Domingo 24º t o ciclo c

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Revelación de la misericordia de Dios Ambientación: El tema de esta liturgia dominical es la misericordia y perdón de Dios. En la Palabra de este Domingo, especialmente el Evangelio, meditamos las «Parábolas de la Misericordia» (del capítulo 15 del Evangelio según San Lucas), especialmente la del «hijo pródigo» e intentaremos deslindar el rostro del Dios de la ternura.

1. PREPARACIÓN: INVOCACIÓN al Espíritu Santo Espíritu Santo, Señor y dador de vida, ven a iluminar nuestra mente y nuestro corazón, para que nos acerquemos a escuchar la Palabra con un corazón humilde para reconocer nuestro pecado y aprovechar la oportunidad de la conversión que nos hace regresar a la casa del Padre que nos recibe con ternura y amor. Amén.

2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Ex. 32, 7-11.13-14: «Éste es tu Dios, Israel, el que te ha sacado del país de Egipto». En la primera lectura tomada del libro del Éxodo se nos presenta al pueblo escogido, amado por Dios como su pueblo, el que él había liberado de la esclavitud de Egipto para llevarlo a la libertad en un momento crucial. ¿Se podía esperar que quienes habían hecho la experiencia viva del amor de Dios un día pidieran que se les hicieran otros dioses? ¿Cambiar la realidad divina por la figura de un animal y depositar en él la confianza y la felicidad? Moisés había subido al monte para el encuentro con Dios, tardó en regresar y el pueblo perdió la esperanza. Sintieron el silencio de Dios en su corazón y optaron por buscar un dios a su medida. Leemos las consecuencias del pecado del becerro de oro. El toro joven, que simbolizaba la fuerza y la fecundidad, era una de las formas de representar la divinidad. Pero el Pueblo debe tyener bien claro que Dios no puede ser visto ni representado en Israel. Nos atrevemos a decir que no fue propiamente una «idolatría», sino una garrafal equivocación del pueblo desesperado, sin paciencia. Los Israelitas quieren representar a Dios contra la prohibición; Aarón consiente, edifica un altar, ofrece sacrificios, se come, se bebe y se divierten, «como una fiesta en honor de Dios». Moisés reacciona airadamente, rompe las tablas, reduce a polvo el


becerro y castiga al pueblo desobediente. Entre el pecado y el castigo, está la intercesión de Moisés y el perdón de Dios.

Salmo 51(50): « Por tu bondad, Señor, limpia mi pecado». La oración de este salmo, penitencial por excelencia, bien puede ser la inspiración de las palabras que dirá el hijo arrepentido del que nos hablará el Evangelio. Las palabras del salmo destacan la obra de Dios en le reconciliación del pecador: es Dios el que se

compadece, el que limpia, purifica, hace renacer un espíritu firme y crea un corazón nuevo. 1Tm. 1,12-17: «Doy gracias a aquél que me revistió de fortaleza» San Pablo recuerda en este texto su experiencia personal de la misericordia de Dios. Un Dios que olvidó completamente su pasado pecador, lo convirtió en discípulo y ministro de Cristo, concediéndole una medida desbordante de su gracia. Por eso Pablo está tan convencido que Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores. Pablo canta la misericordia de Cristo; su propia vida ha sido una efusión de la misericordia de Dios en Cristo. Parte de su condición de perseguidor, para afirmar la salvación en Cristo. El apóstol aparece como el primero de los pecadores, en el sentido que su caso ilustra de forma admirable la misericordia que Dios usa con el hombre. El bien que Dios le ha hecho a Pablo redundará en bien de otros y por eso la comunidad se une al himno de gratitud y alabanza.

