©2014, Samuel Escobar Título: Cómo comprender la misión cristiana en el siglo veintiuno Copyright de la edición en español ©2014, por Despertarespiritual.es (SEVILLA, ESPAÑA) Todos los derechos en lengua española reservados por Despertarespiritual.es
Un ministerio cristiano sin fines lucrativos de despertar espiritual y entrenamiento de líderes dirigido por Irismênio Ribeiro Almeida y Sônia Freire Lula Almeida. (SEVILLA, ESPAÑA) Cedido para uso exclusivo del: CBET, Centro Bautista de Estudios Teológicos
Un ministerio de la AIBAE (Asociación de Iglesias Bautistas de Andalucía y Extremadura) www.aibae.es/cbet Impreso en España. Printed in Spain. 1ª. ed. 2014 QUEDA PROHIBIDA TODA REPRODUCCIÓN POR CUALQUIER MEDIO Y EL USO NO AUTORIZADO DEL MATERIAL, PERMITIÉNDOSE ÚNICAMENTE LA CITA DE PÁRRAFOS, SIEMPRE Y CUANDO SE CITE LA FUENTE. Todos los textos bíblicos citados de la Santa Biblia han sido extraídos de la versión Nueva Versión Internacional, salvo indicación de lo contrario. Director del CBET: Irismênio Ribeiro Almeida Coordinación editorial: Sônia Freire Lula Almeida Equipo editorial: Normalización: Sônia Freire Lula Almeida Cubierta: Gabriel Eli Oliveira Web designer: Fernando de Gregorio
CONTENIDO Presentación
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INTRODUCCIÓN
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Capítulo 1. La realidad de una iglesia global y la misión cristiana hoy
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Capítulo 2. Las marcas de la iglesia verdadera
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Capítulo 3. Creemos en un Dios misionero
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Capítulo 4. Jesucristo: el modelo de acción misionera
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Capítulo 5. El Espíritu Santo en la misión para el tercer milenio
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Sobre el autor
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PRESENTACIÓN Querido alumno,
MISIONES es el segundo módulo del CBET. Este módulo busca ofrecer a los alumnos una visión de las misiones. En este siglo, hemos comprendido la importancia de la iglesia local, pero no siempre vemos su funcionamiento dentro del marco amplio de la misión de Dios; en general, reducimos la misión a términos como “evangelizar y plantar iglesias”. Esa visión no es errada, sino limitada. En un sentido amplio el término misión tiene que ver con la presencia y testimonio de la iglesia en una sociedad, cuyos miembros encarnan una forma de vida según el ejemplo de Jesucristo, o sea, el culto que la comunidad rinde públicamente a Dios, el servicio a las necesidades humanas que la comunidad emprende, y la función profética de confrontar las fuerzas del mal que destruyen a las personas y sociedades. Todo esto es misión. Los enfoques de este módulo son:
Islamismo – Cultura, valores y Religión
Historia del cristianismo en España – Misiones transculturales con énfasis en España; la presencia española en el Concilio de Nicea; los concilios de Granada y Toledo; el cristianismo “no romano” hasta el siglo IX d.C.
Iglesia: comunidad terapéutica – Una nueva visión sobre la iglesia, como comunidad de ayuda, apoyo, restauración, amor y verdad.
Cómo comprender la misión cristiana – Usando las palabras del tutor de este curso, Samuel Escobar: “La iglesia ha de estar siempre en estado de misión porque todo el mundo es campo de misión para el pueblo de Dios”.
SOLI DEO GLORIA. IRISMÊNIO RIBEIRO ALMEIDA Director del CBET
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INTRODUCCIÓN
Fue en la ciudad de Manila, en las Filipinas, el mismo año en que cayó el muro de Berlín y nos hizo recordar a todos cómo y qué rápido iba cambiando el mundo. Estábamos reunidos varios miles de cristianos de todo el mundo en uno de esos congresos multiculturales, multirraciales y multitudinarios, donde se encuentra a muchos nuevos amigos pero es difícil encontrar a los viejos. Los tercermundistas teníamos mucha curiosidad por conocer a los rusos y europeos orientales. Entre ellos había un ingeniero ruso que se había hecho predicador evangélico. Andaba buscando con insistencia a un médico africano al cual había conocido veinte años antes en Moscú. Becario de la universidad “Patrice Lumumba”, aquel estudiante africano se había pasado meses contándole al ruso la historia de Jesús y desafiándolo a convertirse en su discípulo. Veinte años después el ruso quería darle las gracias al misionero tercermundista que había compartido el Evangelio con él. El encuentro culminó en un abrazo espectacular y emocionado. Mucho del avance del Evangelio se da, hoy como ayer, por medio de encuentros de ese tipo, en los cuales por necesidad o vocación hay seres humanos comunes y corrientes que cruzan las fronteras de su propio mundo y se aventuran a entrar en el mundo de “el otro”. Durante casi veinte siglos el Evangelio de Jesucristo ha venido cruzando todo tipo de fronteras, pasando de un país a otro, de una cultura a otra, de una clase social a otra. En casi todos los idiomas y dialectos del mundo hoy en día se invoca a Jesús y se lee su palabra. El mensaje de Jesús ha alcanzado una universalidad mayor que la de cualquier otra persona que haya vivido en la historia. Los historiadores, antropólogos y sociólogos hacen estudios sobre migraciones de comunidades o pueblos, movimientos de penetración cultural y cambios de afiliación religiosa. Lo que les resulta muy difícil explicar es el dinamismo que mueve a los creyentes a compartir su fe, especialmente cuando con ello no obtienen ventaja alguna y a veces tienen que aguantar persecución. Lo que creemos los cristianos es que en este constante cruce de fronteras, el Espíritu Santo impulsa a la Iglesia a cumplir la misión para la cual Dios la formó, y ella realiza así el propósito de amor redentor, revelado y realizado por Jesucristo. En un sentido amplio el término misión tiene que ver con la presencia y testimonio de la Iglesia en una sociedad, la forma en que la Iglesia es una comunidad cuyos miembros encarnan una forma de vida según el ejemplo de Jesucristo, el culto que la comunidad rinde públicamente a Dios, el servicio a las necesidades humanas que la comunidad emprende, y la función profética de confrontar a las fuerzas del mal que destruyen a las personas y las sociedades. El concepto más específico de misión del cual partimos en estas páginas tiene que ver de manera más precisa con ese impulso de la Iglesia cristiana a llevar el mensaje de Jesucristo hacia los cuatro puntos cardinales. Cuando la Iglesia toma plena conciencia de que ha sido formada y enviada al mundo con un propósito, se ve impulsada a cumplir su misión. Precisamente la palabra misión deriva de la raíz latina mittere que significa “enviar”. En tiempos recientes se ha redescubierto el sentido de “presencia” y “servicio” en el mundo que han de caracterizar a la misión cristiana, y se ha redescubierto también el particular sentido de anuncio del Evangelio que es componente ineludible de la misión. El historiador y teólogo Justo González lo ha dicho con elocuencia y claridad:
La historia de la Iglesia es la historia de su Misión. Esto se debe a que la Iglesia es su misión. La Iglesia nace, no cuando el Señor llama a unos pescadores, sino cuando los 3
llama para hacerlos “pescadores de hombres” (Mt 4.18-22; Lc 5.1-11); no cuando un grupo de cristianos se encierra en un aposento “por miedo de los judíos”, sino cuando Jesucristo dice a esos cristianos “como el Padre me envió, yo os envío” (Jn 20.19-23); no cuando los discípulos tienen la experiencia mística de ver lenguas de fuego sobre sus cabezas, sino cuando esa experiencia se traduce en un testimonio que traspasa todas las barreras del idioma (Hch 2.1-11).1
Siglo tras siglo el Espíritu hace surgir en medio del pueblo de Dios mujeres y hombres que poseídos de pasión evangelizadora se lanzan a cruzar todo tipo de fronteras para llevar la historia de Jesús de Nazaret, el Evangelio de salvación, a otros seres humanos que todavía lo desconocen. La Iglesia que cumple su misión es siempre una comunidad peregrina, un pueblo en marcha, lanzado a los cuatro vientos en trance de obediencia. El testimonio del evangelista Juan nos dice que en un momento culminante de su ministerio Jesús afirmó: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Jn 12.32). Juan comenta que con estas palabras Jesús se refería a su muerte. Así, desde la cruz en que fue expuesto a la mirada de todos, como un criminal, Jesús iba a ser como un imán que atrajese a todos los seres humanos. Más tarde ese Jesús resucitado, a quien toda autoridad ha sido dada en el cielo y en la tierra, les dice a sus apóstoles, es decir sus “enviados”, que él quiere tener discípulos en todas las naciones de la tierra. En consecuencia los envía con una agenda integral: anunciar, enseñar, bautizar (Mt 28.18-20), y les promete su constante presencia con ellos por medio del Espíritu Santo. Las fronteras geográficas que tendrán que cruzar los apóstoles en la misión inicial están explícitas en el mandato misionero del Maestro, como círculos concéntricos de alcance universal: Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra (Hch 1.8). Ya en la segunda generación misionera que representa el apóstol Pablo las fronteras toman además una dimensión cultural específica. Habiendo predicado en toda la región oriental del Imperio, “comenzando en Jerusalén...hasta la región de Iliria” (Ro 15.19), Pablo se propone llegar hasta “lo último de la tierra”, la distante España donde el continente se acaba. Además, el apóstol afirma también la universalidad de su llamado con referencia a la multiplicidad de culturas de su mundo, cuyas fronteras atraviesa: es deudor a cultos e incultos, instruidos e ignorantes, judíos y gentiles (Ro 1.13-15). La razón de este constante movimiento es que la naturaleza misma de la fe cristiana la hace misionera. Pablo dice que “la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo” (Ro 10.17). La verdad que salva y da sentido a la vida no es una verdad que cada ser humano trae al mundo, como una chispa que puede avivarse por la práctica religiosa o el conocimiento filosófico. La verdad que salva es una palabra que otro ser humano, un testigo, nos transmite. No es algo que se descubre por la introspección sino testimonio que se recibe. Y quien alcanza salvación al recibir el testimonio está en la obligación de encarnar esa palabra, de reflejar la luz recibida llegando también a ser luz. La nueva vida es una vida que alumbra. “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”2 cantaban los israelitas, y Jesús afirmaba “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, 1
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Justo L. GONZÁLEZ, Historia de las misiones. Buenos Aires: La Aurora, 1970. p. 23. Salmos 27.1.
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sino que tendrá la luz de la vida”.3 Así como Dios es luz y Jesús es la luz del mundo, los discípulos han de alumbrar. En el Sermón del Monte, Jesús demanda: “Ustedes son la luz del mundo,”4 y aclara que se refiere a la práctica de la verdad, a una vida de “buenas obras” que llevan a los demás a glorificar a Dios. Hay que vivir y hay que proclamar el mensaje de Jesús. En palabras de Pablo esa proclamación surge de un urgente sentido de gratitud: “Estoy en deuda con todos”5, y eso lo lleva a exclamar “¡Ay de mí si no predico el Evangelio!”6 La historia de la misión cristiana no es sólo la historia de las peripecias de viaje en el cruce de fronteras geográficas. Es también la historia de la aventura de cruzar de una cultura a otra, luchando contra el etnocentrismo y el racismo innatos al corazón humano. Es la historia del continuo y asombrado descubrimiento de “el otro”. El judío descubre al “gentil”, más allá de Jerusalén, el griego bien educado al “bárbaro” más allá de la frontera del imperio romano, el español al “moro” más allá de la frontera de la cristiandad medieval, el europeo al “indio” y al “asiático” más allá del océano. En sus mejores momentos la misión cristiana parte de esa nueva experiencia de un pueblo nuevo en el cual las fronteras se acaban, porque “Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús”.7 Los que pertenecen a ese pueblo pueden decir auténticamente “de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos”.8 La encarnación del Verbo,9 hecho fundamental de la obra salvadora de Dios, nos dice que la Palabra se traduce en realidad visible que nuestros ojos pueden ver. El mensaje de esta palabra encarnada puede traducirse a todas las lenguas humanas. De hecho, los documentos básicos que son los Evangelios ya vienen a ser una traducción, puesto que no los tenemos en la lengua aramea que habló Jesús sino en el griego popular más difundido en el primer siglo. Esta “traductibilidad” del Evangelio muestra que se trata de un mensaje capaz de alcanzar un grado máximo de universalidad, es decir se trata de un mensaje hecho para ser traducido y compartido. Así el dinamismo del Espíritu que empuja a la Iglesia hacia el cumplimiento de su misión lleva también al pueblo de Dios a un constante proceso de contextualización. El texto va pasando de contexto en contexto. Al final de este siglo, hoy como nunca somos conscientes de que los misioneros son vasos de barro, portadores de la gloria del Evangelio, pero ellos mismos frágiles y prontos a quebrarse, como muy bien lo decía Pablo: “pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros”.10 Cuando se toma este texto dentro de su contexto en la segunda epístola a los Corintios, se ve la intención específica del apóstol al describir la tarea misionera como una empresa llevada a cabo por personas frágiles, débiles; sujetas a las contingencias como peripecias, sufrimiento y persecución. La memoria de este texto de Pablo desbarata toda pretensión imperial y reafirma el modelo de misión al estilo de Jesucristo. Un estilo totalmente diferente del que practicó la Iglesia constantiniana aliada al opresor y al conquistador, los cuales usaban la misión para someter a otros seres humanos a una dominación humana.
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Juan 8.12. Mateo 5.14. 5 Romanos 1.14. 6 1Corintios 9. 16. 7 Gálatas 3.28. 8 2Corintios 5.16. 9 “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1. 14). 10 2Corintios 4.7. 4
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Nuevas fronteras Al aproximarnos al año 2000 nos encontramos en un mundo en el cual el Evangelio ha cruzado casi todas las fronteras geográficas y la Iglesia está presente en los más remotos rincones de la tierra. Desde un ángulo de visión puede decirse que los medios de transporte y la tecnología aplicada a las comunicaciones han hecho del planeta una aldea global. En pocos segundos un correo electrónico lleva un despacho periodístico de Moscú a Medellín, y cualquier turista japonés hace en ocho horas el viaje que en 1492 le llevó seis semanas a Colón, desde Canarias hasta un punto del Caribe. Mediante un sistema de computadoras un obispo guatemalteco puede saber en cuestión de segundos si el Santo Oficio en el Vaticano aprueba o no a cierto teólogo de la liberación. Sobre una red invisible de ondas interestelares, una nueva y nerviosa cultura con su propio lenguaje de satélites, computadores, estadísticas, armas mortíferas, velocidad y drogas está imponiéndose en todo el mundo con rapidez y eficiencia. Desde otro ángulo, sin embargo, puede decirse que el abismo cultural y social que separa a una raza de otra, dentro de una misma sociedad, puede haber aumentado al punto de que en una misma ciudad, a pocos metros uno del otro, coexisten sectores que no consiguen comunicarse. Así sucede entre negros, hispanos y judíos en la ciudad de Nueva York, o entre serbios y croatas en la península balcánica. Y aunque hay iglesias que desde Nueva York o Los Angeles envían misioneros al otro lado del mundo, a veces sus miembros no consiguen ni siquiera orar o hacerse solidarios con sus hermanos en Cristo de otra raza, a pocas cuadras de distancia. Por otro lado, las migraciones han llevado al corazón de Europa y los Estados Unidos refugiados de todo el mundo que están planteando ahora el desafío de un nuevo pluralismo cultural y religioso, al cual los países ricos no estaban acostumbrados. Al mismo tiempo, el colapso del marxismo en Europa Oriental ha dejado al descubierto las barreras milenarias de prejuicio racial que alcanza proporciones de tribalismo destructor, y que no habían sido destruidas sino apenas reprimidas por la ideología materialista dialéctica. En un mundo así ¿qué nuevas fronteras han de atravesar los misioneros cristianos hoy?
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CAPÍTULO 1 La realidad de una iglesia global y la misión cristiana hoy Hasta no hace mucho tiempo la idea de la misión cristiana evocaba un desplazamiento geográfico de personas especialmente dedicadas a llevar el evangelio desde “países cristianos” hacia “territorios no cristianos”. Hoy en día la idea de “países cristianos” ya no resulta aceptable ni siquiera en Europa o los Estados Unidos. Ya en 1928 en la reunión del Consejo Misionero Internacional en Jerusalén los misioneros y teólogos hicieron sonar la voz de alarma mostrando que los propios países europeos necesitaban misioneros porque se estaban descristianizando. El concepto de misión como desplazamiento geográfico ha sido sustituido por un concepto más bíblico que concibe que la iglesia ha de ser misionera dondequiera que esté, en su propio ambiente o en tierras distantes. Una iglesia no es misionera simplemente porque envía misioneros a tierras lejanas, como si su misión ya estuviese cumplida en su propio ámbito. La iglesia ha de estar siempre en estado de misión porque todo el mundo es campo de misión para el pueblo de Dios. 11 Reconocemos hoy la realidad de la globalización económica y cultural dentro de la cual nos toca vivir y que se experimenta dramáticamente en España. Y hoy en día tenemos también la realidad de una iglesia global que hemos de tener en cuenta cuando quiera nos ocupemos de la misión cristiana en la actualidad. Una manera de mirar el mundo Desde la perspectiva cristiana cualquier esfuerzo por mirar el mundo de hoy y el futuro debe estar marcado por la esperanza. Esa es una nota distintiva del mensaje bíblico. La manera en que los profetas de Israel veían el futuro tenía a veces los tintes dramáticos del anuncio de juicio y destrucción para el mundo; pero junto a ellos estaba siempre la nota de esperanza, la visión final del shalom de Dios, de la paz y la justicia. El escritor de Apocalipsis describe también con dramatismo esas figuras de terror, juicio y sufrimiento que evoca la frase “los siete jinetes del Apocalipsis”, pero más allá en el horizonte está la visión de la nueva Jerusalén, la ciudad de Dios que se instala como la realidad final. Lo expresa con un hermoso lenguaje el Apóstol Pablo cuando dice en el capítulo 8 de Romanos: “Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para alcanzar así la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Ro 8.20-21). Cuando consideramos el mundo desde la perspectiva de la misión cristiana con detenimiento, podemos de alguna manera mirar las cosas con esa nota de esperanza bíblica a la que hemos hecho referencia. En este comienzo del siglo XXI tenemos en el planeta tierra la realidad de una iglesia cristiana global, una iglesia fruto del anuncio del Evangelio. La comisión del Jesús resucitado a sus discípulos en Jerusalén tenía desde el punto de vista puramente humano muy poca probabilidad de realizarse. Jesús, un reo de muerte del Imperio romano anuncia a un grupo heterogéneo de discípulos asustados que su nombre y su evangelio va a ser proclamado en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra. Jesús y su banda de seguidores no tenían ningún poder político, económico o tecnológico. Lo tremendo es que hoy, en este año 2014 podemos ver cómo se ha cumplido la promesa de Jesús. La iglesia es una realidad global, esparcida por todos los rincones de la tierra. Las palabras de Jesús han sido traducidas a más de 2,500 lenguas y se siguen traduciendo. En otras tantas lenguas se cantan alabanzas a Jesús como Salvador y Señor y esto sucede tanto en lugares como Europa donde 11
Me ocupo con más amplitud de este concepto en el primer capítulo de mi libro Cómo comprender la misión (Editorial Andamio, 2008).
