Casa Palabras16

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150 años de

Alicia en el país de las maravillas

Nueva literatura

guayaquileña Afro y trópico de

Efraín Andrade 40 años de

Fuera de aquí 1


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editorial

Cultivar y cuidar

H

ace setenta y un años, un pueblo derrotado y humillado por el desgobierno de la oligarquía, encontraba un espacio público donde podía expresar su frustración y su olvido. Este lugar era La Casa de la Cultura Ecuatoriana, y su creador, un controvertido visionario a quien siempre le agitó la pasión por la patria: Benjamín Carrión. Hay que agradecer a este hombre y a algunos otros hombres y mujeres que hayan construido esta Casa con raíces de roble, que hayan procurado colocar puertas y ventanas anchas para que entré libremente la sabiduría del pueblo, hay que agradecer a ese pensamiento humanista y patriótico de Pío Jaramillo Alvarado, Alfredo Pérez Guerrero, Julio Endara, Jaime Chávez, Oswaldo Guayasamín, Edmundo Ribadeneira, Galo René Pérez y muchos otros, que nos permite ahora desarrollar nuestra vocación democrática, esa necesidad cada vez más latente de tener un espacio público, fuera de los avatares políticos, donde los artistas, teatreros, cineastas, escritores, pintores, gestores culturales, etc. puedan decir su palabra con dignidad xy ejercer el derecho a la libertad de su pensamiento. El arte, las manifestaciones del espíritu, no requieren de un decreto, solamente de esa sensibilidad magnificada por la creación y que nos permite ver lo invisible de las cosas. Por estas percepciones de la inteligencia es que ahora sabemos que las revoluciones no la hace los gobiernos sino los pueblos, y de igual manera, la cultura no las hacen los gobiernos sino los pueblos en una incesante dialéctica. Nuestro saludo fraterno a todos los Núcleos y Extensiones de la Casa de la Cultura, su trabajo sacrificado, incomprendido, será reconocido por las generaciones venideras. Nuestra Casa es una Casa en permanente construcción, como dije en algún momento, cimientos de poesía la contienen, ríos subterráneos de todas las culturas la alimentan y protegen. Entre todos, en minga de tiempo, hemos levantado sus paredes de viento, para que aquí se expresen las voces del espíritu, el tambor de nuestros viejos taitas y el rumor del futuro, así como la ideología libertaria, cuyas luchas reivindicativas, históricas, son nuestro más grande patrimonio cultural, porque ya sabemos que la política es la construcción de lo común y de lo fraterno. Ya habrá, luego de 71 años, ¡así lo esperamos!, una voluntad política de Estado que fije sus ojos en esta labor que, rigurosa pero alegre, va definiendo y ennobleciendo la identidad de la patria.

número dieciséis • agosto 2015 Presidente Raúl Pérez Torres Vicepresidente Gabriel Cisneros Abedrabbo Director Patricio Herrera Crespo Editores Patricio Viteri Paredes Yuliana Marcillo Colaboran en este número: Leira Araújo, Frank Báez, Juan Carlos Cabezas, Miguel Antonio Chávez, Andrea Crespo Granda, Andrea Freire F., Wilma Granda, Pedro Juan Gutiérrez, Christian Jiménez Kanahuaty, Lucero Llanos Orellana, Rafael Montalván, Abel Ochoa, Juan Proaño Suárez, Pablo Ramos, Santiago Rivadeneira Aguirre, Solange Rodríguez, Santiago Vizcaíno Armijos. Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila López Diseño de portada Santiago Ávila Portada Chigualó (Fragmento), Efraín Andrade Viteri. Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 426 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador. casapalabrascce @casapalabrascce casapalabrascce@gmail.com

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índice

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Yuliana Marcillo se sumerge en la fantástica y complicada vida de Lewis Carroll, autor de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, obra que celebra 150 años de vida.

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Reencuentros, relato de Patricio Viteri.

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Juan Carlos Cabezas Aguilar entrevista al escritor chileno Marcelo Lillo, autor de la obra El fumador de niebla.

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Canción para el hijo, poema de Santiago Vizcaíno, como parte del libro Hábitat del camaleón.

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Muestra poética de Frank Báez, de República Dominicana.

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Wenceslao Alejandro Cevallos, un pintor en el olvido.

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Porque el cielo es azul, cuento del escritor argentino Pablo Ramos.

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Muestra poética de Juan Suárez Proaño (Quito, 1993).

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Nueva poesía guayaquileña. Escritores invitados: Andrea Crespo Granda, Leira Araújo, Lucero Llanos Orellana, Abel Ochoa y Andrea Freire F.

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Muestra de narrativa guayaquileña bajo las plumas de Rafael Montalván, Solange Rodríguez Pappe y Miguel Antonio Chávez.

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Wilma Granda rememora la cinta Fuera de aquí, de Jorge Sanjinés. Se conmemoran cuarenta años del rodaje de la película.

58

Ensayo de Diego Pérez Ordóñez sobre la vida de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

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Tributo a la poesía de Alfredo Gangotena.

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Christian Jiménez Kanahuaty realiza una reseña de la obra de Rodrigo Fresán.

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Dejando atrás del infierno, cuento del escritor cubano Pedro Juan Gutiérrez.

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Afro y trópico es un recorrido por la vida y obra de Efraín Andrade, a cargo de Patricio Herrera.

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Reportaje a María Luisa González sobre su vida en la danza, por parte de Santiago Ribadeneira Aguirre.


aniversario


Yuliana Marcillo

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licia, la de la vida real, tenía una larga cabellera oscura y en su rostro habitaba una expresión melancólica, inquietante y triste. Así fue retratada cuando tenía diez años y conservaría la misma mirada en retratos posteriores. Alice Liddell, la musa que supuestamente inspiró uno de los cuentos más maravillosos y enigmáticos de la literatura inglesa, murió el 16 de noviembre de 1934, no sin antes confesarle en una carta a su sobrina Rhoda, que ya estaba “cansada de ser Alicia en el país de las maravillas”. Entonces, nuestra maravillosa Alicia, la heroína de la fantasiosa odisea, que tras beber una poción mengua hasta medir veinticinco centímetros y luego al probar un pastel mágico crece hasta alcanzar el techo con su cabeza; que conoce a la delirante Liebre de Marzo y la furibunda Reina de Corazones; al Sombrerero Loco; a una Oruga que fuma; y asiste a una disparatada fiesta de té, al final de su vida, cuando le tocó caer por otro tipo

de madriguera, una sin retorno, la del no recuerdo, donde yace el silencio infinito, lo hizo con un sabor de rechazo ante el personaje creado por Charles Ludwidge Dodgson, diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico, más conocido por su seudónimo literario Lewis Carroll, cuando tuvo la brillante y disparatada idea de escribir Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865), probablemente inspirado en aquella morocha de mirada desafiante. Según datos extraídos de la correspondencia y anotaciones personales del escritor, la relación que tuvo con Liddell fue la inspiración de la Alicia de la ficción. Físicamente no se parecían en nada. Pero algunos estudios sobre la obra señalan que, sin duda, era Alicia Liddell en quien pensaba Carroll cuando imaginó el personaje protagónico de su fascinante y mágica historia. Sin embargo, años después, se dio a conocer que por medio de una correspondencia él se lamentaba profundamente de ha-

ber escrito el libro que lo consagró como leyenda literaria. La vida de Alicia no fue una maravilla En un mundo donde la vida se va persiguiendo a un Conejo Blanco de ojos rosados, mientras éste saca un reloj de su chaqueta y te indica que ya es hora, que llegará tarde, no hay nada más avasallador y catastrófico que la luz cegadora de la realidad. La Alicia de diez años no lo sabía, pero seguramente la de ochenta y dos sí. Es por eso que un par de años antes de su muerte, el cuento que fue creado básicamente a través de juegos de lógica, donde se habla muy rápido, te ahogas en tus propias lágrimas o se tienen conversaciones sin sentido, al punto de que la obra ha llegado a tener popularidad en los más variados ambientes, desde niños o matemáticos hasta psiconautas, terminó agobiando a la Alicia real, convirtiéndola


más bien en un personaje complejo, al mismo tiempo real y ficticio, y no sólo porque ella estuvo presente cuando nació el cuento, sino por la intensa relación de amistad que mantenía con Carroll, que en lo posterior terminaría en un sinnúmero de especulaciones de pedofilia que la perseguirían de por vida. La vida de la verdadera Alicia no fue exactamente una maravilla. Sus hijos mayores se enlistaron en el ejército y murieron en la Primera Guerra Mundial. Caryl, el menor, despilfarró la fortuna de sus padres, por lo que Alicia, quien había quedado viuda en 1926, subastó el primer escrito del cuento que Lewis le había obsequiado. Y es así como la niña del cuento la acompañó hasta la tumba. En su lápida aparece escrito: “Mrs. Reginald Hargreaves la Alicia de Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas”. La mente fantástica de un matemático Alicia y Lewis se conocieron en 1856, cuando ella tenía cuatro años y él veinte. El padre de la niña, Henry Liddell, y el escritor inglés, trabajaban como profesores en la escuela Christ Church, en Oxford, y en ocasiones Carroll acompañaba a la familia en algunos paseos. Carroll impartía clases de matemática y lógica. Había 126 pasos entre la casa de Alicia hasta las habitaciones del profesor. Entre ellos había una diferencia de 20 años en edad, pero cuando Carroll se reunía con sus “amigas-niñas”, parecía que hablaban el mismo lenguaje; dicen de él que poseía un corazón infantil, de forma que cuando se dirigía a una niña, ésta entendía hasta las cosas más profundas de la vida. Lewis Carroll nunca tuvo hijos y le gustaba entretener a las hijas del decano Henry Liddell: además de Alicia en el libro también hay referencias

a sus hermanas, Edith y Lorina. Según sus alumnos, Lewis fue un profesor muy aburrido. Sus clases eran imposibles de aguantar pero su obra fue ingeniosa y extensísima. Se dice que dormía alrededor de tres horas al día. El interés por las matemáticas constituía una parte muy importante en su vida. Cuando Carroll tenía 53 años comenzó a sufrir una especie de alucinaciones debidas posiblemente al exceso de trabajo de más de 12 horas diarias, según su sobrino. Tomaba nota de cuantas cartas enviaba y recibía, como una clara manía de dar a su vida una precisión y rigor matemáticos. Su padre era muy inteligente y estricto, considerado un excelente matemático, se presume que de algún modo transmitió a su hijo el gusto por esta ciencia. Todos los hijos eran zurdos y algo tartamudos. Quizá por eso en Alicia a través del espejo (1872), todo está dispuesto a la inversa, al otro lado del espejo. De todos los libros que publicó sobre álgebra, el “Tratado elemental de determinantes, con su aplicación en ecuaciones lineales simultáneas

y ecuaciones algebraicas” fue uno de los más famosos, por eso, con la intención de que su producción enteramente científica no se viera minimizada por su producción literaria, adoptó en 1856 el seudónimo de Lewis Carroll obtenido por medio de un juego de letras: traducir primero su nombre original al latín -Carolus Ludovicus- y después retraducirlo al inglés -Lewis Carroll-. Era un hombre de mediana estatura, paso poco firme, ojos de azul intenso, indumentaria pulcra y algo extravagante debido a que nunca llevaba abrigo y tenía la curiosa costumbre de usar siempre, en todas las estaciones del año, un par de guantes grises y negros de algodón; jamás contrajo matrimonio y era profundamente religioso. La salud del escritor era delicada, siempre tendía a enfermarse: padecía migrañas tan fuertes que le provocaban micropsia, una afección bautizada en honor a Carroll como “Síndrome de Alicia en el País de las Maravillas”. Se trata de un trastorno neurológico que afecta a la visión: se perciben los objetos mucho más pequeños y alejados de

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“Alicia, la protagonista y aventurera en el país de las maravillas, se ha convertido en una de las niñas más famosas de todos los tiempos. Su relación con el escritor Lewis Carroll ha sido objeto de especulaciones de todo tipo”. lo que están en realidad. De ahí la hipótesis de que Alicia en el cuento aumente y disminuya de tamaño varias veces. ¿Un hombre que amaba a las niñas?

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Una gran faceta en su vida fue la fotografía, lo consideran como uno de los más grandes fotógrafos de niños que haya dado la historia. Se acercó a la fotografía en su juventud, cuando la cámara le fascinó hasta el punto de escribir su primer texto titulado Las maravillas de la fotografía. En 1856 realiza sus primeras tomas, tiene entonces veinticuatro años, casi la misma edad que la fotografía, que había nacido escasamente dos décadas antes. El alma de Alicia Liddell quedó atrapada no sólo en un personaje de ficción, también en las fotos que le hizo. La existencia real de Alicia ha permitido fantasear el verdadero papel que ocupó en la vida del escritor. Él habría anotado: “Se dice que nosotros, los fotógrafos, somos, en el mejor de los casos, una raza de ciegos, que en el mejor de los más hermosos rostros no vemos más que una relación entre luces y sombras, que en contadas ocasiones admiramos y nunca amamos. Se trata de un error que intento destruir”. Su potencial creativo y artístico se elevó cuando enfocó su objetivo sobre una galería de niñas impúberes, modelos con las que creó imágenes de una belleza abrumadora. “Alice Liddell fue seguramente la

primera ‘amiga-niña’ de Carroll. Aquella niñita provocó en el reverendo una irrefrenable emoción que no llegó a sentir por ninguna de las otras muchachas a las que fotografió”, señalan sus biografías. El profesor elegía a sus jóvenes modelos -siempre pertenecientes a un nivel social elevado- en las calles, en los jardines, en los trenes, en los teatros infantiles que se celebraban en las plazas londinenses. Ya en el estudio, Carroll recurría a juguetes mecánicos, disfraces, cajas de música, e incluso a contar historias fantásticas a sus modelos para crear un ambiente más cómodo de trabajo. “Fue un artista revolucionario, que se atrevió en plena época victoriana a hacer desnudos femeninos integrales, en ese punto en el que la niña no revela aún la mujer. Las niñas desnudas son ‘absolutamente puras’; en su obra no hay ninguna curiosidad malsana, a lo sumo un voyerismo limpio que dota a las imágenes de una sensualidad tierna y muy fresca”, señalan. Nunca se atrevió al amor La atracción de Carroll por las menores no era ningún secreto en la familia, que había asistido a un sinfín de habladurías y rumores desde hacía años. Sin embargo, tras la muerte de Carroll, en la propia chimenea de su casa se quemaron cientos de cartas y documentos, y varios de los volúmenes que conformaban su diario personal fueron manipulados y mutilados. Se tacharon nom-

bres y fechas, se eliminaron párrafos, se cambiaron frases e incluso desaparecieron años enteros de su diario, y sobre un tema en particular del que siempre hablaba, al cual él se refería como su “pecado”. En 1867 se encontraron las primeras referencias a niñas fotografiadas completamente desnudas, pero el público jamás pudo ver esas fotografías. Por otro lado, la costumbre de Carroll de considerar a las niñas como sus mejores amigas, no sonaba del todo bien. Y poco ayudó, en este sentido, las líneas con las que el escritor concluía el manuscrito de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas: “Un amante melancólico ante la certeza de su amor imposible”. Jorge Luis Borges hace una acotación sobre este tema en un artículo suyo titulado El sueño de Lewis Carroll: «En el trasfondo de los sueños de Lewis Carroll acecha una resignada y sonriente melancolía; la soledad de Alicia entre sus monstruos refleja acaso la del célibe que tejió la inolvidable fábula. La soledad de un hombre que no se atrevió nunca al amor y que no tuvo otros amigos que algunas niñas que el tiempo fue robándole, ni otro placer que la fotografía, menospreciada entonces». De Alicia se conservan diez fotografías; nueve como niña, ya sea sola o acompañada por sus hermanas, y una como mujer casada. En varias de estas imágenes Alicia lleva como indumentaria un camisón y en una de ellas, la más famosa de todas, viste como mendiga. «Siempre tengo en el corazón la imagen de Alicia, mi primera amiga-niña, la que fue mi ideal durante tantos años. Desde entonces, he tenido decenas de amigas niñas, pero con ellas todo ha sido diferente», habría anotado Carroll en uno de sus diarios. Vanessa Tait (1971), bisnieta de Alice Liddell, dio su opinión en una entrevista sobre esas fotografías: “Creo que era un hombre


extraño, muy reprimido, con un interés excepcional en las jovencitas, a las que convertía en sus amiguitas ideales, pero no creo que fuera más allá. En todo caso, Alice lo recordó siempre con afecto”. La ambigua personalidad de Carroll, sigue siendo objeto de debate entre quienes atribuyen la fijación por Alice a su condición de pedófilo, los que subrayan un amor desmesurado hacia las niñas aunque no de carácter sexual y aquellos para quienes sencillamente encarna una obsesión literaria por fijar la infancia eterna. En opinión de muchos autores, detrás del interés de Carroll por la inocencia de las niñas jóvenes está el deseo, que no era necesariamente sexual. El final del cuento en la vida real La buena relación de Carroll con la familia Liddell cesó de forma tajante a mediados de los sesenta, también se desconocen las causas, pese a que Carroll y Alice mantuvieron correspondencia durante muchos años, sus encuentros fueron muy esporádicos y fríos. La señora Liddell mostró al profesor su desagrado por los encuentros que mantenía con sus hijas. En 1864 destruyó la correspondencia que habían mantenido juntos: “(...) Mi madre por desgracia, rompió todas las cartas que Mr. Dodgson me escribió cuando yo era pequeña. No puedo recordar de qué trataban, pero es para mí una idea horrible pensar que posiblemente acabaron en la papelera del Decanato”, había escrito Alicia. En 1865 Carroll escribe: “Alicia parece notablemente cambiada, aunque es harto dudoso que sea para mejor. Probablemente, está entrando en la fase de pubertad”. Algunas especulaciones apuntan como causa de esta ruptura la posible petición de mano de Alicia del escritor, pero a falta de

documentación esta versión no fue comprobada. Todo comenzó en una travesía veraniega por el río Támesis en dirección a Godstow la tarde del 4 de julio de 1862, en medio de un picnic de ensueño. Las tres niñas estaban maravilladas al escuchar las historias que Lewis les contaba, armando argumentos estrafalarios a partir de las interrupciones, comentarios y sugerencias de ellas mismas. Alicia Liddell sería testigo de excepción del nacimiento de una niña de siete años, llamada casualmente como ella, que se caía por una madriguera y llegaba al país de las maravillas. Así se habría fraguado la idea de un libro que con el tiempo acabaría teniendo un inmenso impacto cultural. Más tarde, Alicia le suplicó que escribiera los relatos y en su afán de complacerla, accedió. Transcurridos

dos años y medio, en la Navidad de 1864, Carroll le entregó una libreta de piel verde oscuro con el cuento escrito e ilustrado a mano, titulado Las aventuras subterráneas de Alicia. Quedan entonces las siguientes notas para registrarlas por siempre en la memoria universal: El Jabberwocky es el más grande de los disparates poéticos que se han escrito en inglés; el mundo entero puede entrar en un tablero y ser parte de una partida de ajedrez; por más que corramos siempre vamos a permanecer en el mismo lugar de partida; en un mundo paralelo los mosquitos son del tamaño de una gallina; hay que pensar en seis cosas imposibles antes de comenzar el día; se puede dejar de crecer al cumplir siete años y el único huevo experto en semántica que llagaremos a conocer se llama Humpty-Dumpty.

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Reencuentros

Patricio Viteri Paredes

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P

erdone vieja, son tantos años ya. Es que por ahí andaba yo perdido, sin poder o sin querer encontrar el camino de regreso y, para qué le miento, sin acordarme mucho de usted, como si en mi mente y no en su tumba hubiera crecido la mala hierba, el óxido y el olvido. Son casi las diez de la mañana, madre, y el sol a esta hora calienta mis huesos y los suyos, y aparto un poquito mi sombra para ver su nombre en esas letras que un día fueron doradas y me da tristeza que la ‘A’ se haya caído al revés, me apena que todavía existan esas horribles flores de plástico que

yo mismo deposité cuando era un crío, y me duele que esa foto mía junto a mi padre se haya doblado y enmohecido en un rincón. Sé que le gustará esta Virgen de Guadalupe que le he traído, y estas rosas también, sólo que no puedo abrir su lápida porque le han puesto una reja y un vidrio y un candado. Quizá deba regresar a la casa del viejo para buscar la llave, pero creo que es mejor que me quede aquí, con usted, por ahora... Está cambiada la ciudad, madre. Ha crecido por todos lados y tuve que tomar un taxi porque ya no sé por dónde van los buses.


relato

Volví al país hace un mes, madre, y si no vine antes al cementerio fue porque usted me hubiera convencido de que no debía vengarme. Pero ya pasó todo, ya puede estar tranquila. Casi tres semanas me tomó localizar a papá en un infame barrio del norte. Vivía en una pocilga. Esta mañana no me reconoció cuando abrió la puerta. Tuve que decirle mi nombre.

Papá también está muerto. Apuesto a que nunca vino a verla. Tampoco hacía falta, si fue él, a final de cuentas, quien la empujó al suicidio. Vine porque tenía que hablar con usted, pero ya ve, no me sale nada bueno. Después que usted se me fue, ya nunca más pude encontrar las palabras. Desde su entierro me negué a hablar con papá y en el colegio sólo decía lo imprescindible. Padre se transformó en un enemigo. Por eso vine a cobrar las deudas, y no las mías precisamente, mamá. Y no sé cómo explicarle

que debo irme de nuevo, que mi vuelo sale a las tres de la tarde y que me gustaría llevármela conmigo. Pero no puede ser, madre. No puede ser. Y quiero que sepa que ahora la ausencia será más larga, que no sé cuándo volveré de México, y ahora sí, quizás, ya no me puedan enterrar junto a usted. Aquí, en esta bolsita de papel traje el cuchillo. Lo voy a meter dentro de esa tumba recién abierta. Volví al país hace un mes, madre, y si no vine antes al cementerio fue porque usted me hubiera convencido de que no debía vengarme.

Pero ya pasó todo, ya puede estar tranquila. Casi tres semanas me tomó localizar a papá en un infame barrio del norte. Vivía en una pocilga. Esta mañana no me reconoció cuando abrió la puerta. Tuve que decirle mi nombre. Ahí lo dejé, recostado en su cama y con once navajazos en el cuerpo. Uno por cada año de ausencia, mamá. Aunque debí haberle metido quince cuchilladas por los años que usted estuvo casada con él. O mejor treinta, por los años que ahora tendría mi hermana. Sólo fueron once, madre, sólo once. Perdone.

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El

fumador

de niebla Juan Carlos Cabezas Aguilar

A

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ún recuerdo la sensación que me produjo terminar El fumador y otros relatos de Marcelo Lillo: asfixia. ‘Hielo’, el primer cuento, te suprime el aire de inmediato. En esa historia, una mujer agoniza; mientras una televisión sin volumen está prendida en el cuarto de junto, hora tras hora. Cuando los vivos buscan reacomodar su realidad, alguien traga un manojo de somníferos y al final la frase: «los cuatro blancos seguían apaleando al negro», colofón suelto que suicida toda comprensión. Otros relatos como: ‘La felicidad Jaja’, ‘40 caballos’, ‘Diente de león’, ‘Nunca he estado en Katmandú’, ‘Vida de un cachorro’, entre otros, extienden esa atmósfera de cámara de gas, de manguera conectada al tubo de escape; no obstante, es ‘Hielo’ (Premio Paula, 1999) el detonante de esta búsqueda por encontrar a su autor, un exrector de colegio decidido a vivir de la literatura. Esta entrevista fue difícil de concretar. Hubo que leer posts, entrevistas y buscar direcciones al pie de diversas webs. Durante un mes consulté mi correo de forma

periódica pero nada, ni una sola respuesta. Recién el pasado 3 de junio, el escritor y cronista chileno Antonio Díaz Oliva proporcionó la dirección electrónica correcta. Desde ese momento hemos intercambiado varios correos con Lillo, que se mostró interesado en saber por el país y su literatura, en especial por la obra de Jorge Icaza. Finalmente colocó a manera de epígrafe: manda tus preguntas y espera unas buenas respuestas. Aquí están: El estilo de los cuentos de El fumador y otros relatos es limpio, seco, directo, aunque no exento de belleza. ¿Cómo fue el proceso de pulir este estilo? ¿Tiene conciencia plena sobre la estructuración de este estilo o es algo natural en su escritura? No tengo ninguna conciencia. Lo que puedo decir es que en 1999, después de haber escrito muchos cuentos y ganado más de quince premios con ellos, decidí que no era lo mío. Entonces, en siete días escribí un relato llamado ‘Hielo’, que narra la agonía y muerte de mi madre.

Mi vida ha sido de esplendor y miseria y la he vivido con mi mujer, nadie más que los dos, por eso lo de la pareja en mis narraciones. Siempre que se encuentre una pareja somos yo y mi mujer. (No tengo ninguna sensibilidad poética, mi piel es la de un tiburón.)


diálogo

Marcelo Lillo y su perra China, en Puerto Niebla.

Ese cuento ‘Hielo’ abre El fumador otros relatos y Cazadores, ¿hay una preferencia por este relato? Mi cuento favorito no es ‘Hielo’, a pesar de que ganó el premio Paula, el más importante de Chile en su género. Mi preferido es ‘Diente de león’, que escribí en dos horas un día de lluvia torrencial. Dos horas y sin ninguna corrección después. La última frase de ‘Hielo’: los cuatro blancos seguían apaleando al negro, ¿alude a la lucha del individuo contra sus propios abismos?, ¿qué quiso significar? No sé lo que esa frase significa. De verdad. Como dije antes: yo solo escribo. Las interpretaciones son de los demás. En muchos de sus cuentos se percibe una atmósfera que encierra una ‘enfermedad’, a la que sus personajes están acostumbrados, ¿qué es este malestar? Los personajes con enfermedades me atraen por algo que ni yo mismo entiendo. Es algo que va más allá de mí. Si existe un motivo, bien oculto, ese sería que mis padres

adoptivos eran personas muy viejas y siempre estaban llenos de enfermedades. Pero eso ya es psicoanálisis y hasta ahí llego. Otro de los ejes es el tema de la relación de pareja, al parecer en esas relaciones hay una hermandad de fracaso. ¿Cree que en las pequeñas miserias humanas está la verdad poética? Creo en muy pocas cosas y entre ellas no está la poesía. Lo de la miseria es punto aparte y eso sí que me agrada como tema literario. Mi vida ha sido de esplendor y miseria y la he vivido con mi mujer, nadie más que los dos, por eso lo de la pareja en mis narraciones. Siempre que se encuentre una pareja somos mi mujer y yo. (No tengo ninguna sensibilidad poética, mi piel es la de un tiburón). ¿La memoria y la culpa son lo mismo en sus cuentos? No siento culpa de nada. Y ya mi memoria está bastante agusanada. Por lo tanto, debe ser lo que tú dices. Para mí un cuento es nada más que un cuento, una narración corta donde el autor es el menos indica-

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Un cuento es sobre todo atmósfera. Es lo principal y me preocupo (inconscientemente) de trabajarla. Aunque todas mis atmósferas son opresivas y me salen bien fácil. do para analizarla y menos ofrecer teorías. ‘Culpa’ es una palabra tan grande que me da mucho miedo siquiera mencionarla. Me callo entonces. ¿Cómo la angustia se volvió un recurso cíclico en su obra? La angustia formó alguna vez parte de mi existencia, tanto que dormía con una pistola bajo el colchón. Bueno, sigo durmiendo con ella pero ya no tengo angustia. Como esos cuentos tienen entre ocho y diez años, y como los personajes son mi mujer o yo o los dos juntos, la angustia no puede estar ausente. ¿Qué tan importante es, a la hora de la escritura, el dónde desarrollarla, o su preocupación está más centrada en la creación de esta atmósfera? Un cuento es sobre todo atmósfera. Es lo principal y me preocupo

(inconscientemente) de trabajarla. Aunque todas mis atmósferas son opresivas y me salen bien fácil. Uno de los ejes principales de tus cuentos es la relación —presencia-ausencia— de los padres. Una relación marcada por la enfermedad, el silencio, o la muerte, un tema éste ajeno a mucho de lo que se hace en la literatura latinoamericana actual. ¿Cómo asume la paternidad en la escritura de sus narraciones?, ¿un origen?, ¿el final?, ¿una carga?, ¿o es algo natural? No soy padre y nunca he sido hijo, no del todo. Pero eso de las relaciones paternales me atrae no sé por qué. Volvemos al psicoanálisis y esta vez voy a mantener la boca cerrada si es que el entrevistador me lo permite. ¡Qué lindos son los cuentos en los que los padres están mal y los hijos peor! ¿Cuáles fueron, cuáles son sus autores, aquellos a los que siempre vuelve? Ray Carver y Johnny Cheever. No hay día en que no leo algo de ellos. Un párrafo. Una página, cualquier cosa. Con ver sus fotos me siento satisfecho, aunque no soy un fetichista de retratos de escritores, salvo que estos sean en blanco y negro. ¿Qué obra literaria está construyendo actualmente? Trabajo todos los días, tres horas, por lo tanto cada día construyo algo nuevo aunque nunca se vaya a publicar.

Lillo vive cerca del mar, en Puerto Niebla, ciudad ubicada en la región costera de Los Ríos, 800 kilómetros al sur de Santiago. De acuerdo con la información proporcionada por él a diversos medios de comunicación, trabaja unas tres horas en las noches y lee hasta el amanecer. Duerme hasta tarde y tras comer, da largos paseos por la playa junto a su esposa Márgara y su perra China. Habita en el verdadero «culo del mundo», como llama a su ciudad; un puerto pesquero de cerca de dos mil habitantes donde no llega ni el correo postal. Pasó primero por Mehuín, pero no se adaptó al clima; finalmente recaló en Niebla dispuesto a cumplir su sueño literario. Si fallaba tenía una Colt 45 cargada y sin seguro. Estuvo a punto de usarla, pues sus ahorros se agotaban; fue entonces que recibió la noticia de que su primer libro se publicaría en España. «Creí que moriría inédito y con un balazo», le confesó a diario El Clarín en el 2010. Cinco años después, la Colt sigue en la pared de la cocina de la casa y va a ser usada tarde o temprano, pues considera obscena toda enfermedad producto de la vejez. Y ya tiene 58… Por lo pronto sus cuentos y novelas siguen teniendo eco, sobre todo fuera de Chile. Se lo encuentra en editoriales como Mondadori y Planeta; lamentablemente resulta más fácil contactarlo por correo en el fin del mundo que conseguir sus libros en Ecuador. Juan Carlos Cabezas Aguilar Quiteño, periodista cultural, editor de revistas y medios de comunicación. Cronista, escritor en probeta. Camino a ningún lugar con la gente que amo.

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anaquel

I

(fragmentos)

Ahora que te veo y eres un eco en un agua contenida, Ahora que tu rostro en construcción es la perfecta silueta del río de la memoria por venir, ahora que soy el culpable de tu sexo y estoy henchido de deseo de tocarte, también pienso y digo: no será tu vida el dolor que me hizo naufragar en bares inmundos mientras la noche se tragaba el sol como el vaso del vencido. No saborearás la desdicha temprana de un padre machito acomplejado, no sentirás la asfixia en el pozo de la pobreza, no te golpeará nada ni nadie excepto el asombro, no te obligarán a ser el mejor ni verás el llanto de tu casa, porque yo penetré a tu madre y quise el soplo de tu vida.

¿Qué es lo que soy, pequeño? ¿Acaso la envoltura de lava del lenguaje? ¿La pretensión del obituario? ¿El crimen de lo indecible? Si apenas lo efímero posa sus patas sobre la mesa y nos sentamos a comer sucias moscas, de qué alegría hablamos, de qué sonrisa hipócrita se ufanan las palabras. Solo te refiero, pequeño animal meditabundo, que la totalidad es solo huella, pista borrosa de un secreto. Ah, porque los secretos, amor mío, llévatelos a la tumba, como aquel que comprenderás cuando aprendas a leer entre líneas.

VI Esta es la pequeña muestra de nuestro delirio. Tu madre teje la tumba de su pasado. Yo destejo el pasado y formo un mausoleo. Pero tú vences, me escuchas bajo tu sábana de agua e imagino que ríes, porque esta es tambień otra broma de un dios delirante. No me digas padre, hijo mío. No me digas ley creada por mi torpeza. No me digas no quiero vivir en tu mundo de arenas negras. No me digas abrazo tierno en la noche lluviosa. No me digas pálpito de subsistencia. Dime hermano, tengo frío, por eso lloro.

Foto: Gabriel Zambrano

III

Santiago Vizcaíno Armijos (Quito, Ecuador, 1982) Es Licenciado en Comunicación y Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Cursó la Maestría en Estudios de la Cultura, Mención Literatura Hispanoamericana, en la Universidad Andina Simón Bolívar. Fue Becario de Fundación Carolina en la Universidad de Málaga, donde cursó un máster en Gestión del Patrimonio Literario y donde ahora es doctorando en Investigación en Literaturas Hispánicas. Ha publicado Devastación en la tarde, (poesía) Premio Nacional de Literatura en 2008, Decir el silencio, ensayo en torno a la poesía de Alejandra Pizarnik, En la penumbra (poesía). En cuento Matar a mamá.Textos suyos se han publicado en varias revistas de Ecuador, Cuba, México y Estados Unidos. 13


En la Biblia no aparece nadie fumando

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Pero qué tal si Dios o los que escribieron la Biblia se olvidaron de agregar los cigarros y en realidad todas esas figuras bíblicas se pasaban el día entero fumando al igual que en los cincuenta en que se podía fumar en los aviones y hasta en la televisión y yo imagino a todos esos gloriosos judíos llevándose sus cigarrillos a los labios y expulsando el humo por las narices en lo que aguardan por sus visiones o por que Dios les hable, e imagino a David tocando el harpa en un templo lleno de humo, a Abraham fumando cigarro tras cigarro antes de decidirse a matar a Isaac, a María fumando antes de darle a José la noticia de que está embarazada, e incluso imagino a Jesús sacando un cigarro de detrás de la oreja y fumando para relajarse antes de dirigirse a las multitudes reunidas en torno suyo. Yo no soy un fumador. Pero a veces me vienen ganas y fumo como en este instante en que miro la lluvia caer tras la ventana y me siento como Noé cuando esperaba que pasara el diluvio y se la pasaba de arriba a abajo por toda el arca buscando donde había puesto esa maldita cajetilla.


poesía

Otra postal Han pasado casi diez años y los que se hicieron tatuajes entonces hoy se arrodillan en las iglesias a pedirle a Jesús que se los borre. En la esquinas los que anuncian el fin del mundo se quedan bobos al ver al loco que traza círculos en el barrio como si fuera un filósofo. ¿Estará explicándonos la teoría del eterno retorno con sus recorridos? ¿No les recuerda a Heráclito con su cara curtida, su ropa rasgada y sus ojos perdidos? Alguien me dijo que las pesadillas son trailers de las cosas que vendrán. Golpean a tu puerta y al abrir está la stripper que ahora es Testigo de Jehová. Acá todo ha perdido su magia. Aquellos resplandores que en las noches pensabas que eran ovnis resultaron ser drones.

Frank Báez (Santo Domingo, República Dominicana, 1978)

Poeta y narrador. Es autor del poemario Postales. Hace poco la editora Jai Alai books publicó una antología en inglés de su poesía titulada Last night I dreamt I was a DJ.

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Pedro Juan Gutiérrez

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S

alí de un cine minúsculo que hay en la calle Industria, detrás del Capitolio. Ponen películas viejas. El puente sobre el río Kwai. Estuve un buen rato silbando la marcha, caminando y silbando. Cuando la estrenaron yo tenía siete años. Han pasado cuarenta y sigo silbando lo mismo. Quizás no existe otro lugar del mundo como Cuba para ser uno y muchos al

mismo tiempo. Pero es difícil. Uno trata de aferrarse a un espacio pequeño y manejable. Aturde saber que el mundo es tan inmenso. O que uno es tan insignificante. Ya era casi de noche. Fui atravesando Centro Habana como quien camina por zona de desastre, hasta la bodega de Laguna y Perseverancia. —¿Qué tal, Lily? ¿Qué hay de nuevo?


cuento —¿De nuevo?, mira. Misericordia, que Dios lo tenga en la Gloria. De la casa de al lado sacaban un muerto en una camilla. Cubierto con una sábana lo metían en una ambulancia. Me pareció que apestaba a pudrición. —¿Quién es? Lily no me prestó atención. Miraba fijamente a la ambulancia en las penumbras de la calle. Se persignó dos veces y repitió «misericordia». Me quedé un rato en silencio, recostado al mostrador. Dos negros entraron a la bodega. Lily tenía una botella de ron y empezaron a beber. El muerto era un marinero de cuarenta y tres años. Vecino desde siempre. Seis meses atrás regresó de un viaje. Traía una molestia en la lengua. Cáncer. Empeoró muy rápido. Vomitaba sangre y apestaba. Estuvo unas días inconsciente hasta que murió. Era un tipo alegre. Quería curarse rápido para salir a navegar de nuevo. Dejó tres hijos. Con tanto hijoputa suelto por ahí y se muere este hombre que era un alma de Dios, porque mejor que él con sus hijos y con su mujer no lo hay en este barrio, etcétera. Escuché el chisme y me fui. En los últimos días me entero de muchos casos de cáncer. Todos se mueren de cáncer. Seguí silbando la marcha sobre el río Kwai y recordando que en casa no tengo nada de comer. Me quedan siete pesos. Pasó un tipo vendiendo pizzas. Compré una. Es un decir, si un italiano ve esta pizza se cae de espaldas. Desabrida, fría y dura como la pata de un muerto. Me la tragué. Me quedaron dos pesos en el bolsillo. «Dios proveerá», decía una de mis suegras, cuando yo tenía suegras. Bueno. Confiemos. Mañana es otro día y ya se me ocurrirá algo. En definitiva, así es como uno vive: por pedacitos, empatando cada pedacito, cada hora, cada día, cada etapa, empatando a la gente de aquí y de allá dentro de uno. Y

así uno arma la vida como un rompecabezas. No me gusta hablar de las etapas de mi vida porque se remueve el dolor. Pero es así. Uno vive por capítulos. Y hay que aceptarlo. Mucha gente a mi alrededor estuvo inyectando rencor y odio en mi corazón. El final era invisible: ingresar al caos, seguir hacia abajo y no parar hasta el infierno. Cuando estuviera asándome en aceite y azufre en llamas ya no habría remedio. Ya mi pellejo estaba achicharrado y pestilente a gases sulfurosos cuando logré detener la caída. Y comencé a recuperar algo de lo mejor. Me costó trabajo. Nunca volví a ser el mismo. Por suerte la vida es irreversible. Y sobre todo, no seguí rodando hasta el infierno. Pruebas que la vida te pone. Si no sabes o no puedes rebasarlas, ahí te quedas. Y tal vez no tienes tiempo ni para despedirte. El ascensor de nuevo está roto y la escalera oscura. Sin un bombillo. Se roban los bombillos, rompen el elevador, hacen más y más entrepisos clandestinos para más y más gente y en cualquier momento el edificio se desploma. Estoy hasta los cojones de tanta miseria. Los bobos otra vez se cagaron en un escalón entre el cuarto y el quinto piso. Insoportable la peste a mierda fresca. El consejo de vecinos intenta arreglar la cerradura de la puerta de entrada, para mantenerla cerrada. Sobre todo de noche. De madrugada la gente entra a hacer de todo en la escalera: templar, fumar mariguana, cagar, mear. Pero es imposible cerrar esa puerta y lograr que cada vecino tenga una llave. Es ingenuo. Esto fue un edificio elegante de ocho pisos, con sus fachadas estilo Boston hacia San Lázaro y hacia Malecón. Pero hace años que es un aristócrata venido a menos. Aquí sólo viven negros, viejas desastrosas, un par de putas jóve-

El ascensor de nuevo está roto y la escalera oscura, Sin un bombillo. Se roban los bombillos, rompen el elevador, hacen más y más entrepisos clandestinos para más y más gente y en cualquier momento el edificio se desploma.

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La azotea está tranquila. Menos mal porque aquí siempre hay revoltura. Un calor horrible. Ni gota de brisa. El mar como un plato. Será una noche bellísima de luna llena. Desde el octavo piso se ve todo.

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nes y otras ya destruidas que fueron putas de lujo en sus tiempos, viejos borrachos y decenas de guantanameros que emigran en oleadas y nadie sabe cómo caben veinte en un cuarto. Así y todo, los ilusos del consejo de vecinos aspiran a mantener cerrada la puerta y recuperar seguridad y tranquilidad en la escalera. El edificio se cae a pedazos. Literalmente. No es metafórico. Está junto al mar. Y tanto aire y salitre lo desmigajan y no se sabe a quién acudir para repararlo. En fin. No sé por qué hablo de esto si no me importa. Pude irme en una balsa. Tuve muchas oportunidades de irme en balsas que

hicieron mis amigos. Pero no, he navegado mucho en el golfo y sé lo que es el Caribe. Me dan miedo las balsas. A veces es malo saber tanto. Los ignorantes son felices. La gente los cree valientes porque se lanzan a buscar Miami flotando en un neumático de camión. Pero no son valientes sino kamikazes. La azotea está tranquila. Menos mal porque aquí siempre hay revoltura. Un calor horrible. Ni gota de brisa. El mar como un plato. Será una noche bellísima de luna llena. Desde el octavo piso se ve todo. Dentro de mi cuarto no puedo estar. Tiene el techo de fibrocemento y es un horno. Hace falta un aguacero para que refresque


un poco. Me desnudo y salgo a la azotea. Queda agua todavía en los tanques. Me baño. Y me quedo por allí, secándome al aire. En la azotea hay siete cuartos. El único que vive solo soy yo. A la gente no le gusta vivir en solitario. A mí sí, para no responsabilizarme con nada. Ni conmigo mismo. Siempre fui demasiado responsable. Basta con eso. Ahora a veces viene una vecina y se queda conmigo alguna noche. Es una negra muy delgada y fibrosa, de treinta y dos años. Nos gustamos y tenemos buenas orgías. Es muy negra y tiene un olor fuerte en las axilas y en el sexo. Eso me excita tanto que parecemos dos locos revolcándonos. Pero hasta ahí. Nada más. Luisa se perdió de aquí desde

una noche que le tumbó trescientos dólares a un tipo. La mulata creyó que tenía una gran fortuna y no estaba dispuesta a compartirla con nadie. Hace dos meses que no la veo. Cualquier día de estos regresa haciéndome algún cuento y sin un centavo en la cartera. Hay toques de tambor por todas partes. Se escuchan. Es 7 de septiembre, vísperas de La Caridad del Cobre. Los tambores suenan desde muchos sitios y recuerdo aquellas películas de exploradores en el Congo: «Oh, los caníbales nos rodean». Pero no. Los negros sólo celebran a la Virgen. Eso es todo. Negros de fiesta. Nada que temer. Desde aquí arriba se ve toda la ciudad a oscuras. La termoeléctrica de Tallapiedra lanzando humo negro y espeso, que no se mueve. No hay viento y el humo se queda tranquilo. Un olor como amoniaco inunda la ciudad. La luna llena lo platea todo a través de esa niebla densa de gas y humo. Casi no hay carros. Algún auto por el Malecón. Todo en silencio y tranquilo, como si no pasara nada. Solo los tambores que se escuchan apagados y lejanos. Me gusta este lugar. El mar se ve plateado hasta el horizonte. Cuando ya no soporto más el humo y el gas, entro al cuarto y cierro la puerta. Sigue el calor. Refrescará más tarde. Sólo dejo abierta la ventana pequeña que da al sur. Desde allí se ve toda la ciudad, plateada entre el humo, la ciudad oscura y silenciosa, asfixiándose. Semeja una ciudad bombardeada y deshabitada. Se cae a pedazos, pero es hermosa esta cabrona ciudad donde he amado y he odiado tanto. Me acuesto solo y tranquilo. Nada de sexo. Demasiado sexo en los últimos días. Hay que descansar un poco. Descansar y agradecer a Dios y pedirle fuerza y salud. Sólo eso. No necesito más. Tengo que evitar a los demonios, y ser fuerte. En definitiva sin fe cualquier sitio es otro infierno.

Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, Cuba, 1950) Desde muy joven ejerció los más diversos oficios: vendedor de periódicos y de helados, soldado, obrero de la construcción, cortador de caña de azúcar, etc. Trabajó como periodista durante 26 años. En 1998 su libro Trilogía sucia de La Habana se convirtió en un éxito de crítica y público. Ha sido publicado en veintidós idiomas. También han tenido notable éxito el resto de sus libros de cuentos y novelas, algunos han obtenido numerosos premios internacionales. Además tiene varios libros de poesía, género que cultiva sistemáticamente. Vive en La Habana, donde se dedica a escribir y a pintar. (Tomado del blog del autor).

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N

Autorretrato.

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ació en El Quinche, probablemente en 1879. Fue discípulo de Alejandro Salas. Después de la Revolución Liberal de 1895, conoció al general Eloy Alfaro y sin que éste posara para un cuadro, lo retrató de memoria. Cevallos ya había ejecutado varias obras valiosas, entre ellas un cuadro al óleo del prócer guayaquileño Pedro Carbo, que fue alabado incluso por el gran periodista Manuel J. Calle. Al comprobar el talento del pintor, el Viejo Luchador le otorgó en 1897 una beca para que perfeccionara su arte en Roma, y en 1902 le extendió un año más dicha beca con la condición de que «a su regreso a Ecuador prestara por cuatro años sus servicios como profesor de pintura en el establecimiento que el Gobierno le indicara». Cevallos también pintaría, en 1912, un cuadro sobre la muerte del general Alfaro, donde se le ve cayendo, golpeado por un soldado del batallón Marañón. En Roma, Wenceslao alcanzó la fama al ganar el primer puesto en un concurso internacional, con un

cuadro al óleo de cuerpo entero del rey Humberto I, por el cual recibió la condecoración de Caballero de la Corona de Italia; además, la reina Margarita lo invitó a comer en palacio. El retrato del monarca se encuentra todavía en uno de los salones principales del Palacio del Quirinal. El escritor colombiano José María Vargas Vila, cónsul del Ecuador en Roma, fue quien presentó al pintor en la Corte italiana. Volvió de Roma en 1907 y se estableció en Quito, junto con su esposa italiana, en el barrio San Marcos; en 1910 fue nombrado profesor de dibujo y pintura en la Escuela de Bellas Artes, fundada y dirigida por el profesor Pedro Pablo Traversari. La mayor parte de la obra de Cevallos se quedó en Italia y en colecciones privadas, pero en la Universidad Central de Quito se conservan los retratos del doctor César Borja y del padre Luis Sodiro. Su pintura está dentro de la vertiente impresionista, con tonos puros que dan transparencia y luminosidad, mostrando una tendencia hacia el puntillismo. Lasti-


paleta

mosamente no dejó discípulos y sus grandes obras no se encuentran en el país. No se sabe en qué año se trasladó a Guayaquil, pero en esta ciudad se dedicó a la bohemia y pintó poco. El 1 de septiembre de 1924, el maestro envía una carta al director del diario El Comercio de Quito, en la que, entre otras cosas, manifiesta: «Como ecuatoriano que soy, y que amo de veras a mi patria, desearía no ser olvidado, hoy que me encuentro en la indigencia, enfermo y casi paralítico... Me encuentro en el Hospital General de esta ciudad, en la sala San José». Wenceslao Alejandro Cevallos falleció en el Puerto Principal el 13 de octubre de 1924. El periódico guayaquileño El Guante pagó todos los gastos del entierro. (Este artículo se basó en la investigación llevada a cabo durante tres años en el Archivo Nacional, la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit, la Universidad Central y la Biblioteca Nacional de la CCE, por los nietos del pintor: Marco, Alejandro y Napo Cevallos).

Retrato del Rey Umberto I, Palacio del Quirinal.

«Como ecuatoriano que soy, y que amo de veras a mi patria, desearía no ser olvidado, hoy que me encuentro en la indigencia, enfermo y casi paralítico... Me encuentro en el Hospital General de esta ciudad, en la sala San José». 21


Pablo Ramos

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s así —me dice de espaldas, con la cabeza metida en la pileta de la cocina, mientras termina de enjuagarse el pelo—, ni te das cuenta que el tiempo pasa. Se hace un turbante con la toalla, se da vuelta, toma el mate

de arriba de la mesada y chupa de la bombilla hasta que el ruido le avisa que debe volver a cebar. Ceba otro, me lo da y soy cuidadoso de no tocarle la mano, de no romper el hechizo sin el cual, tal vez, no habría llegado nunca hasta su casa.

—Qué vergüenza, agarrarme justo cuando me lavaba el pelo —me dice—. Con la que me veo a veces es con la santiagueña. ¿Te acordás de la santiagueña? Andaba con el Turco. ¿Qué se habrá hecho del Turco? Se sienta. Supongo que mientras habla de cosas sin importancia trata de encontrar al pibe que debo haber sido hace más de quince años. Seguro piensa que algo debe quedar: una señal, un resto de luz oculto en alguna parte. O puede simplemente que esté tratando de acomodarse, de amortiguar el impacto de mi visita. Yo estoy sentado y sigo sin saber cómo llegué hasta acá. Cómo fue que esta tarde me subí al tren, recorrí las cuadras desde la estación hasta su casa con un paquete de facturas, golpeé la puerta —después de tantos años— y le dije que venía a tomar unos mates. Tiene un vestido floreado y suelto, humedecido en el escote, con botones en el frente y completamente abrochado. Está nerviosa. Sentada en la otra punta de la mesa no ha parado un instante de hablar, y ahora se inclina hacia delante y busca una factura en el paquete abierto. Puedo ver la forma de sus pechos porque la luz que entra por la ventana le vuelve trasparente el vestido. Pienso que pudo haber sido mi madre, que en una época deseé que fuera mi madre y hasta se lo dije. —Madre Teresa —digo. Pero ella no escucha, o hace que no escucha. —Mirá que seguís siendo loco, eh —dice. Después me pregunta qué bicho me picó, por dónde anduve. Querrá saber qué fue de la vida de un chico de catorce años que pensaba que una puta era una especie de diosa del Olimpo. —El tiempo vuela —dice—. Querías ser músico y doctor. No


narrativa tenés cara de ninguna de las dos cosas. Querías ser chulo también. Cómo me hacías reír, ¿te acordás? Siempre fuiste tan gracioso. —Me casé. Me separé — digo—. Tengo un hijo que se llama Alejandro. Ahora me pasa la pava para que yo cebe. Vuelco un poco de yerba sobre un costado del papel de las facturas y acomodo la bombilla. En silencio, la miro frotarse la cabeza con la toalla. Sacudir el pelo rubio para los dos lados, peinarse con la mano abriendo los dedos para formar una peineta. Teresa hace estas cosas con una energía desmedida, como si los movimientos bruscos la ayudaran a pensar mejor, a concebir la pregunta que contenga todos las interrogantes que le deben estar pasando por la mente. Se detiene. Suspira con un dejo de cansancio y se para. —Estarás necesitando mujer — dice. Yo pienso que debería irme. No sé a qué vine pero seguro que no a humillarme, ni a humillarla a ella. De golpe me siento asustado, me siento triste. —Me voy al sur; a laburarla de verdad, sabés —digo. Teresa recorta el pedazo de papel donde el poquito de yerba húmeda hizo una aureola verde, envuelve la yerba, va hasta el cesto de basura que está cerca de la pileta y la tira. —Contame algo del pibe, che. ¿Alejandro dijiste que se llama? Contame, ¿se parece a vos? —Es igual a la madre —digo, y el silencio de ella debe tener que ver con el tono suave de mi voz, con las palabras comunes y corrientes que acabo de pronunciar. Tal vez ya se dio cuenta de que siento desprecio por mí, por mi manera mezquina de pensar, de relacionarme con el mundo; porque soy incapaz de confiar, de no sentir

que el otro oculta siempre intenciones secretas que no se atreve a sacar a la luz. —Vos eras hermoso, sabés — dice Teresa—, me refiero a lo que eras, a la persona que eras, a las cosas que decías. Se acerca por detrás, me rodea el cuello con los brazos y me pasa las manos por el pecho. Se apoya contra mi espalda, me tira el cuerpo encima. Me quedo sentado. La siento alejarse y giro sobre la silla. Está desabrochándose el vestido. No rápidamente, tampoco con una lentitud que deje espacio a alguna duda. Está por desprender el último botón y yo temo que ese solo acto logre entristecer el mundo para siempre. No digo nada y ella debe interpretar mal ese silencio. Se lleva las manos a la cintura y, abriéndose el vestido, me deja ver sus pechos desnudos, una bombacha ajustada y negra, sus piernas todavía hermosas. Ahí está Teresa y ahí se queda ahora, parada cerca de mí, ofreciéndose, un fantasma en la penumbra. —Teresa —digo. No quiero mirar su cuerpo y busco sus ojos cuando el sol, desde atrás del paredón del baldío de enfrente, colorea la cocina de un naranja irreal, ilumina su pelo húmedo que huele a champú de manzanas, su cara de polaca, de judía, una mueca feroz bajo los delicados rasgos de su nariz. Yo sigo inmóvil, con los brazos caídos a los costados. Ella desvía definitivamente la mirada. —¿Te acordás del disco que me regalaste? —Se ha dado vuelta; se está cerrando el vestido—. ¿Te acordás o no? —dice de espaldas—. Todavía lo tengo, en un sobre. Fue cuando empezaste con el inglés. Estabas meta traducir canciones. A veces quiero acordarme. Es como tener una espina, esto de no poder acordarse. Se mete en la pieza y, lo sé, está juntando fuerzas para poder mi-

rarme a la cara cuando vuelva. No puedo dejar de reconocer su oficio en eso. Ahora sale, con un sobre, con el disco simple adentro, la mirada clavada en el aire. —Hablaba de alguien que lloraba por una tontería —dice—, me acuerdo de eso: un tipo que lloraba por una gran tontería. —Porque el cielo es azul me hace llorar —digo. —Eso, sí, ¿qué alivio es acordarse, no? Porque el cielo es azul, me hace llorar —dice Teresa—. Qué tipo más raro. Qué tontería más grande.

Pablo Ramos

(Avellaneda, Buenos Aires, 1966). Ha publicado el libro de poemas Lo pasado pisado (1997), las novelas El origen de la tristeza (2004) y La ley de la ferocidad (2007), y el libro de relatos Cuando lo peor haya pasado (2005), que obtuvo el primer premio del Fondo Nacional de las Artes (2003) y el primer premio en el concurso Casa de las Américas de Cuba (2004). Su obra ha sido traducida al francés y al alemán. 23


Todo poema Dicen que todo poema está hecho de polvo. Polvo de nostalgia. Una nostalgia casi imposible encontrada al caer en cuenta que la gente se va que se muere o se cambia de país y nos vamos quedando solos. Polvo hecho de huesos. De todo lo que se acumula con el paso de los años. De las calaveras a las que quisiéramos desenterrar y besarles la frente con ternura. Polvo de los cajones que nunca abrimos. Polvo que se acumula en los retratos y las fotografías que abandonamos a su suerte en algún rincón de la casa. Polvo de la intimidad. Polvo del deseo que invocamos cuando conocemos el amor. Polvo de las tardes en que llueve y somos más propensos a la tristeza. Polvo de los libros, polvo del hambre, polvo de los calendarios, polvo de la libreta de direcciones a las cuales nunca vamos a ir. Dicen que todo poema está hecho de polvo. Al igual que los hombres.

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novísimos Cotidiana

De la muerte

Este teléfono dañado no sirve de nada y sin embargo sigue aquí sobre la mesa como parte de todo, quizás lo conservamos porque nos gusta el martirio de su silencio, o el ronquido ausente al otro lado de la línea telefónica.

Tristes son los cadáveres bajo mis ojos. Cadáveres de segundos, de esperanzas que se toman largos años y terminan también por morir.

El calendario dice que mañana es domingo que ayer fue domingo que hoy también lo es. Repaso uno por uno los agujeritos que encontré en el tejado, coloco debajo baldes para que recojan la gotera y remiendo con fotografías los agujeros de la memoria.

Me sabe lejano el sonido de las palabras cuando caen rendidas sobre el asfalto, mártires, las memorias, solas las promesas en suicidio. Apenas son las seis treinta y tengo miedo de todo lo que me queda por morir.

Intento convencerme de la buena salud, de los buenos tiempos venideros, de que pronto cambiará el titular del diario, que mi cabello dejará de caerse prematuramente delante del espejo. Repito en voz baja que las manchas en mis mejillas son solo alegría a medias, que mis dientes siguen igual de blancos que esta tarde el poema golpeará atrevidamente todas las ventanas de la casa. Algo muere a lo lejos cayendo despacio sobre la tierra Sonrío apenas, porque no he sido yo.

Juan Suárez Proaño

(Quito, el 18 de noviembre de 1993) Comenzó a escribir a temprana edad. A los 17 años terminó su primer libro, A mi mundo, publicado dos años más tarde por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Imbabura. Paralelamente, terminó la escritura de Lluvia sobre los columpios, libro que fue publicado independientemente en el año de 2014. Actualmente es estudiante de Comunicación y Literatura en la Universidad Católica del Ecuador. Varios de sus relatos cortos han sido utilizados como material didáctico en escuelas y colegios de Imbabura y algunos poemas suyos han sido publicados en revistas y antologías de poesía juvenil del Ecuador.

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Christian JimĂŠnez Kanahuaty

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geografías Uno

L

a obra de Rodrigo Fresán es una de las más versátiles de los últimos años. Ha recorrido y explorado temas que van desde la historia argentina hasta la paternidad, pasando por la ciencia ficción, quizá por ello se ha manifestado en diversas oportunidades que Fresán podría no haber nacido en Argentina en 1963, ni que su primer libro de cuentos se llame precisamente Historia argentina (1991) y que sea la parodia y la reconstrucción de la historia argentina para narrar eventos a veces subterráneos de ella o a veces para formar a partir de personajes históricos, personajes de ficción mucho más interesantes y entrañables que los reales. Lo cual es un juego que bien podría anclarse a cierta tradición de historizar la ficción, pero Fresán va más allá al colocarla dentro de un universo pop, donde la música, las pinturas, las marcas van haciendo que lo local sea demasiado global como para no verlo ni registrarlo.

Dos Fresán tiene temas recurrentes: Pink Floyd, México, Edward Hoper, The Beatles, sobre todo la portada de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, algunas referencias a James Dean, a Casablanca, a Lawrence de Arabia son las que pueblan y mutan en cada uno de sus libros. A veces hay la impresión de que la música ha sido el registro artístico que más y mejor se asienta en la obra de Fresán y él mismo parece usar uno de sus modernos experimentos. El sampleo es un elemento que se percibe en sus dos últimas novelas, El fondo del cielo (2009) y La parte inventada (2014), abre de nuevo posibilidades

a pensar desde la poética de Fresán, lo se podría llamar «las edades del lector». Fresán reflexiona a partir de estas edades en los momentos en que un lector se convierte en escritor. A veces en sus artículos cuando escribe sobre John Cheveer, o Raymond Carver, o David Foster Wallace y John Irving, también esa forma de entender la escritura y la lectura aparece como un paraguas que indica las coordenadas por dónde transita la escritura a ser reseñada. Fresán piensa a los lectores como seres de otros planetas que se han preparado a través del tiempo y debido a la acumulación de materiales dispuestos para lograr una comprensión objetiva y lúdica del texto literario. Piensa que los lectores se van convirtiendo en escritores según su genética y según la manera en que interactúan con la obra que tienen entre manos.

Tres Fresán no es considerado un escritor serio. Para muchos sus guiños al rock, a las drogas, al cine y a la ciencia ficción lo hacen un escritor juvenil y preocupado por aquellas cosas sin importancia que sólo están ligadas a cierta escritura que no se complace con dar respuestas, sino con elaborar preguntas. Y esto desde un punto de vista puede ser cierto, pero quizá ahí esté la belleza de Fresán, en la posibilidad de armar con aquellas piezas-novelas como Esperanto (1995) y Mantra (2001) que son el reflejo de una generación que estaba a punto de ser olvidada gracias tanto al peronismo neoliberal como al monopolio político del PRI en México y la manera en que la guerra y la violencia mutan en la vida cotidiana condicionando de muchas maneras tanto reales como imaginarias, lo que se puede o no hacer. Pero allá donde otro

Su fuerza está dentro de una narración que es envolvente y al mismo tiempo rápida y rugosa, como los pliegues de una cortina. Fresán arma la vida de un escritor desde su origen y desde ahí lanza un mundo de explicaciones sobre el significado de la paternidad, la violencia, la vida, el amor, las relaciones de pareja y, sobre todo, la forma en que se constituye esa dilatada manera de encarar el futuro.

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escritor encontraría el terreno para lanzar una larga disquisición sobre el mundo actual y dar un alegato a favor de la libertad y la liberación, Fresán sólo desea divertir mientras te dice cosas duras al oído; dejando para el después (un después que él jamás controla porque le corresponde al lector) la respuesta de la cual entiende que es una resonancia de Dylan, porque todo flota en el aire. Pero esto también tiene que ver con aquello de que Fresán sabe que los escritores, y sobre todo él, son producto de sus fallas. Él ha reconocido en muchas entrevistas que, al final, su estilo son sus fallas. Esta forma de entenderse hace de él alguien que festeja sus errores y los trabaja sin intentar ser otro, sino que acepta sus propias limitaciones y temáticas y con ellas, edifica un mundo de ficción que tiene mucho de verdadero. Sus fallas son su estilo. Sus errores son su escritura y su estilo es sólo un puñado de temas.

Cuatro

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Fresán puede construir novelas alucinantes con personajes memorables pero hay un momento en que su obra va dando un giro. Jardines de Kensington (2003) es una de esas novelas que llegó para quedarse entre nosotros; la historia que cuenta, ambientada en Inglaterra, no hace sino ‘ficcionalizar’ aún más el momento de escritura de Peter Pan. Pero lo interesante de esta novela es que Fresán reconoce de ella, que esa es su primera novela, que ahí se resumen todos sus intereses y todos sus temas. Porque no es que Inglaterra sea su tema, sino la niñez y no hay dentro de la literatura además de ciertas novelas de Dickens, obra que haya captado la niñez como lo hizo Peter Pan en su momento. Fresán ama la niñez, es su territorio desde el cual salen

la mayor parte de sus personajes y es el escenario desde el cual ahora habla. Ya en Mantra había un juego sobre la infancia, pero en Jardines de Kensington se acentúa esto y se convierte en la bomba de tiempo que hará estallar la historia. Y quizás para redondear esta etapa, haya que decir que junto con la infancia, la memoria es también uno de los elementos detonantes en estas novelas. Pero no es una memoria que llora lo que ya no existe más, sino una memoria casi festiva que hace del pasado algo presente, ahí está su idea de ciencia ficción: la permanente presencia del pasado en el presente y la fuerza con la que aún nos sentimos presos de un pasado que no termina de irse porque vive en nosotros.

Cinco Fresán ha emprendido una trayectoria reciente en su narrativa. Una que tiene que ver con el rescate de la infancia pero vista desde el punto de vista de la paternidad. La paternidad se ha convertido en la genética heredada para que sus personajes puedan aceptar o no su destino y si bien podemos ver el rol de la paternidad en novelas como Esperando o Mantra, es en La parte inventada donde mayores logros obtiene. Logros en el sentido de preguntas y respuestas elaboradas al calor de ver cómo un niño va convirtiéndose en escritor y va elaborando su pasado en relación a su presente para dar cuenta de aquello que vio de lejos, pero lo toca de cerca. Su fuerza está dentro de una narración que es envolvente y al mismo tiempo rápida y rugosa, como los pliegues de una cortina. Fresán arma la vida de un escritor desde su origen y desde ahí lanza un mundo de explicaciones sobre el significado de la paternidad, la vio-


lencia, la vida, el amor, las relaciones de pareja y, sobre todo, la forma en que se constituye esa dilatada manera de encarar el futuro. Que es nomás ciencia ficción porque es impredecible.

Seis Al revisar la obra de Fresán uno tiene la sospecha de que está frente a una obra que crece conforme pasa el tiempo y que ese tiempo no es el tiempo de los relojes ni del positivismo, sino que es un tiempo vital. Es el tiempo del escritor. El escritor vive sólo aquello que desea vivir y a partir de eso cuenta algo a los

demás. Es el maestro de la comunidad de origen que reúne al grupo y cuenta algo al calor del juego a los demás de la tribu. Ser parte de la tribu de hombres y mujeres que escuchan a Fresán es ser parte de un mundo que nace desde el origen de los tiempos. Es un hombre que escucha la voz de un escritor que ha sido lector, que ha sido hijo, que es padre, que ha sido al final también producido por su propia fabulación. Tanto es así que en esa fabulación él reconoce sus errores y dota a ellos de su gen primario y primigenio. Es un escritor, entonces, que es dueño de pocas cosas pero con esas pocas y pequeñas cosas arma el mundo que nosotros habitaremos mientras lo leamos.

Al revisar la obra de Fresán uno tiene la sospecha de que está frente a una obra que crece conforme pasa el tiempo y que ese tiempo no es el tiempo de los relojes ni del positivismo, sino que es un tiempo vital. Es el tiempo del escritor. El escritor vive sólo aquello que desea vivir y a partir de eso cuenta algo a los demás.

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Andrea

Las manos son del exilio 1

El atardecer se desprendía de la primavera de los rostros. Las manos son del exilio que es una muerte suspendida, hombres obligados a la desmemoria de sus pasos.

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Se pondrán a cantar con la miel brotando de las rocas, saben que llegan los esposos con las nuevas reses para formar las colmenas. Los hijos aún son frutos diminutos, tiernos, apoyados en las trenzas del querer: amanecerán en la punta de la lengua de los bueyes. Ese es el sabor de los muros calmos que sostienen esta cena de campo y de flautas que son los tiempos de la carne.

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Volver los ojos hacia la nube del corazón partido con la espesura de los humores de madera que tienen ligaduras como membranas; así es el destierro de la pureza de los hombres. En el vidrio se refleja el paso de la experiencia por sobre la carne de nuestros ojos. Frescas son las certezas de los condominios. El saludo del tiempo tiempla las manchas de los miembros salvados.


poesía Cuatro poemas A

Ha sido mi madre una clase de homúnculo habitando el castillo de la lengua. A ella le amputaron los dedos de las manos para evitar cualquier distracción con el cariño. Mi madre intenta denunciar a sus captores, elabora documentos para señalar el amor de los viajes. Es una ebria mi madre, pero qué puede hacer. Se siente muy sola ante los juegos de mesa y la sala vaciada de niños; además es arduo limpiar los juguetes del corazón sin dedos para desentrañar los placeres de cal.

B

A mi padre le cortaron los brazos tibios con el vinagre suave de las colinas. Sus ojos se levantaron hacia mí como hacia el oriente de la víspera. Las piedras encierran el olor del grito de mi padre que ahora, afiebrado, bebe los deseos de los hijos y la calma de acantilados en la paz. El puente hacia mi casa es subterráneo en los brazos: hay que bucear en el amor de los minerales, en los estantes del nombre con el que llaman cuando me llaman cuando soy el fantasma de un sonido que gira al oírse, al oír el ruido del espectro al que llaman con mi nombre. Los brazos solo pueden ser cortados en el cementerio de los ángeles y a la hora del retorno a la tierra de los fieles que hemos adornado el desierto del perder.

C

Yo que habité los tiempos del carbón, las morias, los escalofríos y la tensión de las danzas, vi el declive de los siglos dentro de las cifras y el oficio cóncavo que implica al ojo. Conviví con los ríos y habitaciones de sombra, supe que la tristeza es pequeña como una semilla, el que la tiene verá siempre sus brotes.

D

Y vuelves al desamparo de la boca y al arrullo de la madre en el amanecer antes de evocar la adultez de la primaria. Ya no te quiero soplando tu sordera, ni acariciando las quebradas de las manos. La sangre atardecida está llena de rostros simples. Abrazo la cal que quiere tu labio y el párpado de la luz. Y hay una telaraña en el frío carmesí de las escaleras, allí aguardan los temores familiares listos para deslizarse entre tu ropa. Pero en estos tiempos acontecieron los pájaros y la niebla, observábamos que la dimensión del amor estaba entre los huesos fríos de las manos.

Andrea Crespo Granda (Guayaquil, 1983) Andrea Crespo realizó estudios de comunicación en la Universidad Casa Grande de Guayaquil. En 2004 participó en la I Bienal de Arte No Visual del país. Fue parte del equipo de producción para Guayaquil de los EDOC, Festival Internacional de Cine Documental, desde la segunda hasta la novena edición (20022009). En septiembre de 2009 fue nombrada directora técnica de Cinematografía del Consejo Nacional de Cinematografía del Ecuador. Como productora independiente ha desarrollado preproducción y producción de campo de algunos documentales nacionales, como Estación Floresta, Mención de Honor premio Augusto San Miguel, 2008; o El lugar de las cirguelas, 2009; también trabajó para la televisión de Catalunya (España, 2009). Ha sido directora de Comunicación del Ministerio del Litoral y asesora de Comunicación del Ministerio de Educación del Ecuador (2008-2011). 31


Leira

Antipoema Yo recuerdo que estabas allí sorbiendo la sal mientras yo pedía. No, yo gritaba. No, yo soñaba. Sólo quiero que te detengas. La memoria es una pasta dental que no quiere salir del tubo. La arena se metía en nuestros poros. Y tú eras feliz porque yo mostraba una felicidad barata. Una felicidad de niño de cinco años, decías. Porque la felicidad es simple, decías. Y que no empiece a llorar porque me quemo y lo único que hacías era cagarte de risa. Había cadáveres en el agua. Cadáveres en la tierra. Esqueletos que alguna vez fueron la materia esencial de una lancha imposible que querías construir. Con cinco centavos, con un entusiasmo que no ha sido medido en la bolsa. Me dijiste que era triste, que por eso me dejaste. No sentí nada. Pero lloré. Cuando corales rotísimos me remataron los pies. Y sonreímos. Porque yo estaba feliz de nuevo. Porque sentí.

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Caníbales Corta por ratos la náusea que corre con sus pies atajando la luz barata de un clóset. Están. Sus medias trajinando dolorosamente pasan sin poder asirse de los tobillos del enano. Mi sujeto deforme es el demonio que me quitó de la costilla Dios cuando nací. Yo creía que al menos tendría alas y oro cubriéndome la frente pero entre fotogramas viví el pánico del acero quirúrgico negociando los pulmones de mi madre con frascos coloreados al azar e intravenosas que le sacudían la infancia. Entonces ella gritaba a mi abuela, yo le gritaba a mi abuela, mi hermana le gritaba a mi abuela, la tía le gritaba a la abuela. Se tenía que hacer pública aquella hipótesis de que la abuela era abuela pero era mala madre. Lo logramos. La partimos. Nos comimos sus piernas pequeñitas y su boca que se sostenía sobre el mentón de los besos infinitos del 96. Los caníbales celebramos cumpleaños y fiestas de guardar. Somos de centroizquierda pero le pagamos poco a la doméstica. Y vivimos apuntándonos con pistolas de salva hasta que la muñeca se cansa, nos damos besos, y nos sentamos a cenar.


Cirugía Han plantado la bondad en tu cuerpo de una manera repugnante ya no cabe el morbo ya nada cabe.

Mordidas Hay cachorros de tigre queriendo morder las aceras. Yo soy la calle. No, soy una avenida. No, soy el semáforo extendiéndose sobre un pie desconocido. Que no cruces y que los perros se lleven tu carne. Esta no es mi ciudad. Esa tampoco es mi boca. Esta voz no es la que conozco y es un mirarse al espejo y contar del uno al diez del uno al diez como los juegos descabellados de los niños que empiezan a hablar, pero nadie los quiere escuchar, porque todos olvidaron cómo es no preocuparse por la pensión, cómo tocarse el ombligo con sinceridad. Me besa y es un sueño seco. Nuestras lenguas son piedras en medio de la calle. Los carros pitan, hay agua en la esquina. Quiero saber a dónde irá esa corriente. Él también quiere. No sé por qué sé lo que él quiere. De pronto estoy en su cabeza pero sigo en la mía. No soy una diosa. No soy el infierno. No soy el espacio. Soy la mantarraya de un océano inexistente. Las rocas se lanzarán hacia los cuerpos, tocarán los timbres, envidiarán las sombras que proyectan los árboles tristes. Cientos de bocas sonríen por la llegada del apocalipsis. Los veo hacerse masa en las esquinas, comiendo canguil mientras esperan la película del fin. Nos amamos. Deberíamos ahora cantar Cumbayá. Deberíamos besarnos. Que nadie piense que esto es porno. Que nadie diga nada. Que se callen. Maldita sea, qué les pasa. Dejen de quererse. Dejen de oler a maíz con caramelo. Que venga el mar y se los lleve. A mí no me llevará. En los sueños todos somos hacedores. En los sueños nadie teme al artículo YO, nadie teme al ego, nadie justifica su existencia a través de la palabra. Otra vez el tigre. Ha venido a ahogarse. Otra vez un tigre y miles de cachorros de tigre. Qué tierno es morir con sus dientecillos clavándose en mi pierna. Me está besando. Hay rayas en mi espalda. Tomo un mar para escuchar el sonido de las conchas. Le enseño a respirar al tigre. Bajo el agua. Está verde. Y sonríe. Y sonríe.

Leira Araújo (Guayaquil, 1990) Actriz, guionista, poeta y profesora de literatura. En el año 2003 ganó el premio de Teatro de la ONU; en el 2013 fue seleccionada para representar culturalmente al Ecuador en el SUSI Program de la Embajada de Estados Unidos en Olean, N.Y., St. Bonaventure University, Chicago y Washington D.C.; en el 2014 ganó el Primer Slam Poético organizado por el aniversario de ‘Esquirla Poética’. Colabora con distintos colectivos artísticos, perteneció a Fantoche Teatro de Grupo y escribe en medios independientes de su ciudad natal. 33


poesía

Lucero

Versos para un niño viejo Tus ojos gritan un par de brazos y ciñéndome a tu pecho, me dices que no me marche. Ay hombre elástico, de los mil nombres, tienes la capacidad de retenerme con cadenas imaginarias. Esa habilidad tuya de embobarme solo con decir mi nombre y todas las derivaciones posibles que inventas. Niño travieso, niño hombre, niño viejo. Yo ya tengo hecha la maleta pero no parto y me quedo un minuto más, una hora, un día. Quisiera conjugarte en presente o en futuro pero no me alcanza ni siquiera para el pretérito. Llegué con desventaja de años a esta guerra.

Animal Ruge debajo de la melena, abre los ojos, es un gato. Lame su pata, ahora es perro. Muerde su cola, es un uróboros. Espera al acecho, es un lince. Se lanza al ruedo, como un toro. Se llama hombre, pero aún no me dirige la palabra.

Poema insular «Hacia la hora del mediodía, con la marea, La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma» José Saramago

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La arena se tragó mi casa la creciente se llevó la luna tres rayos me traspasaron abrí los ojos seguí intacta. Dije adiós a la princesa de los mil años quemé el último ejemplar mal impreso descorché una botella de vino ahora hay una isla en la mitad de la casa, dispuesta a ser devorada una vez más.

Lucero Llanos Orellana (Guayaquil, 1990) Licenciada en Periodismo por la Universidad Casa Grande. Obtuvo la Primera Mención de Honor en las ediciones 2011 y 2012 del Festival de Poesía Joven Ileana Espinel, organizado por la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas. Sus poemas han sido publicados en revistas literarias en línea (nacionales e internacionales), así como en las antologías Imaginarios y Efecto secundario. Ha leído su poesía en la Feria Internacional del Libro de Lima, Perú, 2011; y a finales del 2012 fue invitada al tercer coloquio internacional de mujeres poetas ‘La Palabra Visible’, organizado por el desaparecido Ministerio Coordinador de Patrimonio.


Abel

Canto segundo Viene un paciente bajando de sus navíos de leche al légamo de su tierra infértil. Caigo. Me vi yacer en lo etéreo de las montañas peinadas por el azafrán: soy lo perdido columpiándose en telarañas fatuas.

Diálogos para no ligar I La música son alas agitando el abandono del hombre. ¿Qué canción será la que suena? Las gentes están acorazadas dentro de ellas mismas. Estamos solos. Déjame sentar a tu lado. Me siento tan pequeño que podría entrar en tu cenicero, lavarme con tus despojos ardientes. Cada vez que acomodas tu falda acomodas al mundo. ¿Te asusta la gran herida de la noche? No vengo por tierras más que para deshabitar la mía. Susúrrame al oído como si te pudiese escuchar, hazme saber que somos dos extraños, que entre los ramajes del mojito tus ojos de lince centellean a su presa. ¿Te asusta la gran herida de la noche? Serás mi cántaro, seré tu cántaro, y en esa gran tempestad caminaremos sobre las aguas.

