de artesanías, productos de la zona elaborados como mermeladas, el vino de mora y el tradicional pastel andino), con el desarrollo de la truchicultura, cultivos hidropónicos en invernaderos y siembras hortícolas tradicionales. Por último, se ha incorporado una zona de contacto o transición entre Mérida y la Zona Sur del Lago de Maracaibo, caracterizada desde la época precolombina como un corredor de paso para el intercambio de los pueblos indígenas del agua y los de tierra, al disminuir lo abrupto del relieve de la Sierra de La Culata (Páramo del Campanario) y formar una estribación, que nuevamente aumenta sus pendientes hacia el Páramo del Tambor. Esta zona de intercambio muestra características particulares que han dinamizado su base agrícola introduciendo nuevos sistemas de producción que van desde el cultivo del trigo, el café, la producción de ganadería de leche, hasta cultivos en invernaderos, con flores y hortalizas.
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Iglesia de Pueblo Nuevo del Sur, Mérida Fotógrafía: José J. Quintero D.
El Proyecto
Este libro representa una pequeña parte del trabajo realizado, que refiere y comenta parte tanto del germoplasma que se cultiva y consume en las poblaciones mencionadas, así como las vivencias de sus cultivadores y su mundo construido en estrecha relación con la práctica de la agricultura. El proyecto matriz del que parte este texto continuará ampliándose a otras localidades del estado y generando, en su dinámica investigativa, otros productos de interés tanto para investigadores, en aspectos conceptuales y metodológicos, como para el público en general, al captar en numerosas fotografías, historias de vida y videos una parte del inmenso patrimonio cultural del interior del estado.
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Cruz Redentorista. Páramo de la Culata, El Valle, Mérida
Fotógrafía: Mariana I. Del Cura L.
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Carroza en la Festividad de San Isidro Labrador. Timotes, Mérida Fotógrafía: Federico Del Cura D.
Los Aspectos Germoplasma y cultura resumen los dos grandes componentes que justifican este esfuerzo investigativo y procuran la adhesión que queremos lograr en los lectores. Se hace necesario, por un lado, llamar la atención sobre la erosión genética de la biodiversidad, elemento que atenta contra la seguridad alimentaria, más aún ante escenarios de cambio climático capaces de afectar el sistema agroalimentario de la región y, por ende, a la población. Por otro lado, es necesario destacar el “factor cultura”, pues es él quien modela las maneras con las que cada colectivo humano asume y conforma la intelección de sus experiencias, ya que otorga sentido y articula todas las señales, signos y símbolos capaces de dar funcionabilidad a los entornos humanos de acuerdo a una codificación específica, por lo tanto, conocer todos estos aspectos (hábitos, usanzas, costumbres, etc.), que rodean a la agricultura de las poblaciones en estudio, permiten una comprensión más precisa, un acercamiento que devela la red de ramificaciones que entrecruzan esta actividad.
motivaciones estructurales propias a necesidades orgánicas que, claro está, no tienen su génesis en los estímulos actuales. Buena parte de los problemas de sostenibilidad que enfrentamos hoy son consecuencia de haber perdido la capacidad de recobrar esta visión de conjunto, la práctica común que observamos es el relegar la importancia del elemento cultural y la integralidad de su sentido vinculado al agro, lo cual desencadena, a su vez, un desprecio por todos aquellos En el segundo, el análisis cultural, se concreta en una elementos enlazados en el crisol de la siembra y que, variedad de estudios y productos que aportan el registro en un principio, funcionaban como síntesis de un todo: gráfico de una multiplicidad de elementos, distintos ambiente, clima, agua, hombre y cultivo aparecían enfoques de análisis cultural y la revisión de prácticas vertidos en un universo armónico donde la agresión cognitivas asociadas a la agricultura, para interpretar, o el deterioro de uno de estos componentes era de un modo más amplio, el complejo sistema de incompatible, en esencia, con los frutos que resultaban relaciones implícitos en esta actividad humana. de su funcionamiento. Este libro rescata lo cultural específicamente y deja atrás las prácticas cognitivas. Queremos resaltar que, la propensión que parece predominar en la producción agrícola ha separado, Lógicamente el análisis del factor cultural requería un consciente o inconscientemente, a la cultura como elemento integrado e integrador dentro de las prácticas equipo de investigadores enfocados en el tema de la agrícolas. El interés se ha desplazado a los métodos, cultura y la imprescindible participación de los actores a las especializaciones que garanticen un rendimiento locales, sin los que cualquier intento resultaría en una mayor de las cosechas, dejando en el olvido cualquier presentación tradicional de material genético, que sin vinculación que, aun proviniendo de su origen, enraíce menospreciar su valor, buscaba superarse en esta inEn el primero de los aspectos, el germoplasma, el las siembras con el contexto vivencial humano. vestigación. proyecto ha acopiado una serie de colectas de semillas La injerencia de criterios puramente técnicos obvia la en el territorio del estado Mérida y ha establecido un experiencia ancestral, soslaya la simbiosis con el ser procedimiento para su almacenamiento adecuado en humano que posee cada cultivo, ignora impunemente los Bancos Territoriales de cada localidad, donde este la existencia de saberes culturales arraigados por material se ha incorporado para su uso en la docencia e investigación. Además se ha vinculado con la Biorediberomérica (Red para la Recuperación de la Diversidad de Semillas Locales y su Entorno Cultural en Comunidades Rurales, en la búsqueda de Sostenibilidad para Iberoamérica), traspasando de esta manera, las fronteras territoriales y nacionales para posicionarse a nivel internacional.
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Productor Patrocinio Rivera junto a una planta de Chirimoya (Annona chirimola) FotĂłgrafĂa: Federico Del Cura D
Para ello se hizo necesario escoger respecto a lo cultural, una forma de trabajo, un procedimiento, un método capaz de amalgamar una variedad de elementos disímiles, para lo cual resulta el enfoque cualitativo el más apropiado, porque nos permite dibujar la realidad de vida del agricultor, aprehender su mundo a través de las descripciones e interpretaciones realizadas a partir de un registro gráfico, fotografías en las que quedan plasmados momentos, paisajes, actividades, rostros, de las que se valieron los investigadores. La culminación de este periplo cierra con un llamado a la reflexión sobre la peculiaridad distintiva del hombre de campo, la que radica en que el habitante de los pueblos se dibuja despojado de máscaras, de imposiciones, sus hábitos no implican ataduras sociales que los aparten de su entorno, que les dicten conductas desasidas de lo raigal de su existir, esta circunstancia los dota de un capital cultural que les permite vivir en una mayor armonía con la naturaleza y consigo mismo. Pero, en este punto, nos parece significativo detenernos y hacer un meritorio punto y aparte que explique la relevancia del recurso fotográfico en el proceso, confección y montaje de este libro. Resulta que lo que se planificó como una herramienta de apoyo, un recurso de soporte que apelaba principalmente al registro de una actividad de investigación, termina divergiendo y transformándose en caudal, en procedimiento primario para pensar, valorar y comprender la ocurrencia de lo palpado en los trabajos de campo realizados. La tarea investigativa entonces, pivota en la fotografía para ha-
De lo fotografiado
cer un giro hacia la interpretación simbólica, recurre a ella como presencia de un tiempo, de un acontecer que debe conservarse, documentarse, pero, en el camino, la fotografía abre otras posibilidades que complementan, amplían y desarrollan oportunidades inexploradas en los planteamientos iniciales del trabajo. Ejemplo de ello lo constituye el hecho de que es la mirada fotográfica la que da el sentido de ordenación a este texto, crea el esquema de estructuración, la forma en que será mostrado, lo cual responde a un patrón de acercamiento fotográfico que traza un arco que va desde lo más vasto del paisaje hasta la intimidad del sujeto de pueblo, del campesino y, en su paso cubre cultivos y pueblos. Esta manera de presentación, se plantea para que el lector se involucre naturalmente, como en un viaje, en una proximidad que sigue los pasos de un “encuentro natural”, como si se adentrase físicamente en la geografía merideña exento de la mediación del investigador y, aunque esto no sea totalmente posible, queda la pretensión de que se interprete de tal manera para que el contacto sea más vivencial y pertinente.
ne este medio, sin embargo, la ordenación y la interpretación que ha sido dada evidencia una conciencia intencionada en su tratamiento, pues se intenta hacer converger la complejidad funcional de los diversos elementos culturales y agrarios involucrados. Por lo tanto, la fotografía aquí ha pasado de ser un mero repositorio de lo visto, un simple elemento que atestigua una presencia, para convertirse en documento motivador, su uso se sobrepone al simple papel de una constatación y se torna en razón estimulante que consolida un discernimiento más cercano al fenómeno, un entendimiento de lo fotografiado que no solamente evoque y reconstruya la avidez del encuentro fotográfico, sino que además se convierta en un instrumento del pensar, un recurso del análisis. Decía Susan Sontag en su maravilloso libro Sobre la fotografía, que “1… al enseñarnos un nuevo código visual las fotografías alteran y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar. Son una gramática y, sobre todo, una ética de la visión.” En función de estos términos hemos actuado y ahondado sobre lo fotografiado. La pesquisa que se ha urdido sobre las imágenes explora otros resultados y no se confina únicamente a la impresión directa de las imágenes.
Ahora bien, es cierto que la serie de fotografías seleccionadas para este trabajo tendrán tantas connotaciones como observadores haya, cada quien se detendrá en ellas de acuerdo a identificaciones, vivencias, conocimientos o la utilización que prefiera. La propia toma ¹ Sontag Susan, Sobre la fotografía, Alfaguara, México, 2006. de la imagen refleja ya cierta valoración en su autor, Pág. 13 aquello que atrajo su atención y quiso capturar en la fotografía a sabiendas de las limitaciones que impo
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12 Flor de una planta de cebolla (Allium cepa)
FotĂłgrafĂa: Freddy Jauregui
De allí que la fotografía alcance, además de las características técnicas, otras consideraciones propias de la capacidad o experiencia de quien las interpreta. Nuestra intencionalidad final se orienta a que el lector pueda, mediante las imágenes, su ordenación y disposición en el texto y la glosa que las acompaña, encadenar y captar un cúmulo de sensaciones que transmitan la riqueza y complejidad del entorno andino y su cosmos humano.
Coda La simbiosis entre germoplasma y cultura indaga sobre el hecho agrario desde una perspectiva muy particular y es ésta precisamente el insumo para explorar en la cultura del campesino merideño y entender qué lo hace diferente, singular, atractivo e inspirador. Aquí se aspira a conservar, al igual que hacen los bancos de semillas, imágenes de la memoria colectiva del patrimonio merideño: paisajes, cultivos, pueblos y el elemento humano, que forman parte de una realidad en continuo cambio que necesariamente debemos registrar con todas las herramientas posibles, para poder lograr una valoración, comprensión y preservación adecuada de su singularidad y riqueza. Los textos que usted encontrará, aunque redactados de forma individual, van conectando los conceptos fundamentales que guiaron la investigación y dan, además de una base epistemológica y una coherencia metodológica, una posibilidad de conectarse con lo tratado desde la sensibilidad, acudiendo de forma sencilla a un tratamiento que persigue reavivar el encuentro que los investigadores sostuvieron al tratar de asir la magia de los paisajes, cultivos, pueblos y gentes de la región andina.
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La biodiversidad en un cultivo agroecológico (fresa, maíz y caraota) Fotógrafía: Federico Del Cura D.
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Ofrenda a San Isidro Labrador con productos del agro. Timotes, Mérida. Fotógrafía: Federico Del Cura D.
Para algunos lectores resultará extraño el imaginar que uno de los principios de los ecosistemas considerados como estables o en equilibrio, sea el perpetuarse, es decir, sobrevivir en su conjunto más allá de que los individuos que los conforman puedan tener una vida efímera y también a pesar de que los permanentes cambios tienen como fin último el perdurar, el equilibrio idealizado de los ecologistas. Así, cada especie ha desarrollado a través de la evolución sus propias estrategias para reproducirse y trasmitir a las futuras generaciones sus características, esto es el germoplasma. Éste puede definirse como el conjunto de genes que se transmiten mediante reproducción, o definido de otra manera, cualquier material animal o vegetal que pueda emplearse para la propagación. Dentro del material vegetal, la semilla es considerada el mecanismo de reproducción sexual más complejo y evolutivamente más exitoso, siendo las plantas con semillas las más abundantes y diversas en el planeta. Estas son denominadas angiospermas, y como característica general producen flores que son polinizadas a partir de las cuales se genera el fruto. La semilla de estas plantas tiene la capacidad de generar nuevos individuos, por tanto, son el germoplasma que permite asegurar su reproducción. Una de las características más relevantes de las semillas es que mantienen latencia, lo que significa que
pueden no germinar mientras las condiciones son desfavorables y posponer el desarrollo hasta que existan condiciones apropiadas para las futuras plantas jóvenes. Igualmente, contienen alimento almacenado para que ésta desarrolle su aparato fotosintético. Dicha condición de latencia es la que permite almacenarlas durante períodos más o menos largos en condiciones apropiadas y llevarlas a germinación cuando se estime conveniente. El seleccionar y almacenar semillas es tan antiguo como la misma agricultura. Desde que el hombre abandonó la caza y la pesca como medio principal de supervivencia, tuvo que domesticar la diversidad de plantas que le ofrecía la naturaleza y comenzar a distinguir aquellas que le resultaban más apropiadas, almacenando sus semillas de un ciclo a otro y llevándolas consigo cuando se desplazaba, lo que dio inicio a lo que actualmente conocemos como los bancos de semillas. Pero no todas las plantas se reproducen mediante semillas, existen otras formas de reproducirlas, se trata de los bulbos, esquejes o estacas, mediante estolones, tubérculos y mediante rizomas, pero estos resultan más difíciles de generar, almacenar y conservar, por lo que se requieren otras estrategias diferentes a los bancos, como son los jardines y laboratorios de propagación in vitro.
