©2014, Sylvia Ramiro Título: Vida en comunidad: iglesia, comunidad terapéutica Copyright de la edición en español ©2014, por Despertarespiritual.es (SEVILLA, ESPAÑA)
Todos los derechos en lengua española reservados por Despertarespiritual.es
Un ministerio cristiano sin fines lucrativos de despertar espiritual y entrenamiento de líderes dirigido por Irismênio Ribeiro Almeida y Sônia Freire Lula Almeida. (SEVILLA, ESPAÑA) Cedido para uso exclusivo del: CBET, Centro Bautista de Estudios Teológicos
Un ministerio de la AIBAE (Asociación de Iglesias Bautistas de Andalucía y Extremadura) www.aibae.es/cbet Impreso en España. Printed in Spain. 1ª. ed. 2014 QUEDA PROHIBIDA TODA REPRODUCCIÓN POR CUALQUIER MEDIO Y EL USO NO AUTORIZADO DEL MATERIAL, PERMITIÉNDOSE ÚNICAMENTE LA CITA DE PÁRRAFOS, SIEMPRE Y CUANDO SE CITE LA FUENTE. Todos los textos bíblicos citados de la Santa Biblia han sido extraídos de la versión Nueva Versión Internacional, salvo indicación de lo contrario. Director del CBET: Irismênio Ribeiro Almeida Coordinación editorial: Sônia Freire Lula Almeida Equipo editorial: Normalización: Sônia Freire Lula Almeida Corrección: Estrella Piquero Plaza Cubierta: Gabriel Eli Oliveira Web designer: Fernando de Gregorio
CONTENIDO Presentación
3
Introducción
4
PRIMERA PARTE: ¿POR QUÉ NECESITAMOS DE UNA COMUNIDAD TERAPÉUTICA? 1. La realidad de la condición humana
9
2. El contexto actual y la iglesia
11
SEGUNDA PARTE: EL MENSAJE DEL EVANGELIO Y ALGUNAS APORTACIONES 1. El plan de Dios y el mensaje de Cristo
16
2. La misión de la iglesia a partir de Cristo
17
3. Aportaciones de la teología y la ciencia
18
4. Avanzando hacia una teología pastoral
20
TERCERA PARTE: ¿ES LA IGLESIA UNA COMUNIDAD TERAPÉUTICA? 1. ¿Qué significa salud integral?
23
2. Características y elementos de una comunidad terapéutica
24
CUARTA PARTE: ¿CÓMO SER UNA COMUNIDAD TERAPÉUTICA? 1. Modelos terapéuticos: preventivo y curativo
28
2. El proceso de restauración: la disciplina en la iglesia
32
3. El liderazgo y la consejería
36
4. La comunidad terapéutica en acción
44
CONCLUSIÓN
49
Sobre la autora
50
PRESENTACIÓN Cuando el Señor me condujo a empezar nuestra primera iglesia, viajé más de 2.000 km para una conferencia con Bill Hybels1. El enfoque de la conferencia fue que La iglesia es la esperanza del mundo. Pero, ¿qué tipo de iglesia es la esperanza del mundo? ¿qué necesita el mundo que solamente la iglesia de Jesús puede ofrecer? La respuesta contundente es “el mensaje de la cruz”. Sí lo es, pues el mensaje de la cruz es que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Resuena la trompeta. Abra los oídos y oiga con atención: Dios amó a pecadores. Jesús se entregó por pecadores. La trinidad ha trabajado unida demostrando amor sacrificial, para rescatar al pecador perdido, trayendo salvación. Cuando la Biblia habla de salvación, no habla solamente de vida eterna. El término es amplio. Salvación también es librar a alguien del peligro (Jeremías 15.20); liberar de las manos de un opresor (Salmos 35.9-10); traer sanidad a un enfermo (Isaías 38.20); traer perdón (Isaías 51.14). Jesús define su misión diciendo que ha venido “…a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19.10). La dimensión de la salvación que trajo Jesús es liberar de la esclavitud física, psicológica, económica y espiritual. De igual manera, cuando alguien se convierte a Jesús pasa a ser “pueblo de Dios” y esto implica cumplir la misión de Dios. Conversión significa la transformación de los que “en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1Pedro 2.9-10). Hemos recibido y debemos ofrecer misericordia sin fin en nuestras relaciones, reflejando la trinidad. “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor” (Juan 15.9). Perciba la fórmula de Jesús. He sido amado por mi Padre; de la misma manera os he amado; por lo tanto, permaneced en mi amor en todos los momentos y en cualquier situación, para que hagáis lo mismo con vuestros semejantes. Es interesante que una de las metáforas que la Biblia usa para la iglesia es que ella es un “cuerpo vivo” (1Corintios 12.12-31) y su interpretación es que nosotros nos necesitamos los unos a los otros. Debemos trabajar por la armonía y restauración de las relaciones y de los heridos. La iglesia es la esperanza del mundo, porque en el mundo reina la individualidad y los cristianos son llamados a seguir el ejemplo de Cristo que a sí mismo se humilló, dejando la gloria, tornándose un siervo, siendo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Uno de los grandes enemigos para que la iglesia cumpla con la misión de Jesús es exactamente el individualismo. Luchamos contra el hermano, mas no luchamos contra el pecado que nos impide el relacionarnos; salimos de la iglesia, mas no admitimos que somos egoístas y que no amamos como Jesús; criticamos a los demás por cualquier cosa, porque nos hemos olvidado de que hemos recibido misericordia. La Biblia nos enseña que la única manera de crecer en amor es soportando y amando a las personas difíciles; crecemos en el perdón, teniendo que perdonar a los que pecan contra nosotros. ¿No hace Dios así con nosotros?
1
Bill Hybels es el pastor fundador da Willow Creek Community Church, EE.UU, y autor de best sellers en el área de liderazgo.
Santiago dice que el pecado del egoísmo y del individualismo es la causa de tantos conflictos y divisiones entre los hermanos (Santiago 4.1). Por otro lado, Jeremías acusa al pueblo de Dios diciendo: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen aguas” (Jeremías 2:13). Dejar de buscar, disfrutar y someterse a Dios es la causa de tantos creyentes vacíos. Y personas vacías de Dios no tienen nada que ofrecer sino luchar y pelear por sus intereses. Usando las palabras de la autora, “El principio de aceptación y amor incondicional es un legado del evangelio de Cristo; sin eso, uno no puede deshacerse de su carga existencial y gozar de sanidad”. Justamente para disfrutar de esta intimidad con el Padre y con los hermanos en la fe es que la autora en tono desafiador nos pregunta: “¿Cómo podemos actuar para que la iglesia cumpla la meta de ser una comunidad terapéutica? ¿Qué acciones concretas podemos llevar a cabo para que se alcancen los objetivos de promover el bienestar y salud integral entre los miembros?” A través de este curso se hará posible una reflexión consciente de la realidad del hombre que, aunque regenerado por Cristo, sigue necesitando una obra de restauración hacia la salud integral: física, psíquica, social y espiritual. Dicha reflexión apunta a la Iglesia como respuesta terapéutica para alcanzar la sanidad a la que hemos sido llamados. De una manera práctica hay algunas cosas muy sencillas que podemos hacer, como por ejemplo: a) Llamar por teléfono a alguien de su iglesia una o dos veces, teniendo siempre un versículo bíblico para compartir. Termine con una oración. Ore diariamente por los miembros de su grupo (si es de un grupo pequeño o célula) o de su iglesia. b) Frecuentar las reuniones de su iglesia con asiduidad. Antes de comenzar, llame al pastor y ore con él; llegue temprano para abrazar y orar con las personas. c) Profundizar su relación con el Señor y disfrutar de su presencia. Así tendrá mucho que ofrecer a los siervos del Señor que viven con usted. d) Guardar la unidad del cuerpo de Cristo, evitando maledicencias. Hablar siempre en amor y poner en práctica lo que el Espíritu Santo le enseña o revela. Antes de hablar con alguien sobre algún tema difícil, busque intensamente la presencia del Señor, hasta que tenga la orientación del Espíritu Santo, sobre cómo proceder, para que no sea su voluntad, sino la del Padre. e) Alguna vez llevar un pequeño presente a su pastor. Concluyendo, agradecemos a Sylvia Ramiro por haber escrito este material con tanta profundidad y hacerlo a partir de sus experiencias en el campo científico y espiritual. Ella conoce las enfermedades humanas y también el poder restaurador de Cristo. Seguro que muchos serán bendecidos con este curso.
Querido alumno,
MISIONES es el segundo módulo del CBET. Este módulo busca ofrecer a los alumnos una visión de las misiones. En este siglo, hemos comprendido la importancia de la iglesia local, pero no siempre vemos su funcionamiento dentro del marco amplio de la misión de Dios; en general, reducimos la misión a términos como “evangelizar y plantar iglesias”. Esa visión no es errada, sino limitada. En un sentido amplio el término misión tiene que ver con la presencia y testimonio de la iglesia en una sociedad, cuyos miembros encarnan una forma de vida según el ejemplo de Jesucristo, o sea, el culto que la comunidad rinde públicamente a Dios, el servicio a las necesidades humanas que la comunidad emprende, y la función profética de confrontar las fuerzas del mal que destruyen a las personas y sociedades. Todo esto es misión. Los enfoques de este módulo son: Islamismo – Cultura, valores y religión Historia del cristianismo en España – Misiones transculturales con énfasis en España; la presencia española en el Concilio de Nicea; los concilios de Granada y Toledo; el cristianismo “no romano” hasta el siglo IX d.C. Vida en comunidad: iglesia, comunidad terapéutica – Una nueva visión sobre la iglesia, como comunidad de ayuda, apoyo, restauración, amor y verdad. Cómo comprender la misión cristiana – Usando las palabras del tutor de este curso, Samuel Escobar: “La iglesia ha de estar siempre en estado de misión porque todo el mundo es campo de misión para el pueblo de Dios”. SOLI DEO GLORIA. IRISMÊNIO RIBEIRO ALMEIDA Director del CBET
INTRODUCCIÓN
Vivimos en una sociedad que está en una búsqueda frenética por la SALUD. Todo ahora lleva la palabra “sana”, “sano”: dieta sana, mente sana, convivencia sana, actividad sana. Casi nos hace creer que, de todo lo que se vive, cabe la posibilidad de que no sea “sano”, de ahí la necesidad de recordar lo que vamos buscando. No es de sorprendernos que haya crecido el número de clínicas, hospitales, centros de salud tanto del gobierno como privados, centros de estética, academias de gimnasia, clínicas psicológicas y psiquiátricas. También crece el número de profesionales que se dedican a cuidar ya sea del bienestar físico o psicológico del ser humano. Eso es un claro reflejo de que el hombre está enfermo, o como mínimo evitando enfermar. Los grandes avances de la ciencia y tecnología hicieron del hombre un semidiós con unas capacidades y posibilidades casi ilimitadas; sin embargo, cada vez más aislado y vacío. El índice de personas que se suicidan, aun teniendo unas condiciones intelectuales, profesionales e incluso financieras, demuestran que todas las conquistas de la modernidad no han sido capaces de ofrecer real satisfacción al ser humano. Es en ese contexto que está situada la iglesia. No podemos pretender que el hombre que llega a nuestras iglesias sea otro que no éste que trae consigo toda una carga de historia e influencia de un mundo enfermo y decaído. En la iglesia, se encuentran personas que aunque hayan pasado por una regeneración, siguen tratando de encontrar el camino de vuelta a la integridad de la que habla la Palabra de Dios (1Tesalonicenses 5.23) A lo largo de toda la Biblia encontramos referencia a ese retorno a la sanidad que pretendemos tratar en este curso. Fuimos creados para la vida y vida con abundancia. Pero el pecado trajo como consecuencia la muerte y las dolencias: enfermedades físicas, conflictos emocionales y de relaciones, rivalidades, destrucción, inversión de los valores, etc. Dios en su plan de rescate de ese hombre caído diseñó todo un proceso para restablecer su relación con la criatura que en suma era la razón de toda la creación. Su motivación era el amor, la esencia de la salud integral. Y lo personificó el Jesucristo su hijo. Toda la trayectoria del pueblo elegido apuntaba para la llegada de un nuevo orden cuando ese hombre sería liberado, restaurado — en definitiva — sanado. Cristo encomendó a la iglesia la tarea no solo de ir a predicar el evangelio sino también de enseñar, discipular y comisionar a los que llevarían adelante la misión de reconciliar el hombre con Dios. Para ello ha dejado una serie de orientaciones y recursos para que pudiéramos cumplirla. Sin embargo, a lo largo de la trayectoria de la iglesia muchos han sido los intentos de lidiar con el tema del pecado y sus consecuencias. Algunos acertados, de acuerdo con la expectativa divina, otros no tanto. Podemos ver un gran esfuerzo por parte de los líderes religiosos en diferentes épocas de la historia en el sentido de resolver el problema de la falta de salud en la comunidad, reflejada de diferentes maneras: problemas de orden social, espiritual e incluso sexual. La historia registra tremendos conflictos vividos dentro del seno de la iglesia: graves problemas familiares, disputas de poder, muertes sin explicación, y todo a causa de la falta de sabiduría a la hora de afrontar la raíz de todos los males: el pecado.
Por otro lado, en el mundo secular, se seguía buscando respuestas para el problema de la existencia en otras fuentes, como es la ciencia. Así que, ha surgido una ciencia que ha abierto una ventana de posibilidades en el intento de alcanzar la salud integral del hombre: la psicología. Se pasó a hablar del potencial del ser humano para encontrar en sí mismo la respuesta a sus dilemas existenciales. La contribución de la psicología, por un buen tiempo, ha sido rechazada por la iglesia que por lo general vive una dicotomía entre lo sagrado y lo profano, entre lo religioso y lo secular, lo espiritual y lo material. Sólo algunas décadas después algunos expertos de la teología empezaron a reconocer el valor de dicho conocimiento y las posibles aportaciones que podía dar a la iglesia. Gracias a estos, hoy podemos decir que la visión ha cambiado y podemos contar con unos recursos, que, unidos al plan divino, dan a la comunidad de creyentes una nueva luz a la propuesta terapéutica de la iglesia. Nos queda preguntar: ¿Como llegar a ser una comunidad terapéutica? O sea, ¿cómo desarrollar la tarea de promover la salud Integral del pueblo de Dios? A eso nos proponemos en este curso: relacionar y analizar los elementos propios de ser iglesia, a partir del momento de la conversión pasando por un discipulado orientado al servicio y a la práctica de una vida cristiana auténtica y significativa. LA AUTORA
PRIMERA PARTE ¿POR QUÉ NECESITAMOS DE UNA COMUNIDAD TERAPÉUTICA?
Nosotros podríamos sencillamente contestar esa pregunta diciendo lo que declaró Jesús en los Evangelios: “No son los sanos los que necesitan médico sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Marcos 2.17, NVI). Bastaría con decir que la iglesia debe cumplir con la misión que nos encomendó el Señor Jesucristo. Pero de eso trataremos en la segunda parte de este curso. Son muchas las razones por las que necesitamos que la iglesia marque presencia en nuestra sociedad como una comunidad terapéutica y sanadora. Está claro que vivimos en una era de muchas iniciativas en cuanto a promover la salud. De hecho nunca se ha podido alargar tanto la esperanza de vida como en este siglo. La medicina se ha desarrollado de tal manera que hoy es posible hacer verdaderos “milagros” en el campo de la salud humana. Sin embargo, también éste va siendo el siglo dónde más enfermedades raras han aparecido y la gente busca más alternativas para su bienestar físico, mental y emocional, por no decir espiritual. La definición de salud que da la OMS (Organización Mundial de Salud) refiere a “salud” como: “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (1948). En 1992 se amplió la definición añadiendo “y en armonía con el medio ambiente”. En su página oficial de la web, en el apartado sobre Derecho a la Salud, se declara que “El derecho a la salud no debe entenderse como el derecho a estar sano” (http://www.who.int/es/). Hay muchas críticas a esa definición considerando que el concepto de bienestar puede encontrar controversias a depender del grupo al que va dirigido. Por otro lado podemos preguntar si es posible que se alcance “un estado de completo bienestar”. Lo que sí está claro es que lo que se propone aquí es refutar la idea de que solo hay salud si no hay ni una especie de enfermedad, lo que sería definitivamente imposible. En este caso la propuesta de la OMS es que haya mejor calidad de vida para las personas aunque que tengan que afrontar diferentes dolencias. Dicho esto, queremos enfocar en el sujeto al que va dirigido las iniciativas en promover la salud: El hombre en su condición actual. Y a la vez ubicar a la iglesia en su contexto.
