Domingo 2° cuaresma ciclo a

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La esperanza que nos anima AMBIENTACION: El tema central de este segundo Domingo de Cuaresma es la esperanza que nos anima, a pesar de la dificultad que implica la conversión a Cristo y a su seguimiento. En momentos preocupantes, la compañía de personas amigas alivia nuestra preocupación. En este segundo Domingo de Cuaresmase nos hace una invitación a acercarnos a Dios, a vivir cerca de Él, a «subir a su monte santo». La cercanía de Dios nos ayudará a superar nuestras dificultades con éxito. Y, sobre todo, nos ayudará a sentirnos firmes y seguros en nuestra fe, a pesar de las luchas que debamos sostener. Después de haber leído el Domingo pasado la lucha contra las tentaciones y el mal, hoy se nos asegura que el proceso termina con la victoria y la glorificación de Cristo.

1. PREPARACIÓN: INVOCACIÓN al Espíritu Santo Ven, Espíritu Santo, y derrama tus dones sobre todos los creyentes Revélanos a todos el atractivo de la vocación divina a la escucha y seguimiento de Jesús. Enséñanos a nutrirnos con la Palabra de Dios y a encontrar el verdadero camino del verdadero éxito. Ayúdanos a escrutar lo signos de los tiempos para que podamos llegar a ser intérpretes del Evangelio y portadores de Salvación. Amén


2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Gn. 12, 1-4: «Haré de ti un gran Pueblo» La Biblia resalta la figura de Abraham como fundador del Pueblo fiel al Señor; en el se dan de una forma perfecta todas las cualidades o virtudes que debe tener Israel para ser de verdad el Pueblo de Dios. La lectura de hoy expone el llamamiento que recibe Abraham, la misión y su respuesta a Dios. Todo «llamamiento» en la Biblia tiene en su raíz una experiencia profunda de Dios. Con el llamamiento viene la «misión«. Abraham tiene la experiencia de Dios. Y la misión que se le comunica con su llamamiento es la de formar un Pueblo nuevo, distinto del que el ha tenido hasta el presente. De ahí que la primera exigencia de este llamamiento sea el abandono de su tierra y de su familia para ir a una tierra extraña, en la que adorara al Señor y en la que recibirá bendiciónes divinas. Con el llamamiento y la misión de Abraham une la Biblia la bendición que recibe de Dios. La bendición es un nuevo signo de la salvación que el Señor quiere ir comunicando a los hombres. La bendición -salvación- se promete a Abraham y a todos sus descendientes. Un signo externo de esta bendición será la posesión de la Tierra de Canaán. La respuesta de Abraham es de obediencia total a la palabra del Señor. Esta obediencia arranca de la fe que el patriarca tiene. Abraham, con su llamamiento, su misión y su fe, que se traduce en obediencia pronta y absoluta a la palabra del Señor, recorrerá las paginas del Antiguo Testamento como modelo de lo que ha de ser el Pueblo y cada uno de sus miembros. Y en el Nuevo Testamento la figura de Abraham aparecerá también como padre y norma de los creyentes. Creer en la Palabra del Señor hasta la obediencia dejando lo que sea preciso dejar, es lo que garantiza la pertenencia al «linaje de Abraham», es decir, al Pueblo de Dios; la fe y no la descendencia en la carne y la sangre: Cristo y Pablo se alzarán contra este falso linaje.

Sal. 33(32): «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros» En el salmo 33(32) se celebra la acción providente de Dios creador y en la historia. Esta creación está vertida en toda una espiritualidad de la Palabra de Dios. Para el salmista hay un universo cargado de sentido. El cosmos es un complejo ordenado que Dios ha creado por la Palabra (Gn. 1; Sal. 8; Job. 38-41). Y la historia también es escenario de la manifestación de Dios a través de sus intervenciones salvadoras. Parece como si el salmo quisiera comentar la bendición que le promete Dios a Abraham: «que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti». El salmista, y nosotros con él, entendemos que «el Señor es nuestro auxilio y escudo».


2Tm. 1, 8b-10: «Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio» La lectura de Timoteo nos enseña que todo obedece a un proyecto salvador de Dios que nos precede: Antes de la creación, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal. La Transfiguración de Cristo es un paso dentro de ese proceso, que nos anticipa la meta definitiva de la vida cristiana. Pablo escribe a Timoteo, su discípulo puesto al frente de una comunidad, y lo exhorta a la fidelidad y a la fortaleza propias de la misión que desempeña. En ese contexto, la lectura de hoy es una invitación a aceptar -como Pablo- el sufrimiento que exija el anuncio del Evangelio, ya que Dios los ha llamado a esta misión no mirando la pequeñez de sus obras débiles sino según su propio poder, que es el poder con que Cristo llevó a cabo su misión hasta implantar la vida inmortal sufriendo la muerte en obediencia por la buena noticia de la salvación. El contexto litúrgico de la celebración y de las otras dos lecturas amplían a todos los creyentes el mensaje de este texto de la carta que Pablo dirigió a Timoteo. Todos somos «llamados» a ir hasta donde Cristo fue, dejando lo que el dejó; somos llamados y movidos con el poder con que el se movió.

Mt. 17, 1-9: «Su rostro resplandecía como el sol» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN MATEO R/. Gloria a Ti, Señor 1

Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. 2 Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. 4 Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» 5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo». 6 Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. 7 Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo:


«Levántense, no tengan miedo.» 8 Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús solo. 9 Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.» Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús

Re-leamos el texto para interiozarlo a) Contexto: Mt. 16 - 17 - ¿Qué personajes aparecen en el texto que hemos leído? - ¿Qué preguntas le hacen a Jesús? - ¿Qué les responde Jesús? - ¿Con qué compara Jesús el Reino de Dios? El relato de la Transfiguración lo encontramos en todos los sinópticos (Mc 9, 2-8; Lc 9, 28-36), y encontramos también una referencia de este acontecimiento en la segunda carta de Pedro (2Pe. 1, 16-18). El texto de Mateo (Mt. 17, 1-9), sin embargo, presenta algunas diferencias. La narración está situada después de la confesión de Pedro (Mt. 16, 13-20), del primer anuncio de la Pasión (Mt. 16, 21-23) y después del enunciado de las condiciones necesarias para el seguimiento de Cristo (Mt. 16, 24-28): en este contexto expresa una confesión de la mesianidad de Jesús, que los discípulos comprenderían sólo después de la Resurrección. Antes de la glorificación, Jesús debe ir a Jerusalén para el cumplimiento del Misterio Pascual, o sea: la pasión, muerte y resurrección (Mt 16, 21). Aquéllos que desean y quieren seguir a Jesús deben negarse a ellos mismos tomando también cada uno la cruz para después seguir al Maestro. (Mt 16, 23). Sólo así se podrá participar en su gloria: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,25). Aquéllos que no aceptan el acontecimiento de la cruz en la vida de Cristo y por tanto en el programa del seguimiento, son considerados por Jesús «Satanás», porque no piensan «según Dios, sino como los hombres» (Mt 16,23), expresión que Jesús dirige a Pedro.


b) Comentario: vv. 1-2: Los tres discípulos que el Señor escoge, preferidos como en otras ocasiones, nos representan a todos. La montaña alta es lugar indicado para una teofanía. La luz intensa como la del sol, la blancura de los vestidos, la nube luminosa, la voz que se deja oír, son signos de una presencia de la divinidad. Todo está por encima de las posibilidades humanas.