Para conservar el primer tipo de plantas, los agricultores han seleccionado y acopiado semillas de forma artesanal durante siglos, y las grandes empresas del agronegocio han producido variedades con las características más comerciales y rentables, de acuerdo a indicaciones del mercado. En ambos casos las nuevas variedades difieren grandemente de sus orígenes, a tal punto que hoy día sus fuentes de partida han podido desaparecer o ser tan distintas que ni siquiera estén incorporadas en la alimentación actual. A nivel mundial se reconocen ocho centros de dispersión (teoría inicialmente formulada por el científico Ruso Nicolái Vavílov), que plantea que la mayoría de los cultivos se generaron en centros de gran desarrollo agrícola y de allí se expandieron, o dispersaron, al resto del mundo, y es lo que da sentido a lo que se denominan cultivos autóctonos, ya que la difusión y el grado de globalización de algunos cultivos hacen casi imposible y también innecesario su trazabilidad genética. Los bancos de semillas son una estrategia de conservación que trata de asegurar que no sólo se atesoren aquellas especies más comerciales o en consumo en una época de desarrollo de la sociedad, sino que también se preserven plantas y variedades que por diversos motivos han dejado de cultivarse, ya que en ellas
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Vainas de caraota conservadas como semilla en un banco campesino FotĂłgrafĂa: Federico Del Cura D.
pudieran existir características genéticas valiosas que se apreciaron en un determinado momento y que ahora corren el riesgo de perderse. Así que, fundamentalmente, los bancos son, en primer lugar, una forma de prever que desaparezca para siempre material genético por descuido o ignorancia.
según niveles de análisis, “la variabilidad entre los organismos vivientes de todas las fuentes, incluyendo, entre otros, los organismos terrestres, marinos y de otros ecosistemas acuáticos, así como los complejos ecológicos de los que forman parte; esto incluye diversidad dentro de las especies, entre especies y de ecosistemas” 2, así definida pueden apreciarse su difeLa segunda razón, es que muchas de estas semillas, renciación en al menos tres niveles: que generan los alimentos que consumimos pudieran comenzar a considerarse como “propiedad” de las em- El primero de ellos, el de diversidad genética, definida presas que las han modificado, por tanto, convertidas como la variación de los genes dentro de las especies en un bien económico con todas sus características, es (intraespecífica). Para conocer el grado de variación es decir, que su reproducción estaría sujeta a la posibili- necesario la evaluación del genotipo de los individuos dad de que en cada ciclo de cultivo, el agricultor deba de una determinada especie que se encuentre en una pagar por su adquisición. región geográfica específica. Si existe una disminución en el grado de variación genética interna (diversidad El concepto asociado a esta visión de la naturaleza que da sustento al concepto de fondo genético), esto y extrapolado a la agricultura es el de biodiversidad. irá en detrimento de ella al generar características enDe apariencia simple, tiene en verdad cierta comple- dogámicas con consecuencias negativas. jidad conceptual y en particular una difícil medición, su definición incluye simultáneamente varios niveles El segundo nivel es el de diversidad de especies, viene de organización natural analizados por las disciplinas dada por el número total de ellas que se encuentran científicas, lo que significa un acercamiento desde la en una región, también denominada como diversidad botánica, la ecología, la agronomía entre otras cien- taxonómica, o sea, el número de grupos vegetales y cias con sus propios métodos, de allí la utilidad de una animales que allí se encuentran y las interacciones que definición amplia que luego permita un acercamiento se establecen entre dichos grupos.
Por último, el tercer nivel es el de diversidad ecosistémica, entendida como la diversificación de la vida en los distintos hábitats terrestres. Los distintos mecanismos de adaptación han permitido a los seres vivos no vivir aislados, sino que formen parte de un complejo sistema de interrelaciones entre ellos y con el ambiente; de esta manera se constituyen los ecosistemas. Resulta evidente entonces, que es imposible el mantenimiento de la diversidad de especies si los ecosistemas son destruidos, de hecho, es precisamente su destrucción la que ha conducido a la desaparición de muchas especies en los últimos siglos.
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Aguilera M., y J. Silva (1997). Especies y Biodiversidad.
(Interciencia, Ed) Interciencia, 6 (22), 209 – 306.
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Diversidad de cambur y plátano en frutería popular. Fotógrafía: Federico Del Cura D.
En principio, debería considerarse que un análisis de los ecosistemas naturales y de los agrosistemas esboza elementos metodológicos y logísticos bastante diferentes en cuanto a su complejidad y formas de abordarlos. La agricultura plantea como principio un nivel de conocimiento amplio sobre un número limitado de especies, y sobre los sistemas de producción construidos a partir de ellas. Es quizás su revalorización e integración dentro de sistemas naturales y culturales más complejos lo que nos resulta hoy día más difícil de medir y entender. En el primer nivel, el genético, es con frecuencia donde se hace mayor énfasis desde la perspectiva comercial, al analizar variedades que pudieran resultar más “adaptadas” a las condiciones extremas que se esperan en los escenarios de cambio climático, abarcando desde el rescate de semillas y métodos ancestrales hasta modificaciones genéticas que le permitan a nuevas variedades un buen desarrollo en las condiciones ambientales que vayan surgiendo. En ambos casos puede producirse un proceso contradictorio ya que mientras se rescatan estas variedades o se crean nuevas, a su vez se abandonan otras, lo que suele suceder con frecuencia, incrementándose la “erosión genética” que se critica. La hipótesis más aceptada es
que a mayor diversidad genética mayores posibilidades Las experiencias andinas tratadas en este libro conectan se tendrá de localizar variedades capaces de producir de primera mano con las nociones de germoplasma, en la complejidad de escenarios climáticos que pueden éste se desprende de su atavío teórico para fungir como cotidianidad, como día a día, en las poblaciones generarse. rurales andinas, en algunos casos privilegiando El análisis de la biodiversidad a nivel ecosistémico la biodiversidad, en otros dando prioridad a la en la agricultura no ha sido muy amplio, quizás en el perspectiva comercial pero procurando protagonismos caso venezolano encuentre su mejor expresión en la a este aspecto de la naturaleza que se representa, consideración del “conuco”, forma de conservación in siempre en un grado máximo de importancia, en sus situ, que podría alcanzar este nivel dado el grado de manifestaciones culturales. diversidad que puede lograr esta forma de agricultura campesina en el país. A nivel ecosistémico, quizás el mayor ejemplo de análisis y conservación sea el conocido como “Sistemas Ingeniosos de Producción Agrícola Mundial (SIPAM) 3; Como característica común esos sistemas son ricos en biodiversidad agrícola y están asociados con la vida silvestre y constituyen recursos importantes de la cultura y los conocimientos nativos, de forma tal que estudios como el que aquí 3 Iniciado en el año 2002 por la FAO y definidos como “Sistemas realizamos pudieran en un futuro sustentar propuestas destacables de uso de la tierra y paisajes, ricos en diversidad para analizar la consideración del “conuco” como un biológica, de importancia mundial, que evolucionan a partir de la coadaptación de una comunidad con su ambiente y sus SIPAM. necesidades y aspiraciones, para un desarrollo sostenibile». FAO (2016). Sistemas Ingeniosos de Producción Agrícola Mundial (SIPAM). Disponible on line: http://www.fao.org/giahs/giahshome/es/
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Las Colectas A nivel mundial la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y sus organizaciones conexas como el Grupo Consultivo Internacional sobre Investigaciones Agrícolas (CGIAR) y su Instituto Internacional de Recursos Fitogenéticos (IPGRI por sus siglas en inglés, creado en 1974, y a partir del año 2006 como Bioversity International), han generado lineamientos para “fomentar la recolección, conservación, documentación, evaluación y utilización de germoplasma vegetal” 4 ya que la erosión genética de la biodiversidad es un elemento que atenta contra la seguridad alimentaria, más aun ante escenarios de cambio climático. Por tanto, la prospección de germoplasma para la agricultura es una acción necesaria en el rescate de material nativo con potencial de resiliencia ante estos cambios del sistema climático global. Las actividades genéricas asociadas al manejo de recursos fitogenéticos incluyen como primer paso las prospecciones, luego, las colectas y, posteriormente su caracterización, evaluación, conservación e intercambio. Las prospecciones que se
realizaron en el proyecto son una primera aproximación al reconocimiento en cada área geográfica de las especies existentes y que los técnicos y agricultores reconocen como de valor en la alimentación local y regional. Esta primera aproximación permitirá la planificación futura con mayor nivel de detalle de colectas selectivas, en los tiempos más propicios y con los recursos apropiados. Las colectas son la forma mundialmente reconocida como adecuada para captar las accesiones o muestras que se incorporarán a un banco, de forma que se cuenta con estándares internacionales y nacionales que permitan que el material sea recolectado con criterios técnicos, más en este caso por parte de una institución de carácter universitario.
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Painting, K.A., Perry M.C., Denning, R.A. y Ayad, W.G. (1993). Guía para la Documentación de recursos Genéticos. Roma: Consejo Internacional de Recursos Fitogenéticos.
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Selección de productos del campo, ofrenda a San Isidro Labrador. Timotes, Mérida. Fotógrafía: José J. Quintero D.
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La cultura merideña engalana a las yuntas de bueyes. San Isidro Labrador.
Fotógrafía: José J. Quintero D.
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Jóvenes del caserío El Cambur. Pueblo Nuevo del Sur, Mérida. Fotógrafía: José J. Quintero D.
Pensar la cultura La cultura como experiencia, tomada desde un punto de vista global, se constituye como un proceso de formación cambiante, multiforme, heterogéneo y desigual, que combina los perfiles, rasgos y particularidades con los que cada comunidad dibuja su identidad. Así vista, la cultura equivale a un construir, es un forjar donde se cuecen las aristas que determinan un tipo de vida, un rol, es el emprendimiento de la ruta que permite al hombre reconocerse en el espacio que demarcan las huellas de su andar, en ella y por ella, se levantan los límites de la humanidad, nos reconocemos en los trazos de su proceder, en sus símbolos, en el devenir coral que implica, reúne y destila la argamasa de un obrar colectivo. La cultura es un proceso histórico que, en su diacronía, sedimenta sucesivas capas de múltiples procederes que generan el material capaz de dar forma a la peculiaridad. La evolución que constantemente esto supone, concreta lo único, lo propio de cada obrar, porque la particularidad está hecha de transformaciones, de permanentes cambios que se mostrarán cifrados en los códigos del proceder cultural de cada colectivo. Cuando, como seres trashumantes en nuestro pasajero transcurrir por los imperativos del tiempo, intentamos un acercamiento a este fenómeno y tratamos de enfocarlo para entender sus mecanismos, lo hacemos
a partir del presente, del aspecto sincrónico que guarda dentro de sí las claves para interpretar y comprender la importancia vital, inestimable, inmersa en la multivariada gama de sus ensayos. Este presente, momento de convocatorias, se transmuta en escenario, en tablado de representaciones, es en él donde intentamos ponderar los vestigios, aportes y singularidades de los cuales somos testigos, y como investigadores estamos obligatoriamente convocados a conocer, interpretar y comprender el abanico de prácticas que los sistemas humanos exhiben y dentro de los cuales nos encontramos inmersos.
valores, se reeditan las prácticas heredadas del pasado para poder interpretar el momento presente y tratar de legarlo a las generaciones futuras, a ello se le conoce como patrimonio cultural intangible. Estas dos orientaciones de la cultura están presentes en los propósitos de divulgación que guían estas páginas, más sin embargo, la balanza se inclina hacia el patrimonio cultural intangible de las poblaciones en estudio, ya que este rasgo de la cultura es más volátil, su huella tiende a desvanecerse con el pasar de las generaciones, por ello consideramos que se debe recopilar y preservar con mayor cuidado y atención.
Hemos de tener en cuenta el hecho de que las manifestaciones culturales pueden clasificarse de manera sencilla en dos grandes categorías, una primera, relacionada con la materialidad, construida por las necesidades sociales que dan pie a que las poblaciones instauren los recursos adecuados para el manejo de su cotidianidad (edificaciones, instituciones, infraestructura de servicios, vialidad, monumentos, colecciones, parques, etc.), es lo que conocemos como patrimonio cultural tangible. La otra vertiente se refiere al actuar, es un “llevar a cabo”, un ejecutar que se concreta como performance, como escenificación de la memoria, así las narrativas autóctonas y los imaginarios colectivos se construyen en función de conservar y preservar los
Las aspiraciones que motivan este trabajo procuran recabar del ámbito cultural de cada comunidad estudiada, aquellos aspectos relevantes que pongan en evidencia el quehacer representativo de su patrimonio, en consecuencia nuestra búsqueda procura dejar constancia de las manifestaciones que retienen y concretan la riqueza de su legado cultural.
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Altar dedicado a San Isidro labrador El Valle, Mérida. Fotógrafía: José J. Quintero D.
En esta estima nos hemos planteado “pensar la cultura” como un abordaje gráfico que facilite la contemplación. Nos guía la intención de presentar una perspectiva donde los semblantes característicos que condicionan cada pueblo, cada comunidad, queden expuestos con la mayor fidelidad posible. El propósito es que quien acceda a estas páginas comulgue con las imágenes en un encuentro donde medie, fundamentalmente, la capacidad de empatía ante el paisaje cultural presentado, por lo tanto, el texto busca una interacción que produzca una síntesis entre las situaciones expuestas fotográficamente y los valores del lector, es decir, la intuición que deriva de sus ideas se verá confrontada con un registro textual y gráfico que es una invitación a revalorizar, a hacer una revisión, un re-descubrimiento de una geografía cultural propensa a desvirtuarse, ya sea por interpolaciones de tipo mediáticas que juegan un papel intrusivo en las proyecciones culturales, o ya sea porque las particularidades de cada comunidad frecuentemente remiten a una interpretación general, genérica en todo caso, que hace valer de igual forma lo diverso, en este caso el estereotipo de “lo andino”, allanando en esta reducción las diferencias que, aun por pequeñas que sean, dan cuerpo, propiedad y singularidad a los estilos y el talante de vida inscrito en cada asentamiento humano desde el punto de vista vivencial, histórico, estético, etnológico o antropológico.
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Hombres del campo, sus historias, pueblos y cultivos. Chacantá, Mérida. Fotógrafía: José J. Quintero D.
