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Rigor académico vs. rigor humano en tiempos de COVID-19 Por Sandra Guerrero
Rigor académico vs. rigor humano en tiempos de COVID-19
El rigor académico es ineludible en una clase universitaria, aún en tiempos de COVID-19. Esta enfermedad tiene un índice de mortalidad y, a su vez, uno de pérdida, dolor e incertidumbre. Entonces, el “rigor humano”, como lo llamo, implica convertir nuestras clases en un nicho de aprendizaje desde el ser y el convivir, más que desde el aprender y hacer. Hoy más que nunca, y espero de aquí en adelante, el aula debe ser un lugar emocional donde se vivan experiencias cálidas de enseñanza, empáticas, es decir, educar en sensibilidad. Los paradigmas están cambiando, entre ellos, los de la educación, y no solo porque ahora la clase ‘presencial’ migra a una de tipo híbrida entre lo ‘presencial’ por plataformas (como Zoom) y entornos educativos virtuales (como Moodle), sino porque además todos estamos pasando por momentos emocionales complejos. Sin embargo, “las clases deben continuar” y estas se sustentan en ciencia y tecnología, en rigor científico. Entonces, ¿cómo hacerlo? El momento de la planificación de una clase es crucial, más ahora, debido a que los entornos, herramientas y didácticas deben variar. Hay que ponderar las competencias cognitivas y prácticas fundamentales a trabajarse en cada clase, para que apunten a los objetivos semánticos y procedimentales básicos, mínimos, que den por aprobado el aprendizaje del curso. Si antes se realizaba en el aula de tres a cuatro actividades, ahora será una, la mejor pensada, fluida, viable y enriquecedora, para el saber ‘ser’ y saber ‘convivir’. El rigor académico estará presente en la planificación, porque en la ejecución
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de la clase existirá el rigor humano. Calidez en estrategias didácticas, imperativo en estos tiempos. El fondo teórico y la pedagogía no declinan ante el momento, lo que cede es la forma, el cómo se maneja ese breve momento de contacto a través de la pantalla; la sonrisa sincera, la mirada mediante el monitor, el genuinamente observar a los estudiantes, a los seres sintientes del otro lado ‘de la clase’, educar en sensibilidad. El retroalimentar cada tarea, así sea de forma general, podría facilitar que el otro perciba que le digo: “Yo sé que estás ahí, me intereso por ti y por tu aprendizaje, te tomo de la mano y juntos vamos a lograrlo”. Sí, lograrlo, necesitamos metas, algo que nos dé certeza de un futuro. Algo que esté medianamente supeditado a nuestro control, mientras se aprende para ser y seguir siendo.
Por Sandra Guerrero
Maestra de lenguaje y comunicación con 30 años de experiencia en educación universitaria.
Especializada en áreas de desarrollo de habilidades del pensamiento y de escritura a través del currículo. Docente de materias interfacultades y de la Facultad de Educación de la UCG.
La escuela da la lección Aprendizajes que deja el virus al mundo de la educación
Todos hemos sido testigos de cómo los diferentes sistemas sociales han tenido que reestructurarse en un tiempo récord a raíz del COVID-19. Es claro que esta pandemia ha generado algunos nuevos problemas para los que no estábamos listos, pero, sobre todo, ha acentuado aquellos que veníamos arrastrando sistemáticamente, como es el caso del sistema educativo, uno de los sectores que más dramáticamente se ha visto afectado.
Para entender el origen de esta situación en la educación, es indispensable comprender que el modelo escolar que se aplica en la actualidad es insuficiente. La pandemia ha demostrado que la escuela, más allá de lograr implementar algunas acciones emergentes para no poner en riesgo su cobertura, no estaba lista para un escenario que ha demandado de sí flexibilidad, creatividad y colaboración. Desde luego, sería deshonesto creer que alguna institución social estaba totalmente preparada para una crisis como esta, pero sí debemos reconocer que unas lo estaban más que otras.
Y es que pareciera que la escuela, desde antes, estaba atada a una especie de resistencia al cambio, que en pocas horas fue derrumbada por las circunstancias. Algunos de los elementos de esta resistencia son dignos de reflexionar.
