Casquivana - 3 - ¿Y por qué te vas?

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Año 2 – Número 3

¿Y por qué

te vas? Diferentes modos de partir

ISSN 1853-2799 | Primavera de 2011

Es necesario ser inconcluso


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S U M A R i O

“Y vos, ¿por qué te vas? “

“Un juego para el viaje”

María Rosa Lojo

Ariel Arbiser

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13 “Viajar por los bordes”

“Después de haber andado errando por el mundo”

Patricia Lagomarsino

Noé Jitrik

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14 “El viaje, la escritura y la Tierra sin Mal” Luisa Valenzuela

“Exiliados de la lengua” Pablo Gasparini

¿Y por qué te vas? Para que abras la puerta para ir a jugar” Débora Blanca

9 “Toda partida es un desgarro”

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“Desde las canasteras”

Carlos Chernov

Florencia Goldsman

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11 “No me jode que te vayas”

“El corazón de la manzana/2”

Pablo Toledo

Ariel Bermani

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12 Rapiditas: 16 Impertinentes: 20 Blasfemas: 25-33-36

Liberaditas: 26

Medianeras: 37

Heterodoxas: 31 Impúdicas: 34

Ambivalentes: 38 Casquivanos: 39 3


EDiTORiAL Irse tantas veces como sea necesario Hace muchos años tenía clases con un profesor de teatro muy particular. El viejo estaba un poco loco, pero también a veces era una especie de genio. Todas las semanas nos hacía sentar en círculo y uno de nosotros, uno cualquiera, tenía que preguntarle al de al lado: “¿Y por qué te vas?”. No se podía variar nada de la pregunta, que siempre era la misma, con ese “y” incluido indefectiblemente. Al principio, el interlocutor respondía siempre estupideces, que se repetían una y otra vez. No nos sobraba creatividad, ni entendíamos de qué iba todo eso. Pero con el paso de las clases, la misma pregunta empezó a derivar en diferentes respuestas, que de a poco iban siendo más largas, más elaboradas y daban paso a historias que ninguno de nosotros sabía que estaban ahí: sin darnos cuenta, nos pusimos a imaginar viajes, travesías, huidas, exilios, retornos y todo tipo de situaciones que tenían que ver con el irse, con la movilización de estar en otra parte. Crecieron las conversaciones, los diálogos y las escenas, que de a poco se fueron repre-

STAFF Director: Nicolás Hochman hochman@casquivana.com.ar Editora: Clara Anich anich@casquivana.com.ar Consejero editorial: Agustín Dellepiane dellepiane@casquivana.com.ar Coordinadora de ilustradores: Leticia Paolantonio paolantonio@casquivana.com.ar Diseñadora: Melina Vergara vergara@casquivana.com.ar Asesoramiento legal: Renata Cardarelli Imagen de tapa: Fernando Halcón Ruiz Ilustran: Carlos Autieri Martín León Barreto Belén Echeverría Muriel Frega Felipe Giménez Fernando Halcón Ruiz

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sentando sin estar clavados a una silla. Todo a partir de una pregunta simple, básica, pero contundente. Cuando empezamos a pensar este número de Casquivana, esa pregunta apareció como la condensación de una idea más vasta, como un crecimiento que puede leerse en varias perspectivas. Como que nuestro staff se amplíe, que aparezcan un consejero editorial y una nueva diseñadora; que tengamos en María Rosa Lojo a una editora invitada que nos ayudó a darle forma a este número; que haya secciones diferentes; que los números 1 y 2 de la revista estén agotados y eso nos lleve a aumentar la cantidad de ejemplares impresos. En definitiva, son cosas que ahora están ahí; antes no; después no sabemos. Cosas que tienen que ver con partir de algo cotidiano, de una pregunta simple y contundente, pero que nos movilice, que nos lleve a elegir y hacer, y hacer, y hacer.

Carolina Marcús Pablo Martín Joaquín Paolantonio Virginia Piñón Mauricio Planel Laura Sereno Pablo Tambuscio Omar Turcios Hernán Zaccaría Escriben: Ariel Arbiser Ariel Bermani Débora Blanca Carlos Chernov Manuel Crespo Ginés Cutillas Marisa Do Brito Barrote Carina Fernández María Ferreyra Jorge Fondebrider Fernanda García lao Pablo Fernando Gasparini Conrado Geiger Florencia Goldsman Juan Guinot Noé Jitrik Patricia Lagomarsino María Rosa Lojo Alejandro López Yair Magrino Luis Mey Sergio Olguín Sebastián Pandolfelli Verónica Pérez Arango Hugo Salas

El director

Federico Simonetti Patricia Suárez Lía Tade Valeria Tentoni Pablo Toledo Luisa Valenzuela Agradecimientos: Ana Aymá Laura Campagna Paula Gerena Celeste González Guillermo Halpern Deborah Lapidus Daniela Morel Julio Parissi Juan Ignacio Pretini Malena Rey Victoria Riobó Edgardo Scott Miguel Ángel Taroncher María Zorroaquín Propietaria: Clara I. Anich Domicilio legal: Fraga 226, CABA, Argentina Año 2, N° 3 | Primavera de 2011 ISSN 1853-2799 info@casquivana.com.ar www.casquivana.com.ar “Es necesario ser inconcluso” (Mikhail Bakhtin)


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Y vos, ¿por qué te vas? Texto: María Rosa Lojo / Imagen: Carolina Marcús

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a dimensión paradójica del viaje, nudo de contrastes y emociones encontradas, encrucijada de tiempos, o incluso, aporía metafísica, parece ser el hilo común a los textos ricos y diversos que integran este dossier, y que asedian, desde diferentes ópticas, la condición ambivalente de las partidas. Nos vamos para encontrarnos y para perdernos. Para refugiarnos en repeticiones de lo familiar o para verlo todo de otra manera desde lo extraño y diferente (Patricia Lagomarsino). Para adquirir una identidad o para despojarnos del rótulo que nos marca. Para dar con nuestras raíces lingüísticas y culturales,

“El viaje puede no tener meta concreta o perseguir un objetivo imposible, acaso lo único que vale la pena buscar.” o para persuadirnos (como Wilcock, recordado por Pablo Gasparini) de que somos extraterritoriales, y de que no hay otra lengua madre que aquella irremediablemente perdida y olvidada. La ida (a veces huida) puede liberarnos de tortuosos vínculos de posesión (Pablo Toledo) o por el contrario, esclavizarnos en la vía clausurada y sin retorno de las adicciones, como las que sufren los ludópatas (Débora Blanca). El juego es una evasión a menudo creativa hacia lo imaginario, pero también el ensayo de enfrentarnos a los enigmáticos dilemas de la vida, para los cuales no hay escape posible (Ariel Arbiser). El viaje es un Jano bifronte que mira hacia el pasado y hacia el porvenir, como lo muestra el relato de

Noé Jitrik. Allí, un narrador que está de vuelta, propone un sugestivo juego temporal, con la presciencia del que ya sabe quién regresará y quién se perderá para siempre. Los exiliados y los errantes que se entremezclan con su evocación de Montevideo, emergen en ella del ayer hacia el presente, con su destino escrito. Los cruces que parecen casuales, azarosos, adquieren, vistos hoy, un carácter definitivo y mágico. Ángel

Rama y Marta Traba no retornarán nunca de uno de sus vuelos, Onetti será aún más famoso, y recibirá homenajes en el país donde el narrador deberá exiliarse. Y a pesar de todo, ese narrador resistirá y envejecerá para poder contar, como los poetas épicos, pero en una clave de humor punzante y melancólico, la historia de todos los que ya han muerto y su propia obstinación de sobreviviente.

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El viaje puede no tener meta concreta o perseguir un objetivo imposible, acaso lo único que vale la pena buscar, apunta Luisa Valenzuela comparando bellamente el viaje de la escritura con el de los Tupí Guaraníes en pos de la mítica Tierra Sin Mal, exenta de las penurias que aquejan a los mortales. Ambos periplos se arriesgan al extravío, a caer en las profundidades infernales donde acecha lo desconocido o lo que no queremos conocer. Ambos implican el constante cambio de rumbo, no la conquista. La escritura es el único hogar de la escritora, así como el camino es el hogar del nómade viajero. Partir, ya se sabe, es morir un poco. O morir del todo, cuando la vida se ha hecho una con la del sujeto amado y entonces la pérdida equivale a la muerte de quien queda solo, ante el agujero negro que la ausencia le excava dentro de sí mismo. Es la otra cara –siniestra– de las pasiones plenas, de los vínculos duraderos (Carlos Chernov). A veces, aunque no se trate de ese último viaje, el de la muerte, tampoco hay un regreso. Pero toda partida implica pensar en su contrario: el anhelado (o el temido) retorno. Deseado, sobre todo, cuando el desgarramiento de partir ha implicado una verdadera muerte simbólica: la muerte civil, la exclusión de la comunidad, que desde los antiguos hasta nuestros días carga de intensidad trágica la diáspora del exilio. Crecí en una casa donde esos “muertos civiles” buscaban una vida nueva en el viaje que los llevó hacia el otro lado del mundo. Nuestra casa era inestable, como fundada en turbulencias y tránsitos oceánicos. Hasta físicamente replicaba, de algún modo, la estructura de un barco similar a los que habían traído a mis padres desde la España de posguerra: las paredes blanquísimas, el depósito de agua que imitaba las chimeneas de los transatlánticos, alguna ventana como un ojo de buey. De la partida se habló siempre y se soñó, vanamente, en volver. ¿Por qué se fueron ellos? Las explicaciones más justas se disolvían

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a menudo bajo una nostalgia que trabajaba con la ferocidad de un ácido. Eran necesarias, pero nunca suficientes. Nada había logrado compensar las pérdidas. Los exiliados hijos heredamos, no ya sólo el sentimiento del exilio (la percepción de una existencia minusválida, casi degradada, en un mundo de segundo orden como la caverna platónica), sino también la obligación de retornar a una tierra que no era la natal y donde nunca habíamos estado.

según quién y cuándo se la invoca. O los niños y las madres de todas las matanzas, celebradas sin pudor bajo el cielo radiante de la tierra llana, donde las cosas son como si no hubieran sido y nada parece dejar una huella bajo el viento. Pero los muertos regresan de todas maneras, sobre todo cuando la lechuza de Minerva levanta vuelo sobre una pampa crepuscular. Aunque ahora el pensamiento –descentrado y perplejo, dislocado–, ceda lugar a las visiones, desterrado de la hegeliana “razón absoluta”. Pasado y presente se entrecruzan en el ou-topos de la memoria, que no está fijada en ningún lugar porque los impregna todos. La vida y la escritura se entretejen con vaivén de lanzadera en ese espacio atravesado por los viajes, donde merodean los nómades. La memoria no fija, como suele creerse. Desestabiliza, inquieta, desconcierta, infinitamente visitada y resignificada, invita a crear cada vez, nuevas versiones del origen irrecuperable y del futuro incierto. Escribir implica, así, perderse en el espacio utópico donde todo desaparece y reaparece transformado, donde las paradojas del viaje alcanzan una tensión extrema. Allí, como en la pampa redonda, todas las direcciones son iguales y cada viajero inventa los puntos cardinales de su propia búsqueda. Nos vamos para ser otros u otras, nos vamos para regresar cargados de existencias soñadas o sospechadas, ocultas bajo las máscaras cotidianas. Nos vamos para volver a irnos, sin saber de qué lado viviremos y moriremos.

“Nos vamos para ser otros u otras, nos vamos para regresar cargados de existencias soñadas o sospechadas, ocultas bajo las máscaras cotidianas.” Hice sola ese viaje, en nombre de los que ya no podían emprenderlo. Se habían ido de la vida y de mí. Se habían ido, también, de la decepción de una vuelta frustrada. Porque aun los que volvieron no volvieron. Ningún presente reproduce el pasado que seguirá siendo siempre a la vez el espacio más íntimo y el más inalcanzable país extranjero. Hice otros viajes hacia ese país inalcanzable, pero ya no era el pasado de mis padres, sino el de la tierra donde yo misma había nacido, y que ellos (aunque la habitaban) quizás nunca pudieron ver sino turbiamente y a la distancia, como un espejismo a través de un vidrio sucio. El pasado de esa tierra estaba hecho de voces grabadas en los libros, que no sonaban como debieron de sonar cuando se inscribieron en ellos, pero construían en mi presente, con otros sentidos, un camino paralelo. Como el camino fantasma, sobre los pasos de Lucio V. Mansilla, en la pampa alambrada que fue de los ranqueles, y que recorrí en la geografía, a bordo de un Mercedes ’53. Por sendas como ésas vagan las sombras de la escritura y de la Historia: la no tan terrible de Facundo, que habla de manera diferente


Después de haber andado errando por el mundo Texto: Noé Jitrik / Imagen: Pablo Tambuscio

las quejas, ¿el aburrimiento?, de sus habitantes, pero, al mismo tiempo, con destellos de encanto en la soledad de sus calles y sus viejas casas y en el humor entre autocompasivo y sarcástico de sus habitantes. Al llegar y caminar por esas calles arboladas, aun en primavera, como era el caso, uno desearía que algo saltara de alguna parte, y no salta, todo es normal y el hecho de que rápidamente toda la ciudad cae en el río, que llaman “mar”, es como un supuesto de riqueza pero en realidad fuente de escepticismo. La magnificación (llamar “ciudad vieja” a unas pocas manzanas escoltadas por el Teatro Solís y muy aprovechadas por cierto cansino turismo) es

“Montevideo no es fácil de entender; parece triste como ciudad, de a ratos abandonada, como si se impregnara de las quejas, ¿el aburrimiento?, de sus habitantes.”