Una mirada fotográfica sobre la cultura Dicho lo anterior, es necesario aclarar que la mirada que presentamos tiene una lógica particular de acercamiento al hecho cultural. Quisimos construir una parábola que tendiese su arco desde una panorámica angular, como lo haría un lente de cámara de rango ancho, hasta un mundo de precisión mínima, un teleobjetivo, -para continuar con la metáfora fotográfica-, haciendo zoom a su máximo alcance. Ese será el entramado donde se arme el esqueleto de este texto, la prioridad gráfica que comporta el desarrollo y la revelación de las aristas propias de los entornos tratados.
la reunión, al cruce entre naturaleza y ser humano. Y hemos querido nombrar la segunda parte: “Los Cultivos”, ya que este encuentro ancestral entre hombre y natura siempre deriva en agricultura (agri-cultura, conjunción maravillosa de la lengua que hermana en una sola palabra el encuentro de ambos elementos). Aquí la preponderancia sigue siendo de la naturaleza pero ya mediada, modelada por la mano del hombre, presentaremos imágenes del trabajo rural, del surco como vestigio del humano hacer, interviniendo, sembrando, transmutándose en semilla que resignifica a lo natural; es naturaleza, sí, pero naturaleza intervenida, ya no el grito agreste sino ahora la modulada voz de lo agrícola.
tos, veremos los gestos, cada imagen tratará de dar espacio para indagar en la personalidad, en la psique del hombre de campo, en la ruralidad que habita en la mirada de seres que conservan el vínculo con la tierra, que no han sido alienados por la ciudad, por la artificialidad de las metrópolis. Este último enfoque nos dice, nos habla, mediante unos ojos, o un gesto, de la convivencia armónica del ser y, acaso, estas imágenes se vuelvan espejo de la conciencia. Si miramos con detenimiento las facciones que poseen los rostros de estas fotografías, nosotros, habitantes de las ciudades, descubriremos la asombrosa presencia de un linaje atávico que hemos silenciado, tal vez podamos palpar la mordaza que hace mutis de la eterna naturaleza, esa que, aunque nos empeñemos en negar, aún nos habita Un tercer momento de este desarrollo referencia este y reclama. “encuentro” pero ahora cerrando más su campo visual, es entonces cuando la presencia del hombre se hace Johann Gottfried Herder (1744-1803), decía que la culpredominante porque vamos a presentar a “Los Pue- tura “es el alma del pueblo, el flujo de energía moral blos”, el enclave, el cosmos humano, su circunstancia que da cohesión perfecta a una sociedad”5. Siguiendo como sujetos sociales. Las imágenes presentarán ese a Herder, no nos queda duda de que en esa profunobrar, la cultura, el patrimonio tangible e intangible, y didad del “alma” de los pueblos de las que habla el allí aparecerán los símbolos de la naturaleza estam- filósofo alemán, habita una condición inmarcesible que pados en las obras, en las creencias, en los ritos. En vincula a la cultura con la naturaleza, y en este lazo, la la vida de los pueblos el hábitat natural es una mani- agricultura es el cordón que nos ata indisolublemente festación constante, un pelaje que se desliza bajo lo con nuestros inicios, con lo que somos y con lo que rutinario barnizando cada suceso y cada ambiente. seremos.
Cuando hablamos de la angularidad del enfoque nos estamos refiriendo al entorno natural, al paisaje amplio, la naturaleza como protagonista de la mirada, su perspectiva poderosa que es enclave primigenio, previo a cualquier obrar humano. Esa primera parte mostrará el ámbito donde se ubican los entornos culturales. Por lo tanto, la propuesta trata de dejar en claro la influencia y el poder modelador de un panorama de montañas que, calladamente, aporta a los estilos de vida que alberga una superficie, un espacio, que requiere de una disposición particular para el trabajo y las destrezas agrícolas. El protagonista de esta primera parte es pues, el paisaje natural de montaña, en estas grficas el elemento humano no desaparece pero queda mínimamente referenciado, es un minúsculo punto frente a la Cierra este texto con el punto focal en su máximo alpotencia de la naturaleza. 5 Scruton, Roger; Cultura para personas inteligentes, Penínsucance, el cuarto momento es “El Hombre”, el rostro. La segunda y tercera parte de este texto las podría- Presentaremos este microcosmos humano en retra- la, Barcelona, 2001. Pág. 11. mos designar como “El Encuentro”. Nos referimos a
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Religión, epónimo de la cultura andina La religión, para Michaelle Ascencio (2012) “es el sistema de creencias y prácticas relativas a las cosas sagradas”, y está constituida por factores distintivos pertenecientes a las personas, como la experiencia mística, la fe, las instituciones religiosas, el rezo, la oración, la petición, el temor, entre otras del mismo tenor, mientras que la puesta en acción de la religión “esa forma o manera como se vive cotidianamente la religión” sobrepasa, según la mencionada autora, las fronteras de la religión para convertirse en “religiosidad”6. La religiosidad es potestad del individuo, es la puesta en práctica de su religión, aun independientemente de ésta en un sentido estricto. Es decir, un sujeto puede reflejar, manifestar, hacer palpable su religiosidad incluso cuando no asista regularmente a la iglesia, a la misa del domingo, entre otras, en tanto que ésta persona ya ha concebido y adquirido una serie de imágenes y símbolos que le son significativos, con los cuales ha ideado un sistema de creencias, de valores e imaginarios que juegan a su favor y a los que le son fieles, en los que creen.
mado de símbolos significativos que “expresan la atmósfera del mundo y la modelan” 7. El hombre religioso se comporta, actúa, vive, siente, se habitúa de tal o cual forma dependiendo del momento y las circunstancias que esté enfrentando, de allí que tenga la propensión a dejarse llevar por el estado de ánimo que más se ajuste al momento, entre estos figuran la confianza, la melancolía, la autoconmiseración y muchos otros. Pero, lo imperativo en este actuar es la fe, pilar en el que descansa la realidad del hombre religioso, esa creencia, genera una confianza que se convierte en una complicidad con sus símbolos religiosos que lo persuaden para actuar de cierta y determinada manera. Es esa “actividad consagrada”, esos actos rituales en los que se fusiona la realidad de los creyentes con sus convicciones religiosas, lo que hace plausible la sumisión a sus sistemas de creencias, entendido como fe. Actos de los que los actores no dudan y en el caso andino, del campo merideño, exhiben a plenitud, usando los productos agrícolas de sus cosechas como manifestación de fe.
La religión está, por una parte, directamente re- 6 Michaelle Ascencio, 2012, De que vuelan, vuelan imaginalacionada con la iglesia como institución y con lo rios religiosos venezolanos. que ésta ha impuesto como sagrado, y, por otra, 7 Clifford Geertz, 1992, La Interpretación de las Culturas. está ligada, adherida al hombre, quien la ha col-
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Vasallos reverencian al santo en la festividad de San Benito El Valle, Mérida.
Fotógrafía: José J. Quintero D.
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Laguna en Sector El Paramito Jají, Mérida.
Fotógrafía: Jose J. Quintero D.
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La erosión marca el paisaje en un sector de El Cambur Pueblo Nuevo del Sur, Mérida. Fotógrafía: Federico Del Cura D.
El concepto de paisaje es eminentemente visual, es un registro de la observación hecha por el individuo. Implica a un sujeto observador, que toma distancia del objeto observado para captar en su conjunto una imagen. Así analizado el paisaje geográfico es, en una primera aproximación, un concepto estático con tres variables básicas: la localización (dónde), la escala (desde dónde, el tamaño de la visión) y el momento (cuándo). La fotografía sería una de sus expresiones, a la que luego el espectador dota de las cualidades propias de su condición; belleza, añoranza, calidez, una inagotable lista de atributos por los cuales el hombre fotografía constantemente paisajes que parecen variar infinitamente, tanto en la interpretación de su significado como en su apariencia material, aun cuando el territorio es, por naturaleza, limitado.
cuerpo conceptual en torno al paisaje, definiendo tres aspectos como fundamentales para su estudio: la estructura, el funcionamiento y la temporalidad. “La estructura se refiere al arreglo y distribución espacial de los componentes que conforman el paisaje. El funcionamiento implica las relaciones e interacciones que tienen cada uno de los componentes del paisaje y determinan diversos procesos socioecológicos. La temporalidad indica la escala de tiempo con la que el paisaje se transforma de acuerdo con su funcionamiento” 9
Surgirían así expresiones que de alguna manera definen en nuestra mente diversos paisajes; los paisajes merideños, los rurales o expresiones como médanos o páramos, se dibujan en nuestra imaginación y son, en la realidad, términos complejos de espacios geográficos, conjunción de variables físicas, bióticas y humanas con Pero, al agregar su aspecto funcional, el paisaje resulta significados culturales. Entran entonces en escena los dinámico y cambiante, incluso de forma natural aun- conceptos de composición y percepción. que en escalas del tiempo mucho más amplias, fun8 damentalmente como resultado de la acción humana, Mazzoni, E. (2014). Unidades de paisaje como base para la entonces llega a definirse “como una unidad espaorganización y gestión territorial. En: Estudios Socioterritoriacio-temporal integral que responde a factores climátiles vol.16 supl.1 Tandil dic. 2014 9 cos, geológicos, geomorfológicos, hidrológicos, podoRomero C. (2014). Estructura del Paisaje y sus Funciones. lógicos, biológicos y culturales. Expresa las relaciones Disponible en: Colección Didáctica Cátedra de Ecología. 8 entre los componentes físico, bióticos y humanos” . Las ciencias geográficas han desarrollado todo un
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Paisaje agrícola vía Mesa Cerrada. Timotes, Mérida.
Fotógrafía: Federico Del Cura D.
Siendo el territorio merideño parte integrante del gran conjunto andino, no sólo venezolano, sino suramericano, la imagen más extendida de su agricultura está ligada al tópico de los “andenes”, cultivos en terrazas con muros de piedra que marcan el desarrollo ancestral de la agricultura incaica, origen del nombre Andes, para la gran cordillera suramericana, pero que tuvo un menor desarrollo en el caso venezolano, cuya aparición parece ser mucho más cercana en el tiempo. El avance de la frontera agrícola en la alta montaña merideña es un fenómeno reciente ligado a la agricultura comercial, la implantación de modernos sistemas de riego e incluso el aumento global de las temperaturas, lo que no le Históricamente el desarrollo de la civilización ha estado resta belleza y poesía. unido al proceso de la agricultura y la generación de asentamientos humanos, e inexorablemente, al agua. Más allá de una explicación científica, para el ser huEl territorio merideño muestra una muy amplia amal- mano el paisaje condensa y da armonía a la estrecha gama de paisajes, desde la alta montaña, marcada por relación entre el relieve, el clima y la vegetación a tralos procesos de glaciación, sus lagunas, ríos y terra- vés de la percepción visual. Rememora vivencias o zas, hasta las planicies lacustres en el Sur del Lago de intuye experiencias no vividas, por eso las pinturas o Maracaibo, en todos ellos, el hombre ha ido marcando fotografías del paisaje son tan apreciadas y compartisu impronta, componiendo paisajes sobre unidades fi- das, a través de ellas, el observador puede percibir el siográficas como los valles, terrazas, vertientes, lomas silencio y el frío que suele acompañar las experiencias y montañas. Pueblos que se conformaron sobre el es- del nacido en estas tierras o del viajero. fuerzo humano y vías de comunicación que remontan 10 Cunill, P. (2007). Geohistoria de la sensibilidad en Venezuesobre desfiladeros y ríos torrenciales para evitar el aisla. Fundación Empresas Polar. Caracas. lamiento. La cambiante geografía de la percepción es clave para entender esta ciencia en la expresión histórica del comportamiento humano en la conformación y utilización del paisaje. No existe un paisaje inmutable, que objetivamente proporcione su biodiversidad y sus recursos naturales. Todo paisaje es interpretado y percibido variablemente por las geografías personales, inmersas en sus respectivas expresiones vivenciales, históricas y sociales. Es decir, “la visión del paisaje geográfico es personal, mezclando la realidad con la fantasía, con los sueños, con los temores, con las esperanzas que tiene todo ser humano.10
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El geosímbolo
como resistencia de lo auténtico los, nos dotan de una enorme variedad de ellos, van desde su emblemática Sierra Nevada, lagunas, ríos, montañas, valles hasta incluir el modelaje antrópico que se hace de sus paisajes, como son sus pueblos, sitios de reunión, monumentos; sin obviar aquellos elementos mínimos que expresan una pertenencia cultural, esa que construye la huella de su día a día en la realidad, mercados, plazas, comercios emblemáticos y tradicionales, los cuaGiménez entiende por geosímbolo al “paisaje, les han sido referentes para que el poblador forje como belleza natural, como entorno ecológico pri- su identidad, la que cada pueblo siente con orgullo, vilegiado, como objeto de apego afectivo, como tie- la que los distingue, une y a su vez los diferencia rra natal, como lugar de inscripción de un pasado del resto. histórico y de una memoria colectiva…” (1996)11. Puede verse que Giménez abre la significación de El geosímbolo constituye un factor de supervivenla palabra al vincularla con un pasado y con la me- cia de la esencia y el espíritu atávico de lo merimoria, permitiendo entender la naturaleza como deño, de lo andino, resiste de pie ante los retos parte de las construcciones humanas, incluso, sin invasivos que presentan los procesos globalizadoser él su creador. El geosímbolo es una apropia- res, los cuales tienden a homogeneizar, anulando ción del entorno que dinamiza los sistemas natu- la diversidad y riqueza heredada de un pasado rales, poniéndolos en función de los intereses del auténtico, ése que supo fusionar e interpretar a la ser humano. Esta apropiación, así vista, se consti- naturaleza dentro de las necesidades esenciales tuye en una fusión que narra la simbiosis histórica de los pobladores de estas regiones. entre hombre y naturaleza. El vocablo geosímbolo remite a la conjunción de lo natural y lo cultural. En una primera instancia etimológica, la palabra se conforma por la cópula de geo, como lo geográfico, y símbolo, como una construcción exclusiva humana. En consecuencia, este signo lingüístico se convierte en referente que combina dentro de sí, concepciones culturales motivadas por hitos de carácter geomorfológico.