v. 3-4: Sólo Mateo nos dice que el rostro de Jesús «resplandecía como el sol». Jesús está acompañado por Moisés y Elias, y conversa con ellos. La presencia de estos dos personajes se debe tal vez a que son como los representantes de la «ley» y los «profetas»: es decir, todo el AT; o bien porque ambos gozaron de la visión de la gloria de Dios en el monte, o porque los dos habían experimentado en sus vidas este número simbólico: cuarenta días en el monte, Moisés; cuarenta días de viaje hacia el monte, Elias. Los personajes invitados representan toda la historia anterior vivida como obra salvadora de Dios, contenida en la Ley y los Profetas, manera de nombrar entre los judíos de la época las Sagradas Escrituras. Los discípulos son el presente. Sueñan incluso con prolongar ese momento sin darse cuenta que la habitación que ofrecen es tan pasajera como la experiencia vivida.

v. 5: Este pasaje de Mateo describe el punto culminante de la vida publica de Jesús, en su marcha hacia la pascua, ya próxima. Entre Moisés, Elías y los Apóstoles, Jesús personifica la Palabra de Dios del Antiguo Testamento -la Ley y los Profetas-, y la Palabra que ha de anunciar la Iglesia a todos los hombres: el es la Palabra sustancial del Padre: «escúchenlo». El momento culminante es la teofanía: la nube luminosa y, sobre todo, lo que dice «una

voz desde la nube: este es mi Hijo, el Escogido, escúchenlo». Es la afirmación de su Filiación divina y su misión de Maestro y Salvador... Caer de rodillas al escuchar esa voz es quedar sumergidos dentro del misterio de Dios. Una conexión estrecha se da entre la Transfiguración y la vocación del discípulo. Para llegar a ella es preciso escuchar la voz del Hijo, recibirla en lo profundo de la persona, vivirla en el compromiso de todos los días. Es una Palabra eficaz como la Palabra creadora de la primera hora. Y luego, volver a la llanura, a lo cotidiano, a encontrar el hombre con todas sus urgencias, a la poca fe del discípulo, pero en camino incesante hacia la final Transfiguración (cfr. 2 Co. 3, 18),


Hay una clara anticipación de la gloria del Padre que envuelve a Jesús y lo revela a los Apóstoles (v. 2-4). Anticipación de la gloria de la resurrección que será la gran manifestación de su filiación divina. «Siervo de Dios« fue Moisés, y Cristo es «el siervo de Dios». En el evangelio de hoy la afirmación del Padre «Éste es mi Hijo»... es del salmo mesiánico 2, y de Is. 42, 1: «Hé aquí mi siervo... He puesto mi Espíritu sobre él y él dará la ley a las naciones». Esta relación entre Cristo-siervo y Cristo-legislador descubre un aspecto capital de la Celebración Eucarística de hoy: Jesucristo merecerá obediencia de todos por su obediencia al Padre. Su autoridad -su Señorío- nacerá de su obediencia de «Hijo amado en quien se complace el Padre». y esta obediencia se tiene que consumar aún en la cruz, en la muerte, para que se cumpla la Nueva Alianza, cuya ley nueva del amor promulgará Jesús.

vv. 6-8: Al final, Jesús queda «solo»: porque la Ley y los Profetas, es decir, el Antiguo Testamento cede el paso al «cumplimiento» del Plan de Dios en Jesucristo. La reacción de Pedro, Juan y Santiago, es de alegría inmensa, y luego de susto al verse envueltos en la nube y ver finalmente solo a Jesús. El comentario de Pedro sobre las tres chozas y su deseo de quedarse allí para siempre, lo explican otros evangelistas porque «no sabía lo que decía».

v.. 9: El momento de la Transfiguración es en el evangelio un episodio fugaz. Los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan oyen decir a Jesús al bajar del monte: No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. En medio de la marcha hacia Jerusalén, donde Cristo va a padecer y morir, la Transfiguración es un momento de luz y de gloria que prepara y conforta para la gran hora de la Pasión del Señor. También lo es así para nosotros hoy. A través de la pasión y la muerte, consumación de su obediencia y su humillación, pasará a la gloria de la resurrección, donde se manifestará abiertamente como «hijo y amado» del Padre, exaltado y lleno de poder, de autoridad. Así se ve el sentido del aviso de Jesús a sus Apóstoles: «no cuenten a nadie la visión hasta que el hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos»..


Cristo ha sido «llamado» por el Padre a esa «misión» de la redención universal de los hombres. Su fidelidad al Padre lo hace «obediente hasta la muerte», pues, para llegar al término de su misión y constituir el Nuevo Pueblo de creyentes, ha de dejarlo todo, dejar este mundo y dejarse a sí mismo aceptando la muerte. Todo el relato hay que leerlo en relación con el del Sinaí: rostro resplandeciente de Moisés (transfiguración); las tiendas de los hebreos al pie del Sinaí; la nube como presencia de Dios (cfr. Ex. 19-20)

2. MEDITACIÓN: ¿QUÉ NOS DICE el texto? «La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia.... Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación» (Papa FRANCISCO: "La Palabra es un don. El otro es un don". Mensaje para la Cuaresma de 2017)

Esta palabra nos juzga Hoy la palabra de Dios coincide, desde Abraham, desde Pablo y desde Cristo, en juzgar nuestra fe juzgando nuestra obediencia; mirando hasta qué punto la vivimos y qué consecuencias suyas aceptamos. Porque ésta es la verdad de la fe: la obediencia real, viva y concreta a la Palabra de Dios, a su voluntad, a sus llamadas. Primero: ¿nos sentimos «llamados« nosotros de verdad por Dios para alguna «misión« importante en la vida? Acaso creemos que las «llamadas» y las «misiones» son caminos extraordinarios reservados a unos pocos. Se ha reservado la palabra «vocación» a los frailes y monjas y curas, como si el ser cristiano no fuese una «vocación» en el mundo que alcanza todo el vivir de todos. ¿No es demasiado cómodo, inerte, apático y vulgar ser cristiano sin «vocación»? Esto es imposible, un engaño, una mentira. ¿Buscamos en la Palabra de Dios y en la realidad cuál es para nosotros a diario la «llamada» de Dios, su voluntad, nuestra «misión»? Esencialmente es vivir con el espíritu de Cristo, tener sus sentimientos y realizar su obra en nuestras personas, en nuestro campo, en nuestro ambiente, en nuestras cosas y en el mundo entero. Es decir, «formar a


Cristo» en nosotros y en los demás. Pero esto exige concretar y exige realizar, y es para esto el «escuchar» la Palabra de Dios en la Biblia y en la realidad, y la «obediencia de la fe». Y para vivir esta obediencia, ¿qué estamos dispuestos a «dejar« nosotros?; ¿qué «dejamos» de hecho, qué sacrificamos? ¿Intentamos «dejarnos» a nosotros mismos? Porque esta ahí la clave. Y sobre esto, una pregunta extraña brota de la Palabra: ¿vivimos, planeamos, actuamos y amamos aceptando la muerte? Hasta ahí hemos de «dejarnos« y desprendernos de nosotros. Eso es creer. Aceptar la muerte con la esperanza cierta de la resurrección por obra del amor inmortal de Dios.

Transfiguración y vocación ¿Qué relación hay entre la Transfiguración y la vocación de Abrahán que hemos escuchado en la primera lectura? La liturgia, al asociar esos dos textos, nos invita a leer la experiencia de Abrahán desde la Transfiguración. Al leer el texto que nos cuenta ese momento de la vida del Señor nos queda la sensación de que todo sucede en un mundo alto, distante de la cotidianidad. Jesús separa del grupo a tres discípulos, los lleva a una montaña alta, y sin prevenirlos se transfiguró delante de ellos. Y luego les pide guardar silencio respecto de lo vivido. Sin embargo la vida cristiana es una verdadera, gradual y auténtica transfiguración. Abrahán era un hombre común y corriente de la antigua Mesopotamia. Casado, perteneciente a un clan familiar, dueño de ovejas y cabras, trashumante dentro de su territorio. De pronto Dios irrumpe en su vida y empieza a transformarla. Ese cambio no se da en lo meramente aparente. Sigue igual su vida hogareña y su vida de patriarca de una familia de pastores. Allí no se da el cambio. Esa transformación se da en su corazón. Ha descubierto al Dios vivo, ha sentido que una fuerza lo habita y le hace dar pasos difíciles de explicar en un anciano de setenta y cinco años. Se le ofrece un panorama que está más allá de lo vivido hasta hoy. Cambiar de país, abandonar sus raíces, irse en busca de lo desconocido, ser padre de un pueblo numeroso, él, que tenía conciencia de la esterilidad de su esposa. Esa voz que lo presiona es tan eficaz, esa palabra es tan poderosa que no consiente objeciones ni demoras. De un pagano que adoraba otros dioses Abrahán se hace en el mundo el testigo del Dios vivo. De una familia marcada por el drama de la esterilidad se hace raíz de un pueblo numeroso que ha desafiado los siglos. De un hombre sin hogar fijo, nómada, a merced de corrientes de agua y de pastos, se hace habitante de un país que se le ofrece en promesa. Y se le anuncia que en él serán benditas todas las familias del mundo.. Esa bendición no es mera ilusión sino un acontecer de Dios en la historia humana por medio de su persona. Se vislumbra ya la riqueza inmensa de la Encarnación. A partir de ese momento Abrahán es distinto, no se pertenece, adquiere una dimensión no pensable en lo hasta ahora vivido. En él ha habido una verdadera transfiguración. El único autor posible de esa transformación es Dios. Abrahán aporta su obediencia que la


Escritura llama la fe. Seguirá haciendo las mismas cosas de antes en su vida diaria, pero tendrán ellas otra significación más profunda. También ellas han sido transformadas.

Vivir hoy en Cristo a la luz de su Palabra Vivir en Cristo es toda una «vocación«, una «llamada«, una «misión« que alcanza a todo el ser y que ha de conectarse llegando a todo el vivir. Responder a esta llamada, obedecer fielmente tratando de encarnar su mensaje y su propia vida hasta llegar adonde el llego, eso es creer en el Dios de nuestro Señor Jesucristo. Sin duda, todos debemos conocer mejor nuestra «vocación«, nuestra «misión«, la «llamada« de Dios. En su contenido global -Jesucristo, su evangelio, su vida, pasión, muerte y resurrección- y en su concreción real diaria. Buscando en la Palabra de Dios y en la realidad con disponibilidad verdadera. Orando. Y orando, más para escuchar a Dios que para hablarle. Seguir esa vocación, responder a su llamada, cumplir nuestra misión, obedecerle, creer en el, es todo una sola cosa. Pero hemos de exigirnos realismo, que los cristianos somos muy dados a la teoría, a la vaguedad, a los sentimientos y a las creencias sin obras. El realismo de nuestra f e y la verdad de nuestra obediencia podemos medirlos bien por los sacrificios que nos cuesta, por lo que «dejarnos»..

4. ORACIÓN: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Padre, que nos invitas a subir a tu Monte santo, haz que la Iglesia escuche siempre a Jesucristo para que, iluminada por su Palabra, sea fiel a su Evangelio. Que todos los hombres y mujeres del mundo descubran en Jesucristo, tu Hijo, el único camino que lleva a la vida. Te encomendamos a quienes sufren cualquier clase de mal, especialmente a aquéllos que son víctimas de nuestros errores y pecados, para que encuentren en Ti su fuerza. Que todos nosotros afrontemos con valentía el camino de conversión al que el Señor nos envía. Amén.


5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA? Formar a Jesús en nosotros Al comienzo de la cuaresma la Transfiguración de Cristo es para nosotros una meta y una tarea. Cuando en la cuaresma se nos insiste en la conversión este relato nos enseña que ese proceso de transformación interior tiene un objetivo que es la misma vida del Señor glorioso, vivida ahora en la fe y luego en la gloria. Es un proceso que cubre toda la vida, con la necesidad de cada día. No se trata sólo de cambios o mejoramientos transitorios que obedecen a circunstancias puntuales. No esperemos transfiguraciones instantáneas y milagrosas. Como en el caso de Abrahán se va dando en el caminar con Dios, al paso lento de la paciencia divina. En la superficie de lo vivido quizás lo notemos poco. Pero la Palabra de Dios va obrando en el corazón y nos va haciendo vivir la vida de Cristo en nosotros según la palabra de san Pablo: Vivo, pero no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí. Para ello es necesario escuchar a Jesús en su evangelio que nos traza un ideal que siempre perseguimos pero que siempre nos sobrepasa: Sean perfectos como es perfecto el Padre celestial.

Llamados a remotivar nuestra condición de discípulos En la teofanía que había sucedido el día del Bautismo de Jesús en el Jordán, donde se oyen palabras muy semejantes, no se añadía el final: «escúchenlo». Aquí, sí. Jesús es el Maestro auténtico que nos ha enviado Dios. Este es el Jesús en quien nosotros creemos, a quien escuchamos en cada Eucaristía y a quien intentamos seguir en nuestra vida. Vamos por buen camino. Jesús es el Hijo de Dios y el Maestro y la Palabra definitiva que Dios dirige a la humanidad. Hoy somos invitados a re-motivar, «re encantar» y refrescar nuestra condición de discípulos: tenemos que "escuchar" más a Jesús. En Cuaresma y a lo largo del año, domingo tras domingo -día tras día- acudimos a la escuela de este Maestro y él nos va enseñando, con su ejemplo y con su palabra, el camino de la salvación y de la vida. En la oración del principio de la misa hemos pedido a Dios: «tú nos has mandado escuchar a tu Hijo: alimenta nuestro espíritu con tu Palabra». No nos quedaremos en la montaña, fabricando tres tiendas. Bajaremos al valle, a trabajar y a anunciar el Reino. Pero la experiencia de la montaña -de cada celebración de la Eucaristía- nos da fuerzas y ánimos para ser luego consecuentes con nuestra fe en la vida. Que también a nosotros la lucha contra el mal nos conduce a la vida. En nuestro camino cuaresmal, no nos olvidamos de pedir a Dios que esta Eucaristía «nos prepare a celebrar dignamente las fiestas pascuales».


Relación con la Eucaristía En la Eucaristía celebramos la fidelidad de Cristo a su misión, su obediencia a la llamada, todo lo que el dejó y se dejó para ser fiel: hasta la vida, hasta la sangre. Su resurrección es la respuesta del Padre a esa sacrificada respuesta fiel del Hijo. Y en ese diálogo interpersonal de universal amor inmortal -abierto a todos, vencedor de la muerte- entramos nosotros por la participación en la Eucaristía. Entramos para escuchar la «llamada» y para «responder». ¿Qué ocurriría si todos los cristianos que vamos a la Eucaristía «respondiéramos» al Padre en Cristo con esa obediencia amorosa y fiel hasta la muerte, en lo que vivir en un mundo injusto nos exige?... Y, entonces, ¿qué sucede, que no ocurre casi nada?...

Algunas preguntas para meditar durante la semana: 1. ¿Qué precio (privación) he pagado por ser seguidor de Jesús? 2. ¿Traigo a la mente mi destino de felicidad con Oíos, en mis tiempos de crisis?

3. Examinemos el lugar que damos en nuestra vida a la imaginación creativa. 4. Analizar las posturas de conservadurismo personal o grupa!.

Carlos Pabón Cárdenas, CJM.

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