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n cumplimiento de una misión que yo mismo me impuse, ir a hablar con Juan Carlos Onetti para convencerlo de que debía publicar El astillero, creo, o lo que quisiera, en una colección que la Editorial Abril me había encomendado organizar, me metí en los últimos meses del año 1971 en un aparato

llamado Alíscafo, reemplazado algunos años después por el más suntuoso “Buquebús”, para poner el pie en un puerto cuyas inmediaciones me parecieron bastante desvaídas. Como la ciudad misma: Montevideo no es fácil de entender; parece triste como ciudad, de a ratos abandonada, como si se impregnara de

una fuente de humor que los montevideanos manejan con encantadora sutileza, el humor reside en ellos en el modo en que dicen “ciudad vieja”, como si proclamaran las virtudes de la vejez, no porque se burlen de esos restos coloniales o pseudocoloniales o de las prostitutas que se ofrecen dos o tres cuadras más allá de la plaza principal, en otro mundo, ése sí realmente triste. La calle Rincón, en ese recinto, proponía en un número, el 542 creo, un destello que no se podía dejar de evocar. La revista Marcha, que tan

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importante había sido en ambas orillas, tenía allí su sede y el trono de Carlos Quijano, un viejo hermoso a quien algunos años después traté en México, exiliado como yo y rodeado, entonces y después, por una cohorte de intelectuales brillantes que habían desmentido en su momento la opacidad del entorno y eran espejo de una dimensión latinoamericana que faltaba definitivamente en Buenos Aires, “la más europea de las ciudades latinoamericanas”, dicho así, con un retintín de mofa. Me regocijó el hecho de que me alojé en un viejo hotel en el que se había suicidado Amado Nervo, no sé por qué razón, ha de haber sido por modernista o por desengaño de algún tipo o porque la vida es así, de pronto uno se cansa y la abandona pese a que tiene fama, dinero, come

Frente, consignas que debían hacer temblar tanto al siempre amenazante imperialismo como al viejo poder de colorados y blancos que habían alternado en el poder durante décadas. El Frente Amplio prometía un cambio por el lado izquierdo de lo real y albergaba, lo sabemos ahora, las ideas que formuló poco después, como si no hubiera alternativa, el grupo que luego fue “Tupamaros” y que, antes de ser destruido por la dictadura posterior a 1976, hizo demostraciones de ingenio, de tal suerte que hizo pensar que podían destruir a la dictadura y también, de paso pero centralmente, al sistema. Me mezclé con la multitud pero había venido a Montevideo a otra cosa, a ver a Juan Carlos Onetti, admirado sin restricciones, modelo de escritores, único en su modo de resolverse frente a las necesidades del relato, para hacerle una propuesta editorial y tal vez conversar un poco de literatura, no por cierto de sus libros, lo cual siempre es una vulgaridad sino una entrevista, que también es una vulgaridad. No recuerdo en qué calle vivía pero sí que ahí fui y, valientemente, toqué un timbre o golpeé una puerta, igual a tantas otras. El edificio rezumaba clase media, ni próspera ni venida a menos, con ligero menoscabo de la pintura pero, en todo caso, el silencio reinaba en el pasillo: estaría, la gente, en la concentración. Suavemente, sin hacer ruido, la puerta se abrió y apareció una mujer alta y rubia que me hizo pasar a un típico comedor-living amoblado con severidad y modestia, algún cuadro en las paredes, una reproducción y una biblioteca angosta y alta en la que no parecía regir ninguna organización. Me hizo sentar en un sofá elemental y, a mi lado, me interrogó acerca del propósito de mi visita, no sin hacer algún diluido comentario sobre el Frente Amplio y el cambio que suponía; evidentemente debía ser, ese propósito, muy consistente, como para

“Nos vamos para ser otros u otras, nos vamos para regresar cargados de existencias soñadas o sospechadas, ocultas bajo las máscaras cotidianas.” bien y todo lo que sigue a esa fortuna. No en la habitación en la que se mató, eso hubiera sido de mal agüero, sino en otra, lo suficiente como para poder contarlo. ¿O fue en otro viaje? Sin embargo, la ciudad no estaba apagada cuando llegué; se estaba preparando una gran concentración partidaria, por fin la unidad de la izquierda, hecha posible gracias al talento, la firmeza y la honestidad de un militar que no lo parecía, el legendario General Líber Seregni. Era el “Frente Amplio”, germen de lo que hoy, cuando escribo, cuarenta años después, es gobierno y, por cierto, ha animado bastante a la ciudad mortecina, incluso ya venía transformada y no en el sentido acristalado de las grandes ciudades norteamericanas. La manifestación era frondosa y, nada nuevo, pancartas y carteles de grupos políticos que confluían en el

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haberme atrevido a irrumpir en esa calma o, mejor dicho, en ese silencio: supongo que yo esperaría que alguna voz, la de Onetti, lo alterara pero no fue así. Le dije lo que quería, le dije mi nombre con la esperanza de que, no ella, sino el propio Onetti, a quien podría por fin conocer, reaccionara al escucharlo, que me asociara a un comentario que le habría hecho, más de diez años atrás a Julio Adín –un brillante periodista que supo protegerme a fines de los cincuentas– acerca de mi libro sobre Horacio Quiroga, un nombre venerado en el Uruguay y también por él, tan poco proclive a admiraciones: coincidiría con Quiroga en el estilo duro y seco, tan diferente de las blanduras narrativas exitosas en la década del 60. Al rato ella salió y fue a otra habitación y, al cabo de un momento, regresó. “Lamento”, me dijo, “Juan Carlos no se siente bien, no lo puede recibir”. Como no cabía la posibilidad de que eso pudiera cambiar –creo que sospeché qué quería decir “no se siente bien”– el mismo día más tarde o al día si guiente me fui sin conocerlo, cosa que ocurriría unos cinco o seis años después ya en México y él homenajeado por los escritores mexicanos y todos los que abundábamos por ahí, en la ciudad de Xalapa. Volví a la manifestación y allí Alberto Oreggione, que había sido director de la Editorial Arca, fundada por Ángel Rama, me dijo que Rama y Marta Traba estaban volviendo a México y que estaban llegando una o dos horas después. Fuimos al aeropuerto y vimos descender a la pareja con el entusiasmo de los regresantes, era el día propicio para iniciar una nueva vida después de haber andado errando por el mundo. Ambos se sorprendieron al verme pero recibirlos así, sorpresivamente, me parecía que podía ser para ellos de buen agüero. No imaginaban, como tampoco yo, que no muchos años después, tomarían otro avión, a un exilio del cual ya no volverían. Y yo sí.


El viaje, la escritura y la Tierra sin Mal Texto: Luisa Valenzuela / Imagen: Belén Echeverría

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ara hablar sobre viajes, para reconocer y honrar la idea del viaje pongo en marcha mi cuerpo. Conozco más sobre el viaje que las miles y miles de millas que he recorrido pero no puedo escribirlo. En la escritura conviene tomar partido y sólo me gustaría subrayar la riqueza, la multiplicidad de situaciones aparentemente contradictorias: la paradoja parecería ser el terreno de la escritura y también el terreno del viaje. En ambas actividades nos está permitido un atisbo de crecimiento, de conocimiento. Y mientras avanzamos sin fijarnos una meta demasiado precisa, sin forzar los acontecimientos de la acción o de la creación, quizá tengamos la fortuna

de tropezar con un verdadero hallazgo. También al escribir conviene atender al consejo que me dio un guía en Zimbabwe mientras trataba de avizorar a las gacelas: “Para ver animales en la fronda no debemos buscar formas sino prestar atención a los mínimos movimientos”. Son éstas maneras del estar disponibles y atentas sin forzar la mano. En el recorrido –real o imaginario, por la página o por la tierra– no sólo no hay camino, Machado ya nos advirtió, sino que no podremos regresar sobre el camino hecho al andar. El presente texto es un texto en movimiento. La idea de viaje, de escribir en viaje, me lanza en todas las direcciones. Como en la cosmovisión amerindia, quisiera pintarme la cara

de amarillo, pintármela de negro, de rojo, de blanco; los colores de los puntos cardinales. Después podré dejar que los vientos me empujen (en la escritura). O podré ser escrita al atardecer y borrada con la aurora como una pintura de arena návajo. Colón favoreció el viaje de este a oeste abriéndoles el camino a los conquistadores. No me gustan los conquistadores que se creen dueños del mundo, elijo cambiar de rumbo y viajar hacia el este, hermanándome así con los Tupí Guaraníes en su mítica búsqueda de la Tierra sin Mal. Los Tupí Guaraníes del norte de Argentina, Paraguay y parte del Brasil llevaron su búsqueda hasta las últimas consecuencias. Nunca encon-

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traron un lugar donde asentarse porque no iban en pos de un sitioconcreto sino de un sueño. Incluso sin poseer la palabra, ignorando el concepto, se vieron forzados a marchar y marchar en pos del Paraíso. Un paraíso terrenal donde la gente sólo habría de beber, cantar y bailar y sería feliz para siempre. Así era la Tierra sin Mal, y la palabra mal no tenía connotaciones de maldad, hablaba de los demonios que habitan en todos nosotros: la enfermedad, el hambre, la pobreza, el aburrimiento, la muerte. Y los buscadores no estaban obligados a un buen comportamiento para ganarse el paraíso terrenal; sólo debían permanecer en perpetuo movimiento, siempre andando, eternamente buscando. La Tierra sin Mal estaba siempre un poco más allá, hacia el este, y la única obligación de los Tupí Guaraníes era llegar a ella, la muy esquiva. Los karaís eran los encargados de velar para que se cumpliera el sagrado designio, y dondequiera que la tribu fundara un pueblo los karaís comenzaban una danza enloquecida para aprovechar el impulso y poner a todos en marcha, siempre hacia el lugar de donde sale el sol. Ningún asentamiento podía sobrevivir bajo tamaño mandato; los Tupí Guaraníes debían caminar y caminar y buscar lo imposible (lo único que vale la pena ser buscado). Podemos decir que el escritor y la escritora también están buscando una Tierra sin Mal por el simple hecho de enhebrar palabras una tras otra a la espera de alcanzar un significado, una forma de comprensión o de entendimiento que logre ir más allá del contenido de las frases. A veces la búsqueda nos derriba, nos succiona hacia el mundo subterráneo, mucha de la mejor literatura de todos los tiempos está hecha en el infierno. No ignoramos el alto precio que se debe pagar por tan perecedera e inalcanzable mercancía. Julio Cortázar anotó que con frecuencia comenzaba un cuento, incluso una novela, sin saber dónde lo llevaría el primer párrafo o la primera

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oración. Sólo sentía la desesperada necesidad de escribir “como quien se saca de encima una alimaña”. Reconozco la sensación y comprendo el vértigo cuando una frase parece acuñarse por cuenta propia. Nace bien redondeada, la frase, con la forma de un huevo, y de repente se resquebraja y de ahí en más empieza a fluir una historia que no existía tres minutos antes. Una debe correr, atrapar la historia y seguirla, seguirla sin prestar atención a las piedras, a las espinas, a los torrentes o los precipicios que brotan en el camino. Por eso mismo creo que escribir y viajar están profundamente relacionados. Porque creo en escribir con el cuerpo, poniendo cada una de las células en movimiento en el proceso de creación, que es a su vez un proceso de descubrimiento. Desde que me hice viajera siempre quise escribir literatura de viajes, un libro de bitácora de idas y venidas y exploraciones por el mundo.

camino. Así como la escritora conoce sólo un hogar: el texto. Y ambos son blancos móviles. Los Tupí Guaraníes sólo apuntan a blancos móviles. Caminan y caminan y caminan a través de los siglos en busca de una versión personal de la vasija de oro al pie del arcoíris. La escritura de la busca, sin embargo, el proceso de imprimir con los pies andantes sobre el papel, no fue realizada por ellos sino por los aztecas en sus códices. Ésta podría ser considerada la primera literatura americana de viajes, la de los códices con dibujitos de pies descalzos que narran las vicisitudes en la vida de una nación a la que le llevó más de doscientos años encontrar el lugar para asentarse. Aunque fantasiosos, los aztecas conocían lo que estaban buscando: el legendario pero muy concreto sitio donde un águila sobre un nopal se estaría comiendo una serpiente. El paseo de los Tupí Guaraníes era más puro. No estaban en busca de una visión o de una profecía, no buscaban una memoria o una nostalgia, deambulaban tras un sueño imposible. Nunca volvían sobre sus pasos o intentaban retornar a lo conocido, se encaminaban siempre hacia lo absolutamente desconocido. Como una novelista escribiendo una novela, como un aborigen australiano cantando para que el mundo exista, más que un acto de recreación, la búsqueda de la Tierra sin Mal fue un acto de creación. Los Tupí Guaraníes no eran posmodernos. Cada paso era un sumergirse aún más en lo desconocido, donde el miedo y la inseguridad estaban siempre al acecho. Un perfecto “escribir con el cuerpo”. Sobre viajes que de tan descarnadamente reales se hicieron imaginarios. La otra cara se hicieron imaginarios. La otra cara de la gran literatura.

“A veces la búsqueda nos derriba, nos succiona hacia el mundo subterráneo, mucha de la mejor literatura de todos los tiempos está hecha en el infierno.” Pero siento que el mundo y la palabra están demasiado cercanos entre sí como para permitirme caminar a lo largo del uno mientras inscribo (¿o petrifico?) la otra. Todo está moviéndose, todo fluye, y no me siento capaz de congelar el mundo escribiéndolo mientras viajo. O viceversa. Congelar la palabra subordinándola al otro movimiento, el viaje, privándola de su propio movimiento, su propio viaje. Al usar la palabra como vehículo el viaje puede volverse mítico, psicológico o interior. Porque siempre hay un viaje. ¿Se tratará acaso de una búsqueda de la identidad? ¿De las raíces? Un viajero conoce sólo un hogar: el


Toda partida

es un desgarro Texto: Carlos Chernov / Imagen: Hernán Zaccaría

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artir” es un verbo triste y brutal. En su acepción de “marcharse” nos remite a la separación, a la melancolía, a la nostalgia. Algunos usos de la segunda acepción, “dividir”, aluden a la violencia (“partirle la cabeza”, “partir en pedazos”). Toda partida es un desgarro. Incluso aquellas como el parto en las cuales es conveniente separar los cuerpos. El amor construye cuerpos nuevos y no me refiero solamente a que de la cópula entre dos personas nazca una tercera (la imagen de Novalis de que un niño es un amor que se ha hecho visible), sino a la unión en sí misma. En ocasiones el vínculo amoroso es tan poderoso que funciona casi como un cuerpo físico. Cuando alguien está enamorado la partida se convierte en algo literal, como si lo arrancaran de un todo del que forma parte. Iban en un taxi de camino a un aeropuerto cuando ella le dijo: ¿Por qué te vas? Él se dio cuenta de que en verdad no quería irse, pero se resistía a dejarse llevar por sus sentimientos. Buscó algún pretexto que justificara su huida, pero los motivos “realistas” y “adultos” por los que había programado la partida retrocedían avergonzados ante el reclamo amoroso. El argumento de ella arrasó con toda su burocracia interna. Perdió su pasaje, se quedó y ahora están casados. “Dejarse llevar” es una expresión adecuada para referirse al baile o a la natación en aguas abiertas. Supone entregarse, deponer la ilusión de que uno controla su vida. El protagonis-

ta de esta historia me dijo que en el momento en que decidió quedarse con ella hacía unas pocas semanas que la conocía. Casarse le pareció una completa locura, una apuesta

“El argumento de ella arrasó con toda su burocracia interna. Perdió su pasaje, se quedó y ahora están casados.”

durante un período más o menos largo, clásicamente toda la vida, pero nadie sabe si podrá cumplir la promesa, aunque se la refuerce con el imperativo “hasta que la muerte los separe” y con la amenaza de los castigos del Infierno. Los intentos de vaciar la veleidosa sustancia del amor en el rígido molde social muchas veces terminan en un fracaso. No obstante, la duración de las parejas no depende solo de la presión social, al contrario, “hasta que la muerte los separe” puede desalentar algunos casamientos. Un hombre insólitamente altruista me hablaba muy abatido de su temor de no poder cumplir la promesa. ¿Cómo podía estar seguro de que la amaría para siempre? ¿Cómo saber lo que sentiría dentro de unos años? Observaba con envidia a una pareja casada desde hacía más de cincuenta años y pensaba que eran muy afortunados: nunca habían tenido que enfrentar los sufrimientos la separación. Sin embargo, la dependencia que habían desarrollado me parecía preocupante: el que quedara viudo no sobreviviría a su pareja. En este caso, la idea de “Hasta que la muerte los separe” se convertiría en “Hasta que la separación los mate”.

a ciegas. Pero, “¿Acaso los sensatos noviazgos son una garantía de éxito?”, me preguntó. El amor es una promesa. Uno se compromete a amar a alguien

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No me jode que te vayas Texto: Pablo Toledo / Imagen: Carlos Autieri

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eila: Siempre decís que no te entiendo. En ese ajedrez mogólico que creés que hay que jugar para estar con vos nunca me tomé el trabajo de pensar en tu próxima movida, y entonces digamos que no te entiendo. Es más fácil. Más fácil para vos, digo. Pero que te pases una semana metiendo tus putos trapos en este puto bolso cuando creés que no te veo y despidiéndote de cada puta planta ya es tomarme de boludo. Y sí, en casa hubo boludez. Pero no la traje yo. Para que lo entiendas: no me jode que te vayas. Andate. Gracias. Tampoco me jode que te vayas sin avisar. Por una vez tomaste una decisión sin taladrarme los tímpanos cuatro horas. Por una vez tomaste una decisión. Me alegro por vos. Festejá, llamá a tus amigas, contáselo a tu psicólogo. Contáselo a la bola de manteca que te garchás los miércoles a la mañana. O al petiso orejudo que tenías el año pasado. Ya que estás, llamá al psicólogo al que ibas antes, el de las sesiones de dos horas. Festejalo bien, comprate una cartera. ¿Cuando te encamás en un diván se dice encamar o endivanar? Averigualo, esas son palabras que te hacen falta. Me voy de tema. ¿Ves? Hasta imaginar una conversación con vos me aburre. Y después preguntás por qué no te hablo, por qué no te escucho, por qué no te contesto. ¿Porque no te entiendo? Porque no te entiendo. ¿Por qué no te entiendo? La vida con vos es un disco rayado. No me jode que me creas tan idiota como para no darme cuenta. No me joden los mails de tus amigas, los mensajes en el teléfono, las llamadas cuando no estoy en casa. No me jode que me acuses de leerte los mails y hackearte el celular y gra-

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bar las conversaciones del teléfono de casa. No me jode que hayas arreglado para que te esperen a la vuelta por si yo te frenaba. No me jode que no dejes una nota. No me joden las denuncias a la policía. No me jode nada: soy un maestro zen, el Ghandi de Boedo, el Dalai Lama en la puta montaña. ¿Pero ahora qué? Te di todos los motivos y nada, te la puse en bandeja y nada, te di soga con la bola de manteca y nada, mucha cara de víctima pero nunca moviste un dedo. Años de conejito encandilado. ¿Y ahora qué? ¿De golpe te vas? ¿Y por qué te vas? ¿Cambió algo? ¿Te avivaste? ¿Me dormí?

