Las condiciones para ser discípulos de Jesús AMBIENTACION: El tema de esta liturgia dominical es la búsqueda de Dios, como una constante del espíritu del ser humano. Dios ha manifestado para que el hombre lo pueda conocer, reconocer y acoger en la vida. En el seguimiento de Jesús está la verdadera sabiduría.
1. PREPARACION: Invocación al Espíritu Santo Espíritu Santo, ven a animar nuestra vida en el seguimiento del Señor Jesús y a darnos el discernimiento para descubrirlo y reconocerlo como el Valor absoluto ante el cual tienen que ceder todos los demás. Ilumínanos para que acojamos la Palabra, en el corazón y podamos ser verdaderos discípulos, para gozar de la verdadera sabiduría. Amén.
2. LECTURA: ¿QUÉ DICE la Palabra? Sab. 9, 13-18: «¿Qué hombre puede conocer la voluntad de Dios?» La primera lectura nos habla de esa distancia infinita entre Dios y nosotros. ¿Qué hombre es capaz de conocer el designio de Dios? Ese designio, que comprende la encarnación del Hijo de Dios en nuestra limitación mortal, es abrumador, cuando lo meditamos con humildad. Nuestros pensamientos son falibles… Tantas veces erramos incluso en lo más decisivo para nuestra vida. Es signo de nuestra capacidad de equivocar el camino. Pero Dios mismo ha venido en auxilio de nuestra debilidad: nos ha dado su Espíritu. Ha tendido un puente entre Él y nosotros dándonos en la encarnación su presencia en nuestra misma debilidad. ¿Quién conocerá tu designio si tú no les das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Este pasaje del libro de la Sabiduría corresponde a una oración para conseguir la sabiduría. Aparece por un lado la mentalidad judía que atribuye la inmortalidad a Dios y por otro la griega, que ve las dificultades humanas para alcanzar la sabiduría, que abrirá las puertas de la inmortalidad. La condición humana ayuda a comprender los designios de Dios. ¿Quién conocerá tu designio si tú no les das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? Es Dios que entra en nuestra oscuridad con la claridad de su Palabra para revelarnos de donde venimos y hacia donde nos encaminamos.
Es Dios que fortalece nuestra voluntad tornadiza con la presencia de la fuerza del Espíritu. Esa fortaleza por encima de la debilidad humana se revela en la vida de tantos y tantas que incluso han entregado su vida en el martirio por defender lo que creen y esperan. Así pensaba el autor del libro de la Sabiduría unos pocos años antes de la entrada del Hijo de Dios en el mundo por la encarnación.
Sal. 90(89): «Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación » Cuando se quiere orar meditando la temporalidad del ser humano y la eternidad de Dios y, al mismo tiempo la proximidad, no el distanciamiento, entre las preocupaciones del hombre y la misericordia de Dios, basta con tomar las palabras de este salmo. Por eso constituyen una adecuada meditación de la primera lectura.
Flm. 9b-10.12-17: «Que esta buena acción tuya no sea forzada, sino voluntaria» Carta escrita por Pablo en su primer cautiverio, a un cristiano amigo suyo, sobre un esclavo de Filemón, huido y acogido por Pablo. Pablo devuelve a Onésímo a su amo, pero supera la legislación de la esclavitud, por los nuevos vínculos nacidos de la fe. Para expresarlos mejor se sirve de la imagen de la paternidad espiritual que usa en otras cartas. Esa sabiduría es la que ilumina a Pablo para entender el designio de Dios en la vida concreta de una persona. En la admirable carta a Filemón que escuchamos, san Pablo sabe leer lo que Dios quiere de un esclavo con nombre propio, Onésimo, en un acontecimiento muy humano: la huida de la casa del amo para alcanzar el sueño de la libertad. ¿Qué quería Onésimo? ¿Cuál era su proyecto de hombre? Pero también, ¿qué quería Dios? Onésimo llega a la fe en Cristo y su situación cambia radicalmente pues Pablo pide que se le reciba no ya como esclavo sino como hermano en la fe de Jesucristo. Esa fe que no aleja sino que iguala y hermana al amo con el esclavo. Es una lección sacada de un contexto social, propio de la época, pero que sirve para leer los acontecimientos de las relaciones humanas en el mundo de hoy a la luz del Evangelio.