1. La realidad de la condición humana
¿Quién es el hombre? Esa pregunta para nosotros los que creemos en Dios y en su Palabra está debidamente definida en la Biblia: El hombre es la creación por excelencia del Dios del Universo. Según la descripción bíblica, es “imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1.27), “hecho poco menor que los ángeles, coronado de gloria y honra” (Salmos 8.5). Fuimos creados para la gloria y alabanza de Dios. Dios nos hizo con un propósito y su mayor deseo era y sigue
siendo tener una relación íntima y personal con nosotros. Además puso toda las cosas bajo dominio del ser humano. En definitiva, el hombre está hecho para señorear la tierra y disfrutar de ella. Pero las cosas se trastocaron, se cambió el curso de la historia y este hombre no satisfecho con su condición, aunque era privilegiada, tomó otra dirección y ha decaído de su posición. Su deseo de ser igual a Dios le llevó a cometer el más grande de todos los errores: desobedecer a las expresas órdenes de su Creador. Por esa puerta entró el pecado. La palabra “pecado” significa: fallo de la meta, no dar en el blanco y así no alcanzar el objetivo. Es curioso porque Dios creó el hombre bajo unas condiciones y con unos objetivos que le brindaba una infinidad de posibilidades. La meta era la más noble: era perfecto el plan divino para el hombre. Paremos para pensar un poco: ¿Qué llegaría a ser la vida y el futuro del hombre si no hubiera pecado? Supongo que MARAVILLOSA. Podría atreverme a decir que a eso llamaríamos SALUD, ese estado de plenitud y vida integral. Pero, cuando Dios vio que el hombre se escondía, avergonzado por su desobediencia, declaró su sentencia: la muerte eterna y una vida marcada por sufrimiento y dolencias. Desde entonces la lucha humana por evitar el sufrimiento le ha llevado a buscar los más variados caminos hacia la sanidad. Porque lleva registrado en su ADN la razón de su existencia: vivir como un príncipe, un hijo de Dios. Y eso supone una vida de significado y bienestar. Pero desafortunadamente sigue tomando las vías equivocadas, generando más y más decadencia. Eso se debe a aquello que provocó inicialmente su caída, es decir, el sentido de “ser igual a Dios”, hacer las cosas a su manera, y tener el control de la situación. Así, en su búsqueda por “arreglar” las cosas acaba por enredarse en su propia red. Como se puede ver, el círculo vicioso se transforma en enfermedad de toda clase: desequilibrio fisiológico, conflictos, odio, miedos, estrés, ansiedad, etc. A eso se llama angustia existencial. Y es en su esencia lo que conocemos como pecado: estar fuera del “blanco” de Dios, de su voluntad. Por otro lado, esa condición de desequilibrio y decadencia sale del ámbito individual afectando a las relaciones del hombre. El concepto de enfermedad tiene una dimensión personal y otra social. Podemos decir que el individuo y la sociedad se afectan mutuamente. Ha sido así desde el inicio con la primera familia que ha vivido el drama de la envidia entre hermanos y consecuente homicidio. Y no solo eso, sino que también el medio ambiente se vio afectado por la influencia del pecado humano, a tal punto que Dios necesitó intervenir en el curso de la historia provocando el diluvio con vías a restaurar todas las cosas. Ese regreso a la condición de integridad pasaría por todos los aspectos de la vida humana tanto físico, como psíquico, social, espiritual y ecológico. Hoy, ¿qué podemos decir del hombre caído? ¿Qué caracteriza a la sociedad actual? ¿Qué nos hace pensar que necesita de salud integral? El hombre contemporáneo se ha vuelto individualista al extremo, es autosuficiente, egoísta, carece de sentido aunque haya desarrollado con creces sus capacidades intelectuales. Es inseguro, de manera general actúa basado en una necesidad enfermiza de ser aceptado. Eso significa que tratará de agradar a los demás en detrimento de su propia voluntad. Prioriza el tener y el hacer más que el ser; lo que conlleva unos niveles muy altos de ansiedad. Pero todo eso y más no pasa desapercibido por el hombre. La prueba es que reconoce su condición y busca desenfrenadamente solucionar su problema. Ya la Biblia
registraba el clamor del hombre reconociendo los efectos dañinos del pecado en su vida como un todo. El salmista dijo: A causa de tu indignación no hay nada sano en mi cuerpo; por mi pecado mis huesos no hallan descanso. Mis maldades me abruman, son una carga demasiado pesada. A causa de mi insensatez mis llagas hieden y supuran. Estoy agobiado, del todo abatido; todo el día ando acongojado. Estoy ardiendo de fiebre; no hay nada sano en mi cuerpo. Me siento débil, completamente deshecho; mi corazón gime angustiado. (Salmo 38.3-8, NVI) Se perciben los efectos del pecado en la salud integral de la persona: su físico, su emocional, su mente. Es lo que hoy se denominan síntomas psicosomáticos que acarrean las enfermedades psicosomáticas. Por todo ello, las iniciativas para restablecer el bienestar y promover sanidad son notorias en nuestros días. Por todas partes se promueven programas y recetas de salud. Diría que es otro aspecto neurótico del individuo en nuestros días: lanzarse de lleno a las cosas, de manera compulsiva y extrema. El alto precio que se paga por restituir la buena apariencia ya sea con las cirugías estéticas o con los programas de gimnasio, hasta las dietas milagrosas, confirman esta realidad.
2. El contexto actual y la iglesia
No podemos ignorar que la iglesia surge dentro de este contexto de humanidad decaída y enferma. Cierto es que ha sido instituida para dar seguimiento a la obra de restauración empezada por nuestro Señor Jesús, pero no está al margen de esta realidad. Ella está constituida de personas regeneradas pero que no han dejado su historia y pasado atrás. ¡Eso sería imposible! El trabajo de rescate sigue y hace falta que la iglesia en cuanto institución se prepare para hacer frente a la demanda de este hombre. Pero de eso trataremos en la tercera parte de ese cuaderno. Aquí es importante destacar el contexto en el que la iglesia está inserida y su reflejo en su manera de actuar. A lo largo de la historia de la Iglesia cristiana encontramos diferentes acciones de cara a la tarea de promover sanidad en medio del pueblo de Dios. La iglesia primitiva ha sido conocida por la vida de comunión entre los creyentes: “tenían todo en común”. Si es cierto que, por un lado ellos creían que Jesús volvería pronto y por eso se entregaron de cuerpo y alma a esperarle, por otro, la relación que tenían, la manera cómo realizaban las reuniones y las metas de trabajo daban sus frutos — la iglesia crecía de manera asombrosa y había un cuidado pastoral muy estrecho aunque las condiciones de antaño no eran tan facilitadas si comparadas a la moderna tecnología de hoy. Pero quizás precisamente por eso la iglesia avanzaba en su misión. Atendían a los menos favorecidos, a las viudas, a los huérfanos, en circunstancias de crisis como persecución, catástrofes; participaban de las celebraciones, acompañando los nacimientos, las muertes, en los momentos de tristeza y alegría. Compartían sus pertenencias y daban de forma liberal de lo que tenían a los demás.
Al contrario la iglesia de hoy, comparte escasas horas a la semana, el sermón, los cantos, algunas actividades extras, pero muy poco se comparte como personas, la vida misma. El concepto de comunidad, de un organismo vivo es sustituido por la visión institucional. De esa manera el sentimiento de compartir la vida de forma integral da lugar a compartir apenas ideas, pensamientos y actividades. Además, la vida secular ha influenciado de tal manera a la iglesia que ha dificultado aun más la tarea de ser comunidad terapéutica, promotora de salud integral. En consecuencia, el estilo de vida enfermizo de la sociedad consumista y secular de nuestros días ha invadido la iglesia causando considerables daños a las personas. Abandonamos el modelo de la iglesia neo testamentaria por una superestructura “empresarial”, con énfasis en los dogmas, doctrinas y reglamentos. Pasamos de la vida en común a la vida de cada uno, donde por respeto a la individualidad la comunidad se convierte en un conjunto de personas aisladas y solas. Podemos ampliar algunos aspectos de dichas influencias que causan más enfermedad en el seno de la iglesia de hoy: Por la superestructura. Generando un trato impersonal, formal y distanciado. Eso se ve más bien reflejado en las grandes iglesias que hay en algunos países, donde la gente poco se conoce y apenas se habla. Y con el objetivo de mantener el orden y el buen desarrollo de las actividades, todo está excesivamente organizado sin espacio para la flexibilidad y la espontaneidad. Pero tenemos que reconocer aun en las pequeñas iglesias, hay que cuidar este aspecto una vez que tenemos la tendencia a confundir “el orden” con estructura y esquemas. En exceso, puede restar vida a la comunidad. Por el activismo. Como ya hemos comentado vivimos en la era del “hacer”. Las exigencias de una sociedad consumista y competitiva lleva a las personas a preocuparse con producción. Es la mentalidad del mundo empresarial otra vez. Creemos que cuantas más actividades realizamos más se motivará la gente a venir a la iglesia y por ende a permanecer en ella. Pero a la larga lo que vemos es un ciclo bastante rotativo de personas que vienen y que se van, pues no se sienten parte integrante de ese proceso. Más bien son objeto para hacer que la iglesia funcione. En palabras de Alberto Daniel Gandini, “la iglesia sin darse cuenta pide a los miembros que se interesen por sus programas y actividades, sin comprender que las actividades deben ser propuestas por la forma de vida y necesidades de la comunidad.” (La iglesia como comunidad sanadora, p. 52) Por el abuso de los recursos tecnológicos. Es cierto que los medios de comunicación modernos son muy útiles a la hora de organizar las actividades de la iglesia. Además son excelente herramienta para motivar a la congregación en sus diferentes programas. Pero todo lo que se hace en exceso puede quitar la esencia de ser iglesia y el sentido de estar juntos, en comunión. O sea, aquí lo más importante es que los recursos estén al servicio de los miembros y no lo contrario. A la larga aleja a la gente, compromete la buena comunicación y una vez más la espontaneidad de la comunidad. Por la moda del “marketing”. El mensaje que se trasmite en el mundo de hoy es que “uno sirve si sirve”. Eso hace que la gente se preocupe demasiado por su
imagen y con la iglesia no es diferente. Solemos planificar las actividades pensando más en si será agradable a la gente que si será de verdad bendición de Dios para ellos. Es la preocupación en “vender bien el producto” y demostrar quién lo hace mejor. Otro concepto secular invadiendo la iglesia. Genera competencia y mucha ansiedad en el grupo. Pero también hay otros elementos de carácter más eclesiástico que producen enfermedad en la iglesia: La liturgia cerrada. Se refiere al estilo de culto más rígido y demasiado estructurado. No hay nada de malo en la estructura en sí, pero hay que considerar que estamos hablando de personas que se acercan a su Creador y Señor para un tiempo de comunión y adoración, donde lo más importante es la relación y la comunicación. Es clara la orientación bíblica en cuanto al orden en la iglesia, pero también la misma Palabra habla de que “donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad” (2Corintios 3.17) El contexto trata del acercamiento del hombre con Dios por medio de Cristo, quitando el velo de separación entre la criatura y su Creador. Nuestro celo con respecto a la doctrina no puede llegar al extremo de ser obstáculo a esa libre y espontánea relación. Además, a través de la Biblia tenemos la orientación sana y equilibrada para expresar nuestra adoración sin herir los principios de decencia y orden. Énfasis en la razón en detrimento del Espíritu. Aquí me refiero al pensamiento lógico que muchas veces empaña la fe y la obra del Espíritu del que no está sujeto a ello. Una vez más se carece de libertad para que la vida en el Espíritu fluya y promueva la salud integral del creyente. El conocimiento no es malo, pero la esencia del evangelio nos lleva a una vida guiada por fe. Cuando se hace de las ideas la ley en la iglesia, se impide el diálogo y se actúa con intolerancia. De esa manera se crea un ambiente de tensión en la comunidad. Espiritualizar lo que es propio del humano. Se trata de relacionar cuestiones propias del ser humano con problemas espirituales. Por ejemplo, creer que si una persona está triste, depresiva, es porque le falta la fe o está en pecado. Es una de las posturas de algunas iglesias que más hace sufrir a la gente y produce heridas que muchas veces son irreversibles. Al diablo se le echa la culpa de todo: es de él la responsabilidad de la mayoría de los males que achacan a los creyentes. Sí es cierto que no podemos ignorar la obra del enemigo y sus artimañas, tan poco debemos darle a él más poder de lo que realmente tiene. Hay circunstancias propias de la vida que en un principio no tienen contenido espiritual: los contratiempos, incluso enfermedades y problemas, hacen parte de la vida del hombre que por naturaleza es débil y fallo. Cuando atribuimos al diablo todo lo que nos pasa, nos eximimos de la responsabilidad de nuestras vidas y no asumimos nuestra parte en las acciones necesarias para afrontar los problemas. Este sin duda es un tema complejo en el que haría falta una reflexión más detallada. Pero aquí nos interesa dejar claro que transformar toda y cualquier situación en “espiritual” es negar nuestra humanidad y la misma vida. Psicologización de los problemas espirituales. En el nivel discursivo se entiende por psicologización la inadecuada atribución y/o sobreinterpretación psicológica en la
explicación de los hechos humanos individuales o sociales. A medida que avanza el conocimiento científico la religión va perdiendo ámbito de intervención a favor de las ciencias e influencia general. Las ciencias sociales y en especial las disciplinas “psi” adquieren un papel privilegiado en la función de control social. El peligro está en que esos niveles de influencia se sobrepongan a la tarea primera de la iglesia: buscar y salvar a los perdidos. No hay que reemplazar la misión de la iglesia. Las aportaciones de la psicología en todos los ámbitos del conocimiento humano es más que notoria, pero no sustituye la obra redentora y restauradora de Cristo a través de su Espíritu Santo. Aunque es cierto que el hombre sufre dolencias del alma, y que por ser un ser integral las mismas le afectan tanto el cuerpo como el espíritu, no podemos negar que el origen de todos los males está en el pecado. Y al pecado no le podemos llamar trauma, complejos ni cosas por el estilo. Los que quieran hacer uso de la psicología para aportar a la salud integral del creyente necesitan conocer bien tal ciencia y buscar discernimiento de parte del Espíritu Santo para utilizarla. Pero jamás reducir las consecuencias generadas por el pecado a “problemas emocionales”. Los resultados podrían ser desastrosos para la comunidad de creyentes. Por otro lado, tan poco debemos ignorar la obra del enemigo a quien le interesa que reemplacemos el el problema real del hombre perdido por sencillos problemas de orden emocional. Con eso se desvía la atención de la iglesia que se descuida de estar preparada para el “día malo” revistiéndose de la armadura espiritual. Por todo lo visto, podemos decir que no solo es necesario que la iglesia de Jesucristo cumpla la misión sanadora a la que ha sido llamada, sino que es urgente que nos hagamos cargo de esa tarea con total dedicación, sabiduría y amor.
TEST 1 1. ¿Cuál es el concepto de “salud” según la OMS? Señale la afirmación verdadera: ( ) Es la completa ausencia de enfermedades. ( ) Es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedades.
2. El hombre en su condición actual ___________________. Complete con una de las afirmaciones: ( ) se ha vuelto individualista al extremo ( ) tiene mala salud
3.
¿Cómo se presenta la iglesia de hoy?
( ) Hay mucha gente en las iglesias de hoy. ( ) El concepto de comunidad, de un organismo vivo es sustituido por la visión institucional.
4. iglesia?
¿Cuál de estos aspectos son causantes de enfermedad en el seno de la
( ) El ocio y la tele. ( ) La superestructura y el activismo. ( ) Las alabanzas modernas.
5. Indique uno de los elementos de carácter interno que afectan la salud en las iglesias: ( ) Demasiado celo con respecto a la doctrina que se convierte en obstáculo a una libre y espontánea relación con Dios. ( ) La falta de gente y una liturgia abierta.