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la iglesia ha tenido cierto prestigio y poder social en el pasado, como en lugares de la tierra donde convertirse al cristianismo es un crimen penado por la ley. Estamos hoy más cerca que nunca de esa realidad que visualizaba el autor del Apocalipsis cuando describía a “una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas” y que “era tan grande que nadie podía contarla” (Ap 7. 9). Esa multitud reunida alrededor del Cordero de Dios, no por la fuerza militar y tecnológica sino por la fuerza del Espíritu, y que proclama “¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” (Ap 7.10). Y este cumplimiento de la promesa de Jesucristo de que su nombre sería proclamado “hasta los confines de la tierra” (Hch 1.8) se ha hecho una realidad que es posible contemplar en esta segunda década del siglo veintiuno. La presencia de una iglesia global en Europa Consideremos por un momento tres breves historias que ilustran la realidad de la presencia de la iglesia global en la Europa de hoy. Empiezo con la historia de una iglesia africana en Kiev, Ucrania, fundada en 1994 por el evangelista Sunday Adelaja: “La Embajada del Bendito Reino de Dios para todas las Naciones”. Adelaja había llegado a Ucrania desde Nigeria su tierra natal, como estudiante becado para recibir una formación comunista. A la caída del marxismo y disuelta la Unión Soviética, Adelaja fundó esta Iglesia Pentecostal con siete miembros en la nueva República de Ucrania. Hoy esa iglesia tiene treinta mil miembros, blancos en su mayoría, cincuenta iglesias hijas en Kiev, más de cien en toda Ucrania, y unas doscientas en el resto del mundo. Se estima que sus programas de radio y televisión alcanzan a unos ocho millones de personas.12 En Londres, Inglaterra se encuentra la Comunidad Cristiana de Londres, fundada en 1980 por Edmundo Ravello. un misionero peruano. Con sus tres mil miembros esta iglesia de inmigrantes hispano hablantes es una de las iglesias evangélicas más grandes de la ciudad. Tiene un definido rostro latinoamericano y en ella cada culto es una fiesta. Organizada según el sistema de células, puede decirse que éstas reproducen formas de la familia extendida latinoamericana y por ello constituyen un hogar espiritual para miles de migrantes hispanoamericanos que viven en Londres. Finalmente tenemos un hecho relativamente reciente, el establecimiento de una “conexión china” para la educación teológica en Castelldefells, en las afueras de la ciudad de Barcelona. Aquí hay que hacer referencia al vigor misionero de las diásporas evangélicas, es decir de las agrupaciones de migrantes de cierta nacionalidad o cultura que profesan la fe evangélica, como la diáspora filipina en Estados Unidos y Canadá, la diáspora salvadoreña en Estados Unidos. Dentro de la diáspora china que está esparcida por todo el mundo, hay organizaciones que tienen una visión global bien informada y hacen un uso racional de sus recursos materiales y humanos. Pues bien la diáspora china en España ha entrado en un convenio con el IBSTE una entidad evangélica española muy conocida y usará el local y los recursos educativos de IBSTE para formar a sus misioneros chinos para Europa. El IBSTE va siendo conocido ahora como Facultad Internacional de Teología ¿Quién le hubiera dicho a los misioneros que fundaron IBSTE hace varias décadas que esa escuela entraría en un convenio para capacitar misioneros chinos? Estos tres ejemplos ilustran la variedad de formas que toma la presencia de la iglesia global en Europa. No los presento aquí necesariamente como modelos que han de imitarse sino como casos ilustrativos de la diversidad de actividades y estilos con que estos migrantes provenientes de iglesias relativamente jóvenes responden a las realidades misioneras de la Europa de hoy. Su dinamismo 12
Philip JENKINS, “Godless Europe?”, en International Bulletin of Missionary Research, vol. 31, no. 3, julio 2007, p. 118.
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proviene de un sentido de misión y obediencia al Señor que sólo pueden ser impulsados por el Espíritu Santo que es quien siempre ha impulsado la misión cristiana. Además de esta presencia migrante que adquiere un carácter misionero hoy tenemos en Europa la realidad de que hay una fuerza misionera enviada desde los países que antes fueron campos de misión. Hoy es necesario reconocer que el dinamismo misionero parece haberse trasladado hacia el sur. Las iglesias africanas y latinoamericanas, por ejemplo, son pobres y enfrentan desafíos dramáticos por la crisis social y económica de sus regiones. No obstante, estas iglesias están enviando misioneros a otras partes del mundo y algunas iglesias asiáticas jóvenes como las de la India y Corea, han irrumpido en el mundo misionero con fuerza inusitada. En el cuadro que ofrecemos a continuación se puede ver el número de misioneros que cada región del mundo envía, ofreciendo cifras comparativas para los años 1,990 y 2,000. Obsérvese que si bien todavía Europa y Norteamérica siguen siendo fuentes principales de envío, el ritmo de crecimiento del envío desde África, Asia y América Latina es notablemente superior al de las regiones tradicionales. Las cifras incluyen sólo a los misioneros que hacen labor fuera de sus países, provenientes de iglesias protestantes, independientes y anglicanos. 13 Misioneros protestantes en el año 2000 Región Misioneros 1990 Misioneros 2000 Crecimiento % África 1,669 3,126 210 Asia 3,476 13,607 87 Latinoamérica 1,489 3,837 158 Europa 15,701 16,077 2 Norteamérica 43,554 50,720 16 Pacífico 3,672 3,526 -4 Total 69,561 90,893 31 Fuente: Johnston-Mandrick: Operation World (2001) El siglo veinte: un siglo de crecimiento Cuando consideramos el siglo veinte con perspectiva histórica podríamos hacer un recuento increíble de la maldad humana: dos guerras mundiales en las cuales países llamados cristianos se enfrentaron con crueldad inusitada; surgimiento del comunismo y el nazismo que dominaron a varios países, y eran hostiles a la fe cristiana; en Alemania, el diabólico plan del holocausto para deshacerse de los judíos en nombre de una raza alemana superior; la terrible guerra civil en España entre 1936 y 1939, y al fin de la segunda guerra mundial vino la guerra fría con una carrera armamentista irracional, al mismo tiempo que crecía el abismo entre ricos y pobres a nivel global y dentro de muchas naciones. Sin embargo, el siglo veinte ha sido también el siglo en el cual las iglesias cristianas han crecido hasta llegar al punto de que el Cristianismo es una fe global como ninguna otra, presente ahora en casi todos los rincones del planeta. Este crecimiento no ha sido, como en siglos anteriores, impuesto por la fuerza sino por la predicación del Evangelio con todos los recursos disponibles gracias al desarrollo de los medios de comunicación. La expansión evangélica fue especialmente 13
Michael JAFFARIAN, “Are there more non-Western missionaries than Western missionaries?”, artículo en International Bulletin of Missionary Research, vol. 28, no.3, julio 2004, p. 132. La región “Pacífico” incluye a Australia y Nueva Zelanda, países tradicionalmente enviadores de misioneros.
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notable en el siglo veinte. La traducción de la Biblia a más de dos mil quinientas lenguas, ha dado lugar a la formación de iglesias autóctonas en las cuales la gente adora a Dios y escucha su Palabra, en su propia lengua y dentro de las formas de su propia cultura. El resultado es que en esta segunda década del siglo veintiuno vemos un cambio de escenario en lo que se refiere a la fe cristiana. Se acostumbraba decir que el cristianismo era una religión occidental o propia del hombre blanco. Hoy ya no se puede decir eso porque como dice uno de los estudiosos más conocidos del tema el cristianismo ha perdido fuerza en Europa y es ahora más una religión de los pueblos del sur. Andrew Walls nos recuerda: “En 1900, el 83% de los cristianos profesantes vivía en Europa y América del Norte, mientras que ahora el 60% vive en América Latina, Asia y el Pacífico. En 1900 había quizá cerca de 10 millones de cristianos profesantes en África y ahora hay entre 230 y 240 millones”.14 Quiere decir que se ha invertido la ubicación de la fuerza numérica del cristianismo. Este crecimiento fue muchas veces acompañado de sufrimiento y oposición. Corea es un ejemplo de ello porque la entrada del Evangelio a ese país fue acompañada del martirio. En los dos años que van de 1866 a 1868 murieron como mártires dos mil cristianos.15 Hoy en Corea del Sur cerca de un 32% de la población es cristiana y hay una fuerza misionera coreana estimada en doce mil misioneros enviados desde allí a todas las regiones del mundo.16 Cuando el Comunismo se impuso en la China en 1948 se expulsó a todos los misioneros cristianos extranjeros y se desató una persecución abierta contra los cristianos, sometiéndolos a todo tipo de restricción y acusándolos de anti-patriotas. A esa altura había unos 750,000 protestantes y posiblemente el doble de católicos, lo cual no era mucho en un país que tenía entonces 400 millones de habitantes. Hoy, sesenta y cinco años después y a pesar de la presión de un régimen político sumamente hostil se estima entre 20 y 40 millones el número de cristianos en una población superior a los 1,200 millones. 17 Marcas del nuevo cristianismo Esta iglesia que está surgiendo en el mundo tiene algunas características diferentes a las del cristianismo europeo. Las nuevas iglesias tienen rostro propio no son simplemente una copia de las iglesias que enviaron misioneros en el pasado. Si tomamos el caso de América Latina, por ejemplo, las iglesias que más han crecido son las iglesias de tipo popular. Las formas más antiguas de protestantismo misionero contribuyeron a crear una clase media, pero muchas de ellas están declinando en América Latina. Las iglesias que han crecido tienen las marcas de lo que los estudiosos llaman la cultura de la pobreza: su predicación es narrativa como corresponde a una cultura oral, la adoración es participativa y desinhibida, las personas usan la expresión corporal y hay un fuerte sentido de pertenencia, y un liderazgo de tipo caudillista, la vida de la iglesia se experimenta como la vida de una familia. Este crecimiento de iglesias populares se da también en países como los Estados Unidos, donde hay varias denominaciones en cuyas iglesias tradicionales la edad promedio de los miembros es de 60 años o más: no hay niños ni jóvenes. Son iglesias que van a cerrar pronto. En cambio dentro de estas 14
Andrew WALLS, “El reto del estudio de la religión hoy”, en Alberto Barrientos PANINSKI (Ed.) Sociología y fe cristiana. San José: Instituto Internacional de Evangelización a Fondo, 1993. p. 37-38. 15 Justo L. GONZÁLEZ, Historia de las misiones, Buenos Aires: La Aurora, 1970. p. 269. 16 Patrick JOHNSTON y Jason MANDRYK (Eds.) Operation World. 21st century edition. Carlisle: Paternoster, 2001. p. 387. 17 A. Scott Moreau, Ed. Evangelical Dictionary of World Missions, Grand Rapids: Baker-Paternoster, 2000; p. 179.
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mismas denominaciones las iglesias hispanas, negras, vietnamitas y chinas son iglesias que están creciendo. Son iglesias de minorías étnicas generalmente más pobres que la mayoría anglosajona o de origen europeo, y el estilo de culto y vivencia de la fe propio de estas iglesias étnicas no es como el de las iglesias de blancos y a veces por ello se dan problemas de convivencia al interior de la denominación. Creo que a estas formas de iglesia se las puede describir con el nombre de protestantismo popular. Es protestantismo en cuanto la predicación se centra en el mensaje de un Cristo crucificado y resucitado que salva a los humanos de la perdición, la Biblia es la autoridad reconocida y todos los creyentes participan en la misión de la iglesia, sin distinción entre clero y fieles. Es popular porque al crecer entre los pobres toma las características de la cultura de la pobreza. A propósito de este tema, he leído con gran interés el libro Gitanos Pentecostales, por Manuela Cantón Delgado.18 Es el fruto de una investigación sociológica muy meticulosa que ha durado más de seis años, tratando de entender la vida y la fe de miles de personas de la Iglesia Filadelfia en Andalucía, aquí en España. Es un estudio hecho con gran respeto por la población estudiada, escuchando a sus miembros y tomando en serio su discurso. Si esta iglesia ha llamado la atención de los sociólogos es precisamente porque ha crecido de manera asombrosa entre la población gitana y es una iglesia que tiene personalidad propia, dentro de su identidad pentecostal, es decir es una manifestación de lo que llamamos protestantismo popular. Su crecimiento no fue el resultado de una estrategia misionera proveniente de las Islas Británicas o de Estados Unidos. Ha sido más el resultado de un movimiento espontáneo vinculado a un avivamiento espiritual entre los gitanos en Francia. Gitanos españoles que fueron a trabajar en la vendimia en Francia, conocieron allí al Señor y regresaron entusiasmados por evangelizar a su pueblo gitano en España. En resumen, el cristianismo mayoritario actual es distinto al que concebían los misioneros europeos o norteamericanos de comienzos del siglo veinte. Como evangélicos hemos de reconocer que este cristianismo mayoritario del siglo veintiuno, en el caso de los protestantes, es de otro color y de otro tipo. Cuando lo describimos como protestantismo popular, el término popular significa “del pueblo” y no tiene ninguna connotación de desprecio o superioridad. Al poner énfasis en que las personas tengan acceso directo a la Biblia en su propia lengua, en el sacerdocio universal de los creyentes de manera que el ministerio y la evangelización no quedan en las manos de un clero profesional, en el poder del Espíritu Santo para ayudar a las personas a leer la Biblia con sus propios ojos, el Protestantismo ha permitido lo que los estudiosos de la misión llaman la contextualización del Evangelio, y esta contextualización se ha dado entre el pueblo, entre los pobres. Muchas de las iglesias populares manifiestan su alegría aun en medio de la pobreza y las dificultades, algo que los observadores cuidadosos no dejan de reconocer. Aquí tenemos que llamar las cosas por su nombre y reconocer que en el crecimiento del pueblo evangélico a nivel global la presencia pentecostal ha sido decisiva. El movimiento pentecostal surgió precisamente a comienzos del siglo veinte y entre los pobres. 19 Cuantos nos dedicamos al estudio de la misión cristiana tenemos que reconocer que el movimiento pentecostal y el crecimiento del protestantismo popular han sido un instrumento valioso usado por Dios para el crecimiento de la iglesia en el siglo veinte. La presencia pentecostal es fuerte y 18
Manuela Cantón DELGADO y otros, Gitanos Pentecostales: Una mirada antropológica a la Iglesia Filadelfia en Andalucía. Sevilla: Signatura Demos, 2005. 19 Aquí remito al lector interesado al capítulo 6 de mi libro Tiempo de misión (Guatemala: Editorial Semilla - CLARA, 1999).
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numerosa y tiene influencia sobre todas las demás iglesias. No sólo eso, sino que ese movimiento ha llevado a los misionólogos, teólogos y biblistas a considerar de nuevo con seriedad el papel del Espíritu Santo en la misión cristiana, y una visión renovada de la vigencia del libro de Hechos de los Apóstoles como modelo de la misión para hoy. Cabe, sin embargo, hacerse una pregunta ¿esto que ha crecido de tal manera en el mundo es la iglesia de Jesucristo? Es la pregunta que nos ocupa en el próximo capítulo.
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CAPÍTULO 2 Las marcas de la iglesia verdadera Al contemplar esa iglesia global que está surgiendo en el mundo cabe hacerse la pregunta de si esto que está creciendo es en verdad la Iglesia del Señor, la iglesia de la que nos habla el Nuevo Testamento. Como evangélicos en esta segunda década del siglo veintiuno nos encontramos en una situación parecida a la de las iglesias del Nuevo Testamento en el siglo primero. Había entonces una variedad de iglesias sin autoridad centralizada, con un fuerte liderazgo laico, y con expresiones carismáticas diferentes. ¿Cómo evaluamos la situación actual en el nivel global al cual hemos hecho referencia? Para responder a esta pregunta me voy a servir de un excelente libro acerca de la iglesia escrito por un misionero evangélico que ha trabajado plantando iglesias en México y luego enseñando misionología en las Américas. Se trata de Carlos Van Engen y su libro El pueblo misionero de Dios (Grand Rapids: Desafío, 2004). El autor hace un estudio de la Epístola a los Efesios y destaca en la visión paulina de la Iglesia las notas de unidad y santidad. Luego nos ofrece un repaso histórico en el cual nos recuerda que el Concilio de Constantinopla en el año 381 definió los atributos de la iglesia en cuatro palabras clásicas: una, santa, católica y apostólica, las cuales están en el credo niceno. Podemos reconocer la validez de estos atributos para evaluar esta iglesia que está surgiendo en el mundo. ¿Es esta iglesia que vemos creciendo por el mundo, la iglesia una, santa, católica y apostólica? ¿Es esta iglesia la verdadera iglesia del Señor? ¿Es ésta la iglesia de la cual nos habla el apóstol Pablo en su epístola a los Efesios? Van Engen nos recuerda que ya para el siglo XIII la Iglesia Romana se consideraba la única poseedora de esos atributos. Los Reformadores protestantes nunca cuestionaron estos cuatro atributos de la iglesia pero si cuestionaron que la Iglesia de Roma, tan corrupta y reacia a reformarse, reclamase para sí el monopolio de ellos. Por ello agregaron unas marcas por medio de las cuales se podía detectar si una iglesia tenía esos atributos. Estas marcas fueron la predicación pura del Evangelio, la administración pura de los sacramentos y el ejercicio de la disciplina eclesiástica. “Así los Reformadores entendieron que las tres marcas de la iglesia son pruebas por las cuales los miembros del cuerpo local pueden indagar su cercanía a Jesucristo, el único y sólo centro real de la esencia fundamental de la Iglesia. La predicación pura de la Palabra, la correcta administración de los sacramentos y el ejercicio apropiado de la disciplina fueron medios por los cuales se podía probar la fidelidad de la iglesia entera hacia su Señor. La presencia de Cristo en la Iglesia sería la prueba de autenticidad de todas las actividades de la Iglesia, de sus dogmas y sus posturas de disciplina. Los Reformadores deseaban señalar algo más fundamental que los cuatro atributos. Querían enfatizar el Centro, a Jesucristo, a quien la iglesia debe su vida y su naturaleza.”20 La existencia de una iglesia global hoy en día nos desafía a comprender de manera renovada los atributos de la iglesia. Las palabras que expresan esos atributos de la iglesia hacen referencia tanto a dádivas recibidas del Señor como a tareas para la iglesia de cada generación. Cada una de las características de la iglesia a las que hemos hecho referencia es algo recibido de Dios y no fabricado por los seres humanos; en ese sentido es una dádiva. Pero también cada una de ellas es una tarea, es 20
Charles VAN ENGEN, El pueblo misionero de Dios. Grand Rapids: Libros Desafío, 2004. p. 71.
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resultado del esfuerzo por cumplir la misión en obediencia a la Palabra de Dios y de manera consistente con lo que ella enseña acerca de la naturaleza de la iglesia. La dádiva de que la iglesia es una implica la tarea de buscar la unidad, de vivir como una, de unirse a sí misma y a su Señor. Pablo habla de “un Señor, una fe, un bautismo” y nosotros creemos esta verdad: “Esforzaos por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Ef 4.3). Cuando Pablo escribe hay una variedad de iglesias que no son idénticas: Corinto iglesia gentil tiene manifestaciones carismáticas que otras no tienen, Antioquia tiene un gran dinamismo misionero, Jerusalén la más antigua es fundamentalmente una iglesia judía pero no tiene pasión misionera, Roma probablemente compuesta de cinco iglesias en casas tiene en su seno judíos y gentiles. Lo que tienen en común es la fe en Cristo como salvador y señor pero no son iglesias uniformes con una autoridad centralizada como la del imperio romano. Hoy la variedad se ha multiplicado pero allí donde Cristo es el centro reconocemos a la iglesia una. La dádiva de que la iglesia es santa expresa la tarea de llegar a la santidad de sus miembros, en sus organizaciones, en su vida en el mundo, en su recepción y expresión de la Palabra de Dios: “Os ruego que viváis de una manera digna del llamamiento que habéis recibido” (Ef 4.1). Es la calidad de vida de los creyentes la que resulta la mejor apologética en la China, en España o en Iberoamérica. Hay que preocuparse cuando la santidad deja de importar ante el culto al éxito numérico, cuando no hay una ética del trabajo misionero y evangelístico. Pero allí donde se da un esfuerzo por vivir según el modelo de Jesús, una vida de amor y servicio, reconocemos a la iglesia santa. La dádiva de que la iglesia es católica significa que la tarea de la iglesia está llamada a la universalidad, al anuncio del Evangelio a toda criatura y a crecer hacia una universalidad geográfica, cultural, racial, espiritual, numérica y temporal en torno al Señor de señores. En el sentido estricto “católica” quiere decir universal, la iglesia no puede ser provincialista. En su contexto Pablo hace referencia a ese misterio de Cristo revelado en el Evangelio, “que los gentiles son junto con Israel, beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús mediante el Evangelio” (Ef 3.4-6). A la catolicidad de judíos y gentiles ha sucedido hoy la catolicidad de norte, sur, este y oeste en una iglesia que ha llegado a ser verdaderamente global. Aun una iglesia arraigada en su cultura ha de reconocer que la voluntad de Dios expresada en su Palabra es que alcance a todos, dentro de su cultura y fuera de ella. Justo González nos ha recordado que no se trata de la uniformidad impuesta por el obispo de Roma sino de la complementariedad de lecturas contextuales del Evangelio que respetando su núcleo cristológico central permiten una lectura contextual en situaciones diversas. 21 En la variedad contextual reconocemos esa complementariedad donde lo diverso completa lo uno. La dádiva de que la iglesia es apostólica es a la vez una tarea de anunciar el Evangelio que predicaron los apóstoles, viviendo en una manera apostólica y ser enviados como apóstoles de Jesucristo al mundo. Esto no requiere de nuevos apóstoles, personas que porque tienen cierta experiencia a la que llaman “unción” se hacen llamar apóstoles y reclaman para sí autoridad especial. Apostólica significa fiel al testimonio de los apóstoles tal como lo tenemos en la Biblia y también movida por el espíritu apostólico que impulsa a la comunicación de ese Evangelio a toda criatura: “Ya no sois extraños ni extranjeros sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra 21
Justo L. González trata con gran cuidado el tema de la catolicidad en su libro Mapas para la historia futura de la iglesia (Buenos Aires: Kairós, 2001); ver especialmente el capítulo 5.
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angular” (Ef 2.19-20). Es apostólica la iglesia que predica el Evangelio y no otra cosa. Es apostólica la iglesia cuyos misioneros siguen el modelo de Jesús mismo que Pablo expone tan bien en su Segunda Epístola a los Corintios, capítulos 3 a 6. En la iglesia global que va surgiendo por la predicación del Evangelio reconocemos a esa iglesia apostólica. Interrogantes Hemos hablado de esa iglesia que va surgiendo en todo el mundo, con esas marcas propias de cada una de las culturas en las que crece, con su variedad contextual. Cuando algunas de esas formas de cristianismo llegan a nosotros con los inmigrantes, o cuando viajamos y las conocemos dentro de su propio ámbito, quienes hemos vivido nuestro cristianismo sólo dentro de la tradición denominacional y cultural en la cual hemos recibido el Evangelio y hemos crecido, nos hacemos algunas preguntas ¿No hay acaso un peligro de superficialidad? ¿No estaremos engañándonos con las cifras en cuanto a crecimiento? ¿Podemos reconocer estos otros rostros del Cristianismo, como rostros auténticos? ¿Estamos abiertos a hacerlo? Es aquí donde las realidades históricas, culturales y sociales a las cuales estamos acostumbrados pueden convertirse en barreras insuperables. La cuestión del prejuicio social y racial es fuerte y el condicionamiento sociológico de los cristianos es casi inevitable. Me permito dar un ejemplo. Cuando vine por primera vez a España a estudiar en la Universidad Complutense de Madrid, como peruano hubo muchas cosas que me sorprendieron. Una de ellas fue el uso de la palabra “gitano”. Debido a la difusión del cante flamenco y la cultura andaluza en mi país, yo creía que la palabra “gitano” sería un timbre de orgullo para todo español. Pronto descubrí que era una palabra cargada de significado negativo, y que muchos la usaban como insulto. Gitano para muchos era sinónimo de ladrón, ocioso, mal viviente, marginal. El uso de esa palabra reflejaba prejuicios sociales y raciales profundamente arraigados en el corazón de la gente. Y resulta que con el paso del tiempo he descubierto que dentro de su estrategia el Espíritu Santo ha permitido que el Evangelio crezca entre los gitanos de España de manera vigorosa y sorprendente. Para muchos aceptar a los hermanos gitanos es vencer esa barrera de prejuicio social y cultural que a veces se disfraza de sospecha teológica. En la variedad de rostros que ha ido tomando la iglesia hemos de reconocer lo que Cristo tenía en cuenta al enviarnos en su Gran Comisión a toda criatura. Sabemos que la iglesia más antigua, la de Jerusalén tuvo dificultades en reconocer a los creyentes gentiles. En el relato de Hechos 10 y 11 hay una nota de tensión entre el regocijo de Pedro que cuenta cómo Cornelio y otros gentiles han aceptado el Evangelio y el prejuicio arraigado en un sector de la iglesia que recrimina a Pedro por haber entrado en casa de gentiles y haber comido con ellos (Hch 11.1-3). El hecho de que este incidente de evangelización de gentiles se narre tres veces en estos capítulos en señal de su importancia. Y ya sabemos cómo en el resto del relato de Hechos ese partido de hermanos cerrados de Jerusalén persiguió a Pablo y le hizo la vida imposible. A veces el celo misionero o denominacional nos ha enceguecido y no nos permite ver la obra del Espíritu Santo. Para vivir la realidad de la comunión cristiana en la iglesia global de este siglo veintiuno hemos de aprender a distinguir entre lo que es esencial al Evangelio que hay que retener y salvaguardar y lo que es cultural y socialmente condicionado.
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Releer la Palabra de Dios Para entender la situación actual y saber cómo conducirnos dentro de ella nos ayuda una nueva lectura de la Palabra de Dios con las claves misionológicas que vienen de conocer la realidad de la iglesia global en el presente. Eso nos lleva a entender los textos bíblicos en su contexto, lo cual nos ayuda a corregir actitudes y evitar los prejuicios paralizantes. Tomemos como ejemplo el Evangelio de Lucas. El biblista evangélico Fernando Méndez, profesor en la Facultad Protestante de Teología UEBE, nos ha ofrecido un trabajo seminal en el libro sobre Las iglesias y la migración publicado por el Consejo Evangélico de Madrid. 22 Méndez estudia en particular el papel que juega la fraternidad en la mesa, el comer juntos, tanto en Evangelio de Lucas como en el libro de Hechos. Lucas insiste en que tanto en la práctica de Jesús como en la de los apóstoles compartir la mesa con quien es diferente es una señal distintiva de los creyentes. Ello lleva a Méndez a la conclusión de que: “El Evangelista Lucas ha confrontado las serias amenazas que acechaban a la comunidad cristiana y que desafiaban la propia existencia de la misma, defendiendo y justificando su carácter heterogéneo e integrador. Si bien existe la presión social que rechaza la convivencia de grupos tan dispares, hasta el punto de hacer dudar a los propios discípulos, el testimonio de la iglesia de la realidad y experiencia de Cristo es la aceptación e inclusión en su membresía de personas provenientes de distintos sectores sociales y etnias. La mejor evidencia de esta convivencia es la fraternidad en la mesa, en la que se evidencia la comunión y el caminar común de la comunidad”.23 Dicho en otras palabras, cuando Lucas escribe sus dos libros la iglesia está en peligro de perder la memoria de la práctica de Jesús y de los apóstoles, y es necesario refrescarles la memoria a los creyentes para que recuerden con quién comía su Maestro y por qué, y cómo esa fraternidad en la mesa era una señal de la presencia del Reino de Dios en la tierra. Hoy en día nosotros también necesitamos recuperar la memoria en ese sentido. Lo mismo pasa, por ejemplo, con los escritos de Juan. Tanto en su Evangelio como en sus epístolas, especialmente en la primera, Juan insiste en la plena humanidad de Jesús e insiste también en que una señal segura de que se cree en Dios y se sigue a Jesucristo es la vida de amor al prójimo. Los estudiosos reconocen que para ese momento en las iglesias a las que Juan escribe había entrado la herejía docetista que negaba la plena humanidad de Jesús. Una consecuencia de esa herejía era que se podía afirmar una experiencia mística de relación con Dios y al mismo tiempo vivir una vida sin amor y compasión por el prójimo. La fuerza de su argumento es que tal cosa es imposible, es una contradicción. Pensemos en la fuerza de estos versículos: “En esto conocemos lo que es el amor; en que Jesucristo entregó su vida por nosotros. Así también nosotros debemos entregar la vida por nuestros hermanos. Si alguien que posee bienes materiales ve a su hermano padecer necesidad, y no tiene compasión de él ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?” (1Jn 3.16-17).24 Otro caso es el de la práctica misionera y pastoral del apóstol Pablo. El fue un actor destacado en el paso de la iglesia del mundo judío al mundo gentil, la primera prueba de aceptación o rechazo 22
Fernando Méndez Moratalla, “Iglesias e integración”, en Consejo Evangélico de Madrid, Las iglesias y la migración, Madrid: CEM – Seminario Teológico UEBE, 2003; p. 102-127. 23 Id., ibid., p. 116. 24 Un trabajo clásico sobre este tema es Justo L. GONZÁLEZ, Revolución y encarnación (Puerto Rico: La Reforma, 1965). Ver también mi trabajo “Una cristología para la misión integral” en Pedro ARANA, Samuel ESCOBAR, C. René PADILLA, El Trino Dios y la misión integral (Buenos Aires: Kairós, 2003, p. 73-113). Ver también Craig KEENER, Comentario del contexto cultural de la Biblia: Nuevo Testamento (El Paso: Mundo Hispano, 2003, p.726-727).
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de la universalidad del Evangelio. He estudiado en forma especial la colecta que Pablo realizó entre las iglesias gentiles para los pobres de Judea.25 A ella se hace referencia extensa en 2Corintios, capítulos 8 y 9, pero realmente casi todas las cartas de Pablo la mencionan. En esa época era común que los judíos de la dispersión hiciesen colectas para los judíos de Jerusalén. Pero lo que Pablo hacía de reunir dinero de iglesias gentiles para judíos necesitados era algo nuevo y revolucionario. Estudiando pasajes como Romanos 15. 23-29 es evidente que Pablo ve esa colecta también como una señal de la continuidad y reconocimiento mutuo entre judíos y gentiles en el seno de la Iglesia una. Y es lo que explica con tanta claridad en Efesios 2.11-18. Toda esta enseñanza del Nuevo Testamento, entendida dentro de su contexto, nos va a ayudar a forjar nuevas actitudes, una apertura a lo que el Espíritu Santo está haciendo en el mundo, una comprensión renovada de la universalidad del Evangelio. ¿Qué corresponde hacer? El fin de todo discurso oído tiene que terminar en la práctica. Y aquí quiero simplemente sugerir algunas opciones abiertas a todo creyentes y toda iglesia en la España de hoy. En primer lugar, tomar conciencia de la realidad de la iglesia global. Muchos evangélicos, por ejemplo, van tomando conciencia de las persecuciones que sufren sus hermanos en otras partes del mundo. Las manifestaciones silenciosas en varias ciudades frente al asesinato de creyentes en Turquía fueron evidencia de esa nueva conciencia. La economía española permite a muchas personas hoy en día aprovechar experiencias de viajes y visitas misioneras a corto plazo. Esto ayuda a las nuevas generaciones a abrir sus ojos a la realidad de la iglesia global al visitar otros países en viajes preparados para ello. Yo he escuchado el testimonio de dieciocho jóvenes de la Iglesia Evangélica de la Malvarrosa en Valencia quienes ya no serán los mismos después de su visita de dos semanas a iglesias en el Perú. Experiencias de este tipo nos permiten identificar nuestras limitaciones con ojo crítico, y superar nuestro condicionamiento cultural y social que nos lleva a veces a una mentalidad provinciana. También es importante que las iglesias evangélicas en España consideren su participación más activa en la misión mundial de la iglesia. Los grandes movimientos misioneros no salieron necesariamente de iglesias ricas y poderosas o mayoritarias. Ya hay presencia misionera española en África, América Latina y Turquía. Ella podría multiplicarse. La iglesia puede ser joven y pobre pero puede tener un sentido de lo global que la enriquezca y le ayuda a cumplir su misión en su propio ámbito. En nuestro propio ámbito local podemos buscar la forma de relacionarnos con las diferentes formas de cristianismo. Hay iglesias étnicas en nuestro medio y sólo como resultado de una conversación fraterna podemos aprender cómo testificar mejor a la totalidad de la sociedad española de hoy. La Iglesia global que ha surgido en el mundo hoy demuestra que la promesa del Jesús resucitado se ha venido cumpliendo, contra viento y marea, y se seguirá cumpliendo. Esa es una razón más para la esperanza. Participar en esa victoria es un privilegio. 25
Ver mi ensayo “La naturaleza comunitaria de la iglesia” en C. René PADILLA y Tetsunao YAMAMORI (Eds.), La iglesia como agente de transformación (Buenos Aires: Kairós, 2003; p. 75-101).
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CAPÍTULO 3 Creemos en un Dios misionero
Creer en Dios es creer que Él está en acción en el mundo y en la historia. Esa es la fe bíblica, la visión que domina en las páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento, de principio a fin. Los autores de la Biblia nunca tratan de probar la existencia de Dios sino que dan por sentado que Él existe. Más aún, que no es concebible la existencia de los seres humanos ni el devenir histórico fuera del alcance de un Dios que actúa. Dios está al comienzo y al fin, y Él hace posible la vida humana y la historia. Esto lo revela Jesucristo en forma decisiva. La Biblia nos presenta a Jesús como un hombre de Palestina, que vive en medio de la historia humana. Pero también como un hombre excepcional a quien sólo podemos entender trascendiendo esa historia humana. El manifiesto misionero de Jesús Hay una escena del relato de Lucas acerca de Jesús en el comienzo mismo de su carrera pública (4.16-30). Es un instante misionero único que se ha hecho famoso porque en él Jesús pronuncia su “manifiesto” liberador. A este pasaje del cuarto capítulo de Lucas se ha volcado la atención de muchos teólogos en los años recientes. Habrá sido una mañana soleada en Nazaret, la ciudad galilea donde creció el joven carpintero. Los judíos piadosos se han reunido en la sinagoga y Jesús entra “conforme a su costumbre”. Llegado el momento de la lectura de la Palabra, Jesús pasa al frente, pide “el libro”, que es un rollo de pergamino, lo abre y lee en el profeta Isaías. Son palabras cargadas de una promesa perturbadora, especialmente en esa Galilea revoltosa, donde anida la resistencia al dominio imperial de los romanos: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor. (Lc 4.18-19, Dios Habla Hoy) Luego Jesús cierra el libro pausadamente. Todos los ojos están puestos en él, con expectativa y curiosidad. Jesús se sienta, como los maestros que van hacer un pronunciamiento solemne, y comienza a hablar: “Hoy mismo se ha cumplido esta escritura delante de vosotros”. Eso que el profeta había anunciado siglos antes se ha hecho realidad ahora en Nazaret, por el poder del Espíritu. Ante los ojos de la congregación esa mañana Dios está cumpliendo su palabra, interviniendo en la historia: el ungido ha empezado su misión y acaba de dar lectura a su manifiesto. Jesús se define como aquel que ha sido consagrado y enviado por Dios. El verbo enviar, con el que conecta por su raíz griega la palabra apóstol, es un verbo que se usa repetidamente para la acción divina de comisionar y enviar a sus siervos a cumplir una misión. Según Lucien Legrand este verbo aparece 137 veces en el Nuevo Testamento.26
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Lucien LEGRAN, Unity and Plurality: Mission in the Bible. Orbis: Maryknoll, 1990. p. xiv.
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Aquí estamos frente a una nota característica del estilo de Lucas, primer cronista sistemático de la misión cristiana. En el pasaje precedente de su Evangelio, Lucas insiste en la acción del Espíritu impulsando el ministerio de Jesús. “Jesús lleno del Espíritu Santo volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto” (Lc 4.1). Así Jesús se enfrenta al tentador. Poseído de la plenitud del Espíritu va al desierto donde su vocación es puesta a prueba al comienzo mismo de su ministerio. Y luego más adelante “Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo y su fama se extendía por toda la tierra de alrededor” (Lc 4.14). La vida y la obra de Jesús se nutren de esa convicción que empapa todas las páginas de la Biblia. Así en el Evangelio de Juan encontramos pasajes donde con toda claridad Jesús habla de su propia misión como evidencia de la presencia y acción de Dios en el mundo. Una vez Jesús cura a un paralítico y hace esta afirmación: “Mi Padre siempre ha trabajado y yo también trabajo” (Jn 5.17). Luego habla de sí mismo y su obra en íntima armonía con su Padre: “Les aseguro que el Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta; solamente hace lo que ve hacer al Padre. Todo lo que hace el Padre, también lo hace el Hijo. Pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace; y le mostrará cosas todavía más grandes, que los dejarán a ustedes asombrados. Porque así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, también el Hijo da vida a quienes quiere dársela. Y el Padre no juzga a nadie, sino que le ha dado a su Hijo todo el poder de juzgar, para que todos den al Hijo la misma honra que dan al Padre. El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre, que lo ha enviado” (Jn 5.19-22). Jesús no entendía su propia misión y su trabajo aparte de la iniciativa divina que está en acción en el mundo. Lo que vemos en las andanzas de Jesús por los caminos polvorientos de Palestina es que Dios está actuando en el mundo de una manera única y visible. Mirando con veinte siglos de perspectiva podemos captar el impacto de la presencia de Jesús en el mundo. Es presencia transformadora, sanadora, desafiadora, inquietante, profética, que llama al cambio radical y la entrega. Es presencia registrada por los testigos en acciones concretas de acercamiento a los pobres, de curación a los enfermos, de enseñanza a los ignorantes, de bondad hacia los niños, de apertura hacia los marginados, de perdón a los arrepentidos, de crítica a los poderosos y los corruptos. Y en la culminación de todo ello, de entrega por nuestra salvación. Todo ello en el poder del Espíritu. Como lo registran unas líneas cargadas de significación trinitaria, cuando Jesús afirma: “Si yo expulso a los demonios por medio del Espíritu de Dios, eso significa que el Reino de Dios ya ha llegado a vosotros” (Mt 12.28). Su mismo nombre lo dice: “Emanuel: Dios con nosotros”. La iniciativa de Dios en la misión apostólica Lo mismo que en el Evangelio de Lucas encontramos en el libro de Hechos de los Apóstoles. En todo lo que va sucediendo se puede ver la iniciativa divina. Dios el Espíritu les a da a los apóstoles un poder que los impulsa a cruzar todo tipo de fronteras con el Evangelio, contra viento y marea. Él los ayuda a articular su mensaje basándose en el hecho de Cristo. Él los guía de diversas maneras en los momentos decisivos: Él abre o cierra puertas, Él prepara a los hombres y mujeres que han de recibir el mensaje. Los Apóstoles no pueden entenderse a sí mismos ni lo que hacen, si no es por esa referencia a un Dios que está activo en el mundo. Pablo de Tarso, el gran misionero del arranque inicial, ofrece en varios de sus escritos una defensa y una explicación de su apostolado, de su tarea misionera entre los no judíos. Es notable, por 19
ejemplo, en los primeros capítulos de su Segunda Carta a los Corintios, la insistencia en referir cada fase de la actividad misionera a la iniciativa divina. Dios está actuando en el apóstol, en su pueblo, moviéndose a través de los predicadores; y ellos confiesan que todo lo que implica su labor no es posible para alguien, a menos que Dios esté en acción. Describiendo la naturaleza de su misión en el capítulo 2, llega a decir el apóstol “¿Y quién está capacitado para esto?” (v. 16). Es decir ¿quién es capaz de llevar a cabo la misión cristiana? Resulta paradójico que ese mismo Pablo que en la misma carta cuenta haber tenido experiencias místicas profundas y revelaciones especiales, pregunte también con un tremendo sentido de impotencia ¿quién puede esto? La respuesta viene más adelante, cuando el apóstol afirma: “Confiados en Dios por medio de Cristo nos sentimos seguros de esto. No es que nosotros mismos estemos capacitados para considerar algo como nuestro; al contrario, todo cuanto podemos hacer viene de Dios pues él nos ha capacitado para ser servidores de un nuevo pacto” (2Co 3.4-6). La convicción de este llamado e iniciativa de Dios lleva a la humildad y a un estilo de trabajo que no busca la auto-glorificación. Por eso dice más adelante: “no nos predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo como Señor, nosotros nos declaramos simplemente servidores vuestros por amor de Jesús” (2Co 4.5-6). Esta arraigada convicción sobre la iniciativa divina se expresa en el caso de Pablo en un estilo de misión como servicio y no como dominio. ¡Qué contraste con tantas organizaciones misioneras modernas con sus técnicas de ventas y promoción dirigidas a auto-glorificarse! Hay una nota más en este pasaje. Pablo dice “porque Dios que mandó que la luz brotara de la oscuridad es quien ha hecho brotar su luz en nuestro corazón para que por medio de ella podamos conocer la gloria de Dios que brilla en el rostro de Jesucristo” (2Co. 4.6). Pablo pone en unas pocas líneas al mismo Dios creador del Génesis, con su poder de crear la luz y transformar el caos en cosmos, como el Dios que abre los ojos del ser humano para que llegue a conocer a Dios en Cristo. De manera que cuando una persona llega a conocer a Cristo se necesita todo ese poder del Dios creador. Por eso Pablo se hacía la pregunta “¿Y quién está capacitado para esto?” Y por eso más adelante afirma: “tenemos este tesoro en vasos de barro para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2Co 4.7, Reina Valera). No se trata, pues, de una técnica que se pueda aprender o comercializar. Hace falta una actitud de fe profunda y humilde. Dios creador y Señor de la historia El antecedente de las palabras de Pablo que equiparan la acción creadora de Dios con su acción reveladora de la verdad del Evangelio lo encontramos también en algunos pasajes, como el salmo 33: “El cielo y cuanto hay en él lo hizo el Señor por su palabra y por el soplo de su boca. Él junta y almacena las aguas del mar profundo” (Sal 33.6-7). El mismo salmo afirma la justicia de Dios y su exigencia ética: “El Señor ama lo justo y lo recto, ¡su amor llena toda la tierra!” (v. 5). Afirma también su interés en todos los seres humanos: “El Señor mira desde el cielo y ve a todos los hombres; desde el lugar donde vive observa los que habitan la tierra; él es quien formó sus corazones y quien vigila todo lo que hacen” (v. 13-14). La mirada de Dios abraza a todas sus criaturas aunque luego el salmista particulariza: “Pero el Señor cuida siempre de quienes le honran y confían en su amor para salvarlos de la muerte y darles vida en épocas de hambre” (v. 18-19) El Dios creador es diferente a su creación, que no es una emanación de Dios de la misma naturaleza divina. Una nota que se encuentra especialmente en los Salmos es la de la acción divina en cuanto va pasando en lo que llamamos “la naturaleza”, pero que la Biblia siempre describe como “la creación”. Hay algunos salmos como el 104 que de manera poética expresan los diversos matices de 20
esa visión de la creación bajo el cuidado divino. En el mismo sentido el ser humano posee una especial dignidad por ser creación de Dios. Aunque no nos ocupa ahora el tema específico de la naturaleza y la condición humana, hemos de recordar que de la enseñanza bíblica acerca de Dios como creador del ser humano deriva una visión que ve al ser humano como imagen de Dios y capaz de crear cultura y belleza. El ser humano es una unidad en la cual lo físico, lo psicológico, lo social y lo espiritual se manifiestan unidos en la persona. La acción salvadora de Dios alcanza al humano en todas sus dimensiones, de lo cual deriva la misión integral. El ser humano es un ser social y cuando lo alcanza el Evangelio lo alcanza como parte de una comunidad que ora y dice “Padre Nuestro”. El ser humano es pecador, es una criatura caída que necesita la salvación de Cristo y que puede ser alcanzado y transformado por la obra de Cristo. Las metodologías misioneras necesitan recuperar una visión cristiana y bíblica de la persona humana. 27 Aquí nos encontramos con una visión de Dios que tiene una relación especial con algunos seres humanos. En la visión bíblica, el Dios creador de todos los seres humanos escoge a algunos para bendecir a todos. El Antiguo Testamento ha sido el libro que relacionamos en particular con el pueblo de Israel, el pueblo escogido de Dios, pero es un libro que tiene que ver con toda la humanidad. El misionólogo Lesslie Newbigin ha destacado el hecho de que la acción de Dios en la historia es un tema central de toda la Biblia. Para esta perspectiva bíblica todo el drama de la historia de Israel conecta con la persona de Jesucristo. Cuando los evangelistas dan cuenta de la historia de Jesús buscan inscribirla en una proyección histórica cada vez más amplia: Marcos empieza con el bautismo de Juan, Mateo se remonta hasta Abraham, Lucas va más atrás hasta Adán, y Juan empieza su Evangelio con la referencia a la acción divina en el cosmos, en el principio de todo. 28 El Dios y Padre de Jesucristo es un Dios que no permanece oculto o encerrado en el misterio sino que se revela, se da a conocer. Lo dice con elocuencia la Epístola a los Hebreos: “En otros tiempos habló Dios a nuestros antepasados, muchas veces y de muchas maneras por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos últimos nos ha hablado por su Hijo mediante el cual creó los mundos y al cual ha hecho heredero de todas las cosas. Él es el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma del ser de Dios y es él quien sostiene todas las cosas con su palabra poderosa” (Heb 1.1-3). Este pasaje tiene la misma fuerza que el comienzo del Evangelio de Juan para presentar a Jesús: “En el principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios […] Aquel que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros lleno de amor y de verdad. Y hemos visto su gloria, la gloria que como hijo único recibió del Padre” (Jn 1.1,14). Así la presencia de Jesús y la misión de Jesús son expresión de esta voluntad de Dios de revelarse a todos los seres humanos. Por su parte el misionero Pablo, cuando tiene que explicar su propia acción misionera y lo que es el Evangelio a los filósofos de Atenas, les anuncia que Dios ha creado a todos los seres humanos con capacidad para buscarlo y encontrarlo y que no está lejos de cada uno de nosotros. Luego hace una crítica de la tendencia humana a fabricarse dioses: “imágenes de oro, plata o piedra que los hombres fabrican según su propia imaginación”. Finalmente culmina su exposición diciendo: “Dios que pasó por alto aquellos tiempos de ignorancia de la gente, ahora ordena a todos en todas partes que se conviertan a él. Porque Dios ha fijado un día en el cual juzgará al mundo con justicia y lo hará
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Un trabajo excelente sobre las consecuencias de la visión bíblica del ser humano para la misionología es el de Sidney ROOY “Una teología de lo humano” (Boletín Teológico, Fraternidad Teológica Latinoamericana, no. 54, junio de 1954, p. 133-149). 28 Lesslie NEWBIGIN, The Open Secret. Eerdmans: Grand Rapids, 1995. p. 30.
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por medio de un hombre que él escogió y al que aprobó delante de todos resucitándolo de la muerte”. El misterio de la elección en el obrar de Dios La acción de Dios de escoger a un pueblo y establecer un pacto con dicho pueblo a fin de bendecir a toda la humanidad está claramente expuesta en el origen del pueblo de Dios. El llamado a Abram es claro al respecto: Un día el Señor dijo a Abram: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre para ir a la tierra que yo te mostraré. Con tus descendientes formaré una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; por medio de ti bendeciré a todas las familias del mundo” (Gn 12.1-3). Tenemos que reconocer que esta acción divina de escoger a uno para bendecir a todos los demás constituye un escándalo para la mente humana. ¿Por qué Dios no tiene una manera general de revelarse a todos los humanos? ¿Por qué es necesario escuchar la historia de Abram y su pueblo para poder comprender a Jesús, descendiente de Abram y aceptar la salvación de Dios? Es lo que el teólogo Newbigin llama el escándalo de lo particular y es la modalidad de acción que Dios ha escogido como expresión de su deseo de salvar a todos los humanos. Los seres humanos no traemos al mundo con nosotros la semilla de nuestra salvación sino que siempre la recibimos de otra persona. Sean nuestros padres, pastores, maestros o simples compañeros de camino siempre alguien comparte con nosotros el Evangelio. Para Newbigin esto es clave pues establece un sentido de sociabilidad y solidaridad más allá de un individualismo aislacionista. En la primera etapa de la expansión del Evangelio de Jesucristo por el mundo la iglesia es una iglesia judía que sin embargo asumirá la tarea de llevar el Evangelio hasta el fin del mundo atravesando todo tipo de fronteras raciales y culturales. El libro de los Hechos describe ese paso inicial del Evangelio desde el mundo judío hacia el gentil, como contexto de la obra de Pedro, Pablo y la primera generación de misioneros. Pero en la Iglesia de Jerusalén surgen algunos discípulos judíos que se niegan a compartir el Evangelio a menos que los gentiles adopten la cultura judía y la circuncisión. Pablo al encontrarse con Cristo es comisionado para llevar el Evangelio específicamente a los gentiles. Esto está claro en los tres relatos de la conversión de Saulo que aparecen en el libro de Hechos. Y en la Epístola a los Romanos, especialmente en los capítulos 9 a 11, Pablo explora la realidad histórica y la significación de este paso del Evangelio al mundo gentil. Para Pablo los gentiles no han de hacerse judíos para poder aceptar el Evangelio. Por otra parte, debido a la enseñanza apostólica las iglesias que van apareciendo en el mundo gentil empiezan a derivar su propia identidad y responsabilidad misionera del trasfondo de la vocación de Israel en el Antiguo Testamento. Nótese por ejemplo como en la primera epístola de Pedro se describe a la iglesia con un vocabulario tomado de la descripción de la vocación de Israel: “Vosotros sois una familia escogida, un sacerdocio al servicio del Rey. Una nación santa, un pueblo adquirido por Dios destinado a anunciar las obras maravillosas de Dios que os llamó a salir de la oscuridad y entrar en su luz maravillosa (1Pe 2.9). Este vocabulario con el cual se describe a la iglesia está tomado de pasajes del Antiguo Testamento como Isaías 43.20, Éxodo 19.5-6, Deuteronomio 4.20 que son referencias a la identidad de Israel. 22
Lo que si es importante recordar en este punto es que en la historia de Israel hay una tensión entre la disposición a ser un pueblo de Dios y vivir como tal en medio de los otros pueblos, y por otra parte desobedecer al propósito divino. La expresión más clara y abierta de esta tensión la ejemplifica dramáticamente Jonás y éste es el sentido de su historia: ilustrar la rebeldía ante el envío y el propósito divino. La vocación misionera de Pablo El apóstol Pablo es quien con más claridad describió su propia vocación misionera como obediencia al propósito divino. Uno de los pasajes donde escribe con más claridad acerca del tema es el capítulo 15 de la Epístola a los Romanos, especialmente los versículos 14-33.29 Refiriéndose a la tarea que ha cumplido escribe: “He llevado a buen término el anuncio del Evangelio de Cristo desde Jerusalén y por todas partes hasta la región de Iliria” (v. 19). El apóstol ha consagrado su vida a proclamar el Evangelio e una región que abarca la mitad oriental del Imperio Romano. Esta proclamación se describe con una nota de plenitud y cumplimiento: “llevado a buen término”. En sus viajes de ciudad en ciudad, entre las sinagogas y las plazas del mercado, en las casas, en los barcos, o por el camino, su principal preocupación ha sido la proclamación del evangelio. Lutero seguía la tradición paulina cuando afirmaba que no quería ser otra cosa sino “siervo de la Palabra”. Pablo explica con absoluta claridad que esta proclamación del evangelio, entre los gentiles y en lugares donde no era conocido, constituye su ambición y su tarea específica. Se ve a sí mismo como alguien que contribuye a completar lo que los profetas habían anunciado (v. 21). Como lo muestra la primera parte del capítulo, “Pablo encuentra testimonium de la misión a los gentiles, en la Ley, los Profetas y los Salmos”.30 Su vida es la práctica de la obediencia que hace realidad lo que estaba anunciando en la Palabra. Como dice Leon Morris: “Pablo dice que su meta constante era el humilde propósito de ser un evangelista pionero”.31 En contexto más amplio de este pasaje Pablo presenta dos notas que yo distingo en su manera de referirse al tema. En primer lugar, está la convicción de que el apóstol no es más que el agente de un Dios trino activo, que es quien realmente toma la iniciativa. El ministerio de Pablo se presenta como alfo que Cristo ha realizado, en obediencia a Dios en el poder del Espíritu (v. 17-19a). Por lo tanto, debe darse gloria sólo a Dios. En el versículo 16 Pablo ha comparado su ministerio apostólico con el ministerio sacerdotal del Antiguo Testamento, y así lo explica Leenhardt, en su Comentario sobre Romanos: “Tal como el sacerdote ante el altar meramente obedecía las prescripciones de Moisés, de tal manera que su individualidad se esfumaba tras la institución divina que era lo único que daba valor a sus acciones, así el ministerio sacerdotal del apóstol no puede dar lugar a ninguna vanidad personal (1Co 15.10-31; 2Co 10.13). Es Cristo el actor invisible que imparte a su ministerio su asombrosa fecundidad (2Co 3.5; 4.7; 13.3)”.32 29
Resumo aquí lo que he expuesto más ampliamente en mi trabajo “Avancemos en la plenitud de la misión: un comentario latinoamericano sobre la misiología de San Pablo”, capítulo 1 del libro Misión en el Camino, editado por René PADILLA (FTL: Buenos Aires, 1992, p. 1-16). 30 F. F. BRUCE. The letter of Paul to the Romans: An Introduction and Commentary. InterVasity Press: Leicester, 2da. ed., 1985. p. 243. 31 Leon MORRIS. The Epistle to the Romans. InterVasity Press: Leicester, 1988. p. 515. 32 LEENHARDT, Romans, p. 369.
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En segundo lugar, lo que Dios está haciendo a través de la proclamación del evangelio no es sólo informar a las personas acerca de lo que Cristo ha hecho por ellos: sino que busca “la obediencia de los gentiles” (v. 18). El evangelio implica un claro llamado al arrepentimiento, la fe y la obediencia. La verdad de Cristo es una verdad que compromete. Para usar la imagen forjada por Juan A. Mackay, ese gran misionero y teólogo, el evangelio es un llamado a seguir a Cristo en el camino, no a contemplarlo desde la seguridad de la distancia del balcón: “Sólo el que hace la voluntad de Dios conoce la doctrina. Esta es otra forma de decir que la verdad, por lo que a Dios toca, es siempre de carácter existencial, e implica el consentimiento de la voluntad así como un acto del entendimiento. El asentimiento puede darse desde el balcón, pero el consentimiento es inseparable del camino”.33 René Padilla, quien ha sido evangelista, pastor, editor y teólogo en Argentina, ha tratado de elaborar las consecuencias que la noción de “obediencia de fe” tiene para la misión hoy en día en países como España. En un país que se proclama “cristiano” desde sus primeros siglos como nación es necesario hacerle frente a un estilo de misión que redujo el evangelio al mínimo a fin de conservar dentro de su rebaño el máximo posible de personas. Concuerdo con Padilla en que dentro de las filas evangélicas se encuentran hoy algunas corrientes misionológicas que han adoptado justamente ese principio. “Como resultado – dice Padilla – la iglesia, lejos de ser un factor de transformación de la sociedad, se convierte en un mero reflejo de ésta y, lo que es peor, instrumento que la sociedad usa para condicionar a la gente con sus valores materialistas.”34 Este tipo de misionología separa la fe del arrepentimiento. Separa la proclamación del indicativo de Dios sobre la salvación en Cristo, del imperativo de Dios acerca de una nueva vida. Separa la salvación de la santificación: “En el nivel más básico separa a Cristo como el Salvador de Cristo como Señor. Esto produce un evangelio que permite que la gente mantenga los valores y actitudes prevalentes en la sociedad de consumo y a la vez disfrute de la seguridad temporal y eterna que le provee la religión”.35 Así pues, en nuestra manera de comprender la misión cristiana hoy partimos de nuestra fe en un Dios creador y Señor, que está activo en el mundo y en la historia, que ha revelado su propósito de alcanzar a todos los seres humanos con su salvación, y que para ello ha escogido a algunas personas a las que envía como sus misioneros, sus enviados, sus mensajeros. Él es en última instancia quien mueve y dinamiza el avance de la misión cristiana.
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Juan A. MACKAY. Prefacio a la teología cristiana. México: Casa Unida de Publicaciones, 1984, p. 59. C. René PADILLA. Misión Integral. Nueva Creación: Buenos Aires, 1986. p. 54. 35 Idem. 34
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CAPÍTULO 4 Jesucristo: el modelo de acción misionera
En los años más recientes al estudiar la misión cristiana ha habido un regreso a las bases bíblicas de la misión cristiana. En este artículo queremos estudiar especialmente de qué manera la misión de Jesús tiene que ser el modelo de toda obra misionera. Una de las formas de plantearlo ha sido profundizando en el estudio del texto de lo que se conoce como “la gran comisión” de Jesús a sus discípulos que se encuentra al final de los Evangelios. Se ha tratado de entender la gran comisión en el marco de la totalidad de cada Evangelio, y con el énfasis particular que cada uno de los cuatro Evangelios ofrece. Así se enriqueció la comprensión del mandato evangelizador de Jesucristo leyendo cada Evangelio hacia atrás, a partir del texto de la Gran Comisión. Dicha lectura se propuso también ser contextual, a partir de las preguntas surgidas en la vida y la tarea misionera de las iglesias. 36 Esta ampliación de la base bíblica es la que nos permite hablar de una “misión integral”. En este caso el término “integral” busca una diferenciación con formas truncadas de acción misionera, que reducen la misión seleccionando sólo una parte de la enseñanza de la Palabra de Dios, sólo un aspecto del Evangelio, sólo una parte del imperativo divino, en última instancia sólo una dimensión de la persona y la obra de Jesucristo. El tema del Reino de Dios La relectura de los Evangelios sinópticos nos lleva al tema del Reino de Dios, al cual hay que hacer referencia por fuerza, ya que es el eje central de la enseñanza de Jesús. El evangelista Marcos describe la misión de Jesús, en las propias palabras que resumen la enseñanza con la cual Él se lanza a su ministerio público: “Después de que encarcelaron a Juan, Jesús se fue a Galilea a anunciar las buenas nuevas de Dios. “Se ha cumplido el tiempo – decía – el Reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (Mc 1.14-15). La llegada de Jesús es la llegada del Reino de Dios y su irrupción en la historia humana, y es el marco más amplio dentro del cual puede comprenderse la misión de Jesús, y en consecuencia la misión de la iglesia hoy en día. Al recordarnos este hecho, René Padilla nos ubica en un marco histórico y escatológico: “El mismo Dios que ha intervenido en la historia para iniciar el drama está actuando todavía y continuará actuando a fin de llevar el drama a su conclusión. El Reino de Dios es por lo tanto una realidad presente y a la vez una promesa que se cumplirá en el futuro”.37 Cristología y misión cristiana Lo que nos proponemos en el presente trabajo es una reflexión sobre aquellos aspectos de nuestra fe en Cristo que sirven de fundamento y dan forma a nuestra obediencia misionera. Como hemos visto en el breve recuento histórico, las categorías teológicas que la iglesia ha desarrollado en el tiempo nos pueden servir como claves útiles. Sin embargo, la fuente bíblica es nuestro punto de 36
Ver un excelente resumen de este proceso en Mortimer ARIAS, La gran comisión: Relectura desde América Latina (Quito: CLAI, 1994). 37 C. René PADILLA. Misión integral. Buenos Aires: Nueva Creación, 1985. p. 183.
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partida y ella enriquece nuestra comprensión de lo que las fórmulas teológicas sintetizan. Hemos de recordar que el mensaje apostólico que tenemos en las Epístolas del Nuevo Testamento es un mensaje cristocéntrico, que desarrolla el significado del hecho de Cristo. Decía el apóstol Pablo: “Los judíos piden señales milagrosas y los gentiles buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1Cor 1.22-23). Afirmaciones semejantes encontramos en otros escritos apostólicos como los de Juan (1Jn 1.1) o Pedro (1Ped 1.18-20), y en el relato de la predicación apostólica en Hechos. Buena parte de las Epístolas se escribió antes de que se escribieran los Evangelios, mientras la proclamación apostólica de los hechos y la persona de Cristo estaba en su etapa oral. En un segundo momento se pone por escrito esa proclamación en la cual se presenta la persona y la obra de Jesús de Nazaret, evidentemente con el propósito de mostrar la plenitud de su humanidad, los hechos de la vida y el ministerio de Jesús. Ambos, Epístolas y Evangelios, son necesarios para comprender la plenitud de Cristo y su pertinencia para nuestra obediencia misionera hoy en día. El material de los Evangelios nos ofrece una visión auténtica de una persona a la que podemos llamar el Jesús histórico en el sentido de una persona cuya existencia real transcurre en un determinado tiempo y espacio. Así pues, los datos que ofrecen los Evangelios acerca del estilo de la misión de Jesús vienen a ser indispensables para entender el contenido del mensaje apostólico y su relación con la vida de los creyentes y las iglesias. Padilla lo expresó con claridad, en el contexto de una reflexión acerca del discipulado cristiano: Si el Cristo de la fe es el Jesús de la historia, es posible hablar, entonces, de una ética social para los discípulos cristianos que intentan modelar su vida según el propósito de amor y justicia de Dios revelado en forma concreta. Si el Señor resucitado y exaltado es Jesús de Nazaret, entonces es posible hablar de una comunidad que busca manifestar el Reino de Dios en la historia.38 Encarnación de Jesucristo y misión cristiana Una de las manifestaciones de la práctica de misión integral en el Apóstol Pablo es la colecta que organizó entre las iglesias gentiles para ayudar a la Iglesia de Jerusalén que había quedado en la ruina económica. Escribiendo a los Corintios acerca de su participación financiera en la misión de ayuda a esos creyentes empobrecidos (2Cor 8.1-8), Pablo fundamenta su argumento en el ejemplo de los creyentes de la región de Acaya, de quienes dice: “En medio de las pruebas más difíciles su desbordante alegría y su extrema pobreza abundaron en generosidad” (v. 2). Luego culmina su argumento con lo que podemos llamar una nota fundamental de cristología misionera: “Ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos” (v. 9). Así la encarnación de Jesucristo se toma como modelo de vida y participación en la misión. Esta nota cristológica paulina proviene de la Cristología más completa de Pablo tal como la tenemos planteada en Filipenses 2.5-11 y en sus otras epístolas, especialmente 1 e 2Corintios. Hay un sentido en el cual la vida y la muerte de Jesús tienen un carácter único e inimitable pues se trata de una vida sin pecado y de una muerte vicaria. Pero hay otro sentido en el cual la vida 38
C. René PADILLA y Mark Lau BRANSON (Eds.). Conflict and Context: Hermeneutics in the Americas. Grand Rapids: Eerdmans, 1986. p. 89.
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y la muerte de Jesús en la cruz son modelos de la presencia y misión para el discípulo de Cristo en el mundo. La versión de Juan acerca del envío de los apóstoles al mundo contiene claramente una doble significación: “Como el Padre me envió a mi, así yo los envío a ustedes” (Jn 20.21). Por un lado la dimensión imperativa del mandato del Señor: “Yo los envío a ustedes”. Por otro lado la dimensión normativa que hace referencia a un modelo: “como el Padre me envió”. John Stott, quien contribuyó mucho al redescubrimiento de esta versión de la Gran Comisión en el mundo evangélico, decía con mucha razón que “aunque estas palabras representan la forma más simple de la Gran Comisión, son al mismo tiempo las que expresan mayor profundidad, las que nos redarguyen más poderosamente , y también, por desgracia, las más olvidadas”.39 El redescubrimiento del énfasis juanino en la encarnación ha servido para criticar los modelos misioneros colonialistas, y también para plantear un modelo de misión encarnacional. Las misiones llevadas a cabo desde posiciones de poder económico, político o tecnológico, casi obligaban a los misioneros a actuar desde la distancia y el privilegio, a proclamar a un Jesús que había descendido del cielo para salvar, pero cuyos mensajeros no “descendían” ni social ni culturalmente. La inmersión del misionero en la realidad de los receptores de su acción requiere un sacrificio, una movilidad hacia abajo, y una renuncia al paternalismo. Al mismo tiempo la iglesia que resulta de ese trabajo misionero tiene una forma de presencia encarnada en su propia realidad social, y por ello capaz de proclamar el Evangelio de manera pertinente y transformadora. Es aquí donde la encarnación real y no aparente (docética) de Jesús, en la cual insiste el testimonio bíblico, provee un modelo y viene a ser fuente de inspiración. Examinemos algunas claves del testimonio bíblico. Una primera clave es la misión de Jesús como enviado del Padre. Respecto al Evangelio de Juan, el teólogo peruano Pedro Arana ha recalcado que la noción de envío es fundamental y que ella nos remite a comprender la encarnación de Jesús como cumplimiento de la voluntad de Dios, como iniciativa divina en la misión. El origen de la misión cristiana es la voluntad salvadora de Dios que ama el mundo que ha creado y que se hace humano para revelarse de manera plena a los humanos y cumplir su propósito. En el estilo de esa acción misionera de Jesús que Arana explora en todo el Evangelio, destaca principios distintivos que son como un bosquejo de la misión integral. Así tenemos la adoración que se advierte desde el prólogo y en las oraciones de Jesús, el amor fraterno que es marca distintiva del discípulo, la salvación culminación de la obra para la cual Jesús ha sido enviado, el servicio dramatizado y explicado en el lavamiento de los pies de los discípulos, la oración sacerdotal del Aposento alto y el énfasis en la unidad de los discípulos como reflejo de la unidad en Dios mismo. Dice Arana: En el Evangelio aparecen cinco movimientos misioneros. Juan el Bautista es enviado por Dios, el que envía, a dar testimonio de Jesús (1.6-8; 3.28). Jesús es enviado por el Padre a dar testimonio de la verdad y a hacer la obra (18.37; 4.34). El Espíritu es enviado por el Padre y por el Hijo a dar testimonio de Jesús (14.26; 15.26). Los discípulos son enviados por Jesús a seguir su modelo encarnacional, litúrgico, koinónico, soteriológico, diaconal, sacerdotal, ecuménico y profético. 40 Una segunda clave es la de lo contextual y lo universal en la presencia y la obra de Jesús. Especialmente el evangelista Lucas la destaca al presentarnos a Jesús como hombre de su medio y de 39
Pensamiento cristiano, marzo de 1967, p. 67-68. Pedro ARANA, “La misión en el Evangelio de Juan”, en C. René PADILLA (Ed.) Bases bíblicas de la misión: Perspectivas latinoamericanas. Buenos Aires: Nueva Creación, 1998. p. 306. 40
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su tiempo quien proclama un Evangelio para toda la raza humana. Hay una salutación premonitoria de esta visión en las palabras del anciano Simeón cuando toma en sus brazos al niño Jesús en el templo: “...Porque han visto mis ojos tu salvación, que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que ilumina a las naciones y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2.30-32). Jesús fue hijo de su pueblo Israel, formado en las costumbres y la espiritualidad de lo mejor de ese pueblo, cuyo mensaje refleja el vocabulario y las ideas propias de su entorno judío en ese momento histórico. Su visión de sí mismo se expresa en el vocabulario y las figuras de lenguaje propias de una comunidad forjada por la revelación escrita que ese pueblo atesora. En ese sentido es “gloria de su pueblo Israel”, culminación de lo mejor de su expectativa histórica. Pero ese mensaje, esa vida, ese lenguaje están destinados a ser portadores de la Palabra de Dios para todos los seres humanos, “luz que ilumina las naciones” más allá de provincialismos y nacionalismos estrechos. Una tercera clave es la de la preferencia de Jesús por los marginados, los pequeños, los pobres. Darío López nos ofrece un repaso de trabajos muy diversos de exégesis moderna que insisten en esta clave, en especial en el Evangelio de Lucas, “uno de los ejes teológicos que articula la perspectiva lucana de la misión es el especial interés de Jesús por los pobres y los marginados (publicanos, samaritanos, leprosos, mujeres, niños y enfermos)”.41 López nos recuerda que la oposición a Jesús de parte de las élites de poder religioso, político, financiero y militar era una reacción de quienes sentían disgusto y se veían amenazados por esta preferencia de Jesús hacia los pobres. Es fácil olvidar que en veinte siglos de historia cristiana los movimientos de renovación y avance misionero han venido precisamente de entre los sectores pobres e insignificantes, ricos en piedad y conscientes de su necesidad. Aquí puede ubicarse también lo que se ha dado en llamar la “opción galilea” de Jesús, la cual no se limita al Evangelio de Lucas. Orlando Costas ha mostrado como es posible leer en el Evangelio de Marcos la intencionalidad de Jesús al escoger Galilea como punto de partida de su ministerio. Nos recuerda que Galilea era en su tiempo un símbolo de la periferia cultural, social, política y teológica, un lugar despreciado por quienes detentaban el poder religioso-político en Israel. “Para Marcos – dice Costas – el hecho de que Jesús viniese de Galilea y no de Jerusalén parece estar cargado de un profundo sentido teológico. Ve en Jesús al eterno Hijo de Dios que se hizo ‘un nadie’ para levantar a la humanidad de la nada y hacer posible una nueva creación.” 42 Esta referencia tendría especial importancia ahora que el impulso misionero viene más de las iglesias que están en la periferia del mundo más bien que en los centros de poder comercial, financiero y militar. Una cuarta clave vinculada con la anterior es la que podemos llamar la compasión dignificante en la acción misionera de Jesús. En el Evangelio de Mateo encontramos un pasaje significativo para el envío misionero. Por una parte se describe la múltiple actividad de Jesús que bien puede llamarse integral, ya que responde con palabra y con poder a las diferentes necesidades de las personas, “Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia” (Mt 9.35). Por otra parte el pasaje describe el sentido de urgencia que se apodera del Señor: “Al ver a las multitudes tuvo compasión de ellas porque estaban agobiadas y desamparadas como ovejas sin pastor. La cosecha es abundante pero son pocos los obreros – les dijo a sus discípulos. Pídanle por tanto al Señor de la cosecha que envíe obreros a su campo” (Mt 9.36-37). La misión de Jesús tiene como móvil la “compasión,” que es resultado de una inmersión entre las multitudes. Jesús está metido entre las gentes con sentido de 41 42
Darío LÓPEZ, “La misión liberadora de Jesús según Lucas”, en PADILLA, Bases..., p. 225. Orlando COSTAS. Evangelización contextual: fundamentos teológicos y pastorales. San José: SEBILA, 1986. p. 48-49.
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urgencia. El texto insiste en la amplitud y totalidad espacial o geográfica: “todos los pueblos y aldeas,” lo mismo que en la variedad de las acciones “enseñando...anunciando... sanando”. No se trata de una explosión sentimental ni de una opción académica por los pobres, sino de acciones de servicio definidas e intencionales a fin de responder a todas las necesidades de las personas. Tampoco se trata de un impulso proselitista apenas interesado en los seres humanos como posibles adeptos y no como personas. Jesús trata siempre a las personas como seres creados por Dios que tienen por ello su propia dignidad. Jesús no convierte a las personas en objetos pasivos de su acción sino que los toma como sujetos interlocutores en el acto reconciliador de su Padre que lleva a la plenitud de vida. Lo expresa en su afirmación polémica una de las veces que define su misión en el Evangelio de Juan: “El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10.10). Una quinta clave es el efecto transformador de la presencia y ministerio de Jesús. Seres humanos de las clases y condiciones más diversas aparecen en los Evangelios transformados por el toque del Maestro. Enfermos que resultan curados, ricos que reparten sus bienes a los pobres, pescadores que se transforman en predicadores, mujeres cuya condición social y moral cambia dramáticamente. Interpretando esta realidad, a la luz de su propia experiencia de perseguidor de cristianos convertido en cristiano perseguido, el apóstol Pablo afirma: “Si alguno está en Cristo es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo!” Un pasaje que pinta dramáticamente esta acción de Jesús es el relato del endemoniado geraseno que nos ofrecen los tres Evangelios sinópticos (Mc 5.1-20; Mt 8.28-34; Lc 8.26-39). Se describe la condición de este hombre en términos que bien pueden ser representativos de la condición del ser humano alienado de su Creador y de sus semejantes: “Este hombre vivía en los sepulcros, y ya nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con cadenas y grilletes pero él los destrozaba y nadie tenía fuerza para dominarlo. Noche y día andaba por los sepulcros y por las colinas, gritando y golpeándose con piedras” (Mc 5.3-5). Cuando Jesús lo libera del espíritu maligno se opera una transformación fundamental y quienes van a ver a ese hombre lo encuentran “sentado, vestido y en su juicio cabal” (Mc 5.15). Es el impacto de la presencia y la acción de Jesús sobre la totalidad de la vida de esta persona, incluyendo su relación vertical con Dios, y horizontal, con sus semejantes. Quien haya observado de cerca el efecto social del Evangelio sobre los seres humanos en América Latina puede comprobar que el poder transformador del Evangelio de Jesucristo sigue en acción de manera integral hoy en día, en los más variados contextos.43 La predicación evangélica en América Latina ha insistido en la naturaleza transformadora de la misión de Jesús entre los humanos. Así por ejemplo Cecilio Arrastía en sus magistrales sermones. Estos invitaban a la contemplación de Jesús y lograban abrirnos los ojos a la rica humanidad, la belleza y el vigor del Jesús de los evangelistas. Sin embargo la Cristología evangélica de Arrastía no se quedaba en la contemplación o en el deleite estético. Era siempre una invitación a la acción, al discipulado y el seguimiento. Porque aquel que murió en la cruz y resucitó tiene una agenda de transformación hoy y aquí mismo:
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Ver por ejemplo los trabajos reunidos en C. René PADILLA (Ed.) Servir con los pobres en América Latina (Buenos Aires: Kairós, 1997).
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Nadie que se acerque a Cristo permanece impasible, indiferente. Más tarde o más temprano, un cambio se realiza y la vida como que comienza de nuevo. El hombre ha pasado del plano biológico que termina en la tumba, al plano moral, que se queda en la historia; y ha entrado finalmente en el plano espiritual, que ha vencido a la tumba y que ha trascendido la historia.44
Crucifixión y misión cristiana Lo que llevamos dicho respecto a las obras de Jesús que son parte de su misión es adecuada evidencia de la encarnación en tiempo y espacio que los evangelistas describen y los autores de las epístolas interpretan. Sin embargo, es necesario agregar que el Evangelista Juan insiste además en destacar una “obra” de Jesús en singular. Se trata de algo único y definitivo a lo cual Jesús mismo hace constante referencia, algo que nadie más que él puede hacer. En su trabajo sobre el Evangelio de Juan, el teólogo peruano Pedro Arana nos llama la atención a dos temas juaninos relacionados con la persona de Jesús que marcan en especial los capítulos finales del cuarto Evangelio. Primero el sentido del tiempo que encierra la expresión “mi hora” que Jesús utiliza muchas veces, conforme se acerca la hora suprema de su muerte en la cruz. Segundo la distinción entre “las obras” de Jesús, tales como sus milagros y “la obra” a la que Jesús mismo hace referencia en la llamada oración sacerdotal del capítulo 17, tomando la totalidad de la vida que culmina en la cruz. En esta oración misionera por excelencia Jesús se dirige al Padre y afirma: “Yo te he glorificado en la tierra y he llevado a cabo la obra que me encomendaste” (Jn 17.4). Arana ve una relación entre gloria y cruz que es un lugar clásico de la teología reformada, ¿Cómo glorifica Jesús en la cruz al Padre? De la única manera posible: obedeciéndole. Las tentaciones que se narran en los sinópticos y la que aparece en Juan 6, cuando las multitudes querían coronar a Jesús como rey terrenal tenían la intención de que él no llegara a la cruz. Jesús glorificó al Padre en la cruz ofreciéndole la perfecta obediencia del perfecto amor.45 El evangelista Juan expresa con claridad meridiana la verdad de que la cruz de Cristo manifiesta el amor sin límites de Dios por su creación y sus criaturas. Así lo dice en ese pasaje célebre que Lutero llamaba el Evangelio en miniatura: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo unigénito para que todo el que cree en él no se pierda sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvarlo por medio de él” (Jn. 3. 16). Es así como la obediencia de Jesús como Hijo de Dios revela al mismo tiempo el profundo amor de Dios. Como lo ha destacado el biblista Stan Slade: La muerte de Jesús no es gloriosa porque Dios sea sadomasoquista. Juan no quiere exaltar el sufrimiento en sí. La gloria de Dios se manifestó en la muerte de Jesús precisamente porque fue el instrumento para dar vida a los seres humanos. La manifestación más clara de la naturaleza de Dios apareció en el acto que demostró su inquebrantable voluntad de bendecir a sus queridas criaturas aceptando la destrucción
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Cecilio ARRASTÍA. Jesucristo, Señor del pánico. México: CUP, 1964. p. 90. ARANA, op. cit., p. 292.
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y la muerte que nuestra rebeldía había desatado. La cruz manifestó la gloria de Dios precisamente porque manifestó su esencia, el amor (Jn 3.16; 1Jn 4.8,16).46 También en los Evangelios sinópticos encontramos momentos definitorios de la misión de Jesús en los cuales aparece su muerte en la cruz con un propósito redentor. El pasaje que se conoce como el de la confesión de fe del apóstol Pedro, ante la pregunta de Jesús en relación con su identidad constituye un momento crucial en el relato evangélico (Mt 16.13.24; Mc 8.27-29; Lc 9.1820). Jesús pregunta: “Y ustedes ¿quién dicen que soy yo? – Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente – afirmó Simón Pedro” (Mt 16.15-16). Los tres evangelistas sinópticos afirman que a partir de ese momento, “Desde entonces...”, como dice Mateo (16.21), Jesús empieza a enseñar acerca de sus padecimientos y muerte, enseñanza que no es aceptada fácilmente por sus discípulos. Tal el caso de Pedro, quien intenta desviar a su Maestro del camino del sufrimiento en una actitud que Jesús califica de satánica: “¡Aléjate de mi Satanás! Quieres hacerme tropezar; no piensas en las cosas de Dios son en las de los hombres” (Mt 16.23). Así pues, a partir de ese momento se percibe con claridad que Jesús de manera consciente e intencional se dirige hacia la cruz, y su enseñanza presenta el seguimiento de sus discípulos como un estilo de vida marcado por la cruz: “Si alguno quiere ser mi discípulo tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (Mt 16.24). En el capítulo 20 del mismo Evangelio, dentro de un pasaje que hace referencia al espíritu de servicio como lo que debe ser distintivo de sus discípulos, Jesús culmina su enseñanza con la afirmación “así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20.28). Estas líneas comunican con fuerza una visión de la vida concebida fundamentalmente como fidelidad a una vocación de servicio, un servicio que culmina en la muerte que Jesús asume voluntariamente como forma de rescatar a muchos. Una incontable legión de seguidores de Jesús a lo largo de los siglos han sido inspirados por su enseñanza y ejemplo a dar sus vidas en vocaciones de servicio a los seres humanos, llegando muchas veces hasta la muerte, pero nunca han atribuido a su sacrificio un valor redentor en ese sentido único que sólo cabe a Jesús mismo. Dice Nancy Bedford: Además de responder a los sufrimientos ajenos, Jesús toma sobre sí el sufrimiento humano, en un proceso que culmina en la cruz. La compasión (Mit-leid) de Jesús significa precisamente sufrir con y por los demás. La fe en Jesucristo es por ende fe en un mesías sufriente. En todo el Nuevo Testamento esa fe y el consiguiente seguimiento de Jesucristo implican la disponibilidad del creyente a compartir la cruz y el sufrimiento de su Señor. 47 Una Cristología de la misión integral reconoce estas dos dimensiones de la crucifixión de Jesús. Por un lado el carácter único y singular de la muerte de Cristo, el sentido redentor y expiatorio de esa muerte dentro del marco de conceptos y lenguaje del Antiguo Testamento que las epístolas del Nuevo Testamento adoptan y adaptan. La muerte y resurrección de Jesús constituyen parte integral del Evangelio mismo. El anuncio de la venida de Cristo y su obra a favor de los humanos es el núcleo fundamental del mensaje que la Iglesia tiene para la humanidad. Lo decía con singular fuerza el apóstol Pablo: “Los judíos piden señales milagrosas y los gentiles buscan sabiduría mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1Cor 1.23). El apóstol tiene también un fuerte sentido de obligación respecto a la proclamación de este mensaje de Jesucristo, “¡Ay de mí si no predico el 46 47
Stan SLADE. Evangelio de Juan. Buenos Aires: Kairós, 1998. p. 306. BEDFORD, op. cit., p. 393.
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Evangelio!” (1Cor 9.16). Así pues, la proclamación de la palabra de la cruz es indispensable para una misión cristiana integral. Por otro lado la crucifixión de Jesús es también la marca de un estilo de vida al cual están llamados los seguidores de Jesús, y que debe ser la marca del estilo misionero cristiano. Aquí tenemos una nota central de la espiritualidad misionera en sentido bíblico que el apóstol Pablo ha expresado con fuerza singular en medio de un argumento sobre el contraste entre su judaísmo anterior y su experiencia con Cristo: “He sido crucificado con Cristo y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo lo vivo por la fe en el Hijo de Dios quien me amó y dio su vida por mi” (Gal 2.20). Si uno es seguidor del Cristo que murió en la cruz adoptará una forma de hacer trabajo misionero que resulte consecuente con el estilo misionero de Jesús mismo. Un estilo desprovisto de triunfalismo, de intenciones manipuladoras, de simple recurso al poder militar, económico, tecnológico o social. Un estilo que aprovecha todos los recursos y dones que Dios provee y que sabe leer las señales de los tiempos, pero que está sobre todo marcado por el espíritu de servicio que caracterizó a Jesús mismo. De esta manera es posible entender cómo la acción misionera integral se realiza siguiendo el modelo sugerido por la imagen que Jesús propone en una de sus enseñanzas sobre el seguimiento y la misión: “Ciertamente les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere se queda solo. Pero si muere produce mucho fruto” (Jn 12.24). La encarnación del misionero en el mundo al cual es enviado supone muchas veces actitudes y acciones de renuncia. Por ejemplo, un movimiento transcultural. Hay quienes cumplen su misión en el ámbito de su propia cultura y hay quienes provenientes de otra cultura practican una “inculturación”, es decir una inmersión en el mundo del otro. Una inmersión transformadora, por cierto, pero inmersión al fin. La misión integral no puede realizarse con un estilo burocrático de beneficencia en el cual los empleados de una organización visitan de cuando en cuando el mundo en que viven sus pobres clientes. La misión integral que incluye el acercamiento para la trasmisión del mensaje de Cristo y el servicio en su nombre requiere la inculturación. Sólo así puede dar fruto con el surgimiento de comunidades arraigadas a su vez en su propia realidad e impulsadas por el Espíritu a un movimiento transformador. Misión en el poder de la resurrección Según lo que sabemos por los datos del Nuevo Testamento, Timoteo fue un joven misionero escogido por Pablo como acompañante y discípulo. En la segunda epístola que Pablo le dirige hay un evidente propósito de animarlo, confirmarlo y motivarlo a la fidelidad. Quien escribe está preso por causa del Evangelio pero no parece inhibido ni derrotado por ello. Al contrario, mira al presente y al futuro con gratitud a Dios. Su exhortación apostólica dice: “No dejes de recordar a Jesucristo, descendiente de David, levantado de entre los muertos. Este es mi Evangelio por el que sufro al extremo de llevar cadenas como un criminal. Pero la palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2.8-9). El discípulo ha de recordar al Jesús humano, Hijo de David, pero también exaltado al ser levantado de entre los muertos. Encontramos aquí la referencia al hecho de recordar, hacer memoria, tener en cuenta, tan importante para la identidad del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento que se retoma también en el Nuevo. Como nos lo recuerda Thorwald Lorenzen: “Entre el pasado recordado y el futuro anticipado se alza el presente que recuerda, en el cual el acontecimiento pasado se actualiza y de ese modo influye eficazmente en la configuración del futuro”.48 48
Thorwald LORENZEN. Resurrección y discipulado. Santander: Sal Térrea, 1999. p. 271.
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Para la enseñanza del Nuevo Testamento, tan real e importante como la encarnación y la muerte de Jesús en la cruz es el hecho de la resurrección del Señor crucificado. Escribiendo a la Iglesia de Corinto acerca de este tema, el apóstol Pablo afirma rotundamente: “Y si Cristo no ha resucitado nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco la fe de ustedes” (1Cor 15.14). Los cuatro Evangelios culminan con la historia de la sorpresa de las discípulas y los discípulos ante la tumba vacía, y la experiencia del encuentro con Jesús resucitado. La realidad de esta experiencia es el marco en que se da el mandato a los discípulos para lanzarse al mundo con sentido de misión. Lo ha dicho el teólogo uruguayo Mortimer Arias en su magistral estudio sobre la Gran Comisión: El hecho histórico, verificable, de la experiencia pascual es el surgimiento de una nueva comunidad, la Iglesia, poseída de un sentido de misión universal. Surge de entre las cenizas, como el Ave Fénix, en medio de un pequeño grupo marginal, aplastado por la condena y crucifixión de Jesús, disperso y desalentado, que de pronto se levanta para testificar de la presencia y el poder de Cristo obrando en ellos y a través de ellos. 49 La resurrección de Jesús es el triunfo de la vida sobre la muerte, es la vindicación de la víctima, es la confirmación de que con la llegada de Jesús una realidad nueva, aquello que Jesús llamaba el Reino de Dios, ha hecho su irrupción en la historia humana. Las fuerzas hostiles que se sintieron amenazadas por la presencia y el estilo de Jesús le presentaron oposición desde el comienzo mismo de su ministerio público. Esta oposición creciente de la cual los Evangelios dan cuenta significa un continuo conflicto, una oposición a las obras de Jesús. La popularidad de su enseñanza atrajo las burlas y envidia de fariseos y escribas, los maestros religiosos oficiales. Sus milagros y la novedad de su mensaje fueron percibidos como una amenaza por los saduceos, administradores del templo, símbolo de la institución religiosa dominante, y los sacerdotes sus funcionarios. Los encargados de imponer el orden imperial romano, gobernadores como Poncio Pilato o reyezuelos como Herodes, lo vieron como una amenaza al férreo orden brutalmente impuesto por la fuerza del Imperio. Todos ellos coincidieron en una confabulación para deshacerse de Jesús de manera expeditiva y sin el menor criterio de justicia. Cualquiera que esté familiarizado con la historia de los imperios, desde los faraones hasta nuestros días sabe que la historia de la pasión de Jesús es verosímil, porque se repite continuamente. Sin embargo lo distintivo de la historia de Jesús es el sentido que él mismo atribuye a su muerte y el hecho de que la tumba no pudo retenerlo ni la muerte callarlo para siempre. Aquel que en la agonía de la cruz clamó “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?” (Mc 15.34), fue levantado de entre los muertos por el poder de Dios. Esta progresión que está en el núcleo de la Cristología del Nuevo Testamento la ha resumido magistralmente el apóstol Pablo en ese himno que está intercalado en su carta a los Filipenses: Cristo Jesús quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó Voluntariamente, Tomando la naturaleza de siervo Y haciéndose semejante a los seres humanos Y al manifestarse como hombre, 49
Mortimer ARIAS. La gran comisión. CLAI: Quito, 1994. p. 13-14.
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se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo Y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor Para gloria de Dios Padre. La fe en el Cristo resucitado fue motivación para la misión pero ese hecho por sí solo no explica el avance de la Iglesia desde la periferia de un rincón del imperio romano hasta la realidad global de nuestros días. El Padre y el Hijo como Señor resucitado envían al Espíritu Santo como el acompañante y la fuerza del poder que abrirá caminos para los misioneros y misioneras en el mundo y los sostendrá en medio de toda clase de conflictos y sufrimientos. Según la enseñanza de Jesús mismo, el Espíritu Santo acompañaría a los apóstoles (enviados) como consejero y consolador (Jn 14.16), les llevaría a la comprensión de la propia persona de Cristo (Jn 14.25-26), a quien glorificaría (Jn 16.13-15), actuaría en el mundo con su propio poder: “convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado la justicia y el juicio” (Jn 16.8). La presencia de Jesús prometida como compañía a sus mensajeros hasta el fin del mundo (Mt 28.20) o donde dos o tres se reúnen en su nombre (Mt 18.20) se hace realidad por la presencia y ministerio del Espíritu Santo. En su reflexión cristológica acerca de la relación entre la resurrección de Jesús y la presencia del Espíritu Santo, Jürgen Moltmann, nos recuerda que hubo un paso desde la percepción de la presencia de Cristo en sus apariciones después de la resurrección a la experiencia de la presencia de Cristo en el Espíritu. Por ello afirma: La fe cristiana primitiva en la resurrección no estaba, por consiguiente, fundada solamente en las apariciones de Cristo, sino motivada con igual fuerza por la experiencia del Espíritu de Dios. Por eso Pablo denomina a ese Espíritu divino el “Espíritu vivificante” o la “fuerza de la resurrección”. Creer en el Cristo resucitado significa haber sido atrapado por el Espíritu de la resurrección. 50 Esta correlación nos lleva a una consecuencia importante para la vida personal y la tarea de quienes se embarcan en la obediencia al llamado misionero de Jesús. La afirma Pablo en una de las secciones más hermosas de su Epístola a los Romanos: “Y si el Espíritu de Aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu que vive en ustedes” (Ro 8.11). La vitalidad espiritual y la esperanza del misionero están garantizadas por la acción del mismo Espíritu que resucitó a Jesús. Todas las limitaciones y flaquezas de la condición humana del misionero o la misionera, puesta muchas veces a prueba por las dificultades personales o las del medio ambiente en que lleva a cabo su labor pueden ser transformadas por el Espíritu de Dios. Y por ello mismo, como señalábamos en nuestra 50
Jürgen MOLTMANN. Cristo para nosotros hoy. Madrid: Editorial Trotta, 1997. p. 65.
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sección sobre la encarnación, la presencia y el anuncio misionero entre los seres humanos tiene un carácter transformador. La fe en la resurrección de Jesucristo da también a la misión un firme sentido de esperanza en medio de las precariedades de la situación histórica en la cual se lleva a cabo. Jesús advertía a sus discípulos que los enviaba “como a ovejas en medio de lobos” a un mundo hostil que no iba a darles la bienvenida. Su discurso programático y de capacitación que el Evangelista Juan ubica antes de su oración sacerdotal y su pasión, culmina en una afirmación realista y esperanzada al mismo tiempo: “Yo les he dicho estas cosas para que en mí hallen paz. En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo” (Jn 16.33). Así culmina también la sección dedicada a exponer la resurrección y su significado en un pasaje clásico del Apóstol Pablo: “Por lo tanto mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano” (1Cor 15.58). La misión integral lleva al misionero o misionera a un contacto directo con el dolor, la injusticia, el callejón sin salida de la pobreza endémica y el abismo de la corrupción. Frente a ellos una sensación de futilidad puede terminar por contagiar al cristiano de la desesperanza y el pesimismo propios de esta época posmoderna, en la cual han muerto las utopías humanas. Como nunca se impone el hacer memoria de la esperanza cristiana. La misión requiere una dosis de realismo acerca de la naturaleza humana y su condición caída, como la que caracterizó el ministerio de Jesús. Pero requiere también la certeza de que el Reino de Dios se ha manifestado ya y la entrega al poder del Espíritu que tal como levantó a Jesucristo de entre los muertos nos levanta hoy por encima del fatalismo sociológico o del cinismo. En el capítulo 8 de su carta a los Romanos Pablo expone esta especie de tensión dentro de la cual vive el cristiano. “De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros” (Ro 8.18) afirma de manera rotunda, expresión que el apóstol usa también en 3.28 y 6.11. Sufrimiento y gloria siempre van juntos en la vida cristiana. Se trata de una convicción acerca de la gloriosa esperanza del creyente, por la cual los sufrimientos propios de este momento empequeñecen, se vuelven insignificantes a la luz de la gloria futura. En el vocabulario de Pablo en estas líneas de contraponen las dos eras, la era presente con su carga de contradicciones que va a terminar, y la futura que ha empezado con el triunfo de Cristo en la cruz y cuya plenitud está todavía por verse, cuando Cristo se manifieste finalmente. Pasa entonces el apóstol a describir la condición de la humanidad en esta era presente. Algunas versiones tienen la expresión “la creación” como sujeto de esta oración, dando a entender la totalidad animada e inanimada del cosmos. Otros piensan que el vocabulario usado se refiere más bien a la humanidad, más específicamente a la humanidad no creyente, contrastándola con los que ya son hijos de Dios. Así traduce la Nueva Biblia Española: “De hecho, la humanidad otea impaciente aguardando a que se revele lo que es ser hijos de Dios...” (Ro 8.19, NBE). En cualquier caso, el apóstol echa una mirada a una totalidad inmensamente abarcante, y nos dice que ella está a la expectativa, como en puntas de pie, “oteando”, es decir escudriñando ansiosamente a la espera de que los hijos de Dios se revelen. Allá afuera hay un mundo inmenso que está a la expectativa. Necesitamos recuperar este sentido, esta visión atenta a la necesidad y la expectativa de la humanidad, de todo lo credo. La ecología no debiera ser cosa nueva ni menos indiferente para el cristiano que toma en serio esta visión paulina.
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La sensibilidad apostólica está compuesta en primer lugar del realismo acerca de la condición caída, sufriente, necesitada, de la humanidad, y del pecado que ha afectado con desgaste y deterioro a la totalidad de las realidades creadas. No hay ilusiones que hacerse, no hay un humanismo romántico. Al mismo tiempo, sin embargo, en la sensibilidad apostólica hay otro componente, que ve esta condición como un desafío, como un llamado a la misión, porque tiene una nota de expectativa frente a la cual, como contraste, se va a revelar la condición redimida de los hijos de Dios. El lenguaje se carga de una nota de esperanza, de una mirada al futuro y a una plena libertad (o liberación), en el más pleno sentido de esa palabra, “Queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (v. 21). Vale la pena recuperar esta visión hoy que tenemos una conciencia de la inmensidad de la humanidad, de la complejidad de la situación global, aun de las realidades ecológicas de esta creación de Dios. Con todo eso tiene que ver la esperanza cristiana y estas líneas tienen una pertinencia única para nuestro tiempo. “Sabemos que toda la creación gime a una como si tuviera dolores de parto” (v. 22). Aquí el apóstol no aparece como esos predicadores apocalípticos que anuncian una catástrofe final, a la luz de la cual hoy no hay que preocuparse de nada más que de sacar convertidos del mundo como ascuas de fuego. La figura del gemido expresa bien la angustiosa situación en la cual el apóstol vuelve a insistir. El “gemido” de sufrimiento y dolor, que no alcanza a ser un grito porque ni fuerzas quedan para ello, pero es un gemido que anuncia las labores, las contorsiones propias de un parto, una promesa. Esta figura de “los dolores de parto” es propia de la literatura hebrea. No se trata de los estertores de la muerte ni de los crujidos de un edificio que se cae sin remedio. Y eso lo saben en especial los hijos de Dios, los que saben del poder del Espíritu, de la realidad de las promesas. En este punto viene el profundo sentido de misión de Pablo que no es indiferente frente a los gemidos de la humanidad y la creación, “Y no sólo ella sino también nosotros mismos que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir la redención de nuestro cuerpo” (v. 23). El cristiano ya lleva en sí mismo las marcas de la acción transformadora del poder de la resurrección, y ya vive en la nueva era inaugurada por el triunfo de Cristo. Sin embargo comparte las tensiones de la era presente, pero lo hace con el poder de la esperanza. La esperanza le permite ver la salida más allá de la oscuridad del túnel. Esa esperanza lo sostiene en su propia lucha espiritual, porque como dice Stott comentando el versículo 23: “Nos hacen gemir dos hechos: nuestra fragilidad física, y nuestra naturaleza caída, de manera que anhelamos ardientemente la gloria futura, cuando seremos librados de estas dos cargas”. El ser humano no puede saber esto por la simple observación de la naturaleza o de la historia. El pesimismo y cinismo de la cultura posmoderna de hoy se debe precisamente a que la observación muestra que las utopías humanistas – del liberalismo o del marxismo – no tenían base. Si es que va a haber esperanza, tiene que haber una palabra que no viene ni de la naturaleza ni de la simple historia humana. Precisamente la Palabra de Dios en Cristo, por el poder del Espíritu, es palabra de esperanza. La resurrección de Cristo, cuyo poder ya vemos en acción en nosotros mismos, es garantía de la liberación final de todo lo creado. Pablo afirma que la salvación en sí misma es la fuente de la esperanza, la salvación que Cristo ofrece es para la esperanza. En los versículos 24 y 25 vuelve Pablo a referirse a la tensión entre el “ya” y el “todavía no” de la vida cristiana, entre lo que se vé y lo que se espera aunque todavía no se vé. En el versículo 23 describía esa tensión como un gemido de nuestra parte, en el marco de toda 36
una creación que gime. En el versículo 25 la describe como una esperanza decidida de esa gloria que todavía no ha sido revelada. Son dos matices de la misma realidad. En este punto Pablo vuelve a hacer referencia a la manera en que el Espíritu Santo actúa en nosotros. No somos seres perfectos o siempre triunfantes. Pablo no tiene problemas en referirse con claridad a la vulnerabilidad del cristiano, y escribe en primera persona plural incluyéndose él mismo en la descripción: “nuestra debilidad...no sabemos cómo pedir” (v. 26). Pero esta referencia a la propia flaqueza es para afirmar la bondad y la gracia de Dios que por su Espíritu nos ayuda. La compasión divina – “com...pathos” – que se pone solidariamente al lado nuestro en el sufrir es descrita aquí en la forma en que Pablo utiliza la misma idea de “gemido” (v. 22-23) para referirse a la forma en que el Espíritu intercede por nosotros: “con gemidos indecibles” (v. 26). Si ésta es la realidad no podemos ser comunidades que se contagian del pesimismo general, iglesias con mensajes apocalípticos que esperan con ansiedad el fin del mundo y se meten en el convento mental de una actitud sectaria. No podemos ser comunidades que temen al cambio y tiemblan ante el futuro. Si el Espíritu de Dios mora en nosotros y nos transforma y nos llena venimos a ser como luz en las tinieblas, sabemos que se vive en una época difícil, pero sabemos que Dios tiene la última palabra. Y confesamos que a veces nos invade la incertidumbre, entonces doblamos la rodilla y aún entre gemidos pedimos al Espíritu que interceda por nosotros. Sólo la Palabra de Dios en el poder de su Espíritu nos da un sentido renovado de identidad y misión como creyentes en Jesucristo, Señor encarnado, crucificado y resucitado; nos da discernimiento para distinguir la verdad de la práctica y la doctrina cristiana en esta época de confusión, y nos da esperanza para poder vivir en la tensión de una espiritualidad abierta al futuro que Cristo ha abierto para nosotros. Durante el Tercer Congreso Latinoamericano de Evangelización (CLADE III), el teólogo brasileño Valdir Steuernagel examinó el desafío misionero que representa hoy la universalidad de Jesucristo en un mundo de pluralidad religiosa. Nos recordaba el largo recorrido en la búsqueda de una Cristología misiológica que habían realizado misioneros que eran al mismo tiempo teólogos. Concluía en que para la misión desde América Latina el principio de la encarnación como guía de la práctica eclesial y misionera es de importancia fundamental: “La teología de la encarnación nos protege de la tentación de volvernos adeptos de una teología de la gloria que no percibe, respeta ni sufre con el sufrimiento de la gran mayoría de nuestro pueblo”.51 Como la afirmación de la universalidad de Cristo estuvo vinculada a la empresa misionera hecha desde arriba, desde el centro del poder, y a veces acompañando la empresa colonialista europea o estadounidense, no pudo evitar una cierta marca de triunfalismo o imposición. La afirmación de la universalidad de Cristo desde la periferia evitará esa marca: La marca del ministerio de Jesús fue el servicio. La marca del modelo de cristiandad es ser servido, a veces con un costo altísimo. Es preciso volver al modelo de Jesús. El postulado de la universalidad no puede generar la arrogancia, ni vestirse con el manto de la superioridad. El Cristo universal fue el siervo por excelencia. Este es el modelo que estamos invitados a seguir, sea en la iglesia, en el barrio o en tierras lejanas.52
51.
Valdir R. STEUERNAGEL, “La universalidad de la misión”, en CLADE III. Tercer Congreso Latinoamericano de Evangelización, Quito 1992, Fraternidad Teológica Latinoamericana, p. 347. 52. Ibid.
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CAPÍTULO 5 El Espíritu Santo en la misión para el tercer milenio A comienzos del siglo veinte, sólo los misioneros y los líderes de las misiones evangélicas hablaban o escribían sobre el Espíritu Santo; los teólogos no se ocupaban del Espíritu Santo. A fines del siglo veinte y comienzos del veintiuno no hay teólogo que se respete que no haga referencia al Espíritu Santo. Una de las razones es que durante el siglo veinte, creció de manera asombrosa el protestantismo popular, el movimiento Pentecostal que puso mucho énfasis en el Espíritu Santo, su poder y presencia en la vida de la iglesia. Como consecuencia, se generó un reflorecer de la comprensión de la enseñanza bíblica sobre el Espíritu Santo, aun en los círculos teológicos académicos. Esta nota aparece, por ejemplo, en el libro del teólogo Emil Brunner El malentendido de la Iglesia, obra publicada originalmente en 1951, pero cuya traducción al castellano apareció recién en 1993. Brunner nos recuerda que para comprender lo que es la Iglesia debemos considerarla en su continuidad, desde sus orígenes en Cristo mismo hasta el presente, y se plantea una cuestión fundamental que él cree respaldada por el Nuevo Testamento, “que no es simplemente cuestión de la continuidad de la palabra – la permanencia de la doctrina original – sino también de la continuidad de una vida: es decir la vida que fluye del Espíritu Santo”. Brunner aduce una razón y al mismo tiempo nos desafía a reconocer una carencia: La comunidad de Jesús vive bajo la inspiración del Espíritu Santo. Este es el secreto de su vida, de su comunión y de su poder. Para usar una palabra moderna, el Espíritu suple el dinamismo de la Ecclesía...Debemos enfrentar el testimonio del Nuevo Testamento con suficiente sinceridad para conceder que en esta “pneuma” que poseía conscientemente la Ecclesía, hay fuerzas de tipo extrarracional que faltan mayormente entre muchos cristianos hoy día.53 Al exponer la forma en que se extendió originalmente la comunidad de Jesús, Brunner destaca por igual la instrumentalidad de la Palabra de Dios al mismo tiempo que el poder sobrenatural del Espíritu. La conversión requiere una palabra específica pero también un poder que va mucho más allá que la palabra del predicador. Entre la Palabra y el poder hay una especie de relación dialéctica: “Aquí las poderosas energías del Espíritu son más importantes que palabra alguna, aun cuando estas energías en tanto que son del Espíritu Santo deben su origen a la Palabra de Dios”. Es la práctica de la misión la que abre a las personas a la acción del Espíritu: “Los evangelistas y misioneros hoy en día generalmente reconocen este hecho mejor que los teólogos que no sólo subestiman el poder dinámico del Espíritu Santo, sino que frecuentemente lo desconocen totalmente”.54 He ofrecido esta referencia a un teólogo académico notable porque me parece que ilustra el hecho de que cuando la teología se acerca a la misión y reflexiona sobre la práctica misionera, tomando en cuenta las realidades de la misión, adquiere una nueva vitalidad y regresa a sus
53 54
Emil BRUNNER. El malentendido de la Iglesia Guadalajara. Mexico: Ediciones Transformación, 1993. p. 58-59. Id., p. 66.
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fundamentos bíblicos. Veamos ahora algo del recorrido de la reflexión de misioneros que partiendo de su propia práctica regresaron al estudio de la enseñanza bíblica acerca del Espíritu Santo. 55 Visión misionológica de la obra del Espíritu Santo En primer lugar consideramos la obra de Roland Allen, quien fue misionero británico en la China y cuyos libros fueron escritos en la segunda década del siglo veinte, pero se difundieron más a partir de 1960. En sus libros La expansión espontánea de la Iglesia56 y Métodos misioneros ¿los de Pablo o los nuestros?57 Allen compara las metodologías de las misiones anglicanas de su época, con las del Nuevo Testamento, y destaca el marcado contraste entre la espontaneidad de la iglesia primitiva que se expandió contra toda oposición, y la lentitud burocrática y tradicionalista de algunas misiones modernas que mostraba muy poco fruto en el crecimiento de las iglesias. Para Allen esa lentitud y esterilidad se podían explicar como resultado tanto de la existencia de estructuras inadecuadas como de la falta de fe en el poder movilizador del Espíritu Santo. Otro misionero Harry Boer quien sirvió con la Iglesia Cristiana Reformada en Nigeria escribió el libro Pentecostés y misión58 en el cual sostiene la tesis de que la obra misionera evangélica ha prestado mucha atención a la Gran Comisión de Mateo 28.18, pero no suficiente a Pentecostés. Para Boer el punto de partida de la misión en el Nuevo Testamento no es sólo el imperativo del mandato de Jesús sino la plenitud del Espíritu en la Iglesia que viene en Pentecostés. Propone una revisión de la teología de la misión recordándonos que aunque se ha insistido mucho en el tema de la obra del Espíritu Santo en la salvación de los seres humanos, se ha trabajado “muy poco acerca de su significado crucial para el testimonio misionero de la Iglesia. El asunto no se ha ignorado del todo pero aunque merecería ser central para la reflexión misionera, se lo ha relegado a la periferia”.59 Un trabajo más sistemático sobre la relación entre las creencias, la experiencia espiritual y las estructuras de misión se lo debemos a Howard Snyder, quien fue misionero Metodista Libre en Brasil y contribuyó al congreso de Evangelización de Lausana (1974) con una ponencia magistral acerca de la Iglesia.60 A partir de este trabajo Snyder empezó a explorar lo que podemos aprender de los grandes avivamientos, en términos de cómo una visión del Espíritu Santo se reflejó en formas de organizarse para la misión. Snyder utiliza la figura del “vino nuevo y los odres viejos” para referirse a la tensión entre vivencia espiritual y estructura. Cuando el vino nuevo del Espíritu Santo renueva a la iglesia para la misión los odres viejos ya no sirven, ya no funcionan. 61 Snyder estudia este proceso tal como se dio siglo tras siglo y llega a la conclusión de que una clave de los avivamientos espirituales que han sido la fuente de los grandes avances misioneros es la capacidad de crear odres nuevos, es decir estructuras nuevas para la nuevas situaciones.
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En esta sección de mi trabajo hago uso de material tomado del capítulo 8 de mi libro Tiempo de misión (Guatemala: Editorial Semilla, 1999). Ver también el capítulo 7 de mi libro Cómo comprender la misión (Buenos Aires: Certeza Unida, 2008). 56 Buenos Aires: Editorial Aurora, 1970, publicado originalmente en inglés en 1912. 57 Tercera edición. London: World Dominion Press, 1953. 58 Harry BOER. Pentecost and Missions. Grand Rapids: Eerdmans, 1961. 59 BOER, op. cit., p. 12. 60 “The Church as God's Agent in Evangelism”, en J. D. DOUGLAS (Ed.) Let the Earth Hear His Voice. Minneapolis: World Wide Publications, 1975. p. 327-360. 61 Howard A. SNYDER. New Wineskins. Downers Grove: InterVarsity Press, 1975.
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Esto se nota especialmente en el caso de Juan Wesley (1703-1791), quien fue un gran predicador cuya vida espiritual era rica y profunda e iba unida a una seria formación teológica, de manera que tenía un mensaje poderoso. La investigación biográfica lleva a Snyder a la conclusión de que Wesley fue también un gran organizador.62 Su percepción de las necesidades pastorales que creaba la acumulación urbana, en los comienzos de la revolución industrial, lo llevó a reorganizar la vida de las congregaciones locales en pequeños grupos llamados clases y bandas. Esto permitió que las multitudes que lo seguían dentro del marco de la nueva sociedad industrial que estaba emergiendo en Inglaterra, encontraran un nuevo recurso para el pastoreo mutuo. Se trataba de una aplicación contextual de la noción de sacerdocio universal de los creyentes. De esta manera el concepto redescubierto por Lutero encontró estructuras que hicieron posible su aplicación masiva dos siglos más tarde. Gonzalo Báez Camargo, un intérprete latinoamericano del Metodismo lo dice con claridad y vigor: con este importante papel otorgado por el metodismo al creyente laico se recuperó un aspecto olvidado y soterrado del primitivo cristianismo; el de haber sido ante todo y sobre todo, un movimiento laico, dirigido por laicos; un movimiento sin vallas jerárquicas, sin clero o casta sacerdotal, sin burocracias eclesiásticas.63 Sin embargo, conviene recordar también que antes que los metodistas, los valdenses en la Edad Media, los anabautistas en el siglo dieciséis, y los pietistas moravos que precedieron a Wesley, todos los cuales tenían una vida espiritual intensa, practicaban el discipulado y pastoreo por medio de pequeños grupos. En resumen, la apertura a la acción renovadora del Espíritu era una apertura a una experiencia espiritual que revitalizaba la fe y la devoción a Jesucristo, manifestada luego en un impulso misionero y evangelizador. Junto con ese impulso venía la creatividad en cuanto a metodologías para el anuncio del Evangelio, apropiadas a los nuevos contextos sociales y culturales. Por otra parte no se descuidó el esfuerzo por crear estructuras pastorales que ayudaran al nuevo convertido a crecer en su comprensión de la fe y en la práctica de la nueva vida. Como es sabido, del seno de estas comunidades renovadas, los pietistas moravos, iba a surgir el primer impulso misionero transcultural de origen protestante. Antes de ello la práctica misionera en el mundo fue obra de las órdenes religiosas de la Iglesia Católica Romana desde el Protestantismo. En América Latina las ideas de Roland Allen fueron influyentes sobre el pensamiento del misionólogo Kenneth Strachan, hijo de misioneros escoceses, nacido en Argentina, y que recorrió América Latina, llegando a ser el director de la Misión Latinoamericana. Una de las contribuciones notables de Strachan fue “Evangelismo a Fondo”, un movimiento que floreció en las décadas de 1960 y 1970. Strachan percibió que la iglesia en América Latina estaba viviendo un momento de transición, en el que tenia que saltar de ser una minoría que se sentía perseguida y cuestionada, para pasar a ser una presencia que se dejara sentir en las calles, en las grandes ciudades. Para eso era necesario algo milagroso: conseguir que las iglesias cooperasen, que descubriesen su unidad en Cristo. “Evangelismo a Fondo”, fue fruto de la oración, y Strachan era un hombre de oración que consiguió trasmitir una conciencia de que es el Espíritu Santo el que trae la unidad y la cooperación que hace posible la 62
Howard A. SNYDER. The Radical Wesley and Patterns for Church Renewal. Downers Grove: InterVarsity Press, 1980. Gonzalo Báez CAMARGO. Genio y espíritu del metodismo wesleyano. Mexico: Casa Unida de Publicaciones, 2da. ed., 1981. p. 94 63
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misión. En varios países de América Latina, hoy los evangélicos hablan de “antes” y “después” de “Evangelismo a Fondo”, para mostrar el impacto que tuvo ese movimiento, que hoy está casi olvidado. Sin embargo, históricamente hemos de reconocer que “Evangelismo a Fondo”, representa un momento crucial de la salida de la iglesia a la calle para proclamar al Señor. Las dos columnas fundamentales de este movimiento fueron precisamente la necesidad de movilizar a toda la iglesia y la apertura a la acción y el poder del Espíritu Santo para conseguirlo. Decía Strachan: “No podemos convencer de pecado, no podemos iluminar las tinieblas, no podemos convertir, no podemos regenerar, no podemos edificar. Sólo el Espíritu de Dios se encarga de estas operaciones tanto en el primer siglo como en el siglo veinte”.64 Haciéndose eco del pensamiento de Strachan, Orlando Costas señalaba que la movilización de toda la iglesia era una necesidad teológica y práctica, pero que implicaba “una revolución en la estrategia misionera actual. Porque si en algo ha fracasado la Iglesia moderna es en su profesionalismo eclesiástico, en la distinción antibíblica que ha hecho entre el ministro profesional y el laico”.65 Caminar con el Espíritu Hoy en día los misionólogos evangélicos han avanzado en la comprensión de este proceso y sus consecuencias para la misión cristiana. Así lo vemos en un sustancioso trabajo del teólogo brasileño Valdir Steuernagel acerca de modelos históricos de obediencia misionera, en el cual examina e interpreta varios modelos de misión que se han dado a través de la historia empezando en la iglesia primitiva, pasando por Francisco de Asís y llegando a los Hermanos Moravos. Nos recuerda la conversación entre Jesús y Nicodemo en Juan 3.8, donde Jesús usa la analogía del viento como símbolo del soplo del Espíritu Santo. Steuernagel afirma: “La misión comprendida en lenguaje neumatológico es un solo acto con dos facetas. Es primero percibir el soplo del Espíritu y su dirección. Y después es correr en la dirección hacia la cual el Espíritu está soplando”.66 Así pues, se trata de un doble movimiento en la vida de la Iglesia: primero mirar los hechos que se están dando y discernir en ellos la acción del Espíritu, y segundo, en un acto de obediencia echarse a andar en la dirección que el Espíritu señala. Para Steuernagel éste es un acto “siempre arriesgado y ambiguo, pues toda interpretación humana de la voluntad de Dios es limitada, y toda obediencia está contaminada por la historia y la realidad de nuestro pecado”.67 El discernimiento del soplo del Espíritu requiere una apertura y sensibilidad para reconocer que detrás de algunos hechos que aparecen como algo nuevo e inusitado puede estar la fuerza y el vigor del Espíritu Santo. El acto de obediencia demanda creatividad para forjar estructuras nuevas que sirvan como vehículos de acción misionera obediente en cada momento histórico. Luego de esta breve exploración en algunos de los misionólogos que se han ocupado del Espíritu Santo, paso a resumir puntos clave de la enseñanza del Nuevo Testamento agrupándolos según los escritos de Lucas, Juan y Pablo.
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Kenneth STRACHAN. Desafío a la evangelización. Logos: Buenos Aires, 1970. p. 28 Orlando COSTAS. La Iglesia y su misión evangelizadora. Buenos Aires: La Aurora, 1971; p. 105-106. 66 Valdir STEUERNAGEL. Obediência missionária e prática histórica: em busca de modelos. São Paulo: ABU Editora, 1993. p. 92. Hay versión castellana (Buenos Aires: Nueva Creación, 1996), pero preferimos nuestra propia traducción del portugués original. 67 Id., p. 93. 65
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El Espíritu Santo en los escritos de Lucas Los estudiosos de la obra de Lucas, su evangelio y el libro de Hechos, señalan la importancia que tiene el Espíritu Santo en estos escritos. Si consideramos a Jesús como el gran misionero el enviado de Dios por excelencia, hay notas del Evangelio que nos dan claves para entender la misión de los enviados de Jesús. Un hecho fundamental es que el Espíritu Santo hace posible el ministerio de Jesús, quien empieza su vida pública “lleno del Espíritu Santo” (Lc. 4.1) y es conducido por el Espíritu a la prueba en el desierto. Luego Jesús regresa de Galilea “en el poder del Espíritu” (Lc 4. 14) y al darse a conocer y anunciar su vocación lee una profecía sobre la plenitud del Espíritu y anuncia su agenda y el cumplimiento de la profecía de Isaías en su propia persona (Lc 4. 15-30). Si el ministerio y la misión del mismísimo Jesús se cumplieron en el poder del Espíritu no puede ser menos con la misión de aquellos a quienes él llama y envía hasta el día de hoy. Hay tres líneas más que quiero destacar en Lucas y que me parecen significativas para este siglo veintiuno. La expectativa y la preparación para la llegada del gran misionero que es Jesús es obra del Espíritu Santo. Hay detalles significativos de la narrativa lucana, como el relato de la anunciación a María que concebirá por el poder del Espíritu Santo (Lc 1.35), y ese otro relato de María que va a visitar a su prima Elisabet y en el abrazo de estas dos mujeres se manifiesta también el Espíritu llenando a Elisabet quien entonces pronuncia la salutación trascendental: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el hijo que darás a luz!...¡dichosa tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá” (Lc 1.42-45).68 Otra nota clave la encontramos en el cuadro del anciano Simeón, que cuando ve a Jesús en el templo, profetiza, ve el cumplimiento. Dice Lucas de Simeón: “que era justo y devoto y aguardaba con esperanza la redención de Israel. El Espíritu Santo estaba con él y le había revelado que no moriría sin antes ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu fue al templo” (Lc 2.25-27). En el templo, y cuando los padres del niño Jesús, entraron para cumplir con lo dispuesto por la ley, Simeón toma al niño y proclama el cumplimiento de la profecía divina. Así pues el Espíritu de Dios esta en el encuentro de dos mujeres embarazadas, y en ese encuentro se manifiesta poderosamente la percepción de que ha llegado el Salvador, y el Espíritu está también en este anciano, que es un hombre de esperanza, porque es el Espíritu quien mantiene la esperanza en nosotros. El Espíritu Santo en la vida cotidiana de la iglesia. Toda esta primera parte del evangelio de Lucas, esta llena de pequeños detalles que muestran cómo el Espíritu trabaja en el día a día de la vida de las iglesias, en el día a día de la misión. Luego en Hechos los diáconos, por ejemplo, que han de realizar el servicio a la necesidad material de las personas son también personas llenas del Espíritu Santo. Es decir que no encontramos la acción del Espíritu solamente en los grandes momentos, sino que lo encontramos en la vida diaria. Si hay iglesias que abren el Domingo, donde la gente se reúne, por muy pequeñas que éstas sean, por muy impotentes que parezcan, eso es obra del Espíritu Santo, porque es el Espíritu Santo, el que hace que amemos a Jesucristo, y queramos saber más de el, es el Espíritu Santo el que esta en acción, y no debemos olvidarnos que está en acción en la vida de la iglesia., está en acción en la vida de los niños en la Escuela Dominical, quienes están oyendo las historias que pueden ser el punto de partida para su llamado misionero. Está también presente en los viejos, con sus expectativas, renovando en nosotros la esperanza. 68
El texto bíblico que estoy usando es la Nueva Versión Internacional, texto en castellano peninsular, 2005.