Lc. 15,11-32: «Este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida ». EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R/. Gloria a Ti, Señor. 1

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Éste acoge a los pecadores y come con ellos.» 3 Entonces les dijo esta parábola: 2

La oveja perdida 4

«¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar la que se perdió, hasta que la encuentra? 5 Cuando la encuentra, se la pone muy contento sobre los hombros 6 y, llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos y les dice: "Alégrense conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido" 7 Les digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo


pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión». La dracma perdida 8

«O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? 9 Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.' 10 Pues os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». El hijo perdido y el hijo fiel: El hijo pródigo 11

Dijo: «Un hombre tenía dos hijos.12 El menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde". Y él les repartió la hacienda.13 Pocos días después, el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano, donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. 14 Cuando se lo había gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país y comenzó a pasar necesidad. 15 Entonces fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. 16 Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pues nadie le daba nada. 17 Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! 18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. 19 Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". 20 Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y lo besó efusivamente. 21 El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo". 22 Pero el padre dijo a sus siervos: "Dense prisa; traigan el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. 23 Traigan el novillo cebado, mátendlo, y comamos y celebremos una fiesta, 24 porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado". Y comenzaron la fiesta. 25 Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; 26 y, llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27 Él le dijo: "Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano". 28 Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre y le rogaba. 29 Pero él replicó a su padre:


"Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; 30 y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!" 31 «Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; 32 pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado".» Palabra del Señor. R/. Gloria a Tí, Señor Jesús.

RE-LEAMOS la Palabra para interiorizarla: A- Ubicación en el conjunto del ciclo C

B- Contexto: Lc. 15, 1-32: «Parábolas de la misericordia» El evangelio de Lucas es conocido como el «Evangelio de la Misericordia». Todo él puede ser leído como un gran relato que nos sumerge en el amor entrañable del Padre. El episodio pertenece al género literario de las parábolas. Una parábola es un fragmento del texto en que se confrontan elementos muy desiguales: en la parábola del grano de mostaza (Lc. 13,18-19) se compara la pequeñez de la semilla con la magnitud del arbusto;


en la de la levadura (Lc. 13,20-21) se parangona la poca cantidad de la levadura con la gran cantidad de harina que hace fermentar. Nuestra parábola confronta la actitud tierna y misericordiosa del padre, con la actitud mezquina del hijo mayor y la traición

del hijo menor. El capítulo 15 del evangelio de Lucas es un magnífico retablo formado por tres parábolas en el que podemos contemplar el rostro misericordioso de Dios. Vamos a leer la tercera de las parábolas, la del «Hijo pródigo», que hemos rebautizado con un nuevo nombre: la parábola del «Padre misericordioso».

C- Comentario: vv. 1-2: Los dos primeros versículos del texto nos presentan la escena: son como un preámbulo que nos hace contemplar a «todos los publicanos y pecadores» que se acercan a Jesús para escucharlo (v. 1). Es interesante tener en cuenta el verbo «escuchar», que nos lleva a la escena de María la hermana de Marta, «la cual, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra» (Lc. 10, 39); o también a aquella otra de la gente «que había venido para escucharlo y ser curada de sus enfermedades» (Lc. 6,18). En contraste, unos fariseos y maestros de la ley, que se consideran justos, se indignan y murmuran porque Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. Mientras los publicanos y pecadores «escuchan», los que se creen justos «murmuran».

v. 3: La actitud de Jesús para con los pecadores -crítica ante el comportamiento de los fariseos y jefes del pueblo- provoca las «parábolas de la misericordia», especialmente, la principal: la del «Padre misericordioso». En el centro de la parábola está el misterio de la reconciliación -el paso de la muerte a la vida- proclamado por San Pablo, realizado por Jesucristo, obra del Padre-Dios. Jesús les responde con esta parábola. Con ella justifica su comportamiento y revela el rostro misericordioso de Dios. En su modo de actuar con los pecadores y publícanos se aprecia en Jesús la forma de ser del Padre.

vv. 4-10 Las parábolas ee la misericordia nos permiten contemplar a Dios como el Padre que siempre espera y perdona. La parábola de la oveja perdida (Lc. 15,1-7) nos presenta al Dios de la ternura yendo en busca de aquel discípulo que se ha salido del camino. Esta parábola que recuerda a Ez. 34 y Jn. 10, marca la actitud de Dios ante el alejado (la alegría del cielo es una forma indirecta y respetuosa de designar a Dios).


