El Reino también crece por la oración Ambientación: La Palabra de este Domingo nos invita a sentir necesidad de orar constantemente y con confianza para encontrar seguridad en Dios. Este Domingo precede a la «Jornada mundial por las Misiones» (próximo Domingo). El tema de la oración como fuerza y signo en la lucha es muy adecuado para motivar la participación en esta plegaria misionera. La liturgia de hoy nos invita a tomar conciencia de la necesidad de una oración consciente y perseverante en nuestra vida, de buscar el porqué de esa necesidad, de cómo debe ser nuestra oración. La verdadera vida cristiana se vive entre dos: Dios con nosotros, nosotros con Él. Claro que nuestra solidaridad de pueblo de Dios hace que en Él encontremos a todos nuestros hermanos, y que Él quiera encontrarnos en estrecha unión con ellos. Esto implica que necesariamente se dé entre Dios y nosotros un diálogo, una comunidad de búsquedas, un mutuo e intenso amor. Lo vivimos con mayor frecuencia de lo que somos conscientes. El nombre de Dios aflora muchas veces, casi espontáneamente, en nuestros labios. Tendemos hacia Él las manos y la mirada, lo invocamos incluso cuando nos sentimos lejanos de Él. Y Dios es un amor que nos sigue en todos nuestros momentos y en todos nuestros caminos. En todas esas expresiones hay oración.
1. PREPARACION: INVOCACIÓN al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Santo, para ayudarnos a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Jesús la ha leído a los discípulos en el camino de Emaús. Crea en nosotros el silencio para que podamos escuchar la voz del Padre en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Que nosotros, como los discípulos de Emaús,
podamos experimentar la fuerza de la resurrección de Jesucristo y testimoniar a los otros que Él está vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Amén. 2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Ex. 17,8-13: «Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel» Esta lectura es sobre el poder de la oración constante y confiada. Mientras Moisés reza, Dios se compromete a ayudar y proteger a su pueblo. Israel ataca a Amalec que le impide penetrar en la Tierra prometida. La batalla no nos es descrita, ya que el autor tiene otro fin: mostrar al Señor dando la victoria a su pueblo, porque Moisés tiene la mano en alto hacia el cielo. La primera lectura no es simplemente la narración de una batalla entre dos pueblos que se disputan un territorio sino como lo que es en profundidad en el plan de Dios. Israel, como pueblo, lleva en sí el designio de Dios sobre la salvación del hombre: bienestar, libertad, esperanza. Amalec son las fuerzas opositoras a ese designio. No es por tanto solo una lucha entre dos pueblos. Dios está comprometido como el Dios salvador. Moisés así lo percibe cuando quiere orar ininterrumpidamente a Dios a favor del pueblo. Sabe que Dios hace parte integral de esa experiencia histórica. Pero la fatiga propia de la condición humana lo rinde. Es preciso apelar a un recurso sencillo, el que Aarón y Hur ponen en práctica. La enseñanza para nosotros es clara. Debemos pensar que en nuestras luchas entre bien y mal, entre Dios y sus designios sobre el hombre, y el hombre en contra de esos designios, en una palabra entre el amor de Dios comprometido y el pecado, no se trata de una lucha meramente humana que no debe ser llevada con esfuerzos meramente humanos. Dios está presente y comprometido en todas nuestras luchas, en las luchas de la humanidad por lo que Dios quiere de ella. Esa presencia de Dios es constante. Dios no es solo un Dios para ciertos momentos angustiosos.
Sal. 121(120): «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» Con el salmista oramos diciendo: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra» ¿Quién es la fuerza de los que anuncian la paz? ¡El Señor que ha hecho el cielo y la tierra! La honda seguridad que respira el salmo 120, ¿no es la que permite a tantos hombres y mujeres cristianos entregar sus vidas a la obra del Evangelio?
2Tm. 3,14 - 4,2: «El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena» Pablo le ha recordado a Timoteo las maravillas pasadas de la evangelización y las dificultades presentes, para luego enfocar el futuro y sus peligros: las herejías, la corrupción de la doctrina, apostasías y persecuciones, combate entre el bien y el mal. Le aconseja que huya de herejes y que imite su doctrina y ejemplo, instruyéndose en la Escritura y hablando a tiempo y destiempo. Pablo aconseja instruirse en la Palabra y proclamarla. Es el texto más explícito sobre el alcance y valor de las Escrituras. Pablo se ha formado a la manera judía en «las Santas Letras» que proporcionan no sólo el conocimiento, sino la sabiduría de la fe, de aquí que en la educación de la fe deba apoyarse en ellas, ya que están inspiradas por el Espíritu Santo. San Pablo subraya la importancia de la Biblia. La Biblia es la referencia fundamental para cambiar nuestra vida y la de los demás. La Biblia es la fuente de la predicación cristiana. La Iglesia está comprometida a predicar la Biblia, toda ella y en todas partes. La Biblia está arraigada en la Iglesia, y la Iglesia es servidora de la revelación bíblica. La disponibilidad ante la llamada de Dios, la aplicación al estudio de las Escrituras, la decisión y valentía en la proclamación del evangelio, son algunas de las características que configuran la imagen del misionero. Una imagen que no es nueva; la exhortación de Pablo a Timoteo nos atestigua su antigüedad.
Lucas 18, 1-8: «¿No hará Dios justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche?» EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS R/. Gloria a tI, Señor. 1
Les propuso una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer: 2 «Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. 3 Había en aquella misma ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: `¡Hazme justicia contra mi adversario!' 4 Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, 5 como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que deje de una vez de importunarme"».
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Dijo, pues, el Señor: «Oigan lo que dice el juez injusto; 7 pues, ¿no
hará Dios justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche? ¿Les hará esperar? 8
Les digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús. RE-LEAMOS la Palabra para interiorizarla: A- Ubicación en el ciclo C
B- Contexto: Viaje a Jeruslén: tercera etapa Lc. 9,51- 17,4-34. (18,1-8). 9 - 19,27 Seguimos con el viaje de Jesús hacia Jerusalén (Lc . 9,51 - 19,27). Continuamos el breve ciclo de cuatro semanas en las que la lectura evangélica de Lucas describe la última etapa del camino hacia Jerusalén.
El contexto literario inmediato nos presenta dos parábolas sobre la oración: orar con insistencia y perseverancia (la viuda y el juez) (Lc 18, 1-8); orar con humildad y realismo (el fariseo y el publicano: Lc 18, 9-14). Esta segunda parábola se proclamará el próximo Domingo 30º).). A pesar de su diferencia, estas dos parábolas tienen algo en común. Nos enseña que Jesús tenía un modo diverso de ver las cosas de la vida. Jesús descubría una revelación de Dios allí donde todo el mundo descubría algo negativo.
C- Organziación de la perícopa: v.1: vv. 2-3: vv. 4-5: vv. 6-8a: v. 8,8b:
Objetivo de la parábola El contraste entre el Juez y la Viuda El cambio del juez y el por qué de tal cambio Jesús aplica la Parábola Una frase final para hacer tomar conciencia
D- Comentario: v. 1: Objetivo de la parábola Si en la primera lectura Moisés nos daba una gran lección de perseverancia en la oración, en el Evangelio de hoy Jesús lo reitera con fuerza: es preciso ser perseverantes. Pero con una perseverancia confiada y filial: dejando nuestras preocupaciones y agobios en manos de Dios. El Antiguo Testamento está todavía marcado por un pueblo, una historia nacional, un horizonte terreno, guerras demasiado humanas. El progreso de la revelación va a llevarnos a un campo más claro y definitivo. En ese campo nos sitúa el evangelio de san Lucas que se nos ha proclamado.
Lucas comienza esta parábola con la frase: «sobre la necesidad de orar siempre, sin cansarse». En otros pasajes insiste del mismo modo sobre la perseverancia en la oración y sobre la necesidad de creer que Dios escucha nuestra oración y responde a nuestras peticiones. La fe en Dios que responde a nuestras peticiones es el hilo rojo que atraviesa toda la Biblia, donde, desde el Éxodo se repite incesantemente que «Dios escucha el clamor de su pueblo» (Éx 2,24; 3,7). Jesús tiene claro que su discípulo tiene que orar siempre y sin desanimarse. Recurre como lo hace casi siempre a una comparación. Es propio de su maravillosa pedagogía.
La recomendación «orar sin desfallecer» aparece muchas veces en el Nuevo Testamento (1Tes. 5,17; Ro. 12,12; Ef. 6,8; etc.). Era una de las características de la espiritualidad de las primeras comunidades cristianas. Y también uno de los puntos en los que Lucas insiste mayormente, tanto en el Evangelio como en las Actas. Si os interesa descubrir esta dimensión en los escritos de Lucas, haced un ejercicio: leed el
Evangelio y las Actas y anotad los versículos en los que Jesús u otras personas están orando. ¡Os sorprenderíais!
vv. 2-3: Contraste entre el juez y la viuda Acude a un caso de diaria ocurrencia. Por una parte una mujer viuda (v. 3), desprotegida, necesitada de que se le haga justicia frente a un adversario que seguramente se vale de su indefensión para hacerle daño. Por otra parte un juez que ni temía a Dios ni le importaban los hombres (v. 2). En el salmo 82, 6 Dios se presenta como Dios de los jueces: Yo declaro, dice el Señor, aunque sean dioses e hijos del Altísimo morirán como cualquier hombre. La justicia que ejercen no es humana sino divina. En Dios, único juez natural del hombre, tiene su fuente. El la delega en personas, tantas veces infieles a su misión. Pero el juez también es responsable ante la sociedad. Ella lo puede juzgar.
Jesús quiere aclarar para aquéllos que lo escuchan, cómo se comporta Dios ante nuestras oraciones. Para esto, hablando del juez, piensa en Dios Padre que es el término de la comparación que está haciendo. Si no fuese Jesús, nosotros no tendríamos el valor de comparar a Dios con un juez “ que no teme a Dios, y que no le importa nadie”. Esta audaz comparación, hecha por el mismo Jesús, refuerza por un lado la importancia de la perseverancia en la oración y, por otro, la certeza de ser escuchado por Dios Padre. v. 2: El juez nicuo Jesús nos muestra dos personajes de la vida real: un juez sin consideración a Dios ni al prójimo, y una viuda que no desiste en luchar por sus derechos ante el juez. El simple hecho de que Jesús nos muestre estos dos personajes revela que conoce la sociedad de su tiempo. La parábola no sólo presenta a la pobre gente que lucha ante los tribunales para ver reconocido sus derechos, sino deja también entrever el contraste violento entre los grupos sociales. Por un lado, un juez insensible, sin religión. Por otro, la viuda que sabe a qué puerta llamar para obtener lo que le es debido.
v. 3: La viuda pobre En la conducta de la viuda ante el juez aparece la condición de los pobres en la sociedad del tiempo de Jesús. Viudas y huérfanos no tenían quién los defendiese y sus derechos no eran respetados. El hecho de que Jesús compare nuestro comportamiento con el de una viuda pobre, sin defensa, que pretende hacer valer sus derechos ante un juez sin conciencia y sin sensibilidad humana, muestra la simpatía de Jesús por las personas pobres que luchan con insistencia por hacer valer sus derechos.
vv. 4-5: El cambio del juez y el por qué de tal cambio Ese juez inicuo hace justicia sin embargo no por lo que es, con ese carácter divino de su ministerio, sino por interés personal, por garantizar su tranquilidad y seguridad. La mujer, desde su debilidad, vence por su perseverancia de todas las horas.