SEGUNDA PARTE EL MENSAJE DEL EVANGELIO Y ALGUNAS APORTACIONES
1. El plan de Dios y el mensaje de Cristo No tenemos ninguna duda de que Dios ha tomado la iniciativa de restituir al hombre su condición de criatura por excelencia, más todavía de hijo suyo. Es importante saber que el mensaje del evangelio respira el espíritu de bienestar y vida abundante para el que fuimos creados. Son las buenas nuevas de salvación de las que el Padre echó mano tan pronto como vio que el hombre se había salido del plan propuesto para la humanidad. Así que la idea de una comunidad terapéutica con una tarea sanadora para la iglesia tiene su origen en el corazón de Dios. A lo largo de los relatos bíblicos en el Antiguo Testamento encontramos varias referencias a que Dios es el que promueve la salud y el bienestar de su pueblo (Salmo 103.3; Jeremías 33.6-9). En todo tiempo acompañaba a su pueblo asegurándole protección y bienestar. La rebeldía del pueblo muchas veces le hacía meterse en líos importantes, pero Dios, que es fiel, una y otra vez le tendía la mano y le rescataba de sus aprietos. Otras referencias muy interesantes que encontramos en el Antiguo Testamento: “Yo soy el Señor, que os devuelvo la salud” (Éxodo 15. 26, NVI). Era el Señor prometiendo librar al pueblo de las dolencias de Egipto a cambio de su obediencia. En Deuteronomio 32.39, leemos: “¡Ved ahora que yo soy único! No hay otro Dios fuera de mí. Yo doy la muerte y devuelvo la vida, causo heridas y doy sanidad. Nadie puede librarse de mi poder” (NVI). Está claro que Dios tiene el control de todas las cosas y en sus manos está el poder de devolver al hombre su condición de vida en plenitud. No obstante, Dios no ha creado la iglesia para que resuelva el problema del pecado, pero cuenta con ella para cuidar a aquellos que han sido rescatados por el mensaje de la cruz. Porque la sanidad real y definitiva ocurre desde la cruz. De hecho, la palabra “salvación” viene de soteria, salus = sanidad, salud; que también se refiere al proceso de liberación o crecimiento. Vemos esa idea reflejada en la experiencia de la mujer con flujo de sangre en Marcos 5.34: “Él le dijo: — Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad” (RV 1995). El profeta Isaías ha presentado a Jesús como el autor de nuestra salvación: Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡pero nosotros lo tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios! Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados. (Isaías 53.4-5, RV 1995) El plan divino ha sido perfecto y completo. No ha dejado brecha para posibles fallos. En Cristo la plaga del pecado seria extirpada y el hombre podría volver a gozar de vida plena y salud integral. Mientras estuvo en la tierra, Jesús ha declarado que la sanidad de la humanidad es su misión: En Lucas 4. 18-19 está escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor. En otra parte: Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Se difundió su fama por toda Siria, y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los sanó. Lo siguió mucha gente de Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán. (Mateo 4.23-24) Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento. (Mateo 9. 11-13) Y finalmente dejó también esta misión a sus discípulos: Sanad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad de su enfermedad a los que tienen lepra, expulsad a los demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratuitamente. (Mateo 10.8, NVI) La iglesia como comunidad terapéutica cuenta con el respaldo de aquél que encerró en su propia vida la respuesta para el problema de la enfermedad humana.
2. La misión de la iglesia a partir de Cristo Ya hemos dicho que el propósito de Jesús al instituir la iglesia ha sido para que ésta llevara adelante su misión de buscar y salvar al perdido. Pero también podemos entender a la luz de la Palabra que su tarea se extendería a cuidar al rebaño de Cristo (Juan 21.16). El énfasis estaría en la koinonía, comunión entre sus miembros, es decir, “aquello que se tiene en común”.
Jesucristo, cuando estaba para ser entregado y sacrificado, preparó a sus discípulos en cuanto a su futuro ministerio. Les habló de que les enviaría otro Consolador que estaría con su iglesia. La palabra paracleto significa “el que está al lado”. Con la ayuda del Espíritu Santo la iglesia también estaba llamada a servir de apoyo y ayuda a los demás. En 1Tesalonicenses 5.14 Pablo orienta: “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” . ¡Qué importante y desafiante misión! Pero, aunque podemos decir que la iglesia a partir de Cristo se ha convertido en su representante y de ese modo va cumpliendo la misión terapéutica, lamentablemente a la vez son muchas las marcas de sufrimiento, tensión y dolor dejadas en la vida de las personas. Desde siempre la iglesia ha compartido la comunión y los conflictos. Los relatos neo testamentarios nos hacen creer que no era diferente en aquellos tiempos. Los apóstoles han tenido una y otra vez que exhortar e incluso reprender a la iglesia por su actitud poco considerada hacia los hermanos: prejuicios, egoísmo, injusticia, envidia, resentimiento, chismes, etc. Pedro Álamo, en su libro La iglesia como comunicad terapéutica, afirma: Valores como la verdad en lugar de la mentira, la justicia en lugar del abuso, el amor en lugar del egoísmo, la tolerancia en lugar del rechazo, la misericordia en lugar de la venganza, el perdón en lugar del resentimiento, la reconciliación en lugar de la separación, la igualdad en lugar de la rivalidad... ayudarán a desarrollar sanidad en la iglesia y, a la vez, permitirá ser una alternativa a los modelos sociales que imperan en nuestro mundo. (p. 36). En el intento de mantener esos valores y ejercer un papel contundente y coherente en la sociedad, la iglesia desde entonces sigue buscando medios para hacerse con la tarea.
3. Aportaciones de la teología y la ciencia Son muchos los planteamientos y proposiciones encontrados tanto en la teología como en la ciencia, más específicamente en la psicología, para hacer frente a la labor de la iglesia como comunidad terapéutica. En este curso pretendemos hacer referencia a algunas de las más significativas a nuestros objetivos.
3.1. Aportaciones de la teología La teología de la iglesia neo testamentaria era sencilla. La esencia de su pensamiento era vivir una relación de obediencia con el Cristo resucitado y proclamar que pronto volvería. Después de ese tiempo áureo, la iglesia pasó a guiarse por una teología de dogmas, más elaborada. La Edad Media es un ejemplo vivo de ello: el énfasis en los dogmas ha llevado al legalismo. Mientras la iglesia del primer y segundo siglo se dedicó a la vida en común, en la Edad Media ella se preocupaba por el cumplimiento de los preceptos y doctrinas con uniformidad, es decir, el ejercicio de dogmas. Los sacramentos fueron utilizados como instrumentos de control para mantener a la gente “en orden” moralmente hablando. Según
John T. MacNeill, “los procedimientos sencillos del Nuevo Testamento dieron paso a una disciplina formal de confesión y penitencia” (Una historia de la cura de almas, Nueva York: Harper Bros. 1951, p. 54). La iglesia como institución pasó a tener demasiados poderes sobre la vida de los fieles produciendo desesperanza y temor. Con la Reforma Protestante mucho de ese control permaneció; sin embargo, algunas de las restricciones dieron paso al cuidado pastoral. Lutero fue conocido por su ministerio de oración y apoyo religioso, y su orientación a los creyentes resultaron en ayuda y sanidad para muchos. Aun así el aspecto de “monitoreo controlado” en el trato de la iglesia hacia las personas ha permanecido por mucho tiempo, influenciando incluso la iglesia de Norteamérica. No obstante, ya se hablaba de consejería en esa época, aunque con acentuado énfasis en el cuidado con el pecado y los peligros morales. También se orientaba a la gente a que cuidara unos de otros, ayudándoles y protegiéndoles de los “males espirituales”. Pero eso ha resultado en un serio problema en la comunidad debido a que sin suficiente madurez y sabiduría la gente actuaba como verdaderos policías unos de otros, fomentando un ambiente de sospecha y juicio entre todos. Desafortunadamente la labor misionera a partir de esa herencia llevaba la marca del legalismo en sus prácticas pastorales. Así que podemos deducir que la iglesia de nuestros días de una manera general es fruto de todo ese sistema dogmático.
3.2. Aportaciones de la ciencia: psicología La psicología como ciencia es relativamente nueva si comparada a otras ciencias. Se trata del estudio del alma en sus diferentes áreas como es la mente, las emociones, el comportamiento, etc. Está relacionada con casi todas las demás ciencias. Eso es fácil de entender considerando que el conocimiento humano está íntimamente ligado a todo lo que a él haga referencia. Así que las ciencias sociales, la medicina, la historia, la economía y por supuesto la teología hacen relación con la psicología. Con respecto a la contribución que aporta a la iglesia en su labor terapéutica, podemos citar a Freud como un referente. El ministerio de sanidad integral en la iglesia dio un giro importante con los estudios de Sigmund Freud a finales del siglo XIX. Aunque por un lado se cuestione sus ideas, por otro no se puede negar que a través de sus teorías se abrió la visión sobre el comportamiento humano, sobre todo a nivel de los dominios del inconsciente. Como médico se especializó en desórdenes nerviosos y mentales, utilizando la hipnosis. Hizo hincapié en que la mayoría de los problemas emocionales tenían relación con el instinto sexual, teoría que ha desarrollado que declaró como dominante y decisiva en todo comportamiento humano. Su mayor contribución para la comprensión de los problemas del comportamiento humano ha sido la definición de los diferentes tipos de trastornos mentales y el proceso para su tratamiento llamado “psicoanálisis”. Ha dado nombre a las partes que componen la personalidad, definiendo también varios de sus procesos y su formación. En definitiva ha dejado suficientes subsidios para el desarrollo de la psicología como ciencia. De hecho es considerado “el padre de la psicoterapia moderna” por sus relevantes aportaciones a la comprensión de la personalidad humana. Lamentablemente Freud se declaró en contra de la religión, a la que consideró como una neurosis cargada de supersticiones. Otros científicos que le sucedieron, como Adler y Jung, avanzaron un poco más en sus estudios y declararon que además del instinto sexual estaba también el instinto y deseo de
poder y de satisfacción personal. Estos explicarían la conducta agresiva y actitudes hostiles del hombre hacia sus iguales. Ha sido Jung el que añadió un elemento espiritual al estudio del comportamiento humano al declarar que el hombre anhela lo trascendente, defendiendo el concepto de un dios cercano a nosotros. En su teoría declaró que las religiones del mundo son los grandes sistemas de símbolos terapéuticos de la humanidad. Son de él también los conceptos de complejo de inferioridad y de superioridad, introversión y extroversión, y el inconsciente colectivo: términos comúnmente usados en el vocabulario actual. También merece citar nombres como Victor Frankl y Maslow por su importante aportación al estudio y comprensión del comportamiento humano. Abraham Maslow ha sido el autor de la tan conocida “jerarquía de las necesidades humanas”, según la que defiende que las personas con mejor salud integral son las que han recibido satisfacción a sus necesidades básicas y éstas demuestran una conducta más saludable, menos destructiva, menos egoísta, menos centrada en sí mismo. Son personas que se aceptan a sí mismas y a los demás, a la vez que tienen más capacidad de aceptar la realidad de su entorno. Por ello tienen un sentido de gratitud frente a las cosas del cotidiano. Según esta teoría, la persona que tiene sus necesidades satisfechas desarrolla los valores más nobles, incluyendo los espirituales. Con referencia a Victor Frankl, es notorio su declarado interés en la vida espiritual y el desarrollo integral de la persona. Es suya la teoría del sentido de la vida, según la que, además de un instinto al placer y al poder, el hombre es movido por la búsqueda de sentido. La dura experiencia de Frankl como prisionero judío en los campos de concentración nazis le ha llevado a una profunda reflexión de la condición del que vive en esas condiciones. Observó que las personas que tenían un “para qué”, un razón por la cual vivir, lograron sobrevivir a todo este sufrimiento y sacar algo de positivo de toda la tragedia de los campos de concentración. Así que al salir de allí fundó lo que hoy se conoce como “Teoría de logoterapia” o terapia de sentido, la cual consiste en ayudar a la persona a desenterrar y nombrar lo que le da sentido a su existencia. El argumento de Frankl es que sólo un sentido trascendente puede sostener en las pruebas de la vida. Es lo que en palabra de Nietzsche se ve reflejado: “Quien dispone de un para qué vivir es capaz de soportar casi cualquier cómo”. Para los que creemos en Dios y en su Palabra, encontramos respaldo a esta teoría en el hecho de que fuimos creados para la gloria de Dios: este es nuestro sentido de vida.
4. Avanzando hacia una teología pastoral Podríamos hablar de muchos más nombres que tanto en la teología como en la psicología han dejado importante contribución al desarrollo de una visión más abierta en cuanto a la tarea sanadora de la iglesia de Cristo. Pero, con base en lo que hemos visto hasta aquí, podemos decir que la iglesia dispone actualmente de suficientes recursos para avanzar en la labor de promover sanidad en el seno de la comunidad cristiana. La verdad es que todos los descubrimientos tanto en una como en otra área han empezado una revolución en el pensamiento humano con respecto a sus inquietudes existenciales. Exactamente ha sido en los tiempos de Freud, con las consecuencias dejadas en la sociedad por la Segunda Guerra Mundial en la que se constató la necesidad de atender de manera más práctica y sencilla a los traumas vividos por las personas de la época.
Aunque la iglesia cristiana haya resistido a las teorías freudianas, la revolución de la “salud mental” no se pudo detener. La iglesia se fue dando cuenta de que sólo consejos y preceptos morales no eran suficientes para lidiar con los problemas emocionales de sus miembros. Y aunque se afirmara que el problema originario del ser humano reside en el pecado, hay más elementos que a lo largo de su formación influyen en su bienestar y comportamiento. Y eso ya no se podía refutar. De cierta manera esa nueva visión ha ayudado a los líderes a “humanizar” el trato de las personas con problemas emocionales y mentales. La asesoría pastoral pasó a ser menos orientada a la culpa. Poco a poco se vio la necesidad de sistematizar los conocimientos y prácticas para una mejor asistencia a las congregaciones. Así, ha nacido la teología pastoral como campo de estudio más sistemático objetivando ofrecer a pastores y laicos recursos tanto de la psicología como bíblico teológico para la tarea del cuidado pastoral. Hay todavía mucho camino que recorrer, pero es importante saber que hoy contamos con las ideas más claras, y que podemos echar mano de diferentes aportaciones afines para ejercer con más consciencia la misión integral de la iglesia. El creyente y sobre todo el líder que desee ejercer el ministerio terapéutico en la iglesia deberá reunir los requisitos de la fe en el mensaje del evangelio y de una experiencia real y contundente con el Señor Jesucristo; así como asumir su lugar en la comunidad cultivando una vida de comunión y bienestar de unos con los otros. Pero también deberá tener en cuenta los elementos que tanto la teología como la psicología le pueden aportar para que desarrolle favorablemente su ministerio.
TEST 2
1.
Indique la afirmación correcta:
( ) La tarea sanadora de la iglesia tiene su origen en el corazón de Dios. ( ) Dios no ha participado en el proceso de restauración del hombre.
2. En 1 Tesalonicenses 5: 14 Pablo orienta a los hermanos a dar asistencia diferenciada a tres clases de personas: “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos”: ( ) Pobres, ricos y avaros. ( ) Soberbios, insensatos y rebeldes. ( ) Desocupados, desanimados y sin fuerza.
3. Indique la afirmación correcta: ( ) La Iglesia de la Edad Media se preocupaba por el cumplimiento de los preceptos y los dogmas. ( ) La esencia de la teología de la iglesia neo testamentaria era vivir una relación de obediencia con el Cristo resucitado y proclamar su pronto regreso. ( ) Ambas son correctas.
4.
Con la Reforma Protestante la teología ha avanzado en el área:
( ) De la adoración. ( ) De la educación cristiana. ( ) Del cuidado pastoral.
5. ¿Qué nombres de la psicología aquí citados aportaron al desarrollo de la tarea sanadora de la iglesia? ( ) Lutero y Calvino ( ) Freud y Jung
TERCERA PARTE ¿ES LA IGLESIA UNA COMUNIDAD TERAPÉUTICA?
Para contestar a esa pregunta necesitamos ante todo saber qué es salud integral y qué caracteriza una comunidad que la promueve. Es más, para cumplir la tarea de “ser terapéutica”, la iglesia como comunidad necesitará respirar salud. El psiquiatra austríaco Carl G. Jung, conversando con su amigo y biógrafo Laurens Van Der Post, le dijo: “Aprendí que sólo el médico que se siente profundamente afectado por sus pacientes puede curar. Sólo el médico herido cura, y aún él, no puede curar más allá de la medida en que se ha curado a sí mismo.” (Jung y la historia de nuestro tiempo, p. 196). Para que una iglesia actúe como comunidad terapéutica deberá primeramente aceptar sus enfermedades y dolencias y asumir que necesita ser sanada, para entonces estar en condiciones de promover la salud en su seno. Pero ese proceso es casi simultáneo ya que los que hacen la iglesia no siempre pueden esperar a que el otro esté sano para ser curado. Quizás la pregunta a plantearnos sería: ¿Cómo curarnos a nosotros mismos? ¿Cómo llevar a cabo el ministerio en la iglesia de manera que nuestra tarea terapéutica sea realmente sanadora? Sin lugar a duda el tema es complejo y requiere una actitud sincera por parte de todos los involucrados en el proceso.