“No me jode que no dejes una nota. No me joden las denuncias a la policía. No me jode nada: soy un maestro zen, el Ghandi de Boedo, el Dalai Lama en la puta montaña.” Elegiste una forma boluda de despertarte pero tenías una sorpresa. Y ahora la tengo yo. Leéte esto donde quieras, meté la mano entre las bombachas, sacá esta carta, gritate algo y andá a contarle a tus amigas otra vez, llamá a la cana otra vez, ponete histérica otra vez, hacete una de las que te conozco. Te imagino y es algo que casi no me acordaba, me dan ganas de estar al lado tuyo y ahora estoy, cuando llegue este momento voy a estar. Mirame. Saludame. Y vos creías que te podías ir. Decime, ahora, por qué te fuiste.


Un juego para el viaje Texto: Ariel Arbiser / Imagen: Laura Sereno

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os juegos nos acompañan en los viajes, pero no sólo eso: son viajes en sí mismos, son evasión, porque nos transportan a mundos variados, distintos del nuestro, muy particularmente imaginarios. Hay varias clases de juegos y por si fuera poco varios criterios de clasificación. La matemática ayuda en esta clasificación y comprensión. Hay quien prefiere el crucigrama, que lo lleva a recorrer una variedad de temas, signados por el lenguaje y las palabras. Hay quien elige tirar dados, tal vez porque le resulta atractivo el buscar combinaciones escondidas en el azar. Los naipes también pueden contarse. Otros adoptan el sudoku, al que se puede visitar redescubriendo sus técnicas solos o estudiándolas previamente.

plazo, sea con el dominio del centro del tablero, el desarrollo de las piezas o las barreras de peones. Y temas tácticos como bloqueo, jaque a la descubierta, coronación y rayos X. El ajedrez es un caso paradigmático, porque engloba una gran cantidad de cuestiones presentes en varios juegos. Tiene además algo de geometría; por ejemplo, un rey no va a poder escaparse demasiado porque el borde del tablero se lo impide. Difícilmente nos jugaríamos por decir que se trata de un juego “perfecto”, pero sí que cuenta con información perfecta y completa: ambos contendientes tienen los mismos datos en todo momento. Ven toda la situación sin ocultar nada… Distinto es lo que ocurre con los juegos de cartas, porque uno ve las que el otro no ve (aunque esto no implica que haya mayor ni menor complejidad). Además, no influye el azar… casi por suerte. Hay por cierto otros juegos con características similares: damas, go, othello, nim… pero sus detalles escapan a este texto. Eso sí, aún aceptando que la información es perfecta, no se

“Los juegos implican el desplazo por un mundo imaginario –son quizá una de las primeras abstracciones que se ve en la vida-, pero con consecuencias muy reales.” Son cuadros súper latinos en los que se viaja de una casilla a otra, así como entre columnas, filas y sectores. Por otra parte, si uno quisiese viajar con compañía, el ajedrez nos ofrece una apertura ya desde hace más de un milenio. Además del significado simbólico de las piezas, estimula otros viajes notables: desvíos, clavadas, sacrificios, así como la estrategia, que en realidad implica un conjunto de planes a largo

nos escapa que, en el pensamiento de un jugador, las prioridades y valores que les da a las distintas facetas del juego no son conocidos por los demás jugadores, y esto puede llevar a ganar o perder. En oposición, el humano es un ser imperfecto, demasiado tal vez. Quizá de eso se trate. No es un error la frase: “en ajedrez gana quien comete el penúltimo error”. Además, las complicaciones que se dan en un tablero escapan a un análisis estático y se requiere hacer viajar a las piezas una y otra vez para ver qué sucede, adónde se llega. Los juegos implican el desplazamiento por un mundo imaginario –son quizá una de las primeras abstracciones que se ve en la vida–, pero con consecuencias muy reales. Tableros, naipes y dados ilustran y guían en esos movimientos conceptuales. La información, tan perfecta como se quiera, no es todo en la vida, porque aún con toda la que hay hoy accesible, los buenos juegos son ingeniosos y siguen guardando misterios, tal como los grandes problemas de la vida. De los cuales no es posible evadirse.

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N O T A

D E

T A P A

Viajar por los bordes Texto: Patricia Lagomarsino / Imagen: Pablo Martín

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n el borde. Entre el confort y lo temido, ahí mismo, está la causa.

Una invitación a escribir: un tema no pensado, un impulso, fugarme, una decisión, aceptar el viaje que la escritura supone, siempre, confiando en que hay lo que se revela en el mismo acto, en el “escribiendo”. Entonces… como cuando se comienza una pintura primero se mancha para ubicar las luces y las sombras y luego el trabajo sobre ese entramado va haciendo emerger las formas. Así, con el apremio de esas primeras pinceladas diría que viajar es una decisión, fugarse una necesidad, hasta casi una urgencia. El interrogante es ¿de quién? Y ¿de qué? Toda representación conlleva numerosas significaciones según la cadena asociativa en la que se inserte, lo sabemos. En esta ocasión la serie que arman viajar-fugarseevadirse, dejan suspendido, latiendo el sentido que articula su cruce, lo temido. Al menos para mi oído. Así es que la decisión de viajar se toma no sin una de las pasiones que anima al Yo, la ignorancia. El rechazo a saber anida en el centro mismo de su constitución y encuentra expresiones diversas. Los argumentos de las motivaciones son variados. En un extremo encontramos el interés por conocer otras culturas, otros paisajes, habitar esos otros olores, sabores, lenguas. Salir de lo familiar, encontrar nuevos puntos de vista, perder aunque sea por ratos la vara con que se mide la realidad como si fuera Una. ¿Evadirse? Quizás… En todo caso un modo de sortear el temor a lo temido. En el otro extremo se encuentra un elegir viajar que reproduzca al máximo y perfeccionado todo aquello que hace a la cotidianeidad. Peloteros, toboganes inflables, y piletas

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pero ahora en la playa. Patios de comida y marquesinas que invitan a ver obras pasatistas para las que todo un año fueron preparando los medios de comunicación más consumidos. No importan las largas colas para todo quehacer, el confort de lo conocido está asegurado. Del gesto defensivo encontramos dos versiones extremas, en el medio muchísimos matices, por supuesto. En uno, lo que se rechaza, lo temido, apenas vislumbrado lleva a aferrarse a lo idéntico, cada vez mas adornado de sí mismo. Toda diferencia debe quedar en su lugar, a una distancia prudencial, es la tierra de los otros.

“La decisión de viajar se toma no sin una de las pasiones que anima al Yo, la ignorancia.” En las antípodas, otra versión: el armado del parapeto fóbico, algo acecha claramente, merodea, amenaza, empuja a la huida, a la fuga. Hasta que se encarna, se ubica lo temido en algún objeto y eso permite transitar, no sin cierta prevención, pero sabiendo qué es lo que hay que evitar. Aún así el éxito no está garantizado en ningún caso, el borde entre el confort y lo temido puede correrse o hasta quebrarse, el viaje transformarse en pesadilla y la fuga no encontrar el camino habitual que la aseguraba. El azar no es previsible.


Exiliados de la lengua Pablo Gasparini

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n 1945, Juan Rodolfo Wilcock, poeta paradigmático de la llamada generación del 40 y uno de los traductores más proficuos de Sur escribe: Nací en Buenos Aires, en abril de 1919. Comencé a hablar en francés, cerca del Chateau de Chillon, al sur de Suiza; aprendí el castellano en Londres, y en el golfo de Patagones me enseñaron a leer y a nadar. A los once años entré al Colegio Nacional, donde aprendí el inglés, el italiano, la Historia y las Ciencias Naturales (...); a los diecisiete aprendí el alemán, y a tocar el piano. Trece años más tarde, y luego de estadías variadas en Inglaterra e Italia, Wilcock habría declarado: Me voy a Italia a escribir en italiano; el castellano ya no da para más. En el barco hacia Europa viaja otro escritor que se reinventaría en una lengua “extranjera”: Héctor Bianciotti. ¿Debemos leer estos desplazamientos como evasiones de una presunta lengua materna? Si la lengua dicha materna dificilmente coincida con la lengua referencial/nacional es cierto que el caso de estos escritores obedece a lógicas que enfatizan esa asincronía. Hijo de inmigrantes piamonteses y con el francés como lengua vehicular de la alta cultura porteña que lo fascina, Bianciotti encontrará en las Belles Lettres su pertenencia literaria y cultural. Wilcock, de padre inglés y de una madre de origen piamontés, construye en Argentina una lengua poética de ribetes clásicos que quizás reencuentre en la “pureza” del toscano referencial (auspiciado en aquel entonces por el estado nacional italiano): una inscripción “clásica” que por su indiferencia frente a la riqueza dialectal de la península ha llevado a comparar su lengua con la de Calvino. Si, como afirman algunos psicoanalistas, toda lengua es extranjera, la experiencia literaria de estos y tantos otros escritores extralingüísticos enfatizan una antigua convicción: todos somos exiliados de una lengua que hemos olvidado.

¿Y por qué te vas?

Para que abras la puerta para ir a jugar Débora Blanca

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i jugamos con Winnicott, podríamos decir que una madre SE VA (desilusión) sólo cuando antes ESTUVO (ilusión) siendo ésta una de las condiciones para que pueda constituirse un niño que juega, un jugador. De modo que en esos PRIMEROS IRSE de la madre (o de quien cumpla con su función), primeras separaciones, primeras frustraciones, se va constituyendo un sujeto niño con recursos psíquicos para elaborar los sucesivos “¿Y por qué te vas?”. Esa pregunta implica una resonancia paradojal, es decir, no debe haber respuesta ya que la tensión debe sostenerse para producir creativamente. Cuando esto ocurre de un modo fallido uno de los posibles efectos es el sentimiento dolorosamente insoportable que acompaña los diferentes “¿Y por qué te vas?” (duelos) de la vida, así como la dificultad para IRSE; en su lugar aparece ESCAPARSE, esconderse, exiliarse… En el caso de la ludopatía (adicción al juego) esto se muestra bastante descarnadamente. Cuando el jugador ya no juega porque perdió frente a la compulsión, ya no se va sino que DESAPARECE; juega frenéticamente a las escondidas: dice que está en un lugar cuando está en otro (apostando), quiere hablar de un dolor y relata una hazaña, etc. El jugador, cuando ya no puede jugar con la máquina sino que es-tragado por ella, no puede irse de la sala de juegos; sólo cuando quedó devastado, cuando perdió todo, cuando logró la posición más ruin posible, sólo ahí se va. El jugador, cuando ya no puede jugar con los números de tanto empecinarse en abofetear al Destino, se exilia de sus propios dichos, de sus promesas, de lo que ya sabe: “Tengo que parar con todo esto, soy un perdedor, vengo para pagar deudas y termino más agujereado”. La escena del exilio es cada recaída, exilio quita-penas. Le gana el pensamiento mágico, le gana la creencia de que podrá recuperar lo perdido (pero, ¿qué perdió?), le gana la imperiosa necesidad de inscribir y borrar a la vez algo del “¿Y por qué te fuiste?”. El ludópata, jugador que ya no juega, sólo abre la puerta para ir a perder-se perdiendo.

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R A P i D i T A S

6 personajes de ficción

con los que pasarías una noche íntima Sergio Olguín 1. Alejandra, de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato. 2. Alise, de La espuma de los días, de Boris Vian. 3. Madame de Rênal y Mathilde, de Rojo y Negro, de Stendhal. 4. Camila López, de Preguntale al polvo, de John Fante. 5. La narradora protagonista de El amante, de Marguerite Duras.

Patricia Suárez 1. Con el sastrecillo valiente, personaje de un cuento de los hermanos Grimm. 2. Jay Gatsby, de El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald. 3. Julián Sorel, en Rojo y Negro, de Stendhal. 4. Fabricio del Dongo, en La cartuja de Parma, de Stendhal. 5. Mario, de Mario y el Mago, de Thomas Mann. 6. Nick Adams, personaje de varios cuento escritos por Hemingway.

Marisa do Brito Barrote 1. Pasé una noche con Juan Carlos. Fue. No toleré la boquita de sangre en su pañuelo. 2. Acompañé muchas noches a Iván Karamázov. Le creí. Humedecí mi frente en su delirio. 3. Tuve un amor intenso con Tomatis. Comenzó la tarde en que juntos, sopamos, la galletita. 4. Lamí gozosa la piel jengibre del joven Watanabe. Me aburrieron sus canciones beatle. 5. Tuve un affaire con Miss Amelia Evan. Le sembré, como alas, mi joroba en su espalda. 6. Me lo bailé al Pini, en Castillo. Ahora espero que despierte su corazón de kriptonita.

Nicolás Hochman 1. Sabina, de La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera. 2. La peligrosa Lolita chaqueña de Luna caliente, de Mempo Giardinelli. 3. La iguana medio humanoide de La piel fría, de Sánchez Piñol. 4. La infartante Shimamoto de Murakami, en Al sur de la frontera, al oeste del sol. 5. La espía hindú que aparece en Vacilación, de Anthony Burgess. 6. Hanna Schmitz, de El lector, de Schlink (y también a la versión-cine con Kate Winslet).

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6 personajes de dibujos animados con los que pasarías una noche íntima María Ferreyra 1. Superman. 2. Bruce Wayne. 3. James Howlett, alias Logan (el alter ego de Wolverine, X-Men). 4. Peter Parker. 5. Flash. 6. Linterna Verde.

Hernán Zaccaría 1. La mujer maravilla. 2. Cenicienta. 3. La novia de Roger Rabbit. 4. Gatúbela. 5. Pocahontas. 6. La bella durmiente. Obviamente las 6 y yo en una cama todos enfiestados.

Lía Tade 1. Afrodita. 2. Betty Boop. 3. La mujer maravilla. 4. Bruce Wayne. 5. Gatúbela. 6. Luisa Lane.