No se llora envainado en una risa pero cómo se ríe en el fondo del llanto… Caigo. Rendirse ante los elefantes ciegos, aprendiendo a no estar estando. Estamos rotos; con máscaras debajo de las máscaras, con «caminos que no llevan a ningún sitio», con cántaros siempre vacíos. ¿Qué es un soldado abaleado? Un desparpajo sonriente, un sapo palpitando en la luna. Impulso el paracaídas. El hollín de los espejos forma un peñasco. Los mandriles gritan desde adentro, y yo canto. Remojar los ojos en la diáspora, alejarse para allanar la sombra. Gozo en la caída. Aviso: destroce este poema para encontrar al poema. Estamos rotos; con un regurgitar sin tiempo, con máquinas para despojar al hombre, con sueños inacabados.

Abel Ochoa (Guayaquil, Ecuador, 1986) Diseñador, publicista y poeta. Escribe en el portal político-social gkillcity.com y asuntosdelsur.com. Ha publicado El abismo de los justos, Quito, 2012. Aparece en varias revistas digitales, en la Antología de poetas del Encuentro de Poesía en Paralelo Cero, Quito, 2013; ‘8 Poetas ahorita’, de las editoriales cartoneras Dadaif, Camareta y Amaru de Perú. Mención de honor en Poesía en Paralelo Cero, Quito, 2012. Ha participado en la Feria Internacional del Libro, Quito, 2012; en el Encuentro de Poesía Ileana Espinel, Guayaquil, 2012; en el Encuentro de Poesía en Paralelo Cero, Quito, 2013 y en Sumpavive, Salinas, 2013. 35


Andrea

La magnífica habitante del torreón

(Fragmento)

IV Come farà l`uccello solitario? Potrà lui chiudere le ali rompere le fila senza distruggere la danza? Zingonia Zingone Efluvio a palabra escrita. Eres un pájaro sin bandada fija. Valoras la existencia y la nada al mismo tiempo, así como el continuo intento de ser, sin llegar a ser. ¿Cómo puedes ser tan tuya y abandonarte a la vez? Tienes el cuerpo lleno de relámpagos y solo dejas salir los destellos. Hagamos un puente, Malena. Un puente de recuerdos con las hojas que caen del sauce. Un puente de recuerdos con las palabras que caen de tu boca. Un puente de preguntas con tus zapatos de colores. Un puente de eternidad con los personajes que se ocultan tras tus ojos. Malena, danza con los pies desnudos de ansiedad. Agotemos la existencia en un abrazo. Desgastemos el lenguaje en un grito.

V Malena, no te desangres en pensares. Desángrate obnubilada por tu dermis. No te lamas las heridas secas. Escarba con tu lengua en la llaga sangrante. Estruja tus entrañas con fiereza. Enrolla en tu muñeca el cordón que sostiene tu ánima. Eclosiona tu sangre con tu carne. Mixtura. Amalgama. Alquimia de olas en celo y en tu sien las olas retozan hasta provocarle un orgasmo a la muerte.

Andrea Freire F.

Nací de las entrañas del mar en un día de los océanos. Piel de Yemayá, sonrisa de Mercury, cabeza de Yourcenar, corazón de Artaud: estoy hecha y deshecha de muchas historias. Por eso escribo, para que no se me olvide ningún episodio de mi historia. 36

Bésame los senderos prominentes de mis rústicas manos antes de irte al torreón. Bésame y duerme plácidamente. La muralla algún día caerá, Malena.

Preferencias Yo prefiero venirme con cualquiera, antes de irme con Dios.


relato

Bus Rafael Montalván

E

Rafael Montalván Barrera (Guayaquil, 1963) Escritor, poeta, educador, periodista, historiador, bibliógrafo, gestor cultural y crítico literario. Ha viajado con ponencias propias y distintas a congresos internacionales de lectoescritura en Colombia, Cuba, Perú, Panamá, Chile, Argentina, Guatemala, Suiza. Ha publicado varios libros de poesía, cuentos, testimonios, didáctica, reseñas y ensayos; ha trabajado como reportero y cronista en varios periódicos nacionales, mantiene en la actualidad la columna ‘Vamos a leer’ en Diario Súper, y se desempeña como profesor de Lengua A del Bachillerato Internacional y jefe del área de Lengua y Literatura de la Unidad Educativa Particular Politécnica de Guayaquil. Este relato pertenece al libro Ficcionario anónimo, publicado en 2012.

l bebé llora con insistencia frenética, se defiende de los brazos de la mujer quien no consigue tranquilizarlo, «Cálmese», bisbisea nerviosa, pero el bebé llora y llora, nada lo consuela desde que subieron al bus, llora y llora. Los pasajeros los miran con enfado, el obrero que va leyendo el periódico junto al pasillo pretende no inmutarse, pero en su rostro se advierte que se ha fastidiado; la oficinista de uniforme de tres piezas se retrae disgustada en su asiento por los gritos insoportables del bebé que llora y llora, abre su cartera y toma su teléfono móvil para distraerse mientras chatea. El policía que viaja junto a la ventana finge no sentir el berrinche del bebé, la mujer acerca su boca al oído del chiquillo, le pide que ya no llore, «shfff», pero él llora aún más, patalea, se angustia; algunos pasajeros se bajan enojados del bus, ya sobre la acera de la avenida Colón se sienten complacidos, por fin ya no escucharán llorar a ese bebé que viaja en ese bus rumbo al suburbio; dentro del carro el bebé continúa llorando, llora y llora y el chofer conduce sin darle importancia, las pasajeras y sus hijos escolares oyen acalorados llorar al bebé de casi un año, que se retuerce en los brazos de la mujer quien se muestra inquieta, impotente, conturbada; el bebé balbucea apenas un «mmamam» como desesperado grito de auxilio, parece que va a reventar, llora y llora. Otros pasajeros se bajan en el paradero y levantan sus miradas al cielo porque ya no oirán más los afanes plañideros del bebé, que sigue llorando. Al fin, el bus llega a la estación suburbana, la señora se baja, apresurada, sujetando fuerte al bebé que no se deja acomodar en su pecho. En su interior, ella está contenta, porque nadie ha socorrido al bebé que se viene robando del centro de la ciudad, a quien su llanto se le va apagando porque está a punto de desmayarse.

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E

Solange Rodríguez Pappe 38

s importante que todos estemos a tiempo para la cena, pero a mí me cuesta controlar la manera cómo se me van las horas en esta nueva existencia. Usualmente estoy escribiendo sobre el pasado en los cuadernos, así que casi siempre salgo precipitadamente, dejando las mejores ideas sin terminar. Jamás me he cruzado con nadie en el pasillo o en la escalera. Yo creo que se debe a que siempre llego atrasado o muy temprano a compartir la mesa, así que en cuanto me percato, bajo en carrera hasta el primer piso —una sala de luces opacas y difuminadas— y me siento en el primer sitio libre que tenga un plato limpio. Jamás tengo hambre, pero de todas maneras, como. Cuando tenía diez años, mi padre mató a alguien. Esa es la historia fundamental. Lo que escribo se repite una y otra vez en los alrededores de ese suceso que de tanto frecuentarlo se ha vuelto aséptico, carente de emoción. También me pasa con todo lo que está bordeando ese recuerdo: velocidad, noche, música en el tocacintas, golpe, cuerpo que se rompe… Lo evoco sin consistencia, como si hubiera sido envuelto tras una lámina de plástico y al tocarlo, no duele. Están allí las presencias pero son inofensivas. Mi padre conduce presionando el acelerador, puedo ver, mientras me asfixio, su pierna izquierda temblorosa. Mi mano se extiende crispada hacia el parabrisas del auto señalando un gran pingajo de sangre. —Calma, vas a estar bien —dice mi padre y me tapa los ojos con su mano derecha. Viene la oscuridad. Levanto la palma. Me he quedado ensimismado en el repaso. Frente a mí está sentada una mujer


que mastica un bocado con lentitud, su mandíbula se mueve pero no traga. Su plato está casi entero. La mujer mira sin mirarme, pasa con los ojos aletargados a través de mí. Quizá vaya a ser la última en dejar la mesa. Yo jamás me he quedado hasta el final, y sé que debo levantarme ahora. Hay cosas más imperiosas que comer. Entonces subo por la escalera desierta demorando los peldaños, siempre con la ansiedad y el recelo de encontrar a alguien en mi camino y vuelvo hasta la habitación donde escribo en uno de los cuadernos limpios: «Cuando tenía diez años, mi padre mató a alguien». En el recuerdo hay variaciones, no sé explicarlo bien, es como una capa de la que se desprenden infinitas láminas de posibilidades con las que juego a suponer lo que hubiera pasado esa noche. En una de las estampas que he escrito, mi padre me obliga a bajarme del auto y me dice: —Esto es lo que he hecho por ti. El cuerpo que miro es un estropicio, una masa de vísceras molida por los neumáticos. El horror me deja sin gritos, sin palabras, sin argumentos de defensa. Quiero zafarme de sus manos duras que me obligan a quedar quieto sujetándome los hombros. Sé, que dentro de ese recuerdo falso, jamás podré olvidarme de esa imagen, que viviré con ese negativo instalado tras los párpados y que cada acción que haga se construirá desde las bases de esa tierra mojada y roja. Entonces empiezo a asfixiarme con un estertor doloroso que aprieta mi tráquea y es como si cerrara los ojos. Corte a negro. A veces me parece identificar a conocidos entre los comensales. La mayoría mastican y tragan abstraídos en sus pensamientos, pero otros también pasean los ojos por sus vecinos de mesa, ojos asombrados de

solitarios que no están acostumbrados a mirar a tanta gente, ojos aturdidos, estúpidos de cansancio o de sueño. La mesa es angosta pero procuramos rozarnos lo menos posible, tocar a otro, palpar los brazos o peor las piernas bajo la mesa genera una repulsa indisimulable, pero ya que compartimos la cena hay que ser cordial, ser tolerante con las extravagancias de los que mastican con la boca abierta, usan las manos, eructan, salpican las camisas de los compañeros —aquellos con quienes literalmente ‘se comparte el pan’—, por su torpe uso de la cubertería. Los más difíciles de soportar son los que me miran como si supieran quién soy pero no me dicen nada. En una ocasión una mujer demoró la cena solo para decirme que quería hablar conmigo y que me esperaba escaleras arriba pero aun cuando recorrí el trayecto de vuelta a mi cuarto y miré hacia atrás repetidamente, no encontré a nadie. En otro de los recuerdos, es mi padre el que se asfixia y yo conduzco sin detenerme, para salvarle la vida. Yo soy mi padre, siento sus manos callosas y de tendones engarrotados, su barriga hinchada incrustarse contra el timón, su corazón de caballo despeñándose por un barranco y entonces entiendo por qué mi padre ha ido golpeándose contra todo mientras recorre el camino que separa la vida de la muerte. Mi padre embiste cada una de las alambradas del mundo: a todas las cabras, gatos, venados y terneros los hace volar por los aires y luego quiebra sus huesos con los neumáticos porque no puede detenerse; mi padre es un sacerdote que ofrece corazones a la luna a cambio de que el mío siga latiendo. Mi padre arroja a otro hombre al pavimento

Demasiado temprano o demasiado tarde, siempre cruzando de forma desbocada el pasillo penumbroso y vacío, trastabillando en las escaleras, confundiéndome con el reflejo de un espejo que devuelve destellos azules y lóbregos, muy absorto en mis pensamientos como para ver venir el auto por la carretera.

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El horror me deja sin gritos, sin palabras, sin argumentos de defensa. Quiero zafarme de sus manos duras que me obligan a quedar quieto sujetándome los hombros. Sé, que dentro de ese recuerdo falso, jamás podré olvidarme de esa imagen, que viviré con ese negativo instalado tras los párpados y que cada acción que haga se construirá desde las bases de esa tierra mojada y roja. Entonces empiezo a asfixiarme con un estertor doloroso que aprieta mi tráquea y es como si cerrara los ojos.

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del carretero y luego le pasa encima porque me ama. Entonces, con el alma cargada de agradecimiento, despierto. Me he adormilado en mis propias fantasías y se me ha hecho tarde para cenar. A veces alguien me dirige la palabra, usualmente los recién llegados, los que no comprenden cómo van las cosas, los que quieren salir y preguntan dónde están las puertas. Como ni yo ni nadie les contesta, poco a poco se les va olvidando hablar. Al corto tiempo ya no se les puede distinguir del resto, comen como todos y con la boca llena, se les acaban las preguntas. También ha habido casos de gente que quiere volver a la habitación sin probar bocado; los que

lloran desconsoladamente; los que parlotean en voz alta de sus recuerdos, pero esas son las noches más extraordinarias. Normalmente todos somos buenos comensales, usamos los cubiertos, con razonable apetito, vaciamos las fuentes, dejamos los platos limpios y cavilamos en silencio, pensando en qué nuevo giro podríamos darle al recuerdo que amasamos, que aplastamos con los dientes, que nos nutre y que se ha convertido en el pasatiempo de nuestras horas. Muchos no hallamos manera de que la cena transcurra más rápido para seguir rumiando los bordes de esas imágenes y subir a exprimirlas hasta el más seco de sus resquicios. Demasiado temprano o dema-

siado tarde, siempre cruzando de forma desbocada el pasillo penumbroso y vacío, trastabillando en las escaleras, confundiéndome con el reflejo de un espejo que devuelve destellos azules y lóbregos, muy absorto en mis pensamientos como para ver venir el auto por la carretera. Uno quiere la paz del campo, calmar la vida cotidiana bajo el guiño simpático de la luna y de golpe, el puño de la vida nos alza y nos estrella hasta hacernos saltar los dientes. Primero el empellón y la caída, el dolor que va esparciéndose sin tener una herida particular porque la herida es todo. Luego caer, aturdirse, perder el aliento, permanecer lúcido mientras la cadera se tritura bajo el peso del azar monstruoso,


Solange Rodríguez Pappe (Guayaquil, 1976)

después las costillas, sentir cómo el brazo se desgonza y la sangre abundante llena la boca. Con los ojos vidriosos ver al padre y al hijo contemplarte ya no como un ser humano, como puede ser un pedazo de carne abierta vista desde un plato, intentar pedir ayuda, tener un gorgoteo en lugar de voz, perderte en la mirada de un niño tan asustado que se desmaya contigo. ¡Qué particular es que tu recuerdo fundamental sea morir! Me he quedado ensoñado frente a la comida. Aunque sé que voy retrasado en mi nueva escritura sobre ese suceso, demoro masticar a propósito, paso el trozo de un lado a otro sin tragarlo como la mujer que algunos puestos más allá en la mesa ensaliva un bocado infinito.

Sólo hemos quedado un hombre altísimo de ojos saltones que me contempla con ese aire ausente que solemos tener todos en la mesa y la mujer desvaída que mastica y no traga y yo. La examino, ella cruza su mirada con la mía buscando quizá bondad, quizá compañía para el resto de la cena. Es de las nuevas, de las que creen que para los muertos puede haber salida para la trampa de la reminiscencia. Cuando me pregunta con angustia si la recuerdo ensayo una respuesta diferente a lo que decimos todos en esa casa desde que tengo memoria. Le digo que sí, que se me hace conocida de alguna parte. Entonces ella deja de moler la comida y me devuelve una amplia sonrisa a la que le faltan algunos dientes.

Escritora especializada en el género de lo extraño; ganadora del premio nacional Joaquín Gallegos Lara al mejor libro de cuentos del año 2010 con Balas perdidas. Cronista, activista cultural y conductora de talleres de escritura creativa. Ha publicado cuatro libros de cuentos y antologado un compendio de microficciones ecuatorianas: Tinta sangre (2000), Dracofilia (2005), El lugar de las apariciones (2007), Balas perdidas y Ciudad mínima (2012). Consta en compendios de narrativa hispanoamericana como las realizadas por Raúl Brasca Cielo de Relámpagos (2009) y Salvador Luis Asamblea portátil (2010) y la Condición pornográfica (2011); a más de integrar todas las selecciones de autores contemporáneos que se han realizado en Ecuador desde 1990. Su más reciente producción es La bondad de los extraños. 41


Miguel Antonio Chávez

A

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Anelius Borda le llegó una carta de la Universidad de Idaho en la que se le invitaba a un encuentro literario inusual, ya que se había propuesto reunir escritores de países cuya producción literaria gozaba de poquísima o nula circulación dentro del continente. Así, la invitación mencionaba que un solo representante de Belice, Guyana, Ecuador, Surinam y Bolivia sería parte; y entre esos estaba él. Anelius Borda lo tomó al principio como una posible tomadura de pelo, pero el ticket aéreo y una carta formal del decano estaban ahí, a prueba de incrédulos. De todos modos ese no era el principal motivo de su incertidumbre, del súbito tirón estomacal que le sobrevino como a pasajero de una montaña rusa que espera lo inevitable al coronar la cima. No se explicaba cómo había podido llegar hasta Norteamérica su

libro, el único que había publicado, sin esperanzas, con un tiraje menos que modesto y cuyos relatos (podía engañar a todos —es decir a los cuatro gatos que lo habían leído— menos a su conciencia) eran tristes facturas de las ‘anécdotas inolvidables’ de la Reader’sDigest, que solía leer en la sala de espera cada vez que acompañaba a su padre al doctor. El resto de referentes los obtenía a cuentagotas de él; los achaques del viejo no daban para más. Lo que no sabía Anelius Borda era que dicho encuentro sui géneris fue improvisado sobre la marcha debido a que resultó un excedente en el presupuesto de la universidad, el cual de no emplearse ese año sería destinado a otra facultad o a otro rubro, sin opción a recuperarlo. La idea no sonaba mal, lo que no sonaba bien era la voz del viejo en el teléfono: un mar de tos y otras rémoras lo envolvían. Por eso Anelius


Borda llegó con las viandas que le hacían falta, y lo sorprendió leyendo un libro de relatos de Rodrigo Rey Rosa. Anelius le preguntó por él ya que nunca lo había leído. —Lees pendejadas de vieja, por eso no sabes quién es. Irónico que yo sepa más de narrativa contemporánea que tú. Hay un cuento en este libro, La niña que no tuve, es una bala tierna al alma. Una niña con una enfermedad terminal que a ratos parece más inteligente y madura que su padre para afrontar la situación. Joyita nihilista. Si pudiera escribir haría un ensayo sobre ella. —Escríbelo y ya. —¡Ja! Me habla el nene Reader’sDigest. ¿Crees que esto es cosa de soplar y hacer botellas? Anelius Borda iba a contarle de su invitación a Idaho pero sintió que sería inútil. Lo miró fijo como él le había enseñado a mirar a los perros para intimidarlos. En el ba-

rrio en que creció había muchos de ellos, sin dueño la mayoría. Luego de las interminables inyecciones antirrábicas alrededor del ombligo por las que tuvo que padecer el pequeño Anelius, su padre trató de llenarlo de valor enseñándole aquel secreto para que no volviera a ser presa fácil. Lo sentó y se lo contó como si se tratara de una revelación mesiánica. Crack. —Mi estómago… —No estás enfermo, papá. Tú lo sabes. —Estoy más flaco, ¿no te has dado cuenta? —Porque no comes, eso es todo… —Anelius se sobresaltó al revisar la pila de libros que tenía junto a su sillón como si fuera agente antinarcóticos o, literariamente hablando, algún bombero piromaníaco de Fahrenheit 451–, …El mal de Montano, La náusea, La

Los cristianos, en su Nuevo Testamento, tienen las epístolas de Pablo; en una de ellas él dice: Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí. Bueno, yo puedo decir que alguien realmente vive en mí, a quien puedo sentir y con quien a ratos hasta puedo hablar. 43


El viejo le habló de su huésped interno, una especie tan antigua que hasta Hipócrates, Aristóteles y Teofrasto hablaron de ella y a quien llamaron platelminto, por su parecido con cintas o listones. Luego Celso y Plinio el Viejo acuñaron la expresión en latín lumbricuslatus, gusano ancho. Pero tuvieron que pasar siglos hasta que Carlos Linneo incluyera en 1758 en la décima edición de su Systema Naturaea la Taeniasolium.

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amigdalitis de Tarzán: ¿qué es esto: literatura para hipocondríacos? ¡Cómo no te vas a sugestionar! —Es cierto, no estoy enfermo. Es más difícil de entender de lo que piensas. —Inténtalo. —Los cristianos, en su Nuevo Testamento, tienen las epístolas de Pablo; en una de ellas él dice: Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí. Bueno, yo puedo decir que alguien realmente vive en mí, a quien puedo sentir y con quien a ratos hasta puedo hablar. —Dile a tu amigo imaginario entonces que te haga también las compras de la semana. —Anelius, no me estoy quejando, solo quiero que me dejes tranquilo. —No te entiendo, entonces para qué me llamas sollozando como moribundo. De súbito el viejo empezó a retorcerse, se agarró del estómago, como si estuviera sobre el lomo de una serpiente marina. Pero el viejo parecía ducho en las maniobras de ese tipo de exorcismo, hasta que se incorporó y dio un largo respiro. Sudaba. —Ya pasó… La hiciste enfadar, no le caes bien. —¿De quién coño me hablas? El viejo le habló de su huésped interno, una especie tan antigua que hasta Hipócrates, Aristóteles y Teofrasto hablaron de ella y a quien llamaron platelminto, por su parecido con cintas o listones. Luego Celso y Plinio el Viejo acuñaron la expresión en latín lumbricuslatus, gusano ancho. Pero tuvieron que pasar siglos hasta que Carlos Linneo incluyera en 1758 en la décima edición de su Systema Naturaea la Taeniasolium. —Cuando se lo conté a ella por primera vez, le dio gusto conocer la historia de sus ancestros. Bueno, digo ella como un convencionalis-

mo mío, porque es hermafrodita... El punto es que le encanta que le lea, de hecho siento que ya no leo para mí sino para ella: con sus ventosas no solo absorbe mis nutrientes sino también mis conocimientos. ¡De ese modo hablamos un mismo idioma y nuestros temas de conversación no se agotan! Anelius no sabía si compadecer o sentir coraje por esa bizarra relación filial que su padre tenía con una lombriz asquerosa que era capaz de crecer hasta diez metros de largo, alojarse en los intestinos y que solo podía expulsarse por vía anal, y cuyos huevecillos microscópicos liberados en el ambiente podían ascender a millones. De todos modos, ¿cómo lo podía saber el viejo si él no se había practicado un examen, o al menos eso es lo que Anelius creía? Una situación tan confusa como esta lo obligaría a estar más tiempo con él y posiblemente podría malograr su viaje a Idaho. —¿Por qué esa cara? Todos en esta vida hemos sido parásitos de un organismo superior. Tú, por ejemplo, parásito de mis lecturas. —¿Por qué me haces esto, papá? Justo ahora, que tengo un viaje muy importante. —Viaja, hombre, viaja, que eso es lo que te hace falta, dejar las revistas de salas de espera, conocer más el mundo. Timbre. —¿Esperas a alguien? —Ah, sí. Unos amigos. Nos reunimos a esta hora. —¿Amigos? Tú nunca recibes a nadie. Entraron en bloque, eran hombres y mujeres de distinta edad. Saludaron al viejo palpándole el estómago y este les devolvió el saludo de la misma manera, pero por los gestos y movimientos de los visitantes, no se asemejaba a un gesto espontáneo de afecto sino más bien al código establecido en una cofra-


día secreta. Se sentaron, y sin que el viejo se los dijera, miraron brevemente hacia Anelius —que estaba junto a la ventana— con una mezcla de curiosidad y desconfianza, hasta que regresaron a sus asuntos y lo ignoraron por un momento. Hablaban pero no hablaban; de ellos mismos, es decir. Era como si se proyectaran a través de sus vientres y no de sus bocas. Lo único que hacían era servir de intérpretes a una voz de su interior, y lo exteriorizaban en palabras sucintas para que

lo supieran los demás, aunque no parecía ser necesario. Decir telepatía quizá era lo apropiado. Decir que eran seres solitarios, también. Y también que las solitarias en pleno tomaron una decisión trascendental para su futuro. Y que Anelius Borda estaba con prisa y su vuelo no esperaría. Y que ahora ellos, ellas o lo que fueren, escuchaban gratis clases magistrales en Idaho, Wisconsin, Gales, Oslo y San Petersburgo para hacer algo en sus largos ratos de ocio.

Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, Ecuador, 1979) Autor del volumen de cuentos Círculo vicioso para principiantes (2005), el libro dramatúrgico La kriptonita del Sinaí y otras piezas breves (2013) y las novelas La maniobra de Heimlich (2010; 2013) y Conejo ciego en Surinam (2013). Miembro fundador del grupo cultural ‘Buseta de papel’. En 2007 quedó finalista del Premio Juan Rulfo (Radio France Internacionale). En el 2011 la FIL Guadalajara lo eligió como uno de ‘Los 25 secretos mejor guardados de América Latina’. En el 2012 formó parte del jurado del Concurso Latinoamericano y Caribeño de Novela ALBA Narrativa. 45


Efraín pintando 1987

Patricio Herrera Crespo 46

Fotografías: Christoph Hirtz


paleta

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Vestida de verde va Una joven de azabache: De ébano el corazón es la fibra de su carne, con movimientos de mar y temblores de cazabe. Los labios de marañón, Los senos de chocolate, Su linda risa es de cal, De caña brava su talle, Y tersura hay en su piel Como en la flor de la tarde.

arecería que hay una sintonía entre la poesía de Adalberto Ortiz y el pincel de Efraín Andrade; recordando estos versos del poeta y mirando los cuadros del pintor, las palabras y los colores se juntan y nos envuelve la música, la sensualidad del movimiento, la belleza de su gente y del paisaje de Esmeraldas que ha logrado plasmar con cada pincelada en sus obras que la Casa de la Cultura Ecuatoriana presenta al público bajo el nombre de Afro y Trópico. Hace algunos años conocí en un restaurante una reproducción de un cuadro que representaba un baile y una marimba; me sentí atrapado por la sensualidad de la bailarina y pregunté sobre su autor: “es el pintor esmeraldeño Efraín Andrade pero no se encuentran cuadros de él”, me aclararon. Y tenían razón, con una salvedad: él era lojano. ¿Como logró cristalizar toda la cultura, el alma misma de Esmeraldas en sus cuadros, para que se le conozca como “El gran pintor esmeraldeño”? La crítica de arte Dra. Inés M. Flores me dio la respuesta: “Porque se encariñó con Esmeraldas y ahí echó raíces. Porque le sedujeron no solo sus paisajes, sus playas y su clima, sino porque se enamoró de su gente, de su manera de ser, de su contagiosa alegría, de todos los detalle de su cultura, de su música y del espectáculo de sus danzas folklóricas. Y ahí se quedó, plantó su caballete y sus lienzos comenzaron a retratar todo lo esmeraldeño que estaba a la vista…”. Efraín Andrade Viteri nació en Loja el 15 de mayo de 1920, pero la carrera militar de su padre hizo que su niñez y juventud transcurriera en diferentes ciudades, Portoviejo, Quito donde estudió en el Colegio Mejía demostrando siempre su inclinación al dibujo pintando corbatas y botones de tagua. Entre 1937 y 1941 estudió pintura y arquitectura en la Escuela de Be-

llas Artes donde nació una amistad perdurable con César Bravo Malo, Eduardo Kingman y Oswaldo Guayasamín. En ese último año se trasladó a Manabí con el propósito de pintar y completó una colección “a plumilla” y óleos que expuso con el auspicio de la Casa de la Cultura. Al año siguiente retornó a Quito llamado por Humberto Albornoz, Vicepresidente del Municipio, incorporándose a trabajar en el Plan Regulador de Quito que dirigía el arquitecto uruguayo Guillermo Jones Odriozola. Sus viajes por Colombia y Perú buscaban profundizar sus conocimientos de las artes plásticas como medio de expresión cultural, recogiendo sus experiencias en dibujos y fotografías; la fotografía fue una de sus pasiones a la que dedicó muchas horas para lo cual construyó un cuarto oscuro en su casa. En 1950 se casó con Flor de María Vásquez Tello, a la que siempre llamó Florcita, quien influyó mucho en su obra incentivándole a pintar, sobre todo en los momentos de desaliento. Así lo indica Flor de María Andrade, su hija que vive en Estados Unidos, y es la principal gestora de esta exposición y con quien hemos mantenido una fluida correspondencia. Ella cuenta que su padre apreciaba las horas de la tarde y noche cuando el ruido de la calle se apagaba y podía convertir su casa en una sala de concierto. A pesar de que los clásicos eran sus preferidos, en 1983 le escribió diciéndole: “Bueno, como dice el refrán ‘Cada loco con su tema’; cuando le sea posible procure conseguirme casetes con la música de Rodgers & Hart, Gerome Kern, Hammerstein y otros de la década del 30. Discúlpeme que le moleste con este vicio mío pero como paso metido en mi estudio tengo que estar todo el tiempo oyendo lo que verdaderamente

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Sus pinturas “son de vívidos colores que representan la raza esmeraldeña. El movimiento ágil y sensual de la mujer bailando al son de la marimba, la expresión de alegría de un niño a la orilla de un río, el sudor en la espalda del hombre cargando banano...”

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me gusta y deleita, la verdad que no puedo pintar si no está el ambiente saturado de música”. Andrade marcó una época en la cultura de Esmeraldas. Fue el pionero de las artes plásticas en la provincia. El escritor César Névil Estupiñán dijo: “Acaso muchos ignoren de la existencia del artista que en el silencio y retiro de su casa viene haciendo una obra que Esmeraldas tiene que agradecerle. Efraín Andrade no ha pintado de oídas como es costumbre en algunos artistas ni lo ha hecho con la visión del turista, Andrade se vino a Esmeraldas a vivir nuestra realidad, a sentir nuestro paisaje, y por eso tenemos una obra profundamente cierta y humana”. Una amplísima labor cultural y arquitectónica acompañó la vida de Efraín en Esmeraldas. Desde el diseño de pergaminos hasta la planificación y edificación de viviendas. Una obra importante fue el diseño y construcción del mural


del Estadio Folker Anderson, con once figuras que no solamente representan a los jugadores profesionales sino al joven esmeraldeño que alguna vez practicó este deporte. Fue miembro del Grupo Cultural Hélice, del cual fue editor y subdirector. Uno de los programas fue la ‘Revista Radial Hélice’ que se trasmitía los domingos por radio Iris, dice su hija Flor de María. Con el tema ‘Pueblo y música’ exponía la importancia de la cultura musical y programas educativos adaptados a la mentalidad infantil. También narraba sobre los grandes músicos e introducía sus composiciones. Sobre sus pinturas al óleo –dice“son de vívidos colores que representan la raza esmeraldeña. El movimiento ágil y sensual de la mujer bailando al son de la marimba, la expresión de alegría de un niño a la orilla de un río, el sudor en la espalda del hombre cargando banano, y el sufrimiento de un padre velando el cuerpo de su hijo recién fallecido. Todas estas expresiones son parte de la cultura que Andrade inmortalizó a través de sus pinturas”. Con razón Demetrio Aguilera Malta dijo: “Colijo que Efraín Andrade es hoy, y antes que nada, el señor feudal de la plástica esmeraldeña”. Vuelvo al testimonio de su hija para definir su imagen como “un hombre delgado y de mediana estatura, intelectual y refinado, de una personalidad sincera, cordial y tranquila. Fue muy modesto y no le gustó promocionarse. Dedicó su vida a pintar lo que observaba, lo que fue la vida del esmeraldeño en su medio ambiente. No se interesó por la fama y solo dejó que sus obras hablaran por él”. El 1 de julio de 1997 quedaron quietos sus pinceles, las telas en blanco, y Esmeraldas en silencio. Se acallaron las marimbas y las palmeras encorvadas lloraban con el viento. Efraín Andrade Viteri había muerto.

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Santiago Rivadeneira Aguirre

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ablar de la ‘oscuridad’ del ser humano es referirse a esa parte de la sombra de su quehacer (artístico, humano, profesional, histórico). Porque, como dijo alguna vez el filósofo italiano Giorgio Agamben, “el ser contemporáneo es quien no se deja cegar por las luces del siglo y prefiere la intimidad de la oscuridad”. Desde esa intimidad, la contemporaneidad de María Luisa González fue una forma de vida y una forma de pensar la danza. Dirigió la Compañía Nacional de Danza durante 16 años. Y antes, el Instituto Nacional de Danza. También apuntaló otros espacios, como el Frente de Danza Independiente y fue quien se dejó afectar por los acontecimientos políticos, sociales y artísticos del país y del mundo. La danza contemporánea (la que se denomina de esa manera en nuestro país y el mundo) desconoce su propio axioma porque pone en jaque su contexto. ¿La danza contemporánea solo puede expresarse cuando destruye su propio contenido? María Luisa nos habla de las rupturas y los cambios como imperativos históricos necesarios, rupturas y cambios que ella ha propiciado siempre, considerando la propia cortedad del ser humano y de sus gestiones. Voces dispares de estos días se han pronunciado de diferentes maneras, después de su salida de la Compañía Nacional de Danza. ¿A quién se pretendió criticar, con el pretexto que sea: a la institucionalidad, a la gestión, a la persona, a la visión y a la misión de cada uno o de todos ellos? Es el ser humano comprometido quien ahora reflexiona sobre la contemporaneidad de sus acciones como bailarina y gestora cultural.

¿Eres bailarina? Es una pregunta de aparente irrespeto, pero necesaria, porque abarca toda una forma de pensamiento. También se puede invertir el tono y ensayar algo así como: ¿cuándo tuviste conciencia de que eras bailarina? Eso es hablar de una génesis tanto de lo ético como de lo afectivo, de los principios como de un lugar moral y estético… En algún momento de mi vida, tomé la decisión de redefinir mis conceptos sobre la danza y por lo tanto sobre mi quehacer como ejercicio vital de permanencia en el mundo. Fueron momentos en que debía encontrar razones más profundas que sostengan mi decisión de dedicarme con alma, vida y tiempo completo a la danza, en un entorno social y familiar poco favorables para esta compresión. Sí, el camino fue harto difícil, entonces, solo bastaba demostrar con el tiempo que dentro de mí se estaba forjando una conciencia interior que me permitía una búsqueda hondamente humana, y para ello debía


magnet贸fono

Mar铆a Luisa, retrato (La Torera).

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siempre estar dispuesta a caminar en campo minado, en caminos de incertidumbre. Evidentemente no se puede hablar desde los ‘arrebatos de la nostalgia’. No existe tampoco una ‘salvación poética’, que puede ser el otro extremo. Pero está lo ‘estrictamente propio’, como una visión del mundo. El arte, en ese sentido, parece no tener límites: ¿lo tuyo puede entenderse como un diálogo? Un diálogo que se inicia de manera temprana. Y sin interrupciones. Más bien podría definirlo como la construcción de procesos, que van a partir de la necesidad de comunicar con un cuerpo que se libera en el hecho escénico y por lo tanto ese momento único, irrepetible y mágico se convierte en el acto festivo, el juego espontáneo, y la celebración de la vida. Hablando así de procesos, puedo involucrar otras experiencias paralelas, que son nutrientes importantes para la danza, como decía Isadora Duncan, que sus mejores maestros de danza fueron Walt Whitman, Nietzsche y Tomas Mann.

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Estamos en el ámbito de la ‘andadura’: ¿hay alguna imagen que muestre ese comienzo, ese inicio como una forma de irrupción? Creo que uno nace varias veces. Para renacer se requiere morir un poco, desde la metáfora, por cierto, como dice César Vallejo. No hay un inicio filosófico en mi vida de danza, hay muchos inicios, comienzos, hojas en blanco, espacios vacíos por llenar, mundos abiertos por andar. Sobre todo por el sentido dual que define mi vida; por un lado está mi ser totalmente libre, capaz de no saber qué va a pasar cada minuto, y por otro lado, mi ser responsable y cumplidor de roles. Este mundo dual dentro de la micro-vida social, me ha dotado de muchas satisfac-

ciones, y grandes aprendizajes. Entonces hay inicios para la coreografía, para la danza y la pantomima, para la docencia, para la interestética, para la danza-teatro, y para la gestión que a veces prefiero llamarle “el activismo de la danza”. En cada renacer me he visto acompañada de seres entrañables, amigos y colegas maravillosos. En la ‘marcha de la experiencia’ está la pasión. Pasión que se presenta entremezclada con ideas y continuas reafirmaciones de lo posible. Hablarle a los suyos es

una premisa fundamental para el artista. ¿Consideras que esa pasión por la danza y el arte, fue una manera de hablarle al ser humano, de construir una especie de ‘sonrisa de lo imposible’, porque siempre fue el optimismo tú manera de ver el mundo de la vida? Si no hay pasión en el arte, no hay verdad que lo sostenga. Podrá haber entonces destrezas, habilidades, oficios carentes de brillo. La pasión en la danza es un laboratorio en permanente ebullición. Mi pasión por la danza se ha traducido en algunas ocasiones, encarnando a per-


sonajes como en la obra La Torera, o en Mudanzas, o tal vez en La Virgen de Quito. Pero también me he sorprendido cuando en algún auditorio he defendido con vehemencia la importancia de nuestro arte, y alguien ha reconocido la pasión de mi discurso, en él siempre ha estado impregnada la convicción. Creo fielmente en la necesidad del arte para la vida humana, desde allí abrigo mis esperanzas. Siempre asumo nuevos retos con grandes esperanzas, y por supuesto con grandes alegrías e ilusiones. Eso es lo que me sostiene, así no desmayo. Pienso en la década de los setenta que son los de tus comienzos como bailarina y artista, pero también pienso en tu militancia política. La acción y el actuar se encuentran. ¿Cómo pudiste conciliar esos dos niveles sin que se sobrepongan el uno en el otro, sin que se vuelvan solo discurso y la parte artística deje de ser el objeto de tu trabajo? En la década de los setenta, mi estancia en la Casa de la Cultura como parte del Ballet Experimental Moderno con Noralma Vera, permitió que conozca otro mundo por fuera del colegio de las monjitas Doroteas, en donde había pasado mis 12 años de educación formal. Conocí a Neruda, Vallejo, Galeano, Benedetti, me acerqué a los movimientos sociales y sindicales. Descubrí el fervor de los compañeros de teatro en sus trabajos de mesa para montajes como Madre Coraje, Boletín y Elegía de la Mitas, A la Diestra de Dios Padre. Aprendí de las lecturas de Agustín Cueva y de la generación de los decapitados. Admiré a Gandhi y a Camilo Torres. Descubrí a las mujeres y supe de sus luchas en todo el mundo y en toda la historia, y viví profundamente tocada, hasta las lágrimas, de constatar el horror del

mundo. Más tarde esta sensibilidad se acrecentó cuando viajé por primera vez a Cuba y a República Democrática Alemana, en 1973, con la triste coincidencia del golpe militar en Chile, por lo cual algunos artistas ya no pudieron regresar a su país. Mi militancia política no tiene carnet ni color, es una militancia de convicción, por eso es parte de mi ser. La necesidad de hablar con el cuerpo se hace desde algún lugar, en donde se ubica el artista, así apareció Canto General, De Ecuador y Otros Llantos, Mama Espíritu, Tres Manuelas y Una Historia, Quilago la Mujer Solar- De Quilago a Manuela, Grito-Danza, La Construcción, entre otras. El tratamiento de los montajes siempre fue resuelto desde la poética del cuerpo, y desde la semiótica de la imagen, no desde el discurso, por eso nunca he sentido que estas obras sean un ‘manifiesto político’, son más bien una propuesta artística. Te han afectado (y te siguen afectando) las mentiras de la vida común. ¿Te mentirías a ti misma? ¿Renunciarías ver? Quizá de niña mentía, por temor o por miedo. Entendí que afirmar lo que no es cierto, es una trampa de altas complejidades que enreda los tejidos de las relaciones y conduce a la desconfianza del otro sobre uno y finalmente ese yo, desconfiando de una misma. Valoro enormemente la valentía de la verdad, por más difícil o dolorosa que ésta sea. La mentira viene acompañada del engaño, de apariencias, de simulacros, de copias. El mundo actual está estructurado de simulacros, el sistema es un conjunto de cinismos, el consumismo es una forma de vivir en el engaño, el endeudamiento para la acumulación de cosas, es una necesidad para parecer por fuera de la necesidad de afirmar el “ser” y su

esencialidad, por eso creo que cada día, cada ser humano consciente debe levantarse con un poco más de humildad y de sencillez, volver a tener la alegría de los niños frente a las cosas sencillas de la vida, y volver a decir, igual que los niños, lo que creemos y lo que sentimos. Mudanzas es un hito importante de tu trayectoria artística. Se estrena la obra junto a José Vacas en 1983. Visto a la distancia, ese acontecimiento marcó un punto de giro en la danza y la pantomima. Hablemos de ese trabajo y de las incidencias que tuvo (o tiene). Mudanzas fue como la magia de la vida, en la que el público-espectador se involucró como un imán de energías y sorpresas. Las percepciones sensoriales y la expresión de las emociones fluían con tal espontaneidad en cada uno de los momentos escénicos, que hacía de Mudanzas un mundo de grata ensoñación. Todos los elementos estaban en su lugar y llegaban en su momento: lo lúdico y lo festivo, lo irreverente y lo irónico, la ternura, el drama, el espacio para la imaginación, el lugar para los sueños. Cuando Wal-

María Luisa González con José Vacas (Mudanzas).