1. ¿Qué significa salud integral? La palabra “integral” deriva del latín intergális y se refiere a las partes que entran en la composición de un todo. Sencillamente significa “total” o “global”. Desde el punto de vista bíblico y cristiano se refiere a los términos íntegro, plenitud, integridad, madurez, varón perfecto, enteramente preparado, etc. La idea es de entero, completo. Pablo ha usado ese término 1Tesalonicenses 5.14: “Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser — espíritu, alma y cuerpo — sea guardado irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (NVI). Y aquí tenemos una referencia a qué sería ese ser entero: el hombre con su ESPÍRITU, ALMA Y CUERPO. ¡Fantástico! Todo nuestro ser debe ser blanco de la obra de sanidad que la iglesia lleve a cabo en su labor ministerial. No debemos olvidar ni una parte de ese todo indivisible creado de manera excelente por nuestro Dios. Ese es el primer punto a considerar cuando pensamos en salud integral: va dirigido al hombre total. No sólo hemos sido creados completos, sino que debemos ser separados y conservados así para la venida de nuestro Señor Jesús. Qué lástima que muchos creyentes se preocupen sólo por sus espíritus, olvidándose que a nuestro Señor le interesa que lleguemos a su presencia completos, enteros. Sobre qué significa salud ya lo hemos hablado anteriormente. Pero me gustaría reforzar el hecho de que la salud es más que ausencia de enfermedad. En esto ganamos bastante terreno a la hora de pensar en cómo fomentar una actitud sana en las personas con las que hemos de convivir. La salud integral está pensada para el hombre entero, donde las condiciones y los elementos promotores de sanidad son tan importantes como el estado mismo de la persona. Eso es tan verdadero que muchas veces esperamos que los miembros en la iglesia se comporten como “creyentes”, o sea, que tengan fe y fortaleza para enfrentarse a los
problemas; pero a ellos no les ofrecemos un ambiente alentador y confiado. El resultado es confusión, desánimo y más enfermedad. La salud integral se distingue por hacer inversiones significativas en todos los ámbitos del desarrollo humano desde la primera edad. Se consigue cuidando con denuedo de todos los aspectos de la formación del individuo. Lo contrario, ministrar sin tomar en cuenta el ser entero sería formar seres partidos, esquizofrénicos. Y lamentablemente es lo que vemos en gran parte de nuestras comunidades eclesiásticas.
2. Características y elementos de una comunidad terapéutica Considerando que una comunidad es hecha de personas, es conveniente que tratemos de definir qué es una persona con salud integral. Algunos autores han relacionado diferentes características de la persona saludable. Marie Jahoda presentó estos criterios: Es una persona que se valora, se acepta y tiene confianza en sí misma; Su grado de auto superación es tal que es capaz de ver una experiencia difícil como motivo de crecimiento; Puede resistir al estrés; muestra una buena integración de la personalidad; Es autónoma, relativamente independiente de las influencias sociales; Tiene desarrollada empatía o sensibilidad social; Se adapta a su medio ambiente. Harry C. Meserve enumeró diez características de una “persona religiosa que goza de salud integral”, que resumiendo la definiría como una persona que: Es capaz de analizar y retener lo que le conviene sobre las creencias e ideologías; Está en contacto con la realidad aunque guarda su integridad y libertad de juicio; Goza de paz y tranquilidad mental y espiritual tanto en sus emprendimientos como en sus relaciones; Tiene una actitud abierta y positiva hacia los que le rodean; Ha logrado un equilibrio sano entre la autocrítica y la confianza en sí mismo; Disfruta del mundo y de su gente; Es capaz de reconocer que tiene unas necesidades y es humilde en buscarlas. Los criterios aquí presentados recalcan la importancia de conocerse a uno mismo, la importancia de la auto aceptación, la autoestima y las buenas relaciones interpersonales. También ponen énfasis en la importancia de disfrutar del mundo y ser parte activa de él.
Una persona sana es una persona que acepta su finitud y se pone límites a sí misma, encuentra significado a su existencia, hace de la gratitud un estilo de vida, entiende y admite el sentido que hay en el sufrimiento, es capaz de posponer el contentamiento con base en unos objetivos, mira no sólo por sus intereses sino también por lo de los demás. A partir de esas descripciones de persona con salud integral, podemos plantearnos unos elementos que caracterizan a una comunidad terapéutica:
El incentivo a una atmósfera o clima de convivencia, pautada en la aceptación, en el respeto, el compromiso y la comprensión entre sus miembros.
Como el nombre sugiere, ser agente de cura, liberación, ofreciendo ayuda y asistencia a los que la busquen, actuando de manera a restablecer la salud, pero sobre todo de manera preventiva.
Una acción facilitadora del proceso de crecimiento hacia la madurez.
Ser instrumento de gracia y compasión para sus miembros.
La iglesia como comunidad sanadora no puede confundirse con un grupo que viene a satisfacer sus necesidades psicológicas mediante un espléndido programa de actividades. Será una comunidad constantemente estimulada a redescubrir los elementos terapéuticos que contienen la Biblia y la herencia cristiana, teniendo a Jesucristo en el centro de la relación salud-salvación, recuperando la integralidad del ser humano en la relación entre la fe (como práctica religiosa) y los demás elementos que componen esa unidad integral: salud emocional, orgánica/física, social, económica. En la iglesia en cuanto agencia de salud no hay solamente objetos sobre los que se despliega esa labor sino también sujetos, que potencian la cualidad sanadora de su comunidad por medio de su acción en el mundo. Es una acción conjunta y recíproca porque se la define como “comunidad”.
TEST 3
1. “Sólo el médico herido cura, y aún él, no puede curar más allá de la medida en que se ha curado a sí mismo.” Esa frase es de: ( ) Sigmund Freud ( ) Victor Frankl ( ) Carl Jung
2. ¿Qué significa “salud integral”? ( ) Una persona fuerte en todos los sentidos. ( ). Se refiere al hombre total: espíritu, alma y cuerpo
( ) Salud del espíritu de la persona.
3. Son características de una persona sana: ( ) Nunca enferma, habla mucho, come bien. ( ) Aceptación, autoestima, gratitud.
4. ¿Qué elementos definen una comunidad terapéutica? Indique la afirmación correcta: ( ) Médicos y psicólogos con un programa de actividades. ( ) Charlas sobre salud y un ambiente tranquilo. ( ) Comunión, aceptación y compasión
CUARTA PARTE ¿CÓMO SER UNA COMUNIDAD TERAPÉUTICA?
Se dice que algo es “terapéutico” porque se ocupa de tratar. Cuando se puede tratar una enfermedad a partir de unas técnicas o sustancias se dice que se aplicó una terapéutica. Y es terapéutico porque promueve sanidad. Entonces aquí la pregunta que planteamos es ¿Cómo la iglesia puede ser terapéutica en sus “técnicas” y en los elementos que aplica al tratar con las personas? Si un médico es experto en descubrir lo que tiene un enfermo, es capaz de hacer un rápido y preciso diagnóstico de su situación, es tenido en gran estima y consideración. La gente lo busca porque tiene fama de hacer diagnósticos precisos. Pero luego, si se queda ahí y no avanza hacía un buen tratamiento, la gente tendrá que irse a buscar otro que sea especialista en la cura de la enfermedad. Lo mismo pasa con las iglesias: si somos expertos en desvelar las enfermedades de la gente, sus males espirituales y emocionales, pero luego no somos capaces de ofrecer la cura integral, la solución para sus problemas y enfermedades, no hemos hecho gran cosa porque ellos tendrán que seguir buscando en “otras fuentes” la salida para su situación. Aunque nuestra preocupación sea promover salud y cura, no podemos ignorar que la iglesia está formada por personas afectadas por el pecado, que han sido regeneradas, pero que todavía viven en este mundo. Así que, hablar de comunidad terapéutica significa hablar de un grupo que por medio de la comunión en amor y compromiso busca facilitar el bienestar y crecimiento unos de los otros, en mutua cooperación. Pero no significa que tenga que ser perfecta, sino eficaz en su labor en el sentido de ser integral. Así como el médico eficiente trataría de completar su tarea además de un buen diagnóstico con un tratamiento adecuado. Es muy común que encontremos iglesias con un excelente programa de culto, con unas estructuras y recursos para diferentes actividades; sin embargo, fallan porque no ofrecen respuesta a las inquietudes de la gente que se les acerca. Las personas se acercan al templo y encuentran un ambiente agradable, la mayoría de las veces son muy bien recibidas. Pero queda ahí la cosa. No sienten que haya apoyo concreto para enfrentar las dificultades de la vida diaria, como son la educación de un hijo con problemas, la administración de la escasez financiera, los miedos, la falta de perspectiva de trabajo, las inquietudes de los jóvenes, o conflictos conyugales. Lamentablemente hay iglesias que han aprendido a captar el interés de la gente, pero no se preparan para mantenerlas motivadas, enseñándolas a vivir según la perspectiva del Reino. Si una persona se convierte en esa comunidad y no recibe de forma consistente y continua el alimento y el tratamiento adecuado, no va a crecer, todo lo contrario: lo más probable es que enferme. Por otro lado, los miembros de hace mucho en la iglesia por lo general adquieren a la larga actitudes y comportamientos fruto del bagaje cultural y familiar de su pasado que se mezclan con la nueva vida. Muchas veces, se da por sentado que por haber nacido de nuevo ya está listo para caminar hacia la vida eterna. Pero no es eso lo que la Palabra nos enseña. Ella nos dice que tenemos que cuidarles continuamente: “Sobrellevad los unos las cargas de los
otros, y cumplid así la ley de Cristo.” (Gálatas 6.2). A eso llamamos discipulado. Y en ese proceso de crecimiento hacia la madurez espiritual todos los aspectos de la vida del creyente deben ser considerados, para promover salud integral. De esa forma, podemos decir que la iglesia actuará como comunidad terapéutica en la misma proporción en que trabaje en dos direcciones principales: preventiva y curativa. Indiscutiblemente, la terapéutica eficaz empieza por un trabajo preventivo antes que curativo. Eso es verdadero para todas las áreas del conocimiento humano, desde el físico, pasando por el psicológico, social, económico y por supuesto espiritual. Lástima que la mayoría de las veces somos tentados a dejar pasar las cosas, sin un trabajo de seguimiento, hasta que nos enfrentamos al problema formado. Solo entonces hay alguna reacción, que en esos casos puede presentarse tardíamente, requiriendo una acción curativa. El pastor y psicólogo Pedro Álamo Carrasco, en su libro La iglesia como comunidad terapéutica, ha escrito sobre esas dos áreas de acción de la comunidad que pretende ser sanadora. Sus ideas y propuestas coinciden con lo que bíblicamente son las herramientas que podemos disponer para desarrollar la labor terapéutica.
1. Modelos terapéuticos: preventivo y curativo Primeramente creo ser relevante citar como base bíblica el texto donde Pablo instruye a la iglesia sobre su papel terapéutico en la comunidad de los santos: “Por lo cual, animaos unos a otros y edificaos unos a otros, así como lo estáis haciendo. […] También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1Tesalonicenses 5.11,14, RV 1995). Podríamos citar varios otros textos que respaldan la tarea terapéutica de la iglesia. Algunos de ellos seguirán en las próximas líneas. 1.1 Modelo preventivo: Prevenir significa advertir de manera anticipada sobre algo, es evitar una circunstancia que sea indeseada. Ese modelo como recurso para evitar futuras enfermedades debería ser perseguido por toda y cualquier comunidad que pretenda vivir la vida abundante que nos ha prometido el Señor Jesús. Esperar a que pasen las cosas para entonces actuar no es de sabios ni bíblico. ¿Qué principios podemos considerar preventivos? En primer lugar, es clave que una persona para gozar de salud tenga sus necesidades básicas satisfechas. Ya hemos hablado de ello. Preventivamente la iglesia debe ser una comunidad de amor donde la aceptación es la base. El principio de aceptación y amor incondicional es un legado del evangelio de Cristo; sin eso, uno no puede deshacerse de su carga existencial y gozar de sanidad. Podríamos afirmar que, de ser así, uno que se convierte pasa a gozar automáticamente de sanidad y se siente liberado. Debería ser así, pero en la práctica no lo es. Por ello muchas personas en la iglesia siguen comportándose como si aún necesitara esa “aceptación” casi como una absolución para sentirse liberado y pleno.
La iglesia puede promover ese ambiente de aceptación empezando por una actitud de tolerancia, respeto, perdón real, acogimiento. Dice la Palabra: “Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones.” (Romanos 14. 1); “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” (Gálatas 6.1). Ese espíritu de tolerancia y aceptación es ejemplificado en la persona de Cristo que en diferentes ocasiones ha rechazado al pecado pero ha acogido al pecador. Además, Jesús ha dicho que seríamos reconocidos por el amor de unos para con los otros: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros.” (Juan 13.34-35, RV 1995). “Como yo os he amado”, es decir, de manera incondicional. Una iglesia que no desarrolla un espíritu de aceptación consciente entre sus miembros está propensa a enfermar. En segundo lugar, en la misma línea de las necesidades básicas encontramos el sentimiento de estima, significado. Una persona que no se siente de valor es insegura, temerosa. Lo que da sentido a la vida de uno es saber que vale para algo. Quien vive la vida sin un “para qué” es un fuerte candidato a una depresión como mínimo. En Efesios capítulo 4 Pablo hablando sobre los dones deja claro que el ejercicio de los dones promueve la edificación de la iglesia como cuerpo. Podemos incluso afirmar con base en otros textos de la Palabra que los dones han sido dados para que el creyente tenga de parte de Dios su “para qué” vivir. La iglesia como comunidad terapéutica actuará preventivamente brindando oportunidades a sus miembros para que crezcan en la fe a través de un proceso de discipulado con el descubrimiento y desarrollo de sus dones para una vida de significado. En tercer lugar, aunque no necesariamente en ese orden, está la necesidad de pertenencia, sentirse parte de. Lo peor que puede pasar a un nuevo miembro de una comunidad cristiana es sentir que no tiene un lugar en el cuerpo. El ser visto, ser considerado en el grupo es una señal de haber sido incluido, estar integrado al mismo. Cuando la comunidad se preocupa por sus ausencias, cuando es nombrado en el grupo, cuando se le asigna una tarea y se cuenta con él para lo que sea, se le está afirmando que pertenece al grupo. A eso llamamos comunión. En la iglesia primitiva, todos estaban juntos y tenían todo en común y exactamente por eso la iglesia creció tanto. Era de verdad una comunidad. Uno que vive en ese espíritu de comunión ahuyenta la soledad que tanto asalta a la sociedad de nuestros días y se siente arropado. Hasta el acercamiento físico, el abrazo, la mirada empática son maneras de reforzar el sentido de pertenencia. El secreto de la iglesia del primer siglo eran los grupos pequeños. Esta es una excelente estrategia incluso para nuestros días para integrar con más rapidez a un nuevo creyente y volver a encender la llama de la comunión entre los más antiguos de la iglesia. En cuarto lugar, está el principio de la finitud humana. El reconocer este aspecto de nuestra condición humana nos ayuda a mantener cada cosa en su lugar y dejarle a Dios el control de todo. Aceptar nuestros límites nos ayuda a liberarnos de excesiva carga, a la vez que nos permite ser más tolerantes y compasivos con los demás. Si en la iglesia existe ese sentir, se pondrá a las personas por encima de las reglas y estructuras, porque aceptamos nuestra naturaleza finita y limitada. Pero hay que tener especial atención para con el principio de santidad que nos hace recordar que aunque somos humanos y fallos fuimos llamados a una
vida separada para glorificar a Dios. Eso implica en una actitud de dependencia y obediencia a su voluntad, es decir, vivir de modo agradable a Dios. Hay muchos otros principios que podríamos citar en el ámbito preventivo. Pero también merece la pena tratar aquí de algunas disciplinas y herramientas espirituales que funcionan como elementos preventivos en la experiencia cristiana:
La adoración. A través de la adoración, el hombre tiene una experiencia de intimidad y acercamiento con su Dios, Creador y Redentor. Hemos sido creados para la gloria y la alabanza de Dios (Isaías 43.7,21). También en el Nuevo Testamento encontramos varias referencias a la práctica de la alabanza. El ejercicio de esta disciplina espiritual llena a la persona de significado, luego es terapéutica.
La obediencia y santidad. Hemos hablado anteriormente de la necesidad de cumplir ese principio bíblico que es clave para la persona que dice andar con Dios. El Señor nos ha llamado a la santidad (1Pedro 1.15-16). También nos advierte que “Si queréis y obedecéis, comeréis lo mejor de la tierra” (Isaías 1.19, LBLA). La bendición viene por la obediencia. La iglesia que se propone a ser una comunidad sanadora no puede prescindir de este principio por el bien de sus miembros. Hoy en día hay una idea equivocada de que al ser una comunidad que defiende la libertad y los derechos individuales la iglesia no debe obligar a nadie a nada. Pero el principio de obediencia y de vida santa no es opcional. Dios no negocia con su lugar de Señor Soberano en la vida de sus hijos. Esa trampa del enemigo pone en peligro la iglesia de Cristo, causando graves consecuencias al bienestar del pueblo.
La oración. El texto de Santiago 5.13-16 es de una riqueza impresionante en cuanto a esta y otras disciplinas espirituales que participan preventiva y curativamente de la experiencia cristiana. Dice: ¿Está alguno entre vosotros afligido? Haga oración. ¿Está alguno alegre? Cante alabanzas. ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. (RV 1995)
En diferentes situaciones en la vida de la iglesia primitiva la oración fue el elemento liberador y sanador para los creyentes. No debe ser diferente con la iglesia hoy.
La confesión y el perdón. Aunque en principio estas disciplinas funcionen de manera curativa, el poder del perdón y del compañerismo puede frecuentemente prevenir, aliviar e incluso frenar la enfermedad. Si las practicamos en el seno de la iglesia, evitaremos consecuencias irremediables. De ser así, el perdón y la confesión andan de la mano. El texto de Santiago citado habla tanto del perdón como de la confesión como parte del proceso de cura entre el pueblo de Dios.
La gratitud. Un espíritu agradecido es todo lo contrario de un espíritu amargado y pesimista. El autor de Hebreos dice que la raíz de amargura cuando brota perturba y contamina a muchos (Hebreos 12.15). La gratitud, a igual que la alabanza,
libera. Pablo hablando a los tesalonicenses dijo: “Dad gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para vosotros en Cristo Jesús” (1Tesalonicenses 5.18, NVI).
La devoción a través de la Palabra. Para gozar de salud física sabemos que hace falta ante todo tener una buena alimentación. El creyente que quiera gozar de sanidad espiritual necesita dedicar tiempo a la devoción y estudio de la Palabra. Pablo da a Timoteo varios consejos en cuanto a la lectura y devoción a la Palabra como medio para ejercer eficazmente el ministerio. Y Pedro en su primera carta orienta: “desead con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, creceréis en vuestra salvación” (2.2, NVI).
La educación cristiana y el servicio también son elementos importantes en el proceso preventivo con vistas a una vida sana e íntegra. Trataremos de ambos cuando hablemos de la tarea terapéutica.
1.2 Modelo curativo: Salud no es simplemente una realización individual, sino una condición de armonía con la comunidad más amplia. Si estoy sano, la comunidad disfruta, si no, lo sufre; y viceversa. Comunidades terapéuticas son comunidades de personas que reconocen que necesitan de cura, de personas que se disponen a curar y que están involucradas enteramente en ese proceso. La labor curativa de una comunidad que se propone ser sanadora exige amor y compromiso. Pero hablar aquí de amor es recordar lo que dice Pablo sobre el tipo de amor que funciona: el amor “ágape”, sacrificial a ejemplo de Cristo. Es fuerte la palabra del apóstol cuando dice que “aunque tenga fe... sea muy liberal y misericordioso, tenga un poder en la palabra extremado, pero si no tengo éste amor ágape, de nada me sirve”. El “camino excelente” a que Pablo se refiere es todo un desafío para nosotros los creyentes en Cristo. Cuando pensamos en cura, significa que ya existe una enfermedad. Mientras el trabajo preventivo, como el nombre ya dice, es previo, el curativo entra en acción para extirpar el mal que se alojó de alguna manera en la comunidad. Esa es una tarea delicada que requiere unas pautas para una adecuada intervención. Lo primero que debemos considerar es que la sanidad se origina en Dios. Él mismo se encarga de tratar y curar. Porque toda la iniciativa de restaurar el hombre caído ha sido de él. Dice la Palabra: “Él es quien perdona todas tus maldades, el que sana todas tus dolencias” (Salmo 103.3, RV 1995). No sólo ha tomado la iniciativa, sino que desea que tengamos salud (Éxodo 15.26). Se declara como nuestro Dios Sanador, Jehová-Rafa. También da una promesa: “Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti” (Éxodo 23. 25). En el texto en Deuteronomio 32.39 Dios afirma que él tiene el control de la vida y de la muerte, de la enfermedad y de la salud. En resumen como comunidad terapéutica necesitamos actuar en la dependencia de Dios. En 2Crónicas 7.14 Dios afirma que cuando le buscamos de manera sincera y humilde él nos escucha, perdona y sana. Otro elemento importante en el proceso de cura es la búsqueda humilde. Y a continuación, la confesión para el perdón de pecados. Ya hemos
hablado de ello, pero cuando se trata de una intervención curativa, dónde esté involucrado un pecado no confesado, ese es un elemento decisivo. Pero no siempre el problema tiene que ver con pecado. Cabe a los líderes la sabiduría y discernimiento de parte de Dios para tratar cada caso. Lo que sí es cierto: la búsqueda humilde y sincera es una condición. Aquí también la oración tiene un papel importante en el proceso. La mayoría de las veces en el desarrollo de la labor ministerial, la iglesia descuida de las personas a tal punto que cuando llega a actuar sólo le queda la terapéutica “quirúrgica” con resultados muchas veces traumáticos. Lo que pasa lamentablemente es que tememos tratar las cuestiones, enfrentar de frente la situación, procurando con eso evitar dolor; pero es todo lo contrario. Así que más vale que la iglesia se ocupe de desarrollar programas y estrategias preventivas para no tener que llegar a extremos que lastimen a todo el cuerpo.
2. El proceso de restauración: la disciplina en la iglesia Cuando la iglesia se choca con la realidad del hombre imperfecto, caído, no tiene más remedio que trabajar con él para su recuperación, porque para eso Cristo murió: para devolver la dignidad del ser humano. A ese proceso llamamos restauración. La palabra “restauración” viene del latín restaurare, y significa reparar, renovar o volver a poner una cosa en aquel estado o estimación que antes tenía. Ese proceso no es cosa fácil: requiere tiempo, paciencia y mucha dedicación. Podemos pensar en restauración como recuperación en varios ámbitos de la experiencia humana. En situaciones de pérdida, enfermedad física, quiebra en los negocios, separación conyugal, etc. Aunque en todos estos y otros ejemplos podríamos orientar un proceso de tratamiento hacia la sanidad, aquí vamos a detenernos en la experiencia de caída, desliz provocado por pecado. Cuando hablamos de la restauración de una persona, los factores que entran en juego son muy variados. Cada uno de nosotros es único, tiene un bagaje, un trasfondo, unos condicionantes particulares, tanto familiares como personales y sociales que nos predisponen a pensar y actuar de formas radicalmente distintas a como lo harían otros e, incluso, a como lo haríamos nosotros mismos en otras circunstancias y momentos de la vida. Tratar de restaurar una persona en su condición de deterioro o caída es considerar todos estos aspectos del entorno para comprender y actuar de manera coherente y eficaz. Ahora bien, nadie que se atreva a hablar de restauración puede hacerlo desde una actitud prepotente, como si nunca hubiera descendido a las puertas del infierno. Solo se puede hablar de restauración desde la experiencia de pecado, con la conciencia alerta para no olvidar lo que todos nosotros somos: pecadores en proceso de restauración por la gracia de Dios. En ese sentido, merecería la pena recordar las veces que hemos caído y qué proceso hemos seguido para volvernos a levantar y caminar con dignidad, como hijos de Dios: “Por lo tanto, si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer” (1Corintios 10.12, NVI). Todo lo contrario, nuestras experiencias duras deben servir para que desarrollemos empatía y compasión hacia aquellos que ahora están carentes de ayuda. La restauración tiene que tener como principio vital ayudar a las personas a recuperar su dignidad y a potenciar el estado de libertad en todos los sentidos de la existencia.
En la Palabra encontramos muchos ejemplos de hombres que siendo temerosos a Dios en algún momento de sus vidas tropezaron y necesitaron ayuda para volver a levantar. A estos se les ha dado una nueva oportunidad de seguir adelante y eso resultó en gloria al nombre del Señor y edificación de muchos hasta los días de hoy. Por ejemplo, ¿qué posibilitó que David, en cuyos salmos nos deleitamos, fuera restaurado por el Señor y continuara reinando después de haber adulterado, mentido y asesinado a uno de sus leales súbditos? ¿Cómo pudo Pedro escribir las cartas que tanto nos inspiran, después de haber negado al Señor Jesús tres veces? En Consejería de la persona, Pedro Álamo afirma: “Así son las cosas, desierto y tierra prometida no se pueden separar, como tampoco se puede entender la liberación sin la esclavitud...”(p. 11). De igual manera, ¿cómo podremos concebir la restauración sin la caída? ¡Si la iglesia fuera capaz de comprender la verdadera dimensión de la restauración cristiana! Si la iglesia tomara conciencia de que no está para juzgar a los demás, sino para ejercer misericordia, la restauración sería posible. La humildad es la mejor compañera de la restauración ya que, a partir de ahí, nos acercamos al otro con la actitud correcta, dispuestos a socorrerle en momentos de debilidad, incluso de rebeldía y, por qué no, de pecado. ¡Cuántas personas se han distanciado de la iglesia por haberse aplicado un procedimiento equivocado, una medicina incorrecta! En el proceso de restauración ha de tenerse en cuenta tanto el origen del problema como las metas que se desean conseguir, tratando de analizar las causas que han provocado los cambios tanto negativos como positivos con el fin de instaurar una nueva pauta de conducta que permita a la persona el control de las diferentes situaciones que se le presenten. No es extraño en terapia de conducta con toxicómanos o alcohólicos enseñar y ensayar pautas de conducta que permitan aprender a rechazar las ofertas de consumo cuando vuelvan a su vida cotidiana. Así se completa el proceso dando a la persona recursos para sobreponerse a las circunstancias debilitantes y poder caminar con la frente en alto. Pedro Álamo sigue diciendo que la tarea de recuperar una persona en la comunidad de la iglesia debe incluir unas metas de manera que el proceso de restauración alcance sus objetivos. ¿Qué pretendemos exactamente con recuperarla? Destacaremos algunas de las metas principales: La reconciliación. Ésta es la principal: restaurar la relación del hombre con Dios y con su prójimo (la comunidad de creyentes). Dice la Palabra: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación […] y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. (2Corintios 5.17-19, RV 1995) Vale destacar que lo de nacer de nuevo es un hecho en la vida del creyente. Así que la reconciliación en el sentido de nueva vida ya la tiene. Lo que no excluye que en algún momento se haya apartado del Señor y tenga su comunión comprometida. Además, el mensaje de reconciliación también alcanza las relaciones de persona a persona:
Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda. (Mateo 5.23-24, RV 1995). La comunión. Podríamos decir que la comunión es el efecto visible de la reconciliación. En 1Juan 1.7 (RV 1995) encontramos: “Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado”. La santidad. Restituir la relación y sanar heridas que puedan ser de tropiezo supone llevar a la persona implicada a andar por un nuevo camino: el camino de la santidad. Implica apartarse de todo que recuerde a la mala experiencia y el pecado en su caso y entregarse en humilde sumisión al Señor. “Seguid la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12.14, RV 1995). La paz aquí se refiere a “reconciliación”, “hacer la paz”, lo contrario de conflicto, enemistad. El equipamiento y la maduración. En un momento de la enseñanza de Jesús mientras enseñaba sobre una persona que estuvo dominada por Satanás en proceso de liberación, él dijo que el cuidado con su espíritu recién liberado evitaría que volviera a caer (Mateo 12.43-45). Tratar de equipar y fortalecer al caído, además de crecer y madurar, le ayuda a evitar volver a caer. En Efesios 4.11-13 (NVI), Pablo dice: Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo. El discipulado consistente y el ejercicio de los dones espirituales es la manera de equipar y ofrecer condiciones de crecimiento en plenitud al pueblo de Dios. Hasta el versículo 17 Pablo sigue haciendo referencia a estar íntimamente ligado a Cristo para crecer estable y bien afirmado. La iglesia que quiera actuar como comunidad terapéutica debe dedicar especial atención a un programa de discipulado permanente. Además, cuando los creyentes reconocen sus dones y tienen la oportunidad de desarrollarlos, se produce edificación y ayuda mutua que genera salud integral. La gloria de Dios. Como ya hemos mencionado anteriormente, fuimos creados para la gloria de Dios, y, como si no fuera suficiente, todo lo que nos pasa también debe de tener como meta final glorificar su nombre. Así dice la Palabra: “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1Corintios 6.20) y: “En conclusión, ya sea que comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1Corintios 10.31, NVI). Aun por más dura que sea la prueba o la caída, el precio pagado por Cristo en la cruz para nuestra redención ha sido muy alto: precio de sangre. Por medio de Él tenemos acceso a la gracia que nos libera y restaura plenamente. La obra de Cristo es eficaz, permanente y eterna. Eso es reflejo de la gloria que nos aguarda en el cielo. La Palabra nos promete que:
[…] después de que hayáis sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que os llamó a su gloria eterna en Cristo, os restaurará y os hará fuertes, firmes y estables. A él sea el poder por los siglos de los siglos. Amén. (1 Pedro 5.10, 11, NVI) ¿Necesitamos más motivos para darle gloria a él en todo y por todo? Ahora que hemos hablado del proceso de restauración y los aspectos implicados, queda hablar de la actuación de la iglesia cuando dicho proceso prevé una disciplina específica. Entiéndase “disciplina” aquí como la acción educativa y/o correctiva frente a una conducta reprochable. Recuerda: el objetivo es restaurar, sanar. Es importante destacar que “disciplinar” significa instruir a una persona a tener un determinado código de conducta u orden. Pues, de ser así, aplicar disciplina a una persona de la comunidad no siempre significará aplicar una sanción. De hecho, es muy fácil penalizar: dar a uno una falsa idea de que el tema está resuelto. Pero muchas veces el mal sigue ahí y a la larga contaminará toda la comunidad. ¡Eso para nada es “terapéutico”! La corrección es exactamente lo que se pretende: corregir el rumbo. Eso puede representar un proceso aun más largo de enseñanza y recuperación. Aquí todos los elementos para una terapéutica preventiva deben entrar en acción. Por cierto, el trabajo preventivo pasa por una disciplina si la entendemos como un estilo de conducta educativa y formativa. A eso debería dedicarse la iglesia que pretende ser comunidad terapéutica. La disciplina en la iglesia cumple por lo menos tres funciones. Primero, sirve para despertar al pecador de su situación. Segundo, la disciplina sirve para advertir a toda la iglesia. Tercero, la disciplina es necesaria para la salud del pueblo de Dios. Ahora bien, si la situación causante ha llevado a la persona al extremo en su conducta moral y cristiana, la Palabra nos da unas pautas para actuar en el ejercicio de la disciplina para que no solo se le corrija sino que también haya cura en medio del pueblo de Dios: “Así pues, armaos de valor y no os dejéis vencer por el cansancio, y encaminad vuestros pasos por senderos llanos para que el pie cojo no sufra una nueva torcedura, sino que pueda, más bien, sanar” (Hebreos 12.12-13). Por lo general son los líderes de la iglesia los que se hacen cargo de conducir la disciplina, aunque la autoridad de aplicarla es de la iglesia en cuanto comunidad. La orientación bíblica es de que se actúe de manera discreta, en espíritu de amor, humildad y perdón (véase en Mateo 18.15-20; Gálatas 6.1; Hebreos 12.5-11; Santiago 5.19-20). Esos textos bíblicos señalan un orden de intervención gradual, según sea la actitud y receptividad de aquellos a quienes tratamos de ayudar y disciplinar: a. Exhortación; b. Amonestación; c. Reprensión, privada y/o pública; d. Suspensión, parcial o total (temporal o permanente); e. Separación.
Como hemos dicho al inicio, la disciplina en el proceso de restauración no es cosa fácil de aplicar. Hemos sido educados con unas leyes que muchas veces nos impiden vivir con libertad y tranquilidad el mensaje de gracia y amor del evangelio de Jesucristo. ¿Cuándo fue que nos desviamos de su propósito? Desde siempre. Lo que pasa es que el hombre para mantener el control de las cosas y hacer frente al liderazgo que le ha sido asignado en la iglesia volvió a adoptar un sistema de reglas que sofocan el amor y la gracia. Por lo general en las iglesias se adoptan algunas reglas que son más o menos rígidas dependiendo del “grado” de la falta cometida. Muchas veces el hecho de que el pecado cometido sea visible lleva a la iglesia a aplicar una corrección más severa que en otros casos. La pregunta que hacemos siempre es: ¿Cuál debe ser el criterio para definir qué tipo de corrección o disciplina aplicar en cada caso? El miedo a perder el control de la situación nos lleva a actuar de manera rígida y alejada. Confundimos libertad y cercanía con abuso y desmadre. Pero no tiene que ser así. El amor bíblico es firme y consistente, y a la vez tierno y acogedor. Los ejemplos de disciplina ejercida por Jesús de que tenemos conocimiento por los Evangelios nos dan prueba de ello. Uno de los más contundentes es el de la mujer adúltera: fue sabio, amoroso, aunque firme y directo. Aceptó a la mujer, pero rechazó su pecado. Le ha dado una nueva oportunidad y orientación para su vida futura. Así que el mejor criterio es el del amor y la restauración del hermano caído. Si por razones de testimonio y sanear la comunidad hiciera falta una sanción más explícita, que se haga en un espíritu de gracia, paz y sabiduría de lo alto (Santiago 3.17-18). La labor terapéutica de la iglesia en cuanto a restaurar al perdido deberá desarrollarse con base en el ejemplo del Señor y las orientaciones de su Palabra, buscando depender enteramente de él para actuar con el objetivo de ganar la persona y sanar la comunidad.
3. El liderazgo y la consejería
De todo lo que hemos tratado hasta aquí, está claro que la tarea de promover sanidad integral implica tanto los miembros como el liderazgo de la iglesia. Es un trabajo conjunto. Pero tenemos que reconocer que sobre el líder (pastor) o los líderes en general pesa la mayor responsabilidad de ofrecer en su labor un ambiente que fomente bienestar y crecimiento. Por ello, el líder deberá ser el primero en aplicar los principios de una vida sana en todos los aspectos. El cuidado personal del líder es imprescindible para que pueda hablar y trabajar por la salud de la comunidad. Uno no puede decir que algo es bueno y necesario si no le sirve a él primeramente. Una vez más Jesús es nuestro ejemplo de hacer bien las cosas. Él aunque tenía una agenda completa cada día, procuraba apartar tiempo para descansar, estar tranquilo. También nos dejó ejemplo de la práctica de las disciplinas espirituales como es la oración y la devoción. Es un grave error pensar que porque ya hemos crecido mucho en el conocimiento y relación con Dios, no nos hace falta tomar tanto tiempo para estar en comunión más íntima con él.
Una comunidad que quiera ser sanadora necesita líderes maduros y sanos; que sean conscientes de sus límites y debilidades. Deben ser personas dispuestas a la ayuda para tratar cuestiones de su vida donde haya conflictos y trastornos. Siempre decimos que los líderes no son perfectos y que también son gente: Y eso es cierto. Lo que ocurre es que muchas veces son ellos los primeros a presentar una imagen de santidad y perfección que confunde y compromete la congregación. “La medida con que medimos nos medirán también”… Lamentablemente en los seminarios e institutos teológicos poco o nada se hace en el sentido de preparar y tratar el líder en formación de manera que goce de salud integral y esté en condiciones de llevar una congregación equilibrada y sabiamente. Será entonces en el caminar cotidiano con el Maestro que el pastor o el líder encontrará los recursos necesarios para desarrollar sus funciones satisfactoriamente sin perjuicio personal ni de la comunidad. En ese sentido, el líder debe ser el primero a proponerse un discipulado transformador, en un trayectoria íntima y diaria con Cristo. Pablo orientando al joven líder Timoteo dijo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (1Timoteo 4.16, RV 1995). Es muy cierto que se exige mucho del líder espiritual y éste muchas veces se encuentra bajo mucha presión. Así que con mayor razón deberá cuidarse a sí mismo de tal manera que esté capacitado para cuidar de los demás. Y sobre todo tener el cuidado de no caer en la trampa de “eficiencia X aceptación”. El líder eficaz no necesariamente es el que es más acepto en la comunidad. Es importante aprender a “hacer lo que hay que hacer” , “estar donde se tiene que estar”. Eso requiere un considerado nivel de sanidad. Hay que trabajarse en ese sentido para lograr éxito en la tarea. Aprender a “escuchar” sus sentimientos y velar por su salud emocional y mental. Si es necesario recurrir a una ayuda especializada. Las demandas del ministerio son muchas y variadas: tratar con personas es un gran desafío. No podemos tomarlo a la ligera; haciendo como muchos que para librarse del peso que supone la misión se dedican a la tarea más que a las personas. Es decir, muchos líderes creen que pueden hacer una buena labor llenando la agenda de la iglesia con innumerables actividades y programas de alta categoría. No es malo que se planee buenas actividades y programas interesantes. Lo que no se puede es reemplazar el cuidado pastoral, cercano e integral por los programas. ¡Eso será un desastre para la salud de la iglesia! También tenemos que considerar el líder que, aunque tiene unos cuidados personales y sabe equilibrar su trabajo, su liderazgo es más bien controlador, del tipo “caudillo”, que tiene la comunidad atada a sus órdenes y voluntad. Si bien no sufre tanto porque tiene el dominio de la situación, hace sufrir a los demás y por tanto enferma a la iglesia. Muchos líderes y pastores actúan motivados por el sentimiento de poder que conlleva su función y no por el llamado al servicio en humildad que Cristo demanda. Una comunidad bajo ese tipo de liderazgo funciona en un ambiente de tensiones, que genera situaciones conflictivas, falta de comunicación, todo lo contrario a la salud que buscamos. Un grupo que tiene como líder a una persona controladora o paternalista, como mínimo no crece y por supuesto no madura. Tanto el que quiere hacer todo solo o el que manda hacer actúan de manera controladora, y ese tipo de liderazgo no produce sanidad en el seno de la iglesia.
Pero hay también el líder cuyo lema es “el bienestar y la tranquilidad”; no se molesta ni molesta a nadie. Todo está bien siempre y deja margen a que la gente haga como mejor les parezca. Ya está probado que el consentir genera inseguridad y luego inmadurez. Las personas necesitan que se les oriente, enseñe a hacer, y que se les acompañe en el proceso. Eso es así para los niños que se fijan en sus padres para saber cómo comportarse e igual pasa con los grupos con sus líderes. El líder que trabaja permisivamente en principio puede ganar la popularidad y el aprecio de los demás, para luego perderlos por falta de consistencia y determinación. El liderazgo que funciona es el que va a demandar de uno más esfuerzo e inversión. Es aquel que “trabaja con” los demás: hace y enseña a hacer en un clima de compañerismo. Claro está que ese estilo de liderazgo lo ejerce aquel que tiene una personalidad equilibrada, madura y bien resuelta consigo mismo. No se siente amenazado por el crecimiento del grupo, o porque uno se destaque en sus funciones. En general este líder incentiva la descubierta de los dones y su ejercicio comprometido. Ofrece oportunidades de servicio y trabaja orientado hacia unas metas. Lo único es que ese líder una vez que trabaja fuerte en la enseñanza y formación debe procurar no descuidar del trato más personal con la comunidad. Tal como los alumnos perciben cuando el profesor les es cercano y que sus enseñanzas van dirigidas a ellos y no a pesar de ellos; así el pastor o líder de la iglesia debe hacer que su trabajo alcance las necesidades y anhelos de los miembros. Para ello, invertir tiempo en la comunión ayudará a mantener el compañerismo y equilibrar el trabajo educativo. Hasta aquí hemos hablado del cuidado del líder hacia sí mismo y de su papel en el liderazgo. Pero hace falta puntualizar también aspectos de la relación con los miembros y su capacitación para la tarea. Con respecto a la relación con los demás, es clave que el líder, sobre todo si éste es el pastor, reciba de parte del Espíritu Santo el don para ejercer el ministerio. La Biblia habla de sus cualidades, pero lo más importante es su actitud hacia aquellos que estarán bajo sus cuidados. La tarea del pastoreo requiere amor, sabiduría, sacrificio, entrega, empatía, compasión, discernimiento. Mucho más podríamos decir de la persona del pastor. Pero lo más destacado aquí es el sentimiento de servicio: el pastor es siervo. Eso puede que confunda la cabeza de aquel que aspira al ministerio, porque puede que piense que será servido, pero es todo lo contrario. Dice el autor a los Hebreos 13.17: “Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos, porque ellos velan por vuestras almas como quienes han de dar cuenta, para que lo hagan con alegría, sin quejarse, porque esto no os es provechoso” (RV 1995). Ese es el espíritu: servicio abnegado, desinteresado. Ahora, es necesario que el pastor busque capacitarse para la obra del ministerio de forma amplia, considerando las implicaciones del cuidado pastoral. La formación teológica y bíblica es imprescindible, pero no la única. Es importante “entender de gente” y esa formación nos la da la psicología; aunque no quiere decir que uno deba hacer la carrera para poder ejercer el pastoreo. Y también de antropología cultural, sociología... las áreas afines del conocimiento humano. Muy importante también es la formación en educación. Los cursos de educación religiosa dan una amplia visión para el trabajo con las diferentes edades en la iglesia. Hoy en día ya hay formación específica en psicología pastoral, lo que es muy útil al líder, sea él pastor o no. Así como de consejería pastoral, que es más restringida, pero no menos importante. Con una formación así, el pastor tiene mejores condiciones de ayudar a las personas en sus necesidades de manera integral y no solo espiritualmente hablando.
La consejería y el cuidado pastoral “Es un ministerio de ayuda, esto presupone un individuo que enfrenta algún tipo de confusión, frustración o desesperación y una segunda persona dispuesta a ayudarle analizando la situación del aconsejado”. La consejería y el cuidado pastoral en la iglesia facilitan el proceso de sanidad y de crecimiento, y puede transformar el entorno de la congregación haciendo de éste un lugar donde la integridad total de la vida queda manifiesta en su membresía. Puede contribuir a descubrir dimensiones nuevas de nuestra humanidad como liberar la creatividad. Nos ayuda a combatir la superficialidad interpersonal, entrando en contacto con nuestras verdades y necesidades. Parte de todo proceso de consejería es establecer metas y seguir unos pasos concretos que han de guiar el trabajo. Las distintas corrientes en psicología proveen al pastor enfoques de la problemática del hombre y técnicas de cómo encararlas, que sumado con los recursos singulares con que cuenta el consejero puede realizar una labor muy eficaz.
Mitos en la consejería Algunas ideas erróneas o equivocadas que circulan en el contexto de nuestras iglesias son: “El verdadero cristiano nunca tiene crisis.” “Todo problema emocional es producto del pecado.” “Los problemas emocionales son cosa del enemigo.” “Falta más consagración al Señor o a la iglesia.” “Dios me está castigando.” Cada uno de esos mitos obedecen a un intento de espiritualizarlo todo, fruto de una herencia de interpretaciones teológicas que necesitan ser corregidas a la luz de una adecuada interpretación bíblica y una concepción antropológica que considere los distintos aspectos del ser humano, es decir en sus aspectos físico, mental, emocional, social y espiritual. El pastor o consejero con la ayuda de la psicología puede desmitificar muchos de los conceptos arraigados en nuestra sociedad, proveyendo una interpretación adecuada a la situación vivida por la persona, y no ir a ninguno de los extremos de espiritualizarlo todo o de psicologizarlo todo. Algunas características que debe reunir el pastor o consejero son: Debe ser tratable, social y accesible. Capacidad de ser sensible a las necesidades de las personas.
Entender las motivaciones de la naturaleza humana y de la conducta. Conocer sus propias potencialidades y limitaciones. Dominar sus propios deseos, sentimientos y frustraciones. Saber las técnicas de consejería. Disponer de tiempo para dedicar al ministerio de consejería. Saber guardar secretos. Ser empático, no posesivos. Ser espiritual. Los aportes de la psicología sumados a los recursos espirituales del consejero y esas características harán posible que la consejería pastoral sea más efectiva en ofrecer la ayuda necesaria para las personas que sufren y en la ayuda hacia un desarrollo integral.
Peligros para los consejeros Existen algunos peligros en la consejería pastoral, que cuando no son tenidos en cuenta dificultan la eficacia de la ayuda. Son ellos: a) Exceso de confianza en la información dada por una de las partes, principalmente en la consejería matrimonial, tensión entre padres y adolescentes, en este sentido una tarea impostergable es escuchar a ambas partes. b) Adelantarse a sacar conclusiones. c) Poner demasiado énfasis en la confrontación. Es importante confrontar en algunas ocasiones, pero también enseñar, orar, alentar, preocuparse unos por los otros, etc. d) Involucrarse demasiado, por causa de la compasión y sensibilidad. e) Intimidad con el sexo opuesto. f) Fallas en la confidencialidad. g) Un ministerio fuera de balance, llegando a descuidar otras responsabilidades. h) Reducir los problemas y las soluciones a ciertas “recetas”.
Ética en la tarea de aconsejar La palabra “ética” designa el estudio de la conducta moral y de la cuestión fundamental que constituye el bien y el mal comportamiento. Todo consejero debe tener
especial interés por sus responsabilidades y obligaciones éticas. Algunas normas generales para la consejería pastoral son: Confidencialidad, Esto equivale a que el material obtenido en las entrevistas no debe ser comunicado a nadie sin el permiso del interesado. Evitar los contactos físicos. Mantener la formalidad, aunque no impide que la actitud sea amable y empática. Tener especial cuidado con el trabajo con personas del sexo opuesto. No usar a los aconsejados para satisfacer sus propios deseos. O también para satisfacer la curiosidad del consejero, etc. Respetar ideas y valores culturales del aconsejado, evitando el confronto, buscando entender sus resistencias al cambio. No forzar, ni presionar al aconsejado a continuar las sesiones. Respetar su deseo de no seguir con la consejería. Hacer una lectura de su “negación” en cuanto a la ayuda pastoral.
Derivar Parte de la ética del consejero es derivar — encaminar — a otras personas o profesionales cuando sus recursos no puedan ayudar al aconsejado. Saber cuándo derivar es tarea difícil pues muchas veces la persona no es abierta lo suficiente como para declarar hasta dónde va su problema. Es necesario una dosis extra de observación para percibir lo mejor posible el estado del aconsejado. Sin embargo, la derivación no ha de ser entendida como un fracaso pastoral, sino más bien porque se desea lo mejor para la persona. Para ello es necesario conocer los recursos con que cuenta la comunidad, ya sea instituciones, profesionales, servicios privados y estatales, etc. En su libro El consejo terapéutico, Pablo Polischuk (p. 247-248) lista los problemas más comunes que un consejero puede tener que enfrentarse a la hora de tratar una persona en la comunidad: Problemas personales, intrapsíquicos. Depresión, sentimientos de culpa, ansiedad, temor, vergüenza, angustia, preocupación, ira, estrés, agotamiento, colapso, adicciones al alcohol y/o a las drogas, problemas de identidad sexual, problemas de autoestima. Problemas interpersonales. Problemas familiares, problemas matrimoniales, disputas, querellas entre amigos, problemas eclesiásticos, problemas extra familiares, con agencias o instituciones (escuela, policía, etc.). Problemas situacionales. Problemas financieros, crisis y catástrofes repentinas, cambios drásticos en la composición de las unidades familiares y eclesiales, pérdidas (ente familiar, trabajo, casa).
Problemas espirituales. Pecado no confieso, sentimientos de culpa o falsa culpa, dificultad para perdonar y ser perdonado, interpretación errónea de las Escrituras resultando en problemas doctrinales, fe vacilante y falta de firmeza espiritual o doctrinal.