Yair Magrino 1. Jessica Rabbit. La abundancia en curvas es la respuesta a los sueños de cualquier pre puber. No soy un pre puber, pero pienso casi casi igual. 2. Cheetara. ¿Quién no soñó con voltearse un gato? 3. El pulpo Manotas. Lo sexual queda al margen cuando tengo la posibilidad de que me practiquen acupresión a ocho manos. 4. Susan “Sue” Storm. Es la mujer invisible de los 4 fantásticos. Aunque si me sincero, con la que me gustaría pasar una noche es con Jessica Alba. 5. Los gemelos fantásticos. Después de una noche de ponérsela en la pera, no hay nada más oportuno que uno se transformarme en una cubeta de agua y me bañe, y el otro en un perro para que me hociquee de tanto en tanto y verifique si sigo vivo. 6. Jane Grey. La chica pulenta de los X-Men. Desde que la vi supe que quería tener algo con ella. Me da la sensación de que podríamos hablar de todo: la formación de Independiente del `94, las razones por las que García Márquez es tan bien considerado, si Obama se la come, las profecías de Benjamín Solari Parravicini. Todo. Con ella creo que hasta me casaría por iglesia.

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P A S A J E R A S (Crónicas de viaje)

Desde

las canasteras Texto: Florencia Goldsman / Imagen: Muriel Frega

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scribo esta crónica desde una de las experiencias más extremas de Guatemala: viajar en camioneta (lo que sería en la Argentina un colectivo interprovincial). Escribir en este viaje es una osadía. Cada treinta segundos suelto la birome para aferrarme al asiento de adelante como si estuviera en el Samba. Mi espina dorsal se retrae y soy un gato asustado cuando el chofer da un timonazo en la curva. La inercia del bus me amenaza con expulsarme del asiento y desparramar mi humanidad en el pasillo. En estos meses he comprobado que la mayoría de mis amigos guatemaltecos no toma estos colectivos. Y si alguna vez lo hicieron ya no recuerdan cómo es viajar parado y adherido a un extraño por la presión de la masa, o sentado de a cuatro en un asiento en el que, en realidad, sólo caben dos niños. Es que las coloridas y también llamadas “canasteras” son los resabios del transporte escolar relegado desde hace décadas por los Estados Unidos. Diría el escritor guatemalteco Javier Payeras que estos buses parecen infiernitos que cuando pasan desperdician humo en nuestras narices. En Centroamérica, esta resaca del transporte público con sus carteles “School Bus” nos recuerdan que en este territorio nos comemos las sobras que descarta Norteamérica. Pasamos un derrumbe. Son piedras enormes que se desploman en medio de las rutas. Todos los años reparan los caminos para que al año siguiente esos pesados meteoritos vuelvan a aterrizar en el medio. La cumbia reggaeton suena fuerte. El

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encargado de cobrar el boleto se ríe de mi acento y de mi cabeza despeinada y casi rubia aclarada por el sol chapín. Los derrumbes sobre la carretera son aquellos accidentes inevitables en Guate. Son puntos de convergencia, los únicos -me atrevo a decir en humilde suicidio teóricoque reúnen a los dos polos sociales. La clase media alta en sus carros y la baja (más del 80% de la población) que viaja en camioneta. Todos a merced de la gran piedra. Inesperada, dura e injusta que nos mata sin reconocer clases ni etnias. Me hace pensar en el candidato político que va primero en las elecciones para presidente: un ex militar de comprobada participación en los genocidios que azotaron a este país por más de diez años y que diezmó a gran parte de la población indígena. Su lema “mano dura” y un puño que intimida se repite (como las latas de Campbell´s de Andy Warhol) en todos los rincones del país. Rocas, muros, banderas y carteles nos recuerdan que la única salida es un puño cerrado que mete miedo. Tal como la amenaza de una gran piedra cayendo y partiéndonos el cráneo. Pena de muerte y mano dura aúnan a ricos y pobres en un mismo reclamo de “seguridad”. Otra curva violenta. Inevitable sacudón, hace frío y estoy lejos de casa.

Geishas de colores Las “seños” guatemaltecas (en especial las indígenas), como la que viaja sentada a mi lado, son las geishas de este viaje. No dejan de atrapar mi mirada. Su pelo azabache, largo, suelto o trenzado en enigmáticos peinados con cintas que

“En Centroamérica, esta resaca del transporte público con sus carteles ‘School Bus’ nos recuerdan que en este territorio nos comemos las sobras que descarta Norteamérica.” identifican sus pueblos de origen. Orgullosas de sus güipiles (blusas multicolor), con las faldas rectas o voladoras, pero siempre largas al


importante de extranjeros. Muchos vienen en el práctico formato de turista uniformado en chalecos marca Columbia o atuendos rotulados con North Face. Son los soldaditos de la Lonely Planet. Pero también está el “gringo” voluntario. Aquel que, como yo, además de “turistear” intenta “ayudar”. Aunque cada día

se asoman. Ya estamos cerca de la gran ciudad que ¡sí! cada día disfruto más con sus mercados y sus florecientes centros culturales. La que en la última semana sufrió cuatro temblores que no llegaron a terremoto. Inevitables sacudones de la naturaleza. Si la tierra tiembla lo sufrimos todos por igual. Las paredes parecen gelatina tanto en la zona 5 como en el condominio de la zona 14. Las medidas de la escala de Richter en boca de todos. Así como ese cínico latiguillo que repite sordo y ciego: “Nada cambia en este país. Esto siempre ha sido un desastre y seguirá igual. ¿Por qué deberíamos hacer algo?”. Y que resuena, por qué negarlo, a mi país de origen. Antes de ponerme la mochila para bajar del bus, me imagino qué pasaría si mis amigos guatemaltecos se tomaran, de vez en cuando, una camioneta. ¿Cambiaría su experiencia? Como si con apretujarse un poco y descubrir el modo en que viaja el 90% del país se pudiera palpar la real diferencia. O como alguien teorizó hace muchos años: quizás, me arriesgo kamikaze, sentirían en carne propia las “condiciones materiales de existencia”. Tal vez, nos obligaría a pensar si la diferencia social extrema en este país es realmente inevitable. Como la roca que se vuelve mísil y parte nuestras cabezas como una cáscara de nuez.

“Vamos llegando a Guatemala city. Ese lugar en que los titulares de ‘robo’ e ‘inseguridad en aumento’ se multiplican como las piedritas a los bordes de la carretera.”

tobillo. En las telas pájaros, flores y figuras geométricas parecieran escaparse del bordado. Muchas veces viajé apretada con ellas y siempre me contagiaron alguna carcajada. O al menos una mirada cómplice. Como si la historia les hubiese enseñado, pese a la persecución y al machismo imperante, a oponer la mirada risueña como escudo. Como si la verdadera herencia maya -comercializada, vaciada de significado e incasillable- residiera en no tomárselo tan a pecho. Vuelvo a pensar en otra de las curvas de este viaje. Seguro que no soy la única “gringa” que se sube a estas camionetas. Guatemala, descubro, cuenta con una influencia

me desencuentre más con esa idea. ¿Quién soy yo para venir a “ayudar”, y de qué manera, en una cultura bastante opuesta a la mía? El barro de una roca deja su huella a la vera del camino. Algunos carteles de desvío que parecen dibujados a mano, imprecisos, casi borroneados, nos ayudan a seguir. Vamos llegando a Guatemala city. Ese lugar en que los titulares de “robo” e “inseguridad en aumento” se multiplican como las piedritas a los bordes de la carretera. Metrópolis de inverosímiles centros comerciales. Ciudad de dos caras en la que las grandes mansiones observan a la urbe desde las sierras. Ventanales privilegiados que espían tranquilos al hombre de la calle yendo a trabajar. Bastan quince minutos, en 4x4 con vidrios oscuros, para viajar desde un barrio sellado hasta llegar a uno de los barrios más pobres de Centroamérica. Los jóvenes de ahí provienen de familias de origen indígena que fueron obligados a exiliarse, sin escalas, desde el campo o la selva hacia la jungla de cemento. Buscan un futuro que no llega. Choque entre un camión y un auto. Quedamos atascados y los curiosos

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i M P E R T i N E N T E S (Narrativa)

Rubia nuestra

que estás en la tierra Texto: Alejandro López | Imagen: Muriel Frega

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lla impecable. Rubia y con su pelo lacio. Divina. Con su carita de vegetariana, sus vaqueros negros y las manos sucias de haber estado en la huerta. Con la cara lavada sin una gota de maquillaje. Y muerta, bien muerta la yegua. Con el marco rojo y el sello de la revista teleclick arriba de todo, a doble página. Jamás me pierdo un número de la teleclick, pero que quede claro, no soy de las que pegan las fotos en la pared. Yo las tengo en álbumes, seleccionadas por fecha de salida y por orden cronológico porque la teleclick a veces publica fotos viejas. Ahora, si las cuelgo, quiero que queden prolijas tipo cuadrito, pero esta no. La foto de Linda estaba pegada así nomás, con cinta scotch. Te enteraste lo de Linda, me dijo Titina por teléfono. Yo, súper apática, sí, lo vi en la tele; y ella, me acordé de la foto que tenés en la pared. Sabés que no la tengo más, le digo yo. Cómo que no la tenés más, ella con voz de hija de puta porque sabía por qué me lo preguntaba, pero se hizo la desentendida, la que no caía y me dice: ¿Y a quién pusiste ahora? Y yo, a nadie todavía. Y me cortó. Solamente Titina sabía lo de las fotos en la pared, por eso se hacía la que me cortaba y seguramente cruzaba la calle y venía a mi casa a mirarme, porque eso es lo que hacía, mirarme. Yo a mis uñas. Y cuando estoy bien me gusta pintármelas de rojo. Rojo como las tenía pintadas la Lady Di el día del accidente.

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Habían pasado nueve meses desde esa noche. Fue un domingo. El nueve de septiembre. Sentadas en el living mirando la tele y con la teleclick desmenuzada entre las dos, llena de tijeretazos. Y en un corte, yo que le digo, Titina, vení. Y ella me sigue. No arrastres los pies que no quiero que mamá se despierte, le digo.

co y la de Europa y la de cualquier país donde esté el otro. Es capaz de perseguirlo con el pensamiento por todo el continente. Yo también. Acordate la hora, le digo. Y despego la foto de la Lady Di. No sé por qué lo hice y no sé por qué la despegué. Ni siquiera sabía por qué la había puesto en la pared, porque a mí la Lady Di no me caía mal aunque se hubiera casado con ese imbécil. Ahora a la Linda sí le tenía un odio especial. Con sus jeans negros y sus manos cuidadas porque ella decía en las entrevistas que le gustaba sentir la tierra con las manos, limpiar las raíces con las uñas y mancharse con barro, pero estoy segura de que la hija de puta sólo se sacaba los guantes para salir en la fotos con él. Con él, dios padre Paul Mc Cartney, ídolo todopoderoso, en el cielo, en mis álbumes y en la tierra. En la tierra donde está descansando ella toda esparcida por la huertita. Bien desintegrada, como debe estar. Tocan el timbre. Yo voy con las manos a medio hacer. Titina beso y beso en el otro lado. Siempre da dos besos aunque esté apurada. ¿Cuándo sacaste la foto?, me dice. El viernes, le contesto. ¿A la misma hora que se murió?, me pregunta con ese tonito de ella. En ese momento levanto la mano y le doy la última pincelada al dedo gordo y la otra mirando y mirando,

“El nueve de septiembre. Sentadas en el living mirando la tele y con la teleclick desmenuzada entre las dos, llena de tijeretazos. Y en un corte, yo que le digo, Titina, vení. Y ella me sigue. No arrastres los pies que no quiero que mamá se despierte, le digo.” Ella igual arrastra los pies por el pasillo porque, además de tener el culo pesado, es renga y no puede dejar de arrastrar los pies. Me sigue por el pasillo. Entramos a la pieza, apago la luz y prendo el velador. Me hago la misteriosa. ¿Qué hora es? Le pregunto. Las nueve y media, me contesta, y ¿qué hora es en París?, yo. Las tres y media de la mañana, me dice ella que es súper fanática de Ricky Martin y, como no soporta la vida sin él sabe la hora de Méxi-


que no sabe hacer otra cosa. ¿Y a vos qué te parece? Le digo sobradora sin verle la cara porque yo tenía un ojo cerrado y mi uña roja le cubría las facciones. Me quedaban bárbaras pintadas de rojo. Ahora las tengo pintadas de azul. Y ella en ese momento se levanta, yo sigo mirándome las uñas porque ya sé lo que me va a decir y al final me lo dice nomás sacando el póster del bolsillo de adentro de la campe-

ra. Te traje éste porque es el mejor que tengo y sé que vos no lo tenés. Lo abrió. Y sí, efectivamente. Era el póster de Ricky semidesnudo con la toalla que no le tapaba casi nada y yo no lo tenía, porque ella se había encargado de comprar el último número de la teleclick en mis narices. Y entonces agarré la foto con dos dedos, apenas con las puntas para que no se me corriera la pintura y me fui para la pieza.

Buscame la cinta scotch, le dije. Ella que no podía estar más contenta. Se vino rengueando detrás de mí.

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i M P E R T i N E N T E S (Narrativa)

Cómo usar un cuchillo Texto: Fernanda García Lao | Imagen: Virginia Piñón

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Ella debería estar tirada, sucia, con las piernas violetas y el cuello roto.

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Él será un asesino de las afueras, con las muelas enterradas hasta las mandíbulas. Sin edad.

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Sobre un suelo transpirado, sobre tierra hambrienta, la muerta deberá acomodarse y plegarse. Morirse rápido.

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Él se irá rápido también, con los ojos secos llenos de delirio. Se olvidará el cuchillo en el vientre de ella y no volverá a buscarlo; ella se

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lo va a quedar bien hundido, clavado como una bandera.

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Él subirá a un auto y se estacionará lejos. Se meterá en la bañera. Deberá secarse y observar con atención si hay sangre en algún sector de su cuerpo. Pulirse las uñas prolijamente.

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Una vez fallecida, la muerta deberá esperar a que alguien la encuentre una mañana. Un vagabundo con un perro. A nadie le gusta ser un cadáver anónimo. Pero finalmente es mejor. Si el perrito la olfatea, que no toque nada. Oler sí, más no.

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El homicida encontró un cuchillo y después se puso a buscar un estómago donde enterrarlo. Un cuchillo acorde con su ira. Inversamente proporcional.

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Por si ella no se deja, él deberá elegir un campo grande: Si no es aquí será sobre aquellas matas, tengo quinientos metros seguros, luego están la ruta y el zoológico. El asesino es un simplista, por eso resuelve su vida a cuchilladas.

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La víctima debería tener el pelo largo y la boca ancha. Salir a caminar y volver porque se olvidó algo;


siempre el objeto tiene la culpa. Morir te vas a morir, pero te da rabia que te saquen de tu vida que era tuya y no se la prestabas a nadie. La víctima tampoco razona como un filósofo.

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El homicida buscará una piedra y ahí pasará el día sin moverse. La víctima elegirá el momento. Por ahora, se despereza y se rasca. Da vueltas, perezosa con el destino.

“Si no es aquí será sobre aquellas matas, tengo quinientos metros seguros, luego están la ruta y el zoológico.”

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Él deberá acomodarse con el sol de frente, en contraste con el pensamiento. El regodeo en lo obtuso, construye un estilo macabro muy útil.

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Ojo si de pronto, el sol desobedeciera su rutina y se acomodara sobre el pelo de ella. Se sacaría los zapatos.

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Cuidado si el perro abandonara al vagabundo con un ataque de pánico. Si ladrara y se fuera como loco sin razón, la muerte cambiaría de lado, modificando la escena.

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Si el asesino despierta y encuentra a la víctima con el cuchillo en la mano, su plan habrá fracasado. Ella le clavará dos veces el corazón. Una de rabia, otra por seguridad.

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Así, con el sol en la nuca, a él le corresponde la muerte. Ella abandona la piedra renovada.

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Si ve a una mujer descalza seguida por un perro,

huya.