Lc. 14, 25-33: «El que no lleve su cruz y venga detás de mí, no puede ser discípulo mío» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS
R/. Gloria a Ti, Señor. 25
Caminaba con él mucha gente y, volviéndose, les dijo: 26 «Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su
propia vida, no puede ser discípulo mío. 27 El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. 28 «Porque ¿quién de ustedes, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? 29 No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: 30 "Éste comenzó a edificar y no pudo terminar". 31 O ¿qué rey, antes de salir contra otro rey, no se sienta a deliberar si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? 32 Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.33 Pues, de igual manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío. Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Re-leamos el texto para interiorizarlo A- Ubicación en el ciclo C
B- Contexto: El evangelio de hoy habla del discipulado y presenta las condiciones para que alguien pueda ser discípulo de Jesús. Jesús está camino de Jerusalén, donde
va a morir en la Cruz. Este es el contexto en que Lucas coloca las palabras de Jesús sobre el discipulado.
C- Organización del texto: Nuestra perícopa tiene tres partes: vv. 25-27: condiciones para ser discípulo vv. 28-32
:medir fuerzas para decidirse a ser discípulo
v. 33:
conclusión final
D- Comentario: vv. 25: Ejemplo de catequesis. El evangelio de hoy es un ejemplo bonito de cómo Lucas transforma las palabras de Jesús en catequesis para la gente de las comunidades. Dice: «Caminaba con él mucha gente. Y volviéndose les dijo». Jesús habla a grandes multitudes, esto es, habla a todos, inclusive a la gente de las comunidades del tiempo de Lucas y nos habla también a nosotros hoy. En la enseñanza que sigue, pone las condiciones para que alguien sea discípulo de Jesús. Mucha gente seguía a Jesús. Esa gente somos todos los hombres de la historia llamados al seguimiento del Señor. El marcha adelante, abre el camino, va derecho a Jerusalén donde va a padecer y morir, pero también a resucitar.
vv. 26-27: El Evangelio de hoy suena duro al oído y al corazón; suena duro porque es duro. Dos ejemplos claros: «el que no "odia" (así está en el texto original, en giego: μισεῖ (misei), del verbo μισέω (= «odiar, aborrecer») a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, a su propia vida, no puede ser discípulo mío» (v. 26 26). «El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío» (v. 33).
v. 26: «Si alguno viene junto a mi y no odia a su padre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida no puede ser discípulo mío». Este versículo suena como una auténtica bomba. Sobre todo si se tiene en cuenta que las palabras van dirigidas a todos y cada uno de los componentes del nuevo Pueblo y no a un grupo especial o de aspirantes a la perfección. Nos hallamos ante un caso típico de lenguaje profético: rápido, intuitivo, desconcertante. Un lenguaje que tiene muy poco de juego literario y que busca concientizar al oyente de una necesidad imperiosa. Un lenguaje comprometedor. No es fin en sí mismo sino medio para algo. Descubrir este «para algo» es dar con el sentido de lo que se dice. El «para algo» de nuestro texto es
la urgencia imperiosa de un nuevo Pueblo que revele y sustituya al viejo y decrépito pueblo religioso. La necesidad de un nuevo Pueblo religioso es un objetivo indeclinable; su existencia no se puede diferir en absoluto. Lo que Jesús pide al discípulo no es romper con la familia, sino una disponibilidad total y absoluta. Jesús enuncia incisivamente el principio de la disponibilidad, dejando para sus oyentes la especificación concreta de las consecuencias. Jesús exige a sus discípulos una preferencia radical por su persona, por encima de todas las relaciones familiares: padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas. Jesús incluso exige poner de lado la preocupación por la vida propia. No son afirmaciones fáciles de asimilar; y lo más grave del asunto es que no se trata de un pasaje aislado, sino de una constante a lo largo de todo el evangelio de Lucas: seguir a Jesús implica radicalidad. Jesús es un Señor incompatible con otros señoríos. Es verdad que el estilo oriental es muy gráfico, chocante, para facilitar la memorización de las enseñanzas, hiriente incluso, como es el caso que nos ocupa. Es cierto que no podemos tomar al pie de la letra determinadas expresiones (por ejemplo, el «odiar»), pero tampoco podemos retorcer las palabras hasta el extremo de hacer irreconocible el sentido