Cunill (2007)12 enriquece esta concepción al visualizarlo como “espacios que por su conformación en la sensibilidad geohistórica, expresan la espiritualidad de un lugar; en otras palabras, el geosímbolo viene a ser un signo del espíritu de un determinado sitio geográfico, que refleja y forja una identidad”. Los Páramos Merideños abundantes en geosímbo-
11
Giménez, G. (1996) Territorio, cultura, identidades. La región cultural. En: Cultura y Región (compilación), Barbero, Roche y Robledo, Universidad Nacional de Colombia. 12 Cunill, P. (2007). Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela. Caracas: Fundación Empresas Polar.
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El Pico Bolívar y la Sierra Nevada de Mérida, geosímbolos que identifican al Estado. Fotógrafía: José J. Quintero D.
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Cultivos hortícolas en la zona alta de El Valle, Mérida.
Fotógrafía: Mariana I. Del Cura L.
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Siembra de papa y rosales, laderas de Tafayes. Timotes, Mérida. Fotógrafía: Federico Del Cura D.
Seguramente una gran parte de la población piensa que las plantas utilizadas en la agricultura son un producto existente en la naturaleza, cuya presencia ha sido objeto de aprovechamiento por el hombre de diversas maneras. Sin embargo, en la mayoría de los casos no es así. Las plantas cultivadas representan un largo proceso de “domesticación”, en el cual los agricultores fueron seleccionando las características más deseadas, para crear así nuevas plantas que poco a poco se diferenciaron de sus originarias, generando variantes locales y esparciendo sobre el territorio los alimentos en la medida en que las sociedades también alcanzaban cierto grado de desarrollo, ello permitió el surgimiento de asentamientos poblacionales sedentarios y el intercambio de productos entre áreas geográficas diversas y distantes.
ecosistema, con la particularidad de ser en gran medida creado por el hombre, aunque sometido a relaciones naturales, y por tanto, carente del equilibrio dinámico que caracteriza los ecosistemas “sin intervención”. El mayor esfuerzo de la “agricultura ecológica” estaría dado entonces por “copiar a la naturaleza y sus principios”, convertir los cultivos en agroecosistemas tan similares a la naturaleza que se mimeticen con ésta13.
Una tercera aproximación a la comprensión de la agricultura como actividad antrópica, sitúa a los seres humanos como parte de la naturaleza, pero no de los ecosistemas 14 , ya que luego de un largo proceso de evolución biológica, el hombre se habría separado de ésta y habría tomado otro rumbo, el de la “evolución cultural, entendida como un sistema parabiológico de Desde la perspectiva de las ciencias agronómicas, la adaptación y transformación continua del entorno ecoagricultura es un hecho tecnológico, mecánico, de ge- sistémico”. En este sentido la agri-cultura es consideneración de alimentos a partir de una base física manirada como una construcción cultural, una “perturbapulable y perfectible para el logro de los objetivos de la ción tecnológica” 15 de los ecosistemas naturales. producción. Así entendida, la naturaleza es un recurso (suelo, agua, aire), del cual el hombre hace uso con más o menos éxito al incorporar otros no naturales, sobre todo tecnológicos, que tienen como base el capital, el conocimiento y la fuerza de trabajo.
13
Altieri M, y Nichols C. (2013). Agroecología y resiliencia al cam-
bio climático: principios y consideraciones metodológicas. En N. C. (Ed), C. Nichols, & M. Altieri, Agroecología y Cambio Climático. Metodologías para evaluar la resilencia socio-ecológica en comunidades rurales (págs. 7-20). Lima: Redagres. 14
SIcard, T. (2013). La dimensión Ambiental del Cambio Climático
en la Agricultura. En C. Nichols, M. Altieri, & L. Ríos, Agroecología y resilencia socioecológica;adaptándose al cambio climático (págs. 180-192). Lima: Redagres-CYTED-SOCLA. (p. 181) 15
Sicard, T. (2013) ibidem. (p. 183).
Para los ecologistas se trataría de un sistema (elementos, relaciones y funciones), específicamente de un
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Faena de labradores en los cultivos. Sector Paramito. Jají, Mérida. Fotógrafía: José J. Quintero D.
La interpretación del hecho agrícola que hemos realizado, se basa en una amplitud de criterios e integración de saberes en la actuación de los seres humanos en sus relaciones con el entorno. La producción de alimentos a partir de una base natural, es tecnología sí, pero también el resultado de un complejo sistema cultural construido por distintos grupos humanos a lo largo de la historia, por tanto, lleno de construcciones teóricas de tipo simbólico, formas de pensar y de entender el mundo, de organizarse. La agricultura representa una relación compleja del hombre y su medioambiente, del cual forma parte, pero con una capacidad única de transformación que lo distingue y separa de otras especies integrantes del ecosistema, la cultura. Los denominados cultivos son precisamente ese producto de la agri-cultura, expresión del conocimiento humano en el desarrollo de las plantas en armonía con la naturaleza, creando paisajes característicos únicos, en cierta manera construyendo una nueva versión de la naturaleza. Esta construcción ha sido asociada en los últimos 50 años a monocultivos, expresión técnica de la denominada revolución verde, ligada a la utilización intensiva de paquetes tecnológicos de alto rendimiento para un cultivo específico y la especialización de los territorios en torno a la satisfacción de los mercados.
En el otro extremo, pequeños agricultores y sus grupos familiares desarrollaron formas de utilización más intensiva del espacio en torno a sus necesidades y sostenimiento, en los denominados huertos y “conucos”, donde se mezclan diversidad de plantas y animales combinados en unidades funcionales de difícil medición en sus rendimientos, pero con garantía de preservación en su dinámica con la naturaleza. En el caso de la agricultura, el modelo de la revolución verde recibe grandes cuestionamientos, aunque no siempre igual cantidad de propuestas que permitan desplazarlo, al menos a la escala necesaria, manteniendo niveles adecuados de rendimiento que cubran las necesidades de la creciente población mundial. La mayoría de las opiniones coinciden en que el cambio es necesario, pero a partir de allí las condiciones sociales, económicas y ecológicas son tan diversas en las fronteras nacionales, que la búsqueda de soluciones globales parece ilusoria en el corto plazo, aun así, estamos obligados a esta búsqueda ante la amenaza de un futuro distópico. Aunque en apariencia parezca sencillo, el mundo científico está lejos de conocer en detalle las características funcionales de los ecosistemas naturales, de forma que reproducir las características más deseables de estos en los agroecosistemas pasa, en principio, por un mejor conocimiento de los
primeros y, en segundo lugar, por conocer y reproducir a escala mayor la aproximación que durante generaciones han realizado los agricultores con éxito, al cubrir la demanda de alimentos, mantener la productividad y conservar en cierta forma el equilibrio inicial. En ese análisis, la biodiversidad es una de las variables que se considera más importante para la estabilidad de los ecosistemas, por ello parece evidente que en la agricultura un monocultivo sea más vulnerable a modificaciones externas, pues alteraría las condiciones de diseño que la revolución verde creó para él. Su contrapartida sería otra condición extrema, los ecosistemas naturales, apenas impactados por algún tipo de recolección selectiva y población de escaso tamaño. Entre ambos extremos se sitúan la multiplicidad de posibilidades que permite la conjunción de diversas condiciones edáficas, climáticas, socioculturales y tecnológicas, por ello no puede existir una única combinación válida de equilibrio. La ubicación en una zona de contacto entre dos grandes centros de domesticación de cultivos como el Maya, al norte y el Inca al sur, seguramente posibilitó la adaptación en estas tierras de rubros como el maíz y una diversidad de tubérculos y raíces, además de auyamas, caraotas y otros cultivos denominados
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Variedad de ajíes en una cocina campesina Chacantá, Mérida.
Fotógrafía: José J. Quintero D.
“andinos” asociados en policultivos, comunes a la zona norte del sistema montañoso andino continental, denominado también Andes Tropicales. Diversidad que se vio incrementada con la llegada de los españoles y su imposición del trigo, principalmente en las laderas montañosas del estado, y bajo la influencia del comercio internacional mucho tiempo después por el café y la caña de azúcar. La llegada de los Españoles al “Nuevo Mundo” generó un proceso de difusión de plantas y animales a una escala sin precedentes, este proceso multidireccional cambió para siempre la forma en que nos alimentamos, luego la globalización y la tecnología han hecho el resto.
tural, todos tecnificados en paquetes con uso intensivo de los recursos.
En esta compleja realidad, presionada por los requerimientos alimenticios de una creciente población y maltratada con erradas políticas públicas hacia la actividad agrícola, el rescate y preservación de los recursos fitogenéticos resulta una tarea complicada, que en muchos casos quiere ser matizada con elementos políticos que nada aportan y por el contrario desvirtúan la esencia de su valoración. Bajo el principio de la precaución debemos colectar y preservar el mayor número de especies y variedades, ya que la ignorancia de sus cualidades no es excusa para abandonarlas, en Hoy en día en el medio rural merideño, en similitud con ellas pueden existir propiedades que el día de mañana el mestizaje de sus gentes, coexisten superpuestos las conviertan en valiosas y, tal vez, en indispensables. múltiples sistemas agroproductivos de distinto origen y supremacia en el tiempo, desde los denominados cultivos originarios y sus variantes, solos o asociados, pasando por el trigo impuesto en el proceso colonizador y sobreviviente en la alimentación familiar en los páramos más alejados de los circuitos comerciales, los complejos sistemas como el café y la caña panelera, hasta los más modernos de la horticultura comercial y la ganadería de altura, también lamentablemente en los últimos años, la funesta aparición de los invernaderos, que cubren de plástico innecesario el paraíso na
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Coexistencia de agrosistemas La llegada de los Españoles al “Nuevo Mundo” genera no sólo un proceso de difusión de plantas y animales a una escala sin precedentes, también impone la combinación de sistemas productivos con bases sociales y tecnológicas muy diferentes. La Europa en el siglo XV era un mundo agrícola donde la riqueza de los países se media por sus cosechas de granos: centeno, trigo, avena16. La implantación Colonial de estos sistemas productivos trata de realizarse tempranamente a partir de la isla de La Española, aunque el proceso de poblamiento andino se realiza desde la Nueva Granada, iniciando en Cúcuta y pasando por La Grita hacia el Valle de Mocotíes, de allí sube por el río Chama hacia los Páramos.
con instalaciones para el procesamiento necesario de estos rubros. Esto último es posible en Los Andes sólo con la apertura de salidas a puertos en el Lago de Maracaibo, consolidándose caminos y poblaciones en estos recorridos. De forma similar se genera el sistema “cañamelero”, en algunas regiones específicas del valle medio del río Chama.
Esto se ve facilitado por la utilización de los cultivos y la mano de obra indígena, justificados inicialmente en las “encomiendas de indios” y los “resguardos de Tierras indígenas”, sistema que se mantiene debido al “aislamiento Andino” con altibajos hasta bien avanzado los años 1700, imponiendo al trigo y la cebada junto a la papa y el maíz, en policultivos y conucos emplazados en pequeñas propiedades “estancieras”17.
Por último, en la segunda mitad del siglo XX, se potencia la ganadería intensiva, y la introducción de potreros, sustituyendo en gran parte al sistema cafetalero. Hoy día, la mayoría de estos sistemas coexisten en el territorio merideño en una amalgama que posibilita y caracteriza su enorme diversidad.
La implantación de la Compañía Guipuzcoana, en 1728, señala la introducción de nuevos cultivos con intención de exportación, café, cacao, tabaco, dando paso al surgimiento de las Haciendas como infraestructuras productivas, al asociar el cultivo
Ya en el siglo XX, los sistemas productivos altoandinos son apoyados desde el Estado venezolano con la construcción de numerosos sistemas de riego que posibilitan la introducción de otros rubros, sobre todo huertos, orientados al mercado nacional. Surge así un nuevo sistema papero y el “sistema hortícola”.
16
Fuentes C. y Hernández D. (1992, p 28). Cultivos Tradicionales de Venezuela. Caracas: Fundación Bigott. 17 Definida por Suarez a partir de la “estancia de pan coger, de ganado menor y mayor y de labrar”. (Suarez N. (2001, p. 29) Formación Histórica del Sistema Cañamelero Merideño 1600 -1900. Archivo Arquidiocesano de Mérida. Serie estudios 2. Mérida.
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Invernadero en las cercanías de la Población de El Molino. Pueblos del Sur, Mérida. Fotógrafía. Federico Del Cura D.
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Vista aérea de la plaza e iglesia de Chacantá, Mérida.
Fotógrafía: José J. Quintero D.
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Tejados del pueblo de El Molino, Pueblos del Sur, Mérida. Fotógrafía. Federico Del Cura D.
