En la «Casa de los Pobres», Jesús se revela como fuente de vida. Ambientación: Estamos a dos semanas de la Pascua. El domingo próximo ya será Domingo de Ramos, la puerta de la Semana Santa. Las lecturas de hoy nos preparan muy bien a la Pascua: nos ayudan a fijar nuestros ojos en Jesús, en su camino hacia la cruz y hacia la vida nueva. Como dice el prefacio 5o. de Cuaresma, «en nuestro itinerario hacia la luz pascual, seguimos los pasos de Cristo, maestro y modelo de la humanidad reconciliada en el amor». En la serie de etapas salvíficas de la historia del AT llegamos hoy a la figura de los profetas, don eximio de Dios a su pueblo. En concreto, el profeta Ezequiel. Mientras que en el evangelio leemos la resurrección de Lázaro, donde Jesús se revela a sí mismo como la vida del mundo, después de haberse manifestado en domingos pasados como la fuente de agua viva y como la luz. Hoy las tres lecturas bíblicas apuntan al mismo y gozoso mensaje: la vida. Tanto Ezequiel para su pueblo, como Pablo para sus lectores como, sobre todo, el Evangelio con el relato de Lázaro, nos aseguran que nuestro destino es la vida.
1. INVOCACIÓN al Espíritu Santo Espíritu Santo, Señor y dador de vida, ven a llenarnos con tu presencia para que estemos dispuestos a recibir la vida que Cristo nos trae en abundancia. Danos fuerza para luchar por la vida, por la verdad, la justicia y el amor. Danos luz para comprender la Palabra y asimilarla en nuestra vida. Danos ayuda para servir a los hermanos, danos profundidad para amar y paciencia para esperar. Amén. 2. LEÁMOS la Palabra: ¿QUÉ DICE el texto? Ez. 37, 12-14: «Les infundiré mi espíritu y vivirán» EL profeta Ezequiel ha tenido la visión de unos huesos secos e informes que toman carne, se organizan y reviven. Y el texto escogido como lectura nos da el «oráculo» que interpreta o aplica el sentido de la visión profética. La visión que tiene el profeta de la
resurrección de los muertos expresa la restauración de Israel, la vuelta de los cautivos y la renovación de toda la vida del pueblo de Dios. Las órdenes del Señor se transmiten por medio del profeta y se van realizando progresivamente: lo que era un montón informe de huesos secos se convierte en un gran ejercito: es el Pueblo de Israel. El oráculo del profeta tiene como fin avivar la esperanza de los cautivos de Babilonia anunciándoles la pronta restauración, que será una resurrección de la nación. Esta restauración será además un claro testimonio de que el Señor está en medio de su Pueblo: «sabrán que yo soy el Señor cuando abra sus tumbas...». Y esta resurrección se realiza por la infusión del Espíritu del Señor. Por eso la restauración del Pueblo será una penetración profunda del Espíritu en el Pueblo: «infundiré mi espíritu en ustedes y vivirán». Esta vivificación es lo que litúrgicamente se ha de resaltar en la lectura, en relación con las lecturas apostólica (2a lectura) y evangélica (Evangelio).
Sal. 130(129): «Mi alma espera en el Señor, más que el centinela la aurora» Con razón podemos cantar con el salmo que «del Señor viene la misericordia y la redención copiosa». Es el famoso salmo «De profundis», que asociamos instintivamente al recuerdo de los difuntos, y que es un salmo de esperanza confiada: «mi alma espera en el Señor, más que el centinela la aurora».
Ro. 8, 8-11: «El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes» Este fragmento de la carta de Pablo a los Romanos viene a proyectar sobre los cristianos el mensaje de las otras dos lecturas. Estar o existir «en la carne» es vivir desde sí y para sí, con perspectivas y límites cerrados a esta tierra, recortados por el egoísmo. Existir «en el espíritu» es vivir desde el impulso del Espíritu de Cristo y con sus horizontes y su fines: desde el amor universal para la vida inmortal. Y dice Pablo a los cristianos que «hemos recibido este Espíritu» y desde él hemos de vivir, no ya «desde la carne», no desde el egoísmo. Y apunta a la vivificación final, a la resurrección plena a que nos conduce el Espíritu al igual que a Cristo. Y dice llanamente que quien no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Las afirmaciones que leemos hoy son ciertamente valientes y nos ofrecen una perspectiva optimista: «si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos (o sea, el Espíritu de Dios Padre) habita en ustedes... vivificará también sus cuerpos mortales». Es una página que nos prepara a escuchar el evangelio de la resurrección de Lázaro, que es también el destino que nos espera a todos los que creemos y seguimos a Cristo.