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La muerta disponible se peina, se pone los zapatos. Olvida la cartera. Camina por la ruta buscando un teléfono. Sobre zapatos filosos, decidirá mal: Acortar camino por un senderito sospechoso.

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Cuando el sol haya comenzado su caída, un vagabundo seguido por su perro, meterá los pies en el río.

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El suelo estará caliente cuando ella caiga como una torta de crema, con los ojos ardiendo, los oídos tapados, agarrando pedazos de hierba seca y luchando contra el envilecido: se sabe que no hay tiempo, un cuerpo se mata rápido. Somos muy vulnerables.

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Después del crimen, algunos necesitan perderse con su cadáver, egoístas y masturbatorios. Quieren una pareja para clavarle el cuchillo. Sin cuchillo no saben.

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i M P E R T i N E N T E S (Narrativa)

Los cantones de mi casa Texto: Ginés Cutillas | Imagen: Fernando Halcón

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is padres, literalmente, no se entienden: mi padre habla chino y mi madre habla sueco. Nos dimos cuenta mi hermana y yo esta mañana en el desayuno, cuando ninguno de los dos entendíamos lo que estaban diciendo. Laura se dirigió a mí en suajili, nuestra lengua secreta, para hacerme partícipe de esta observación. Yo no tardé en comentárselo a mi madre en francés, la lengua que uso exclusivamente con ella porque sé que nadie más nos entiende, ganándome ipso facto una patada por debajo de la mesa de mi hermana, quien acto seguido, creo, ha hecho lo mismo con mi padre en alemán, a sabiendas de que mi madre y yo sabemos decir guten morgen y poco más. Al llegar al colegio les he contado todo esto a mis amigos en arameo, el idioma del patio, y les he comentado también que anoche pillé a mi madre en el rellano susurrando polaco con el vecino a espaldas de mi padre. Dicen que esto no pinta bien.

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B L A S F E M A S

Teorías cotidianas Luís Mey

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iguen sin encontrarse votantes de Menem. Siguen sin explicar por qué votaron a Macri los votantes de Macri. Todo el que come pastillas Halls, es sabido, esconde algo: olores y consumiciones. Hay dos formas de conciliar el sueño: estar agotado o tener la vida en orden. Por eso la gente corre, corre y corre. Si no estudiás algo sos un fracasado. Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera. No hay un solo padre que no recite como consejo el Martín Fierro. Eso sigue igual. Un accidente de tránsito sigue provocando demoras por lo mismo de siempre: los chismosos que se detienen a mirar. Jauretche sigue teniendo razón, sobre todo en eso de que los intelectuales argentinos suben al caballo por la izquierda y bajan por la derecha. De ratos, cada cual tiene amante. A veces la mujer, a veces el hombre: así se llega a viejos en pareja. Y ser escritor sigue siendo el peor negocio del mundo, pero todavía me llaman pidiendo por el taller literario. Siguen cerrando cines y siguen las crónicas sobre lo terrible que es perder esas salas. Lo que importa es llenar el diario de mierda. Lo dice la canción: estamos a full, duro y parejo. ¿Por cuánto tiempo más matarán a nuestros profetas? Se preguntó Marley. Lo festejamos en el cosito para escuchar música hacia el trabajo. El hombre apesta y la mujer también, pero no se puede perder la esperanza de que dos personas puedan ser peor que una. Ahora tengo una pareja menos. Tengo otras. Al principio, me pedía que le meta el celular en el culo, y yo contento. Tres años después, lloramos y nos recordamos, cortando, todo lo que nos habíamos amado. Me pregunto, ahora: ¿cómo llegamos a eso? Marley también dijo en esa canción que sus manos se hicieron más fuertes. Las suyas. Las mías no. Y pasan otras cosas, pero de eso que se encargue otro.

Lo malo del sexo es que… Conrado Geiger

…S

e suele confundir con el amor. Estaremos de acuerdo en que sexo y amor son una combinación sublime, pero es cierto que el sexo sin amor puede resultar muy satisfactorio, sobre todo si no se tiene un amor. La búsqueda de sexo por parte de un soltero siempre fue una situación riesgosa. Tratando con amateurs (me refiero a todas aquellas que no son profesionales) uno se expone, por más honesto que sea el planteo, al riesgo de que la necesidad de satisfacer los más bajos instintos se confundan con amor. Tal vez, porque el ritual del buscador de sexo es muy similar al del cortejante enamorado: Invitar a salir, ir a cenar, hablar hasta el aburrimiento, besarse… Esta similitud ritual lleva a esa espantosa confusión. Recuerdo una vez, en mis años universitarios, que estábamos un grupo de chicos y chicas cuando dije (con muy poca delicadeza, lo admito): - Que linda es la primavera... Re-daría ir a un telo… Y una de las chicas respondió: - Sí, acá con Mariela recién estábamos comentando lo mismo… Mi corazón se detuvo. Me acerqué interesado. - ¿Sí? – balbucee y la voz me salió levemente más aguda de lo habitual. - Sí – respondió – Decíamos que estaría relindo tener un romance… - Así son las mujeres – pensé – digo “telo” y decodifican “romance” Años después descubrí que no son las mujeres, somos todos. Salí un tiempo con una chica que me dejó y quedé destrozado. Estuve un buen tiempo alicaído, recordándola con añoranza, convencido de que estaba enamorado, cuando en un ataque de honestidad me di cuenta que lo que más extrañaba de ella no eran sus ojos ni sus manos. Yo extrañaba sus increíbles felaciones. No era amor: sólo era deseo. Eso es lo malo del sexo, que puede confundirse con amor. Y no es ni parecido.

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L i B E R A D i T A S (Poesía)

Somos del tiempo de los cassettes Texto: Jorge Fondebrider Hasta hace diez minutos, cuando abriste la ventana sin mirar por no sé qué urgencia intempestiva, allí, sobre el alféizar, había una botella. Los restos, en el piso, hacen del vidrio apenas un despojo, recuerdo miserable de lo que fue una forma. A cierta edad odiamos que las formas se transformen en basura. Ese muchacho de sombrero y pantalones ajustados tiene amigos. Quinientos veintiocho exactamente. Camina por el mundo como si supiera algo y en realidad no sabe nada, o lo que sabe es poco y le interesa sólo a él y a otros muchachos como él tal vez, quinientos veintiocho exactamente que pasan por el mundo con sombrero y pantalones ajustados. Somos del tiempo de los cassettes, del melotrón, el grabador de cinta abierta. Tecnología que no sobrevivió, me dijo. Nosotros sí. Todavía estamos juntos. Alrededor todo fermenta. Olor a pollo y a música barata, y el ruido de un taladro, la voz del relator, la falta de decoro, de pudor, los gritos como de britney spears o nápoles. Exactamente el tipo de eufemismo con que la clase media vive trepada sobre sí.

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Lo inconsciente que aguarda Texto: Carina Inés Fernández / Imagen: Virginia Piñón Me dio la impresión de ser casi como mirar en un espejo me sentí pequeña lo confieso puede que todo sea puede que nada vuelva puede que la conexión con uno mismo se asemeje a la soledad. Adentro no hay nadie más que uno. _

Estar parada delante abismo-vértigo-dejarse morir para respirar quizás la satisfacción después el vacío supongo. _ Lo inconsciente que aguarda, que pulsa y cuando es hora te mira tan fijo que sobran las preguntas.

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L i B E R A D i T A S (Poesía)

Los bebés no creen en dios Texto: Verónica Pérez Arango / Imagen: Mauricio Planel es predecible el domingo cuando el bautismo llega desde atrás nosotros nos reímos de los fieles y robamos el diezmo y los jazmines frescos. el padre que cura acaricia a los primogénitos sin buenas intenciones mientras receta tipos convenientes de comportamiento y los salva del mal por siempre. todos repiten el estribillo renuncia al placer ante todo cree en dios todopoderoso y soberano de latierra renuncia al demonio y al error contrario a la verdad. el padre que cura explica cada palabra como un semiólogo divino educa y nos libra del mal del mar del más allá. la fe de los chicos pagada con débito automático alumbrado por un cirio pascual o signo del Cristo resucitado desde atrás nosotros rogamos que la luz se apague oh sí que la luz se apague que la luz se apague porque confiamos en la oscuridad. los bebés rosados como pollos crudos levantados por manos lavadas con alcohol son trofeos ganados a la fuerza de siglos de ignorancia. los bebés rosados como cielos atardecidos llegan alto, hasta las hélices de los ventiladores que bañan de aire caliente a los fieles sí creemos en todos lo que nos proponen. al acabar el padre que cura pide limosna y que todos seamos muy generosos.

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C a l l e j e r a s ( N o v e l a p o r e n t re g a s )

El corazón de la manzana E

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ntró, con el rollo de papel apretado contra el pecho, sin abrir del todo la puerta, girando para entrar de costado y cerrando la puerta a sus espaldas, con el pie, despacito. Nada de ruidos, nada de llamar la atención. El dolor de huesos era lo más parecido a la vida, en la vida de Don Antonio. Le devolvía, apenas, un fueguito de la sensación, tal vez perdida ya, de que algo estaba latiendo todavía en su cuerpo. Si los huesos chillaban, era porque todavía estaban ahí. Ahora que todo lo demás se le fue, el dolor era, al menos, una señal. No hizo girar la llave en la puerta, no guardó el papel higiénico en la alacena del baño. Caminó lento hasta su sillón y se dejó caer, estirando las piernas. El papel sobre el pecho y los ojos cerrados. El almuerzo, que todos los días prepara Magdalena, con poca sal y poco esmero, estaba lejos, en la cocina. Don Antonio sabe que en algún momento se levantará del sillón para calentar en el microondas lo que esa mujer con poca sal y poco esmero le ha preparado. Pero es temprano todavía. En otra época le gustaba tomar una medida de whisky a la mañana, antes de prender el primer cigarrillo, para que la sangre circulara con más velocidad por el cuerpo. Después, salir a la calle era otra cosa. Las imágenes se agrandaban y a él le entraban ganas de correr los riesgos necesarios. Ahora, si toma whisky, incluso si toma algo más suave, cerveza, por ejemplo, automáticamente se queda dormido. Sin abrir los ojos, sacó el papel de la bolsa y empezó a abrirlo. Primero lo desenvolvió y le buscó la punta, con la yema de los dedos. Después

Texto: Ariel Bermani | Imagen: Joaquín Paolantonio

en ese momento abrió los ojos y la saliva -un poco de saliva- le salió por la comisura de los labios. Siempre quiso saber si realmente había setenta metros de papel higiénico enrollado. Ahora necesitaba encontrar un metro. Se acordó que tenía uno, en alguna parte. Tal vez en la caja de herramientas. Pero dónde estaba la caja de herramientas. En los últimos años, su relación con esa caja fue efímera, para no decir inexistente. Pero necesitaba un metro. Pensó, incluso, en levantarse del sillón y salir al pasillo. El encuentro con alguna de las muje-

“Sin abrir los ojos, sacó el papel de la bolsa y empezó a abrirlo. Primero lo desenvolvió y le buscó la punta, con la yema de los dedos.” lo hizo rodar sobre el piso, quedándose con un poco de papel en las manos. El papel se estiró, fue ocupando una zona amplia. Recién de-

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C allejeras ( N o v e l a p o r e n t re g a s ) res del piso no sería lo más adecuado, pero supo también que no podía seguir así, sentado, mirando el papel higiénico en el piso, sin saber dónde estaba el metro. Si todavía conservaba algo de coraje, tenía que salir, tocar uno de los dos timbres posibles, pedir ayuda. La docente jubilada, en realidad, no le parecía la primera opción. La otra mujer, la que recibe hombres, tal vez podría ser la adecuada. Alguno de los hombres, por qué no, podría tener un metro en el bolsillo del saco o en un bolsillo del pantalón. La cuestión se podría resolver si le abrían la puerta, si él lograba explicarse con pro-

toda su fuerza, no hasta matarla, pero sí hasta que ella perdiera esa expresión estúpida y un poco sobradora con que solía mirarlo. No lo hizo, no le apretó el cuello, pero decidió moderar sus comentarios, no involucrar a Magdalena en sus cosas. El metro, pensó. Y se paró de golpe. Una pierna, después la otra, un brazo, la cintura girando, todo su cuerpo se puso en movimiento y llegó hasta la puerta del baño. Antes de abrir, un ruido en el pasillo lo detuvo. Ruido de pisadas. Voces. Trató de entender qué decían, tal vez la mujer que recibe hombres en su casa estaba llegando. O era la maestra jubilada la que llegaba. No tuvo mucho tiempo para especular. Los ruidos desaparecieron y él se miró la mano derecha, la mano que había quedado detenida en el aire cuando estaba por abrir la puerta del baño. Otra vez el dolor de huesos. Como un pinchazo. En la mano. Los dedos quedaron paralizados sobre el picaporte. Y volvieron los ruidos. Algo que parecía una discusión se estaba metiendo en su casa. Una voz de hombre, una voz de mujer, voces un poco graves. Pensó que podría salir -si los huesos se lo permitían- y pedirles un metro. También pensó que esa era la idea más estúpida que había tenido en años. Se imaginó irrumpiendo en el pasillo, metiéndose en el medio de una discusión, para pedir un metro. ¿Y si le preguntaban para qué lo quería? ¿Iba a responderles que lo quería para medir el rollo de papel higiénico? Lo mejor sería salir a la calle. Estirar el papel y comprobar así hasta dónde llegaba. Poner una piedra en la punta y empezar a desenrollarlo. Setenta y cuatro metros es casi una cuadra. Tres cuartos de cuadra. No sería difícil darse cuenta si llega hasta tres cuartos de cuadra o hasta media cuadra o hasta un cuarto. No podría saberlo con precisión,

“Algo que parecía una discusión se estaba metiendo en su casa. Una voz de hombre, una voz de mujer, voces un poco graves. Pensó que podría salir -si los huesos se lo permitían- y pedirles un metro.” piedad, si la mujer no lo tomaba por loco, si alguno de esos hombres se mostraba predispuesto a ofrecer el metro. Pero también podía esperar hasta la mañana siguiente. Magdalena debe saber, pensó, dónde está la caja de herramientas. Este último pensamiento lo serenó y decidió, al menos en forma provisoria, continuar así: sentado, las piernas estiradas, el papel higiénico a sus pies. Magdalena nunca sabe nada, pensó después, enseguida lo pensó. Se acordó de la mañana en que le preguntó a esa mujer dónde estaba su álbum de fotos. Qué álbum, preguntó ella. El mío, dijo él. Cuál. El de mi casamiento. Cuándo se casó usted, preguntó ella, con un poco de malicia en los ojos y Don Antonio sintió deseos de apretarle el cuello con

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pero sí aproximadamente, que es casi lo mismo. Entró al baño, se bajó la bragueta. Mientras orinaba, pensó en lo que estaba por hacer y eso lo distrajo de su ocupación inmediata. El pis le mojó el pantalón y, además de mojar también la tabla del inodoro –que nunca levanta-, cayó al piso, formando un charco. No le importó. Lo pisó, para aplastarlo, pero lo que consiguió fue enchastrar más el piso. Volvió al living sin lavarse las manos, ni mirarse al espejo. Perdió la costumbre de mirarse al espejo, ya casi no se acuerda de su cara. Buscó, con la vista, un abrigo. Se puso un saco. Guardó el papel higiénico en un bolsillo. Ya la discusión se había apagado. Antes de guardar el papel trató de volver a enrollarlo lo mejor posible. No quería desperdiciar ni un centímetro. Abrió la puerta. No había luz en el pasillo. Sin prenderla, sacó la llave de adentro y la metió en la cerradura del lado de afuera. Cuando iba a cerrar oyó el ruido de otra llave, cerca, y se apuró para volver a entrar. Espió por la cerradura. No vio nada. Seguía oscuro. Mientras sentía que le volvían las ganas de orinar, se dio cuenta de que la llave le había quedado del lado de afuera. Si estuviera Magdalena, pensó, le pediría que fuera a comprarle un metro. Sin decirle, por supuesto, para qué. Si se animara volvería al pasillo para hablar con alguna de las vecinas. O con el encargado. El encargado. Le volvió la cara del tipo y entonces se dio cuenta de que había dado con la solución al pequeño problema en el que estaba metido. Abrió apenas la puerta, recuperó la llave, la puso del lado de adentro. Sin quitarse el saco, se apuró hasta la habitación, se sentó en la cama y levantó el tubo del teléfono.


H eterodo x as (Libros) El grado cero de la escritura, de Roland Barthes Siglo XXI, Buenos Aires, 2011 Publicado por primera vez en Francia, en 1953, este fue el primer libro de Roland Barthes, semiólogo, filósofo, ensayista y escritor que marcó con sus teorías lingüísticas a toda una época y una generación de pensadores, Jacques Lacan a la cabeza. Tal vez, incluso más, ya que sus ideas sirvieron para generar un quiebre entre dos momentos. El grado cero de la escritura es el germen de sus estudios estructuralistas acerca de lo que significa escribir, qué consecuencias tiene ese acto, qué implicancias políticas, etcétera. Complementando la obra, sobre el final hay un anexo, que está compuesto por algunos de sus ensayos críticos, en los que analiza a autores como La Rochefoucauld, Chateaubriand, Proust, Flaubert o Pierre Loti.

El espectador emancipado, de Jacques Rancière Manantial, Buenos Aires, 2010 Rancière saltó a la fama con tan solo 25 años, cuando en 1965 formó parte de los autores que escribieron Para leer el capital, obra colectiva coordinada por su maestro, Louis Althusser. A partir de entonces su participación en los ámbitos académicos franceses creció cada vez más, hasta convertirse en uno de los filósofos más citados y discutidos de la actualidad. En El espectador emancipado, Rancière reúne una serie de conferencias que dictó en los últimos años, y que tienen como punto de confluencia una mirada sobre las miradas. Una forma de analizar las imágenes y sus consecuencias en quien las observa, que pone en cuestionamiento el arte de las últimas décadas, sus derivaciones políticas y el análisis subjetivo por parte de los intelectuales.

Donc. La lógica de la cura, de Jacques-Alain Miller Paidós, Buenos Aires, 2011 Donc es una palabra francesa que viene a significar “entonces”, en todas sus acepciones. Donc, de eso se vale Miller (yerno, discípulo, heredero, albaceas de Jaques Lacan) para estructurar su seminario sobre la lógica de la cura, aquel que dictó en París entre 1993 y 1994, y que hoy por primera vez aparece en una edición sumamente cuidada, que se centra en pequeños detalles obsesivamente repensados. Filósofo primero, psicoanalista después, Miller intenta traducir las enseñanzas de Lacan, en especial las de su seminario IV, La relación de objeto, que para esa misma época acababa de ser editado y publicado en su versión formal. Una obra compleja, inteligente, que no está destinada a un público masivo sino a psicoanalistas que buscan profundizar en algunos conceptos y vislumbrar algunas alternativas a aquella pregunta de Sigmund Freud, acerca de si la cura, en el psicoanálisis, era un proceso terminable o interminable.

Los cuatro peronismos, de Alejandro Horowicz Edhasa, Buenos Aires, 2007 Reedición de uno de los libros clásicos sobre peronismo que, probablemente, sea uno de los más inteligentes, creativos y, por eso mismo, tan plagiado. Horowicz, historiador y ensayista, propone una complejización del peronismo, al que convierte en un fenómeno plural, multifacético, cambiante con el tiempo. No siempre resulta tan evidente (para políticos, medios de comunicación, masas, intelectuales y demás) que el Perón de 1946 no es el mismo que el de 1955, o el de 1973, ni que los gobiernos peronistas post-Perón no pueden ser clasificados en una misma categoría. De la centroizquierda a la derecha más recalcitrante, de apoyar a Montoneros a incentivar a la Triple A, el movimiento tuvo más transformaciones de las que a los historiadores suelen quedarles cómodas. Una invitación a seguir reflexionando sobre un actor social que cambió y sigue cambiando a la Argentina. Y por supuesto, también a sí mismo.

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H eterodo x as (Libros) Ficciones barrocas, de Carlos Gamerro Eterna Cadencia, Buenos Aires Acaso como la extraña difusión del psicoanálisis en nuestro país, la ficción barroca, la ficción regida por las leyes de la imaginación, parece constituir, para Carlos Gamerro, uno de los pilares en los que se apoya lo mejor de nuestra literatura. Gamerro explora y alumbra textos de Borges, Onetti, Bioy, Ocampo, Felisberto Hernández, Cortázar, con el fin de postular una inclinación común: la vocación por escribir ficciones donde la realidad tenga uno o varios pliegues. Acaso para explicar, refutar o consolarse tanto del desasosiego borgeano: “Lo único cierto es que nunca sabremos qué cosa es la realidad” como de la prepotencia peronista (y por ende, anti-peronista): “La única verdad es la realidad”.

Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra Anagrama, Barcelona, 2011 Nueva novela de Alejandro Zambra, el joven escritor chileno, autor de Bonsái, que amenaza con convertirse en un clásico dentro de no muchos años. Una historia simple, de idas y vueltas, de amor, de separaciones y reconciliaciones, de un Chile pinochetista y otro de la socialdemocracia al piñerismo. Zambra introduce allí, casi como al descuido, algunas problemáticas teórico-prácticas de la posmodernidad: la función del narrador; la dificultad de ser autor y personaje al mismo tiempo; los porosos límites entre contar la propia experiencia e inventar una que sea parte de la imaginación. En definitiva, un lenguaje claro y atrapante, lleno de emociones y misterios de lo cotidiano, para hablar de algo que cualquiera podría haber llegado a vivir.

Un año, de Jean Echenoz Mardulce, Buenos Aires, 2011 No tiene nada de casual que una editorial nueva, como Mardulce, abra su colección de novelas con un autor como Jean Echenoz (Francia, 1947). Prolífico, pulcro en cada descripción, sorprendente por momentos, este autor (ganador de premios como el Médicis o el Goncourt) presenta una novela publicada en francés en 1997, en la que se narra la historia de una mujer que huye de París luego de una muerte bastante extraña. A partir de entonces Victoire, la protagonista, recorre pueblos y rutas en un estado rayano a la indigencia (elegida), para retornar a su ciudad un año después, y encontrar que las cosas eran todavía más raras de lo que imaginaba. La novela cuenta con un plus agregado: la traducción impecable de Damián Tabarosvky, que se encarga de que las palabras de Echenoz suenen cercanas y conocidas, con un aroma bien local.

Orgullo y Prejuicio y Zombies, de Jane Austen y Seth Grahame-Smith Umbriel, Barcelona, 2009 Jane Austen (1775-1817) fue una escritora inglesa, autora de libros que se convirtieron en clásicos de su lengua de manera casi inmediata. Seth Grahame-Smith, como se explica desde la solapa del libro, una vez tomó una clase de literatura inglesa y vive en Los Ángeles. Austen escribió una historia que habla del amor y el rol de las mujeres en la sociedad británica de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Y a eso, Grahame-Smith le agregó la presencia de algunos cientos de zombies, muertos vivos que se nutren de cerebros humanos que andan dando vueltas por ahí. Literatura con mucho de bizarro, es cierto, pero también con humor, aire fresco y una mirada renovada y desacralizadora de lo que las letras son o deberían ser.

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B L A S F E M A S

Si yo fuera superhéroe Federico Simonetti

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o primero que hace un superhéroe que se reconoce como tal es, precisamente, reconocerse como superhéroe. Suena a aforismo de José Narosky, pero ese momento se llama “epifanía”, que significa “manifestación de un hecho milagroso”, según Wikipedia. Es aquel en el que Acuamán se da cuenta de que es algo más que el niño que más tiempo resiste vivo debajo del agua o El Increible Hulk piensa que quizás conviene rever esa propuesta de ir a un psicoanalista para controlar la ira. A su vez, los Superhéroes tienen superpoderes de dos tipos: los naturales, que tienen la virtud en el cuerpo, por ejemplo Flash; y los de accesorio, que dependen de artículos de la más diversa índole: lazos, sogas, linternas, telas de araña, etc. Abarcando sólo este segundo grupo, la pregunta que surge es: ¿Superhéroe de accesorio se hace o se nace? Si yo fuera superhéroe me hubiera hecho de abajo, no como ese Batman. Yo: humilde, muchacho de barrio, Mataderos, particularmente bueno lanzando arandelas gruesas de metal rumbo a objetivos de lo más variados; éstas van, cortan y vuelven. De adolescente paso mis tiempos cortando carne con las arandelas en un matadero, haciendo los deleites del capataz que ve como su productividad se duplica. Hasta que una noche, en pleno corazón de Liniers, dos sospechosos son reducidos gracias al poder de mis arandelas. La epifanía. Y ahí nace el mito. Ahí viene la prensa, los contratos, putas, falopa, pero no alcanza, porque soy superhéroe y quiero el bronce, y empiezo con las frases hechas: “Ayudame a ayudarte”; “Si te cuidas es más fácil que te cuide” y se dispara una carrera: intendente, diputado y muchos candidatos presidenciales desesperados por tener mi apoyo, el de “Arandelman”, ese es mi nombre, al principio me suena judío, pero después me acostumbro y ya no quiero que me digan “Jorge”.

Sebastián Pandolfelli Los superhéroes son personajes con poderes fantásticos, inventados por los yankis para alegrar a los niños, de paso adoctrinarlos y exaltar su patriotismo. Muchos de ellos choreados de la mitología. Según Wikipedia, legalmente, sólo los personajes de Marvel o la DC pueden hacerse llamar superhéroes, ya que es una marca registrada en EEUU. Así que para “evitar la fatiga”, como decía Jaimito el cartero, pero sobre todo, para evitar problemas legales con nuestro Gran Hermano, cual Bartleby: “preferiría no hacerlo”. Bien, no se puede ser superhéroe... Seamos Héroes. Cierta doctrina (muy de moda en estos tiempos) dice: “La única verdad es la realidad”. La realidad efectiva. A la sazón, hay que ser realistas. Y para eso hay que tener los pies en la tierra. Volar como Superman es un delirio. Se puede volar con la imaginación. Es más sano. En mis 34 años nunca me subí a un avión así que no tuve la experiencia de volar y creo que cuando suceda, me va a agarrar un ataque de vértigo. Así que el poder de volar: descartado. La fuerza bruta, como poder, tampoco es una opción. La violencia a la larga sólo trae más violencia. Quizá volverse invisible, aunque eso lo logro con frecuencia en algunos ámbitos. A ver... El poder que me gustaría tener es el de la FE. La FE es algo que me cuesta. Me dan envidia quienes son capaces de creer en algo fervientemente. Eso es por tener “los pies en la tierra”. Bueno, debo ser realista entonces, pero mejor: realista delirante, como mi maestro Laiseca. Quiero ser un superhéroe y lo más cercano que tengo a “súper” es el chino de la vuelta. Quiero ser un héroe anónimo, como esas personas que se levantan a las seis de la mañana y viajan para el culo en un colectivo repleto para gastar muchas horas de la vida en un trabajo alienante, pero la siguen remando contra la corriente para dar un futuro mejor a su descendencia. Quiero ser un héroe como esos que siguen peleándola porque tienen FE en algo o en alguien. Si yo pudiera ser un héroe, me gustaría ser como mis viejos. Héroes somos todos de una u otra forma. Como dice Bowie: “Podemos ser héroes por una vez”.

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i M P ú D i C A S ( Te a t r o )

Ya va a llover

en serio

Texto: Manuel Crespo Imagen: Martín León Barreto

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lueve. Está lloviendo. La gente dice que cuando llueve fuerte se cae el mundo. La gente no sabe nada. Adónde se va a caer si todo alrededor es puro aire. La gente siempre se está preocupando por pavadas. Por mí al principio se preocupaban, pero eso fue hace tanto tiempo que a veces me parece que le pasó a otro. A otro que después fui yo. No sé cuántos años pasaron desde que volví, pero el que se bajó del tren ese día era otro tipo. Lo veo de lejos, tirado boca arriba en su catre. Los ojos clavados en el techo, abiertos a la fuerza, como si tuviera miedo de pestañear. Cuando al final lo hizo, porque algún día lo iba a tener que hacer, yo le saqué el cuerpo. O mejor dicho: se lo robé desde adentro. Mejor empiezo otra vez. Por mí, al principio, se preocupaban. Me veían en la calle y me decían tomá, Horacio, comprate algo. Y yo agarraba, por supuesto: sigo agarrando. En el Argentino todavía me convidan con tostados, gaseosa, café. Trato de regular el mangazo lo más que puedo, sino Vetere se me viene al humo. Me la tiene jurada, Vetere, pero no es mal tipo. Las malas de verdad son las viejas chupacirios. Hace rato que no ando por la plaza los domingos, cuando sale la gente de la misa. No sé qué les pasa a esas mujeres. Me atoran entre cuatro o cinco y empiezan con la cantinela del asilo. Qué asilo. Asilo de qué. Que vayan ellas a vivir ahí, si son más viejas que yo. Esta gente y sus palabras: asilo, contención, cama calentita y la comida también. Parece que las dicen y ya se sienten mejor. O que uno se tendría que sentir mejor por escucharlas, no sé. Cuestión que los domingos me voy para las quintas, me quedo mirando

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los árboles. El problema es cuando se larga a llover, como ahora. Me busco un techo y me siento a esperar. También me paro a esperar, no es que porque espero tengo que estar sentado sí o sí. Mientras espero, entonces, aprovecho para revisar mis bolsas y ver que no se me haya caído nada. Siempre algo se cae, pero tampoco es la muerte de nadie. A la tardecita encaro para la estación de micros. Hace un par de años que es mi casa, o cómo quieran llamarle. Me busco los cartones que tengo escondidos por ahí y me tiro al reparo del cantero. Acá estoy ahora, acostado, sintiendo la lluvia que cae cada vez más fuerte. La lluvia afuera y yo adentro, aunque no haya paredes de por medio. La siento caer a unos metros, contra el alero de chapa, justo donde la luz del reflector se termina de hacer sombra. Está refrescando. Hoy Vedia hizo lo de costumbre. Primero

cerró la puerta del bar y después la de la entrada a las boleterías. No me saludó al irse. Es así, Vedia: medio mudo. Me deja tirar las cosas y tirarme yo. Por ahí piensa que a cambio le tengo que cuidar el boliche. Cuestión que acá estoy, sin nada de sueño, con los ojos casi tan abiertos como el otro que después fui yo. Estiro la mano y la luz amarilla me la baña entera. La dejo caer al suelo, que está helado. Durante el verano es un cementerio de bichos. De tanto mosquear alrededor del reflector, se les achicharran las alitas y se van a pique. Si uno presta atención puede ver al bicho yendo contra la luz caliente, después la caída con ruido de papelito sobre las baldosas, el bicho boca arriba, los intentos de levantar vuelo otra vez, el pobre tonto que zumba para tomar envión


la tierra. No sé por qué la gente no presta atención: la tierra se chupa la agüita y se hace cada vez fuerte. Se está preparando. Un día el mundo va a temblar. Ya va a llover en serio, y a ver quién me viene a hablar de asilos después. A un metro de acá hay una cucaracha reventada. Yo mismo la pisé esta tarde, cuando llegué a la estación. Ahora la están desarmando las hormigas, que no sé de dónde salieron. Si me las quedo mirando me olvido que hace frío. Se le suben encima y le arrancan

o para protestar, después la resignación, las patitas que se mueven apenas y al final ya ni eso. Pero hoy no es verano y está lloviendo. Cada tanto sopla el viento y el agua salta el cantero y me pega en la cara. No es algo feo de sentir. La lluvia no tiene nada que ver conmigo. El ruido contra el alero casi no me deja oír lo que pienso, pero este ruido tampoco tiene nada que ver conmigo. Lo único mío es este cuerpo que antes fue del otro que no quería pestañear. Algún día se va a quedar seco, mi cuerpo, como les pasa a los bichos del verano. Alguien de la municipalidad se hará cargo de enterrarme y después, con el tiempo, despacio o más bien rápido, depende de cómo se mire el asunto, de quién sea el que lo mire, quiero decir, el cuerpo que ya no será de nadie, ni mío ni del otro, se irá aguando. Eso. Se hará agüita olorosa que pudrirá las planchas del cajón, y así empezará el viaje a través de la madera, de los agujeros invisibles que le permiten respirar, porque es sabido que la madera también respira, y todo para que al final a la agüita se la chupe

tán pasando ahora y ni un hombre en el medio. Un tiburón nada debajo de una foca. Un lagarto se echa a tomar sol encima de una piedra. Crecen plantas todo el tiempo. El pasto crece y tapa la tierra; lo que se muere entre medio se lo comen las hormigas. Acá nomás, debajo de mis cartones y del cemento, bien abajo en realidad, hay unas lombrices que se pasan las horas tragando tierra por una punta y cagándola por la otra, toda la vida comiendo y cagando tierra en el mismo lugar, sin saber por qué hacen lo que hacen, y mientras tanto nosotros jugamos a que al mundo lo tenemos cortito de riendas. El mundo es nuestra casa: eso dice la gente. Basta de matar animales. Salvemos los témpanos, los árboles. Somos la única especie que se carga una ballena y después la llora. El mundo es la casa nuestra y por eso lo tenemos que cuidar: eso dicen. Pero una casa no tiembla, aunque ahora que lo pienso en realidad sí, y sólo porque el mundo tiembla primero. Yo digo que lo dejen hacer, si igual eso es lo que va a pasar. Dejen que el mundo se inunde, que se prenda fuego. Dejen que vaya nomás, y que vuelva machito. Nosotros estamos listo el pollo, de todas maneras. Eso es tan cierto como la lluvia que no para de caer, el viento que la hace saltar el cantero, la cucaracha reventada y las hormigas encima de ella. Pobres de ustedes. La cara que van a poner cuando se largue a llover en serio, gotones así de grandes, bombas más que gotas, fogonazos de agua, ruido por todas partes, lluvia hoy, mañana y pasado también.

“Hace rato que no ando por la plaza los domingos, cuando sale la gente de la misa. No sé qué les pasa a esas mujeres. Me atoran entre cuatro o cinco y empiezan con la cantinela del asilo. Qué asilo. Asilo de qué.” pedazos. Las hormigas no tienen nada que ver conmigo y la cucaracha tampoco, por más que haya sido yo el que la sintió crujir debajo de la alpargata. Se la están llevando de a pedacitos, en fila, y desde acá ni siquiera puedo imaginarme la carne desgarrada ni las tripas al aire. Son detalles demasiado chiquitos, pero ahí están. Juego un rato a que las hormigas después van al hormiguero y rearman la cucaracha, que todo hormiguero tiene un museo de cucarachas adentro. Eso hacemos nosotros con los dinosaurios, por lo menos. Está a la vista que no aprendimos nada. El mundo todo el día comiéndose a sí mismo y acá nosotros creyendo que nunca nos van a tocar. Para mañana de la cucaracha no va a quedar nada, una cascarita a lo sumo, y Vedia la va a barrer sin mirarla. Así de fácil. Vedia nunca se hizo la pregunta. Cuántas cosas es-

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B L A S F E M A S

Qué hubiera pasado si Valeria Tentoni

¿Q

ué hubiera pasado si, en efecto, el hombre hubiese llegado a la luna en 1969? Si aquello de un pequeño paso para un hombre; un salto para la Humanidad no se hubiese grabado en un estudio de televisión ¿estaría la humanidad saltando, desde entonces, sin detenerse? ¿Nos hubiésemos convertido, acaso, en una legión de saltimbanquis? Quizás los científicos hubieran acabado por deducir que, en nuestro periplo genitor, la descendencia no debía atribuirse al mono, sino a los canguros. Catervas de estudiosos se hubiesen limado los cerebros apostando su prosapia a que Darwin había errado con su Origen de las especies, y que lo suyo había sido un tremendo (o simpático) desliz. Los antropólogos estarían asegurando, en las altas casas de estudios, que así como en los canguros se consignan como especies a los del tipo rojo, gris oriental y gris occidental, la humanidad habría replicado sus morfologías en la fauna racional. Médicos y biólogos de todo el planeta estarían investigando la modificación genética producida en los seres humanos, que les hiciera perder la cola y aumentar su esperanza de vida de 18 a casi 80 años. Así, las similitudes reproductivas de canguros y humanos hubiesen llamado mejor la atención, con una idéntica cantidad de meses de gesta y de producción por parto. La pedagogía estaría intentando una ortopedia que permitiese al niño retornar al salto -modo de locomoción por lejos más ágil y económico. La mesura de una legua se hubiese modificado, y en una hora se recorrería el doble de kilometraje. Automóviles, colectivos y motocicletas hubiesen caído, quizás, en desuso, y el smog hubiera acabado por resultar insignificante, sino inexistente. Gabriel García Márquez con sus Cien años de soledad, habría aparecido como un visionario, al cerrar el libro con su advertencia de cola, no ya de cerdo, sino de canguro.

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Hugo Salas

S

upongamos que el arco político y la sociedad civil no hubiesen sostenido a Isabel Martínez de Perón hasta las elecciones anticipadas de 1976 y los militares hubieran dado un nuevo golpe. Balbín no habría llegado al gobierno y nuestra historia no registraría dos presidentes muertos en funciones de manera consecutiva, con el problema añadido de su menguante capacidad de conducción. Borrados de la historia su errático mandato y la confusión imperante luego del deceso, quizás el radicalismo todavía existiese. Se presume que la tradición nacionalista del cuerpo militar habría obstaculizado, si no impedido, el proceso de desmantelamiento de la industria nacional y de liberalización de la economía que emprendieron los gobiernos de 1976-1988, de la mano del tristemente célebre Ministro Zorreguieta. Resulta dudoso también que con sus comandantes al frente del gobierno –es decir, sujetos al arbitrio político internacional– los niveles inferiores de las armas se hubiesen permitido llevar adelante las tareas de represión que perpetraron basándose en los decretos 2770, 2771 y 2772 firmados por Luder en 1975 (en vigencia hasta 1987), abusos que aún tiene la justicia como materia pendiente. Por otra parte, es complejo determinar la reacción de los grupos armados, si bien es cierto que contaban con que la eventualidad del golpe predispusiera a la población civil a su favor. Mucho se ha especulado si la cúpula de Montoneros hubiese permanecido en el país, lo que tal vez habría aminorado el número de bajas entre estudiantes y cuadros inferiores. En el caso del ERP, Gorriarán Merlo ha sido categórico al señalar que “sin importar las diferencias entre los modos de la opresión burguesa, el partido revolucionario de los trabajadores hubiera mantenido su estrategia”.


M E D i A N E R A S

Tengo un vecino que Tengo un vecino que es inoportuno

hace ruido

Juan Guinot

U

na siesta, metió la nariz en mi departamento y largó “Hay olor a sexo”. Detrás de mí apareció mi ex novia, él dijo “No me di cuenta, es que la otra chilla tanto”. Me dejó con el picaporte en la mano y sin novia. Ahí llama con sus tres golpes. Dejo de escribir, le abro. Pecha la puerta, entra y suelta “Te falta una mina, hay un olor a huevo”. Se sienta delante de mi computadora: “¿No podés escribir?”. Respondo que es porque no me dejan laburar y me corta: “Eso le dije a las Testigos de Jehová que no atendés. Tranqui, esas no tocan más”. Le agradezco y me dice “Nada que agradecer”, y lee mi texto inconcluso. Lo voy a agarrar del cogote, cuando salta de la silla: “Les di tu número de fono, les sugerí que te contacten para que publicaran en la revista Atalaya. ¡Ah! Les pedí que no te digan que escribís por hobby porque te calentás”. Gruño. Él sigue: “Les expliqué que eras ideal porque escribís… ¿Cómo es eso raro?”. Le digo ciencia ficción y él dice, “Sí, sí, eso raro. Bueno, vas a escribir sobre el fin del mundo”. Al salir, suelta: “Cuando seas el Borges de Villa Crespo no te olvides de decir quién te abrió la puerta”. La del infierno, pienso. Suena el teléfono. Voy a la cocina, levanto la horquilla y la cuelgo. Me asomo, mi vecino desapareció. Otra vez el teléfono, lo desconecto. Le pego un empujón a la puerta. Me siento delante de la computadora y empiezo a escribir algo que cuenta que si el Apocalipsis viene a caballo, mi vecino, es uno de sus jinetes.

Tengo un vecino que

es voyeur

Agustín Dellepiane

E

l tipo estornuda, eructa, y se la pasa viendo la tele a todo volumen. Grita los goles de su equipo, pero también protesta con cada amarilla, cada córner. No tiene drama en festejar los tries del rugby (e incluso el resultado a boca de urna de una elección) con el alarido de gol. Sé que sigue a los All Blacks porque el otro día, antes del partido, se puso a hacer la haka, como un verdadero maorí. Pero, lo peor, son las noches en que mi novia me visita y nos quedamos oyendo el pie de su cama martillando mi techo. El animal está horas dándole a la matraca. “¿Ves cómo se hace, nena?”, lo escuchamos repetir como un disco rayado. Eso mismo le dijo a mi novia en la última reunión de consorcio. Ella quiso hablar de los caños podridos del edificio y él interrumpió para explicarle de qué manera lo iba a reparar con sus propias manos (así nos ahorrábamos el plomero). “¿Ves cómo se hace?”, y hacía que arreglaba la cañería. Por suerte, existe el vecino de al lado. Con él, además de compartir el silencio, puedo hablar en serio de las pocas cosas importantes para que un consorcio funcione. Antes de ir a la reunión voy a consultarle algo. Me hace pasar y me presenta a los padres, que viven con él. Después de saludarlos, los veo uno al lado del otro, y descubro una nimiedad que me da un escalofrío: los tres usan la misma tintura de cabello. Un marrón oscuro que, se podría decir, los une familiarmente. “Nuestro hijo nos habló mucho de usted”, comenta la madre, y ya pone la mesa para que tomemos el té. No dejo de sonreír y, tarde, pienso: ¿quién me habrá dicho, alguna vez, que el ruido es peor que el silencio?

Leticia Paolantonio

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A M B i V A L E N T E S (Humor grรกfico)

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C A S Q U i V A N O S

Clara Anich (Buenos Aires, 1981). Licenciada en Psicología, integra el Grupo Alejandría. Publicó Juego de Señora (El Suri Porfiado, 2008), y participó en antologías con cuentos, poesías y monólogos teatrales. También tiene obras de teatro breve. Hoy, es editora de Casquivana. www.descalzaenlanoche.blogspot.com

Débora Blanca Psicóloga (UBA), psicoanalista. Co-autora del libro La adicción al juego, no va más…?, de Lugar Editorial, y Directora de ENTRELAZAR, Centro de investigación y tratamiento de la adicción al juego, www.adictosaljuego.com.ar

Ariel Arbiser (Buenos Aires, 1966). Es licenciado en Ciencias Matemáticas, licenciado y doctor en Ciencias de la Computación (UBA). Es o ha sido Profesor en la UBA, la Universidad Nacional de San Martín y otras universidades. Creador de videojuegos y otros programas de computadora desde 1980, y de juegos de ingenio para libros, revistas y medios de comunicación. Hace divulgación científica desde 1990.

Carlos Chernov (Buenos Aires, 1953). Médico psiquiatra y psicoanalista. Publicó los libros de cuentos Amores brutales y Amor propio (2007), y las novelas Anatomía humana (Premio Planeta de Argentina, 1993), La conspiración china (1997), La pasión de María (2005), El amante imperfecto (Premio La otra orilla, 2008) y El desalmado, que obtuvo el Premio Único de Novela Inédita de la Municipalidad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Carlos Autieri (1979). Artista Plástico. Fundador 3/3 de la Asociación de Poetas Petisos. www.carlosautieri. blogspot.com ww w. a s o c i a c i o n d e p o e t a s p e t i s o s . blogspot.com Martín León Barreto (Montevideo, 1973). Es ilustrador y diseñador gráfico desde 1991, especializado en el área editorial, diseño de colecciones y portadas para libros infantiles. Colabora con diversas editoriales y medios de comunicación. Residente en la actualidad en Guadalajara, España. www.martinleonbarreto.com www.martinleonbarreto.blogspot.com Ariel Bermani (Gran Buenos Aires, 1967). Publicó: Leer y escribir, Buenos Aires, Interzona, 2006 (Segunda Mención en el Premio Clarín, en 2003; traducida al hebreo y publicada en Israel en 2009); Veneno, Buenos Aires, Emecé, 2006 (Premio Emecé, de ese mismo año, que se editará en francés en Suiza, el 2012) y El amor es la más barata de las religiones, HUM, Montevideo, 2009. También un libro de crónicas y otro de relatos, Ciertas Chicas (Conejos, 2011)

Manuel Crespo (1982). Pasó la primera mitad de su vida en Chacabuco, provincia de Buenos Aires. Con su primera novela, Los hijos únicos, ganó el Concurso Nacional “Laura Palmer No Ha Muerto”, en 2010. Editorial Gárgola la publicó ese mismo año. Acaba de terminar un libro de cuentos, Labradinos detrás de un lagarto overo, y ahora está escribiendo su segunda novela. Viene despacio, pero no se queja. Ginés S. Cutillas (Valencia, 1973) Autor de La biblioteca de la vida y de Un koala en el armario. Su obra ha aparecido también en varías antologías, como Ficción sur, A contrarreloj II, Por favor, sea breve 2, Sólo cuento II o Velas al viento. Recibió galardones por relatos en El Dinosaurio 2007, la Feria del Libro de Granada 2006, la Fundación Drac 2007 y Literatura Comprimida 2006.

Marisa Do Brito Barrote (Buenos Aires, 1970). Es poeta, narradora y editora. Publicó cuentos en Una terraza propia (Norma, 2006), La erótica del relato (AH, 2009) y en sitios web. Su poemario Madamas (Alción, 2006) fue distinguido en los Premios Octubre. Entre sus obras de divulgación para niños se destaca Con la cabeza en las nubes (pequeño editor, 2010 - White Ravens 2011). Fue Jefa de Redacción de revista Bocadesapo. Belén Echeverría (Buenos Aires, 1981). Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, especializándose en grabado. Actualmente se dedica a la ilustración infantil y al trabajo de obra propia. También da clases en su taller particular. Carina Fernández (Buenos Aires, 1985). Fotógrafa y poeta. Recibida en el Instituto Imdafta en la ciudad de Avellaneda. Se inició en el mundo de la escritura gracias al Taller de Ficciones. Es Estudiante de Psicología en la U.B.A. www.flickr.com/photos/carina_ines_ fernandez/ María Ferreyra (México, 1980). Es psicóloga y escritora. Ha publicado en revista Des-formaciones (UNAM, México); suplemento Cultura del diario Perfil (Argentina) y ha codirigido las revistas argentinas Club del Disco y Casa de Brujas. Integró la antología Escritoras argentinas entre límites (IMFC). Hace radio, es correctora en el diario Miradas al Sur y escribe en otros medios gráficos. Y suele compartir cosas en mferreyra. blogspot.com.