La dracma perdida (Lc. 15,8-10) nos recuerda la preferencia del Dios de la misericordia por los pequeños y por todos aquellos que se «pierden». La moneda que se recupera en una casa y familia modesta, supone igualmente gran alegría. Los «ángeles de Dios», es un circunloquio respetuoso para designar igualmente a Dios. La iniciativa en estas dos parábolas, no corresponde ni a la oveja ni a la moneda, sino al pastor y a la mujer.

vv. 11-32: El Padre misericordioso La parábola del padre misericordioso nos muestra al Dios Padre que acoge siempre, espera siempre y perdona siempre sin imponer condiciones. La del «padre pródigo» es una parábola doble, en que la segunda parte es más importante que la primera: retorna el hijo, el padre lo recibe y el hijo mayor no lo recibe con la misma alegría que el padre, o los vecinos de las dos parábolas anteriores (oveja perdida, moneda perdida).

vv.11-13: La historia comienza presentando a unos personajes: un padre y sus dos hijos. El pequeño de ellos no se comporta correctamente. En la sociedad de aquella época, emanciparse del padre era un atentado contra su autoridad, porque lo deshonraba y manchaba su reputación. El hijo menor, el que tenía menos derecho, pide a su padre un lote de la fortuna familiar (v. 12a). No se limita a «pedir», sino que «exige». La palabra «dame» figura en imperativo. No se dirige a su padre mediante una súplica, o una solicitud; lo hace exigiendo una prerrogativa. El padre respeta la libertad de su hijo; y, sin replicar nada, reparte los bienes entre los dos hermanos (v. 12b). Después, el hijo menor, reuniendo todo lo suyo, abandona la casa paterna y se encamina a un país lejano (v. 13).

vv. 14-19: La decepción y la voluntad de volver a casa del Padre. vv. 14-16: El padre muere en vida. Y el hijo también: abandona la protección y el amor de la casa y derrocha lejos su fortuna, llega al límite de cuidar cerdos (impuros para los judíos) y de querer comer lo que a ellos les daban. Es la experiencia de una vida que se destruye. Lejos de la casa del padre y en una tierra extraña, las condiciones se vuelven adversas. Para explicarnos plásticamente el estado de abandono que padece, la narración se vale de frases muy duras: - «Se arrimó a uno de los ciudadanoes de aquel país» (v. 15a). Aquel hijo que, tal vez, había abusado de su derecho al obligar a su padre a repartir la herencia, ahora tiene que «arrimarse» a las condiciones que le impone un desconocido en un país extranjero y en tiempo de hambre. Todos hemos experimentado, en nuestra vida que la existencia se hace más dura cuando debemos adaptarnos a las leyes del mundo por haber abandonado los preceptos de Dios.


- «Que lo envió a sus campos a cuiddar cerdos» (v. 15b). Guardar cerdos era, desde la perspectiva de la religión judía, una actividad degradante e inaceptable (v. 16).. vv. 17-19: Cuando la situación de este hombre no puede ser más desesperada, decide volver a la casa del padre. Pero fijémonos, con atención, en las razones que le impulsan a regresar al hogar paterno. La primera motivación, la más profunda y también la más real, es el hambre. La primera razón por la cual piensa volver no es por amor a su padre, ni para reconstruir la unidad familiar. La actitud de fondo por la que decide retornar es porque «no tiene donde caerse muerto» (como diríamos en un lenguaje coloquial): «Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí estoy muñéndome de hambre» (v. 17). Una vez que ha padecido el dolor del hambre y el abandono, aparece una segunda reflexión: «He pecado contra el cielo y ante ti» (v.18b). La expresión «pecar contra el cielo» equivale a «pecar contra Dios». Esa segunda reflexión es crucial. El hijo menor se da cuenta de que él ha pecado. Su situación no es fruto de la casualidad ni de la mala suerte. Él mismo ha desordenado y arruinado su vida. Precisamente eso es el pecado: romper nuestra propia vida; hacer añicos el proyecto de Dios para con nosotros y destrozar la relación con los hermanos.