Es preciso tener el discernimiento y la humildad para saber qué podemos tratar y qué habrá que derivar. Y en su caso buscar los recursos para actuar debidamente. La falta de una formación conceptual adecuada en el campo de la psicología puede inducir a una intervención equivocada y consecuencias prácticas catastróficas. Algunos ejemplos: Primero, confundir una esquizofrenia con una posesión demoníaca. Segundo, confundir las dudas de una neurosis obsesiva con un pecado de falta de fe. Lo mismo se da en relación a la seguridad de la salvación o al pecado imperdonable. Tercero, confundir una personalidad depresiva, asténica, con un problema de pereza. Cuarto, confundir el miedo de la persona ansiosa con la falta de fe. El conocimiento de esos temas nos facilitarán en gran manera el poder ejercer nuestra labor como consejero de una manera más eficaz.
Pasos de la intervención en consejería
Escuchar. Un gran porcentaje de la consejería es escuchar. Por medio del oír se conoce al aconsejado y es más fácil intervenir con la ayuda apropiada. Es escuchar lo que dice y cómo lo dice. Hacer una lectura de los mensajes que trasmite a través de sus palabras y expresiones faciales y emocionales. El arte de escuchar es mucho más que solamente oír la voz de alguien. Hace falta oídos llenos de comprensión, compasión y perseverancia. Habrá momentos de silencio, en los que es importante “escucharlos”, qué quiere decir con él. De ahí el valor de la empatía en el proceso de ayuda. Una buena escucha requiere “ponerse en el lugar del otro”.
Preguntar. Si se ha dado tiempo suficiente para escuchar lo que la persona que busca ayuda comparte, se notará que algo de su discurso necesitará ser mejor clarificado. El uso de preguntas sirve para ampliar y ordenar la información sobre el problema y la vida del aconsejado. Pero hay que saber cómo preguntar. Debemos aprender cómo hacer preguntas abiertas y usarlas más que las cerradas. Una pregunta abierta no se puede contestar con un “sí” o un “no”, o con otras palabras monosilábicas. La pregunta abierta abre camino para más conversación. Deja espacio para que la persona sea la que desvele su vida y necesidades. De esa forma, es importante que el consejero no lo obligue a hablar de lo que no quiere, que respete cuando no esté dispuesto a contestar determinada pregunta. También aquí habrá que saber manejar el silencio que puede significar que
esté procesando algún contenido o recuerdo, o aun que simplemente le resulte tan doloroso que no pueda seguir hablando. El consejero tiene que trabajar en ese caso la incomodidad provocada por ese silencio. Las preguntas además de abiertas, deben estar enfocadas hacia aspectos como: a) Hechos - qué ha pasado para que busque ayuda; b) Sentimientos - cuánto le está afectando el problema. Investigar además de las emociones, las reacciones (cómo se comporta delante de la situación); c) Contexto adentrar un poco más investigando el contexto, experiencias semejantes y anteriores que puedan recordarle el problema que está viviendo hoy; situaciones de su contexto familiar o de trabajo que tengan alguna relación con el tema en cuestión.
Afirmar. Se refiere a la intervención hacia restaurar la dignidad, el valor y estima del aconsejado mientras avanza en el proceso de ayuda. Al fin y al cabo, la meta final de un proceso terapéutico es devolver el equilibrio, bienestar y la salud a la persona. Y eso se consigue “afirmando”, ofreciendo palabras de ánimo e incentivo de acuerdo a los progresos que haga el aconsejado. Pero la afirmación debe ser sincera, verdadera, basada en la realidad. Es decir, si de verdad la persona ha hecho progresos, por mínimo que sea, merece la pena puntualizarlos con palabras de apoyo y reconocimiento de sus esfuerzos. Ahora bien, si no es así, que se le diga “muy bien” a una conducta inaceptable o más bien pasiva, indiferente, además de ser deshonesto, le favorece al aconsejado la manipulación fingiendo una actitud que no refleja la realidad. Y si sus progresos deben ser reconocidos para afirmar su dignidad y ofrecerle esperanza y ánimo; lo contrario también requiere una intervención: es necesario confrontar su conducta inadecuada en el proceso de ayuda terapéutica.
Confrontar. Aunque más delicada de aplicar, esa intervención es en muchos casos necesaria. El ser humano en sus procesos de conducta no siempre responde de manera adecuada al trabajo de recuperación y crecimiento propuesto. A veces inconscientemente intentará manipular, mintiendo, ocultando o aun actuando de manera contraria a las orientaciones y principios cristianos. No se puede pasar por alto una actitud incorrecta; el silencio podría significar aprobación a sus acciones. En esos casos habrá que intervenir confrontando, es decir, poniéndole de cara a la conducta inadecuada. Pero la manera de hacer la confrontación es muy importante pues el objetivo es recuperar, sanar a la persona. Para ello hay que actuar de manera directa, discreta (en privado), respetuosa y amable. Ahora, ¿cuáles son las cosas que se debe confrontar? Precisamente los hábitos pecaminosos, costumbres dañinas, actitudes rebeldes o anticristianas. El cuidado que debe de tener el consejero es de no dejarse influir por una conducta de “víctima” por parte del aconsejado o aun por un sentimiento de pena que le impida intervenir en esos casos. No es falta de amor reprender a aquel que está actuando mal; todo lo contrario: la Biblia nos enseña que la disciplina y amonestación son resultados del amor genuino. Sin embargo, el espíritu de amor no impide que se actúe con la autoridad que da el Espíritu. Eso significa que en la confrontación no caben argumentos ni debates sobre
el asunto: simplemente el consejero declara la falta del aconsejado y le lleva a un reconocimiento y confesión de su pecado o actitud inadecuada en su caso. Ahora bien, ¿cuándo se debe confrontar? Si el consejero o líder percibe una conducta que merezca corrección deberá confrontarla lo más pronto posible; con todo, es necesario tener en cuenta que cuando apenas ha iniciado un proceso de ayuda puede que el confronto sea algo precipitado. Es importante que ya se haya establecido un vínculo de confianza entre consejero y aconsejado para que éste reciba mejor una confrontación o palabra de corrección. Es más fácil aceptar la corrección cuando se sabe que la motivación ha sido el amor y el deseo sincero de ayudar. Pero si está en juego el bienestar o la vida de alguien no se debe posponer la confrontación. Una vez realizada la confrontación y teniendo buena respuesta y cambios de actitud, es importante afirmar la nueva conducta ofreciendo palabras de ánimo a la persona.
Aclarar. En ocasiones será necesario hacer un alto en el proceso para aclarar algunos aspectos relacionados al tema en cuestión o alguna circunstancia relacionada a la experiencia del aconsejado. A eso llamamos “clarificar”, es decir, refinar, filtrar, sanear la información o aun reordenar el proceso. Ese punto de intervención puede ocurrir en cualquiera de las etapas anteriores; siempre con cuidado y sabiduría.
La consejería es una labor muy importante en la iglesia, debe ser llevada en serio y con la debida capacitación. Pero el ministerio de socorro o ayuda también puede ser ejercido por aquel miembro que haya recibido de parte del Espíritu Santo ese don. Es decir, aunque no sea el pastor o un líder, si tiene la confirmación del don espiritual, lo puede realizar porque es su don. Lo que no impide que busque una formación para prepararse mejor para la tarea. De hecho, en la comunidad que pretende actuar en la promoción de salud integral, es necesario capacitar a sus miembros para la obra del ministerio de acuerdo a los dones repartidos por el Espíritu Santo. Y esa responsabilidad es del liderazgo: fomentar el descubrimiento y el ejercicio de los dones espirituales para la edificación del cuerpo de Cristo.
4. La comunidad terapéutica en acción Llegando a ese punto será importante contestar a la siguiente pregunta: ¿Cómo podemos actuar para que la iglesia cumpla la meta de ser una comunidad terapéutica? ¿Qué acciones concretas podemos llevar a cabo para que se alcancen los objetivos de promover el bienestar y salud integral entre los miembros? Cada comunidad deberá implementar su plan de acción a depender de las características y de la demanda del grupo al que va dirigido. Es importante tener en cuenta el público con que se trabaja. Por ejemplo: Si la iglesia cuenta con un número significativo de inmigrantes en su lista de miembros y congregados, será muy útil un programa de integración e inserción sociocultural. Con esto se trabaja preventivamente para aminorar los efectos del choque cultural, al igual que las consecuencias emocionales e incluso físicas del proceso de
adaptación. En muchos casos es común que personas que se encuentran en esa condición tengan constantes quejas psicosomáticas que son resultado del estrés ocasionado por tal proceso. 4.1 Situaciones de crisis y fe cristiana Hay casos que son momentáneos y van a exigir una acción inmediata, pero puntual. Son situaciones de crisis como es una catástrofe como la que se vivió en Lorca, Murcia, hace un par de años con el terremoto. La iglesia se moviliza en todos los flancos con el fin de traer socorro y apoyo a los afectados. También por situaciones de duelo, o por una grave y larga enfermedad en la familia. La preparación emocional y espiritual de los involucrados en estos procesos es clave. En fin, diferentes situaciones que requieran una actuación específica e inmediata. En estos casos el trabajo es más de apoyo y asistencia humanitaria. Pero que no deja de ser en el sentido de promover o restaurar la salud, ya sea emocional, social, espiritual e incluso física. Los miembros de las iglesias buscan formas de relacionar su fe cristiana con las realidades de su vida personal, y sólo proclamar desde el púlpito que nuestros sentimientos negativos son malas influencias en la vida cotidiana no son “buenas nuevas” para nadie. Un pastor o líder tiene la oportunidad de ayudar a la comunidad a entender el “por qué” y el “cómo” de la vida. Eso puede lograrse a través de un buen sermón, así como a través de programas de crecimiento y discipulado que enfaticen la visión de ser humano integral, con necesidades humanas reales a la luz de la Palabra con toda la enseñanza que ella aporta. Así que, ya sea en situaciones crónicas o crisis de transición, la medida adoptada debe ser volcada para lo humano por encima de lo trascendente. Jesús nuestro modelo en promover sanidad siempre partió del cotidiano y humano para hablar y alcanzar lo espiritual. A él debemos imitar. 4.2 Espíritu de comunión y convivencia Como ya hemos visto en los capítulos anteriores, una de las cosas que más fomenta la salud en la comunidad es el espíritu de comunión y la convivencia entre todos. Un grupo no crece si no convive. El compartir es clave para desarrollar el bienestar. Así que todo lo que promueva esa comunión es bienvenido: las comidas fraternales, las salidas al campo, los retiros y campamentos, los encuentros de los grupos por edades, el intercambio entre iglesias, etc. Actividades como éstas ayudan a crecer en compañerismo y amor, pues se invierte tiempo para conocerse unos a los otros. Y eso no lo dan las actividades regulares de la iglesia cuando uno llega para el culto, escuela bíblica y reuniones, y luego se va a la casa. Además de invertir en más tiempo, también los encuentros de esa naturaleza facilitan el acercamiento y sentimiento de pertenencia. En los días de hoy cuando hay tanta soledad, además de personas que literalmente no tienen una familia, es muy importante ofrecer oportunidades de estar juntos con otros. Otra buena manera de desarrollar ese sentimiento es el intercambio entre las familias y/o miembros de la iglesia, invitándose a tomarse un café, a comer o merendar. Promover fiestas sociales, celebración de los cumpleaños, reuniones al aire libre para juegos y gymkanas, son buenas oportunidades de diversión sana y constructiva. 4.3 Nueva dimensión a la enseñanza, discipulado, charlas, etc.
Otra área de la iglesia que puede tener una nueva dimensión a partir de la propuesta terapéutica es la enseñanza. Es cierto que los currículos programados para la educación cristiana en las iglesias son muy buenos y además importantes en la formación doctrinaria de cada persona desde los más pequeños hasta los mayores. No debemos prescindir de ello. Sin embargo, el aprendizaje teórico simplemente no produce cambios tan significativos como aquellos que se consigue a partir de la vivencia. Así que una buena forma de alcanzar esa meta es realizando talleres y jornadas bajo los temas que sabemos ser de necesidad en nuestra comunidad. Siempre pensando a partir de la realidad de cada grupo. Es muy importante direccionar la enseñanza a cada año, para atender algunas demandas de la iglesia. Por ejemplo: Si vemos que hay necesidad en el área de oración, dedicar unos meses a un estudio más dirigido hacia el tema. Si tenemos muchos matrimonios jóvenes en la comunidad que necesiten orientación bíblica y sana sobre cómo llevar la relación matrimonial, se pueden organizar encuentros o aun una clase sólo para ellos. Lo importante aquí es que sobre todo los líderes estén atentos a las necesidades reales de su comunidad y no dudar en hacer cambios o inserciones en el programa educativo para brindarles nuevas oportunidades de aprendizaje. Otros aspectos importantes en ese proceso es el de la capacitación de los profesores para obtener mejor calidad en la enseñanza y a la vez más motivación de los miembros. Ofrecerles formación en diferentes áreas incluyendo métodos de enseñanza, recursos audiovisuales, técnicas más modernas. Una comunidad que sigue trabajando de la misma forma que se hizo hace años, además de no crecer, pierde sus miembros para otras propuestas más atractivas. La enseñanza que produce sanidad pasa por, no sólo conocer, sino vivir los conceptos aprendidos. Una buena manera de alcanzar ese objetivo es implantando un programa serio orientado al discipulado. Entiéndase aquí discipulado como un estilo de vida, más que estudio bíblico; un espacio de formación al estilo de Jesús, el Maestro por excelencia. El creyente tiene la oportunidad de caminar con el Maestro Jesucristo a partir de un seguimiento de un facilitador maduro espiritualmente que le ayude a desarrollar una vida de disciplina espiritual y devoción diaria. A partir de ese andar con Dios, la persona poco a poco será tratada en aquellas cosas que le hace falta cambiar o dejar, para ser más semejante a Cristo y probar de la vida abundante que él nos ha prometido. Aun con respecto a la enseñanza, hay muchas otras maneras de trabajar la educación en la comunidad con vistas al crecimiento. Una de ellas tiene que ver con la familia: ofrecer charlas para los padres, cursos de Escuela de Padres, orientaciones para los jóvenes sobre sexualidad y vocación, encuentros de matrimonios, charlas para solteros, cursos de preparación para novios, grupo para la tercera edad, etc. De forma general, las charlas, jornadas y talleres ofrecen buen espacio de aprendizaje; y éstos deben servir para tratar de los temas controvertidos, polémicos, que muchas veces causan prejuicio y conllevan enfermedad a los miembros de la iglesia. Ejemplo: la depresión, el pánico, la homosexualidad, la violencia de género, las drogas y alcoholismo, las enfermedades sexualmente transmisibles, las enfermedades mentales, etc. Y si no abrimos espacio en la comunidad para hablar de ellos, las personas tendrán dos opciones: tragárselos solos o buscar ayuda fuera del entorno cristiano, lo que implica la posibilidad de que ésta no sea idónea.
4.4 Capacitación para el servicio Y por fin, dentro de lo que serían las iniciativas educativas, volvemos a nombrar el descubrimiento de dones para capacitación de la iglesia para el servicio. Recordemos que una de las metas de un programa terapéutico es fomentar el sentido de significado. Nada mejor que dar la debida orientación para que los hermanos puedan a través de sus dones ser de bendición unos a los otros. 4.5 Lugar a la celebración, adoración y comunión La iglesia que se propone a ser una comunidad sanadora dará también lugar a una celebración más viva, más contextualizada, donde el énfasis esté en la comunión y la participación de todos. O Los antiguos ritos hicieron de la adoración una experiencia más mística que espiritual. Los creyentes entraban al templo o en las catedrales para el culto y poco entendían de la predicación (en latín) y muy poco intervenían en ese tiempo de celebración. Entraban con expectativas y necesidades, y salían muchas veces con ellas, sin respuestas prácticas para sus vidas. La adoración bíblica es por encima de todo una experiencia de comunión, de encuentro. Debe ser un espacio de comunicación donde la persona no sólo va a escuchar a Dios sino a hablar con él y con los hermanos. Es un tiempo de compartir y testificar de lo que Dios ha hecho en su vida. Cuando el tiempo de adoración es un espacio de libre expresión de la fe, ocurre como una “catarsis”, una renovación del alma; uno deja la carga allí en el altar de la adoración y vuelve a casa con nuevo ánimo. Una vez más es clave el trabajo del liderazgo en ese sentido. Muchas veces se confunde el espíritu de adoración que trae renovación y liberación con un tiempo de desahogo sensacionalista de meras emociones. El momento vivido en la presencia de Dios debe ser de satisfacción, alegría, pero también de reverente contrición. Uno no sale restaurado, renovado, sin reconocer sus males y dejarlos allí en arrepentimiento y confesión. ¡Y no hay nada más terapéutico que la confesión y la liberación de los pecados! Aún tratando de la comunión y adoración, una de las propuestas bíblicas y que se va rescatando en nuestros días es la de los grupos pequeños o como algunos llaman las células o grupos hogareños. Sin duda, es una de las más eficaces maneras de desarrollar el sentido de comunidad. Pero si hacemos de ella una reunión más, seguirá con los moldes del tradicional culto sin fomentar el compañerismo y el intercambio de vivencias. Para obtener éxito en esa iniciativa terapéutica es muy importante invertir en la formación de líderes idóneos y maduros que hayan estado en un proceso discipular y sean capaces de liderar y conducir un grupo de hermanos que se unirán de acuerdo a la propuesta ministerial de la iglesia. Está la posibilidad de reunir a las personas por regiones geográficas, pero también por áreas de interés, por edades o por otras afinidades. Con propuesta evangelística o aun de oración y comunión. Podríamos seguir con la lista de sugerencias. Seguro cada líder y sus respectivas comunidades podrán creativamente planear otras propuestas. Pero es importante resaltar que el simple hecho de incorporar estas sugerencias a las actividades de la iglesia no hace de ella una comunidad terapéutica. Promover la sanidad en su seno siempre dependerá de tener una buena base bíblica y una viva devoción espiritual; y a la vez practicar los principios aquí compartidos para una comunidad sanadora.