Agustín Dellepiane (Buenos Aires, 1978). Es psicólogo (UBA), psicoanalista. Publicó un libro de poemas: Irrupciones (Camalote Plateado, 2004) y actualmente trabaja en un libro de cuentos.

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C A S Q U i V A N O S

Jorge Fondebrider (Buenos Aires, 1956). Es poeta, ensayista, traductor y periodista cultural. Publicó cuatro libros de poemas, realizó dos antologías de poesía argentina, una de poesía irlandesa contemporánea (con Gerardo Gambolini) y otra de poesía francesa contemporánea, además de haber editado la obra completa de César Fernández Moreno y Joaquín O. Giannuzzi. En 2009 fundó el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Muriel Frega (Buenos Aires, 1972). Egresada de la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón como Profesora de dibujo y grabado. Obtuvo premios y menciones en salones nacionales e internacionales de grabado y ex-libris. Desde 1999 trabaja como ilustradora freelance. Sus trabajos fueron publicados en manuales, libros, y diarios y revistas. Últimamente investiga las posibilidades gráficas en el mundo de la historieta. Fernanda García Lao (Mendoza, 1966). Estudió piano, danza clásica, actuación, dramaturgia y periodismo. Publicó teatro, cuentos, notas periodísticas y las novelas Vagabundas (El Ateneo, 2011), La piel dura, Muerta de hambre (1º Premio del Fondo Nacional de las Artes) y La perfecta otra cosa (3º Premio Cortázar) en El cuenco de plata. Parte de su obra ha sido traducida al sueco, y próximamente al francés. Pablo Fernando Gasparini (Rosario, 1971). Profesor en letras por la Universidad Nacional de Rosario. Realizó estudios de maestría y doctorado en Literatura Hispanoamericana en la Universidade de São Paulo, donde hoy es profesor. Publicó El exilo procaz. Gombrowicz por la Argentina (Beatriz Viterbo, 2006).

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Conrado Geiger (Buenos Aires, 1962). Es arquitecto, guionista, caricaturista y periodista (no necesariamente en ese orden), pero básicamente, humorista. Ha hecho radio desde 1987 (Rock&Pop, Radio Ciudad y Radio Nacional, por nombrar tres). A partir del 2002 hace monólogos de humor: en equipo (Humor de Pie y Comedia de Dorapa por nombrar dos) y también un unipersonal (Conrado Solo, por nombrar uno). Felipe Giménez (Mar del Plata, 1963). Creo que si hubiera nacido en la Patagonia trataría de pintar el viento. Pero como nací en Mar del Plata pinto gente y sus circunstancias. A la pintura llegue gracias a Miró y a mi mala letra. De mi paso por la psicología me quedo el oído para mirar. He realizado muestras en Europa y América. Vivo y en Sierra de los Padres, Argentina. Florencia Goldsman (1978). Licenciada en Comunicación (UBA), trabaja como periodista hace más de 10 años y tiene “changuitas” impensadas en redes sociales y cuestiones muy nerds para explicar aquí. Estuvo cuatro meses en Montreal estudiando inglés y descubriendo la gastronomía de todo el globo, lo que hizo que se inflara como tal. Juan Guinot (Mercedes, Buenos Aires, 1969). Se formó junto al escritor Alberto Laiseca. Recibió distinciones literarias en España, Cuba y Argentina. Relatos suyos se editaron en revistas y libros en Argentina, Brasil y España. Su novela 2022-La Guerra del Gallo se editará en España a fines de 2011. Administra el blog www.juanguinot.blogspot.com, donde sube capítulos de su novela Bitácora editorial.

Fernando Halcón Ruiz (España, 1969). Estudia en la Escuela de Artes Aplicadas de Madrid, y en la Facultad de Bellas Artes, donde desarrolla su carácter artístico muy marcado por el arte gráfico. Trabaja como diseñador gráfico creativo, ilustrador editorial y director de arte, y en su estudio de pintura y arte gráfico en la provincia de Guadalajara, desde donde organiza exposiciones. Nicolás Hochman (Buenos Aires, 1982). Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata, doctorando en Ciencia Sociales por la UBA. Guionista y periodista, editó la revista Prometheus y dirige Casquivana. Coordina el ciclo literario Alejandría y el Taller Heterónimos. Escribió algunas novelas, poemarios y libros de historia para escuelas secundarias. Noé Jitrik (Rivera, 1928). Premios: “Xavier Villaurrutia” (1981), México; a la Trayectoria Artística, Buenos Aires (1999); Chevalier des Arts et des Lettres, Francia (2003). Dirige Historia crítica de la literatura argentina (1999); últimos libros: Cálculo equivocado; Destrucción del edificio de la lógica; En el nombre de Noé (con L. F. Noé); Libro perdido; La piedra en el zapato; Atardeceres; El ojo de la aguja. Patricia Lagomarsino Licenciada en Psicología y psicoanalista. Además de docente universitaria desde hace más de veinte años, es investigadora en el proyecto UBACYT sobre “La construcción del mito y sus consecuencias en la clínica”. María Rosa Lojo Escritora argentina. Se doctoró en Letras (UBA) y es investigadora principal del CONICET. Publicó siete novelas, cuatro libros de cuentos, cuatro de textos breves (reunidos en Bosque de ojos, 2011) y cinco libros de ensayo; coordinó tres ediciones críticas. Obtuvo premios literarios y a la trayectoria intelectual (Kónex, Esteban Echeverría, Medalla del Bicentenario de la Ciudad de Buenos Aires).


Alejandro López Publicó La asesina de Lady (Adriana Hidalgo), Kerés cojer=guan tu fak? (Interzona) y Cuentos putos (Libros del Rojas). Coordinó los talleres de escritura de Arte Rodante, Ministerio de Educación de la Nación. Desde entonces coordina talleres de escritura en forma privada. Es becario y agente de CIA, Centro de Investigaciones Artísticas. Yair Magrino (Caballito, 1982). En 2007 ganó el concurso de cuento breve “Musas en el aire”. Ha publicado en la revista literaria Proyecto Sherezade (Canadá) y ha sido traducido al inglés. En 2008 comenzó a formar parte del ciclo de narradores Alejandría. En 2009 publicó Porcelanas (Milena Caserola), su primer libro de cuentos. Es cofundador del ciclo Club Zuviría y colaborador en distintas revistas y sitios literarios y culturales. Carolina Marcús (Buenos Aires, 1980). Es Psicopedagoga e ilustradora. Cursa el posgrado en Arte Terapia (IUNA). Trabaja como docente y en discapacidad desde el año 2000. Se formó en ilustración con Helena Homs. Participa de muestras colectivas e individuales. Pertenece al grupo de ilustradoras Misceláneas. En el 2010 ilustró para Ecuador. Junto a Marisa Chiqué forman una dupla muralista. Pablo Martín (Buenos Aires, 1974). Artista visual, ilustrador y diseñador web (soypablomartin.tumblr.com). Participa en muestras individuales y colectivas. Junto a la artista Florencia Fernández Frank desarrolla el proyecto Periódica Venta de Arte (periodica.com.ar). Dirige el estudio 240674 (240674.com.ar).

Luis Mey (Capital Federal, 1979). Vivió casi toda la vida en provincia. Estudió algunas cosas mientras escribía. Por fin publicó una novela, Los abandonados, seleccionada por la Subsecretaría de Cultura para la Feria de Frankfurt 2009 junto a otros diez autores nacionales. Luego, salió Las garras del niño inútil. Ambos van por la segunda edición. Sigue escribiendo. Eso es todo. Sergio S. Olguín (Buenos Aires, 1967). Estudió Letras en la UBA. En 1990 fundó V de Vian. Fue cofundador y el primer director de la revista El Amante. Publicó el libro de cuentos Las griegas (1998) y las novelas Lanús (2002), Filo (2003), El equipo de los sueños (2004), Springfield (2007) y Oscura monótona sangre (Premio de Novela de Tusquets, 2009). Actualmente integra el consejo de dirección de Lamujerdemivida y es editor del semanario El Guardián. Sebastián Pandolfelli (Lanús, 1977). Es músico y escritor porque cuando se dio cuenta ya era tarde. Toca en Los Barriletes Cósmicos y en Dos Cachivaches. Produjo y condujo algunos programas de radio sin trascendencia. No sabe manejar ni jugar al fútbol. Publicó Rocanrol (2008 Ed. Funesiana). Tiene inéditos Choripán Social, que circula en fotocopias, y Diamante. Es discípulo de Alberto Laiseca. Leticia Paolantonio (San Fernando, 1981). Profesora Universitaria en Artes Visuales por la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón” y el IUNA. Coordina talleres de arte en distintos espacios culturales e instituciones educativas. Artista plástica, expuso en diversos salones y obtuvo premios en certámenes de pintura, grabado y fotografía. Es la creadora de Arte Andarín (www.arteandarin.com.ar)

Joaquín Paolantonio (San Fernando, 1995). Todavía no terminó el secundario ni sabe qué quiere ser cuando sea grande, pero desde hace años le fascina dibujar historietas, y últimamente empezó a hacer algunas esculturas y videos en stop motion. Mientras decide si va a ser una figura internacional, asiste a talleres de arte y colabora para algunas revistas. Y arma un viaje muy próximo a Inglaterra. Verónica Pérez Arango (Buenos Aires., 1976). Participó de la antología Quedar en lo cantado (El fin de la noche, 2009). Publicó la plaqueta La desdentada (Casa de la Poesía, 2002) y Camping (Vox, 2010). Mencionada en la convocatoria Poeta Revelación 2011 organizada por Plebella. Actualmente dicta clases y talleres de literatura, lectura y escritura. vearango@gmail.com Virginia Piñón (Buenos Aires). Es ilustradora y diseñadora gráfica. Estudió Bellas Artes y se graduó en Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires. Ilustró más de 25 de libros de literatura infantil para editoriales como Sudamericana, Atlántida, Sigmar y Aique, entre otras. También trabaja para libros educativos y revistas. www.virginiapinon.blogspot.com Mauricio Planel (Uruguay). Vive en Brasil hace muchos años. Es ilustrador y siempre utiliza el collage es su trabajo, ya que esta técnica le permite crear historias visuales absurdas, sin límites de creación. Colabora con diversas revistas y editoriales de libros en Brasil y en el exterior. www.elcollage.blogspot.com

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C A S Q U i V A N O S

Hugo Salas (Caleta Olivia, 1976). Escribe y sobrevive trabajando como crítico de cine, traductor y docente universitario. Ha publicado en distintos medios, entre los que se cuentan El amante/cine, Funámbulos, CinémAction (Francia), Cinemascope (Canadá) y Senses of Cinema (Australia). Hoy es colaborador de Radar y Los inrockuptibles. En 2010 publicó su primera novela, Los restos mortales (Norma). Laura Sereno Hizo jardín y preescolar y primaria y secundaria en Rafaela. Estudió pintura de muy chica. Se fue a Córdoba a estudiar publicidad. De ahí se fue a Buenos Aires. Trabajó casi 3 años en JWT. Como redactora en el departamento creativo. Dibujó. Ahora hace casi 4 años que trabaja en Del Campo Nazca Satchi & Satchi. Como redactora en el departamento creativo. Realizó algunos dibujos para Taragüi, Quilmes, Cadbury y algunas tapas de revistas. Federico Simonetti (Buenos Aires, 1978). Desde hace años actúa y escribe distintos espectáculos en la Avenida Corrientes. Tuvo participaciones haciendo humor en radio y televisión, y con su unipersonal “Desorientado” realizó dos giras por España en 2011. Además, fue periodista de Canal 7 y Página/12, toca el bajo y el contrabajo, y publicó varios cuentos en compilados de literatura joven. Patricia Suárez (Rosario, 1969) Es dramaturga y narradora. Publicó las novelas La cosa más amarga (Homo Sapiens, 2011), LUCY (Plaza y Janés, 2010), Causa y Efecto (Punto y Aparte, Madrid, 2008), Álbum de polaroids (La Fábrica 2008), Perdida en el momento (Alfaguara 2004), Un fragmento de la vida de Irene S. (Colihue, 2004) y Aparte del Principio de la Realidad (Mun, 1998); y el libro de cuentos Esta no es mi noche (Alfaguara, 2005).

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Lia Tade (Saint Michael City, Tucson, 1972). Cuando Shakespeare popularizó su nombre, ella pasó a llamarse Lía. Estudió Derecho pero abandonó para ser Martillero Público; aunque inhibida por el “No va más”, también abandonó. Hoy se dedica a la música y a la enseñanza de la misma a chicos de 3 a 12 años. Pablo Tambuscio (Buenos Aires, 1981). Dibujante. Pasó brevemente por Imagen y Sonido en la UBA, estudió (y abandonó) Artes Visuales en el IUNA. Desde 2003 trabaja como ilustrador freelance en libros infantiles y juveniles, diarios, revistas y televisión. Su trabajo fue publicado en Argentina, México, España y Puerto Rico. www.pablotambuscio.blogspot.com Valeria Tentoni (Bahía Blanca, 1985). Es abogada por la Universidad de Buenos Aires. Trabaja como periodista en gráfica y radio, y codirige Revista Pájaro. Es editora de la Audioteca de poesía contemporánea. Publicó los libros de poesía Batalla sonora (Manual Ediciones, Chile, 2009), La martingala (Semilla, Bahía Blanca, 2010) y Ajuar (Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011). Pablo Toledo (Buenos Aires, 1975). Es escritor, periodista y traductor. Publicó las novelas Se esconde tras los ojos (Premio Clarín de Novela 2000, Alfaguara), Tangos chilangos (2008, disponible en www.tangoschilangos.wordpress.com) y Los destierrados (2009, El fin de la noche). Publicó cuentos en antologías como La joven guardia, In fraganti o Uno a uno. Trabaja como editor de la sección de cultura y espectáculos del diario Buenos Aires Herald.

Omar Figueroa Turcios (Corozal, Sucre, Colombia, 1968). Artista gráfico y caricaturista, expuso, dio conferencias y fue jurado en Colombia, Brasil, México, España, Grecia, Irán y China. Vive en Madrid, donde recibió el título de Profesor honorífico de humor gráfico por la Universidad de Alcalá de Henares. Recibió además más de 50 premios internacionales. www. turciosanimal.blogspot.com Luisa Valenzuela (Buenos Aires). Publicó más de veinte libros. Sus últimas novelas son La travesía y El Mañana. Está por aparecer Cuidado con el tigre, publicada por Seix Barral Editores. Su más reciente libro de cuentos se titula Tres por cinco. Acaba de ser designada miembro extranjero de la Academia Norteamericana de Artes y Ciencias. Melina Vergara (Buenos Aires, 1988). Está terminando la carrera de Diseño Gráfico en la UBA. Posee un estudio de diseño junto a tres colegas más, llamado LAMM. Desde hace años realiza tareas de diseño para empresas, y desde este número también del staff de Casquivana. melchuriasdesign.blogspot.com http://flavors.me/lamm_taller Hernán Zaccaría (Buenos Aires, 1980). Ilustrador y caricaturista. Estudió durante un año y medio en la escuela “Sótano Blanco”, dirigida por José Sanabria, en el taller de Procesos Creativos. Trabaja a partir de una gran variedad de técnicas, ya sean manuales o digitales. Es el caricaturista de las noches del ciclo literario Alejandría.


Equipo de Asistencia Psicológica Niños – Adolescentes – Adultos

4503-6283 Devoto – Villa del Parque

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D i S i D E N T E

Imagen: Felipe GimĂŠnez

www.casquivana.com.ar / info@casquivana.com.ar


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