Hablar de pueblo no es una tarea sencilla, en principio porque con este vocablo nos podemos referir a los habitantes de una región, al tamaño de una localidad, pero también a la clase social de un grupo de individuos. Para evitar la confusión que pueda contener la polisemia de este término hablaremos, específicamente, de nuestros pueblos andinos como centros poblados pequeños, diseminados sobre el territorio del estado, muchos de ellos basados sobre asentamientos indígenas que con la llegada de los españoles a las tierras andinas merideñas debieron asumir los trazados impuestos por los colonizadores y la funcionalidad de la nueva articulación territorial. El diseño de partida consistía en una especie de tablero de ajedrez con una plaza y calles alrededor, donde aquella no era sólo el elemento central del diseño, sino de casi todas las actividades propias del pueblo. En principio, y como función fundamental, la plaza fungía como el mercado de la población, articulando a su alrededor el cabildo, la iglesia y las viviendas de las familias pudientes. También servía de escenario para las reuniones políticas, artísticas, solemnes, religiosas, etc., lo que claramente supone su carácter predominante sobre los demás lugares del pueblo. Este diseño de cuadrícula, aún prevalece en los pueblos andinos, aunque la plaza, propiamente tal, ha sido
objeto de modificaciones que han surgido con el paso del tiempo y la historia del país, así fue como con la llegada de la República las plazas mayores se convirtieron en plazas Bolívar en honor al Libertador Simón Bolívar. Más tarde en el siglo XIX, por imposición de Guzmán Blanco, se convirtieron en una especie de jardines, pues Blanco, presa de la belleza de los jardines de la plaza de Versalles hizo de las nuestras unas mini copias de aquéllas, donde ya el mercado no tenía cabida y evidentemente desapareció de sus espacios. Lo destacable de todo esto es que aún en la actualidad nuestros pueblos andinos no sólo han mantenido su estructura física, sino que han conservado esas características heredadas. Hoy en día, alrededor de las plazas se suscitan los eventos de importancia en la vida socio-cultural y cotidiana de cada uno de esos pueblos, pero a su vez, se han convertido en un espacio forjador y conservador de identidades no sólo individuales sino también colectivas, allí convergen valores, tradiciones y costumbres que se muestran como un pasaje en el tiempo. Los pueblos merideños son imagen de la memoria histórica colectiva de nuestros antepasados y tierra abonada de cultura. No se trata solamente de un lugar poblado, sino de lugares de convergencia cultural donde sus habitantes conviven armónicamente plagados de historia, de sentimientos, de valores, de costumbres identificados con la naturaleza que les arropa
y cobija para el sustento diario y que, a pesar del frío, inclemente en ocasiones, el calor humano, la noción de familia y las costumbres adquiridas derriten sus hielos alrededor del fogón. Las poblaciones andinas se construyen en la confluencia de personas reservadas, poco extrovertidas y hasta tímidas, que se consumen en su intimidad, pero a su vez exhiben un grado de pertenencia muy arraigado con su medio que les permite acompañarse colectivamente en la cotidianidad, y donde su modo familiar de vivir permea todos los estadios de la vida, incluso los más íntimos y personales. Es un hecho cierto que nuestros pueblos andinos han florecido a la luz de la agricultura, actividad que les ha otorgado bienestar económico gracias a las largas faenas que dedican a este fin y, que además, ha cultivado en ellos ese valor y amor por el trabajo, características que los diferencia de los habitantes de otros pueblos de nuestro país. Se trata entonces de unos poblados con una cultura institucionalizada sólida, con valores, formas de actuar, de pensar, de vivir, que ha modelado su actuar y los ha hecho acreedores de un capital cultural que escolta sus costumbres, valores, creencias, etc., y que quizás esté actuando encubierto entre sus colinas y su identidad. Esto los ha hecho poco vulnerables aunque no ajenos a los cambios externos producto de la tecnología, la glo
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La arquitectura merideña recrea el estilo colonial español. Pueblos del Sur, Mérida. Fotógrafía: José J. Quintero D.
balización, la modernidad. De allí que podemos ver en ellos los pintorescos y llamativos ritos religiosos para conmemorar distintos hechos de importancia de sus habitantes, como por ejemplo la ofrenda a San Isidro Labrador como el Santo Patrono de la agricultura, los Vasallos de la Candelaria, entre otros muchos más. En suma, los habitantes de los pueblos andinos son personas que disfrutan de lo sencillo, lo hogareño de sus tareas cotidianas, de todo aquello que se hace posible en la prodigalidad de un medio protegido por imponentes montañas y un clima severo que ni siquiera la Guerra Federal pudo penetrar totalmente. Pueblos armonizando y viviendo esa fuerza natural a diario, haciendo de su hábitat una zona de auténtica paz, con calidad de vida y un tipo de confort labrado día con día que dista mucho de ser meramente económico. Estos pueblos sumergidos en una especie de cápsula ciudadana muy particular han preservado sus rasgos culturales, convirtiéndolos en un caldo de cultivo para hacer grandes cosas. Estas características propias de los pueblos y sus habitantes son precisamente las que los alejan de su contraparte, la ciudad y su gente. La ciudad, la metrópolis, ese lugar que alberga a un gran número de pobladores dedicados a una diversidad enorme de actividades económicas que, hasta cierto punto, bloquean buena
parte del disfrute familiar, del hogar, de las amistades y hasta de los bienes metálicos que esas actividades les proveen. Esas ciudades en las que se ubican las sedes principales de las grandes empresas, las oficinas gubernamentales centrales, entre otras del mismo tenor, son las mismas en las que escasean las zonas verdes y la lucha por preservarlas es vencida por la cotidianidad y la necesidad de albergue de sus pobladores, donde la relación del hombre con la naturaleza es casi nula y la frialdad emocional supera la calidez del clima. En ese lugar coliden, tal cual vehículos en hora pico, los sentimientos, costumbres, valores, etc., tan disímiles como cada habitante que ahí mora, de allí que cada quien cree una especie de mundo paralelo que dificulta el encuentro con sus vecinos. El resultado es entonces personas con una frágil independencia de su vida y su quehacer, pero a la vez con una tremenda indolencia por la vida y el destino de los demás.
desgastantes imposiciones que modelan el comportamiento en las grandes urbes, para disfrutar de una calidad de vida forjada, día a día, en los duros hábitos de la labranza.
Aunque parezca, no buscamos con la escritura de estas líneas idealizar al hombre de pueblo en detrimento del hombre citadino, sino más bien llamar a la reflexión a quienes vivimos en esta “selva de cemento”, porque muchos de los que hoy habitan esas grandes ciudades son personas que emigraron de los campos en busca de mejores oportunidades de vida, entonces cabe preguntarse ¿qué pasó con ellos?, ¿acaso ese acervo cultural desapareció, se modificó, cambió? Con franqueza no lo creemos, nuestras raíces permanecen pero también se adaptan, a lo bueno y a lo malo tal vez muchas de esas vidas sin sosiego estén anhelando volver a casa, a la casa del campo, a sus costumbres, a su familia, y quizás sea precisamente ese deseo inLa diferencia que estamos tratando de mostrar no se consciente el que les permite sobrellevar su alienada centra en lo meramente rural o urbano, no hablamos realidad en las ciudades. de pueblos y ciudades, sino de su gente. Si así fuera la comparación solo tocaría elementos estructurales y densidad poblacional por nombrar solo algunos, en su lugar, aflora lo humano, ese acervo cultural que, consciente o inconscientemente, conservan los habitantes de los pueblos y que les da tiempo para ser auténticos, para disfrutar de las pequeñas cosas, para vivir sin las
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Red indígena y pueblos coloniales Algunos autores señalan que los grupos humanos asentados en la Cordillera de Mérida tenían más de quince siglos en la región a la llegada de los españoles. Estos grupos étnicos, según todas las evidencias, provenían principalmente de grupos Chibchas, con persistencia hoy día en Colombia, y con los que se tienen innumerables vinculaciones de raíces culturales, mitológicas y de técnicas agrícolas, entre otros muchos aspectos. La organización espacial de los grupos se establecía principalmente en torno a centros de jerarquía religiosa y económica. El principal Ja-Mu, (Jamú o Zamú), en la actual Lagunillas, en función de la laguna sagrada de Io-Jama. Mu-Ku-Chies y Timotes en la Sierra Norte y Macaria (Acequias) y Aricagua (en la Sierra Sur)18 El proceso de conquista aprovechó estas bases poblacionales en los pueblos de doctrina y encomiendas, sobre todo para utilizar a los indígenas como mano de obra, y produjo numerosos reasentamientos en la medida en que exterminaba o inducía la huida de los que quedaban. De allí tantas fundaciones y refundaciones generadas por las huestes españolas a lo largo de los primeros siglos de conquista donde impusieron su pro-
pio diseño en la construcción de los pueblos actuales, plaza, iglesia, calles, que siguen el patrón en las más variadas condiciones topográficas definiendo pintorescos pueblos coloniales.
18
La investigadora Clarac utiliza los denominados “radicales” de las lenguas del tronco chibcha para explicar el origen de estos nombres de poblaciones merideñas (p. 27) en Clarac, J. (1996). Mérida a través del tiempo. Los antiguos habitantes y su eco cultural. Mérida: Universidad de Los Andes.
35 confluyen la historia y la fe. Pueblos del Sur. En las iglesias de los pueblos andinos
Fotógrafía: José J. Quintero D.
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La mirada atenta y reflexiva refiere la personalidad del hombre andino. Fotógrafía: José J. Quintero D.
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El sosiego del hombre campesino en armonía con la placidez de su entorno. Fotógrafía: José J. Quintero D.
En la ruta de las piedras Un recorrido por las carreteras y paisajes de los andes merideños es una inmersión en las alturas. Adentrarse en la magnificencia del paisaje de montaña resulta en una vivencia seductora, detiene lo cotidiano y permuta en asombro el encuentro con los horizontes de la sierra. El desborde de esta naturaleza desnuda, en algunos casos apenas punteada de sedosos frailejones, en otros de tupidos bosques, de chispeantes ríos y apacibles lagunas, invita al vuelo, al hábito del ave, al atisbo de una mirada que avizore esos límites bordados de frío, donde la infinitud se perfila ascendente en un rumor de guijarros remontándose hasta coronarse en cumbres. La montaña modela en su silencio no solo paisajes sino también a las gentes de estas tierras. El elemento humano que puebla estas zonas tiene vocación de cóndor, habitante de ventisqueros, ha instalado en su alma la impavidez del ánimo, su carácter oscila, como el clima, entre la generosa claridad de las mañanas y la taciturna espesura de las neblinas en los atardeceres. Esta faena preconiza un hacer único, especial, un modo de vida que perfila el carácter y la personalidad de los habitantes de los pueblos andinos. Aludir a la voz “pueblo” es mencionar lo humano, claro está que no como individualidad, sino como la compleja suma de una concreción que se encadena, eslabón por eslabón, en los telares del tiempo, en la tierra rural que acuna el nacer. Así entonces, “pueblo” en vez de entenderse simplemente como una concentración de individuos en un espacio determinado, se interpreta como conciencia de lo comunitario, conciencia imbuida en un sustrato de historia, modelada desde su génesis en valores que remiten a una visión particular capaz
del hombre de pueblo frente a las innovaciones que triunfan en la “civilización”, etc. También, por mucho tiempo se justificó el nivel educativo como la evidencia clave que sustentaba este margen de superioridad pero, en el presente, no es un argumento de peso debido a que grandes masas conviven en las ciudades marginadas de los procesos educativos y de posibilidades de superación personal por la vía del conocimiento, además, la afluencia de estudiantes de poblaciones rurales venidas a las ciudades, si no nivela, sí reduce estas fronteras, por lo tanto la incidencia No obstante, una observación atenta que tome en de profesionalización no es un factor que abone a la cuenta las conductas revela una clara diferenciación pretendida pose de superioridad. entre las sendas por donde desandan los polos de la vida ciudadana. Es evidente para cualquiera la diferencia Lo que no queda claro en el hecho comparativo es que existe entre el habitante del pueblo y el de la ciudad. en qué grado y bajo qué perspectiva se diferencian y El desacuerdo entre ellos se presenta como contraste, singularizan. Existe una distinción, es evidente, algo como oposición pero basada en un supuesto estatuto desvincula y separa a los habitantes de pueblo de de superioridad que da preeminencia al habitante de la los habitantes de ciudad, algo que va más allá de la ciudad sobre el de pueblo. Esta aura de superioridad simple circunstancia referida a la distancia que sepy suficiencia se cimienta en detalles que el hombre ara sus ámbitos físicos. Esta oposición trasciende no de pueblo exterioriza y que pasan a ser considerados sólo las cosmovisiones sino, incluso, la manera en que como marcas de tosquedad, un modo de rusticidad conforman cada cual su ethos, en otras palabras, el social, por ejemplo, los pormenores y matices del uso tono, el carácter, la calidad de vida, el estilo moral y la de la lengua en los actos de habla, la vestimenta como disposición de ánimo; pero, ¿qué es esto en verdad? marca de uso diario y no como dictados de la moda, ¿Hay algo detrás del proscenio, o únicamente estamos las costumbres de pueblo rezagadas con respecto a los en presencia de sombras? Si de algo podemos estar vertiginosos cambios de comportamiento que ocurren seguros es que las apariencias formales, las banalien las ciudades, impuestos en los últimos tiempos dades del figurar, no son lo que los distancia, o por por modelos globalizados, el pretendido “atraso” lo menos, no son solamente estas simples premisas de otorgarle una identidad, por ello es en los pueblos donde el hombre, con su discurrir, fragua las narraciones que ensamblan la tradición. Queda en evidencia entonces que la savia que recorre a toda población, permitiendo edificar las estructuras que dan materia a lo social y político, desde las formas más simples a las más extrañas, se labran en la agonía humana, en la lucha de los individuos, en la sustancia que de ellos fluye, constructora, capaz de crear y alimentar las más diversas empresas de la cultura.