que esas expresiones encierran; el sentido, fuerte y duro, de unas frases que, en última instancia, no son fruto del capricho o de la casualidad sino que son totalmente intencionadas y buscadas. Los discípulos forman parte de una nueva Comunidad que tiene unos lazos mas fuertes que los de la sangre. A algunos Jesús les pide alejarse de los suyos y de los problemas familiares. A todos nos muestra que nunca seremos libres para responder a las llamadas de Dios, si nos negamos a pensar en forma totalmente nueva los lazos familiares, el uso de nuestro tiempo y lo que sacrificamos a la convivencia con los de nuestro ambiente. Para ayudar a no intepretar mal el mensaje de Jesús, y evitar que nos desanimemos o escandalicemos demasiado, suavizamos la traducción del texto y decimos: «El que no pospone a su padre y a su madre...». O, lo que es lo mismo, «el que no me prefiere a mí por encima de su padre y de su madre...». Nos dice que, para ser discípulos suyos, hay que «posponer al padre y a la madre, a la familia, e incluso a sí mismo», y que hay que estar dispuestos a «llevar la cruz detrás de él». Se trata de hacer una opción radical por la persona de Jesús y por la nueva escala de valores que él propone. Ya sabemos que Jesús quiere que amemos a los nuestros. El amor filial, el amor conyugal, el amor fraterno son «sagrados». Pero el amor de Dios, que los sostiene y los anima, debe ser mayor todavía. Los valores del reino deben estar por encima de todo. Quien no hace opción por la Vida que él personifica, tendrá que contentarse con una vida raquítica y no conseguirá superar jamás los problemas que plantean las relaciones humanas. Jesús se declara Él mismo instrumento de discordia en las familias y nos previene que los enemigos estarán en la propia casa (cfr. Lc. 12, 5-53:Domingo
20º Ordinario, ciclo C; Mt. 10, 34-35.), donde el ambiente mundano o farisaico se burlará de los discípulos como lo hacían del Maestro sus propios parientes (cf. Marc. 3, 21; Juan 7, 3 - 5). El texto original usa la expresión μισεῖ (misei), del verbo μισέω (= «odiar, aborrecer»). Dice, exactamente, en el vers. 26: «καὶ οὐ μισεῖ τὸν
πατέρα ἑαυτοῦ (kai ou misei ton patera eatou... = «no odia a su padre....»). Estas palabras nos sorprenden. nos parecen demasiado duras, nos asombran y, tal vez, nos escandalizan... Pero, en otro lugar Jesús manda amar y honorar a los padres (Lc. 18,20: «honra a tu padre y a tu madre» (τίμα τὸν πατέρα σου καὶ τὴν μητέρα = tima ton patera su kai ten matera). El verbo τιμάω significa «honrar, respetar». ¿Cómo explicar esta contradicción? ¿Es una contradicción? Debemos hacer esta observacion: el criterio básico en el que Jesús insiste es éste: la Buena Nueva de Dios ha de ser el valor supremo de nuestra vida. No puede haber en la vida un valor más alto. Jesús mismo practicó lo que enseñó a los otros. Su familia quería llamarlo para que volviera, y así la familia se encerraba en sí misma. Cuando le dijeron: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte», él respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquéllos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc. 8,19-21). ¡Alargó la familia! Y éste era y sigue siendo hasta hoy el único camino para que la pequeña familia pueda conservar y transmitir los valores en los que cree. Cuando de por medio está Dios, todo queda relativizado a Él. Jamás Él puede ser segundo. Siempre es absolutamente primero. Está por encima de los más caros amores y afectos humanos, incluso por encima de amor al padre y a la madre. Es esto lo que Él pone de manifiearto en esta exigencia para ser discípulo. Y, por otra parte, asegurado el amor incondicional y sin coparación al Señor, todos los demás amores quedan asegurados. El amor verdadero a Dios, por encima de todo, nos capacita y nos abre para amar autenticamente a los demás. Al contrario de alejarnos, nos compromete más con las familia y con todos los demás, incluso con los adversarios o enemigos, y de manera verdadera y eficaz. Jesús se vuelve a nosotros y nos lanza palabras que nos desestabilizan. Entra a relativizar nuestra vida concreta, la que vivimos a diario. Primero enfoca nuestras relaciones familiares: Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y sus hijos, sus hermanos y hermanas, incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Posponer no es relegar, abandonar ni desatender. El plan de Dios supone el amor familiar según los mandamientos primeros. Posponer es amar sabiendo que alguien pasa primero y que en él se explican y se viven todos nuestros amores. Y ese Alguien es Dios, es el Señor Jesús.
