AMBIENTACIÓN:
Saber agradecer la salvación
La obediencia es fundamental en nuestra relación con Dios. No es una sumisión ciega a un amo sino una relación amorosa, libremente aceptada, entre Dios y nosotros, en búsqueda común de un propósito grande: dar realidad al plan salvador de Dios. Él no ha querido hacerlo solo sino que nos ha llamado a entrar decididamente en esa tarea. La Biblia está lleno de obedientes, grandes personajes de la historia que se han puesto al servicio de Dios. Empieza la obediencia por una escucha. En el origen de la palabra está el verbo latino ob-audire, escuchar a ese que está enfrente y nos dirige la palabra. La Biblia no nos ofrece una teoría sobre la obediencia. Nos muestra grandes obedientes, personajes que han dejado su nombre en la historia de la humanidad: Abrahán, Moisés, Jeremías, María, la humilde sierva, Pablo, y por encima de todos, Jesús, Hijo de Dios, encarnado, obediente a su Padre.
1. PREPARACIÓN: Invocación al Espíritu Santo Espíritu Santo, Señor y dador de vida, Ven a llenarnos con tu presencia para que nos hagas comprender que el don de Dios es universal y no puede ser acaparado sólo por algunos Y que nosotros no nos creamos los únicos destinatarios del amor y de la misericordia divina. Despierta en nosotros la capacidad de dar gracias por el don de Dios y el entusiasmo misionero para que, por nosotros, llegue a todos nuestros hermanos, de cualquier raza o condición, la certeza de que Dios nos ama y nos convoca a todos para que formemos su único Pueblo Santo, que es la Iglesia. Amén. 2. LCTURA: ¿QUÉ DICE el texto? 2Re. 5,14-18: «Volvió Naamán a Elíseo y alabó al Señor» La primera lectura nos señala por qué caminos encontrar a Dios. y hacer la experiencia de la salvación. Eliseo realiza su ministerio profético en el reino del norte. Sabemos que la división, el cisma, el gran pecado de Israel, fue el origen de ese reino (cfr. 1Re.12). La Palabra nos iondica que también allí se manifiesta la misericordia de Dios, sobre todo a través de la voz y la acción profética: Elías y Eliseo. (No tiene en cuenta nuestros pecados
para hacernos gracia de salvación (cfr. Sal 103(102), 11-12). El ministeri profético de Eliseo se desarrollo alrededor de 850 a 800 antes de Cristo. Epoca de los reyes Joram, Jehú, Benadad en Siria (cfr. 2Re. 10, 15 ss). La Palabra destaca el universalismo de la salvación. Ya allí se manifiesta no solo como doctrina sino sobre todo como acción salvadora. Eliseo sucede a Elías y hereda de él, como los primogénitos, dos tercios de su espíritu (cfr. 2 Re. 2, 9). Su nombre significa «Dios ayuda». Es todo un llamado a una misión. No tiene el ardor de las intervenciones de Elías. Se cuentan más bien sus acciones «milagrosas» de ayudas en casos cotidianos. Nahamán, un alto empleado del rey de Siria, está enfermo es leproso. Se trata de un leproso extranjero que anda en busca de sanación. La palabra de una niña esclava lo ha encaminado hacia el profeta Eliseo en Israel. Luego de andar caminos equivocados llega finalmente donde él. Eliseo no sale a recibirlo a pesar de la importancia del personaje. Le manda una Palabra. Ella, que viene de Dios, es más poderosa que el mismo Eliseo. Anda al Jordán, báñate siete veces. Cuando Naaman, deponiendo su orgullo, escucha la palabra por mediación sencilla de sus siervos, baja al Jordán y se baña, encuentra la salud. Regresa. Todavía pagano piensa que es Eliseo quien lo ha sanado. Este sale a recibirlo, ahora sí, cuando no hay peligro de ocultar la acción divina. Lo hace servidor de Dios. Obediente, Naamán ha encontrado, no sólo su salud corporal, sino la fe en el Dios grande de Israel, el único Dios La lepra era una enfermedad común y muy vergonzosa en la antigua Palestina. La leprta, en la Biblia, designa variedad de enfermedades cutáneas. Era considerada generadora de impureza legal, excluía al que la sufría de la convivencia (cfr. Lv. 13.14; Dt. 28, 27.35; Nm. 12, 9; 2 Cro. 26, 20; Mc. 1, 44 par.; Lc. 4, 27; 17, 14; Mt.. 8, 2...). Los leprosos eran marginados de la sociedad. Por lo tanto ser sanado de la lepra era una real liberación. Al sanar al sirio Naamán a través del ministerio de Eliseo el profeta, Dios una vez más se revela como un Dios liberador. Yahvé se presenta como un Dios más poderoso que los otros; por eso Naamán sale de su tierra y sus dioses, y se vuelve a Yahvé, al cual ofrecerá un culto desde la tierra que se ha llevado consigo. Una clara expresión al universalismo religioso. Eliseo: hace valer la presencia de Dios en Israel. El profeta es su voz y su testigo. Lo que el rey de Israel no descubría, lo descubre Eliseo: hay presencia de Dios en Israel. No sale a recibir al poderoso Naamán. ¿Desaire? ¿Muestra de poderío? No. Si Eliseo hubiera salido a recibirlo y hubiera hecho la curación, Naamán habría creído que Eliseo y no Dios lo había curado. Para Eliseo el importante es Dios y no su profeta. No quiere opacar a Dios, quiere que el hombre descubra no al hombre, el profeta, sino al Señor. Gran lección de pastoral para todos los tiempos. Envía a su siervo a Naamán, con un recado: las instrucciones que debe seguir.
Sal. 98(97). «El Señor revela a las naciones su justicia» El universalismo de la salvación, que san Pablo proclamará con tanta vehemencia y que san Lucas acentúa en el ministerio y el misterio de Jesús, es el objeto del salmo de
alabanza: «Los confines de la tierra han contemplado...». Es un salmo que cantamos con frecuencia en el tiempo de Navidad. Y con razón. Porque la encarnación del Hijo de Dios y su nacimiento como hombre entre los hombres, es lo que ha permitido a todos los pueblos contemplar «la victoria de nuestro Dios».
2Tm 2, 8-13: «Sí perseveramos, reinaremos con Cristo» Un segundo caso de obedientes nos lo trae la lectura de la carta a Timoteo. «Acuérdate de Jesucristo, el Señor, resucitado de entre los muertos ». Jesús es la máxima expresión de la obediencia. La Palabra del Padre lo trajo al mundo de la encarnación. Cumplió la misión que el Padre le había encargado. En forma dramática vivió el momento clave de la obediencia cuando en vísperas de morir, orando en el Huerto de Olivos, decía: Que no se haga lo que yo quiero sino lo que Tú, Padre, quieres. El escrito a los Hebreos (cfr. Hbr. 5, 8) nos habla en forma explícita de esa obediencia filial, del Dios encarnado. Y Pablo, prisionero de Cristo, no de los romanos, pregona su obediencia al Evangelio que él mismo predica, y por el que sufro hasta llevar estas cadenas como un malhechor. La Palabra que él deja oír en el mundo no es suya sino la de Dios, esa Palabra que nadie podrá encadenar. Para S. Pablo ser cristiano significaba vivir identificado con Jesucristo. Ve una continuidad entre el camino de Cristo y nuestro camino, la misión de Jesús y nuestra misión, entre los sufrimientos de Cristo y nuestros sufrimientos, entre la gloria de Jesús y nuestra gloria futura. Las exhortaciones del apóstol se hacen a partir de una profunda convicción: la comunión de vida entre Cristo y sus fieles. La vida cristiana es una vida entre Cristo y sus fieles. Por eso, la vida cristiana es una vida "pascual": morir para vivir... con Cristo. Pablo recuerda a Timoteo las luchas y combates que ha de sufrir, como transfiguración de su existencia y lo anima a Timoteo a permanecer fiel y valeroso en la misión. El sufrimiento de Cristo y el del apóstol tienen relación, ya que realizan el designio de Dios sobre los hombres, concediéndoles la salvación y la gloria. Identificación que es fruto del bautismo: la muerte ya está realizada, los sufrimientos son actuales, pero el triunfo será futuro.
Lc. 17,11-19: «¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R. Gloria a tI, Señor.
11
De camino a Jerusalén, pasó por los confInes entre Samaría y Galilea. 12 Al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia 13 y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» 14 Al verlos, les dijo: «Vayan y preséntense a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. 15 Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz, 16 y, postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. 17 Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» 19 Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.» Palabra del Señor. R/. Gloria a Tí, Señor Jesús.
RE-LEAMOS la Palabra para interiorizarla: A- Ubicación en el ciclo C:
B- Contexto: Camino a Jerusalén: última etapa Con este domingo empieza un breve ciclo de cuatro semanas en las que la lectura evangélica de Lucas describe la última etapa del camino hacia Jerusalén. La meta está cerca y el maestro llama con más intensidad aún a sus discípulos, es decir a nosotros, a que le sigamos hasta entrar con El en la ciudad santa, en el misterio de la salvación, del amor. El paso se da sólo mediante la fe, alimentada por una intensa, incesante, insistente y confiada oración. Las perícopas de estos Domingos han sido escogidas de entre los fragmentos más
estrictamente propios del evangelio de Lucas (diez leprosos (Domingo 28º), parábolas de la plegaria (Domingos 29º y 30º) y, sobre todo, Zaqueo en Jericó (Domingo 31º ).
C- Comentario: v. 11: Por tercera vez señala san Lucas que Jesús se dirige hacia Jerusalén. Es ya, según la narración evangélica, la tercera etapa de este camino. Jesús, en esta etapa de su recorrido hacia Jerusalén, visita todo, no deja nada sin visitar, no deja nada no tocado por su mirada de amor y de misericordia.
vv. 12-14a: Jesús entra en una aldea, que no tiene nombre, porque es el lugar, es la vida de todos y aquí encuentra a diez leprosos, hombres enfermos, ya tocados por la muerte, excluidos y lejanos, marginados y despreciados. Inmediatamente acoge su oración, que es un clamor que brota del corazón y los invita a que entren en Jerusalén, a que no se queden lejos, sino a que alcancen el corazón de la Ciudad santa, el templo, a los sacerdotes. Los invita a que vuelvan a la casa del Padre. Es una persona enlutada, que lleva un gran dolor dentro, como lo indican sus vestiduras rotas y la cabeza al descubierto; es uno que tiene que cubrirse la boca, porque no tiene derecho a hablar, ni siquiera a respirar en medio de los demás, es como un muerto. Es uno que no puede rendir culto a Dios, no puede entrar en el templo, ni tocar las cosas santas. Es por ello que los diez leprosos van al encuentro de Jesús, se detienen lejos de El, gritándole su dolor, su desesperación. «¡Jesús maestro!» (v. 13): es estupenda esta exclamación de los leprosos, esta oración. En primer lugar todos llaman al Señor por su nombre, como se hace entre amigos. Parece que se conocen desde hace mucho, que sepan los unos del otro, que se hayan encontrado ya a nivel de corazón. Estos leprosos han sido ya admitidos al banquete de la intimidad con Jesús, a la fiesta de las nupcias de la salvación.
v. 14b: En el momento mismo en que empieza el santo viaje hacia Jerusalén, los diez leprosos son sanados, se convierten en hombres nuevos.
vv. 15-16: Pero uno solamente vuelve atrás para dar gracias a Jesús: parece casi verlo correr y saltar con gozo. Alaba a Dios a gran voz, se postra en adoración y hace eucaristía. De nuevo los samaritanos -religiosamente separados por los judíos- son presentados como «ejemplo»,
para destacar el universalismo de la salvación, que no está reservada a ninguna raza o pueblo. Lo que hace falta es un corazón abierto a la fe - «Jesús, maestro...»- y lo suficientemente sencillo para saber prosternarse a los pies de Jesús y darle gracias ¿Sabemos dar gracias, nosotros?, es decir, ¿sabemos celebrar la eucaristía? vv. 17-18: Jesús constata que de los diez solamente uno ha vuelto, un samaritano, uno que no pertenecía al pueblo elegido: la salvación es para todos, también para los lejanos, los extranjeros. El relato de la curación de los leprosos se ajusta a la legislación del Levítico al respecto. El samaritano no está obligado a someterse al examen por parte del sacerdocio judío y por tanto puede volverse a expresar su agradecimiento a Cristo. El relato tiene su riqueza desde la polémica de los primitivos cristianos y los judíos. El pagano es libre frente a la ley, está sin las ataduras que ésta presenta. A la gratuidad del gesto de Dios, se responde con la acción de gracias (gratitud) de parte del hombre. Dios cura y salva a todos, pero no todos son agradecidos.