Jn. 11,1-45: «Yo soy la resurrección y la vida» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN R/. Gloria a Ti, Señor 1
Había un enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. 2 María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. 3 Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo.» 4 Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad
no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». 5 Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. 6 Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. 7 Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea». 8 Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?» 9 Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? 10 Si uno anda de día,
no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él» 11
Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle». 12 Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará» 13 Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. 14 Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, 15 y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean. Pero vayamos allá.» 16 Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él». 17
Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. 18 Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, 19 y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. 20 Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras
María permanecía en casa. 21 Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. 22 Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá». 23 Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará» 24 Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día» 25 Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree
en mí, aunque muera, vivirá; 26 y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» 27 Le dice ella: «Sí,
Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo» 28 Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama» 29 Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue hacia él. 30 Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. 31 Los judíos, que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. 32
Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verlo, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». 33 Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó 34 y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás». 35 Jesús derramó lágrimas. 36 Los judíos entonces decían: «Miren cómo lo quería» 37 Pero algunos de ellos dijeron: «Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?». 38 Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. 39 Dice Jesús: «Quiten la piedra» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día» 40 Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?». 41 Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme
escuchado. 42 Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado» 43 Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal afuera!» 44 Y salió el muerto, atado de pies y
manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice:
«Desátenlo y déjenle andar». 45 Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho,
creyeron en él. Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús Re-leamos el texto para interiorizarlo: - ¿Cuáles son los personajes de este relato? - ¿Qué hace y qué dice cada uno de esos personajes? - ¿Qué transformaciones se realizan en este relato y a qué se deben? - ¿Qué considero como lo principal en estos textos? - ¿Cuáles enseñanzas saco para mi vida?
a) Contexto Coloquemos el relto de la «resurrección de Lázaro», en el conjunto de los «siete signos» de Jesús que destaca el evangelio de Juan: 1er 2º 3er 4º 5º 6º 7º
Signo: bodas de Caná (Jn 2,1-12). Signo: curación del hijo de un cortesano (Jn 4,46-54). Signo: curación del paralítico (Jn 5,1-18). Signo: multiplicación de los panes (Jn 6,1-15). Signo: Jesús camina sobre las aguas (Jn 6,16-21). Signo: curación del ciego (Jn 9,1-41). Signo: resurrección de Lázaro (Jn 11,1-44)
El gran signo es la «Hora» de la glorificación de Jesús. Los siete signos son siete prefiguraciones de la glorificación de Jesús que acontecerá en la Hora de su Pasión, MUerte y Resurrección. Cada signo simboliza un aspecto del significado de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús para nuestra vida. Y es «meditando día y noche» a través de la Lectio Divina o la Lectura Orante, como podremos descubrir este significado, para enriquecer con ello nuestra vida. La resurrección de Lázaro, el séptimo signo, abre el camino para la llegada de la Hora, de la glorificación, que viene a través de la muerte (cfr. Jn 12,23; 17,1). La resurrección de Lázaro fue el último de los grandes «signos» de Jesús, que aceleró su muerte, por la reacción de sus adversarios (Jn 11,50; 12,10). Así, el séptimo signo será para manifestar la gloria de Dios: «Esta enfermedad no es de muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Jn 11,4). Los discípulos no pudieron entender (Jn 11,6-8). Pero aunque no lo entendieron, están dispuestos a andar y morir con Jesús (Jn 11,16). La comprensión es poca, pero la fe es justa.
El evangelista Juan, como leíamos en los Domingos anteriores, elabora una progresiva «catequesis» cristológica, esta vez bajo la clave de la vida. El milagro en sí ocupa pocos versículos. Pero Juan lo hace preceder de un diálogo muy vivo entre Jesús y las hermanas de Lázaro. Todo desemboca en el «yo soy» de Cristo, que se nos había presentado ya como «fuente de agua viva» (Diálogo con la Samaritana: Domingo 3°) y como «luz del mundo» (Curación del ciego de nacimiento: Domingo 4°): hoy se revela como «la resurrección y la vida» (Resurrección de Lázaro: Domingo 5°). Convendrá leer el texto entero, porque todo él está lleno de intención teológica y espiritual.
