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CULTURA

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Patrimonio: símbolo y significado

Jorge Ferrada Escuela de Arquitectura y Diseño

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El incendio de Notre Dame generó un debate público de hacia dónde se debían apuntar los esfuerzos económicos, logísticos y tecnológicos: si efectivamente a reconstruir la Catedral por su categoría de Patrimonio de la Humanidad, o bien los gobiernos y privados debían abocarse a problemas globales como lo son el cambio climático o las crisis político-migratorias.

Podríamos culpar de esto a las redes sociales, pero sucede que esta discusión no es nueva, y no se trata de un problema moral que busque culpables. Si nos vamos a un caso histórico, a mediados del siglo XVIII (1755), ocurre el terremoto en Lisboa, grado nueve de la escala convencional de ese entonces, que luego desató un gran incendio el cual terminó quemando toda la ciudad. En ese momento nacieron las primeras interrogantes sobre el patrimonio como ciudad: ¿Qué reconstruimos? ¿Qué ponemos en valor? ¿Qué hacemos de nuevo?

Si miramos el contexto histórico europeo que desembocará en la Revolución Francesa, un motor de cambio importante consignaba la valoración de la Antigüedad, de ahí las grandes expediciones a Egipto y la captura de los elementos significativos del mundo antiguo. Esto constituyó la significación de un valor respecto del patrimonio.

El Marqués de Pombal replanteó Lisboa y lo hizo a través de una renovación urbana en la que aparecieron las primeras plazas duras y los pabellones de obreros. Sin embargo, respetó algunos elementos anteriores y su reconstrucción fue simbolizada como un presente de la ciudad que permanece. Es así como la sociedad resignifica culturalmente ese regalo cada vez, hasta hoy. La arquitectura, si la entendemos como arte mayor, da cabida a los otros oficios cuando nos enfrentamos a una destrucción por fuego o desastre natural, y lo que se coloca en disputa es su potencia como el símbolo de lo que es versus lo que representa. Ocurre que gran parte de la sociedad funciona a través de una opinión que apela a la significación de estos elementos arquitectónicos o urbanísticos, que no es propiamente lo que simboliza, y ahí es donde empieza esta dicotomía de significaciones, valoraciones y opiniones.

Muchos hicieron la relación de la crisis de la Iglesia, como institución, con el incendio de Notre Dame, casi profético, que significaría la crisis y caída de la jerarquía eclesiástica ¿Es posible disociar entonces un templo de su carga religiosa con su carga cultural y artística? El signo cambia con la cultura, en cambio el símbolo es presente y de ahí el valor de la ruina y de la monumentalidad.

La discusión de si está bien o está mal restaurar o reconstruir, va de la mano con que no existen acuerdos de los valores simbólicos ni éticos entre las partes. Viollet le Duc reconstruyó a su amaño: ¿qué es lo que pertenece o no? Esa pregunta es cultural y, por ende, ética ¿Es bueno o malo hacer esa representación de la obra? Pero la obra es ella misma por sí misma y, en la mirada simbólica, permanece hasta la ruina con toda su potencia. El presente de una obra es una forma de nuevamente habitarla no solo desde su relación significativa, sino que con el valor simbólico que ella nos presenta.

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