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El Espíritu está en acción en el envío de los misioneros. Es lo que encontramos en Hechos 13, el relato de cómo la iglesia de Antioquía envía intencionalmente misioneros en respuesta a las demandas del Espíritu Santo. Había un grupo multicultural de profetas y maestros: Bernabé, Simon, al que también se le llamaba el Negro, Lucio de Cirene, Manaén, que se había criado junto a Herodes quien gobernó en Galilea, y Saulo. “Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que los he llamado” (Hch 13.1-2). Me parece importante observar el hecho de que Saulo y Bernabé salen como misioneros, en el momento en que la iglesia de la que forman parte toma conciencia de que el Señor los estaba enviando. Esto es notable porque Saulo ya sabía que iba a ser misionero. En Hechos se cuenta tres veces la historia de la conversión de Saulo, y en esas tres veces se pone énfasis en que Dios lo esta llamando a ser misionero, a ser predicador del evangelio a los gentiles. ¿Cómo es que no se lanza a la predicación antes? Se lanza a esa obra misionera cuando la iglesia de la que forma parte escucha también el llamado. Es decir, es muy importante el llamado misionero, la vocación del misionero, pero es importantísimo también, que la iglesia reconozca y apoye ese llamado. La misión muchas veces ha venido de los márgenes; a veces los dirigentes, el liderazgo de la iglesia no ha estado en sintonía con el Espíritu; entonces han sido personas individuales, que como resultado de una visión y una vocación intensa, han promovido la misión, y han fundado una organización. Es muy importante que nos demos cuenta, que es el Espíritu el que habla a la iglesia y le dice: “separadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a la que los he llamado”. Este papel de la iglesia es central, porque al fin y al cabo, la obra misionera termina en la constitución de la iglesia, porque cuando hablamos de cifras, de lo que estamos hablando no es de personas aisladas, sino de comunidades, de iglesias. El Espíritu Santo actúa en momentos cruciales .He mencionado que el Espíritu Santo está en el día a día, pero también en momentos cruciales se manifiesta de manera especial. Así tenemos por ejemplo, la historia de Cornelio que se repite tres veces en el texto de Hechos: dos veces en el capítulo 10 y una más en el 11. Al igual que la historia de la conversión de Saulo la historia de Cornelio está contada también tres veces, lo cual muestra su importancia. Luego tenemos el relato de la entrada del evangelio a Europa por Filipos (Hch 16.6-10). Los misioneros querían ir en cierta dirección, pero el Espíritu no les permite, hasta que les da una visión especial que hace que vayan a donde tenían que ir, lo cual lleva a la entrada del evangelio a Europa. Esto significa que la misión, tal como lo observamos en los escritos de Lucas, se realiza con cierta flexibilidad. La misión tiene momentos en los cuales, la dirección del Espíritu viene por lo que se hace todos los días, como ir al templo, o en predicar, o por el hacer la vida de rutina de la iglesia. Pero hay momentos en que la misión viene por una revelación extraordinaria, por un momento extraordinario de renovación, de una percepción nueva que Dios da a través de ciertas personas. Me parece que tenemos que orar hoy, por la obra del Espíritu Santo, una obra como la de la época de Lucas, una obra en la cual el Espíritu se manifiesta en mujeres embarazadas que se saludan, en ancianos que van regularmente al templo, en personas que están llamadas a la misión, y que esperan el momento en que toda la comunidad reconozca ese llamado misionero, y los envíe. Y cabe la disposición a escuchar al Señor cuando se manifiesta de manera extraordinaria. Una lección más que me llama la atención en Lucas 10.17-24 donde tenemos el relato de cómo regresan los misioneros a los que Jesús ha enviado y presentan, por así decirlo su informe. 43
“Cuando los setenta y dos regresaron dijeron contentos ‘Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. Jesús reitera la autoridad espiritual con que los ha enviado y luego dice: “Sin embargo, no os alegréis de que podéis someter a los espíritus, sino alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo.” ¡Qué tremenda lección sobre lo que es la fuente de la alegría en la vida del misionero! La alegría no ha de venir de los triunfos sino de la identidad, de saber quién es uno. Lucas narra: “En aquel momento, Jesús lleno de alegría por el Espíritu Santo dijo: te alabo Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Si Padre, porque esa fue tu buena voluntad.” Trato de visualizar la escena que Lucas describe con cierto detalle y me pregunto: ¿Cómo la pintaríamos? ¿Cómo retrataríamos a un Jesús lleno de alegría por el Espíritu Santo? Fue en la cultura hippy de Norteamérica, donde pude ver por primera vez un cuadro de Jesús riéndose, no de un Jesús tan serio y hasta triste, como aparece generalmente en la iconografía. Sólo podemos imaginarnos esta escena, en la que Jesús recibe el testimonio de los misioneros que ha enviado, y luego exclama lleno de alegría por el Espíritu Santo, palabras relativas a su identidad, a su relación especial y única con el Padre. Esa es también la fuente de nuestra identidad, por tanto, hemos de pedir al Espíritu Santo, que nos dé la alegría de gozarnos en esa identidad, en lo que somos. Porque a veces, es poco lo que podemos hacer, pero lo que cuenta es lo que somos, y lo que somos en Cristo, ha de ser la fuente de nuestra alegría. El Espíritu Santo en los escritos de Juan En el evangelio de Juan, encontramos la enseñanza explícita de Cristo acerca del Espíritu Santo. En Lucas, como hemos visto, tenemos el relato, las historias, pero necesitamos claves para interpretar esas historias. En Juan encontramos la enseñanza de Jesús acerca del Espíritu Santo, que proporciona claves de lectura de los hechos, especialmente en pasajes como Juan 14.15-21; 15.2627; y 16.7-16. En el pasaje de Juan 14.15-21 Jesús promete la presencia del Consolador con los discípulos quien les acompañará y fortalecerá para sufrir la oposición del mundo que desconoce a Dios. La experiencia de presencia del Espíritu con ellos los llevaría a comprender la relación entre Jesús y Dios Padre y a asumir los mandamientos de Jesús en obediencia. Al pronunciar lo que conocemos como la Gran Comisión en Mateo 28.20 Jesús promete: “Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.” Esta promesa de la compañía de Jesús con los discípulos aparece también en el pasaje de Mateo 18.19-20 en relación con el tema difícil de la disciplina eclesiástica. En los pasajes de Juan que comentamos podemos entender cómo la compañía de Jesús va con sus enviados aunque él ya no esta físicamente con nosotros. Es la presencia por medio del Espíritu Santo que él ha enviado. Quienes estamos embarcados en la misión, tenemos muchas veces la experiencia de tomar conciencia de que a menos que el Espíritu Santo vaya con nosotros, es imposible realizar las tareas involucradas en la misión. Es cuando experimentamos críticamente la necesidad de compañía y consuelo, y la presencia prometida y renovada del Espíritu. En el pasaje que empieza en Juan 14.25 Jesús promete que el consolador los guiará a toda verdad, les recordará su enseñanza de Jesús y les enseñará: “el consolador, El Espíritu Santo a quien el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todas las cosas y os hará recordar todo lo que os he dicho”. Podría decirse que esta promesa se va cumpliendo en la predicación de los apóstoles en el libro de Hechos, en la cual se va desarrollando el mensaje apostólico acerca de Jesucristo, en 44
respuesta a los desafíos que va planteando la misión. La promesa reiterada luego en Juan 15.26-27 y en 16.13-15 vincula la presencia del Espíritu al testimonio que los apóstoles recibirán y que luego trasmitirán. Este proceso es el desarrollo de lo que los teólogos llaman la Cristología, la forma en que se constituye la enseñanza bíblica acerca de Cristo. Cuando Jesús, les dice esto a sus discípulos, las palabras del testimonio de Jesús, el evangelio, no esta escrito todavía. Son estos mismos discípulos y sus testimonios lo que va a llevar a que se escriban los evangelios. Los misioneros de hoy contamos con los evangelios, con la palabra apostólica. Lo primero que hace alguien en una comunidad donde no hay evangelio, es traducir el evangelio a esa lengua porque es indispensable tener el evangelio, que nos da el testimonio de Jesucristo cuyo nombre proclamamos. Pero lo que dice el Señor en sus palabras en Juan es que la articulación de la enseñanza acerca de Cristo ha sido inspirada por el Espíritu. En ese proceso de articulación el Espíritu es el que está en acción. Justo Gonzáles llama nuestra atención al hecho que hay cuatro evangelios, Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Se pregunta por qué la iglesia primitiva no los resumió a los cuatro en uno solo, nos hubieran ahorrado muchos problemas a los que tenemos que ensenar los evangelios. No se podía hacer un resumen porque los cuatro eran necesarios. Cuando se estudia la historia del texto, algunos piensan que Mateo fue escrito para la iglesia de Antioquia, era algo así como una manual para la capacitación de misioneros. Juan quizás escribió para la iglesia de Éfeso, y Lucas escribió para Teófilo, un gentil posiblemente en Roma. Marcos es posiblemente la predicación de Pedro. Cada una de estas cuatro visiones de Jesús tiene un énfasis, tiene una perspectiva diferente. Es el mismo Señor, pero son diferentes perspectivas desde diferentes ángulos contextuales, por eso es que si nosotros nos hiciéramos fanáticos de un solo evangelio, y dijéramos “a mí me basta con Lucas y nada más”, eso no seria el evangelio, estarían faltando los otros elementos.69 Ahora que vivimos en una época global, y que la iglesia es global, es importantísimo recordar que vamos a tener una situación en la cual, como en el siglo primero, el Espíritu va a guiar a la iglesia, a saber cómo anunciar el mensaje de Jesucristo, dentro de su propio contexto, y como anunciar ese mensaje de manera pertinente, de una manera fiel al testimonio bíblico. Sin duda que algunos preferimos un evangelio más que los otros. En materia de evangelización en América Latina, el evangelio de Juan ha sido el preferido, aunque yo prefiero el evangelio de Lucas. Sin embargo Lucas sin Juan no está completo, y la universalidad, la catolicidad de la iglesia como nos lo recuerda Justo González, está justamente en este testimonio cuádruple, fruto de la obra del Espíritu Santo prometida por Jesús. También el Espíritu Santo, nos asiste en la tarea de traducir el evangelio a los términos de nuestra generación, o de las culturas diferentes a las cuales el Espíritu nos envía como misioneros. Es difícil ponerse a pensar en los desafíos de la postmodernidad con sus características desafiantes. Hay un brillante trabajo del pastor Emmanuel Buch, sobre la postmodernidad en el libro Misión para el Tercer Milenio, una descripción y una propuesta al tipo de predicación que es necesaria. Pero necesitamos la asistencia del Espíritu Santo para traducir el evangelio en los términos que lo hagan pertinente a esta generación. También creemos en la asistencia del Espíritu cuando lo que tenemos que hacer es algo nuevo, cuando entramos a un territorio desconocido y tenemos que anunciar el evangelio de Jesucristo. Esta es la tarea de apóstoles, es la tarea de predicadores, es la tarea de maestros, de teólogos que también los necesitamos, así como fueron necesarios Mateo y Lucas, Marcos y Juan. 69
Justo L. GONZÁLEZ. Mapas para la historia futura de la iglesia. Buenos Aires: Kairós, 2001. p. 94-98.
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La enseñanza de Pablo sobre el Espíritu Santo Pablo nos ofrece claves para el discernimiento. Debemos recordar que el cuadro que nos presenta el libro de Hechos acerca de Pablo muestra cómo su trabajo misionero dependía fundamentalmente de la dirección e inspiración del Espíritu Santo. Esto se nota también en sus escritos, en todos los cuales está presente el Espíritu Santo, dentro de una perspectiva trinitaria muy clara. En este breve resumen me limito a destacar la Segunda Epístola a los Corintios, que es la que en mi opinión tiene mayor cantidad de material aprovechable para la reflexión misionológica. Uno de los temas de la Epístola es el de las credenciales del misionero puesto que Pablo parece estar respondiendo al ataque de algunos falsos misioneros que lo acusan de no ser un misionero legítimo. En el capítulo 3 empieza negando que le sean necesarias cartas de recomendación ya que los propios receptores de la carta, los corintios creyentes en Cristo son evidencia de la autenticidad de su mensaje. Usando la figura de las cartas de recomendación el apóstol afirma “Es evidente que vosotros sois una carta de Cristo, expedida por nosotros, escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente ; no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones” (v. 3). De manera que la demostración del apostolado de Pablo, era el hecho de que había gente que habiendo recibido su mensaje se había convertido, y que había sido transformada por el poder del Espíritu Santo. Resistiendo a la tentación de recomendarse a sí mismo y gloriarse presenta como una marca del verdadero ministerio la humildad que reconoce la suficiencia de Dios. Esto lo lleva a hacer una distinción cualitativa entre el ministerio del Espíritu y el que él llama “ministerio de la letra”, del Antiguo Pacto. Reconociendo la grandeza del ministerio de Moisés, Pablo sin embargo plantea la superioridad del ministerio de Cristo. Luego afirma que hay quienes no leen bien a Moisés porque “un velo les cubre el corazón” (2Cor 3.15). En contraste afirma Pablo que “el Señor es el Espíritu y donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad” (2Cor 3.17). Obrando libremente ese Espíritu abre nuestros ojos a la verdad, idea que se repite con fuerza en el pasaje de 2 Corintios 4.6, donde relaciona la acción creadora de Dios al ordenar que la luz resplandeciera en las tinieblas con su acción iluminadora de hacer que su luz brille en nuestros corazones “Para que conociéramos la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (4.6). La obra de Dios que empieza con ese conocimiento inicial de Dios en Cristo sigue por obra del Espíritu Santo de manera que somos transformados a semejanza de Cristo (3.18). A partir del inicio en la fe cristiana hay un desarrollo que nos lleva a crecer en Cristo, a reflejar el carácter de Cristo. Este tema lo desarrolla Pablo en su epístola a los Gálatas al contrastar la “vida en el Espíritu” con la vida “siguiendo los deseos de la naturaleza pecaminosa” (Gal 5.16-18). Las obras que resultan de la acción de la naturaleza pecaminosa contrastan con “el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio” (Gal 5.22-23). Tenemos acá una clave para el discernimiento sobre el fruto del trabajo misionero, del ministerio cristiano. Para discernir si un movimiento es del Espíritu o no lo es, hemos de preguntarnos si ese movimiento lleva a la fe en Jesucristo, lleva a glorificar a Jesucristo, y transforma a las personas a la imagen de Jesucristo. De no haber ese fruto no hay una credencial. Este es el criterio para evaluar la misión que nos ofrece tanto la enseñanza juanina como la paulina respecto a la obra del Espíritu Santo. Los énfasis teológicos pueden variar, como también las estrategias de evangelización y misión. Las condiciones en las que se realiza la tarea misionera también pueden 46
variar, lo mismo que el ámbito social y cultural de la misión. Pero allí donde vemos nacer de nuevo a personas por la fe en Jesucristo, y esas personas empiezan a crecer en semejanza a Jesucristo, allí está el poder del Espíritu Santo, y tenemos que aprender a discernirlo, a discernir ese poder. Quiera el Señor, darnos ojos abiertos, darnos la expectativa de Simeón, el gozo y la alegría de Elizabeth y María, el empuje y la flexibilidad de Pablo, la seriedad y fidelidad a la verdad de Lucas y Juan al escribir sus libros aquí comentados. Quiera el Señor darnos la alegría de ser como niños, a quienes el Espíritu Santo revela que Jesús es el Cristo de Dios, y es nuestro salvador, y que nos permita participar en la tarea de anunciar ese evangelio que hace personas nuevas, que hace personas semejantes a Cristo.
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SOBRE EL AUTOR Samuel Escobar es peruano, graduado en las Facultades de Letras y Educación de la Universidad de San Marcos, Lima. Obtuvo su Doctorado (Cum Laude) en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid, España. Por veintiséis años fue misionero entre universitarios en Argentina, Brasil, Canada y Perú. De 1979 a 1983 fue parte del equipo pastoral de la Iglesia Bautista Ebenezer de Miraflores, Lima, donde se bautizó, se casó y fue ordenado pastor en 1979. De 1985 a 2005 fue Catedrático Titular de Misionología y Estudios Hispánicos en el Seminario Bautista del Este, Filadelfia, Estados Unidos y Profesor Adjunto en Eastern University. Actualmente es Profesor de Misionología, Filosofía de la Educación y Teología Contemporánea en la Facultad de Teología de la Unión Evangélica Bautista de España, Alcobendas (Madrid). Fue Presidente de las Sociedades Bíblicas Unidas (1996-2004) y de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (GBU). Entre sus libros se cuentan Paulo Freire: una pedagogía latinoamericana (1993), De la misión a la teología (1998), Tiempo de misión (1999), Cómo comprender la misión (2007), En busca de Cristo en América Latina (2012), y con Eduardo Delás, Santiago: la fe viva que impulsa a la misión (2011). Publica regularmente en www.protestantedigital.com y en la revista teológica Alétheia de la Alianza Evangélica Española. Está casado desde 1958 con Lilly Artola, peruana. Su hija Lilly Ester nació en Brasil, es profesora en Valencia, España, y su hijo Alejandro nació en Argentina, y es consultor del Banco Interamericano de Desarrollo, Washington D.C., Estados Unidos. Tiene tres nietos.
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¡PREPÁRATE PARA SER UN VERDADERO ADORADOR! Este módulo está diseñado para aquellos cristianos que necesitan formación para el liderazgo de adoración en su iglesia o para todos aquellos que quieran aprender cómo actuar en el ministerio de adoración, abordando los aspectos técnicos y estudiando la adoración con profundidad bíblica. El objetivo general es formar líderes con corazón de siervo y siervos con corazón de adorador. ASIGNATURAS: 1. Aprendiendo a liderar e a solucionar conflictos Esta asignatura tiene como objetivo tratar de sueños vivos y liderazgos muertos; también trata de las consecuencias de un liderazgo inadecuado para la iglesia y como ser un líder según el corazón de Jesús, llevando los participantes a descubrir su estilo de liderazgo y así actuar con más excelencia en el Reino de Dios. 2. Culto y adoración Esta asignatura tiene como objetivo aprender valores de la adoración individual y comunitaria, estructurar un equipo de adoración, preparar cultos para diversas ocasiones, reflexionar sobre contextualización versus modismos, estudiar diversidad de estilos y lenguaje, aprender sobre el papel de la liturgia en la iglesia, etc. 3. Formación espiritual (disciplinas espirituales) Esta asignatura tiene como objetivo estudiar las disciplinas espirituales desde el punto de vista bíblico, pues siguen siendo necesarias tanto para el crecimiento personal, como el de la iglesia. También tiene como objetivo desarrollar una profunda vida de oración para que Dios traiga la renovación a su pueblo. 4. La vida del adorador Esta asignatura tiene como objetivo proponer el estudio de la personalidad del adorador, la construcción del carácter del adorador cristiano y las relaciones que deben establecerse entre la iglesia y el líder-adorador. Más informaciones: www.aibae.es/cbet secretaria_cbet@aibae.es o director_cbet@aibae.es 49
Este módulo busca ofrecer a los alumnos una visión de las misiones transculturales con énfasis en España y sus diferentes regiones y las culturas cercanas, como la musulmana, a fin de trabajar mejor en la expansión del evangelio de Cristo y Reino de Dios. ASIGNATURAS: 1. Historia del movimiento cristiano en España Conocer la rica e inspiradora historia protestante de España. Dar al nuevo creyente y a los extranjeros la posibilidad de entender la historia del verdadero cristianismo en España, o el que se llama inmersión cultural o misiones transculturales. Profundizar en la idiosincrasia española. 2. Islamismo Ofrecer una visión de la cultura, de la religión y de los valores de la cultura islámica y demostrar como hacer un puente a fin de alcanzarlos para Cristo. 3. Cómo comprender la misión cristiana en el siglo veintiuno Esta disciplina se propone ofrecer a los miembros de la iglesia el porqué de las misiones, entendiendo que las misiones cristianas son el anuncio, la encarnación y la extensión del reinado de Cristo en el mundo. 4. Vida en comunidad: iglesia, comunidad terapéutica ¿Cómo es una iglesia que vive en el amor y en la verdad? Según la Biblia, la iglesia necesita más de cristianos llenos del Espíritu, viviendo en la gracia del Padre y derramando el amor de Jesús a los corazones heridos. Este es el propósito de esta asignatura: ser una comunidad de amor, viviendo bajo la dirección del Espíritu Santo. Más informaciones: www.aibae.es/cbet secretaria_cbet@aibae.es o director_cbet@aibae.es
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Este módulo está dirigido a los nuevos creyentes y a aquellas personas que deseen crecer en la gracia de Cristo. Objetivos generales: • Desarrollar el carácter cristiano; • Obtener una visión general de la Biblia; • Conocer y aplicar los diversos métodos de estudios bíblicos; • Aprender a discipular al nuevo creyente; • Saber administrar la propia vida para poder ser ejemplo para otros. ASIGNATURAS: 1. Administración de la vida: mayordomía y finanzas personales Ofrecer una visión amplia de la mayordomía, teniendo en cuenta que Dios es dueño de todo. Esta asignatura se propone a ayudar los cristianos en las áreas de la familia, tiempo y dinero. 2. Métodos de estudios bíblicos Conocer diversos métodos de estudiar la Biblia, a fin de profundizar el conocimiento y extraer el máximo provecho y enseñanzas de la Palabra de Dios. 3. Panorama del Nuevo Testamento Presentar un panorama en general de todos los libros del Nuevo Testamento, su importancia para la actualidad, sus escritores, sus personajes principales y su teología básica. 4. Preparando discípulos y discipuladores Preparar “padres espirituales” con un plan de acción, a fin de llevar los seguidores de Jesús a la madurez espiritual. Ayudar a implantar en las iglesias el cuidado mutuo. Más informaciones: www.aibae.es/cbet secretaria_cbet@aibae.es o director_cbet@aibae.es
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Este módulo está dirigido a los miembros de las iglesias que ejercen funciones de liderazgo y apoyen el ministerio de la iglesia local en sus distintas áreas. Objetivos generales: • Preparar a los miembros de las iglesias locales para que asuman funciones de liderazgo que apoyen el ministerio de la iglesia local en sus distintas áreas. • Aprender a solucionar conflictos y a respetar las autoridades eclesiásticas. • Saber administrar la propia vida para poder ser ejemplo para otros. ASIGNATURAS: 1. Administración de la vida: mayordomía y finanzas personales Ofrecer una visión más amplia de la mayordomía, teniendo en cuenta que Dios es dueño de todo. Esta asignatura se propone a ayudar los cristianos en las áreas de la familia, tiempo y dinero. 2. Aprendiendo a liderar e a solucionar conflictos En este curso, hablamos de sueños vivos y liderazgos muertos; las consecuencias de un liderazgo inadecuado para la iglesia y como ser un líder según el corazón de Jesús, llevando los participantes a descubrir su estilo de liderazgo y así actuar con más excelencia en el Reino de Dios. 3. Formación espiritual (disciplinas espirituales) Esta asignatura tiene como objetivo estudiar las disciplinas espirituales desde el punto de vista bíblico, pues siguen siendo necesarias, tanto para el crecimiento personal, como el de la iglesia. También tiene como objetivo desarrollar una profunda vida de oración. 4. Homilética (curso básico) Este curso busca capacitar a los miembros de nuestras iglesias sobre cómo preparar un mensaje o estudio bíblico. Escrito en un lenguaje adecuado, el estudio está orientado a cualquier persona que, bajo la iluminación del Espíritu Santo, desea exponer la Palabra de Dios. Más informaciones: www.aibae.es/cbet secretaria_cbet@aibae.es o director_cbet@aibae.es
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