v. 19: Nadie es excluido del amor del Padre, que salva gracias a la fe. «!Levántate y anda!»: es la invitación de Jesús, del Señor. «¡Levántate!», es decir «¡Resucita!» (anastaj = anastas). Es la vida nueva después de la muerte, el día tras la noche. También para Saulo, por el camino de Damasco, resuena esta invitación, este mandamiento de amor: «Resucita!» (Hch. 22, 10. 16) y ha nacido de nueve, de las entrañas del Espíritu Santo; ha vuelto a ver, ha empezado a comer, ha recibido el bautismo y el nuevo nombre. Su lepra había desaparecido. «Tu fe te ha salvado»: Releo esta expresión de Jesús, la escucho en sus diálogos con las personas que encuentra, con la pecadora, con la hemorroisa, con el ciego…
3. MEDITACIÓN: ¿Qué NOS DICE el texto? Los caminos de Dios Reflexionemos desde nuestra condición de bautizados. Dios ha llegado a nuestra vida por caminos que quizás no conocemos bien. Personas humildes que nos han abierto la puerta de la fe: nuestros padres... otras personas. Dios no ha buscado nuestros bienes sino nos ha buscado a nosotros... ¿Hemos respondido con soberbia o con humildad, con vanidad o con entrega confiada a lo que él nos propone? ¿Nos hemos hecho adoradores de nuestro Dios, buscándolo donde está, sobre todo en nosotros mismos, en nuestro propio corazón? Se nos confía abrir el camino de la fe a otros, con humildad, sin oscurecer la gracia de Dios, sin
interponernos entre Dios y los hermanos. ¿Hemos acompañado a los que en los planes de Dios hemos conducido a él, o lo hemos abandonado, no los volvimos a encontrar?
El don ni se compra ni se merece Toda la historia del pagano Naamán es una filigrana sobre la pedagogía de Dios para con los hombres: la obediencia de la fe, la mediación del profeta, la aceptación de los medios que Dios propone aunque, humanamente, sea poca cosa... El texto de hoy, no obstante, destaca la conclusión de la historia: el reconocimiento del Señor como único Dios por parte de un pagano. Podríamos hablar de la «conversión» de Naamán, de modo semejante a como, en el Nuevo Testamento, hablamos de la conversión de la casa Cornelio... El profeta aparece totalmente desinteresado, ya que Dios no está vinculado a los poderes de los hombres. El profeta no busca lucirse, ni aparecer: no busca protagonismo. Todos esos detalles que sub raya el texto destacan una lección de gratuidad que debe ser aprendida por Naamán; ponerse en manos del enemigo, aceptar la sugerencia de la esclava; y el profeta no acepta ser retribuido: «¡Por la vida del Señor, a quien sirvo! No aceptaré nada» (2Re. 5, 16). Dios no acepta ser pagado, hay que habituarse a recibirlo.
El protagonismo de Dios Eliseo: hace valer la presencia de Dios en Israel. El profeta es su voz y su testigo. Lo que el rey de Israel no descubría se lo descubre Eliseo, que sí hay presencia de Dios en Israel: “Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey de Israel se había rasgado las vestiduras, y le envió este recado: –¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y verá que hay un profeta en Israel” (2Re. 5, 8). No sale a recibir al poderoso Naamán: “Eliseo mandó a uno a decirle: –Ve a bañarte siete veces en el Jordán, y tu carne quedará limpia. Naamán se enojó y decidió irse, comentando: –Yo me imaginaba que saldría en persona a verme y que, puesto de pie, invocaría al Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me libraría de mi enfermedad.” (2Re.5, 10.11). ¿Desaire? ¿Muestra de poderío? No. Si Eliseo hubiera salido a recibirlo y hubiera hecho la curación, Naamán habría creído que Eliseo y no Dios lo había curado. Para Eliseo el importante es Dios y no su profeta: no quiere opacar a Dios, quiere que el hombre descubra no al hombre, el profeta, sino al Señor. Gran lección de pastoral para todos los tiempos. Envía a su siervo con el recado a Naamán. Naamán obedece a sus siervos; depone su orgullo. Encuentra el camino de Dios
cuando se hace humilde. Baja, se lava según la indicación, sana y regresa: qué distinto este Naamán del primero (cfr. 2Re. 5, 13-15). Esta vez Eliseo puede salir; no hay peligro de opacar la obra de Dios; ya el milagro está hecho. No se desfigura lo acontecido (cfr. 2Re. 5, 15). Naamán no sólo encuentra la curación de la lepra sino la fe en el
Dios verdadero: a partir de ahora es el creyente Naamán (cfr. 2Re. 5, 1718).