vv. 20-24: La alegría del Padre al reencontrar al hijo menor. - Consciente de su pecado, no se deja hundir en la desesperación, sino que torna la única decisión lúcida: «Levantándose, volvió a su padre» (v. 20). El pecado ha dejado secuelas en su vida, ya no se sentirá ante su padre corno «hijo», se presentará como «jornalero». En su interior percibe la angustia de la ruptura que ha alterado para siempre la relación con el padre y, de igual modo, su manera de ser. El hijo menor vuelve, pero ya nada será como antes, tan solo aspira a sobrevivir, a ser un asalariado más. Pero ignora lo más importante: la misericordia del padre está muy por encima del pecado y la traición que él ha cometido. La parábola dice que el hijo menor estaba todavía lejos de casa cuando el Padre ya lo vio, corrió a su encuentro y lo llenó de besos (v. 20a). El hecho de «conmoverse las entrañas» refleja el aspecto maternal del amor y la ternura. A una madre, en el momento de dar a luz a su hijo se le conmueven las entrañas. Es el mismo sentimiento de Jesús en situaciones importantes del evangelio. Cuando contempla la aflicción de la viuda de Naín ante el féretro de su hijo, se le conmueven las entrañas y dirigiéndose al cadáver exclama: «¡levántate !», y entrega el hijo vivo a su madre (Lc. 7,11-17). Jesús se hace plenamente solidario de aquella mujer; al Señor «se le conmueven las entrañas» ante el padecimiento de la madre desconsolada. La actitud interior de «conmoverse las entrañas» tiene una intensa correspondencia externa. En todos los gestos externos se manifiesta el amor paternal-maternal con el hijo. La reacción del padre desborda todas las expectativas. Cuando el hijo aún está lejos el padre se adelanta (cfr. v. 20b). El verdadero acercamiento es el del padre; él es quien


toma la iniciativa. No importa la ambigüedad de las motivaciones del hijo: mediante el vestido, el anillo y las sandalias el padre le dice que sigue siendo hijo suyo. Sin una recriminación ni un reproche. El desprestigio sufrido por el padre no importa. La impresión que Jesús nos da es que el Padre se había quedado largo tiempo a la ventana mirando hacia la carretera para ver si el hijo despuntaría a lo lejos. «... Lo besó efusivamente» (v. 20b)... El beso afectuoso con que el padre recibe a su hijo adquiere la connotación del «amor de amigo». El padre ha mostrado un amor «maternal» y «paternal», pero manifiesta, también, con esa postura la perspectiva «amistosa del amor». Un teólogo medieval (Tomás de Aquino) decía que la amistad

es la forma privilegiada del amor, porque es una relación que brota de la libertad. Conforme con nuestra forma humana de pensar y de sentir, la alegría del Padre parece exagerada. Ni siquiera deja que el hijo termine las palabras que había preparado. ¡No escucha! El Padre no quiere que el hijo sea su esclavo. Quiere que sea su hijo. Esta es la gran Buena Nueva que Jesús nos trae. Túnica nueva, sandalias nuevas, anillo al dedo, churrasco, ¡fiesta! En esta alegría inmensa del reencuentro, Jesús deja trasparentar la gran tristeza del Padre por la pérdida del hijo. Dios estaba muy triste, y la gente se da cuenta ahora, viendo el tamaño de la alegría del Padre cuando vuelve a encontrar al hijo. ¡Es una alegría compartida con todo el mundo en la fiesta que pide preparar!