b) Una organización del texto: vv. 1-16: Jesús recibe el aviso y regresa a Betania para resucitar a Lázaro. vv. 17-31: El encuentro de Jesús con las dos hermanas y la profesión de fe de Marta. vv. 32-45: El gran signo de la resurrección de Lázaro
c) Comentario: vv. 1-16: Jesús recibe el aviso y regresa a Betania para resucitar a Lázaro vv. 3-5: Jesús, el dueño de la vida, está ausente, más allá del Jordán. Le llega un correo con la noticia: Señor, tu amigo está enfermo. Esas palabras respiran amistad, ternura, afecto, preocupación, esperanza. No hay que decir el nombre. El corazón no lo necesita. v. 6-16: Jesús demora su partida hacia Betania, aldea al pie de Jerusalén, de donde le llega la noticia. Luego comparte con los discípulos lo que pasa. Hay malentendidos, llamados a la prudencia, a no exponerse a la muerte anunciada por los judíos. Jesús decide ir y un discípulo, Tomás, dice una palabra rica en contenido, Vamos también nosotros y muramos con él. El discípulo debe correr la suerte del maestro. Arriesgar incluso la vida por él. Y su morir será no un morir por él sino con él. Vida y muerte compartidas.
vv. 17-32: El encuentro de Jesús con las dos hermanas y la profesión de fe de Marta. vv. 17-19: Llega Jesús y la aldea se pone en movimiento. Jesús no se dirige a la casa. Allí reina tristeza y muerte y él es la vida. Marta sale a su encuentro. El diálogo está marcado por el
dolor y la esperanza. No hay reproche para Jesús por su tardanza. Simplemente el dolor de que no hubiera estado en esa hora. Su presencia habría sido fuente de vida. vv. 20-27 Marta no pide a Jesús que haga algo por su hermano Lázaro, no le solicita que lo devuelva a esta vida. Es Jesús el que habla de resurrección y de vida pero de manera misteriosa; Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, pues todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. Su ser divino es la vida y la comunica al discípulo. Observar el texto: No dice: no morirá nunca, sino: no morirá para siempre. Su destino no es la muerte sino la vida. Esta palabra arranca una confesión de fe en Marta, pero no deja en ella la ilusión de algo extraordinario. Cristo se presenta en este signo como resurrección y vida. Pero no simplemente en vistas al futuro, en la resurrección final, sino como algo presente. Y se afirma claramente que la participación en esa resurrección y vida dependen de la fe, de creer en Jesucristo. El que cree en Cristo como Salvador de la existencia humana, como presencia -don y llamada- del amor de Dios que comunica la vida inmortal, ya tiene en si la resurrección; la muerte se le cambia de sentido: morir será un trance más -el último y decisivo- de la existencia y el momento de la plena vivificación, del triunfo de la resurrección. vv. 28-32 Marta vuelve a casa y en el oído, intercambiando en secreto una intimidad, dice a su hermana: «El Maestro está ahí y te llama». María sale de prisa hacia Jesús. Los que habían venido a consolarla pensaron que iría al sepulcro a llorar y salieron con ella. Pero ella no iba hacia la muerte sino hacia la vida, hacia Jesús. Se arroja a sus pies, Marta no lo había hecho. La confesión de viva voz de Marta en la divinidad de Jesús, en María es el gesto de arrojarse a sus pies. La frase es la misma de su hermana. Sin ponerse de acuerdo dejan hablar su corazón como si fuera uno solo.
vv. 33-45: El gran signo de la resurrección de Lázaro vv. 33-35: Jesús lo siente intensamente. Es un momento de plena revelación de la realidad de su dimensión humana. Llega incluso a las lágrimas. Hace suyo el dolor de las hermanas, pero supera ese límite y abre una esperanza. «Dónde lo han puesto», pregunta. En él no hay curiosidad sino camino a la vida. Y se encamina al sepulcro presidiendo una procesión que va en busca no de la muerte sino de la vida. vv. 36-37: Los judíos se sorprenden del amor de Jesús por Lázaro.
vv. 38-40: Marta reacciona ante la palabra de Jesús que ordena destapar el sepulcro. Tiene cuatro días de haber muerto y por tanto quiere ahorrar a su hermano el espectáculo desagradable de la corrupción. Jesús invita a Marta a abrirse al misterio de Dios: «¿No te he dicho que verás la gloria de Dios?». No sólo lo extraordinario que va acontecer sino el contemplar que Dios se manifiesta glorioso cuando pone en servicio del hombre mortal su poder salvador, su misma gloria. vv. 41-44: Jesús levanta la mirada. Busca la mirada del Padre; se pone en contacto con él y ora. Es acción de gracias y petición de que quienes lo siguen sean robustecidos en su fe. Y luego grita fuertemente: «Lázaro, sal afuera». Así, literalmente. El nombre propio es dramático. Se dirige personalmente a un hombre que ha entrado en la muerte. Y le ordena dejar el mundo de los muertos para estar donde está Jesús. Lázaro obedece. Las vendas y el sudario, los cuatro días de sepultura, hablan de la realidad de su muerte. Jesús ordena que lo desaten. Para los que están allí está muerto, para Jesús está vivo. Desatarlo es signo de que vive y puede actuar. vv. 45 Un doble efecto se sigue: para unos hundirse aun más en el rechazo de Jesús como el que lleva a la vida. Para los otros descubrir que ser discípulo es vencer la muerte. Superar la frustración que unimos a ella para descubrir que más allá está la vida.
3. MEDITACIÓN: ¿QUÉ NOS DICE el texto? Esta palabra nos juzga Lo que en el fondo nos está juzgando la pa¬labra de Dios en estos tres últimos Domingos de cuaresma es nuestro Bautismo. A ver si lo he¬mos descubierto o no, si lo vivimos o lo tenemos muerto. Juicio sobre el agua, juicio sobre la luz, juicio -hoy- sobre la vida nueva inmortal. Jui¬cio sobre el Espíritu de hijos de Dios. ¿Qué hacemos ahora de todo eso que se nos infundió en el Bautismo?, ¿o hemos llegado a conocer a fon¬do, somos conscientes de ello, lo vivimos o no? ¿O duerme todo oculto, ignorado, olvidado o muerto en el fondo del ser? Una pregunta que discierne inequívocamente la fe que tenemos de la fe que no tenemos se nos alza hoy de la palabra: ¿creemos en la re¬surrección? En la de Cristo y en la nuestra, a la vez. Y ¿creemos que la resurrección está pre¬sente ya en nuestra vida diaria -latente pero actuando- como está ya presente la muerte? I Somos el testimonio de la vida-inmortal, o la triste muestra andante de una vida-muerta? ¿Luchamos por hacer fructífera la resurrec¬ción a esta vida? No sólo a nosotros, sino a los demás; ante todo a los que viven muertos de dolor, de soledad, de hambre, de enfermedad, de fatiga, de incultura..., injustamente muertos. Estas palabras horribles han llegado a resbalar ya por los oídos humanos, y sin embargo la realidad que enuncian
existe cruda, horrible, hiriente, escandalosa, acusadora... ¿Y celebramos nosotros la muerte-resurrección de Cristo?
Vivir hoy en Cristo a la luz de su Palabra Vivir en Cristo es vivir -todo, siempre- desde la fe más viva en la resurrección. Es vivir ya -siempre, en todo- la resurrección con fe activa. Es vivir muriendo cada día sabiendo que morimos, aceptando la muerte- y cada día resucitando y esperando resucitar del todo al fin. Y vivir aliviando el morir de todos y espe¬rando que todos resuciten. Desde ahí, vivir en Cristo es luchar por hacer efectiva en nos¬otros y en los demás la resurrección, despertando y manteniendo la esperanza con el amor activo que se renueva renovándolo todo. La Iglesia, los cristianos hemos de sacar mejor las consecuencias que tiene la resurrección para nuestra vida personal, para la vida común, para la existencia de todos los hombres y del cosmos entero. Consecuencias no sólo futuras, sino presentes y en orden al futuro. Sólo viviendo así en Cristo -sólo creyendo así, esperando así- tiene verdadero sentido celebrar la muerte-resurrección del Señor en la Eucaristía. Y, está claro, en orden a creer, esperar y vivir así, cada día más fielmente, más comprometidos.
Dios quiere abrir sepulcros También ahora necesitamos todos, como personas y como comunidad, oír las palabras de esperanza pascual y de vida que rezuman los textos de hoy. Porque podemos sentir la tentación del desánimo o de la impotencia ante un mundo que puede parecemos que no tiene mucho futuro, o ante una comunidad eclesial poco viva y creativa, o ante personas determinadas -nuestra comunidad cristiana, o nosotros mismos- que pueden presentar síntomas de cansancio y hasta de muerte. Los tres evangelios «bautismales» de estos Domingos parece como si quisieran presentarnos los diversos estados deficitarios de la humanidad: la situación problemática de la mujer samaritana, una persona con sed, y no sólo de agua; la situación lastimosa del ciego de nacimiento, condenado a una oscuridad total y perpetua; y ahora la situación de Lázaro, todavía más radical: la muerte. Un sepulcro es la imagen más clara de la no-vida, y no favorece precisamente la esperanza. Pero Dios nos invita a la esperanza. Por medio de Ezequiel, de Pablo y, sobre todo, de Cristo Jesús. En Ezequiel, hoy hemos escuchado palabras muy esperanzadoras: «abriré sus sepulcros... les infundiré mi espíritu y vivirán». Dios es Dios de vida. Sus planes no son de muerte, sino de vida. La tercera de las «revelaciones» cristológicas de estos domingos -después de la clave del agua (Samaritana) y la de la luz (Ciego de nacimiento)- es también la más decisiva y profunda. Antes de su Pasión, Jesús resucita a Lázaro y se presenta a sí mismo como «la resurrección y la vida» para la humanidad. Ya en el prólogo de su evangelio, Juan nos decía que «en él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres». Pero hoy, en su
diálogo con las hermanas de Lázaro, afirma más insistentemente: «yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». El prefacio de hoy da gracias a Dios porque Cristo, su Hijo, además de resucitar a su amigo Lázaro «como Señor de la vida», ahora «extiende su compasión a todos los hombres y por medio de sus sacramentos los restaura a una vida nueva».