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ter Benjamín habla del “aura” en el arte, y de la “estela” de energía que permanece en el espacio por tiempo indefinido, creo que eso sucedió con Mudanzas. No estábamos hablando de la ‘multidisciplinariedad de las artes’, no teníamos un discurso teórico sobre la de-construcción del lenguaje, solo nos propusimos trabajar juntos (y un equipo importante de apoyo) y juntar danza y pantomima, como herramientas para un mutuo aprendizaje, pero con un cuidado minucioso para cada detalle de la puesta en escena. Verdaderamente fue un hito en la historia del teatro y la danza del país y provocó que periodistas, escritores y críticos se pronuncien de manera positiva frente a aquello que se convertía en “acontecimiento”. Yo así entraba al mundo de la pantomima dejando a un lado el expresionismo de la época, para llenarme de enormes alegrías, aprendidas del silencio profundo del mimo, y de la monumental significación de su gesto, como solo José (Vacas) tenía impregnado para su vida que constituía a la vez su propio misterio.

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Los otros ‘hitos’ significativos están en la enseñanza y la pedagogía. Ejercer el magisterio, en el buen sentido del término, habla de un/a artista que va más allá de lo inmediato y que puede ser capaz de compartir su experiencia y sus conocimientos. ¿Cómo miras ahora ese aspecto vital de tu trabajo en el Instituto de Danza, el Centro de Formación Dancística e Investigaciones Teatrales, los innumerables talleres, la Universidad Católica y la Compañía de Danza, solo para citar algunos momentos? La enseñanza de la danza, como el traspaso de conocimientos y como una provocación a la insurrección creativa, está vinculada a la vocación formativa. Dice Eugenio

Barba que hay que contaminar el mundo con el virus del teatro, para hablar de la pandemia de la poética y la metáfora, resistente a cualquier vacuna de la indiferencia y la apatía. Para eso entonces, hablaremos de restituir en el niño la intuición creativa y en los jóvenes la curiosidad por lo nuevo. La pedagogía de la danza no se inscribe en la repetición de los ejercicios. La enseñanza es ante todo un acto creativo en sí mismo, por lo tanto dinámico y cambiante. Decía Patricia Cardona que el maestro, en el mundo actual, debe empezar a des-aprender hasta encontrar la poética de la enseñanza. Estudié para ser maestra, y he sentido la vocación durante toda mi vida. En cada clase, en cada taller, en cada ensayo, siempre he buscado que la expresión del cuerpo sea la expresión interior del alma para que la apropiación del conocimiento se realice como una experiencia de vida, con criterio propio. Así he tenido gratos resultados, alumnos y alumnas que han desarrollado su propio camino, que han traspasado fronteras, que han permanecido constantes en la coreografía, que buscan, indagan, superan. Si Kant integró al campo filosófico la noción de lo sensible, Herbert Read, entiende el arte como “un modo de integración, el único modo que puede integrar cabalmente la percepción y el sentimiento”. Desde este concepto Herbert Read considera la experiencia “memorable y utilizable en la medida que toma forma artística”. Estos y otros conceptos fuimos aplicando en el trabajo desarrollado con Ulises Estrella y Sara Palacios en los proyectos de la “Interestética” y la “Quitología”. Pero antes estuvo como acto fundacional el “Centro de Formación Dancística e Investigaciones Teatrales” que junto al actor Santiago Rivadeneira propiciamos en

la ciudad de Quito. Creamos un espacio abierto, fraterno y afectivo para promover las potencialidades individuales a partir de la capacidad natural del movimiento, que junto al rigor de las clases de entrenamiento, provocaban el encuentro comprometido de alumno-maestro-alumno. Otra manera de ejercer el magisterio es a partir del direccionamiento de una institución como sucedió en el Instituto Nacional de Danza y en la Compañía Nacional de Danza, ya que se combina esa suerte de guía o brújula, otra vez con la vocación, para crear una forma de vida a partir de desarrollar los más amplios sentidos del ser humano, como son los hábitos de la responsabilidad, el hábito de la disciplina en el buen sentido del trabajo artístico, la superación del cansancio, la conciencia, el respeto, etc., etc. La Compañía Nacional de Danza fue un lugar de cierre y de apertura: porque fue el espacio en el que pudieron converger muchas de las enseñanzas y sobre todo del aprendizaje continuo. Hablemos de esos años como directora. La Dirección de la Compañía Nacional de Danza la asumí como un encargo que me otorga el Estado, o sea el conjunto de la sociedad, para ofrecer un servicio cultural, demandado desde una ciudadanía en democracia para construir más democracia, a través de la difusión, el conocimiento, el disfrute de la danza, como justo derecho de acceso al goce estético en equidad de condiciones. Desde esta perspectiva, las actividades, los proyectos y la planificación tienen necesariamente que cumplir con objetivos estratégicos y metas cuantificables-medibles. Sin embargo, la libertad de creación y la libertad de expresión son elementos indispensables en el accio-


nar de vida, ya que constituyen el eje fundamental de toda actividad artística. En esta perspectiva, lo que pude hacer es construir de manera sólida una institucionalidad colectiva, abierta, fraterna y respetuosa que en la diversidad de pensamiento, visión del mundo y de la vida, expectativas diversas, pudimos encontrar puntos de cohesión desde la exigencia artística con un alto sentido de profesionalismo para tener trabajos coreográficos en difusión, de alto nivel estético y alto compromiso humanista. Entonces descubrimos que para alcanzar las metas esperadas, solo hace falta seguir el camino conocido, pero para alcanzar las metas deseadas (utopías) hay que transitar por caminos de riesgos, de rupturas. De esta manera el campo artístico siempre tuvo el espacio de libertad creativa, y la experimentación, como herramienta de búsqueda, estuvo latente en la vida diaria del bailarín, intérprete, creador. Fue necesario levantar a pulso la Institución que estuvo muy desatendida en todos los campos y para ello volvimos a tomar en cuenta que es necesario hacer la

gestión desde la pasión, el amor, la constancia y la convicción de que la sociedad requiere contar con el arte y la danza para su desarrollo sostenible, es decir, para saber que los individuos viven a partir de tener más espacios de realizaciones y satisfacciones personales. Sociedades cada vez con más individuos satisfechos. Lo que queda -se dice- se cuenta rápido, porque es inenarrable. Goethe decía que: “Pues ningún tiempo y ningún poder deshace / la forma acrisolada que evoluciona viviendo”. No existen, en rigor los legados, sino los cambios y las consecuencias de los giros dados que a veces pueden ser imprevisibles. No hay felicidades figuradas tampoco. Y, sin embargo, qué es lo que deja este tiempo largo y fecundo para ti como artista y para tu trabajo que siempre intenta encontrar, para su propio regocijo y el de los demás, formas nuevas de obrar y de ser como una inusitada y permanente perseverancia. Los apegos y las afectividades son lazos fuertes en este tipo de “haceres”, no hay proceso cognitivo sin una alteración afectiva, de igual

manera los desapegos contienen un segmento de generosidad porque se abre un camino de incertidumbre en donde participa el deseo, como el lugar que se busca para sí mismo, o tal vez el deseo como la fuerza que nos impulsa hacia la dimensión de la autorrealización desde otros territorios. Para transitar en esos nuevos espacios, hay necesariamente que dejar el lugar en el que permanecimos. En este caso dejo un espacio construido con enormes significaciones. Queda una Compañía sólida, que cuenta con un vasto patrimonio de obras coreográficas, queda la experiencia estética como forma de permanente crecimiento, está la programación y el financiamiento, pero todo esto puede invisibilizarse si con mi salida no hay una actitud de puesta en valor por parte de esos “otros” por quienes ejercen la mirada solo a partir de la inmediatez. Alguien decía que no hay historia, y que lo que existe son los historiadores. Es decir que el sujeto social que narra los hechos puede a la vez olvidar otras significaciones que, al estar dentro del mundo efímero de la acción, se desvanecen; este sujeto-historiador no alcanza a entender los verdaderos contenidos y las verdaderas dimensiones que estos hechos producen en el entorno social. Sin embargo hay una gran satisfacción personal. Hay evidentes muestras del crecimiento colectivo que se ha podido impregnar durante estos fructíferos años de labor. Están los cuerpos de las y los bailarines, que son cuerpos construidos desde una práctica que conlleva un contenido, son cuerpos con memoria y con historia; quedan el eco y la resonancia en el espectador y en el imaginario colectivo, sobre las vivencias recogidas en las miles de presentaciones artísticas, propiciadas desde mi gestión. Y eso es bastante. 55


Wilma Granda

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Alfonso Gumucio Dagron

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n junio de 1975, el cineasta boliviano Jorge Sanjinés y su equipo de técnicos y actores de Bolivia, Perú y Ecuador inician en los altos páramos del Chimborazo, por Columbe, laderas de la comunidad Balda Lupaxi y más tarde en otros parajes de la sierra central del Ecuador, el rodaje de la película Llukshi Kaymanta, FUERA DE AQUÍ. Eran los años setenta del siglo veinte, tiempos de dictadura, de resistencia y organización de lucha en los Andes latinoamericanos y sus pueblos originarios. Tiempos de denuncia de planes de esterilización y exterminio de las comunidades indígenas, tiempos de minga y construcción de la unidad de los pueblos y del nuevo cine latinoamericano. En junio del 2015 se conmemoraron cuarenta años del rodaje de la película, símbolo de un tiempo para la cinematografía de este continente. Cuatros décadas de una aventura que hoy es la memoria de un nosotros que puede y debe salir del recuerdo para ser presente y nutrir el imaginario de los realizadores ecuatorianos y latinoamericanos y su devenir. Esto, a través de la impresión de un libro sobre esta memoria, parte importante de un referente necesario en la construcción del cine en Ecuador.

Gracias a las páginas manuscritas de una pequeña libreta que guarda la voz diaria de ese tiempo de cámara y acción, una reflexión lúcida, entretenida y crítica de lo que fue ese andar y búsqueda de imágenes entre ponchos y sombreros, entre vientos y pajonales, con la voz del runa descubriendo la cámara. El Diario Ecuatoriano del rodaje, escrito y guardado cuidadosamente por Alfonso Gumucio Dagron, colaborador e integrante del equipo de realización de Sanjinés en FUERA DE AQUÍ. Hoy tenemos la posibilidad cierta de reconstruir esos momentos de rodaje en este equinoccio andino. Tiempo de recuerdo en presente nutrido con la memoria y testimonio de quienes participaron en la filmación, los ecuatorianos Cristóbal Corral, Alejandro Santillán, Erika Hanekamp y el grupo musical Jatari. El fotógrafo peruano Jorge Vignati y el sonidista Kean Marcel Milan, de Francia. Quienes impulsamos esta iniciativa, nacida a la luz de la Primera muestra de Cine Ecuatoriano en La Paz, Bolivia, en Marzo 2015, buscamos, como Cinemateca Nacional del Ecuador, Consejo Nacional de Cinematografía, el documentalista Pocho Álvarez y el autor del diario, Alfonso Gumucio Dagron, contri-


escaleta buir a este proyecto de estrechar la memoria común de ese andar con cámaras entre Ecuador y Bolivia. Nutrir su historia y la memoria del cine ecuatoriano, boliviano y latinoamericano para rendir homenaje a quienes participaron en este encuentro con Sanjinés y han partido a cumplir otra cita ineludible, el infinito y sus estrellas con su pantalla mayor: Beatriz Palacios, Rodrigo Robalino, Pedro Saad, Ulises Estrella. La Casa de la Cultura Ecuatoriana, en coauspicio con el CNCine, publicaràn el libro FUERA DE AQUÍ diario ecuatoriano, sobre la base del citado diario de filmación de Alfonso Gumucio Dagron. Este libro a más del escrito de 1975, tendrá fotografías del rodaje y el testimonio-recuerdo de quienes participaron en en esa producción. La Casa de la Cultura Ecuatoriana y Cinemateca Nacional del Ecuador, dispondrán que una semana del mes de noviembre del 2015, en la Sala Alfredo Pareja, se celebre el evento: 40 años de filmación de Llukshi Kaymanta FUERA DE AQUÍ, donde se hará el lanzamiento del libro y la proyección de películas bolivianas de la época, entre las que se cuenta el título protagonista de la celebración. Se propone que el autor del libro, Alfonso Gumucio, además de Mela Márquez, directora de la Cinemateca Boliviana, estén presentes en esta celebración. . La Cinemateca Boliviana proveerá una semana de Cine Bolivano en Ecuador en reciprocidad a la Semana de Cine Ecuatoriano en Bolivia realizada en Marzo 2015. En este marco, la presentación del libro Fuera de Aquí, diario ecuatoriano, en presencia de su autor Alfonso Gumucio Dagron y los otros invitados de Bolivia, será el evento que abre la muestra y exhibición conmemorativa de la película de Jorge Sanjinés.

La Casa de la Cultura Ecuatoriana, en coauspicio con el CNCine, publicaràn el libro FUERA DE AQUÍ diario ecuatoriano, sobre la base del citado diario de filmación de Alfonso Gumucio Dagron. Este libro a más del escrito de 1975, tendrá fotografías del rodaje y el testimoniorecuerdo de quienes participaron en en esa producción.

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Diego Pérez Ordóñez1

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l príncipe siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957) cumplió con el deseo de muchos: bloquear y lograr ignorar casi por completo el mundo exterior, bucear únicamente e su propia y magnífica biblioteca, dirigirle la palabra apenas a un puñado de contertulios de interés y dedicar su vida a la literatura. En suma, vivir en estado de encierro literario, a su propio aire. Aunque la existencia contemplativa de este patricio fue interrumpida por eventos fuera de su control –tuvo que servir a Italia en la Primera Guerra Mundial, los aliados bombardearon y destruyeron su palacio en la Segunda Guerra y le tocó ser un fin de raza de rentas decrecientes- Lampedusa encontró modos de consagrar horas y horas a la ociosa lectura, a comprar cantidades obscenas de libros, a diseccionar palabras y frases, a fichar las ideas que consideraba fundamentales y a dar vueltas por Palermo y Londres a la busca de ediciones raras. Así este señor logró acumular una sabiduría que luego atesoró en su

único libro formal, que resultó ser una obra maestra. Es que la existencia de Lampedusa no habría pasado de ser una anécdota de un excéntrico aristócrata si, casi al final de los días y amenazado por un enfisema pulmonar que luego se hizo cáncer, no tomaba la decisión de salir de su sureño letargo y escribir una de las novelas más importantes del siglo XX: El Gatopardo. Modelo del anacronismo más exquisito, El Gatopardo resultó un verdadero ensayo respecto de la indolencia siciliana, del desenlace de una casta ilustre, del irremediable advenimiento de la modernidad y de la preparación para la muerte, a la vez que se trata de un modelo de prosa deliciosa y de refinada técnica literaria. El crítico Edward Said, a propósito de esta obra, opina que En apariencia, la novela de Lampedusa no es una obra experimental. Su principal innovación técnica es que el hilo argumental está compuesto de forma discontinua, como una serie de fragmentos o episodios relativamente discretos pero bien hilvanados, cada uno de los cuales está organizado en torno a una fecha.2

El desdén patricio Al parecer el estilo pasivo de Lampedusa respondía a un ancestral desprecio de clan por los símbolos de lo mundano y de lo material, por los avatares de la rutina diaria. De acuerdo con Beccacece: A lo largo de la historia familiar, los Tomasi di Lampedusa conservaron un rasgo de espíritu que habría de culminar en el novelista: desdeñaban los símbolos mundanos de la vanidad.3 Su impavidez, como les decía, solamente se veía


variaciones

interrumpida por aquello que no podía controlar, como cuando la aviación aliada cañoneó Palermo en 1943 y echó por tierra casi por completo el palacio Lampedusa, salvo, predestinadamente, su espléndida biblioteca. Su más importante biógrafo, David Gilmour, cuenta que durante sus incursiones con fines investigativos a Sicilia (en los años ochenta) logró distraer a los policías locales una madrugada y entró, por unas rendijas, al viejo palacio en ruinas y se encontró con la biblioteca devastada:

Jirones andrajosos de terciopelo verde yacían entre trozos de cornisa y grandes pedazos de yeso; del montón de muelles oxidados de una silla sobresalía un quitasol descolorido. Bajo los cascotes, páginas desperdigadas de los autores favoritos de Lampedusa se mezclaban con los restos de fichero de su biblioteca; tarjetas quemadas y comidas por los insectos que llevaban los nombres de Shakespeare, Dickens y otros. Enterrados entre ellas, encontré unos cuantos documentos personales más: fotografías, correspondencia de sus antepasados, papeles con su propia letra, cartas de

su madre que atestiguaban lo estrecha que era su relación.4 También añade Gilmour que los entusiastas del mundo Lampedusa, cuando visitan Sicilia corren el riesgo, como él, de encontrar una serie de edificios desolados, jardines desatendidos y la inevitable invasión de cemento y urbanismo agresivo y descontrolado. De modo que la galaxia literaria de este siciliano palpita en su solitaria novela, es sus horas de destierro frente a la página leída y en el último esfuerzo por acabar una historia que vivía en su memoria.

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Volcado a los libros

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Una vez superados los sucesos de la guerra, Lampedusa pudo volver a sus rutinas literarias (en una casa alquilada, gran descenso social para un príncipe de la sangre) en compañía de su mujer, Lizy, una destacada sicoanalista, algo seca y teutónica para los gustos sicilianos. Aunque tenían estilos de vida distintos –Lizy, por ejemplo, se despertaba a mediodía y atendía a sus pacientes por la tarde-, cenaban juntos y comentaban las páginas y los autores que los habían alucinado durante las lecturas diarias. Al día siguiente, temprano, el príncipe salía a circular por las calles de Palermo, rastreaba y hacía incursiones en las librerías en pos de ediciones agotadas o de interés, desayunaba generosamente y esperaba a sus compañeros de tertulia en el café Calfish. Se supone que, fiel a su filosofía del menosprecio, Lampedusa casi siempre se limitaba a escuchar las discusiones literarias en un silencio apenas interrumpido por algún monosílabo o por gestos muy leves. Sin embargo, el mutismo del príncipe se convertía en entusiasmo cuando llegaban a la conversación los jóvenes, en particular su sobrino Gioachinno Lanza (a quien Luchino Visconti hizo un personaje menor en la escena del baile de la generosa adaptación cinematográfica de su novela). De pronto el príncipe se transformaba: era un ser fascinante, desorbitante de ocurrencias, ingenioso, con sentido de la réplica. En contacto con la juventud, Lampedusa revelaba una personalidad hasta entonces desconocida, la que dio origen a El Gatopardo.5 Los entusiasmos de Lampedusa con la juventud –el solitario lector veterano había encontrado un grupo de discípulos- produjeron una importante variación de sus prácticas cotidianas. Su sobrino Lanza

y un amigo, Francesco Agnello, lograron visitarlo para conversar de literatura y de historia y las visitas se convirtieron en clases de literatura: por fin la erudición del príncipe encontró objetivos prácticos. Su pereza magnífica dio resultados y Lampedusa organizó esas charlas con sus jóvenes amigos de una forma sistemática (por ejemplo, literatura inglesa autor por autor o clasificación de autores franceses), pero siempre con énfasis en el placer estético que cada literatura y que cada escritor le habían dado en el pasado. Otro de los pupilos de Lampedusa, Francesco Orlando, revela que: La literatura fue la gran preocupación y consolación de este noble que no sé por cuáles enredos patrimoniales se había apartado tanto de toda vida mundana y de toda función práctica, y que estaba reducido a vivir aislado, sin otro lujo que enormes gastos en libros, sobre todo en ediciones de la Pléiade, que adoraba y tenía siempre a la mano... La literatura era para él una fuente perpetua de curiosidad, de alegría y diversión.6 Para Abad el anacronismo de Lampedusa era un verdadero privilegio que no debe entenderse en sentido despectivo. Este anacronismo le sirvió al príncipe para mirar las cosas desde lejos, de acuerdo con su propia perspectiva, desde su particular punto

de vista siciliano (tan afín a la flojera, a la querencia y a la espera de la muerte). Continúa el autor colombiano: El príncipe de Lampedusa no tuvo, por supuesto, ningún oficio mercantil o lucrativo, ningún negocio; sólo un ocio beato, aristocrático, consistente en innumerables lecturas, paseos y un radical apartamiento del mundo.7 De acuerdo con Gilmour, tres años antes de su muerte Lampedusa había anotado: Soy una persona que está muy sola; de mis dieciséis horas de vigilia cotidiana, al menos diez las paso en soledad. Y no presumo, al fin y al cabo, de leer todo el rato, me divierto construyendo teorías...8 Según su mujer, el viejo príncipe nunca salía de su casa sin un ejemplar de Shakespeare a la mano para poder consolarse si veía algo desagradable.9 Es que el amor de Lampedusa por Shakespeare es ilimitado al punto que lo llamó el más glorioso de la humanidad y calificó varios de sus sonetos como descripciones de absoluta belleza, una incomparable joya, una luminosa sensación matutina que anticipa a Monet, en sus ensayos sobre el dramaturgo inglés. Después de consagrar medio siglo al placer de la lectura, en algo menos de un año y con precipitación inversamente proporcional a su comodidad principesca, el cáncer se le desperdigó desde los pulmones: Lampedusa recibió la mala noticia de que una editorial se negaba a publicar su novela y murió mientras dormía, a los sesenta años. Ocho meses después de la muerte del erudito siciliano, la editorial Feltrinelli decidió –un poco tardepublicar El Gatopardo. Puesto en la carne de don Fabrizio: Hace decenios que sentía cómo el fluido vital, la facultad de existir, la vida en suma, y acaso también la facultad de continuar viviendo, iba saliendo de él lenta pero continuamente, como los granitos se amontonan y desfilan uno tras otro, sin prisa pero sin detenerse ante el estrecho orificio del reloj de arena.


Diego Pérez Ordóñez (Quito, 1970) 1 Tomado del libro Cuadernos de Puembo, Quito, 2014.

2 Sobre el Estilo Tardío. Música y Literatura a Contracorriente, Bogotá, Debate, 2009, pág. 136. 3 4 5

Beccacece, Hugo, La Pereza del Príncipe, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1994, pág. 13. El Último Gatopardo. Vida de Giuseppe di Lampedusa, Madrid, Siruela, 1994, pág. 17. Beccacece, La Pereza..., pág. 24.

6 Citado por Héctor Abad Faciolince en A Propósito de Giuseppe Tomasi di Lampedusa y su obra, Bogotá, Norma, 1992, pág. 30. 7 Abad Faciolince, A Propósito de Giuseppe..., pág 31. 8 Gilmour, El Último... pág. 119.

9 Anécdota también recogida por Javier Marías en Vidas Escritas, 4ª ed., Madrid, Siruela, págs. 39-44.

Abogado, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad San Francisco de Quito. Columnista de El Comercio (2003-2014); autor de Cuadernos de Puembo (2014); El Quiteño Libre (AbyaYala-1999) y en colaboración El juego de la democracia (Taurus, 2005) y La Constitución ciudadana (Taurus, 2009). 61


El cajón postergado Autor: Edmundo Ribadeneira Meneses Género: Ensayo Editorial: CCE Colección: Antítesis Año: 2015 “Si de alguna manera se puede calificar a esta obra, considero que se debería recurrir a su riqueza testimonial. Y como el mismo autor lo señala, a una virtud innegable: un libro que ‘acaba por salvar escritos de valor testimonial, cultural, histórico’. Y esto es de por sí suficiente mérito desde dos perspectivas: la de conocer el pensamiento del autor en variadas circunstancias y la de contribuir a fijar la memoria de una institución al permitir que documentos de valor histórico no se pierdan con el tiempo…”. I.I.Z.

Hitos de la anatomía patológica hasta el siglo XX a nivel mundial y nacional Autor: Francisco Rigail A. Género: Ciencia Editorial: CCE Año: 2015

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“Amante de su especialidad y cultor probo de la Historia de la Medicina, ha investigado con tesón y prolijidad el desarrollo histórico de la Anatomía y de la Anatomía Patológica. El esfuerzo encomiable y digno de reconocimiento y gran admiración lo ha plasmado en un libro rebosante de ciencia y de historia, tan fidedigno que en cada párrafo expone sucesos extraordinarios, testimonios fehacientes del esfuerzo humano, desde los albores de la civilización hasta nuestros días, orientados a descubrir la estructura macroscópica y microscópica del cuerpo y relacionarlas con patologías, pestes y enfermedades”. R.P.Z.

Revista: 25 Watts Cinemateca Nacional Género: Cine Editorial: CCE Año: 2015 Número: 5

“… este número de la revista sirve, es útil, porque nos embarca en una reflexión oportuna y vigente que precisa tiempos y procesos no pronosticados con respecto a una Ley de Cultura que no logra convencimientos ni certezas y con ella el debate también de la Ley de Cine… Esta quinta edición de 25 Watts explora en preguntas importantes dando cuenta de lo fácil y atractivo que resulta escribir sobre lo que se sabe. Lo evidencian los artículos escritos por cineastas que elaboran su contraparte de testigos y coleccionistas de lo que se ve y de lo que se va”. W.G.N.


Mitos, misterios Autor: Bruno Sáenz A. Género: Dramaturgia Editorial: CCE Colección: Tramoya Año: 2015

Prohibido prohibir Autor: Fausto Jaramillo Y. Género: Ensayo Editorial: CCE Año: 2015

“Es algo excepcional que en nuestro país se publiquen libros de teatro de autores nacionales y, más aún, que se representen estas obras, pues no existe un teatro nacional. En el presente libro se encuentran obras de intenso valor poético y satírico, así como misterios que nos recuerdan al teatro medieval. La Dormición de Eurídice y el Prometeo liberado nos trasladan a la mitología de la antigüedad clásica, la primera con un valor excepcional”. R.D.G.

“Este no es el libro de un historiador sino el testimonio de un ser humano que vivió una época. Tampoco es el libro de un tratadista experto en cada uno de los temas, sino el relato de cómo percibió el autor esos alucinantes años que conforman la década de los años sesenta del siglo veinte. Como si se tratara de una herencia semántica, el poeta nos legó su vida entera en versos repletos de emociones, sentimientos, amores y desamores, dolores, alegrías, risas y llantos, así como pensamientos y razones”. J.G.

Poesía Autor: Alfredo Gangotena Género: Poesía Editorial: CCE Colección: Esenciales Año: 2015

“Es inevitable el deseo de adentrarse en los versos para comprender una poesía que nos lleva en direcciones misteriosas y profundas. Un lector de Gangotena se encontrará con varios obstáculos, que van desde la incertidumbre de una poesía que se mantiene hermética hasta la sensación de no entenderla. A pesar de ello, el lector no deja de desear entrar en el ‘yo’ de Gangotena. ‘Vivir-entre-dos’ es para Gangotena vivir en el exilio interior, centrado en la necesidad de encontrar una exégesis del ser donde la persecución del misterio sea la constante”. M.C.

Ubicación geográfica de los sucesos

“Este libro nos recuerda algo que demasiado a menudo olvidamos: que las ciudades no están hechas de asfalto y edificios, sino de lo que sentimos en ellas, de las miradas que arrojamos a sus calles, de la comunidad que construimos con nuestros encuentros. Hay ciudades de nuestras vidas: las ciudades en las que vivimos el amor, las ciudades a las que hicimos viajes iniciáticos. Las fotos nunca son estáticas, precisamente porque nos contienen. Los espacios mutan con nuestro vivir”. L.C.H.

Autor: Andrea Torres A. Género: Poesía Editorial: CCE Colección: Casa Nueva Año: 2015

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Marilyn en el Caribe Autor: Raúl Vallejo Género: Novela Editorial: Penguin Random House Grupo Editorial Páginas: 109 Año: 2015

“Marilyn en el Caribe es una novela fresca y de escritura muy fluida en la que hay que destacar también el manejo de los diálogos. Su estructura propone una lectura con diversas líneas de interpretación; presenta un juego meta ficcional entre sujetos históricos y personajes de ficción, conjugados de manera verosímil. Además combina diversos registros de lenguaje, logrando un universo poético y narrativo pleno de posibilidades estéticos”.

La ternura de la tarde Autora: Inés Zambrano Martínez Género: Poesía Editorial: CCE Núcleo de Tungurahua Páginas: 154 Año: 2015

“Lo de Inés es una vocación acrecentada con los años, que permite adentrarse en el dominio sutil o fuerte de la palabra. Una vocación que ata suavemente en el día a día el quehacer literario, que aflora paulatinamente, con el paso de su tiempo como maestra en la inquietud vital de la tarea ininterrumpida de aprender y enseñar a leer y escribir con abecedarios renovados en esos, para ella, preciosos objetos a compartir, que son los libros y sus contenidos”.

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V.T.F.

A la orilla del silencio, vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos Autores: Jorge Basilago y Guillermo Pellegrino Género: Biografía Imprenta: Mastergraf, Montevideo Páginas: 470 Año: 2015

“En una biografía, esa reinvención diaria de la vida se vuelve reescritura. Cada pequeño dato, todo nuevo testimonio, cualquier fotografía inédita, nos acercan un poco más al personaje… Deseamos que los lectores encuentren, en este trabajo, algo del sentimiento y la sinceridad que pusimos en él. Sólo así, esta colección de trazos será por completo digna de la tarea que pretende cumplir: la de contar la vida de Osiris Rodríguez Castillos como nunca antes”. Los autores


De sueños, soledades y saudades Autora: Carmen Susana Cornejo Género: Poesía Editorial: Editorial Ecuador F.B.T. Cía. Ltda. Páginas: 222 Año: 2015 “Aquí recojo pequeños versos, perdidos entre páginas de cuadernos de escuela, colegio y universidad; en agendas y hasta en el reverso de hojas de propagandas, escritos desde la infancia, cuando yo era una niña tímida que percibía todo, sentía mucho, se conmovía profundamente y que sólo hablaba con un papel y un lápiz; hasta cuando el escribir se convirtió para mí en una necesidad. No soy escritora de oficio, menos aún poeta, pero cuando algo dentro de mí, muy hondo, me aprieta, me colma, me desborda, escribir para mí es una catarsis”. C.S.C.

Trata de viejas Autora: Sonia Manzano Género: Narrativa Editorial: Eskeletra Editorial Páginas: 123 Año: 2015

“Sonia Manzano vuelve a sorprendernos y por supuesto deleitarnos con su nuevo libro, el cuentario Trata de viejas, en cuyos textos su oficio se visibiliza en historias narradas con un poco de ironía y otro tanto de ternura hacia personajes femeninos inmensos en tramas alucinantes, tragicómicas, misteriosas o comunes, pero siempre iluminadas por la estructura exacta de unos cuentos que no tienen otros límites que su propia trama”. E.C.

Espalda mordida por el humo Autora: Sonia Manzano Género: Poesía Editorial: El Ángel Editor Páginas: 67 Año: 2013

“Con este nuevo libro ha logrado ampliar un discurso desde el culto gesto del barroco… Además, la emoción y la conmoción que logra con su discurso libertario. Una voz juguetona con todos los convencionalismos del lenguaje y de la vida: hace retruécanos a los significados y a los significantes, a la vida de una voz poética que no renuncia nunca a un estilo: porque eso es Sonia Manzano, un estilo, una voz única, la portadora de un nuevo plano de arquitectura para construir sobre lo ya dicho”. X.O.T.

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El ministro de Cultura Guillaume Long y la Viceministra Ana Rodríguez recorrieron las instalaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana con el presidente de la Institución, Raúl Pérez Torres, en una amplia jornada de trabajo en la que las autoridades pudieron comprobar el intenso trabajo cultural y la ocupación de todas las áreas con que cuenta la CCE.

El ministro Guillaume Long y el presidente Raúl Pérez Torres luego de recorrer las instalaciones del Teatro Nacional y comprobar sus urgentes necesidades, principalmente en camerinos y escenario.

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En la librería de la Casa con Silvia Stornaiolo, quien explicó el funcionamiento de la misma y la ampliación que tendrá el próximo año para dar cabida a un mayor número de libros y autores.


panel Fotografiás: Iván Mejía

Las autoridades observaron el trabajo que realizan los niños del grupo teatral Guagua Pichincha dirigido por la profesora Irina Gamayunova.

En el Edificio de los Espejos trabajan 11 grupos de teatro independiente y otras disciplinas. En la gráfica, con el maestro Wilson Pico del Frente de Danza Independiente, la escritora Natasha Salguero y otras autoridades.

Visita a los espacios de la Fundación de Artes Escénicas Mandrágora donde departieron con su directora Susana Nicolalde, actores y autoridades.

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En la Cinemateca Nacional ‘Ulises Estrella’ , la directora Wilma Granda explica al ministro el gran archivo fílmico que posee y el servicio de consulta pública que brinda.

La reserva pictórica de la Casa de la Cultura es una de las más importantes del país. La Magister Verónica Muñoz explica al Ministro sobre los tesoros artísticos que es depositaria la CCE.

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En el museo de instrumentos musicales Pedro Pablo Travesari, la Camerata de la CCE dio un pequeño concierto utilizando un violín del siglo XVIII y un piano del siglo XIX restaurados por el museo.

La Master Patricia Noriega Coordinadora del Museo Etnográfico, explica sobre la nueva propuesta tecnológica con escenarios oleográficos del museo bajo el tema general Cosmovisión y Chamanismo.

El ministro recorre el Museo de Libro que guarda alrededor de 8500 libros del Fondo Jesuita, de los cuales ocho libros son incunables, según explicó su directora Katia Flor.

Las autoridades del Ministerio recibieron una amplia explicación del minucioso trabajo que demanda la restauración de obras que realiza la CCE bajo la coordinación de la Restauradora Rosa Torres.

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TEATRO ENSAYO

MÁS DE MEDIO SIGLO tributo DE CREACIÓN Y DIFUSIÓN

L

Retrato de Gangotena, Enriquestuardo Álvarez.

Agosto - Octubre

a Dirección de Publicaciones de la Casa de la Cultura Ecuatoriana publicó este mes el libro Poesía, de Alfredo Gangotena. Esta obra constituye el quinto tomo de la colección Esenciales, dedicada a los grandes autores ecuatorianos del siglo XX que nos dejaron su legado imperecedero. Jorge Carrera Andrade dice sobre él: “Alfredo Gangotena es la mayor de las islas. Nadie ha explorado todavía su territorio de sombra, sus profundidades abisales, su fauna y su flora de misterio. Gangotena llamó acertadamente a sus dos últimos libros Tempestad secreta y Noche. En efecto, su poesía se oscurece de pronto, se ilumina de relámpagos internos, castiga con sus azotes líquidos, sacude y destruye los terrenos deleznables, dejando en pie solamente el acantilado ceñudo y sin edad”. Gangotena nació en Quito, en 1904. A los catorce años publicó sus primeros versos en la revista La Alborada, y en 1921 viajó con su familia a París, donde estudió Ingeniería y Minas mientras trababa amistad con Jean Cocteau, Valery Larbaud, Max Jacob, Jules Supervielle y Henry Michaux, entre otros escritores franceses. En París publicó sus poemas en las revistas Revue de l’Amérique Latine, Intentions y Philosophies. Sus obras en francés incluyen Orogénie (1928); Absence (1930) y Nuit (1938), en español Tempestad secreta (1940). Regresó a Ecuador en 1928 y se dedicó a administrar el patrimonio familiar, pero su obra permaneció prácticamente ignorada por sus pares ecuatorianos y el poeta reforzó su apartamiento y desarraigo. Murió el 23 de diciembre de 1944. En su tesis de Maestría, Alfredo Gangotena y la traducción: una mirada, Cristina Burneo señala: “Gangotena viene de Francia, ha escrito una obra que nada tiene que ver con la producción de los intelectuales ecuatorianos, por tanto, es ignorado y tachado de afrancesado o extravagante, lo cual acentúa su desasosiego, su soledad y aislamiento. Incluso de su familia se siente lejano, extraño a todo y consciente de que se lo considera un extranjero en todo sentido y se lo ataca. Pero más allá de lo social o lo económico, el poeta se siente profundamente incomprendido y apartado de los seres que lo rodean; no se trata sólo de un aislamiento de los de su clase o de su círculo, sino que se trata de una soledad que antecede cualquier condición social, racial o económica. Se trata de una soledad por su condición humana, desgarrada, rota”.

MUSEO DE ARTE COLONIAL 70

entro Histórico de Quito, Cuenca y Mejía esquina


www.libreriadelacasa.gob.ec

Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión

Av. Seis de Diciembre N16–224 y Patria Telfs.: 252 7440 / 290 2274 Ext.: 110 www.casadelacultura.gob.ec



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