Domngo 3º de adviento a

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El Reino de la vida y liberación plenas

AMBIENTACION El tiempo de adviento infunde en nuestra fe cristiana la expectativa de alguien que viene y en quien hemos puesto nuestra esperanza. ¿Qué aguardamos de él? ¿Qué nos trae de parte del Dios de nuestra fe? ¿Tenemos real necesidad de él? Nos movemos en la vida entre dos fuerzas que nos habitan. Por una parte el deseo de vernos liberados de tantos males que nos aquejan y cuya presencia en nuestra vida y en la vida del mundo no podemos negar, y por otra el deseo de encontrar solución para todas esas limitaciones que nos impiden realizarnos y ser de veras felices. Dios mismo nos ha dado esa doble experiencia. Nos ha hecho limitados como todo lo que habita en el mundo. No podemos alcanzar la perfección de lo divino. El tiempo es una esperanza pero también una amenaza. Cada día sentimos que se acorta la vida. Somos frágiles y los bienes en que confiamos se nos escapan de las manos. Y por otra soñamos con una fuerza que nos haga superar todo aquello que nos causa dolor y angustia. Encontramos luz para estas preguntas en la liturgia de la palabra que hemos escuchado. Junto con Juan Bautista y María, Isaías es una importante figura en el tiempo de Adviento. Nos sigue convocando el Espíritu santo, en el Adviento, para celebrar la Eucaristía que nos prepara para recibir al Señor que viene. A Jesús le preguntan con ansiedad: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Este Domingo nos incita a participar de esta pregunta y a disponernos para la respuesta que nos dará el Señor en la Palabra.

1. PREPARACION: INVOCACION AL ESPIRITU SANTO Ven, Espíritu Santo, a despertar el corazón de la Iglesia, para que el Pueblo de Dios, atento a la Palabra, se prepare para recibir la ven ida gozosa del Hijo de Dios. Revive en nosotros la actitud con que la Iglesia, a lo largo de su vida, bajo la guía del Magisterio, ha escuchado la Palabra que la invita a estar preparada y vigilando para recibir al Señor que viene a visitar a su Pueblo. Prepáranos para encontrar en la Palabra la paz que necesitamos para apagar los odios y las discordias y poner fin a la violencia. Amén.


2. LECTURA: ¿QUÉ DICE el texto? Is. 35, 1-6a.10: «Dios viene en persona y los salvará» Hoy leemos todavía otra profecía poética, un poema de la vuelta al paraíso, donde Isaías simboliza algunos de los efectos del Reino de Dios que añoramos en este Adviento. Es un Reino capaz de traer alegría y esperanza a aquéllos que están desanimados: «El desierto se llenará de gozo». La consigna de la alegría, característica del Adviento, se repite hoy en la 1a lectura: «el desierto y el yermo se

regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa... se alegrará con gozo y alegría... vendrá a Sión con cánticos, alegría perpetua, gozo y alegría: pena y aflicción se alejarán». Siglos atrás, Isaías había entrevisto ya ese mundo nuevo que Dios ofrece y lo había anunciado como una realidad por venir. Poeta como pocos, recurre al lenguaje de las imágenes: El desierto que florece, el páramo y la estepa que se alegran… Contrastes que sólo Dios puede ofrecer. De una parte las durezas y privaciones de la vida y de otra, la abundancia y la felicidad. Las manos débiles son fortalecidas, las rodillas vacilantes robustecidas, los corazones cobardes llenos de entusiasmo. Todo porque Dios viene en persona. El trae el desquite y repara lo que ha sido dañado. Traerá la salvación. Surgirá un mundo nuevo, sin ciegos ni sordos, sin lisiados ni mudos. Nos preguntamos dónde está ese mundo. A medida que se hace la experiencia de Dios ese mundo va surgiendo. Seguirá habiendo ciegos y sordos pero podrán encontrar luz y audiencia en la experiencia de Dios. El nos ofrece un mundo que empieza a abrirse ahora pero que tendrá un día su plena realización. Jesús que viene, que tiene la experiencia de Dios por su ser de Hijo de Dios, comienza a hacernos entrar en ese mundo y con mano segura nos lleva definitivamente en él. La salvación que el profeta anuncia se realiza por aquella armonía y perfección que era propia de la imagen del paraíso. Imágenes de renovación (curaciones y florecimiento del desierto) para describir la acción salvadora de Dios. Hay una contraposición intencionada entre las calamidades del desierto y la presencia del Señor-fuerte que lo transforma todo por su intervención salvífica. El sentido cristológico resulta claro a la luz del evangelio y del salmo 145, al subrayar la presencia del Señor salvando a los pobres (débiles, ciegos, sordos, cojos, mudos). Es un Reino que da fuerza a los débiles y valor a los que sufren miedo. Es un Reino que libera de servidumbres: «Los ciegos verán, los sordos oirán, los mudos cantarán». Es un Reino que viene en una persona, que es Jesucristo mismo: «Miren a su Dios, que viene en persona».


Sal. 146(145):«El Señor mantiene u fidelidad perpetuamente» El salmo dirige a Dios una súplica muy confiada, porque «el

Señor mantiene

su fidelidad»

y está siempre dispuesto a hacer justicia a los oprimidos, curar a los ciegos y sustentar al huérfano y a la viuda. El salmista acentúa la «opción preferencial» de Dios por los pobres.

St. 5, 7-10: «Manténganse firmes, porque la venida del Señor está cerca» Santiago invita a sus lectores a tener paciencia ante la venida del Señor, que los de aquella generación esperaban tal vez como algo inminente, y a ser constantes en su vida de fe, sin cansarse de ser buenos. Les pone la comparación con el labrador, que también sabe tener paciencia para que el campo dé sus frutos a su tiempo. Es verdad que siempre se puede decir que «la venida del Señor está cerca... y el juez a la puerta», pero hay que tener paciencia. Como la tuvieron los profetas del AT, que anunciaron unos tiempos que tampoco llegaron en seguida. El tono de la carta es sapiencial por una parte, con consideraciones de tipo general, y por otra, de tipo profético, con denuncias directas y crudas. En esta lectura el apóstol Santiago nos aconseja ser pacientes, mientras esperamos la venida del Señor. Aunque su consejo llega más allá de Adviento y Navidad: esperar con paciencia es una de las cualidades de la vida cristiana. La actuación cristiana en un mundo de ricos y pobres es tarea difícil y por eso el llamado a la paciencia. La carta acaba con esa recomendación de tono cariñoso, enmarcada entre las figuras del labrador y del profeta que darán su matiz a la paciencia cristiana. Paciencia no resignada y pasiva, sino la activa espera en que viven desprendidamente los pobres, los disponibles, los sencillos, los fieles que saben esperar firmemente, aceptando siempre y nunca resignándose. ¿Qué significa esto? Significa que en su sentido último, la iniciativa de nuestro crecimiento humano y cristiano viene de Dios, no de nosotros; es un don de Dios por el cual debemos rezar y aguardar con paciencia y esperanza.

Mt. 11, 2-11: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» EVANGELIO EDE JESUCRISTO SEGÚN SAN MTEO

R/. Gloria a Ti, Señor.


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Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: 3 «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» 4 Jesús les respondió: «Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven: 5 los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; 6 ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» 7 Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? 8 ¿Qué salieron a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? Miren, los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes.9 Entonces ¿a qué salieron? ¿A ver un profeta? Sí, les digo, y más que un profeta. 10 Este es de quien está escrito: "He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará tu camino por delante de ti". 11 En verdad les digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él». Palabra del Señor. R/. Gloria a Ti, Señor Jesús. Re-leamos el texto para interiorzarlo a) Contexto: El Misterio del Reino de los cielos: Mt. 11,1 - 13,52 Nuestro pasaje está colocado al principio de una nueva sección del evangelio (Mt. 11,2 - 12, 50), Este pasaje pertenece a la «sección narrativa» de esta parte del Evangelio, cuyo centro es el «Sermón parabólico» (Mt. 13, 52). Es una serie de relatos sobre las actividades de Jesús que siguen al discurso sobre el apostolado y preceden al discurso parabólico. No se narran muchos milagros, sino que el evangelista pone el acento sobre la polémica entre Jesús y sus adversarios, en un creciendo que continuará por todo el resto del evangelio. El texto es, con mucha probabilidad, el reflejo de los primeros debates teológicos entre los cristianos y los discípulos de Juan, centrado sobre la naturaleza de la misión de Jesús.

b) Comentario:


v. 2: «Juan que estaba en la cárcel»..: Llevaba Mateo tiempo sin hablar del Bautista (la última vez fue en 4,12) y ahora dice que él está en prisión, pero sólo contará las circunstancias de su encarcelamiento más adelante (14,3-12). La carcel para Juan , como para todos, es lugar de segregación, una especie de “mundo aparte” que lo vuelve casi extraño a todo lo que constituye la vida normal y deforma la percepción de las noticias que recibe del exterior. No nos extrañe, también por este motivo, la pregunta del Bautista que, precisamente, había sido el primero en reconocer en Jesús “el más potente” (3,11) y el juez escatológico que “tiene en una mano el bieldo” (3,12). inclinándose ante Él con humildad y temblor (cfr 3,11). Nuevamente el Evangelio de hoy tiene que ver con Juan Bautista, pero también tiene que ver con las credenciales de Jesús y su credibilidad como el verdadero y definitivo Salvador. Comencemos por esto último. «Había oido hablar de las obras de Cristo»...: La expresión «obras de Cristo» usada para resumir cuanto Jesús estaba haciendo, anticipa la respuesta que Él dará a la petición de Juan.

v. 3: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» Algunos de los discípulos de Juan -que más adelante se unirían a Jesús- están preocupados por la naturaleza de la misión de Jesús. ¿Es sólo un profeta más, o es realmente el Mesías?... Juan el Bautista, desde su cárcel -la fortaleza de Maqueronte, en el desierto- envía mensajeros que pregunten a Jesús si es el Mesías o han de esperar a otro:«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». El evangelio nos dice qué espera Juan Bautista de Jesús y hacemos muy nuestra su inquietud. Y nos dice también qué piensa Jesús de Juan Bautista y por tanto qué espera de nosotros. Importa poco que no se pongan de acuerdo los intérpretes del evangelio en si esta pregunta era «pedagógica», para que los discípulos se convencieran por sí mismos, al ver cómo se cumplían en Jesús los signos prometidos por Isaías, o bien se debía a las dudas que el mismo Juan pudo haber tenido, sobre todo si esperaba un Mesías más decidido y enérgico. La pregunta del Bautista supone a alguien que envía a su mensajero con una misión. Ese que envía no puede ser otro que Dios nuestro Padre. Y su misión no puede ser otra que una acción salvadora que sostenga la esperanza del hombre. Juan, cuando bautizaba a las multitudes en el Jordán, había descrito un Mesías fuerte y severo para castigar los pecados de los hombres: «Aquel que viene en pos de mí es más fuerte que yo, y yo no soy digno ni siquiera de llevar sus sandalias; él os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Él tiene en la mano el bieldo, limpiará su era y recogerá su grano en el granero, pero quemará la paja en fuego inextinguible» (Mt 3,11-12). En aquella severidad que azotaba en vista de la conversión y, por tanto, de la


salvación, Juan había leído el sello de la misericordia de Jahvé. Ahora sometido a la prueba de la cárcel, hecho frágil por el sentido de la impotencia y del fallo, víctima de la injusticia y de la prepotencia contra las que había luchado siempre, cree que el mal esté triunfando y está como desconcertado. Inmerso irremediablemente en esa niebla, no logra ver con claridad el poder de Dios en acción en las obras de Jesús. Es posible pensar que Juan haya entrado en crisis, porque Jesús no correspondía al Mesías que él esperaba y que había siempre predicado; por tanto, envía una delegación a Jesús para proponer algunas cuestiones y traer una palabra que ponga un poco de luz en este misterio de contradicción: ¿Quién eres tú, Jesús?¿Qué dices de ti mismo? ¿Cómo podemos creer en ti, si, de frente a la prepotencia e injusticia, te manifiestas como el Mesías paciente, misericordioso, no violento? v. 4: Jesús les respondió: «Vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven»: Jesús no responde de un modo rápido y directo, sino que muestra con claridad cómo los hechos que provienen de su acción están cambiando la historia y realizando las antiguas profecías sobre el Mesías. Jesús los remite a lo que está sucediendo, a lo que él está haciendo por el bien de la gente, a fin de que estos discípulos puedan sacar sus propias conclusiones, con la ayuda de los profetas bíblicos, con los cuales estaban familiarizados (cfr. la primera lectura de esta liturgia). Cristo se somete humildemente al interrogatorio y responde indicando a los discípulos de Juan un verdadero y propio método de comprensión y de anuncio: «vayan y cuenten a Juan lo que oyen y ven». El cuarto evangelista reclama el mismo método abriendo su primera carta: «Lo que era desde el principio, lo que hemos oido, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado, o sea el Verbo de la vida (porque la vida se ha hecho visible, y nosotros hemos visto y por eso damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y se ha hecho visible a nosotros) lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros» (Jn 1,1-3). Este es el método misionero adoptado por la Iglesia primitiva: el método aprendido de la encarnación del Verbo. El anuncio verdadero y eficaz pasa a través de comunicación sencilla y modesta de la experiencia personal: las palabras sin rumor de una vida tejida de fe. v. 5: «Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen ... y se anuncia a los pobres la Buena Nueva»... Son obras que al tiempo abren una inmensa esperanza para toda la humanidad. Son signos de otras realidades mayores. Para un mundo ciego, que carece de luz para ver la presencia de Dios ha llegado el don de la fe que hace contemplar esa presencia como Dios la ve. Así se remueve el primer obstáculo de la desesperanza. A un mundo


que no atina a caminar se le abren senderos que llevan a la vida. Para los marginados de hoy, leprosos de todos los tiempos, se brinda una comunidad que los acoja. Para los sordos que cierran sus oídos a la voz de la esperanza que viene de Dios se les abre la capacidad para escuchar la Palabra que los salva. La muerte no es la barrera absurda de la vida sino que para todos los mortales ha llegado la puerta abierta de la resurrección. Para los pobres -y ante Dios todos somos pobres- viene el momento en que se les anuncia que está en obra el plan salvador de Dios que se preocupa de ellos. Jesús trae para la humanidad la capacidad de superar conforme al designio del Padre los males del hombre. Jesús les hace ver cómo los pobres y los oprimidos reciben una nueva esperanza. Con ello, Jesús les está recordando las verdaderas cualidades del Reino de Dios que él trae: un Reino de misericordia, de vida, de esperanza, de liberación. Estas eran las credenciales de Jesús; solamente el Mesías, enviado por Dios podía hacer esto. En estas palabras, suma de diversas citas de Isaías (cfr. Is. 28, 18-19; 35, 5-6; 42, 18; 61,1), está el corazón de la respuesta de Jesús y de todo nuestro pasaje. El Señor presenta su propia obra no como juicio y dominio, sino como bendición divina para los necesitados del Pueblo. Es significativo que los pasajes proféticos citados no contengan referencias a la lepra y a la muerte, que sin embargo el evangelista pone en boca de Jesús. Esto pone de relieve la novedad que Jesús trae en su manera de realizar las profecías sobre el Mesías esperado de Israel. Las obras de Jesús son grandes, pero Él es uno de los «pequeños» del que habla con predilección, es un «pobre de Jahvé» que ya ve la cruz al final de su camino como hombre. Esto es insoportable para el que espera un Mesías triunfante. Dichoso el que oye y ve con un corazón lleno de fe. v. 6: «¡Dichoso áquel que no halle escándalo en mí!!»: «Escándalo» es un vocablo griego: la «piedra de tropiezo» preparada para golpear de sorpresa a una persona. No obstante el significado que nosotros atribuimos en general a esta palabra, en la Biblia «escándalo» puede ser tanto algo negativo como algo positivo. Jesús es uno que escandaliza a sus conciudadanos por sus orígenes de poca alcurnia y poco apropiados al Mesías glorioso; escandaliza a los fariseos con sus zahirientes palabras, escandaliza a los discípulos del Bautista con su obrar fuera de los esquemas preconcebidos y escandaliza a sus discípulos con su propia muerte infame... El mismo Jesús, sin embargo, no elogia ni escandaliza a los pequeños o aquéllos que son ocasión de escándalo (cfr Mt 5,29) a la fe o la moral, induciendo a los otros a correr por caminos equivocados. El tipo de escándalo del cual tenemos necesidad es el que nace del vivir radicalmente el evangelio, el que nos saca de nuestras costumbres de vida y de nuestros esquemas mentales. En nuestra vida estamos llamados todos a «escandalizar» el mundo con el escándalo del Evangelio demostrando con la vida que no nos atamos a


usos y costumbres lejanos de la fe cristiana, de rechazar compromisos que generan injusticias, de preocuparse por los pobres y los últimos. vv. 7-10: «¿Qué salíeron a ver en el desierto?»: ¿Qué piensa Jesús de Juan Bautista? El no tiene el interrogante sobre el sentido de la vida que tiene Juan Bautista. Jesús ve en Juan Bautista a aquel hombre fuerte que no era caña sacudida por el viento, vacilante en la fe, influenciable por poderes más fuertes que él; no el hombre cómodo sin las huellas de la dureza de la vida. Su habitación fue el desierto, lugar de privaciones pero lleno de una soledad sonora, la de una presencia de Dios. Profeta grande, escogido por Dios para llevar una palabra segura y definitiva ante la venida del Enviado; mensajero que no traiciona la palabra recibida. Sin embargo todavía pertenece a la primera alianza. En su comparación los discípulos de Jesús participan de la calidad de su maestro y pertenecen a un mundo mayor dentro de los planes de Dios. Jesús describe con entusiasmo a su precursor como un profeta que a su palabra ardiente une los signos vivos e incontestables de su relación privilegiada con Dios en nombre del cual habla al Pueblo. Todavía más, con esta serie de seis preguntas retóricas y tres proposiciones positivas, Jesús afirma que Juan es más que un profeta: es áquel de quien hablan las antiguas Escrituras de los padres, el mensajero que prepara el camino al Señor (v. 10, cfr. Mt 3,3), según cuanto habían dicho los antiguos profetas (Mlq. 3,1; Ex 23,20). Sin embargo el Señor no se espera a explicar los motivos de su afirmación, quizás son demasiados evidentes a los oyentes. v. 11a: «No ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista». Jesús, después de contestar a esos mensajeros, hace delante de todos una alabanza de Juan que parece una auténtica «canonización». Juan es un profeta y más que un profeta, no precisamente una caña agitada por el viento ni una persona que busca comodidades y ropas y casas de lujo: es el mayor de los nacidos de mujer. Juan no es sólo un eminente profeta y el precursor del Mesías ( porque es evidente que Jesús se retiene como tal), sino que es grande también como hombre, más que todo sus contemporáneos y hombres de las épocas precedentes. Es una alabanza de tipo estrictamente personal, la que Jesús dirige al prisionero de Herodes y no sólo una hipérbole. Con estas palabras, Jesús anticipa el acercamiento entre Juan Bautista y Elías, que será explícito en el versículo 14: «si quieren oirlo, él es Elías que debe venir». La expresión «entre los nacidos de mujer» tiene un típico sabor semita, pero contiene también una alusión al misterio del origen de Jesús: también Él “ha nacido de


mujer”, pero sólo en la carne, porque su génesis humano –divina está más allá de la simple humanidad. Nosotros somos «nacidos de mujer», pero no estamos destinados a la tierra, sino más bien al Reino de los cielos y allí seremos valorados por la fe y sus obras, fruto de la acogida de la gracia bautismal. v. 11b: «Sin embargo, el más pequeño»...: Tampoco aquí se ponen los comentaristas de acuerdo respecto al sentido de la frase que sigue, de que «el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él»: ¿puede indicar que Juan pertenece todavía al AT y no ha penetrado la puerta del NT?, ¿o bien, que Juan es también miembro del Reino y eso es lo que le hace más grande, no tanto su carácter de profeta? Esta parte de la frase, (quizás una glosa primitiva) parece limitar la entusiasta presentación del Bautista. Por cuanto sea el más grande entre los hombres, Juan es pequeño en el Reino, porque allí todo está medido según criterios muy diversos de los de la tierra: la medida de los tiempos nuevos que están viniendo y han empezado con la venida del Hijo de Dios. Lo que pertenece a esta generación del todo nueva, es mayor que cualquiera que haya vivido en la época precedente, también que Juan el Bautista. A pesar de todo, Juan Bautista aún pertenecía al Antiguo Testamento; es el último de los profetas que anuncia un Reino por venir. Según esto, Jesús está subrayando el privilegio de aquéllos que, después de su venida, recibirían la plenitud de este Reino en el Nuevo Testamento.

3. MEDITACION: ¿QUÉ NOS DICE el texto? Grandeza y pequeñez El contraste entre «grande» y «pequeño» se ha puesto a propósito para aclarar a todos los creyentes que para ser grande es necesario convertirse cada vez en más pequeño. En su «grandeza» humana Juan viene señalado por Jesús como el más pequeño en el reino y también por Juan se pone la exigencia evangélica de «hacerse pequeño» en las manos de Dios. Es la misma exigencia que se pone cada día para cada uno de nosotros tentados de asemejarnos a los «grandes» y a los «poderosos» al menos en el deseo. Al Bautista, Jesús ¿lo presenta como el último del AT o el primero del NT? En este

segundo caso sería como cuando Jesús dijo, ante el que alababa a su madre, que son más importantes los que cumplen la Palabra de Dios: cosa que, ciertamente, hizo mejor que ninguno precisamente su Madre.


Este texto del evangelio según San Mateo es paralelo a la narración de San Lucas, con pequeñas diferencias (cfr. Lc. 7, 18-28). Jesús es el Mesías, la realidad de los tiempos nuevos, en una línea de sencillez y de misericordia que ya estaba en los profetas. Ante una corriente triunfalista y otra de humildad, dilucida la que debe prevalecer al definirse Mesías de los pobres y elogiar al más pequeño.

4. ORACION: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Padre de bondad y misericordia, Haz que la Iglesia de tu Hijo, que vive el Adviento y se prepara para la Navidad, sea signo de tu amor en medio de los hombres. Que todos nosotros, hombres y mujeres, , niños y mayores, nos preparemos para la celebración de la Navidad con la esperanza de que aumenten en nosotros el amor y la alegría. Concede que los pobres, los marginados, los que han quedado as la intemperie por los estrados del invierno, Los que viven lejos de sus hogares, encuentren en nuestra solidaridad cristiana fraterna, el alivio que necesitan para sus sufrimientos y preocupaciones. Amén. 5. CONTEMPLACION-ACCION: PALABRA?

¿QUÉ

NOS

PIDE HACER

la

La Palabra de este Domingo nos invita a no rendirnos, a no desesperar. A pesar de los retrasos que podamos creer que existen en la venida del Reino, y de las oscuridades y fracasos que nos puedan tentar al desánimo. Hoy es un domingo para crecer en alegría y confianza. Los tiempos mesiánicos empezaron hace más de dos mil años y siguen vivos en infinidad de signos que suceden a nuestro alrededor, si los sabemos ver: en tantos actos de amor y sacrificio, tanta solidaridad humana, tantos esfuerzos por la paz y la justicia. Pero todavía queda todo un programa por realizar. Nosotros somos los colaboradores de Cristo para que este año su Reino dé un decidido paso adelante. Navidad se acerca con fuerza, al menos en los planes de Dios. Él quiere transformar, consolar, cambiar, curar. Si cada uno de nosotros pone su granito de arena, la venida del Señor será más clara y experimentable en medio de este mundo, y la Navidad habrá valido la pena. La sociedad será más fraterna; la Iglesia, más gozosa; las parroquias más vivas; cada persona, más llena de esperanza. Dios quiere una Iglesia valiente para emprender caminos, para echar mano a tareas, para colaborar en el cambio de este mundo según


los planes de Dios. En un mundo con tantos quebraderos de cabeza, no está mal que los cristianos escuchemos esta voz profética que nos invita a la esperanza y a la alegría, basadas en la buena noticia de que Dios ha querido entrar en nuestra historia para siempre. Hoy escuchamos nosotros con mayor convicción la promesa del profeta: «miren a su Dios... viene en persona y los salvará». El domingo tercero de Adviento nos proclama la alegría, a pesar del largo camino por el desierto que podamos estar pasando como personas o como comunidad eclesial o como humanidad. Las lecturas nos aseguran que en Cristo Jesús Dios ha salido ya al encuentro de todos nuestros males y se dispone a curarlos. ¿Qué va a cambiar estos días en nuestra familia, en la comunidad religiosa, en la parroquia? ¿va a crecer la ilusión, la esperanza, la colaboración sincera, la mano tendida? ¿o nuestra fe y nuestra celebración de la Navidad va a quedar encerrada sólo en nuestros momentos de iglesia? De palabras y discursos ya estamos saturados. Hacen falta obras visibles. Cambios de estilo en la vida, con mayor paz y convivencia y solidaridad. Relación con la Eucaristía La palabra de Dios nos modela a la imagen de Cristo, necesitamos revestirnos de su paciencia en toda nuestra vida. La paciencia que necesitamos es la expresión del amor, del que participamos en la Eucaristía, el amor que llevó a la Cruz y nos llevará a nosotros a luchar en un mundo injusto con paciencia cristiana.

Algunas preguntas para pensar durante la semana 1. Piensa en algún pecado, vicio o servidumbre del que Dios te haya librado. 2. Piensa en situaciones en las que fácilmente te has impacientado, cuando más bien habrías debido rezar y esperar la acción de Dios. 3. Las prisas e impaciencias ¿a dónde nos llevan? 4. Formas positivas de paciencia cristiana.

P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.

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