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El habitante del campo merideño trasluce su cordialidad y afabilidad en el trato Fotógrafía: José J. Quintero D.
la razón de tales disimilitudes. ¿Cuál es entonces la que ya no está claramente presente en nosotros. condición que convierte a ambas presencias humanas Para reconocer ese algo basta apelar a un ejercicio de en actores de diferente linaje? simple observación, basta con convivir mínimamente La esclarecida filósofa española María Zambrano junto a las gentes de los pueblos, esto nos permitirá afirmaba: “El hombre de pueblo es, simplemente, llegar a algún grado de certeza, a una deducción que el hombre. Y su figura es la primera aparición de la pueda interpretar sus actitudes. En el desempeño del persona humana libre de personaje, de máscara.”19 Tal hombre de pueblo pueden aún rastrearse los rasgos de alegato no solamente afirma la esencialidad del hombre lo que significó levantar poblados y sociedades frente a de pueblo sino que, además, permite inferir que el la rudeza de las arduas geografías andinas, la acumuartificio es el signo que coloniza al agitado ciudadano lación del trabajo de la tierra durante generaciones ha de las mega-urbes modernas, la simulación emboza requerido de un tesón constante que se evidencia en su alienado vivir, ese doblez impone un fingimiento que sus costumbres, su modo de ser no tiene contrapartida disfraza de apariencias la conmoción de la vida urbana. en el hombre citadino porque posee una continuidad patrimonial, ha sido construido y sigue construyéndose Los pueblos se conforman con las contribuciones fundamentalmente en la faena agrícola. Para la gente que hacen sus habitantes en todos los ámbitos del de ciudad, este nudo con la naturaleza se ha desatado, convivir social, estos actos se articulan como en un esta proximidad se ha borrado prácticamente de las rompecabezas en el que cada cual suma una pieza, rutinas de sus habitantes. un detalle personal a la geografía de su entorno, lo que hace que cada comunidad sea un elemento único e Un encuentro con lo humano de los pueblos va más irrepetible dotado de una identidad propia. Esa identi- allá de la simple contemplación de una geografía, de dad particular del hombre de pueblo se puede explicar la admiración del paisaje o de la peculiaridad de cada por oposición. Si establecemos una comparación por población, en los pueblos está “la semilla”, el contacto reflejo, si confrontamos nuestra imagen en el espejo primigenio con la naturaleza, allí la matriz ancestral se que contiene del otro lado al hombre del campo, a ese nos devela como el componente que entraña el principio otro sujeto humano que es el reverso de la moneda, y el devenir. Si deponemos el afán de arrogancia y al que si perjudicamos también nos hacemos daño, altivez, palparíamos la tensión que mana del cosmos quizá podamos visualizar lo que en ellos pervive y en que nos contiene y que la ceguera urbana obvia y acalla de forma arrogante. Aquél que sin prejuicios entre en nosotros falta. Partamos de una propuesta que indague contacto con los habitantes de un determinado pueblo, en nuestras carencias como hombres de ciudad para que asuma con equidad y mente abierta los rasgos dejar en evidencia qué hay, qué subsiste en ellos, algo y peculiaridades de una geografía cultural rural, no
importando, incluso, que dicho encuentro sea fugaz y epidérmico, sentirá ese brote visceral, la manifiesta emoción que procede de una impresión soterrada, un rasgo telúrico que vibra en una cuerda escondida, que se angosta muchas veces pero que nunca se rompe, y nos une, indefectiblemente, al mundo natural. Las impresiones que nos generan los seres que habitan los pueblos son múltiples, sus cadencias en el ritmo y el modo de hablar, la maneras de actuar, la indumentaria, o cualquier otra característica externa son elementos importantes que aunque parezcan poseer un valor menor, aún así, permiten indagar, cavilar, discutir, y reflexionar en función de la relación que cada personaje de pueblo entabla con su entorno, y de cómo ese diálogo también es parte de lo que cada quien, en lo primordial, es. El proceder del hombre de pueblo se torna, en una mente aguda, en acicate para inquirir sobre sí mismo y sobre la representación de aquello que constituye el lazo vital con el existir. En la mirada de los hombres que habitan los pueblos andinos uno puede toparse con este sentir, solo basta seguir la ruta de las piedras y dejarse llevar.
19
Zambrano, María; Persona y democracia, Siruela, Madrid, 1996. Pág. 173.
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El núcleo familiar funciona como una fortaleza de trabajo en los pueblos. Fotógrafía: José J. Quintero D.
Los rostros de la tierra
pobladores; el permanente contacto y cuidado que se brinda a la familia; la holganza del tiempo; la necesidad material apoyada en el poseer lo necesario y suficiente sin la obsesión acumuladora nacida al amparo de las grandes ciudades; las conductas sencillas de los hombres y mujeres que cultivan el ocio, la camaradería, gentes que se asisten, se conocen, que no se ignoran, se saludan y comparten desde la conversación más sencilla y elemental hasta una comida espontánea, sin necesidad de concertar agendas que tengan una motivación previa; nos asombra saber que hay espacios donde el trabajo es un medio de subsistencia, sólo eso, no una condena, no una razón para el abandono de las responsabilidades familiares, no una obcecación por el triunfo, o una razón para oprimir, para denigrar, para hurtar, para ejercer el latrocinio sobre enormes masas de personas desvalidas de recursos y expoliados de sus derechos fundamentales. Nada de esto se palpa en lo humano del campo, no en las dimensiones que las padecemos los que vivimos en las ciudades, sus carencias tienen otro tono, no son varapalos con formas compulsivas de neurosis, esquizofrenia o paranoia, sus privaciones no llevan un linaje de agobio, de ¿Qué han visto los poetas en los hombres de pueblo acoso en el vivir. que ha sacudido su sensibilidad? La desazón que nace en el habitante de la ciudad al contemplar la Por todo esto la vida en los pueblos, la vida de camvida del hombre de pueblo es un sentimiento univer- po, ha sido siempre un polo de admiración para los sal. La tranquilidad de la existencia; el contacto con poetas, universalmente ellos han cantado lo bucólico, espacios donde la naturaleza sigue teniendo frecuente resaltando sus bondades, poniendo en evidencia el protagonismo; la apacibilidad de las relaciones de sus Pero, ¿dónde está esa esencialidad que nos habla del contacto indisoluble entre el hombre y la naturaleza? ¿Cómo entenderla? Son preguntas difíciles de responder, más si habitamos las grandes ciudades, si nos hemos ensordecido con el ruido estentóreo de las megalópolis del presente, sin embargo, por velado que esté en nosotros ese hilo inaugural de la vida, siempre habrá un remanente, un sutil halo de lo natural que emane de la más frenética conducta o del proceder artificial llevado al extremo. Las respuestas más cercanas a estas interrogantes no son respuestas, sino impresiones, sensaciones, emociones, sobresaltos del espíritu. Desde los predios de la razón develar el nexo donde se traba la esencia entre el hombre y la naturaleza corresponde al terreno de la ontología, lo cual escapa a las posibilidades de este trabajo, mas sin embargo, existen otras vías que han explorado estos cuestionamientos mediante la palabra, siguiendo un camino de sensaciones han indagado estas inquietudes hurgando y removiendo en el verbo las urgencias que recorren el alma de los hombres en deuda con el llamado de la tierra.
sentido, eso que antes llamábamos la esencialidad, la conexión necesaria que todos tenemos con la naturaleza. Para la ciencia este es un tema poco atractivo por sus características poco mensurables, la probabilidad de perderse en la subjetividad del sentimiento no da a la ratio muchos incentivos, pero para aquellos que hacen de la sensibilidad y el sentimiento una facultad capaz de evidenciar otra lectura de las alternativas que propone la realidad, el acercamiento a estos problemas está más que justificado, pues constituye la forma más directa y expedita para la aprehensión de esa inefable sensación que excava, conmueve y sacude el alma humana. Un ejemplo maravilloso de lo que decimos está en lo que grandes bardos han dejado patente. En la historia de la poesía universal existe una corriente muy antigua que se remonta a las obras clásicas grecolatinas. Lo que se conoce como el «Beatus ille» (Dichoso aquel…), es una tradición poética que desde ese lejano pasado hasta nuestros tiempos ha tenido brillantes cultores, los cuales han podido hacer cuajar en el lenguaje la emoción que despierta el vivir la profunda sustancia natural inmanente en cada humano, esa que ha sido opacada, enmudecida por la estridencia de la vida citadina, pero que resurge repentina ante la contemplación de una realidad profunda, honda, recóndita que contrasta con las apariencias y máscaras con las que suele revestirse la cotidianidad del diario proceder.
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Agricultor en plena tarea de preparación del terreno para la siembra.
Fotógrafía: José J. Quintero D.
Es de un célebre poema del poeta lírico romano Horacio (65 a.C.- 8 a.C.), de donde parte esta tendencia a la alabanza, a la exaltación de la vida sencilla y desprendida del campo frente a la vida de la ciudad:
la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido!
Dichoso aquél que lejos de los negocios, como la antigua raza de los hombres, dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus propios bueyes, libre de toda deuda, y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de guerra, ni se asusta ante las iras del mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos.
¡Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio Moro, en jaspe sustentado! … El aire del huerto orea y ofrece mil olores al sentido; los árboles menea con un manso ruido que del oro y del cetro pone olvido.
El poema de Horacio canta las bondades de la vida campestre, el desprendimiento del poder y de las tareas que no concuerden con la placidez de la vida sencilla, su éxtasis nos llega como un eco de veinte siglos atrás, increpándonos, haciéndonos reflexionar sobre esa zona de contacto donde se encuentran el hombre y la naturaleza.
…
los 4.000 años de historia de la humanidad, sólo nuestro tiempo ha hecho del lazo hombre-naturaleza piezas separadas. Perennemente los más disímiles pueblos y culturas han priorizado este tema en sus narraciones, un ejemplo cercano y relevante por su enorme difusión se da en Centroamérica, la gran cultura Maya nos legó el Popul Vuh (El Libro del Pueblo), el origen de lo humano que en él se construye revela esta estructura donde el hombre nace, evoluciona y se consolida como producto de la naturaleza. Allí, desde los fallidos hombres de barro se asciende a los hombres de madera, para luego culminar cuajando la humanidad en los hombres de maíz. Cosmogonías como ésta existen en todos los pueblos indígenas de América y del mundo, los mitos de la creación son una fuente riquísima para rastrear la necesidad del hombre de recrear su existencia en consonancia con su talante natural, talante que vislumbramos claramente en la mirada de los hombres que pueblan los andes merideños, en esa ristra de pueblos que han atesorado un gentilicio en concordancia con su escenario geográfico, atados a la tierra, a la siembra, a las costumbres de su lar nativo.
Estos ejemplos de la poesía del Beatus ille exaltan ese momento del descubrimiento de lo natural que subyace en el alma, recrea el arrobamiento que se produce al reconocer lo propio y elemental de nuestra condición más íntima, estos versos muestran el despertar de una sensibilidad anestesiada que se postra ante la revelación del vínculo indisoluble con ese cosmos En los menesteres de este trabajo hemos palpado de No menos famoso es el hermoso poema Vida Retirada primera mano el devenir de las gentes de pueblo, sus profusamente acallado y desvalorizado. de Fray Luis de León (1527 - 1591), quien en pleno hábitos, sus creencias, sus fiestas, costumbres, todo lo Renacimiento Español también cantó, magníficamente, Todas las grandes civilizaciones en la historia lo han que abarca su circunstancia cultural; en cada pueblo estas emociones, colocamos unos fragmentos: entendido así, sus producciones literarias dan cuenta que visitamos prevalecía este equilibrio donde la pre¡Qué descansada vida de esta unión indisoluble, tan elemental ha sido que, en ponderancia del factor humano tiene un límite cercano,
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Músico de los vasallos de la festividad de San Benito. El Valle, Mérida. Fotógrafía: José J. Quintero D.
visible, llega hasta la esquina del pueblo, hasta el final del sembradío, hasta las afueras de la escuela, hasta la tapia del solar, porque de ese lugar en adelante la naturaleza se enseñorea del ámbito y de la vida, reclama la preeminencia sobre el entorno que ha cedido, en pequeña medida, a los hombres para que estos puedan coexistir. Los pueblos de los Andes son fronteras, son préstamos; el campesino, el hombre de pueblo, lo sabe, lo intuye, lo celebra, respeta las fronteras y reside en armonía. En el momento que iniciamos este trabajo no previmos cómo el sentido de una investigación se potencia cuando se involucra con lo humano, bajo el influjo de su vecindad las referencias de estudio se trastocan. Nuestra inicial perspectiva basada en la posibilidad de estudiar la conservación de los cultivos, observar las técnicas de siembra, la necesidad de preservar el germoplasma nativo, de conservar y clasificar la semilla autóctona que podría ser, en un mañana probable, la salida a problemas futuros del agro, terminó por tomar un cariz no previsto, digamos que se dignificó al comenzar a valorar cómo estos elementos de la siembra se fusionaban en cada habitante, en cada mujer, en cada niño que nos topábamos. Sus rostros, sus manos, la sonrisa tímida entrecortada, el respeto en los modales, la percepción de un lento fluir existencial, de un caminar sin desasosiegos ha
ocupado buena parte de las motivaciones que dan empuje a la redacción de este texto, las imágenes que lo acompañan tratan de dar testimonio de este inmenso ciclo de acciones que no desmiente, que no oculta su dependencia con la naturaleza, con la prodigalidad de su hábitat, las fotografías dan fe de una experiencia que está a la mano, que merece el acercamiento, que traduce humildad y prudencia, ponderación y probidad. Acercarse a ellos sin la soberbia y autosuficiencia del hombre de las ciudades, sin las máscaras, puede resultar aleccionador, puede darnos otra visión del existir, una que permita el diálogo con ese aspecto atenuado de nuestro ser, la plática con nosotros mismos que el planeta, agredido y violentado, nos reclama. Tal vez ese déficit de insuficiencia moral que ha caracterizado a la raza humana de los últimos siglos, pueda modificarse, mostrar su lado compasivo, desprendido y generoso cuando se permita contemplar lo humano que habita en los pueblos, cuando este correlato sirva de engranaje a la conciencia, cuando entre en contacto con los rostros de la tierra.
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El Ethos Andino Existe un ethos individual y uno colectivo, este último está vinculado directamente con las comunidades, con la forma en que éstas conforman su manera de relacionarse, con el diseño de la estructura social que enmarcará sus modos de vida. En consecuencia, parte de lo que podríamos llamar su “estilo de convivencia”, tiene una dependencia directa con la manera en que cada colectividad establezca las razones, hábitos, costumbres y estilos afectivos que les permitan trabar un modo de existencia que los beneficie o, por el contrario, los afecte. Señala el filósofo español José Antonio Marina en su libro La inteligencia fracasada, que existen sociedades inteligentes y sociedades estúpidas. Las inteligentes moldean su cultura, sus valores y su sistema de creencias en función de una convivencia armoniosa que permita eliminar el ruido social que perturbe un transcurrir, un discurrir en concordia. Esto alude directamente a la cooperación, a la camaradería que se da entre las gentes de una comunidad. Así, en estos términos y de forma muy similar, debemos entender el tipo de praxis que ha pervivido sin ruptura en el destino habitual las poblaciones de los andes merideños, soportando sin fisuras el paso del tiempo y la mutabilidad que viene con las sucesivas generaciones.
diametralmente opuesta, la convivencia descubre un trato que dilata y amplifica un pacto social concertado en pos de procurar acuerdos, minimizando discrepancias. Son sociedades orientadas hacia el diálogo, la cooperación y un generoso deseo de ayudar. La clave de esta forma de vida estriba, en buena medida, en una de las opiniones que J. A. Marina esgrime, él dice: “…las sociedades pueden encanallarse cuando carecen de tres sentimientos básicos: compasión, respeto y admiración.”20 No escasean estos sentimientos en las latitudes andinas, por el contrario, es precisamente este tipo de sentir basado en la compasión por el prójimo, en el trato respetuoso ya sea para con propios o extraños, o en la admiración, fervor y devoción que brindan no sólo a sus semejantes, sino también a sus costumbres, sus tradiciones y a la maravillosa naturaleza de su entorno, lo que dota a estos pueblos merideños de ese halo particular que, potente, se experimenta al más leve contacto con sus pobladores, exhibiendo de las más diversas maneras unos atributos que condensan valores férreos, principios claros y una impasible serenidad en el modo de ser, todo aglutinado en una órbita de cortesía que trasluce y significa el aplomo de la calidad de vida.
Y, vale aclarar, no es que estilos afectivos negativos no existan en estos pueblos, los hay, pero se ejercen en el uso de la subjetividad, en el cosmos personal, no son la norma social, no condicionan 20 Marina, José Antonio; La inteligencia fracasada, Anaun proceder común, ni mucho menos se constitu- grama, Barcelona, 2005. Pág. 155. yen como identificación, por el contrario, la sensación que se recoge estando allí posee una calidez
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La vida apacible de los pueblos andinos permite disfrutar el estar a solas. Fotógrafía: José J. Quintero D.
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Niños y niñas cumplen labores de “monaguillos” . Fotógrafía: José J. Quintero D.
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Niños y adultos son protagonistas de las fiestas y tradiciones merideñas. Fotógrafía: José J. Quintero D.
Este es un libro que fue escrito a seis manos. Pero, tanto el espíritu de trabajo en equipo que lo inspiró, como la inclusión de algunos textos de elaboración mixta, pensados, discutidos y diseñados en conjunto, así como la certeza de que su surgimiento es producto de la integración y el esfuerzo, nos decantó por optar hacia una cohesión que lograse, en alguna medida, la unidad, no sólo temática y de estilo (lo que pudo o no lograrse), sino algo aún más significativo, una unión de juicios y discernimientos labrados de fraternidad, compañerismo y amistad que se amarran a la escritura. Debido a ello su redacción se presenta como una composición de una sola voz, una voz coral fundida en la continuidad de sus textos. Mas sin embargo, y como epílogo de la redacción, decidimos hacer un Final a Tres Voces, un cierre que dejara fluir el nudo de emociones particulares que, en cada uno de sus autores, provocó este encuentro fascinante que transitó por la idiosincrasia de una cultura apacible, visitando los predios de una sabiduría que echa sus raíces en los algodonosos fríos de densas neblinas y en el silencioso vuelo mineral de sus tierras. La alegoría que entraña el nombre de este libro pretende ser un homenaje a las gentes que, al cobijo de serranías y cordilleras, modelan la peculiaridad de estas latitudes dando continuidad a su modo de ser, continuidad que se asegura, que se remoza de generación en generación. Los rostros de la tierra se reavivan día a día en los semblantes de los niños, en el curioso interés de sus miradas y en el brillo de sus sonrisas, ellos prolongan la urdimbre de la cultura en los andes merideños. Estas líneas se cierran adornándose con estos “pequeños nuevos rostros de la tierra”, con la niñez que reabre perennemente el ciclo de la vida.
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La tímida curiosidad de los niños andinos se deja ver en sus rostros. Fotógrafía: José J. Quintero D.
Esther Rosas Lobo Iniciar un proyecto de investigación es tarea poco sencilla, menos aun cuando se busca integrar diversas áreas del saber y donde cada una es desarrollada por separado pero bajo una visión de conjunto, tratando de que la diferencia no rompa la armonía. Intento exitoso al final del camino, gracias a la perseverancia y el trabajo en equipo realizado. Hoy esa persistencia y entereza están dando sus frutos, este libro es prueba de ello, aunque pequeña, dado el tamaño de la investigación, es muy valiosa y apreciada académica y emocionalmente por nosotros. Tres amigos, colegas que hemos venido creciendo, evolucionando como equipo y como investigadores, adquiriendo diversas destrezas investigativas y descubriendo otras que no habíamos conocido conscientemente ni aprovechado académicamente, trabajando de manera organizada, con pausa pero sin prisa, dando giros y reveses hasta que cada uno de nosotros logró encontrar ese elemento, ese punto que le movía para trabajar en este proyecto. En mi caso, siendo del páramo merideño, me llamó la atención la identidad andina tan marcada y diferenciadora de otras, que aún estando en el mismo país, es tan singular por sus costumbres heredadas, por su manera de vivir el día a día, sus detalles, sus momentos, su concepto de familia, exhibiendo un comportamiento un tanto tosco, pero cálido y servicial a la vez, mani-
festado con una particular manera de hablar moldeada por las costumbres, que no les impide la fluidez comunicacional ni minimiza el fuerte brazo axiológico que les ha permitido convivir con sus semejantes en compañía de la imponente naturaleza que les escolta.
que muchas veces admiradas desde el ojo de un espectador forastero incrédulo o de otro desconcertado por la magnitud emocional que estas manifestaciones imprimen en estas personas de pueblo. Muchas veces las condiciones materiales de estos pueblos han sido olvidadas por quienes tienen el poder de mejorarlas, Desde mi punto de vista, la elaboración de este trabajo pero las creencias y costumbres de su lar poco o nada me llevó, por una parte, a escribir sobre algo que me es se ven afectadas ante las carencias materiales, pues familiar, la vida en el pueblo. Esa que se añora, la en- poseen un torrencial cultural que se desborda por dotrañable, la que se tiene a ratos, en ocasiones muy es- quier. Por ello su importancia en este tema. peciales y cortas como ráfagas de viento que dan sustento al alma. Esa convivencia poco privada que desfila Por otra parte, este proceso de investigación que vivientre apodos y otros rasgos, muchas veces jocosos, mos en grupo, pero con intereses diferentes ha dejado que nos individualizan y nos distinguen de simples nú- aflorar mi gusto por el estudio de la lengua desde dimeros o seres anónimos. Esa camaradería propia de versas perspectivas. En esta oportunidad dejamos que los amigos que se reúnen en la plaza, van a la misa, nuestros agricultores hablaran de su cotidianidad de visitan el hospital, comparten unos tragos, incluso has- manera tranquila, amena, como si contaran un cuento, con vivencias, experiencias, pormenores de cada situata la embriaguez e, inevitablemente, donde reclamar ción, así pudimos aprehender para del hecho cultural privacidad es una quimera. Hacer vida en un pueblo que los circunda haciéndonos cómplices de la situamerideño es, sin duda, muy agradable, aun cuando no ción a medida que conversábamos y grabábamos in se cuenta plenamente con los servicios y recursos que situ. Era inevitable asentir o negar con ellos algunas la ciudad ofrece, la calidad de vida es valorada en tiemde sus experiencias, o furtiva e inocentemente, dejar po y desapego a lo meramente banal. salir un comentario, una sonrisa, un lamento, etc., que se compartía con el entrevistado. No se trató de meras En los pueblos la modernidad no ha dejado de rasgar preguntas y respuestas, sino de una conversación ensus cimientos, pero no ha logrado penetrar definitiva- riquecedora. mente en sus costumbres ni en sus creencias, esas Disfrutamos de vocablos como “máiz” en vez de maíz,
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Los niños juegan un rol preponderante en las tradiciones. Fotógrafía: José J. Quintero D.
de “mandao” en vez de diligencia o tarea, del emblemático “dios le pague” en vez de gracias, en fin muchas voces como éstas que si bien son el reflejo de una escasa educación formal, no les impide la comunicación efectiva, pues la de ellos es una educación que se afirma en una herencia cultural, compleja, basada en valores, costumbres y modos de vida que labran lo particular de su formación, esa que quizás los más letrados añoran en salas prodigiosas de distintos congresos y asambleas de las diversas naciones. Esos relatos luego fueron la savia para extraer los elementos culturales que giran alrededor de la agricultura. Fue precisamente el discurso de los agricultores uno de los elementos que nos dejó ver cómo constructos tan disímiles como agricultura y lenguaje se conectan armónicamente para exponer la riqueza cultural que los agricultores merideños exhiben en sus relatos, esa que ha guiado su forma de actuar, de vivir, de trabajar, en suma de comportarse dentro del grupo social que le es propio. Fue así como descubrimos ese potencial capital que los deja convivir con la naturaleza sin que ésta sea un obstáculo, sino más bien un aliado para su calidad de vida.
capaz de detener el tiempo, preservar momentos, paisajes y hasta emociones con una fina utilización de un lente fotográfico que despierta la imaginación humana a gran escala. Cada imagen está acompañada por un texto escrito que resume esos momentos irrepetibles que los agricultores y el paisaje nos regalaron. Esos que nos dieron la pauta para hablar de ellos, de sus bondades, sus virtudes muchas veces menospreciadas por aquellos que han olvidado cómo ser personas para actuar como robots a merced de los placeres metálicos y en detrimento de la familia, del hogar y de la persona en tanto tal.
En este libro no se hace gala de los relatos de los agricultores, ese es objeto de otro producto de esta investigación, en su lugar se exhibe fotografía, ese recurso
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La infancia es el alma de la cotidianeidad en los campos merideños Fotógrafía: José J. Quintero D.
Federico Del Cura D. A este proyecto de investigación los autores le debemos una gran cantidad de actividades enriquecedoras, algunas de ellas transformadas en productos culminados, otros en transcurso y sobre todo experiencias generadas en la construcción misma del proceso investigativo. La grata experiencia de crear esta publicación es en sí una recompensa al trabajo universitario que en ocasiones resulta desestimulante, y del cual la mayoría de las veces damos cumplimiento mediante apretados informes y algunas cifras que le dan la forma requerida y el consabido finiquito. Escribir para el público es, sin embargo, un reto que renueva el espíritu inicial que nos animaba en la investigación, que nos emociona en la fatigosa y en ocasiones repetitiva labor docente, que nos lleva nuevamente a la obligada lectura, pero no ya en la búsqueda del dato que nos falta, sino para el cultivo del intelecto, necesario para escribir, volver a releer para dar forma a la idea y continuar hasta que nos decidamos a dar a la luz ese producto de nuestra creación que aspira a enlazar con el lector en textos e imágenes cuyo objetivo no es otro que el de perdurar en el tiempo, en la memoria. Tal cual semilla, que estratégicamente lleva consigo las características que le permitirán a su especie su multiplicación y supervivencia, este libro aspira transmitir a nuestros lectores el espíritu que nos impulsa en la investigación de los recursos fitogenéticos ligados a la
agricultura y de los entornos culturales donde ella se desarrolla en el estado Mérida, de tal forma que generemos en ustedes el interés hacia la preservación de nuestro patrimonio cultural, construido sobre una base natural de inigualable belleza. Lo que Cunill 21 denominaría una geografía de la sensibilidad especial andina.
La segunda satisfacción es la de haber aumentado nuestro conocimiento de la gente, sobre todo de esos pequeños pueblos alejados de las redes viales principales. Los calificativos que se le dan de laboriosa, amable, hospitalaria, reservada, son todos merecidos, ganados y honrados a lo largo del tiempo en los Andes. Queda tanto por hacer que ésta se nos antoja una obra Conocer personas es sin duda la mayor satisfacción del incompleta, tanto en espacios por trabajar en el territo- trabajo realizado, cualquier otro hallazgo de relevancia rio merideño, como en aspectos a incluir en la investi- científica está subordinado a este primero. Los rostros gación. En ambos aspectos avanzaremos, por un lado cálidos de viejos y niños, hermosamente fotografiados, incorporando poco a poco espacios representativos de y compartidos en esta publicación y en los catálogos la agricultura en el paisaje del estado, por otro, agre- generados en la investigación son una fuente de inspigando elementos al análisis, perspectivas que enrique- ración y un legado que aportamos con orgullo. cen su tratamiento y generen productos de difusión tanto a la comunidad científica como a un público lector más amplio, con capacidad de apreciar estos esfuerzos editoriales alejados de los circuitos comerciales. Por otro lado, nos asalta la duda de su utilidad en la Venezuela actual, perdida en espirales inflacionarios de magnitud inimaginable y obligada en una vertiginosa y desenfrenada búsqueda de la satisfacción diaria de las necesidades básicas. Pensamos en la búsqueda de las fuerzas interiores, esas que están presentes en la 21 Cunill, P. (2007). Geohistoria de la Sensibilidad en Veneconstrucción del paisaje y la identidad andina, que se zuela. Caracas: Fundación Empresas Polar. sobrepone a lo adverso, convive en armonía e incrementa los recursos existentes.
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La mirada de la mujer merideña trasluce la bondad en el alma de lo andino. Fotógrafía: José J. Quintero D.
El tercero de los aspectos sobre los que el equipo tiene una especial complacencia es la posibilidad de aumentar su conocimiento sobre los pueblos merideños. La merideña, es la geografía de las dificultades, aquellas que limitaron el desarrollo de asentamientos poblacionales durante siglos y a la que el esfuerzo personal y colectivo sabe imponerse y convivir armoniosamente logrando la construcción de paisajes entrañables. Como geógrafo, nada más placentero que junto al recorrido por los parajes del estado, la lectura de los maestros Pedro Cunill, Antonio Luis Cárdenas, Elías Méndez, Leonel Vivas y tantos otros que dedicaron su vida a esta ciencia compleja, el tiempo y la experiencia aumenta mi admiración por su obra al comprender que como expresa el primero de ellos, “todo paisaje es interpretado y percibido variablemente por las geografías personales, inmersas en sus respectivas expresiones vividas históricas y sociales. Es decir, la visión del paisaje geográfico es personal, mezclando la realidad con la fantasía, con los sueños, con los temores, con las esperanzas que tiene todo ser humano”22 Las numerosas salidas de campo nos brindaron la oportunidad de recorrer el territorio del estado Mérida, al menos en algunos de sus espacios más distintivos, aunque suene a un tópico repetitivo, la fotografía es un pálido reflejo de su magnificencia. El carácter místico de las montañas reverenciadas en tantos cultos
ancestrales tiene su razón de ser y no carece de sentido real. El transitar por parajes solitarios y aún por los pequeños pueblos acerca al ser humano a un contacto vivencial casi perdido en la civilización tecnificada y conectada en redes sociales tan extensas como difusas en sus nexos. Este enlace no ha hecho más que aumentar nuestra admiración por la geografía merideña llena de espacios intimidantes en su magnitud, de vértigo en sus empinadas vertientes, pero íntimos en sus rincones parameros propios para el recogimiento y la meditación, en una correspondencia que une lo interior y lo exterior porque nada nos es ajeno.
el diálogo enriquezca los aportes de esta conjunción a un mundo necesitado no sólo de mayores cantidades de alimentos, sino también de formas más sanas de producirlos, por ello ningún aporte debe ser desdeñado, ningún cultivo menospreciado, ninguna capacidad marginada. No hace falta atribuirle al planeta o a la naturaleza una condición humana, aspiramos mostrar los rostros de la tierra.
Por último, en lo personal aprecio el conocimiento de las labores agrícolas, los cultivos y sus prácticas asociadas, la íntima relación del agricultor y la naturaleza que lo hace capaz de producir una infinita variedad de alimentos como si se tratara de un hecho propio de la naturaleza. Pero los que hemos cultivado desde una planta en nuestro apartamento o intentado la siembra de algún rubro sabemos que no es así, la producción agrícola, con un nivel mínimo de éxito es un acto de creación que requiere del conocimiento de múltiples factores, de paciencia en los ciclos naturales y un equilibrio entre la intervención y la acción natural, a los 22 Cunill, P. (2007). Geohistoria de la Sensibilidad en Venezueque la mayoría de los citadinos no tenemos acceso. la. Caracas: Fundación Empresas Polar p. 12. Desde el ámbito universitario nos acercamos con otros argumentos del conocimiento en la aspiración de que
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Entre juegos, gritos y sonrisas transcurre la infancia de los pueblos merideños. Fotógrafía: José J. Quintero D.
A la hora de redactar estas líneas finales me asaltan inquietudes que, por su pertinencia en el tratamiento de lo hecho, se me antojan como legítimas dudas que no deben inhibirse y que, por supuesto, demandan una explicación. Por consiguiente, en el ocaso de la redacción de este libro, mi reflexión va a tratar de discernir sobre las motivaciones y razones que lo justifican, trataré de ahondar sobre el porqué escribirlo y cómo autenticar su validez textual. Para ello, juzgo que hay dos argumentaciones necesarias que debo emprender al intentar responder estas preguntas. La primera, busca explicar la necesidad de integrar lo más armónicamente posible en la redacción, aun con las evidentes diferencias que lógicamente existen, a las tres voces que tienen la responsabilidad de llevarlo a cabo. La misión que nos propusimos actuó en función de limar las discrepancias y contradicciones de estilo y perspectiva que pudieran convertirse en disonancias de sentido para los lectores, de tal modo que, una de las tareas que más ha demandado tiempo y cuidado, ha sido el tratar de articular de la manera más natural posible la disertación que guía al texto, para poder lograr la necesaria coherencia que respete los perfiles individuales y equilibre el discurso. Decía Manuel García Pelayo, hablando precisamente de libros, en su obra Las culturas del libro, que “…el insatisfecho hombre occidental ha sentido la necesidad de ampliar constantemente su horizonte o de buscar nuevos horizontes, solo perceptibles desde sus
José Juvencio Quintero Delgado
adecuadas perspectivas, y de este modo ha concebido el libro como un constante punto de partida, como un momento de un continuado desarrollo dialéctico; no como revelación de un Logos, sino como desvelación de distintos logos frecuentemente contradictorios entre sí, hasta tal punto que uno de los problemas de hoy planteados es el de su integración o articulación en una visión unitaria” 23.
La cita ilustra, con pertinencia singular, la redacción de este libro, ya que uno de los primeros problemas que percibimos fue la necesidad de tratar de integrar las visiones diferentes que sobre las situaciones propuestas y desarrolladas teníamos; miradas que en cada autor poseen una condición propia porque están planteadas desde abordajes que ponen en juego no sólo la personalidad de cada quien con su posición, vocación y propensión específica, sino también por el hecho de que cada uno representaba la perspectiva de una distinta disciplina del conocimiento, de manera que una tarea inicial a la que nos vimos compelidos fue el diseñar, en pleno camino, una estrategia de enfoque y escritura que convergiera en un espacio donde los intereses de cada uno pudieran concertar y ajustarse a la finalidad del texto . García Pelayo lo expresa como la “desvelación de distintos logos frecuentemente contradictorios entre sí…”, y si bien, esto de lo contradictorio es un hecho forzosamente inevitable que aparece en un primer mo-
mento como un obstáculo a superar, no obstante, luego, se transforma en estímulo, en aliento que incentiva la búsqueda de la coherencia compositiva del libro, sin que llegue a zanjar las diferencias de estilo que subyacen entre los autores, sin embargo, la experiencia de amoldarnos a un esquema de conjunto nos permitió engranar, realmente, en la noción del trabajo en equipo. Dicha noción de “trabajo en equipo”, que con tanta frecuencia escuchamos en los predios universitarios y del saber, sólo se calibra en su totalidad cuando la escritura es el medio por donde se canalizan los resultados, el texto es la desembocadura, la compuerta por donde desagua ese flujo de sedimento cognoscible que se ha acopiado en la investigación, más aún cuando se pondera la condición de que su lectura sea para un amplio público. Por eso Manuel García Pelayo habla de “una visión unitaria”, porque cuando la aspiración de divulgar lo realizado rebasa el terreno de lo dirigido a los pares académicos, es decir, a tus compañeros de facultad o a los especialistas dedicados a indagar en profundidad sobre el tema; cuando te aventuras a tratar de poner en un lenguaje accesible, apto para la sensibilidad de las masas, las proyecciones de lo logrado sin por ello abandonar la reflexión académica, es cuando en verdad calibramos en profundidad la propiedad y conveniencia de lo trabajado. 23
García Pelayo, Manuel; Las culturas del libro, Monte Ávila Editores, Caracas, 1997. Págs. 125- 126.
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El cuidado hacia los niños no está exento de complacencias por padres y abuelos. Fotógrafía: Federico Del Cura D.
Debe quedar en claro entonces, que este libro no está escrito para especialistas, no es un tratado que se subsume en los campos de un exclusivismo universitario, más bien podríamos considerarlo como un abordaje que persigue comunicar y hacer reflexionar sobre los lazos existentes entre la cultura y el agro a un número de lectores cuantitativamente mayor, es un ejercicio de acercamiento a un fenómeno que normalmente se ha presentado desde la óptica de la especialización propio del estudio que llevan a cabo las disciplinas científicas. Los abordajes científicos han desmembrado esta relación, la especificidad de las técnicas del agro o los intríngulis teóricos de la cultura, aunque de suma importancia, no han facilitado a las multitudes comprender la correlación de ambos términos, y ésta es una intelección necesaria que hay que abonar pero que, ahora, parece lejana y poco evidente. Urge por lo tanto, desde la tribuna universitaria, hacer llegar a un auditórium más dilatado una reflexión sobre la necesidad de ver más íntegramente las conexiones indisolubles que existen entre la cultura y el campo. Por consiguiente, en estas páginas subyace una intencionalidad de fondo que al diseñarse con la finalidad de ser transmitida a un lector genérico, produce textos que están escritos con sencillez para ser leídos por todos, pero también existe en ellos un rasgo de premeditación, pues poseen un núcleo de emoción que expone
lo investigado de una manera que permita conectar con la sensibilidad de cualquier alma, se aspira que lo mostrado genere empatía, que lo dicho apunte hacia la conciencia produciendo conmoción, despertando la necesidad de tomar partido o de reflexionar mínimamente sobre la forma en que articulamos la relación con la bio-cultura. La conjunción de estas tres conciencias que hemos decidido emprender el proyecto, ambiciona convocar algún tipo de reencuentro con un olvido innegable, con esa omisión flagrante que hemos impuesto desde las inercias agobiantes de nuestros automatismos: lo rural, la cultura agraria. Tal vez esta sea una posibilidad, una vía de ver y valorar en los ámbitos del campo las oportunidades para retomar el nudo con la naturaleza, amplificando así el repertorio de conductas que nos dispongan, de una mejor manera, a la apreciación de otros modos de acometer y de comprometerse con la vida, partiendo para ello de la diversidad biológica y cultural. Un intento distinto, que permita acopiar el mayor número de indicios sobre lo que entraña recuperar la vinculación que todos tenemos con estos dos aspectos; en fin, deslindar cómo ello se traduce en una mejor comprensión de la calidad de vida que surge del contacto apropiado con el entorno natural que nos circunda, con la cultura que de allí se desprende y que, frecuentemente olvidamos, un exhorto que quiere mirar
más allá de los límites de las ciudades, de las calles y las paredes que nos circundan y arrinconan en un vivir que antepone, como norma general, una particular excitación que no pocas veces nos destina al desasosiego. La segunda razón a la que voy a acudir es de orden personal. Cuando fui convocado para colaborar en la investigación que dio pie a este libro no pude predecir que, en la deriva natural que acompaña a cada trabajo, iba a terminar timoneando hacia la fusión de dos de mis aficiones cardinales: los estudios sobre la cultura y el interés por la fotografía. La contribución que he aportado al trabajo se ha movido entre estas dos grandes motivaciones que, en diferentes momentos de la vida, he considerado senderos vitales. El primero, se me ha convertido en obsesión, en entrega incesante a la búsqueda e indagación de teorías, miradas y conceptos con los que pueda interpretar la experiencia fenomenológica que implica la cultura. Ello ha significado una inmersión, un ahondar en páginas y páginas de disciplinas y pensadores que, con sus variados enfoques, han permitido darle sentido, no sólo a un trabajo de investigación, sino, substancialmente, han proporcionado la capacidad de poder entender y valorar mejor la riqueza que poseen los múltiples procesos culturales de los que somos testigos, tomando conciencia de su prodigalidad implícita en pautas, matices y formas de
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La picardía de los niños merideños se adorna de gestos, miradas y juegos. Fotógrafía: José J. Quintero D.
actuación que cada población, cada colectivo diferen- Convertir lo que es indetenible en imagen, cristalizar ciado, logra plasmar nítidamente en la originalidad del la vastedad de ese río de sucesos, atrapar el torrente del tiempo para darle un rasgo de intemporalidad, se marco referencial que los distingue. convierte, sorprendentemente, en un medio productor Del otro lado aparece una pasión, un eco con talante de de sentido, un oficio para armonizar la existencia. La mocedad, ejercicio práctico que llega desde las brumas fotografía es herramienta que, en su inmovilidad, en del pasado, un afán arrinconado, escondido bajo la piel la fijeza de su permanencia, permite dar coherencia como una inquietud, un renovado entusiasmo inscrito a lo que vemos, abre un paréntesis en el tiempo, en en mi lista de tareas postergadas pero latentes, la foto- su incesante pleamar, podemos repensarlo desde una grafía. Ahora pudo resurgir, ella es el medio por el cual mirada que haga pausa en su expresión, en la signifiha sido factible el desandar y aprehender, esas infini- cación y alcance de los hechos que el mismo tiempo tas formas de lo otro, la exterioridad que está más allá despliega, se crea así la posibilidad de darle el valor, ya de uno mismo y que nunca termina por comprenderse no solo teórico, sino vivencial a lo que presenciamos. totalmente. Por lo tanto, más que como simple recurso exploratorio de la investigación, la fotografía actuó en Así pues, quiero resaltar lo que esencialmente para mí este trabajo como una dimensión con un discurso pro- ha emanado de este trabajo, no es otra cosa sino la pio, fue factor interviniente sobre esa realidad, ajena y conjugación dichosa de ambas inquietudes, de estas foránea, de la cual intenta apropiarse. La representa- dos grandes vertientes que estructuran la investigación del mundo, la fidelidad a ese flujo incesante que ción: el estudio de la cultura como premisa racional que llamamos vivir, solo es dado capturarlo, detenerlo, me- indaga profundamente en las raíces, en el logos que diante un único intermediario: una cámara fotográfica, ha articulado un extenso devenir teórico; y el ejercicio artefacto prodigioso que tiene la posibilidad de tender de la fotografía como recurso práctico, que permite reun puente entre el cosmos interno del individuo, he- pensar las categorías estudiadas pero con asidero en cho de introspección e idealismo, y el desconcertante la realidad, en las variedades del conformar la cultura universo material, multiforme y abigarrado que lo en- que emergen de algunas poblaciones rurales del estado Mérida. vuelve.
Se produce entonces una ilación de estos dos ámbitos del proceder investigativo, se concreta un nexo entre ellos que, al ponerse en función de la indagación del espacio existencial del campo, hace que se tensen entre sí destilando un conjeturar que motiva la revelación, es decir, el desvelamiento (García Pelayo), un inferir que posee una dimensión de sentido acorde a la experiencia de la realidad tratada: el ámbito rural, el espacio humano de pueblo, decantados en las páginas de esta obra. El hacer visible esta experiencia, el propagar por algún medio estas páginas, concilia la investigación con la eventualidad de una recepción que, más que aspirar un vasto alcance, ansía una difusión en un horizonte de recepción cultural, donde la legibilidad contemplativa de texto e imágenes, abone en el espíritu de cada lector su validez textual, que no es otra que esa posibilidad de hacer comulgar, de vivificar en su consciencia, los presupuestos de preservación, amparo, permanencia e importancia de la identidad, las costumbres y los procesos particularmente valiosos que residen en las poblaciones vinculadas al hecho agrícola, al mundo del campo.
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La Sierra de La Culata funge como simbólico cierre donde se cobijan los Rostros de la Tierra. Fotógrafía: José J. Quintero D.
Este libro es un producto que fluctúa entre dos aguas, no se apega ni se subyuga al tipo de redacción académica, pero tampoco fluye como una inspiración alterada que niega evidencias o datos. Su escritura tiene una orientación que sucumbe a la necesidad de expresar lo percibido en la coexistencia con una naturaleza totalizadora, tanto geográfica como humana, por lo que su lectura puede ser hecha ya sea como reflexión académica, como narración empapada de emoción, o como una ventana de imágenes que retratan la peculiaridad que surte a Mérida de una identidad impar y magnífica.
Estos textos son un homenaje, una ofrenda a ese universo de gentes, costumbres, tradiciones y paisajes que pueblan y dan forma a las tierras andinas.
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Los rostros de la tierra