vv. 25-28a: La reacción del hijo mayor. A la misericordia del padre que se conmueve (v. 20), se contrapone la conducta severa del hijo mayor, que no acepta a su hermano como tal, sino que en el diálogo con el padre lo define «este hijo tuyo (ni siquiera lo llamana hermano) que despifarró tus bienes con prostitutas...» (Lc. 15,30). Cerrado en sí mismo, piensa tener su derecho. No le gusta la fiesta y no entiende la alegría del Padre. Señal de que no tenía mucha intimidad con el Padre, a pesar de vivir en la misma casa. Pues, si hubiera tenido intimidad con él, hubiera notado la inmensa tristeza del Padre por la pérdida del hijo menor y hubiera entendido su alegría por la vuelta del hijo. Quien vive muy preocupado en observar la ley de Dios, corre el peligro de alejarse de Dios. El hijo menor, a pesar de estar lejos de casa, parecía conocer al Padre mejor que el hijo mayor, que moraba con él en la misma casa. Pues el menor tuvo el valor de volver a la casa del Padre, mientras que el mayor no quiere entrar en la casa del Padre. No se da cuenta de que el Padre, sin él, perderá la alegría. Pues él también, el mayor, es hijo lo mismo que el menor. Aquí se entrevé la conducta de los escribas y de los fariseos que «murmuraban»: «Éste recibe a los pecadores y come con ellos..». Ellos no se mezclan con los «pecadores» considerados inmundos, sino que se distancian de ellos. La conducta de Jesús es totalmente diversa y es escandalosa a sus ojos. A Él le gusta entretenerse con los pecadores y alguna vez hasta se invita por su cuenta a visitar sus casas y comer con


ellos (cfr. el relato de Zqueo: Lc. 19, 1-10). La murmuración de los escribas y fariseos impide la escucha de la Palabra.

vv. 28b-30: La actitud del Padre y la respuesta del hijo mayor. El padre sale de casa y suplica al hijo mayor para que entre. El mayor también quiere la fiesta y la alegría, pero sólo con los amigos. No con el hermano, ni siquiera con el padre. Ni siquiera llama al hermano menor con el nombre de hermano, ya que dice «ese hijo tuyo» como si no fuera su hermano. Y es él, el mayor, quien habla de prostitutas. ¡Es su malicia la que interpreta la vida del hermano menor! Cuántas veces nosotros los católicos interpretamos mal la vida y la religión de los demás. La actitud del Padre es otra. El acoge el hijo menor, pero también no quiere perder el hijo mayor. Los dos forman parte de la familia. El uno no puede excluir al otro.

vv. 31-32: La respuesta final del Padre. Así como el Padre no presta atención a los argumentos del hijo menor, así también no presta atención a los argumentos del hijo mayor y dice: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ¡ha sido hallado!» ¿Será que el mayor tenía realmente conciencia de estar siempre con el padre y de encontrar en esta presencia la causa de su alegría? La expresión del padre «¡Todo lo mío es tuyo» incluye también al hijo menor que volvió. El mayor no tiene derecho a hacer distinción. Si él quiere ser hijo del padre, tendrá que aprender los sentimiento del padre.. La parábola no dice cuál fue la respuesta final del hermano mayor. Esto le toca al hermano mayor, que somos todos nosotros. El hijo mayor había permanecido siempre con su padre, obedeciendo sus mandatos, y aplicándose en las tareas (v. 29). Pero, seguramente, habría permanecido cerrado a la actitud amorosa del padre. Es como las piedras sumergidas desde siempre en el fondo del mar, rodeadas de agua por todas partes pero que en su interior están resecas. Habiendo estado rodeado del amor de su Padre no ha percibido nunca la ternura de su cariño. No dejarse querer por Dios es una manera muy sutil de huir de la casa del Padre, y muestra otra manera con la que se echa a perder el amor de Dios.

3. MEDITEMOS la Palabra: ¿Qué NOS DICE el texto? Revelación de la misericordia de Dios Jesús revela la misericordia de Dios a través de tres parábolas inolvidables: la oveja perdida, la moneda extraviada, y el hijo recuperado. Para Dios un hombre que abandona el camino es un hijo que se pierde, que es necesario buscar hasta el cansancio, que es preciso atraer de nuevo a la experiencia del amor divino. Y el Señor pondera la infinita alegría del corazón de Dios cuando encuentra la oveja, cuando halla la moneda, cuando abraza al hijo en el momento del regreso a la casa. Ya en el Antiguo Testamento la misericordia era la cualidad de Dios más atrayente para el pueblo. Sabían que cualquiera


que fuera su infidelidad, su Dios estaba siempre dispuesto a perdonarlos y a creer que podrían eventualmente cambiar.