TEST 4
1.
Indique cuál afirmación es correcta:
( ) La iglesia como comunidad terapéutica debe actuar en dos áreas principales: preventiva e informativa. ( ) Cuando pensamos en cura, significa que ya existe una enfermedad. Mientras el trabajo preventivo es previo, el curativo entra en acción para eliminar el mal presente en la comunidad.
2. Son 3 de las metas que se pretende alcanzar con el proceso de restauración: ( ) Alegría, crecimiento, sabiduría. ( ) Reconciliación, comunión, equipamiento/maduración.
3. En el proceso de restauración se prevé el ejercicio de la disciplina. Indique la palabra que falta en las siguientes intervenciones para recuperar una persona: exhortación, amonestación, _______________, suspensión temporal o permanente, separación. ( ) preguntar ( ) llamar los hermanos ( ) reprensión privada y/o pública
4.
Indique cuál afirmación es correcta:
( ) Los pasos para la intervención en la consejería son escuchar y hablar. ( ) Los pasos para la intervención en la consejería son escuchar, preguntar, afirmar, confrontar y aclarar.
5.
Son posibles acciones de una comunidad terapéutica:
( ) clases de música y campaña humanitaria ( ) discipulado, grupos pequeños y encuentros de matrimonios ( ) Predicaciones y conferencias
CONCLUSIÓN
A lo largo de este curso hemos visto que el hombre que es el centro de la atención de la Iglesia aunque creado a imagen y semejanza de Dios ha decaído de su condición y por ello carece de restauración y sanidad. El tema de la salud hoy más que nunca es muy debatido en todos los sentidos tanto que por muchos medios se busca recuperar el bienestar a cualquier precio. Lamentablemente no siempre estos son los más adecuados. En ese contexto es que actúa la iglesia que se propone a ser una comunidad terapéutica: un mundo en decadencia y el hombre perdido. Desde la iglesia primitiva hasta los días de hoy la iglesia ha pasado por diferentes momentos y por supuesto ha sido influenciada por los cambios que el mismo hombre ha vivido. Eso está reflejado en su manera de ser y actuar. La experiencia sencilla de culto y comunión ha dado lugar a superestructuras y reglas que solo han hecho dificultar su labor. Pero contamos con que el mensaje del evangelio nos deja evidente que Dios quiere rescatar y sanar al hombre y por eso ha mandado a Jesús. Éste vino expresamente para los enfermos, para darles un nuevo sentido y nueva esperanza. Todo su ministerio ha sido volcado para alcanzar al hombre en su condición caída. Y antes de dejar este mundo dejó órdenes expresas a sus discípulos que deberían dar seguimiento a la tarea de buscar y salvar al que se había perdido. Y una vez rescatado, cuidarle como el pastor cuida a sus ovejas. O sea una labor terapéutica. Así que la iglesia ha ido desarrollando su misión chocando una y otra vez con cuestiones que reflejan que le hace falta una obra de sanidad en su seno. En algún momento de su desarrollo empezaron las influencias de diferentes pensamientos que si por un lado contribuyeron, por otro dejaron brechas que necesitaban respuestas prácticas para cumplir con la tarea encomendada por Cristo. Así que tanto la teología como la ciencia, específicamente las humanistas como es la psicología, dejaron considerables aportaciones al pensamiento y ejercicio de la tarea sanadora de la iglesia. De esas aportaciones nació lo que conocemos como teología pastoral, en un esfuerzo de unir ambos conocimientos: bíblico-teológico y psicológico, para ofrecer a pastores y líderes mejores condiciones de atender a las necesidades de la comunidad y promover salud integral en su seno. La salud integral es el objetivo primero y último de una comunidad que se propone ser Terapéutica, es decir, desarrollar una condición de bienestar total a la persona. Eso significa que la iglesia no solo debe cuidar del espíritu del hombre sino su bienestar emocional, mental físico y social. Para ello hay algunos elementos que caracterizan la labor de una comunidad terapéutica tales como: la aceptación, la comunión, la compasión y la actitud facilitadora hacia la cura y la liberación. Así que para cumplir su misión y actuar con base en esos elementos la iglesia debe seguir unas pautas que empiezan por la prevención. Es más que obvio que si hacemos un trabajo de base, preventivo, evitaremos mayores problemas adelante. Pero lamentablemente la iglesia es formada por personas imperfectas que seguramente van a equivocarse y
necesitarán de un acción curativa. La Comunidad y sus líderes deben prepararse para afrontar esa realidad y actuar cuando necesario con la disciplina adecuada para restaurar la persona y sanear el grupo. Pero ese cuidado es extensivo a los líderes que no están libres de caer y enfermar. Necesitan ocuparse de sí mismos invirtiendo tiempo y atención a sus necesidades personales así como en la preparación ministerial para hacer frente a las demandas de la comunidad. Una de sus labores más significativas es la de consejería. Ésta es un área de la iglesia dirigida más al trabajo de restauración de las personas con problemas y conflictos que las impiden caminar por su cuenta. Por todo lo visto, concluimos que para que la iglesia entienda las necesidades de sus miembros y les lleve a un crecimiento significativo deberá dedicar esfuerzos al desarrollo de programas que fomenten la comunión, el aprendizaje y el servicio mutuo para que a través de ellos se sienta pleno y significativo como persona y como comunidad. Como dice Alberto Daniel Gandini en su libro La iglesia como comunidad sanadora: “no hay comunidad sin servicio, ni sanidad sin amor. E Éste es el secreto de la vida en comunidad, los enfermos son sanados en Cristo a través del amor y del servicio” (p. 91). En un tiempo de tantas crisis y decadencia, el hombre está cada vez más solitario y sin rumbo. Mientras las conquistas tecnológicas y los medios de comunicación se expanden; el ser humano retrocede en sus relaciones, tornándose más y más individualista. El desafío de ser Comunidad Sanadora en ese contexto es enorme; pero hemos sido llamados para ese tiempo. El plan divino es perfecto y contamos con la guía de Aquel que con su ejemplo nos dejó los principios y los recursos para cumplir nuestra misión. En resumen, la iglesia como comunidad terapéutica debe ser una comunidad que vive, respira y comparte la salud integral al estilo de Jesús; es decir, la salud para el hombre total, rescatado y restaurado para la gloria de Dios y edificación de su cuerpo.
BIBLIOGRAFÍA
CARRASCO, Pedro Álamo. La iglesia como comunidad terapéutica: una aproximación. Barcelona: CLIE, 2004. ______. Consejería de la persona: restaurar desde la comunidad cristiana. Barcelona: CLIE, 2011. COLLINS, Gary R. Ajudando uns aos outros pelo aconselhamento. São Paulo: Vida Nova, 1990. GANDINI, Alberto Daniel. La iglesia como comunidad sanadora. Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1989. LAURENS, Van der Post. Jung y la historia de nuestro tiempo. Editorial Sudamericana: Buenos Aires, 1978. MENDES, Naamã. Igreja lugar de vida. Minas Gerais: Betânia, 1992. PIKE, Gordon D. Consejería: La otra cara del discipulado. Barcelona: CLIE, 2000. POLISCHUK, Pablo. El consejo terapéutico: manual para pastores y consejeros. Barcelona: CLIE, 1994. SALGADO, Jonathan. La iglesia como comunidad terapéutica: un aspecto de la misión integral. México, 2004. STAMATEAS, Bernardo. Técnicas de aconsejamiento pastoral. Barcelona: CLIE, 1997. ZANDRINO, Ricardo A. Curar também é tarefa da igreja. São Paulo: Nascente, 1986.
SOBRE LA AUTORA
SYLVIA RAMIRO es graduada en Teología (Seminario Teológico Betel, Río de Janeiro, Brasil) y en Psicología (CESMAC, Alagoas, Brasil). Tiene máster en Psicopedagogía (Universidad Federal de Alagoas, Brasil) y calificación profesional en Música - piano (Universidad Federal de Río de Janeiro, Brasil). Es experta en Psicología Clínica de Adolescentes y Adultos y misionera por la Junta de Misiones Mundiales (Convención Bautista Brasileña) en España desde el 2003. Trabajó por 10 años en la Iglesia Evangélica Bautista de La Línea, Cádiz, donde se dedicó al ministerio de música y al discipulado de mujeres y adolescentes. Además, desarrolló el Proyecto de Escuela de Padres Darse un Respiro, cuyo objetivo era orientar padres de la comunidad y ofrecer ayuda psicológica a niños y adolescentes. También trabajó en el Proyecto MusicArte alcanzando a niños y adolescentes a través de la música y del teatro. Actualmente trabaja con su esposo, el pastor Marcos Vinícius, en la Iglesia Bautista de La Luz, Málaga. Es madre de dos hijos: Henrique (30 años) y Hellen (27 años).
¡PREPÁRATE PARA SER UN VERDADERO ADORADOR! Este módulo está diseñado para aquellos cristianos que necesitan formación para el liderazgo de adoración en su iglesia o para todos aquellos que quieran aprender cómo actuar en el ministerio de adoración, abordando los aspectos técnicos y estudiando la adoración con profundidad bíblica. El objetivo general es formar líderes con corazón de siervo y siervos con corazón de adorador. ASIGNATURAS: 1. Aprendiendo a liderar y a solucionar conflictos Esta asignatura tiene como objetivo tratar sueños vivos y liderazgos muertos; también trata de las consecuencias de un liderazgo inadecuado para la iglesia y cómo ser un líder según el corazón de Jesús, llevando los participantes a descubrir su estilo de liderazgo y así actuar con más excelencia en el Reino de Dios. 2. Culto y adoración Esta asignatura tiene como objetivo aprender valores de la adoración individual y comunitaria, estructurar un equipo de adoración, preparar cultos para diversas ocasiones, reflexionar sobre contextualización versus modismos, estudiar diversidad de estilos y lenguaje, aprender sobre el papel de la liturgia en la iglesia, etc. 3. Formación espiritual (disciplinas espirituales) Esta asignatura tiene como objetivo estudiar las disciplinas espirituales desde el punto de vista bíblico, pues siguen siendo necesarias tanto para el crecimiento personal, como el de la iglesia. También tiene como objetivo desarrollar una profunda vida de oración para que Dios traiga la renovación a su pueblo. 4. La vida del adorador Esta asignatura tiene como objetivo proponer el estudio de la personalidad del adorador, la construcción del carácter del adorador cristiano y las relaciones que deben establecerse entre la iglesia y el líder-adorador. Más informaciones: www.aibae.es/cbet secretaria_cbet@aibae.es o director_cbet@aibae.es
Este módulo busca ofrecer a los alumnos una visión de las misiones transculturales con énfasis en España y sus diferentes regiones y las culturas cercanas, como la musulmana, a fin de trabajar mejor en la expansión del evangelio de Cristo y Reino de Dios. ASIGNATURAS: 1. Historia del movimiento cristiano en España Conocer la rica e inspiradora historia protestante de España. Dar al nuevo creyente y a los extranjeros la posibilidad de entender la historia del verdadero cristianismo en España, o lo que se llama inmersión cultural o misiones transculturales. Profundizar en la idiosincrasia española.
2. Islamismo Ofrecer una visión de la cultura, de la religión y de los valores de la cultura islámica y demostrar cómo hacer un puente a fin de alcanzarlos para Cristo.
3. Cómo comprender la misión cristiana en el siglo veintiuno Esta disciplina se propone ofrecer a los miembros de la iglesia el porqué de las misiones, entendiendo que las misiones cristianas son el anuncio, la encarnación y la extensión del reinado de Cristo en el mundo.
4. Vida en comunidad: iglesia, comunidad terapéutica ¿Cómo es una iglesia que vive en el amor y en la verdad? Según la Biblia, la iglesia necesita más cristianos llenos del Espíritu, viviendo en la gracia del Padre y derramando el amor de Jesús a los corazones heridos. Éste es el propósito de esta asignatura: ser una comunidad de amor, viviendo bajo la dirección del Espíritu Santo. Más informaciones: www.aibae.es/cbet secretaria_cbet@aibae.es o director_cbet@aibae.es
Este módulo está dirigido a los nuevos creyentes y a aquellas personas que deseen crecer en la gracia de Cristo. Objetivos generales: • Desarrollar el carácter cristiano; • Obtener una visión general de la Biblia; • Conocer y aplicar los diversos métodos de estudios bíblicos; • Aprender a discipular al nuevo creyente; • Saber administrar la propia vida para poder ser ejemplo para otros. ASIGNATURAS: 1. Administración de la vida: mayordomía y finanzas personales Ofrecer una visión amplia de la mayordomía, teniendo en cuenta que Dios es dueño de todo. Esta asignatura se propone ayudar a los cristianos en las áreas de la familia, tiempo y dinero. 2. Métodos de estudios bíblicos Conocer diversos métodos de estudiar la Biblia, a fin de profundizar el conocimiento y extraer el máximo provecho y enseñanzas de la Palabra de Dios. 3. Panorama del Nuevo Testamento Presentar un panorama en general de todos los libros del Nuevo Testamento, su importancia para la actualidad, sus escritores, sus personajes principales y su teología básica. 4. Preparando discípulos y discipuladores Preparar “padres espirituales” con un plan de acción, a fin de llevar los seguidores de Jesús a la madurez espiritual. Ayudar a implantar en las iglesias el cuidado mutuo.
Más informaciones: www.aibae.es/cbet secretaria_cbet@aibae.es o director_cbet@aibae.es
Este módulo está dirigido a los miembros de las iglesias que ejercen funciones de liderazgo y apoyen el ministerio de la iglesia local en sus distintas áreas. Objetivos generales: • Preparar a los miembros de las iglesias locales para que asuman funciones de liderazgo que apoyen el ministerio de la iglesia local en sus distintas áreas. • Aprender a solucionar conflictos y a respetar las autoridades eclesiásticas. • Saber administrar la propia vida para poder ser ejemplo para otros. ASIGNATURAS: 1. Administración de la vida: mayordomía y finanzas personales Ofrecer una visión más amplia de la mayordomía, teniendo en cuenta que Dios es dueño de todo. Esta asignatura se propone ayudar a los cristianos en las áreas de la familia, tiempo y dinero. 2. Aprendiendo a liderar y a solucionar conflictos En este curso, hablamos de sueños vivos y liderazgos muertos; las consecuencias de un liderazgo inadecuado para la iglesia y como ser un líder según el corazón de Jesús, llevando los participantes a descubrir su estilo de liderazgo y así actuar con más excelencia en el Reino de Dios. 3. Formación espiritual (disciplinas espirituales) Esta asignatura tiene como objetivo estudiar las disciplinas espirituales desde el punto de vista bíblico, pues siguen siendo necesarias, tanto para el crecimiento personal, como el de la iglesia. También tiene como objetivo desarrollar una profunda vida de oración. 4. Homilética (curso básico) Este curso busca capacitar a los miembros de nuestras iglesias sobre cómo preparar un mensaje o estudio bíblico. Escrito en un lenguaje adecuado, el estudio está orientado a cualquier persona que, bajo la iluminación del Espíritu Santo, desea exponer la Palabra de Dios. Más informaciones: www.aibae.es/cbet secretaria_cbet@aibae.es o director_cbet@aibae.es
MÓDULO 1: ADORACIÓN Y ADORADORES
MÓDULO 2: MISIONES