1. Uso de la tecnología digital
Un debate aún vigente en las escuelas es si debe o no permitirse el uso de celulares. Es de sorprenderse que un elemento tan cotidiano como este no sea bienvenido en el entorno escolar. Quizá, la razón es la falta de experiencia y formación de algunos docentes para vincularla efectivamente a los distintos itinerarios pedagógicos. A pesar de ello, durante esta pandemia, la tecnología digital ha sido una de las protagonistas que ha permitido reinstalar la logística institucional y dar acceso a los espacios de formación. Quizá esto nos señala que es tiempo de repensar la presencia de estos recursos en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
2. La participación de las familias
A pesar de que en el discurso de las instituciones educativas se posicione que tanto la escuela como la familia son agentes hermanados; en la práctica se evidencia una vinculación muy pobre entre ambos, a excepción de aspectos formales de la gestión escolar, desligados de la construcción humana y formativa de los aprendices. Pero, ¿qué sería hoy en el contexto de la pandemia, la escuela sin la familia y viceversa? ¿Podría únicamente una de ellas hacerse cargo de la formación de los niños, niñas y jóvenes? ¿Podríamos establecer normas, rutinas y aprendizajes sin el diálogo y el consenso previo entre ambas? Definitivamente la escuela debe entrar con sutileza a la vida de la familia, y esta última, sentirse más responsable de lo que sucede en las escuelas.
3. La ubicuidad del aprendizaje
Algo que ha quedado muy claro es que la escuela no es el único lugar donde se aprende. Esto, que parece obvio, antes no lo era tanto. En una era en la que la información varía a gran velocidad, la escuela no puede ser el único espacio referencial de aprendizaje de una persona sobre lo que necesita para vivir bien y desarrollar su proyecto de vida. Durante la cuarentena han surgido estos lugares llamados por la teoría pedagógica como ‘informales’, que son fuentes vitales de aprendizaje, como pueden ser desde un laboratorio hasta la cocina de la casa. Hay una infinidad de espacios que pueden ser considerados por las múltiples posibilidades de aprendizaje que facilitan, los mismos que pueden ser altamente provechosos. Es esencial que al final del tramo escolar los estudiantes aprendan (conscientemente) a aprender, indistintamente del espacio que habiten. 4. Aprendizajes esenciales
Durante este tiempo de crisis se ha descubierto que lo verdaderamente importante para la vida no ha tenido cabida, o como mínimo, está bastante degradado en el pensum académico. En esta situación actual, ¿realmente importa memorizar tantos datos que, cuando la vida nos pone a prueba, nos resultan innecesarios? Luego de casi 16 000 horas que invierte un estudiante promedio en asistir a clases, ¿podemos decir que ha aprendido a gestionar sus emociones, a promover una sana convivencia entre sus pares, a escuchar activamente, a empatizar con el dolor de otros, a relacionarse armónicamente con la naturaleza, a reinventar su economía, a disfrutar de una lectura, a reimaginar la democracia, a distinguir una noticia falsa, a cuidar su salud, a aprender nuevas habilidades… competencias que, durante el confinamiento, son de alta relevancia?
¿Hacia dónde, entonces, debe dirigirse el sistema educativo? Quizá, en medio de esta pandemia, hay que comenzar a pensar en las nuevas alfabetizaciones: digital, emocional, socioambiental, financiera, cívica, comunicacional, ética, etc. Se podría repensar el rol de los docentes en el proceso de aprendizaje de sus estudiantes, asumiendo una presencia menos protagónica. Habría que generar otras lógicas integrativas que posibiliten el diálogo entre la escuela y las familias, la comunidad, la ciudad y con otras escuelas. Debiera asumirse que el momento para dar el salto a la transformación de la educación, el tiempo para diseñar esa escuela nunca antes vista ni imaginada, ha llegado.
Lo que definitivamente no puede pasar es que se retorne al mismo escenario caduco que se tenía. La pandemia ha demostrado que no podemos seguir reproduciendo las mismas fórmulas que acentúan las injusticias, la desigualdad, el caos medioambiental, y otros virus que matan más silenciosa y lentamente, porque, si la escuela no evoluciona, el mundo —aunque cambie— seguirá igual.
Por Daniel Ricardo Calderón Zevallos
Máster en Liderazgo de la Innovación Pedagógica y Dirección de Centros Educativos por la Universitat
Ramón Llull (España). Coordinador académico y profesor en las carreras de Ciencias de la Educación, Ciencias Políticas y materias de Humanidades en la Universidad Casa Grande.