Por mucho tiempo, pidiendo la misma cosa cada día, la viuda no obtiene nada del juez inicuo. Finalmente el juez, a pesar de que “no temía Dios ni respetaba a ninguno”, decide atender a la viuda y hacerle justicia. El motivo es: liberarse de las continuas molestias. Motivo para su interés. ¡ Pero la viuda obtiene lo que quería! Es esto un hecho de la vida de cada día, del que Jesús se sirve para enseñarnos a orar.
El juez acaba por ceder ante la insistencia de la viuda. Hace justicia no por amor a la justicia, sino para poder liberarse de la viuda que no se cansa de importunarlo.
vv. 6-8a: Jesús aplica la Parábola Por contraposición surge la figura de Dios, juez primero de todos. Su oficio es hacer justicia a sus elegidos que le gritan día y noche: Les hará justicia sin tardar. Su obra no es solo impartir justicia en el mundo sin miramientos ni preferencias. La justicia que él ejerce es ante todo su acción salvadora. Mantiene en los abatidos una sólida esperanza. El mundo que Dios quiere no es el de la injusticia.
Jesús aplica la parábola: “Oíd lo que dice el juez injusto; pues ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche? ¿Les hará esperar?” Y añade que Dios hará justicia en breve. Si no fuese Jesús el que nos habla, no tendríamos el valor de comparar a Dios con un juez en la forma de comportarse moralmente. Lo que importa en la comparación es la conducta de la viuda que gracia a su insistencia, obtiene lo que quiere. Jesús saca la conclusión: si un juez ateo y deshonesto presta atención a una viuda, que insiste en su demanda, cuánto más Dios Padre oirá a aquellos que le suplican noche y día aunque Él se haga esperar. Este es el punto central de la parábola, confirmado por la pregunta final de Jesús: Pero el Hijo del Hombre, cuando venga, ¿encontrará fe sobre la tierra? O sea, ¿nuestra fe será tan persistente como la de aquella viuda, que soporta sin cansarse, hasta obtener la respuesta de Dios? Porque como dice el Eclesiástico: “¡Es duro soportar la espera de Dios!”
v. 8b: Una frase final para hacer tomar conciencia En esa visión amplia, que va más allá de las simples relaciones equitativas entre los hombres, podemos entender la última frase que nos puede causar desconcierto por su sabor apocalíptico: «¿Pero cuando venga el Hijo del hombre encontrará esta fe en la tierra?». ¿La Palabra de Dios habrá finalmente penetrado en el corazón del hombre para mantener un orden de paz plena o habrá triunfado, en medio de la lucha salvadora, el corazón duro del hombre? En el corazón de cada hombre y de cada cristiano se enfrentan la misericordia y la falta de entrañas compasivas. Dios está y estará siempre de parte del perseguido y del desprotegido.
3. MEDITACIÓN: ¿Qué NOS DICE el texto? Oración sin descanso La Palabra nos habla de la necesaria presencia de Dios en la vida del hombre. La oración sin descanso que quiere el evangelio ha sido una de las preocupaciones de muchos místicos. Por una parte es una exigencia del evangelio y por otra parece muy ajena a la realidad del hombre sumergido en mil distracciones y ocupaciones. La victoria del hombre sobre el mal se debe a esa oración incansable como la de Moisés. La insistencia ante Dios en medio de la angustia humana debe tener la medida de la súplica incesante de la viuda. La oración en el cristiano no debe tener vacíos ni intermitencias. ¿Cómo lograrlo? Ir más allá de las simples fórmulas. La oración crece, madura, se simplifica se perfecciona con el caminar del ejercicio de la vida cristiana. Tiene que llegar a ser una mirada incansable hacia el misterio de Dios como en la contemplación mística. Pero en el diario vivir el pensamiento amoroso de Dios nos debe ser frecuente y familiar. Que no venga solo por causa de situaciones angustiosas. Que nazca del reposo y la serenidad de un corazón que adora, alaba, bendice, da gracias. Que no sea solamente una experiencia individual sino que tenga también la dimensión de nuestra vida social. Todas las angustias y luchas de los hombres nos deben ser propias y deben despertar en nosotros una amplitud solidaria que tenga las dimensiones de la humanidad. Amén.
Los caminos de Dios El Evangelio nos afirma que cuando oramos, cuando pedimos algo en la oración, estamos pidiendo, de una u otra manera, la venida del Reino de Dios a la humanidad. Como en el «Padre Nuestro». Si nuestra oración es persistente y valiente, sabemos que de alguna manera el Reino ha progresado. El problema está en que no somos capaces de verificar el progreso del Reino —las cosas no parecen mejorar— y estamos tentados de dejar la oración. Pero debemos recordar que Dios tiene sus propios caminos para mejorar las cosas, que no coinciden con nuestros caminos de vista corta. Debemos recordar que no sabemos realmente qué es «mejorar» en un caso dado; a veces rezamos por cosas que no son para mejor; a menudo no sabemos qué acontecimientos son para mejor o para peor. Y debemos también recordar que el Reino de Dios comienza en nuestros corazones, y que no podemos verificar el trabajo de Dios en los corazones humanos. La insistencia de la oración cristiana no está motivada, ciertamente, por la falta de atención de Dios para con sus hijos. Se funda, más bien, en la seguridad de que la última palabra, en todas las cosas, corresponde a Dios: "Dios hará justicia". Dios escucha a sus elegidos. Por eso el motivo de la insistencia es el de expresar, por parte de los que suplican, su íntima confianza en la intervención divina. Las enseñanzas de Jesús sobre la oración han de interpretarse en un plano escatológico. Por eso el «sin cansarse nunca» es característica de
la espera constante y perseverante exigida por el día de Yahvé y la fórmula «hacer justicia», se relaciona con el día del juicio cuando los afligidos recibirán al final la salvación. La parábola recuerda la necesidad de orar sin desaliento, aunque parezca que el Señor tarda en hacerse oír. Si un juez inicuo termina por hacer justicia. Dios con mayor
razón hará justicia a sus elegidos, dentro del plazo que El tenga fijado El Jesús que ora en el Evangelio Los evangelios nos presentan una imagen de Jesús que ora, que vive en contacto permanente con el Padre. La aspiración de vida de Jesús es hacer la voluntad del Padre (Jn 5,19). Lucas es el evangelista que nos dice más cosas sobre la vida de oración de Jesús. Nos presenta a Jesús en constante oración. Jesús oraba mucho e insistía, para que la gente y sus discípulos hiciesen lo mismo. Y es en el confrontarse con Dios donde aparece la verdad y la persona se encuentra consigo misma en toda su realidad y humildad. He aquí algunos momentos en el Evangelio de Lucas en los que aparece Jesús orando:
Las Comunidades orantes en los Hechos de los Apóstoles Como sucede en el Evangelio, también en las Actas, Lucas habla a menudo de la oración. Los primeros cristianos son los que continúan la oración de Jesús. A continuación, un elenco de textos que de un modo u otro, hablan de oración. Si observáis con mucha atención, descubriréis también algunos más: Este elenco indica dos cosas muy significativas. Por una parte que los primeros cristianos conservan la liturgia tradicional del pueblo. Como Jesús, rezan en casa, en familia, en la comunidad, en la sinagoga y junto a la gente en el templo. Por otro lado, más allá de la liturgia tradicional, surge en ellos un nuevo modo de rezar con un nuevo contenido. La raíz de esta nueva oración nace de la nueva experiencia de Dios en Jesús y de la conciencia clara y profunda de la presencia de Dios en medio de la comunidad:”¡En Él vivimos, nos movemos y existimos!” (Act 17,28)
Meditemos con el Papa Francisco Jesús exhorta a rezar «sin desfallecer». Todos experimentamos momentos de cansancio y de desaliento, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez deshonesto, Dios escucha con prontitud a sus hijos, si bien esto no significa que lo haga en los tiempos y en las formas que nosotros quisiéramos. La oración no es una varita mágica. Ella ayuda a conservar la fe en Dios, a encomendarnos a Él incluso cuando no comprendemos la voluntad. En esto, Jesús mismo —¡que oraba mucho!— es un ejemplo para nosotros. ... En Getsemaní. Asaltado por la angustia inminente, Jesús ora al Padre que lo libre del cáliz amargo de la Pasión, pero su oración está invadida por la confianza en el Padre y se entrega sin reservas a su voluntad: «Pero —dice Jesús— no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26, 39). El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo
que importa ante todo es la relación con el Padre. He aquí lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, sea cual fuera, porque quien reza aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso. La parábola termina con una pregunta: «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (v. 8). Y con esta pregunta nos alerta a todos: no debemos renunciar a la oración incluso si no se obtiene respuesta. La oración conserva la fe, sin la oración la fe vacila. Pidamos al Señor una fe que se convierta en oración incesante, perseverante, como la da la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su venida. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre viene al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso». (Papa Francisco: Audienc ia general, Miércoles 25 de mayo de 2016)
4. ORACIÓN: ¿Qué LE DECIMOS NOSOTROS a Dios? Padre, el auxilio nos viene de tu mano, cuando levantamos el corazón a Tí. Tú eres el guardián de tu Pueblo, el que hace justicia a todo ser humano, cuando te invoca con confianza. Tú sabes lo que necesitamos antes de que nadie te lo pida; y, sin embargo, has querido que te invoquemos para que, reconociendo nuestra necesidad de Ti, permanezcamos en ese diálogo amoroso, que es gracia y fuerza en el quehacer de cada día. Dios nuestro, Tú no resistes nuestras llamadas, cuando sabemos invocarte con constancia, cuando seguimos en el campo de batalla de la vida, mientras levantamos los brazos a Tí. Amén. 5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿Qué NOS PIDE HACER la Palabra? La oración es hablar con Dios para compartir con El nuestras alegrías y tristezas; para suplicarle en nuestras preocupaciones y darle gracias en nuestras satisfacciones. Y, sobre todo, para decirle que El tiene un lugar preferente en nuestra vida diaria .
La plegaria permanente de la Iglesia, especialmente a partir de los(as) contemplativos(as) y de la «alabanza perenne» (laus perennis) de los monjes, es el «signo elevado» (cfr. primera lectura) de la fe de la Iglesia. Los cristianos tenemos que aprender a valorar esta realidad y animarnos, a partie de ella, para la lucha de la vida. La Iglesia, nosotros, estamos continuamente en comunión explícita de fe con Dios mediante estos miembros de nuestro cuerpo eclesial que «oran siempre sin desanimarse». Valoremos y agradezcamos el don de la Vida Contemplativa en la iglesia. Santa Teresa de Jesús decía: «La oración es un trato de amistad: hablar con quien sabemos que nos ama»
Relación con la Eucaristía La Eucaristía es la mediación de Jesús por todos nosotros. Al celebrarla y participar en ella entramos en esta dimensión de la oración. La Eucaristía es plegaria, en el más pleno sentido de la palabra, es acción de gracias por excelencia, es presencia singular y única: es decir, es oración plena.
Algunas preguntas para pensar durante la semana: 1. ¿Me desanimo a menudo con la oración? ¿Por qué? 2. ¿Dejo en manos de Dios los problemas del futuro? 3. ¿Por qué actualmente orzamos menos que antes? 4. ¿Conocemos algún método nuevo de oración? 5. ¿Sólo rezamos para pedir? 6. ¿Qué aportan a la Iglesia las Ordenes contemplativas? ¿Qué nos dicen a nosotros? ¿Qué vigencia e influencia tiene en este mundo de la técnica?
Carlos Pabón Cárdenas, CJM.
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