El perdón de Dios, fiesta pascual También la perícopa de este Domingo es exclusiva y típicamente lucana. Es importante poner como centro de la parábola la misericordia del padre más que la actitud del hijo menor; así se puede valorar a un tiempo la manera de proceder de los dos hijos. La descripción del itinerario hacia el padre, y la actitud de éste es paradigmática para el proceso de la reconciliación del cristiano con Dios. Por eso, si el domingo anterior se insistía en la llamada a la conversión, hoy hay que describir e invitar a la celebración del perdón de Dios, como una fiesta pascual: «Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido».Verdaderamente, ¡Dios no «tiene», sino que ES misericordia!

4. ORACIÓN: ¿Qué LE DECIMOS NOSOTROS a Dios? Dios de amor, Tú sales a nuestro encuentro como un Padre lleno de misericordia. Concédenos acoger tu amor entrañable que nos abre a la alabanza y a la acción de gracias, nos viste de fiesta. Reconocemos, Padre, que te hemos fallado, nos hemos alejado de tu Casa. Con soberbia y autosuficiencia, hemos creído que nos bastamos por nosotros mismos. Nos creemos mejores que los demás, que no necesitamos conversión y no participamos de la alegría de un hermano que vuelve a la Casa… Somos intolerantes y mezquinos… Estamos lejos de tus sentimientos de misericordia… Nos alegran los fracasos de los demás y no les damos la oportunidad de recuperarse, de convertirse, de regresar a casa. Concédenos, Padre, la gracia de la conversión, que reconozcamos que hemos pecado y, acogiendo tu perdón y misericordia, decidamos volver a Ti,


tener un corazón misericordioso para acoger a nuestros hermanos y alegrarnos por su conversión y celebrar la fiesta de la reconciliación: «Misericordia, Señor, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Amén.

5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿Qué NOS PIDE HACER la Palabra? Nuestro Dios es el Señor de la vida. En ocasiones nos apartamos del camino del Dios de la vida y nos precipitamos, sin darnos cuenta, en las tinieblas del poder de los ídolos. Pero aunque huyamos de Dios, Él siempre nos acoge y nos espera porque es amor y ternura. Nuestra parábola es una invitación a volver a la casa del Padre, a reiniciar nuestro camino junto a Dios, y a experimentar juntamente con Él el gozo de la plenitud vital. Valoraemos estas realidades básicas de la vida cristiana; debemos redescubrirlas: acoger el mensaje de la reconciliación y celebrar la misericordia divina, revisar la participación en la Eucaristía como momento de alegría, de esperanza, de compromiso vital con el camino de Cristo y de la Iglesia, en el servicio de reconciliación de los hombres. «Me acerqué a "El regreso del hijo pródigo", de Rembrandt, como si se tratara de mi propia obra: un cuadro que contenía no sólo lo esencial de la historia que Dios quería que yo contara a los demás, sino también lo que yo mismo quería contar a los hombres y mujeres de Dios. En él está todo el evangelio. En él está toda mi vida y la de mis amigos. Este cuadro se ha conuertido en una misteriosa ventana a traués de la cual puedo poner un pie en el Reino de Dios» Henri J. M. Nouwen

Relación con la Eucaristía En la Eucaristía Dios Padre quien tiene entrañas de misericordia sale a nuestro encuentro en la Palabra, para mostrarnos el camino del retorno y por medio de Jesucristo en los signos del pan y del vino consagrados por la acción del Espíritu Santo nos viste, alimenta e invita a que entremos en su fiesta liberados de cualquier prejuicio que rompa la relación con el hermano.

Algunas preguntas para pensar durante la semana: 1. ¿Con cuál de los personajes de la parábola te identificas espontáneamente? ¿Por qué? 2. ¿Qué imagen de Dios descubres para tu vida en este pasaje? 3. ¿En qué ocasiones tiendo a pensar que la religión es sólo para los buenos? 4. ¿Estoy realmente preocupado con el mal moral, o sólo con el mal social y material?

Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual: O:


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