Es el Espíritu quien da la vida Pero este paso a la vida será posible sólo por el Espíritu de Dios. Pablo nos ha dicho que si ese Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos «habita en nosotros», nos resucitará también a nosotros. Ese es el programa que Dios tiene para la Pascua. En la profesión de fe de nuestro Credo afirmamos del Espíritu Santo que es «Señor y dador de vida». Es él quien nos transmite la vida nueva de Cristo, su gracia, su amor, sus sacramentos, la fuerza de la Palabra. Quiere realizar en nosotros lo mismos que en Pentecostés, cuando transformó y llenó de vida a la primera comunidad, y de comunidad muda la hizo comunidad evangelizadora, y a personas cobardes las llenó de ánimos para anunciar valientemente a Cristo, y a un grupo encerrado por miedo le hizo abrir los balcones y manifestarse ante el pueblo y las autoridades. Es hermoso recordar lo que dijo un creyente, un poco antes de su muerte: «la muerte para un cristiano es el último amén de su vida y el primer aleluya de su vida nueva».
4. ORACIÓN: ¿Qué LE DECIMOS NOSOTROS a Dios? Te damos gracias, Padre, por la vida que poseemos, por los dones que de Ti hemos recibido, por el don inapreciable de la fe. Si Tú nos acompañas a lo largo de la vida, ¿cómo van os a perdernos en al muerte? Si tu presencia plenifica nuestro ser, ¿cómo vamos a hundirnos en la nada? Te damos gracias, Padre, por habernos dado con tu Hijo Jesús resucitado un sentido a nuestra vida. Queremos encomendarte a nuestros difuntos, porque sabemos que eres fiel y vuelves a dar la vida a los que amas. Amén.
5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿QUÉ NOS PIDE HACER la PALABRA?. Estamos en primavera, que ve brotar con nuevo brío la vegetación. Estamos a punto de entrar en la Pascua, que es vida nueva para Cristo y para nosotros. La Pascua de este año debería ser una primavera espiritual en la que estemos todos sumergidos. Dios quiere ayudarnos a pasar a una vida más abundante en cada Eucaristía. Y, de un modo especial, en la Pascua próxima. El mensaje de este domingo es en verdad esperanzador. Para Israel, para Lázaro. para nosotros. Eso significa la Pascua. Eso significa el Bautismo, que nos sumergió ya desde el principio, con Cristo, en su muerte y en su vida. Nosotros, que creemos en Cristo resucitado, no podemos vivir sin esperanza. No hay tumba que se resista a ese Espíritu vivificador que está dispuesto a repetir el portento de la Pascua con nosotros. Tendremos que oír la voz imperiosa de Jesús: «sal fuera».
Relación con la Eucaristía La Eucaristía es semilla, anticipo y garantía de vida. El Señor Resucitado, que ya está en la escatología, en la vida definitiva, se apodera de ese pan y ese vino que traemos en el ofertorio al altar, y entonces, identificado radicalmente con esos dos elementos, se nos da a nosotros, comunicándonos así su vida escatológica. Por eso nos dijo, según Juan, en su «discurso del Pan de vida»: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida... yo le resucitaré el último día... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí».
Algunas preguntas para meditar durante la semana: 1. ¿Se va a notar en nosotros, en nuestras personas y en nuestras comunidades, una vida más floreciente, más pascual? 2. ¿se va a notar que el Espíritu del Resucitado nos comunica su energía, su novedad, su libertad, su alegría, su vida? 3. ¿o seguiremos igual de perezosos, o conformistas, O instalados en una estéril mediocridad? 4. ¿O, peor aún, encerrados en el sepulcro sin darnos cuenta nosotros mismos que estamos muertos? 5. ¿De qué manera práctica soy consecuente con mi convicción cristiana sobre la resurrección de los muertos? 6. Piense en casos en que usted «ha muerto» a algo a fin de hacerse mejor.
P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O también: