Nacimiento de la Iglesia… Comienzo de la Misión AMBIENTACIÓN Nos reunimos para celebrar la Eucaristía en el Domingo de Pentecostés, el misterio del Espíritu Santo presente en la Iglesia y en nosotros. Durante todos estos domingos pasados hemos estado recordando y celebrando el gran triunfo de Cristo por su Resurrección. Ahora comenzamos a celebrar la misión de la Iglesia, estimulada y fortalecida por la acción del Espíritu Santo. Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés. En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre. La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés. En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés, pero no como continuación ni duplicado de la fiesta de AT, sino como celebración de la plenitud y la madurez de la Pascua. Es la coronación del Misterio Pascual de Jesucristo. Si el Espíritu resucitó a Jesús, ahora despierta y llena de vida a la Comunidad cristiana y la empuja a desarrollar su misión con valor y fuerza apostólica. La Comunidad cristiana, que ha estado callada, silenciosa, se lanza a proclamar la resurrección de Jesús y su mensaje salvador a voz en grito en todas direcciones por la fuerza del Espíritu.
1. PREPARACIÓN: INVOQUEMOS AL ESPÍRITU SANTO Ven, Señor y Dador de vida, e infunde en nosotros tu ternura y amor comprensivo para con todos los que vivimos con demasiados miedos, dudas y vacilaciones.
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén. 2. LEÁMOS la Palabra: ¿QUÉ DICE el texto? Hch. 2, 1-11: «Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar» La narración de Lucas nos cuenta los hechos del día quincuagésimo. El Espíritu se manifiesta en el fuego, en el viento, en el terremoto, como Dios en el Sinaí, en el «día de la iglesia» (cfr. Ex. 19,3-8a.16-20b). Los destinatarios son los discípulos reunidos en un mismo lugar: la Asamblea Apostólica, semilla de la Iglesia. La consecuencia es la fuerza del testimonio de Cristo en diversos lenguajes, y la comprensión de la predicación por cada uno de los oyentes en la propia lengua. ¡Las lenguas ya no son elemento de separación, porque la Iglesia habla todas las lenguas! «De un extremo al otro de la tierra, todo el mundo exulta». San Lucas, que nos presentó en el Evangelio la vida de Jesús dirigida por el Espíritu, nos quiere ahora mostrar cómo la Iglesia de Jesús tiene también al Espíritu como guía y motor: la Era Mesiánica es esperada como efusión de Espíritu Santo. Los Profetas así lo prometen: Joel es el más explícito: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Obraré prodigios en los cielos y sobre la tierra» (Jl. 3, 1). Y Habauc nos describe la nueva Teofanía en luz y en fuego, en huracán y terremoto (Hbc. 3, 3). Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, el comienzo de una nueva etapa de la Historia de la Salvación: el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo. La Era Mesiánica, Era escatológica en la perspectiva de los Profetas, tiene como inauguración y primicias un diluvio de Espíritu Santo. Dios habla en «signos», que es el mensaje que todos entienden. Los «signos» que anuncian solemnemente la misión del Espíritu Santo a la Iglesia son: Un ruido del cielo; un viento impetuoso; un diluvio de fuego en forma de lenguas ígneas. Este fragor celeste, este
huracán, esta lluvia de fuego son expresivos símbolos de la llegada y de la obra que va a realizar el Espíritu Santo: fragor celeste que despierta; llama que enardece; viento que eleva, espiritualiza; fuego que ilumina, purifica, caldea. De hecho, los Apóstoles, recibido el Espíritu Santo, quedan transmudados, renacen. Son ya valientes, iluminados, puros, fieles, espirituales. A la luz del Espíritu Santo penetran el sentido de las enseñanzas de Cristo, hasta entonces enigmáticas para ellos. El «don de lenguas», (o «glosolalia») (v. 4), es un carisma para alabar a Dios (cfr 1Cor. 10, 14). Como en estado extático cantan los Apóstoles la Gloria de Dios en todas las lenguas. Los oyentes, a su vez, a la luz del Espíritu Santo, los comprenden y se unen a ellos. Este fenómeno sobrenatural quiere demostrar que han cesado las disgregaciones (de lengua, raza, cultura, religión) que pesaban como maldición sobre los hombres (cfr. Gn. 11, 1-9). El Espíritu Santo hará de todos los redimidos por Cristo un único Pueblo de Dios. La única condición para ser beneficiarios de esa gracia, en esa nueva creación, es la conversión y la fe: «Conviértanse y reciban el Bautismo en el nombre de Jesucristo, en remisión de sus pecados. Y recibirán el don del Espíritu Santo» (Hch. 2, 38). Si el orgullo produjo discordia y frustración, la fe da armonía y salvación.
Sal. 104(103): «Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra». En el salmo se hace referencia al gozo del Señor por la creación. Ese «gozo» es lo mismo que el «reposo» de Dios. Dios, como un buen artista, se complace en su obra: sobre todo, se complace en la Iglesia animada por el Espíritu.
1Co. 12, 3b-7.12-13: «Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu» San Pablo nos presenta un cuadro muy interesante de la actuación interior del Espíritu Santo en las personas; y también de las manifestaciones carismáticas y maravillosas que enriquecieron desde los principios a la Iglesia y la mostraron: «Sacramento universal de Salvación» (Vaticano II, LG. 48). El don de la fe y la confesión de la fe son gracias del Espíritu Santo. Sin esta gracia no podemos llegar a la zona de la fe (v. 3b). A la vez, la gracia del Espíritu Santo salvaguarda de todo error y desorientación nuestra fe (v. 3a). Si queremos que nuestra fe no sufra titubeos, confusionismo y desviaciones, pidamos humildemente la gracia del Espíritu Santo. Los carismas, de nuevo puestos de relieve por el Vaticano II, no se dan al fiel directamente para su santificación, sino para el bien inminente de la Comunidad (v. 7). Fueron en las primeras Comunidades cristianas un factor importante para la consolidación de la fe y para su propagación. San Pablo nos da diferentes listas de los carismas más importantes (vv. 8-10; 12, 27.28; Ro. 12, 6-8; Ef. 4, 11). Siempre insiste que no se dan para provecho propio, ni menos para fomento de vanidad, ni como exhibicionismo religioso. Todos provienen del mismo Espíritu y van ordenados al bien
de la Iglesia; y sobre todos ellos está la caridad, don esencial del Espíritu Santo, al que todos debemos aspirar y el que debemos valorizar más que los demás carismas. En la ordenación y regulación y uso de los carismas hay que tener presente lo siguiente: al defender la unidad de la Iglesia, no impedir la diversidad de los carismas. Al respetar la diversidad de los carismas, no dañar la Unidad de la Iglesia. El Apóstol ilustra su enseñanza con el símil del cuerpo humano: uno con variedad de miembros; pero en el que todos los miembros actúan en razón de la unidad. En este Cuerpo Místico, que es la Iglesia, el Espíritu Santo es el Alma que lo informa, lo vivifica, lo santifica, lo vigoriza, lo unifica: «Bautizados en un Espíritu para formar un Cuerpo» (v. 13). Por la Eucaristía el Espíritu único de Cristo unifica y vivifica el que por eso es su único Cuerpo Místico El Espíritu es, al mismo tiempo, el creador de la unidad y el impulsor de la diversidad. Un Espíritu, y dones diversos, pero «para el bien común». La Iglesia es una «colegialidad carismática», es decir, todos somos solidarios y respetuosos de los dones de los demás, porque -si conducen a la unidad y a la caridad- vienen del Espíritu. La comunicación se hace sacramentalmente: por el Bautismo y la Confirmación nos conformamos al cuerpo de Cristo y bebemos de él el Espíritu. ¡El es la fuente! (cfr. Jn. 7, 37-39).
Jn. 20, 19-23: «Reciban el Espíritu Santo». EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN R/. Gloria a Ti, Señor. 19
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con ustedes». 20
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se 21 alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo los envío». 22
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu 23
Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos». Palabra del Señor R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Re-leamos el texto para interiorizarlo: a) Contexto: Cuando se escribe este evangelio, el Domingo, el «Día del Señor», es ya el día de la reunión de los cristianos. Estamos en el mismo día de la resurrección y es el mismo día de la efusión del Espíritu.
b) Organización del texto: vv. 19-20: manifestación a los apóstoles y muestra de las llagas vv. 21-23: don del Espíritu para la misión
c) Comentario:
vv. 19-20: San Juan nos da en este contexto la misión del Espíritu Santo que San Lucas describe en Pentecostés. Reaparece en este Domingo conclusivo de la cincuentena la primera parte del texto leído en el segundo Domingo de Pascua. El sentido es claro: quien da el Espíritu y la misión es el Resucitado. Aquí el signo del Espíritu no es el viento y el fuego, sino el aliento, el soplo (ruah) de Jesús; un signo de proximidad, un acento sobre lo que Jesús había dicho a los apóstoles: «El (el Espíritu) recibirá de mí lo que os irá comunicando» (Jn. 16,15). El Resucitado se presenta a sus Apóstoles y les enseña las cicatrices de sus llagas, precio con el cual nos ha ganado el Espíritu Santo. Y les da el « signo» de la misión del Espíritu Santo: «Sopla sobre ellos» (v. 20). En hebreo, «soplo» y «espíritu» se indican con la misma palabra: ruah (). La Iglesia vive del Espíritu de Cristo. Con el Don del Espíritu Santo los inunda de Paz: «La paz con ustedes» (vv. 19. 20). «Paz» (shalom) en la Escritura es la síntesis de todos los bienes; y, ya en clave de Espíritu Santo, indica todos los dones, frutos y carismas del Paráclito. Los Apóstoles tendrán en todos primacía y plenitud.
vv. 21-23: Para la Era del Espíritu Santo estaba prometida la remisión de los pecados (cfr. Jr 31, 34). Queda en manos de los Apóstoles el poder de perdonar (v. 23), pues Cristo los envía como continuadores de su obra salvifica y les entrega la plenitud de sus poderes y autoridad (v. 21).
3. Meditemos: ¿QUÉ NOS DICE la Palabra? La experiencia de Pentecostés La Comunidad cristiana estaba reunida esperando el cumplimiento de la promesa que Jesús les había hecho sobre el envío del Espíritu Santo. Su actitud era de expectación, de indecisión, de miedo. Por eso se encontraban reunidos, pero con las puertas cerradas y el corazón dudoso y encogido. El «cuerpo» de la Comunidad, de la Iglesia estaba allí, pero le faltaba el soplo de la vida, no tenía el empuje del Espíritu, le faltaba despertar el ardor de la esperanza, de la certeza de su labor a realizar.
el día de Pentecostés comenzó a arder aquel fuego de Jesús atizado por el Espíritu Santo. Es la «orden de salida» para la acción de la Iglesia. El Pentecostés que Jesús había dicho que «venía a traer fuego al mundo» y
celebramos hoy nos pone en comunicación con el celebrado en aquellos días en Jerusalén. Porque el Espíritu Santo sigue actuando hoy al igual que lo hizo en aquellos
primeros tiempos. El Espíritu de Dios es quien nos da la fe y reúne la Comunidad cristiana haciendo que seamos un pueblo de Dios a pesar de las diferentes razas y lugares a los que pertenezcamos y de las distintas funciones que desarrollemos. Sin duda que el Espíritu actúa, personalmente en nosotros, hasta el punto de que la
confesión de fe que cada uno de nosotros hace, es obra del Espíritu. Rasgos del Espíritu, (según los textos). - Universalidad, fraternidad universal de todos los pueblos. se entendían, en contraste con el no comprenderse de las lenguas diversas en babel. - Fecundidad en dones, frutos, carismas. - Fortaleza, superación del miedo. - Nacimiento de una comunidad. - Comprensión porque es amor, el amor que nace de la cruz y del desprendimiento. San Agustín condensó así Pentecostés: «La Historia del mundo, como lucha entre dos clases de amor, amor a sí mismo hasta el punto de odiar a Dios, y amor a Dios hasta la renuncia de sí mismo. Este segundo amor es la salvación del mundo y del propio ser».
Jesús y la Alianza en el Espíritu. - Desde la Anunciación, el Espíritu está obrando en la vida de Jesús hasta e! momento de la Resurrección. Con su sangre se ha sellado una nueva alianza, en el amor, con la que comienza el tiempo del Espíritu. - El Espíritu habita en los corazones transformándolos desde su interior; ésta es su presencia y su fuerza arrolladura: dar luz y fuerza, iluminar y fortalecer. - Al desaparecer Jesús, el Espíritu toma la iniciativa y alienta la nueva forma de vida. E! Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús. Los relatos usan e! lenguaje simbólico; fuego, nube, agua, bautismo, paloma, viento impetuoso, para expresar la fuente de luz y de fuerza). - La acción del Espíritu queda unida a la persona y obra de Jesús; y los apóstoles y primeros cristianos unen esa acción con la fe en la persona de Jesús y con el esfuerzo de continuar su misión. En la noche de su «despedida», Jesús dejó su testamento. No dejó bienes terrenales o dignidades porque carecía de todo. Pero dejó a los discípulos allí presentes:
- un mandamiento nuevo,
como señal del cristiano: «que se amen unos a
otros como Yo los he amado»
- un Sacramento de salvación: «este pan será mi cuerpo y este vino será mi sangre, sacramento de la nueva alianza»,
- un mandato de renovación comunitaria: «hagan esto en conmemoración mía, siempre que se reúnan en mi nombre». Después de la Resurrección, Jesús completa su enseñanza a los discípulos pero, sobre todo, les va ofreciendo:
- el conocimiento de la Sagrada Escritura, - la certeza de que es el Hijo de Dios, el Señor, - la misión evangelizadora: «vayan por el mundo...» En el Evangelio de hoy, terminado ya el tiempo pascual, Jesús también les ofrece una serie de dones y bienes que su presencia otorga siempre y a todos los que le reciben:
-la paz, no solamente como saludo, sino como regalo personal permanente,
-la alegría, a los creyentes en su resurrección, -el Espíritu, como aliento; fuerza evangelizadora y participación en
la Vida de Jesús Resucitado, -la liberación del mal y del pecado para quienes se van incorporando a su Iglesia, a la Comunidad de creyentes. Dios, en la creación del hombre le dio vida por el aliento que vertió sobre él (Gn, 2,7); ahora es Jesús quien ofrece su aliento sobre los discípulos y les infunde su Espíritu (Jn. 20,22), que es fortaleza contra el miedo; claridad frente a la duda; energía frente a las dificultades; amor total frente a los límites y fronteras de leyes y pecados. Desde este momento los discípulos se hacen testigos del Resucitado, no porque le hayan visto y palpado, sino porque lo llevan dentro por el Espíritu que les ha sido dado. Aquellos hombres se llenaron de nueva vida; y el aliento de Jesús llega también a nosotros, produciendo los mismos efectos que en los primeros discípulos. La verdad es que el aliento de Jesús llena toda la tierra.
El miedo y los «fantasmas» hoy: Cuando falta el espíritu en las estructuras, se genera el miedo, surgen los fantasmas (el espíritu no se ve pero se palpa; los fantasmas se ven, pero no se palpan). El espíritu anima y vivifica, los miedos de fantasmas encogen y hacen imposible la vida. Vemos fantasmas en todas partes: en la Iglesia y en el Estado; en las asambleas y asociaciones; en el Templo y en la escuela; en el evangelio y en la libertad; en la justicia y en la vida. La vida sin espíritu es como una casa sin luz, deshabitada, llena de sombras. La sociedad, las instituciones, la Iglesia, sin espíritu y sin vida, sólo albergan sombras, vacíos, miedos, y fantasmas. Cada uno recibe los dones y carismas del Espíritu, pero no para rivalizar con los demás, sino para ayudarse y conjuntarse armónicamente con todos. Por eso la mayoría de los dones o carismas que se nos dan, están ordenados al bien de la Comunidad, de la Iglesia. El Espíritu lo es todo en la Iglesia; es la fuente de todo bien que realiza la Comunidad eclesial. Todos formamos un solo cuerpo y, por eso, las funciones y carismas de cada uno están ordenados al bien de la Comunidad. Por ello hemos de pedir que el Espíritu nos acompañe, nos aliente y nos empuje. ¡Que no defraudemos su acción en nosotros, ni ahoguemos su empuje hacia los demás! Desde nuestro punto de vista, iluminados por la enseñanza de Jesús, percibimos al Espíritu Santo como Amor: el lazo de amor en la Trinidad (la Trinidad es puro amor), y el amor de Dios actuando en la humanidad. El Espíritu Santo es el Amor hecho Persona, algo muy difícil de entender para nosotros. Por este hecho, la tercera Persona Divina, el Espíritu, es fuente de amor en la creación. Todo amor viene de Dios; todo amor es generado por el Espíritu Santo.
El Espíritu es enviado al mundo para que el amor sea factible . Si el Espíritu se retirara del mundo, el amor desaparecería. Si podemos amar con todas las formas de amor, es porque el Espíritu está con nosotros. Y aunque el Espíritu habita y actúa en cada ser humano, en todas las sociedades, culturas y religiones, después de Pentecostés tiene una presencia más especial y santificante en la Iglesia y sus miembros. Y aunque todo el mundo está bajo la gracia del Espíritu, no todo el mundo la recibe en la misma medida, y no todo el mundo es igualmente fiel al Espíritu de amor.
4. ORACION: ¿QUÉ LE DECIMOS NOSOTROS a DIOS? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a creer. Sin tu aliento, nuestra fe se convierte en cansancio y tristeza. Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a orar. Sin tu calor nuestra liturgia y plegaria se convierten en rutina. Ven, Espíritu Santo, a mantener dentro de la Iglesia el esfuerzo de conversión. Sin tu impulso aparece el desencanto y la desilusión. Ven, Espíritu Santo, a alegrar nuestro sombrío mundo. Ábrenos a un futuro más fraterno, limpio Y solidario. Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a entendernos aunque hablemos lenguajes diferentes. Amén 5. CONTEMPLACIÓN - ACCIÓN: ¿Qué NOS
PIDE HACER la PALABRA?
Pentecostés es: - Confirmación de los Apóstoles en la FE: antes eran simpatizantes, cercanos, dispuestos a seguirlo, pero no eran verdaderamente “creyentes”. Por eso el hecho de la muerte acabó con su entusiasmo y los dispersó, los encerró en el miedo (Jn. 20,19). Ahora, el Espíritu los hace “creyentes” y testigos (). - Nacimiento de la Iglesia: antes eran «grupo», pero no verdadera «comunidad», y se dispersaron a partir del hecho de la muerte de Jesús: unos se quedaron en Jerusalén, pero encerrados (Jn. 20,19) y otros decidieron huir de Jerusalén (Lc. 24, 13ss.). Ahora, el Espíritu los reúne, los congrega, por encima de las múltiples diferencias de raza, cultura, idioma, costumbres, y los convierte en «Comunidad» (Hch. 2, 4.7-12). - Comienzo de la Misión: antes estaban «encerrados». Ahora el Espíritu los saca del encerramiento y los envía al mundo a proclamar el Evangelio (Jn. 20, 21-22).
Relación con la Eucaristía El relato de Pentecostés es lo que ocurre en la celebración. Reunidos en torno de Jesús los hijos de adopción damos gracias; unidos en el amor de su Espíritu, hacemos una comunidad con los dones que El nos da.
Preguntas para meditar durante la semana: 1. ¿Vivimos de acuerdo al Espíritu del Señor, según los frutos y dones que El nos comunica? 2. ¿Cómo actuamos en medio de una Iglesia una y diversa?. 3. Identifica en tu sociedad, tu familia y amistades, la obra del Espíritu Santo. 4. La Biblia afirma que el mundo es una mezcla de la obra del Espíritu y del pecado. Piensa en algunos ejemplos.
P. Carlos Pabón Cárdenas, CJM.
Libro virtual: http://www.flipsnack.com/carlospaboncardenascjm/domingo-de-pentecostes-ciclo-c.html
O: http://issuu.com/carpacar/docs/domingo_de_pentecostes_ciclo_c