Quede claro, pues, que la exigencia de Jesús, Hijo de Dios, Señor de nuestra vida y de nuestra historia, es que lo prefiramos a Él por encima de todo. Ésta es la primera condición para ser discípulo de Jesús: «dar preferencia» a Jesús por encima de los padres, de la familia y hasta de la propia vida.
v. 27: « El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío». La segunda condición para ser discípulo de Jesús es cargar la cruz. Para entender bien el alcance de esta segunda exigencia debemos mirar el contexto en que Lucas coloca esta palabra de Jesús. Jesús está yendo hacia Jerusalén donde será crucificado y morirá. Jesús nos habla de la cruz. Él la va a enfrentar poco después al llegar a Jerusalem. Y el discípulo debe hacer propia esa cruz de su Señor. Jesús nos revela que al lado de nuestros sueños de bienestar y de felicidad debe estar también la dolorosa realidad de la cruz que vamos a enfrentar lo queramos o no. Esa cruz hace parte de nuestra vida y debe tener para nosotros una dimensión redentora, y no sólo para nosotros sino también para los demás.
Seguir a Jesús y llevar la cruz detrás de él significa ir con él hasta Jerusalén para ser crucificado como él. El único lazo que ayuda a seguir a Jesús es el de la cruz. Este símbolo del amor que no se arredra, capaz de ser palabra incluso cuando el mundo pone todo a callar con la condena y la muerte, es la lección del Rabí nacido en la pequeña aldea de Judea.
vv. 28-32: :¿Cómo aunar el proyecto de Dios y nuestro proyecto? El Señor nos pide estar atentos y no tomar las cosas descontroladamente. Nos ilustra con dos parábolas de fácil comprensión. No podemos afrontar el proyecto de Dios, que debe ser también el nuestro. a partir de nuestros recursos meramente humanos. Las dos tienen el mismo objetivo: llevar a las personas a pensar bien antes de tomar una decisión. Jesús apela a dos experiencias de la vida cotidiana: la del que se pone a construir una torre y la del rey que entabla batalla con otro rey. Uno se pregunta: ¿a qué vienen estas historias? ¿Qué tienen que ver con el mensaje central de las condiciones que se exigen para seguir a Jesús? Son historias con una moraleja: en la vida es importante medir las consecuencias de lo que hacemos, es importante calcular. Pero calcular, ¿qué? Muy sencillo: adónde nos lleva la «seguridad» que nos proporcionan nuestros vínculos (familiares o materiales) y a dónde la «inseguridad» de Jesús. Lo que, a primera vista, parece estable se revela inestable. Y lo que, a primera vista, parece una renuncia absurda, casi inhumana, puede esconder el secreto de la felicidad.
vv. 28-30: En la primera parábola utiliza la comparación del que «quiere edificar una torre». Esta parábola no necesita explicación, habla por sí sola: enseña, exhorta a que cada uno reflexione bien sobre su manera de seguir a Jesús y se pregunte si calculó bien las condiciones antes de tomar la decisión de ser discípulo de Jesús. Como debe ser precavido y hacer cálculos el que quiere construir, si no quiere fracasar y quedar mal. La burla de los otros que llega como granizo sobre los sentimientos de esperanza de quien quería llegar al final con solo sus fuerzas, es el precio a la propia arrogancia vestida de buena voluntad. Cuántas humillaciones lleva cada quien consigo, pero qué pocos frutos recogemos de estas experiencias de dolor. Poner los cimientos y no terminar la construcción, sirve de bien poco. Jesús nos pide hacernos niños sí, pero un niño no pretenderá nunca construir ¡una torre “verdadera”!. Se contentará con una pequeña torre sobre la arena del mar, porque conoce bien su capacidad. vv. 31-32: La segunda parábola utiliza la comparación del rey que decide enfrentar a un adversario suyo: debe ser consciente de su realidad, de sus recursos y posibilidades, antes de exponerse ser derrotado y fracasar. Esta parábola tiene el mismo objetivo que la anterior. Algunos se preguntan: «¿Cómo es que Jesús se puso a usar un ejemplo de guerra?» La pregunta es pertinente para nosotros que conocemos las guerras de hoy. Sólo la segunda guerra mundial (1939 a 1945) causó 54 millones de muertos. En aquel tiempo, las guerras eran como la competitividad comercial entre las empresas de hoy que luchan para obtener más beneficios. Combatir por obtener la supremacía real sobre otro, es de por sí una batalla perdida. Porque el hombre no ha sido llamado a ser rey para el dominio, sino señor de paz. Y acercarse al otro mientras está todavía lejano es la señal más bella de la victoria, donde ninguno pierde ni gana, sino todos son siervos de la única soberana del mundo: la paz, la plenitud de los dones de Dios.