La obediencia que salva El Evangelio nos narra un episodio de una obediencia que es camino de salvación. Jesús, que va, obediente, camino de Jerusalén hacia su sacrificio, se encuentra con diez leprosos. Habitan en las afueras, en descampado, como pedía la ley. Nueve eran judíos y uno samaritano. La miseria los hermana y los hace vencer rivalidades. A gritos dejan escuchar su angustia. Jesús les dice una palabra que nos puede parecer misteriosa y no al caso. Vayan a presentarse a los sacerdotes. Para quienes conocían la ley (Lv. 13, 2-3) esa palabra era llena de esperanza. Tocaba al sacerdote comprobar la curación y reintegrar al leproso a la familia, al templo y a la sociedad. Esa tenue esperanza los hizo caminar hacia el templo en Jerusalén. De seguro en el camino surgieron vacilaciones, preguntas: ¿Será? ¿Nos será? Y ya en el largo camino comprobaron ellos mismos su sanación. El samaritano ya no tenía que ir al templo pues era extranjero, pero volvió a Jesús, el verdadero templo, aquel que podía mejor que nadie reintegrarlo a la sociedad. El texto nos dice que la obediencia nace en Dios como una Palabra que debe ser escuchada y va llena de poder a producir bendición. Y la obediencia termina en Dios en forma de agradecimiento y alabanza. Fue lo que hizo el samaritano; fue lo que Jesús reprochó a los judíos, lo que Jesús alabó en el extranjero que sintió que Dios, y únicamente él, había pasado por su vida. La obediencia no es palabra siempre grata. Incluso cuando nos referimos a Dios la cargamos quizás de condiciones. Tal vez no hemos entendido bien la riqueza de relación salvadora que ella entraña. Dios nos ha convocado a realizar con Él un proyecto grande: la salvación del hombre que incluye su bienestar y realización en este mundo y la culminación en la entrada definitiva en el interior de Dios al momento de morir. La obediencia consiste en escuchar la Palabra que Dios nos dirige para indicarnos nuestro papel en ese plan. No pretendamos escucharla directamente de él. En ocasiones creemos escuchar palabras de Dios que son sólo imaginación nuestra o de otros. Esa Palabra la encontramos en la Biblia, la encontramos en la Iglesia, la encontramos en la voz de los humildes, abiertos por ser humildes, a la Voluntad de Dios. La que abrió el camino de la salud a Naamán fue una niña traída cautiva lejos de su tierra.
Valor de la gratitud El leproso samaritano se volvio y «daba gracias»... Es formidable este verbo, en todos los idiomas, pero en particular en griego, porque encierra el significado de eucaristía. Sí, es así: el leproso «¡hace eucaristía!» (eucaristwn = eujaristón, dice el texto griego). Se siente a la mesa de la misericordia, allí donde Jesús se ha dejado herir y llagar antes que él, allí donde se ha convertido en el excluido, en el maldito, en aquel echado fuera del campamento, para acoger a todos nosotros en su corazón. Recibe el pan y el vino del amor gratuito, de la salvación, del perdón, de la vida nueva; y por fin puede entrar de nuevo en el templo y participar en la liturgia, en el culto. Por fin puede rezar, acercándose a Dios con total confianza. Ya no tiene las vestiduras rotas, sino que lleva el traje de fiesta, la túnica nupcial; lleva sandalias y al anillo al dedo. Ya no tiene que cubrirse la boca, sino que puede cantar y
alabar a Dios, puede sonreír abiertamente; puede acercarse a Jesús y besarle, como un amigo hace con el amigo. La fiesta es completa, el gozo es desbordante. La acción de Dios suscita la gratitud de un pagano que recibe sus beneficios. La conciencia de ser favorecido por el don hace surgir la acción de gracias; pero, si no hay esa conciencia, no brota e agradecimiento (cfr. El Evangelio de este Domingo). Toda la historia del pagano Naamán es una filigrana sobre la pedagogía de Dios para con los hombres: la obediencia de la fe, la mediación del profeta, la aceptación de los medios que Dios propone aunque, humanamente, sea poca cosa... El texto de hoy, no obstante, destaca la conclusión de la historia: el reconocimiento del Señor como único Dios por parte de un pagano. Podríamos hablar de la «conversión» de Naamán, de modo semejante a como, en el Nuevo Testamento, hablamos de la conversión de la casa Cornelio...
La lepra del pecado La lepra, que en la Biblia simboliza al pecado, sitúa al milagro en la obra de salvación, por encima de una simple curación, porque saca al hombre del pecado. Jesús sanó muchos leprosos. Los Evangelios relatan varios de estos milagros; impresionaron particularmente a los evangelistas. ¿Por qué? Jesús vino a liberar al hombre del pecado y del mal moral, que corrompen su alma y su dignidad. Por lo tanto sanar leprosos no era sólo un acto de misericordia y de liberación temporal. Era también un signo y un símbolo del poder de Jesús para sanar el alma humana. Así como Jesús reintegró cuerpos corrompidos, puede igualmente reintegrar nuestras almas. Por otra parte, sanar leprosos tenía también un significado social. Los leprosos en los tiempos de Jesús eran los más pobres de los pobres, los sin clase. Por medio de estos milagros Jesús revela su predilección por los más pobres, y su misericordia. También revela la naturaleza integral de su salvación: no sólo almas, sino personas íntegras. Más aún, al reintegrar a los leprosos a su medio, Jesús revela su preocupación por una sociedad más justa y fraterna.
4. ORACIÓN: ¿Qué LE DECIMOS NOSOTROS a Dios? Alabemos, adoremos, demos gracias, pidamos perdón, hagamos entrega de nuestra vida al Señor para ponernos a su servicio. Oración humilde, de leproso, de necesitado. Que esta humildad nos haga encontrar el camino que lleva a Dios, deponiendo nuestras soberbias.
Padre, te oramos desde nuestra condición de bautizados. Tú has llegado a nuestra vida por caminos que quizás no conocemos bien: personas humildes que nos han abierto la puerta de la fe:
nuestros padres... otras personas. No has buscado nuestros bienes, sino que nos has buscado a nosotros... Te pedimos perdón porque tantas veces hemos respondido con soberbia, con vanidad a lo que él nos propone. Te damos gracias, Padre, porque eres la salud deseada, el amor al que aspiramos, la verdad que ansiamos. Nos desconcierta la lepra de este mundo, la que vemos en ambientes y estructuras, la que descubrimos en nosotros mismos. Al reconocer, como el sirio Nahamán, que Tú purificas toda carne humana, te reconocemos como Señor, como único Dios en medio de tantos ídolos. Te damos gracias porque, por tu amor misericordioso gratuito, nos has hecho adoradores tuyos, Dios nuestro. Permítenos buscarte donde estás, sobre todo en nosotros mismos, en nuestro propio corazón. Que podamos abrir el camino de la fe a otros, con humildad, sin oscurecer tu gracia, sin interponernos entre Tí y los hermanos.. Y que sepamos reconocer tus dones gratuitos y ser agradecidos.. Amén. 5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿Qué NOS PIDE HACER la Palabra? Hablar de Dios a los demás: el Señor te ama y te puede salvar. Tengamos en miras personas concretas que quizás esperan de nosotros una palabra que les abra el camino del encuentro con Dios. Para nuestra vida hoy, la Palabra nos ha dejado grandes lecciones: a) Universalismo de la salvación: hay salvación para los extranjeros y Dios es el Dios también de ellos: los busca y ellos lo encuentran por caminos que Dios ofrece.
b) Papel de los humildes en el plan de Dios: la niña, Eliseo, los siervos revelan el camino de Dios y no tapan su acción. Papel de ellos en el mundo, en la Iglesia: debemos escucharlos. c) Bautismo: a través del agua, que Dios santifica, llega el don de Dios: fe y salvación. Hemos de apropiarnos el signo que Dios ofrece: El nos envía a las aguas purificadoras y fecundas. En el silencio de la vida y con agradecimiento abramos nuestro corazón al Señor y sintamos su acción que nos purifica, nos hace hijos suyos, nos abre las puertas de su Iglesia... Estemos disponibles para llevar su acción salvadora a los demás, si él quiere confiarnos esa misión. Nuestro compromiso será hablar de Dios a los demás: el Señor te ama y te puede salvar. Tengamos en miras personas concretas que quizás esperan de nosotros una palabra que les abra el camino del encuentro con Dios.
Relación con la Eucaristía Celebramos la acción de gracias, eso quiere decir «Eucaristía». Aquí tomamos conciencia de lo que le debemos a Dios y de cómo nos ha sanado a cada uno del pecado. Nuestra acción de gratitud comienza en la Eucaristía y se prolonga en la vida.
Algunas preguntas para pensar durante la semana: 1. ¿Me preocupo especialmente por los más pobres y despreciados de mi medio? 2. ¿Cómo experimento que mi corazón aún necesita ser sanado? 3. ¿Vivimos en la gratitud y en el reconocimiento? -¿Con Dios y con los demás? 4. ¿Nos gusta más recibir que dar? 5. ¿Causas de la ingratitud? 6. ¿Si hemos hecho la «opción por los pobres»? 7. ¿Vivimos experiencia de obediencia o de sometimiento?
Carlos Pabón Cárdenas, CJM. Libro virtual:
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