v. 33: Dirijamos ahora nuestra mirada al evangelio. Jesús está hablando de la necesidad de no anteponer nada ni nadie a su persona y, en consecuencia, de la necesidad de renunciar a todo: «El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío». Algún día, en vísperas de su muerte y en un contexto de cruz nos dirá: «Sin mí nada pueden hacer» (Jn 15, 5). Su palabra final nos dice lo mismo: «Pues de igual manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío». Entre esos bienes están nuestro orgullo, nuestra suficiencia, que nos hace creer capaces de todo por nosotros mismos. El discípulo, que viaja sobre los rieles de la virtud, vive de los dones del Espíritu: un hombre que posee el sentido de las cosas de Dios (sabiduría) y lo dona sin apropiárselo, que penetra el significado esencial de todo lo que es Vida (entendimiento), que escucha la voz del Espíritu (consejo) y se hace eco de todo discernimiento (consejo), que sabe
dejarse proteger por el límite de su ser hombre (fortaleza) y no cede a las lisonjas de la trasgresión, que sabe conocer los secretos de la historia (ciencia) para construir horizontes de bien, que no se arroga el derecho de dar sentido, sino que acoge la fuente de lo divino (piedad), que bebe en los abismos del silencio, que da gracias por todas las maravillas de su Creador (temor de Dios) sin temer su pequeñez. Un discípulo así, es otro Jesús. La conclusión para el discipulado es una sola: seguir a Jesús es una cosa seria. Hoy, para mucha gente, ser cristiano no es una opción personal, ni una decisión de vida, sino un simple fenómeno cultural. No se les pasa por la cabeza tomar una opción. Quien nace colombiano, es colombiano. Mucha gente es cristiana porque nació así y muere así, sin haber tenido nunca la idea de optar y de asumir lo que ya es por nacimiento.
3. MEDITACION: ¿QUÉ NOS DICE la Palabra? Tarea difícil Ser discípulo de Jesús no es un camino fácil. Nos lo recuerda Lucas cuando introduce en el texto la parábola de alguien que quiere construir una fortificación para proteger sus tierras (Lc. 14. 28-30) y la parábola de un rey que va a emprender una guerra (Lc. 14, 31-32). La fortificación a construir es cara; la guerra a emprender, desigual (un ejército de diez mil contra uno que dobla sus efectivos). Es decir, en ambos casos se trata de empresas difíciles y problemáticas y que, por ello mismo, no se pueden afrontar a la ligera. Ser discípulo de Jesús es también una empresa difícil, que tampoco se puede afrontar a la ligera.
Una forma diferente de ser persona Bajo la forma de condiciones del caminar cristiano lo que en realidad sigue ofreciéndonos Lucas son nuevos rasgos de ese caminar. Estos nuevos rasgos son tres: absoluta disponibilidad (v.26), riesgo de muerte (v. 27), el dinero no es ya la razón de ser y de actuar (v. 33). Estamos demasiado habituados a pensar que ser cristiano es cumplir los mandamientos, cuando este cumplimiento es en realidad tarea común del cristiano y del que no lo es. Ser cristiano presupone, por supuesto, ese cumplimiento; pero no se agota en él ni mucho menos se especifica por él. Ser cristiano es una forma diferente de ser persona, una forma que se ventila en el profundo e invisible ámbito de las estructuras sicológicas, tales como la necesidad de repliegue, el instinto de vivir y la seguridad.
Costo del ser discípulo Calcular el costo de nuestro seguimiento a Cristo: Renuncia a poner nuestra seguridad en los bienes temporales y a aquello que nos da seguridad en este mundo: nuestros padres, esposa, hijos, hermanos; e, incluso, uno mismo; saber que hemos de cargar nuestra cruz de cada día haciendo nuestros los dolores,
sufrimientos, limitaciones, enfermedades y pecados de los demás para darles una solución adecuada en Cristo; aceptar que en lugar de endurecerle la vida a los demás o hacérsela más pesada, se las aliviaremos y haremos más llevadera. Eso es lo que aceptamos vivir por seguir amorosamente a Cristo. Y lo seguimos para llegar, junto con Él, hasta el extremo de morir en el calvario por amor a los demás. Pero la muerte no tendrá para nosotros la última palabra, sino la vida; pues siguiendo a Cristo pasaremos por la muerte, resucitando junto con Él para ser glorificados también junto con Él. Ante ese panorama que se nos presenta, lancémonos alegres y llenos de valor, cargando nuestra cruz de cada día, para alcanzar la corona y la gloria que Dios nos ofrece.
4. ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a Dios? Padre de bondad, tu Hijo nos ha llamado a su seguimiento por el camino de la cruz. Concédenos que nos mantengamos constantes en la fidelidad al Evangelio, a pesar de las dificultades que encontremos. Concédenos la gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Cristo, para que, siendo luz en medio de las tinieblas del mundo, colaboremos para que todos encuentren el camino que lleva a Cristo, Luz de las naciones y Salvación para todos los hombres. Amén. 5. CONTEMPLACIÓN: ¿QUÉ ME PIDE HACER La Palabra? Nuestro compromiso hoy Carguemos con nuestra cruz de cada día, siendo fieles a la misión que el Señor nos confió de anunciar su Evangelio. Seamos un Evangelio encarnado del amor de Dios para los demás. Pasemos, como Cristo, haciendo el bien a todos. Así edificaremos la Iglesia sobre el cimiento sólido y piedra angular, que es Cristo al renunciar a nuestros gestos amenazadores, a nuestros egoísmos, a nuestras injusticias, a nuestras pasiones desordenadas, a nuestras inclinaciones enfermizas al dinero o al poder. Sabiendo que quien ama a su prójimo no le causa daño a nadie viviremos como una Iglesia que se edifica, día a día en el amor.
Cristo nos quiere libres de toda carga de maldad, de todo pecado, de toda injusticia y de todo signo de muerte; pues de lo contrario en lugar de cargar la cruz de nuestra entrega a favor del Evangelio, sólo aparentaríamos ir hacia el Señor quedando entrampados en la condenación y la muerte, consecuencia de nuestras esclavitudes al pecado. Trabajemos por construir el Reino de Dios entre nosotros esforzándonos para que brille la justicia, la clemencia y la compasión; que el amor sea algo real y concreto, y no sólo un buen deseo, convertido en espejismo engañoso. Escoger de este modo a Jesús puede exigir toda una gama de rupturas que van desde la pena por sentirnos incomprendidos de los demás y de hacer sufrir a los nuestros, hasta la necesidad de tomar decisiones tremendas. Una mártir del siglo II, Perpetua, que escribió su diario hasta el último momento, nos revela cuál fue su peor prueba antes de morir: «Llegó mi padre con mi hijo (un bebé), me abrazó y me dijo: "¡Sacrifica! Acepta renegar de Cristo; ten piedad de tu hijo!". Entonces Hilarión, el procurador, me dijo: "Piensa en tu padre, piensa en tu hijo; ¡sacrifica en honor del emperador!" Pero yo me negué a ello".
Relación con la Eucaristía En la Eucaristía proclamamos la muerte del Señor, establecemos nuestra vida bajo la influencia de la existencia más auténticamente humana posible, la del Hombre-Dios; una existencia que, afrontando la muerte, aporta el elemento más decisivo al hoy del mundo y de nuestra vida.
Algunas preguntas para meditar durante la senana: 1. Ser cristiano es cosa seria. Tengo que calcular bien mi manera de seguir a Jesús. ¿Cómo acontece esto en mi vida? 2. «Odiar a los padres»; Comunidad o familia: ¿Cómo combinas las dos cosas? ¿Consigues armonizarlas? 3. ¿Qué dirige mis motivaciones religiosas: convicciones de fe, o simples sentimientos? 4. Piensa en alguna ocasión en que Cristo te pidió renunciar a algo. 5. Somos realistas en todos nuestros proyectos? 6. ¿Desalentamos a los demás con nuestras «ilusiones»? 7. ¿Cómo vivimos la libertad personal y la responsabilidad?
Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O: