Casa Palabras 15

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La tormentosa vida de

T.S. Eliot

Centenario de

Arthur Miller Vida y obra de

Piedad Paredes

Muestra poĂŠtica de

Carilda Oliver Labra En la estepa

Samanta Schweblin1


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editorial

Cultura y equidad

M

omento histórico. Peligroso pero necesario. Reflexionar sobre el país que queremos, para nosotros y para nuestros hijos: ¿un país de libre mercado donde el consumismo delirante, la desigualdad, la hegemonía de las élites económicas y la vieja política sigan destruyendo la sociedad y el planeta, o un país de cultura y justicia social, de búsqueda del bien común sobre los intereses personales, de modestia y sencillez, donde la redistribución de la riqueza sea la norma? En su extraordinaria Encíclica, el papa Francisco dice: “Hoy cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta”. Pero cuando hablamos de equidad, también estamos hablando de cultura. A veces se piensa que lo material es lo único a que aspira el hombre, degradando su sensibilidad y su humanismo. Luchemos también por un mundo mejor, en el que la belleza, la ética, la ternura, la estética, el amor, sean los mejores logros de la matriz creativa y sirvan para enriquecer nuestro comportamiento social. En este tiempo, a la Casa de la Cultura también le ha tocado asumir su compromiso defendiendo y aportando a la lucha contra Texaco-Chevron, y lo ha hecho desde la Cultura. El artista ecuatoriano se ha expresado de diferentes maneras. En estos días se realizará una subasta donde participarán más de cien artistas. El caso Texaco-Chevron es en Ecuador un emblema y una bandera de una lucha justa planteada por más de 30 mil pobladores indígenas y colonos de la Amazonía ecuatoriana, quienes han buscado con toda entereza y coraje su derecho a vivir en un ambiente sano, amistoso, solidario, que les posibilite el goce de los más elementales derechos humanos. El mayor patrimonio cultural de un pueblo tiene que ver con sus luchas de liberación. El ejemplo combativo de los hermanos indígenas y colonos de Orellana y Sucumbíos es la victoria de un pueblo que clama por equidad y justicia. La Casa de la Cultura está con ellos.

número quince • junio 2015 Presidente Raúl Pérez Torres Vicepresidente Gabriel Cisneros Abedrabbo Director Patricio Herrera Crespo Editores Patricio Viteri Paredes Yuliana Marcillo Colaboran en este número: José Aldás, María Fernanda Ampuero, Jorge Basilago, Fernando Cazón Vera, Luis Fernando Fonseca, Luis Felipe Lomelí, Patricio Lovato Rivadeneira, Beatriz Espinoza Romero, Samanta Schweblin, Rafael Tobar, Malú Urriola e Irwing Zapater. Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila López Portada La tristeza y yo, Piedad Paredes. Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 426 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador. casapalabrascce @casapalabrascce casapalabrascce@gmail.com

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índice

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Yuliana Marcillo nos narra la vida y obra del escritor T.S. Eliot, una de las grandes voces de la poesía angloamericana del siglo XX.

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Se cumplen 50 años de la muerte de Malcolm X.

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María Fernanda Ampuero presenta su cuento ¿Quién dicen los hombres que soy yo?, ganador del premio ‘Hijos de Mary Shelley’ (España, 2015).

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Patricio Lovato Rivadeneira ofrece un retrato del escritor ecuatoriano Francisco Tobar García.

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El amor imposible: correspondencia entre Marie Lalou y Alfredo Gangotena, a cargo de Rafael Tobar.

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Muestra poética de los ganadores del concurso internacional de poesía ‘Paralelo Cero 2015’.

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Una mirada hacia el trabajo de la escritora cubana Carilda Oliver Labra, llamada por algunos, «la poeta del amor».

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José Aldás estudia la narrativa de México, en especial los estilos e influencias de tres escritores mexicanos.

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Fernando Cazón Vera analiza la obra Cuentos reunidos, de Enrique Gil Gilbert.

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Traversari, revista de música, es el nuevo proyecto de la CCE.

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La CCE participa en la X Reunión del Consejo Mundial del Proyecto José Martí de Solidaridad Internacional, celebrada en Argentina.

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De todas partes. Perfiles de José Martí, libro escrito por el historiador cubano Pedro Pablo Rodríguez, fue publicado bajo el sello de la CCE.

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Este año falleció Óscar Collazos, escritor y periodista colombiano, rendimos tributo a su nombre.

En la estepa, cuento de la escritora argentina Samanta Schweblin. Capítulo de la novela Indio borrado, del mexicano Luis Felipe Lomelí.

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Beatriz Espinoza Romero presenta su cuento ´Guerrera`, que forma parte de su libro Cuartos vacíos.

Patricio Herrera nos invita a dar un recorrido por la vida de la pintora Piedad Paredes.

En este número celebramos el centenario de Arthur Miller, escritor, dramaturgo y guionista estadounidense. Artículo de Patricio Viteri Paredes.

Selección poética de la escritora chilena Malú Urriola. Reseña de la novela Orange de Sandra Araya, por parte de Fernando Fonseca.

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Jorge Basilago nos acerca a Ingrid Bergman, famosa actriz sueca galardonada con tres premios Óscar.

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Homenaje póstumo al pintor Gilberto Almeida Egas, fallecido el 20 de abril de este año.

Irving Zapater saluda el retorno de la revista Letras del Ecuador, que nuevamente se encuentra en circulación.


aniversario

Una de las grandes voces de la poesía angloamericana del siglo XX, su obra abarca también el ensayo y la filosofía.


Yuliana Marcillo

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u rostro, pálido y cansado por el exceso de trabajo y carruseles emocionales, no deja claro quién vive detrás de ese oscuro traje de calle. Para él, «abril es el mes más cruel», y no se equivocó en los años veinte: pues todo cuanto lo rodeaba terminó siendo parte de un paisaje devastador, donde las lilas nacían muertas, y me atrevo a decir, no había esperanza para el hombre. Abril sigue siendo el mes más cruel, y no sólo abril, mayo, junio, julio y todos los demás, toda la época que fue la voz de Tierra baldía, una generación sobreviviendo a aquel verano, a aquel invierno, que es este mismo verano y este mismo invierno, porque al final todos somos parte de un cúmulo de imágenes rotas, que ni siquiera con los años podrán ser borradas de la memoria. Abril sigue siendo el más cruel porque no importa el mes si aún los «árboles siguen muertos», si aún la miseria humana asoma en las mañanas, si aún la tierra sigue yerma, si aún estamos «enfermos de los nervios», si aún nos cuestionamos sobre el tiempo y su relación con el hombre, si aún está pendiente aquella teoría que con objetividad nos lleve a ese Absoluto, al fin. Sigue siendo el más cruel porque la ruina y agotamiento ya no sólo son parte de nuestras tierras.

Con esa visión, vistiendo despreocupado, aficionado a la soledad, a las bebidas suaves como el borgoña y a los juegos de concentración como el ajedrez, es imposible llegar a saber si el que fuma como loco todo el día es el poeta detrás del hombre o es el hombre que usa al poeta para fabricar un mapa y así encontrarse. Su pluma, de rítmico lamento, es comparada con un iceberg que rompe el corazón de un barco en mil pedazos. Y sus iniciales, T.S., como es mundialmente conocido, aún retumban en el recuerdo de una generación atrapada en dos guerras mundiales, una generación «durmiente» y colmada de pesadillas, pero que Thomas Stearns Eliot, siempre en medio de una gran nube de humo, logró despabilar, sacudir, alborotar, con nostalgia, angustia y desesperanza, por medio de la poesía, plantándose en el medio de la literatura para no ceder su lugar a nadie más, ni entonces ni ahora.

El niño que creció junto al río Mississippi Nació en la patria del blues, Saint Louis, bajo el cielo de Missouri el 26 de septiembre de 1888. Fue el

último de siete hijos. Despertaba y dormía escuchando a lo lejos, pero en vivo, la música del compositor estadounidense Scott Joplin, tocada al piano por el mismo autor. En la infancia de Eliot, Saint Louis era la capital del ragtime. La música siempre estuvo de su lado y se dice que incluso hasta adulto y en la intimidad, Eliot nunca dejó de cantar canciones de music-hall y Negro spirituals. Eliot proviene de una familia de la aristocracia norteamericana del siglo XIX. Su lugar de nacimiento fue en una casa que se asemeja a las de la época victoriana, era elegante y quedaba entre el gran río Mississippi y el puerto. Ese sería su ambiente definitivo, después diría: «Siento que hay algo en el hecho de haber pasado la infancia al lado del gran río, lo cual es incomunicable para aquellos que no lo han hecho». Según sus biógrafos, su abuelo, William Greenleaf Eliot, pertenecía a la iglesia Unitarianista, que Eliot rechazaría más tarde por no aceptar, entre otras cosas, la encarnación de Jesús Cristo. «La madre, Charlotte Champe Eliot, escribió poemas religiosos y un drama en verso acerca del religioso Francesco Matteo Savonarola. Atribuyen que vino de ella la inspiración poética; era una mujer muy religiosa que dio a sus hijos una estricta disciplina basada en la práctica de la autonegación, por la que el poeta se sentía siempre culpable por cualquier placer, por inofensivo que fuera. Sin embargo, vivió frustrada toda su vida por no haber podido estudiar literatura», señalan. Y su padre, que se dedicaba a hacer ladrillos, también era predicador, por lo que su niñez siempre estuvo envuelta y casi que obligada a fines religiosos; no obstante, con todos estos antecedentes —que son necesarios anotar para entender su posición ante el mundo— T.S. Eliot estudió latín, griego antiguo,


alemán y francés. A los catorce años lee las Rubayatas de Jayyam, y Fitzgerald, y eso sella su destino. En 1906 estudia filosofía en Harvard y descubre a Rimbaud, Verlaine, Corbière y Laforgue; también se especializa en sánscrito y así es como llega a ser uno de los líderes del movimiento modernista en poesía y uno de los más brillantes pensadores de la sociedad, además de rector de Harvard University y fundador de la Universidad Washington en San Luis. Sus biógrafos dicen que su progenitor nunca llegó a aceptar la carrera literaria de Eliot, no comprendía por qué se había quedado en Inglaterra ni tampoco aceptaba a su primera esposa, por lo que es prácticamente desheredado.

La enfermedad que lo llevó a la literatura Eliot fue un niño bastante frágil ya que nació con una doble hernia que le haría mantener un aspecto muy delicado. Razón por la que poco se relacionaba con otros niños. Así que una vez que aprendió a leer, inmediatamente se obsesionó con los libros y se dejó absorber por entero por los cuentos del salvaje oeste. Los libros eran su mundo en sustitución de los deportes y otras actividades físicas que le estaban prohibidas a causa de su hernia. Leyendo descubre otro tipo de placer. Sin embargo, «siempre tuvo una clara conciencia de su pecaminosidad y su culpa, que le hacían hundirse en una profunda angustia, dominado por el escepticismo y la desilusión, sin encontrar paz alguna». Eliot siempre estuvo en busca de paz. Señalan que, ya en la adolescencia, liberado de la familia, le gustó comer, beber y fumar, lo último con resultados desastrosos para sus bronquios, ya que murió en Londres el 4 de enero de 1965, a causa de un enfisema pulmonar, generado por su severo tabaquismo.

T.S. Eliot con Virginia Woolf, al centro, y su esposa Vivienne en 1932.

Después de haber superado la infancia bajo estas condiciones y pasada la adolescencia, en 1915 contrajo matrimonio con la bailarina Vivienne Haigh-Wood, quien padecía un severo cuadro nervioso, lo que persiguió a Eliot hasta la desesperación, alimentó su propia densidad hasta que no pudo más y terminó por abandonarla. «Eliot, torturado por conflictos personales, abrumado por la experiencia de la guerra europea y cada vez más necesitado de seguridades ideológicas, siguiendo instrucciones de su médico, viaja en octubre de 1921 a Cliftonville, al sur de Inglaterra, y en noviembre a Lausana, Suiza, donde estuvo durante seis semanas recibiendo tratamiento psiquiátrico. En ese tiempo Eliot comenzó a componer un largo poema que ha

llegado a simbolizar para muchos el fracaso humano de la civilización moderna: La tierra baldía (1922)». Dividido en cinco partes y con 433 versos, treinta y seis autores y más de cuatro lenguas que le fueron incorporados, «Eliot resume la frustración de la humanidad de su época, desolación patética nacida de un montón de huesos amontonados en el cementerio de la frustración». Así es como a pesar de sus problemas personales, o gracias a ellos, Eliot se convierte en el autor de este monumental poema —que es para Ezra Pound la justificación del movimiento moderno— y en el crítico dominante que impone un nuevo orden a las letras inglesas. En fin, el matrimonio de Eliot se resume en 18 años de sufrimiento incesante. En ese tiempo Eliot

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Fue coronado en el año 1948 con el Premio Nobel de Literatura, ha sido descrito como la verdadera voz dantesca de la poesía contemporánea.

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vive de dar clases, aunque tiene grandes problemas económicos. La situación se hace tan grave en 1917 que el poeta empieza a trabajar en el Lloyd´s Bank de Londres, a la vez que continúa enseñando y ayuda a editar la revista The Egoist. Es fiel a su matrimonio, pero es un hombre desolado. Se sabe que varios de sus amigos, Pound entre ellos, crearon un fondo para recaudar dinero y ayudar financieramente al poeta, pagando algunas de las cuentas para cuidar su salud, agobiada por el trabajo en el banco, los conflictos con la esposa y sus ataques nerviosos. «Vivienne se enferma de todo y por todo. Se hunde en el resentimiento y la mala voluntad. Le recetan morfina para aliviar sus dolores y se vuelve adicta. Clínicas en el campo, en Francia, en Suiza. Todo empeora. Se separan antes de que muera en un sanatorio para enfermos mentales. La voz angustiada y angustiosa de Vivienne se escucha en La tierra baldía y en los Cuatro cuartetos, es el resultado de

una angustiosa vida que juntos llevaron», indican los biógrafos. (La historia fue llevada al cine por el director británico Brian Gilbert en 1993, bajo el título de Tom y Viv). Eliot se volvería a casar diez años después con Esmé Valerie Fletcher, quien había sido su secretaria en la editorial Faber & Faber.

Buscando la paz en tierras inciertas Cuántas teorías y preguntas aún sin respuestas estaban en la cabeza de Eliot para que después de buscar y luchar toda su vida, finalmente se rindiera al cristianismo, a la «paz que sobrepasa todo entendimiento». En 1926 fue bautizado en una pequeña iglesia anglicana cerca de Oxford. Viv no le acompaña. Ella está, como muchos de sus amigos, en contra. Virginia Woolf le escribe a su hermana: «He tenido una conversación muy lamentable y molesta con Tom Eliot, al que podemos considerar muerto a partir de aho-

ra, porque cree en Dios y la inmortalidad, y va a la iglesia». En 1928 se declararía clasicista en literatura, monárquico en política y anglicano en religión, lo cual afectó considerablemente su poesía. ¡Cuánto lío en su cabeza! Tanto así que en los años treinta, la serenidad y la humildad religiosa empezaron a ser primordiales en su poesía, sobre todo en Miércoles de ceniza (1930), La roca (1934) y su larga obra en verso, Asesinato en la catedral (1935), basada en el martirio del santo Tomás Becket en el siglo XII. «Sin embargo su conversión no le dio una fe inamovible que le hiciera llenarse de alegría, sino que siguió en cierto sentido siendo introvertido, enfermizo, dubitativo y depresivo. Pero Eliot encontró el asombro del perdón. Confió en que por la sangre de Cristo era libre de todo pecado y culpa», señalan. De su poesía se dice que logró la alquimia perfecta entre belleza y formalidad, filosofía y misticismo, imaginería cristiana y simbolismo.


«Siempre fue descrita como una poesía de ideas que logra transmitir una sensación de trascendencia de principio a fin; se trata de pura poesía metafísica, anclada en lo terrenal y comprometida, a su vez, con una constante búsqueda de las inquietudes, espirituales o no, que separan al hombre de lo animal». Cuatro cuartetos, que él mismo consideraba su obra maestra y razón principal por la que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1948, conforma la tesis definitiva acerca de sus preocupaciones poéticas. Pero a pesar de la temática del poemario, el lenguaje empleado es tan lúcido como sencillo. Con La canción de amor de J. Alfred Prufrock, T.S. Eliot terminó de poner el mundo poético patas arriba. Y si la música lo acompañó desde niño, este poema no es más que un bellísimo canto a lo contradictorio e incomprensible de la vida y la muerte. A pesar de seguir algunas tradiciones hinduistas y de sentirse muy atraído por los textos en sánscrito, de volverse cristiano y de querer convertirse en budista, ni con todo lo recorrido en su vida personal y profesional pudo encontrar esa ‘paz’ que tanto buscaba. Este hombre, que a pesar de toda su disciplina el desorden lo atraía, que le gustaban los barrios pobres, las cantinas y los burdeles y que para romper con su timidez hasta tomó clases de baile, quizá siempre supo que esa búsqueda no tendría fin. El pasado domingo 4 de enero de este año se cumplieron 50 años de la muerte del poeta, de salir de esta tierra baldía, hacia donde quizá tampoco haya sol ni lluvia; total, él siempre tuvo muy clara la película, hasta en aquellos tiempos de horror: «Pero la ventaja esencial del poeta no consiste en tener un mundo hermoso que describir, sino la capacidad para ver tanto debajo de la belleza, como la fealdad; de ver el tedio y el horror y la gloria».

T.S. Eliot con Virginia Woolf.

El entierro de los muertos

Abril es el mes más cruel, engendrando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, removiendo raíces muertas con lluvias primaverales. Nos calentó el invierno, cubriendo la tierra con olvidadiza nieve, alimentando una pequeña vida con tubérculos secos nos sorprendió el verano, volviendo sobre el Starnhergersee con un chubazco; nos detuvimos en la columnata, y salimos fuera en la luz del sol, hacia el Hofgarten, y tomamos café y conversamos por una hora Bin gar keine Russin, stamm’ aus Litauen, echt deutsch. Y cuando éramos niños, estando en casa del archiduque mi primo, él me sacó en un trineo, y tuve miedo. Él me dijo, Marie, Marie, agárrate fuerte. Y abajo fuimos. En las montañas allí te sientes libre. Leo la mayor parte de la noche, y en invierno voy al sur. Fragmento de La tierra baldía.

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María Fernanda Ampuero

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echa un ovillo en el suelo pareces un bulto que algún mendigo dejó ahí sin miedo a que le roben porque no hay nada de valor en esa sucia bolsa. Eres tú. El polvo que levantan las sandalias de la multitud —la multitud que corre a ver el espectáculo— te cubre por completo. Tienes la boca de arena y una piedra puntiaguda se te clava en el esternón. Alguien te pisa. Sigues inmóvil. Un perro hambriento, salvaje, te olfatea. Sigues inmóvil. Piensas en venenos, en amargas raíces asesinas, en esos afilados colmillos de las serpientes del desierto que tantas veces has ordeñado, piensas en acabar con todo rápido. Sabes, lo único que sabes, es que no vas a poder vivir sin él. Lo que no sabes, y nunca sabrás, es si te quiso. Eso es algo que sólo saben quienes han sido queridos alguna vez. Tú no eres una de esas personas. Tu madre se fue dejándote mocosa y flaca y desnuda. Un animalito mojado en la puerta de la casa de tus abuelos. Se fue a buscar hombres, decían ellos, decían las gentes del pueblo tapándose la boca por un lado. Usaban para hablar de ella esa palabra que luego, no mucho más tarde, fue tuya, te calzó como un traje ceñido,

te contagió como una enfermedad. No sabes, tampoco, que tu madre quería salvarte de ella, de eso que heredaste y que se parece tanto a una gracia como a una maldición. La primera profecía que cumpliste fue la de «eres igual a tu madre». Te golpeaban para que no fueras igual a tu madre mientras te gritaban «eres igual a tu madre». Una noche, tendrías doce, trece, se te hizo tarde al volver de tu ocupación favorita: recoger raíces, hierbas y flores para luego en casa hervirlas, aplastarlas, mezclarlas y ver qué pasaba. Volviste corriendo con la alforja llena, levantabas el polvo con tus sandalias, ensuciabas los bajos de la falda y la gente al verte pasar sudada, jadeando, meneaba la cabeza como diciendo «pobrecilla», como diciendo «otra como la madre». Ella, tu abuela, él, tu abuelo, te pegaron tanto que dejaste para siempre de escuchar por el oído derecho y te quedó un rengueo al caminar. Con una vara de laurel —esa vara de laurel— te rasgaron la espalda, las nalgas, el pecho diminuto, hasta dejarte tiras de piel colgando, como una naranja a medio pelar. Gritaban, gritaban, y azotaban, azotaban. Sus sombras a la luz del fuego parecían gigantes furiosos. Cerraste los ojos. Te hiciste un ovi-


cuento

llo en el suelo, apretaste la piedra gris que tu madre te había dejado atada al cuello y dijiste para ti misma «que me maten o ya verán». Pero no te mataron. Despertaste de madrugada a punto de ahogarte con tu propia sangre. Escupiste, vomitaste y con un dolor de agonía lograste incorporarte. Despacio, muy despacio, cubriste con uno de tus emplastos cada herida y las envolviste con paños. Fuiste a tu alforja, buscaste un recipiente y ahí, en la oscuridad, mezclaste con el mortero varias hierbas y raíces, añadiste unas gotas de líquido que brilló —amarillo— a la luz de la luna. Tus ojos, también amarillos, se iluminaron como los de un gato. Eso nadie lo vio. Pusiste el recipiente con la mezcla en el fuego, dijiste unas palabras en susurros —sonaron a cántico, a rezo, a hechizo—, cubriste con tu palma la piedra gris, recogiste tus cosas y te largaste de allí.

Cuando encontraron a tus abuelos estaban secos, deshidratados, tiesos como esas culebras huecas que a veces aparecen en los caminos. Decían, los que los encontraron, que estaban marrones y que tenían los ojos desorbitados y las mandíbulas inhumanamente abiertas. Decían, los que los encontraron, que parecían haber muerto de terror. Se te perdió la pista muchos años. Una niña perdida más en un mundo de niñas perdidas. Unos decían que te habías unido a los nómadas y recorrías los pueblos bailando y enseñando los pechos por unas monedas. Otros aseguraban que habías matado a unos hombres que quisieron quitarte el colgante —la piedra— de tu madre. Unos más estaban convencidos de que habías muerto leprosa, despedazada y sola. Que alguien que conocía a alguien que conocía a alguien te había visto agonizar en un leprosario, encerrada en una maz-

morra con otros asesinos, bailando sin ropa ante hombres excitados. En realidad, tu vida no le importaba a nadie y lo único que querían saber era qué diablos les habías hecho a tus abuelos para que amanecieran secos como ramas. Te empezaron a llamar también otra cosa, como a tu madre, y te usaban, usaban tu nombre para asustar a los niños. Un día te dijeron que allí, en esa tierra maldita que juraste no volver a pisar, había un hombre especial y que tenías que conocerlo. Nunca podrás decir a las claras por qué, pero deshiciste lo andado durante tantos años. Caminaste kilómetros y kilómetros, despedazaste tus sandalias y llegaste un amanecer, descalza, el pelo una maraña, la piel quemada. Él parecía estar esperándote. Pidió una palangana de agua limpia y se hincó a lavarte, con una delicadeza casi femenina, los pies llagados y sucios. Nunca podrás decir a

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...Y tu llanto, mujer de lágrima viva, hizo un pozo en el que mojaste tu vestido como si fuese un sudario y, desnuda, sin que nadie te viera, sin que nadie quisiera verte, te metiste en el sepulcro en el que horas después lo depositarían a él: esquelético, ensangrentado, muertísimo.

las claras por qué, tal vez porque ese fue el único acto de ternura que te habían dedicado —a ti, criatura del golpe, hija de la brutalidad, princesa de las noches que terminan con las mujeres malheridas—, pero en ese instante tomaste la decisión de darle tu vida, de hacer lo que quisiera, lo que fuera, de ser barro en sus manos, suya, su esclava. Él te preguntó tu nombre y lo repitió con una dulzura que te hizo llorar las primeras lágrimas, tus lágrimas, niña, que se volverían leyenda. Entonces extendió su mano y te las secó y te dijo —sí, no te lo inventas, lo dijo— que te quería. Dijo: te quiero. Ya no había vuelta atrás. La huérfana, la humillada, la maltratada, la tullida, la medio sorda, la puta, la asesina, la leprosa no existían ya —nunca más existirían—. Eras tú frente a él. Y tú frente a él eras una mujer extraordinaria. La mejor de las mujeres. Y si un perro, que es un ser de poco entendimiento, sigue fielmen-

te a quien le acaricia la cabeza y el lomo, ¿cómo no ibas tú a seguirlo a él hasta el mismísimo infierno? ¿Cómo no ibas a hacer hasta lo imposible por hacerlo feliz, por ayudarlo a cumplir sus promesas? Así, como un perro agradecido, te sentabas a sus pies a mirarlo, a escucharlo arrobada, loca de amor, como si de su boca salieran uvas, miel, jazmines, pájaros. A veces, mientras él contaba sus dulces historias de pescadores y pastores, tú apretabas la piedra gris de tu pecho y aparecían veinte, treinta, cuarenta personas más a escucharlo como tú: con devoción infantil, como si fuera un mago, como si de su boca saliera miel, pájaros. Sabías que eso lo hacía feliz. De pronto fueron muchos los que lo seguían. Él cambió. Los cuentos se volvieron recetas; las anécdotas, mandatos. Empezó a hablar de cosas que no entendías, que en realidad nadie entendía, cosas mágicas, santas, tal vez sacrilegios. A ti nada de eso te importaba.


Los otros ya no te dejaban tocarlo —salvo la túnica, las sandalias— ni él visitaba tu tienda con tanta frecuencia, con tanta urgencia. Te quedaba la memoria de su olor de hombre del desierto que no se iba de tu nariz, de tu cuerpo, de tu vestido. Un olor que no se fue nunca, que hasta el último instante de tu vida te estremeció. Era tuyo, ahora un enviado de los cielos, decía, pero tuyo. Y tú de él. Por eso apretaste la piedra de tu cuello cuando se quedaron sin vino en aquella boda e hiciste aparecer pescado y pan donde no había más que piedras y arena —porque en tu soledad aprendiste a que te obedecieran el agua, las piedras, la arena—. Por eso también aplicaste, sin que nadie te viera, sin que nadie quisiera verte, tu ungüento en los ojos blancos del mendigo que los abrió y dijo «milagro», y te metiste a escondidas en el sepulcro de aquel hombre para llenar sus pulmones muertos del sahumerio de la vida —entonces invocaste fuerzas que no debías, la muerte es la muerte, pero ya era demasiado tarde para replanteártelo— y lograste que el cadáver se levantara, que anduviera y que él se llenara —más, cada día, más— de gloria. Pero eso no lo ibas a permitir. Que se muriera. No: que se dejara matar. Eso no lo ibas a permitir. Trataste de impedírselo, le hablaste del ungüento, de las piedras que fueron alimento, del vino que era agua, de los ojos blancos, nulos, de aquel mendigo, del cadáver que anduvo, de la piedra que llevas en el cuello, de las fuerzas que invocaste, infinitamente más poderosas que tú y que él. Pero no te creyó. Te apartó de su lado con violencia —él, con violencia— y te caíste y desde el suelo lo miraste y viste a dios. Ese hombre era tu dios. Y te llamaste mentirosa, te llamaste embustera, te llamaste loca y él te dijo: —Apártate de mi vista, mujer.

Si un perro permanece en la puerta del que le da un mendrugo de pan y muestra los colmillos, dispuesto a despedazar a cualquiera, para protegerlo, ¿cómo no ibas tú a defenderlo hasta de sí mismo, de su propia convicción? Por eso el día en que se lo llevaron y le hicieron todos esos horrores, tú apretaste la piedra y el cielo se encapotó hasta convertirse en una masa de lava gris y tu llanto —ay, tu llanto— hizo que gente a miles de kilómetros empezara a llorar sobre la sopa, haciendo el amor, labrando la tierra, lavando la ropa en un río, en sueños. Cuando su cabeza colgó sobre su pecho, inerte, te hiciste un ovillo y la gente te pisoteó y un perro salvaje te olfateó y pensaste en venenos y quisiste morirte ahí mismo, pero entonces rompiste a llorar. Y tu llanto, mujer de lágrima viva, hizo un pozo en el que mojaste tu vestido como si fuese un sudario y, desnuda, sin que nadie te viera, sin que nadie quisiera verte, te metiste en el sepulcro en el que horas después lo depositarían a él: esquelético, ensangrentado, muertísimo. Con tu espalda pegada a la fría piedra, tu cuerpo pálido, de moribunda, lo viste levantarse y sonreíste. Llevaba al cuello la piedra gris, es decir, se llevaba tu fuerza, tu sangre, tu savia. La luz que entró en el sepulcro cuando él movió la piedra te permitió verlo por última vez: hermoso, divino, sobrenaturalmente amado. Él te miró, estás casi segura de que te miró y con tu último aliento —te morías— le dijiste algo, lo llamaste, estiraste la mano. La palabra amor se colgó del techo como una estalactita. Pero él siguió caminando al encuentro de sus fanáticos que gritaban, se tiraban a la arena de rodillas, se cubrían los rostros con las manos. Y no volvió la vista atrás.

María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976)

Escribe narrativa de ficción y de no ficción. Como periodista, forma parte de la nueva generación de cronistas latinoamericanos y ha sido traducida al inglés, portugués e italiano. Ha recibido varios premios, entre ellos el Ciespal de Crónica y el de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) a la Mejor Crónica del año. En 2012 fue seleccionada como uno de los 100 latinos más influyentes de España, país en el que vive desde 2005. Ha publicado Lo que aprendí en la peluquería (2011) y Permiso de Residencia (2013), y prepara un libro de crónicas sobre la crisis española y una novela autobiográfica titulada Lo peor ya pasó. Ganó el premio Hijos de Mary Shelley (España, 2015) con su cuento ¿Quién dicen los hombres que soy yo? 11


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cincuentenario

El voto o la bala* Debemos entender la política de nuestra comunidad y debemos saber qué papel juega la política en nuestras vidas. Y hasta que no seamos políticamente maduros, siempre nos engañarán, nos llevarán por mal camino, o nos embaucarán o maniobrarán para que apoyemos a algún político que no tiene en su corazón lo bueno de nuestra comunidad.

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eñor moderador, reverendo Cleage, hermano Lomas, hermanos y hermanas, amigos, y veo algunos enemigos. En realidad, creo que nos estaríamos engañando si tuviéramos una audiencia tan grande y no nos diésemos cuenta de que algunos enemigos están presentes. Esta tarde queremos hablar acerca del voto o la bala. Pero antes de entrar en el tema, me gustaría aclarar algunas cosas que se refieren a mí personalmente y que conciernen a mi propia posición personal. El islam es mi religión, pero creo que mi religión es un asunto personal. Ella gobierna mi vida personal, mi moral personal. Y mi filosofía religiosa es personal entre yo y el Dios en quien creo, al igual que la filosofía religiosa de otros es entre ellos y el Dios en quien creen. Y es mejor de esta forma. Si hubiésemos venido aquí a discutir sobre religión, tendríamos tantas diferencias desde el principio que nunca podríamos unirnos. Entonces hoy, aunque el islam es mi filosofía religiosa, mi filosofía política, económica y social es el Nacionalismo

Negro. Si ustedes y yo, como dije, abordamos el tema de la religión, tendremos diferencias, tendremos discusiones y nunca seremos capaces de unirnos. Pero si dejamos en casa nuestra religión, si a nuestra religión la mantenemos en el clóset, la mantenemos entre nosotros y nuestro Dios, significa que hemos venido aquí porque tenemos una lucha que es común a todos nosotros, en contra de un enemigo que es común a todos nosotros. Debemos entender la política de nuestra comunidad y debemos saber qué papel juega la política en nuestras vidas. Y hasta que no seamos políticamente maduros, siempre nos engañarán, nos llevarán por mal camino, o nos embaucarán o maniobrarán para que apoyemos a algún político que no tiene en su corazón lo bueno de nuestra comunidad. Así, la política del Nacionalismo Negro significa que debemos seguir un programa, un programa político de reeducación para que nuestro pueblo abra los ojos, nos haga más conscientes y maduros políticamente, y cuando estemos listos para vo-

* Extractos del discurso que dio Malcolm X en Cleveland, Ohio, el 3 de abril de 1964. (Traducción del inglés: Patricio Viteri Paredes).

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Si uno es cristiano, musulmán o nacionalista, todos tenemos el mismo problema. No te ahorcan porque eres bautista, te ahorcan porque eres negro. No me atacan porque yo sea musulmán, me atacan porque soy negro. Ellos nos atacan a todos nosotros por la misma razón, a todos nosotros nos sojuzga el mismo enemigo.

tar, votaremos por un hombre de la comunidad que tenga lo bueno de la comunidad en su corazón. Si uno es cristiano, musulmán o nacionalista, todos tenemos el mismo problema. No te ahorcan porque eres bautista, te ahorcan porque eres negro. No me atacan porque yo sea musulmán, me atacan porque soy negro. Ellos nos atacan a todos nosotros por la misma razón, a todos nosotros nos sojuzga el mismo enemigo. Todos estamos en el mismo saco, en el mismo bote. Sufrimos opresión política y económica, explotación y degradación social —y todo por parte del mismo enemigo—. El gobierno nos ha fallado, no se puede negar eso, y los liberales blancos que se han hecho pasar por nuestros amigos también nos han fallado. Este es un año político. Este es el año en que todos los políticos blancos vendrán a la comunidad negra. Uno nunca los ve ni los encuentra sino en tiempos de elecciones. Vendrán con falsas promesas y con esto van a avivar nuestras frustraciones y sólo servirá para empeorar las cosas. Yo no soy republicano, ni demócrata, ni estadounidense. Soy uno de los 22 millones de víctimas negras de los demócratas, de los republicanos y del americanismo. Yo hablo como una víctima de la mal llamada democracia estadounidense. Ustedes y yo nunca hemos visto la democracia, lo único que hemos visto es hipocresía. No hemos visto ningún sueño americano, solamente hemos experimentado la pesadilla americana. No nos hemos beneficiado de la democracia estadounidense, sólo hemos sufrido la hipocresía estadounidense. Cada vez que ustedes apoyan al partido político que controla las dos terceras partes del gobierno, y ese partido no puede cumplir la promesa que les hizo durante la época de elecciones, y ustedes son lo suficientemente tontos como


para continuar identificándose con ese partido, no solamente son bobos sino traidores a su raza. Siempre que los negros mantengan a los Demócratas en el poder, están manteniendo el segregacionismo en el poder. Un voto por un Demócrata no es más que uno voto por la segregación. Sé que a ustedes no les gusta que yo diga eso, pero no soy la clase de persona que viene aquí a decirles lo que les gusta. Voy a decir la verdad, les guste o no. En el Sur [los Demócratas] son lobos políticos completos. En el Norte son zorros políticos. Los lobos y los zorros son cánidos. Elijan ahora. ¿Van a elegir al perro del Norte o al perro del Sur? Porque cualquier perro que elijan, les garantizo que ustedes estarán en grandes problemas. Por esto digo el voto o la bala. Es o libertad o muerte. Es libertad para todos o libertad para nadie. Estados Unidos se encuentra hoy en una situación única. Históricamente, las revoluciones son sangrientas. Nunca ha habido una revolución sin sangre o una revolución no violenta. Eso no pasa, ni siquiera en Hollywood. No se tiene una revolución en la cual uno ama al enemigo, y no se tiene una revolución en la cual uno ruega al sistema de explotación que nos integre a él. Las revoluciones derriban sistemas. Las revoluciones destruyen sistemas... Pero hoy este país puede verse comprometido en una revolución que no derrame sangre. Todo lo que tiene que hacer es dar al hombre negro de este país todo lo que se le debe, todo. En Argelia y en África [la gente] no tenía nada, excepto un rifle. Los franceses tenían todos estos instrumentos de guerra altamente mecanizados, pero se dieron algunas acciones guerrilleras, y el hombre blanco no puede combatir una guerra de guerrillas. La acción guerrillera requiere de corazón, valentía, y él no los tiene. El hombre

Históricamente, las revoluciones son sangrientas. Nunca ha habido una revolución sin sangre o una revolución no violenta. Eso no pasa, ni siquiera en Hollywood. No se tiene una revolución en la cual uno ama al enemigo, y no se tiene una revolución en la cual uno ruega al sistema de explotación que nos integre a él. blanco es valiente cuando tiene tanques, aviones, bombas; cuando tiene a muchísimas personas junto a él. Pero si se tiene un hombre pequeño de África y Asia, se lo deja suelto en la selva con un cuchillo —eso es todo lo que necesita— y cuando el sol se oculta y está oscuro, cobra todas las deudas. El Tío Sam todavía tiene la audacia o el descaro de erigirse y presentarse como el líder del mundo libre. No solo es un criminal sino también un hipócrita. Y aquí está el Tío Sam, de pie frente a otra gente, con la sangre de nuestras madres y padres en sus manos, con la sangre goteando de sus fauces como un lobo, y todavía tiene el descaro de señalar a otros países con el dedo. Digo, en conclusión, que la única forma en que vamos a resolver esto es con la unidad y la armonía, y el Nacionalismo Negro es la clave. ¿Cómo vamos a superar la tendencia, que siempre existe en nuestros barrios, de lanzarnos a la garganta del otro? Y la razón para que exista esta tendencia es por la estrategia del hombre blanco, que siempre ha sido: divide y vencerás. Él nos

mantiene divididos con el fin de vencernos. Lo que ustedes y yo anhelamos es la libertad, tenemos el mismo objetivo. Será el voto o será la bala. Será libertad o muerte. Y si ustedes no están listos para pagar ese precio, no usen la palabra libertad en su vocabulario. Malcolm X

(Malcolm Little, 1925-1965) Fue un activista y defensor de los derechos civiles de los negros estadounidenses. A los 20 años fue a prisión por robo y allí se convirtió en miembro de la Nación del Islam, movimiento religioso del cual fue uno de los principales líderes. Se separó de este grupo en 1964 y se adhirió al islam sunita. Luchó por la autodeterminación y la autodefensa de los afroamericanos. Por esos años se entrevistó con varios presidentes africanos y con Fidel Castro. Fue asesinado el 21 de febrero de 1965. 15


Patricio Lovato Rivadeneira

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osar para un retrato, ricamente ataviados y con los gestos más solemnes que puedan dar formalidad al o a los personajes, que los rostros se favorezcan con los ángulos y el entorno se barnice para los brillos, no es, ni de lejos, la búsqueda del radar para ese ojo del ‘loco’ Francisco Tobar García (1928-1997), con cuerda para muchas actividades, súmese: poesía, dramaturgia, ensayo, periodismo, crítica literaria, diplomacia. La que interesa, por ahora, es la narrativa, sus señales particulares en las novelas escritas o en los cuentos: La corriente era limpia (1977), Pares o nones (1979), Los quiteños (cuentos 1983) El ocio incesante (1994), Autobiografía admirable de mi tía Eduviges (1991), especialmente esta última novela, una galería sonora de retratos con una matrona de fondo. Todos habitados por


ensayo Ya al momento de contar, para sorprender con la agilidad de un dramaturgo de oficio, vienen los fraseos con más de dos significados, regularmente provocadores: «…temblad, cobardes, ¡estoy escribiendo vuestra radiografía!», y nos ubica ahí, «bajo la tierra crispada de la región andina» como parte del público para sus obras de teatro. personajes encontrados en falta, en un ambiente donde sobra la moralidad construida para resguardar las apariencias, tras una gran censura colectiva, de la que hay que escapar, sólo para ser y no parecer, o perecer que puede ser lo mismo. Tobar García fue un autor formado por la rigidez conservadora, la que no logró uniformarlo, si el comienzo es de su madre de misa diaria y el resto para llevar a casa, su padre, y aquí el contraste, el controversial canciller, político y diplomático, Julio Tobar Donoso, es autor, entre otros, del libro La Iglesia, modeladora de la nacionalidad ecuatoriana (1953), calificado como «la clave de nuestra historia, su sentido íntimo, su fisonomía verdadera» nada más que por Aurelio Espinosa Pólit S.J. —título que no requiere ampliar sus contenidos—, por ser la versión categórica, desde el punto de vista de una Entidad espiritual que gobierna multitudes y sobrepasa el tiempo y espacio en nuestra historia, distendida en su accionar por algunos espacios geográficos de esta República que no termina de formarse, aunque se concentró en la capital, con distintas etapas, una de las que había de vivir este autor desenfrenado, desde muy joven dispuesto a lecturas esclarecedoras y

obras propias que corrían por otras realidades y narradores en conflicto con la norma. Para transgredirla —a esa norma—, trató de vivir, y contar, a partir de su experiencia, una suma de poses que se ubican antes y después de la propuesta congelada en el tiempo, solo de esa manera los retratos son fidedignos. Nada mejor que el estado de las cosas al recibir la naturaleza de la gente, para saber lo que le falta a la conciencia o lo que ésta quiere ocultar mientras construye sus tradiciones. Decir la tiranía de los sujetadores al aplicarlos en los interiores o el alivio al despojarse de ellos para que el cuerpo acuda a sus desahogos, tiene el valor del gozo expuesto personalmente. El maquillaje mientras se aplica en unos rostros en metamorfosis que han de quedarse sin parpadear, es el tema aceptable para leer complacido y para una crítica de complacientes, hasta que unos textos incomodan, cuando cuentan de esos mismos rostros mientras regresan a su rutina sin cremas ni tintes. Eso es transgredir lo moralmente aceptado y tomar la ética por lo que es: el valor por elegir la mejor conducta, denunciar provocando y proponiendo. Contar acerca de ellos mediante dar

la cara descaradamente, con verbo de sacrílego, y cuanto mejor, posar desnudo junto a esas extravagantes vestimentas, eso es desacralizar lo conventual en beneficio de la otra realidad, la que se intenta evadir en el retrato a secas. Epígrafe previo de identidad, de Witold Gombrowicz, como advertencia para los espíritus respetables: «antes me consideraban un loco inofensivo, hoy, al escribir este libro, me he convertido en un ente nocivo». Ya al momento de contar, para sorprender con la agilidad de un dramaturgo de oficio, vienen los fraseos con más de dos significados, regularmente provocadores: «…temblad, cobardes, ¡estoy escribiendo vuestra radiografía!», y nos ubica ahí, «bajo la tierra crispada de la región andina» como parte del público para sus obras de teatro. Mientras se inician los preámbulos del retrato que se ha de contar, cabe resaltarse su solvencia: «¡mi edad es cada día más avanzada, como la ciencia!». Desacraliza parte del entorno que rige el lugar, las primeras víctimas, la fe y la filosofía: «otra vez el papa que dice pío…», lo que nos lleva a una conclusión: «ahí me convencí: la fe es una patraña y descartes, con sus dudas, otro cojudo más». Si se quiere construir el re-

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Nada mejor que el estado de las cosas al recibir la naturaleza de la gente, para saber lo que le falta a la conciencia o lo que ésta quiere ocultar mientras construye sus tradiciones. 18

trato de las santas sociedades como el matrimonio, para la luna de miel: «…la primera noche, nada…, sólo a los seis días hizo una pequeña introducción a la metafísica, pero yo no logré llegar a la meta…», «…ha sido una de las razones poderosas para no contraer ni el matrimonio ni el sida, ambos mortales, digo, enemigos del hombre». Lo que nos hace desear que ella reaccione: «mi obligación de esposa legítima es martirizarte». Sobra para la gente, «ahora descubría con horror la muchedumbre abominable» y nuestra dependencia política y económica:


Escritor satírico, caracterizado por sus permanentes juicios críticos, donde la valoración de los vicios individuales y plurales, en cada línea donde aparecen sus retratados, nos pone a disfrutar entre el humor y el desconcierto, desconcierto porque en algunos lo encontramos como personaje secundario a él, para hacernos reír de él.

«…muchos pobres y alguna clientela con olor a colonia francesa; nunca dejaremos de ser colonia de alguien». Alguien por su propio juicio puede a estas alturas abandonar el lugar creado por los textos para construir retratos, sin darse el tiempo justo, como justamente lo hicieron sus detractores al retirar de los estantes de librerías las obras blasfemas e inmorales, para que no lleguen a manos y mentes curiosas por aprender el arte de la provocación. Para quienes se quedan a la expectativa de mirar y entender el discurso de Francisco Tobar García, vale la alegría de reconfortarse en sus butacas, abrir las páginas de sus novelas y esperar por la voz del autor; lo seguro que ocurrirá, y de esto darán fe sus seguidores, es que no solo se narren otros retratos de élites, de embajadores, políticos, matronas y demás abolengos, sino que se aclaren géneros «…era la mar, en femenino… que la mar es como las hembras: tiene regla, se enferma conforme le da la luna». Y tiene también arrestos para encontrarse frente a un político y emparejarse espléndidamente: «me han dicho mil veces puta, bueno, he

sido puta, como usted es político». Con una cortísima historia que se desprende del mismo tema: «… cuando un desaprensivo, en la ciudad andina, me gritó ‘puta’, yo abrí los brazos y exclamé a voz en cuello: ‘¡hijo mío!’». Producto de la prisión social en la que habita, se convierte, dadas sus dotes de acopio bibliográfico y tanta información teórica, en un investigador de la naturaleza humana y la retrata como sátira. Escritor satírico, caracterizado por sus permanentes juicios críticos, donde la valoración de los vicios individuales y plurales, en cada línea donde aparecen sus retratados, nos pone a disfrutar entre el humor y el desconcierto, desconcierto porque en algunos lo encontramos como personaje secundario a él, para hacernos reír de él. Lo que nos motiva a pensar que debemos tomarnos con humor nuestros propios retratos que de pronto se vuelven espejos en permanente construcción, total «los tontos son los únicos con derecho a mostrar virtudes». *Las citas del autor son textuales, especialmente en el uso de minúsculas.

Patricio Lovato Rivadeneira (1959) Nacido en Quito, vive en Manabí desde 1985, profesión financiero, columnista de periódicos y revistas, actualmente corrector de pruebas y estilo en Editorial Mar Abierto. 19


Rafael Tobar

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conferencia

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n las cartas entre Marie Lalou y Alfredo Gangotena se pasan por alto las formas y las convenciones para ponerse al servicio de una escritura que entremezcla ensoñación romántica, imaginación creadora, prosa poética y poesía. De hecho, la frontera entre la realidad y la ficción, la realidad y el sueño, se rompe. Este vaivén entre la ficción y la realidad se acentúa a través del uso de la intertextualidad. En la primera carta del 19 de noviembre de 1933, Marie Lalou cita la novela del escritor inglés D.H. Lawrence titulada Mujeres enamoradas. En la carta del 24 de diciembre, cita la obra Jocaste, de Alfredo Gangotena, y en la del 27 de diciembre, el nombre de Cocteau aparece. La correspondencia entre Marie Lalou y Alfredo Gangotena se inscribe en la continuidad del romanticismo de los años 1820-1830, y de la modernidad baudelairiana de los años 1850. Se articula entre dos polos: la reflexión sobre la melancolía, la soledad, el spleen, el mal del siglo y el amor platónico. Se tratará de mostrar cómo las cartas de Marie Lalou ponen énfasis en la ruptura de la oposición entre la realidad y la ficción. Veremos que el género epistolar obedece a una poetización y estetización de la realidad a través de la ensoñación romántica, el sueño y la imaginación creadora. Marie Lalou —un siglo después de la descripción de la sociedad industrial de Alfred de Musset en la novela Confesión de un niño del siglo— nos describe una sociedad burguesa materialista que no deja libertad al arte y a la mujer. ¿Con qué procedimiento Marie Lalou denuncia esta sociedad materialista gobernada por los engranajes de un capitalismo que margina a la mujer y al arte?: por medio de la intertextualidad. El uso de la intertextualidad a través del ejemplo

de la novela de Lawrence, Mujeres enamoradas, pone de relieve el pathos de la poetisa francesa. En efecto, al locus amoenus, lugar apacible en el cual el personaje Rupert Birkin de la novela de Lawrence se acuesta desnudo en la tierna hierba, se opone la ciudad industrial del norte de Francia: Lille, ciudad de «las más horribles codicias», de la hipocresía, del engaño, donde «hay que quedarse ahí, sonreír al mundo entero», ciudad fantasmal donde el color negro, amarillo y las tinieblas son omnipresentes. La metáfora continuada de las plantas, «los hombres aquí son más o menos salsifíes rancios», denuncia con cierta ironía el materialismo burgués de la sociedad industrial de los años 1930. En consecuencia, la primera carta se inscribe en la continuidad del spleen de Baudelaire. En efecto, la descripción de la ciudad de Lille es reminiscente de la primera parte ‘Spleen e Ideal’ del poemario de Baudelaire intitulado Las flores del mal. De hecho, la naturaleza, el sueño, la imaginación creadora, la poesía se convierten en los únicos escapes al spleen, al vacío espiritual de la ciudad moderna, de ahí la presencia de las dos solicitudes de Marie Lalou: «Pido con humildad una loma de prímulas mojadas». «Pido un lindo libro de versos, una palabra de usted1». En la carta del 20 de diciembre de 1934, el amor imposible surge al interior de un juego dialéctico entre eros, la pasión amorosa y ágape, el amor espiritual exento del deseo carnal. El vaivén entre la pasión carnal y el amor espiritual nos recuerda el largo poema El cantar de los cantares. El amor imposible toma todo su sentido a través del deslizamiento conceptual del fuego, como amor-pasión hacia el fuego «magnífico y destructor» de la muerte.

El vaivén entre la pasión carnal y el amor espiritual nos recuerda el largo poema El cantar de los cantares. El amor imposible toma todo su sentido a través del deslizamiento conceptual del fuego, como amorpasión hacia el fuego «magnífico y destructor» de la muerte.

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Desde el principio de la carta de Gangotena, del 15 de abril de 1936,, lo irracional, el sueño, confieren una atmósfera inquietante como lo sugiere la expresión «Dormía del sueño más preocupante». El tono de esta carta es diferente del de Marie Lalou. Al lenguaje pomposo de las cartas de Lalou se opone un registro más lírico: el de la solicitud, del encuentro del amor.

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Si se asocia el fuego de las pasiones con la muerte, es porque quema, devora, destruye, de ahí el uso de los adjetivos «calientes y agotados» y de la metáfora «muerte escarlata». La referencia a los demonios y a los caballos negros pone de realce la atmosfera de la muerte. En el poema de Lalou del 12 de diciembre de 1934, el amor imposible se materializa a través de la desecación de las pasiones y del cuerpo de la poetisa francesa, la crisis de la fe sugerida a través de la repetición «Dios cualquiera», la pintura

de un Universo mineral mortífero sin alma, sin vida, la presencia de figuras espirituales que ya no son de ninguna ayuda: los ángeles, los monjes, Dios, y la locura inseparable de la obsesión de la sangre y de la violencia. En la carta del 27 de diciembre, el gran planisferio de Quito y la visión de Marie Lalou se poetizan en una ensoñación que entremezcla imaginación creadora: «pequeñas luces danzantes», paisajes exóticos y pintorescos: «picos de coral», y música: «escucho las guitarras muy graves, grave me aparece también tu rostro». Estamos en presencia de una ensoñación romántica que se confunde con un viaje exótico y con una meditación de la naturaleza de los Andes: «Conozco la hora de tu país por lo mismo que aquí, la hora de las montañas y de los volcanes, la sed de los mosquitos»2. El ensueño romántico de Lalou sondea los misterios de la existencia de la naturaleza. Se poetiza luego en amor platónico, noble, espiritual, como lo sugiere el símbolo de la púrpura: símbolo de riqueza, de alta dignidad social, de fe, castidad, nobleza, grandeza, gravedad. La poetización de la realidad en prosa poética se materializa a través de la alusión a la novela de Chateaubriand titulada Atala o los amores de dos salvajes en el desierto. El apóstrofe de Lalou, «impúdico niño salvaje», nos recuerda el personaje de Chactas de la novela de Chateaubriand. El amor imposible surge a través de la construcción hiperbólica «por el bien del amor» que constituye un tópico poético y el efecto de teatralización: «tú mimas lo imposible». La alusión a la muerte del personaje del jefe indio Chactas se concreta a través de una escena que poetiza la muerte en un acontecimiento grandioso, sublime: «Pero el gran jefe, indio de la alta tribu.

Baja, majestuoso, la escalera de la muerte»3. El vaivén entre el ensueño romántico y el amor imposible se concreta a través de diferentes procedimientos estilísticos: el juego de espejos del Yo hacia el Tú; la locución ‘Dime’; el uso de la primera persona del plural: «Ya no podemos más»; y, la poetización de la sangre: la sangre se convierte en el símbolo de la pasión amorosa: «La redecilla color rojo de tu sangre». Desde el principio de la carta de Gangotena del 15 de abril de 1936, lo irracional, el sueño, confieren una atmósfera inquietante como lo sugiere la expresión «Dormía del sueño más preocupante». El tono de esta carta es diferente del de Marie Lalou. Al lenguaje pomposo de las cartas de Lalou se opone un registro más lírico: el de la solicitud, del encuentro del amor: «Y este día de nuestro encuentro, me lo permitirás.Vivo con esta asombrosa esperanza. La noche íntima a compartir. Contéstame, mi amor».4 «Tengo pendiente más viejo. Hasta mañana, para siempre, tu Alfredo»5. Aquí reconocemos el tópico del amor infinito que resiste al desgaste del tiempo. En la última carta de Marie Lalou del 30


El amor imposible no es lacrimoso. No se confunde ni con lágrimas, ni con el pathos. La imaginación creadora, «reina de las facultades», la omnipresencia de la sangre, de la violencia, de la locura, de la ensoñación, del spleen nos recuerda al poeta Baudelaire. Las cartas de amor entre Marie Lalou y Alfredo Gangotena no respetan las convenciones. de abril 1936, la tonalidad trágica está omnipresente. El amor imposible es inseparable de la muerte. Varias causas explican el amor imposible entre los dos amantes: la inconmensurable distancia, la ausencia; la enfermedad de Lalou, inseparable de la muerte, y el matrimonio de Lalou. La enfermedad de Lalou y la temática de la muerte se caracterizan a través un juego dialéctico entre la realidad y la ficción:

«Di, como en el tiempo de la leyenda, me escribirás un poco más». Marie Lalou se identifica con la heroína de la tragedia griega Jocaste. La muerte de Lalou se poetiza en una muerte trágica, la de la princesa Jocaste. De hecho, el género epistolar se confunde con el de la tragedia: «Estoy esperando el fin; —Jocaste, desdicha y tristeza»6. Numerosas expresiones subrayan esta muerte trágica: «Ya no tengo fuerza para sacudir las cadenas. Sabes, Estoy muy enferma. No hay nada que hacer»7. La muerte de Marie Lalou es inseparable del fátum (lo que es ineluctable, lo que no podemos evitar). Hay más: el amor imposible es más dramático ya que implica una oposición entre el fátum, la muerte de Lalou, y la voluntad, la libertad, la vida relacionada con Alfredo Gangotena. «Ve, corre, indefinidamente, frente a ti, para encontrar la otra que se parece a mí»8. El registro trágico de la muerte se materializa a través varias expresiones: «Tengo que acabar con mi vida y con la insidiosa tragedia que me causó estragos. Yo te creía perdido»9. El amor imposible no es lacrimoso. No se confunde ni con lágrimas, ni con el pathos. La imaginación creadora, «reina de las facultades», la omnipresencia de la sangre, de la violencia, de la locura, de la ensoñación, del spleen nos recuerda al poeta Baudelaire. Las cartas de amor entre Marie Lalou y Alfredo Gangotena no respetan las convenciones. En efecto, unen los contrarios: el ágape / el eros, el bien / el mal, la vida / la muerte, la prosa/ la poesía, la luz / la sombra, la felicidad / la desdicha, lo material / lo espiritual, la inmanencia / la trascendencia.

1 Bajo la higuera de Port-Cros, Edición Jean Michel Place, París, Carta de Marie Lalou del 19 de noviembre de 1933. p. 144, 2014. 2 Op. cit; Carta de Marie Lalou del 27 de diciembre de 1934, p. 151. 3 Op. cit . p. 151. 4 Op.cit. Carta de Gangotena del 15 de abril de 1936, p. 155. 5 Carta de Marie Lalou del 30 de abril de 1936. 6 Op.cit. p. 156. 7 Op.cit. p. 156. 8 Op.cit. p. 156. 9 Op.cit. p. 156.

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En la

estepa Samanta Schweblin

N

o es fácil la vida en la estepa, cualquier sitio se encuentra a horas de distancia, y no hay otra cosa más para ver que esta gran mata de arbustos secos. Nuestra casa está a varios kilómetros del pueblo, pero está bien: es cómoda y tiene todo lo que necesitamos. Pol va al pueblo tres veces por semana, envía a las revistas de agro sus notas sobre insectos e insecticidas y hace las compras siguiendo las listas que preparo. En esas horas en las que él no está, llevo adelante una serie de actividades que prefiero hacer sola. Creo que a Pol no le gustaría saber sobre eso, pero cuando uno está desesperado, cuando se ha llegado al límite, como nosotros, entonces las soluciones más simples, como las velas, los inciensos y cualquier consejo de revista, parecen opciones razonables. Hay muchas recetas para la fertilidad, y como no todas parecen confiables, apuesto a las más verosímiles y sigo rigurosamente sus métodos. Anoto en el cuaderno cualquier detalle pertinente, pequeños cambios en Pol o en mí.

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Oscurece tarde en la estepa, lo que no nos deja demasiado tiempo. Hay que tener todo preparado: las linternas, las redes. Pol limpia las cosas mientras espera a que se haga la hora. Eso de sacarles el polvo para ensuciarlas un segundo después le da cierta ritualidad al asunto, como si antes de empezar uno ya estuviera pensando en la forma de hacerlo cada vez mejor, revisando atentamente los últimos días para encontrar cualquier detalle que pueda corregirse, que nos lleve a ellos, o al menos a uno: el nuestro. Cuando estamos listos, Pol me pasa la campera y la bufanda, yo lo ayudo a ponerse los guantes y cada uno se cuelga su mochila al hombro. Salimos por la puerta trasera y caminamos campo adentro. La noche es fría, pero el viento se calma. Pol va adelante, ilumina el suelo con la linterna. Más adentro el campo se hunde un poco en largas lomas; avanzamos hacia ellas. En esa zona los arbustos son pequeños, apenas alcanzan a ocultar nuestros cuerpos y Pol cree que esa es una de las


narrativa razones por las que el plan fracasa cada noche. Pero insistimos porque ya van varias veces que nos pareció ver algunos, al amanecer, cuando ya estamos cansados. Para esas horas yo casi siempre me escondo detrás de algún arbusto, aferrada a mi red, y cabeceo y sueño con cosas que me parecen fértiles. Pol en cambio se convierte en una especie de animal de caza. Lo veo alejarse, agazapado entre las plantas. Puede permanecer de cuclillas, inmóvil, durante mucho tiempo. Siempre me pregunté cómo serán realmente. Algunas veces conversamos sobre esto. Creo que son iguales a los de la ciudad, sólo que quizá más rústicos, más salvajes. Para Pol, en cambio, son definitivamente diferentes, y aunque está tan entusiasmado como yo, y no pasa una noche en la que ni el frío ni el cansancio lo persuadan de dejar la búsqueda para el día siguiente, cuando estamos entre los arbustos, él se mueve con cierto recelo, como si de un momento a otro algún animal salvaje pudiera atacarlo. Ahora estoy sola, mirando la ruta desde la cocina. Esta mañana, como siempre, nos levantamos tarde y almorzamos. Después Pol fue al pueblo con la lista de las compras y los artículos para la revista. Pero es tarde, hace tiempo que debió haber vuelto, y todavía no aparece. Entonces veo la camioneta. Ya llegando a la casa me hace señas por la ventanilla para que salga. Lo ayudo con las cosas, él me saluda y dice: —No lo vas a creer. —¿Qué?

Pol sonríe. Cargamos las bolsas hasta la entrada y nos sentamos en los sillones. —Bueno —dice Pol; se frota las manos—, conocí a una pareja, son geniales. —¿Dónde? Pregunto sólo para que siga hablando y entonces dice algo maravilloso, algo que nunca se me hubiera ocurrido y sin embargo entiendo que lo cambiará todo. —Vinieron por lo mismo —dice. Le brillan los ojos y sabe que estoy desesperada por que continúe—, y tienen uno, desde hará un mes. —¿Tienen uno? ¡Tienen uno!, no lo puedo creer… Pol no deja de asentir y frotarse las manos. —Estamos invitados a cenar. Hoy mismo. Me alegra verlo feliz y yo también estoy tan feliz que es como si nosotros también lo hubiéramos logrado. Nos abrazamos y nos besamos, y enseguida empezamos a prepararnos. Cocino un postre y Pol elige un vino y sus mejores puros. Mientras nos bañamos y nos vestimos me cuenta todo lo que sabe. Arnol y Nabel viven a unos veinte kilómetros de acá, en una casa muy parecida a la nuestra. Pol la vio porque regresaron juntos, en caravana, hasta que Arnol tocó la bocina para avisar que doblaban y entonces vio que Nabel le señalaba la casa. Son geniales, dice Pol a cada rato y yo siento cierta envidia de que ya sepa tanto sobre ellos. —¿Y cómo es? ¿Lo viste? —Lo dejan en la casa.

—¿Cómo que lo dejan en la casa? ¿Solo? Pol levanta los hombros. Me extraña que el asunto no le llame la atención, pero le pido más detalles mientras sigo adelante con los preparativos. Cerramos la casa como si no fuéramos a volver durante un tiempo. Nos abrigamos y salimos. Durante el viaje llevo el pastel de manzana sobre la falda, cuidando que no se incline, y pienso en las cosas que voy a decir, en todo lo que quiero preguntarle a Nabel. Puede que cuando Pol invite a Arnol con un puro nos dejen solas. Entonces quizá pueda hablar con ella sobre cosas más privadas, quizá Nabel también haya usado velas y soñado con cosas fértiles a cada rato y ahora que lo consiguieron puedan decirnos exactamente qué hacer. Al llegar tocamos la bocina y enseguida salen a recibirnos. Arnol es un tipo grandote y lleva jeans y una camisa roja a cuadros; saluda a Pol con un fuerte abrazo, como un viejo amigo al que no ve hace tiempo. Nabel se asoma tras Arnol y me sonríe. Creo que vamos a llevarnos bien. También es grandota, a la medida de Arnol aunque delgada, y viste casi como él; me incomoda haber venido tan bien vestida. Por dentro la casa parece una vieja hostería de montaña. Paredes y techo de madera, una gran chimenea en el living y pieles sobre el piso y los sillones. Está bien iluminada y calefaccionada. Realmente no es el modo en que decoraría mi casa, pero pienso en que está bien y le devuelvo a Nabel su sonrisa. Hay un exquisito olor a salsa

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y carne asada. Parece que Arnol es el cocinero, se mueve por la cocina acomodando algunas fuentes sucias y le dice a Nabel que nos invite al living. Nos sentamos en el sillón. Ella sirve vino, trae una bandeja con una picada y enseguida Arnol se suma. Quiero preguntar cosas, ya mismo: cómo lo agarraron, cómo es, cómo se llama, si come bien, si ya lo vio un médico, si es tan bonito como los de la ciudad. Pero la conversación se alarga en puntos tontos. Arnol consulta a Pol sobre los insecticidas, Pol se interesa en los negocios de Arnol, después hablan de las camionetas, los sitios donde hacen las compras, descubren que discutieron con el mismo hombre, uno que atiende en la estación de servicio, y coinciden en que es un pésimo tipo. Entonces Arnol se disculpa porque debe revisar la comida, Pol se ofrece a ayudarlo y se alejan. Me acomodo en el sillón frente a Nabel. Sé que debo decir algo amable antes de preguntar lo que quiero. La felicito por la casa, y enseguida pregunto: —¿Es lindo? Ella se sonroja y sonríe. Me mira como avergonzada y yo siento un nudo en el estómago y me muero de la felicidad y pienso «lo tienen», «lo tienen y es hermoso». —Quiero verlo —digo. «Quiero verlo ya», pienso, y me incorporo. Miro hacia el pasillo esperando a que Nabel diga «por acá», al fin voy a poder verlo, alzarlo. Entonces Arnol regresa con la comida y nos invita a la mesa. —¿Es que duerme todo el día? —pregunto y me río, como si fuera un chiste. —Ana está ansiosa por conocerlo —dice Pol, y me acaricia el pelo. Arnol se ríe, pero en vez de contestar ubica la fuente en la mesa y pregunta a quién le gusta la carne roja y a quién más cocida, y enseguida estamos comiendo otra vez. En la cena Nabel es más comuni-

cativa. Mientras ellos conversan nosotras descubrimos que tenemos vidas similares. Nabel me pide consejos sobre las plantas y entonces yo me animo y hablo sobre las recetas para la fertilidad. Lo traigo a cuenta como algo gracioso, una ocurrencia, pero Nabel enseguida se interesa y descubro que ella también las practicó. —¿Y las salidas? ¿Las cacerías nocturnas? —digo riéndome— ¿Los guantes, las mochilas? —Nabel se queda un segundo en silencio, sorprendida, y después se echa a reír conmigo. —¡Y las linternas! —dice ella y se agarra la panza—, ¡con esas pilas que no duran nada! Y yo, casi llorando: —¡Y las redes! ¡La red de Pol! —¡Y la de Arnol! —dice ella— ¡No puedo explicarte! Entonces ellos dejan de hablar: Arnol mira a Nabel, parece sorprendido. Ella no se ha dado cuenta todavía: se dobla en un ataque de risa, golpea la mesa dos veces con la palma de la mano; parece que trata de decir algo más, pero apenas pue-

de respirar. La miro divertida, lo miro a Pol, quiero comprobar que también la está pasando bien, y entonces Nabel toma aire y llorando de risa dice: —Y la escopeta —vuelve a golpear la mesa—, ¡por Dios, Arnol! ¡Si sólo dejaras de disparar! Lo hubiéramos encontrado mucho más rápido… Arnol mira a Nabel como si quisiera matarla y al fin larga una risa exagerada. Vuelvo a mirar a Pol, que ya no se ríe. Arnol levanta los hombros resignado, buscando en Pol una mirada de complicidad. Después hace el gesto de apuntar con una escopeta y dispara. Nabel lo imita. Lo hacen una vez más apuntándose uno al otro, ya un poco más calmados, hasta que dejan de reír. —Ay… Por favor… —dice Arnol y acerca la fuente para ofrecer más carne—, por fin gente con quien compartir toda esta cosa… ¿Alguien quiere más? —Bueno, ¿y dónde está? Queremos verlo —dice al fin Pol. —Ya van a verlo —dice Arnol.


—Duerme muchísimo —dice Nabel. —Todo el día. —¡Entonces lo vemos dormido! —dice Pol. —Ah, no, no —dice Arnol—, primero el postre que cocinó Ana, después un buen café, y acá mi Nabel preparó algunos juegos de mesa. ¿Te gustan los juegos de estrategia, Pol? —Pero nos encantaría verlo dormido. —No —dice Arnol—. Digo, no tiene ningún sentido verlo así. Para eso pueden verlo cualquier otro día. Pol me mira un segundo, después dice: —Bueno, el postre entonces. Ayudo a Nabel a levantar las cosas. Saco el pastel que Arnol había acomodado en la heladera, lo llevo a la mesa y lo preparo para servir. Mientras, en la cocina, Nabel se ocupa del café. —¿El baño? —dice Pol. —Ah, el baño… —dice Arnol y mira hacia la cocina, quizá buscando a Nabel—, es que no funciona bien y… Pol hace un gesto para restarle importancia al asunto. —¿Dónde está? Quizá sin quererlo, Arnol mira hacia el pasillo. Entonces Pol se levanta y empieza a caminar, Arnol también se levanta. —Te acompaño. —Está bien, no hace falta —dice Pol ya entrando al pasillo. Arnol lo sigue algunos pasos. —A tu derecha —dice—, el baño es el de la derecha. Sigo a Pol con la mirada hasta que finalmente entra al baño. Arnol se queda unos segundos de espaldas a mí, mira hacia el pasillo. —Arnol —digo, es la primera vez que lo llamo por su nombre—, ¿te sirvo? —Claro —dice él, me mira un momento y se da vuelta otra vez hacia el pasillo. —Servido —digo, y empujo el

primer plato hasta su sitio—, no te preocupes, va a tardar. Sonrío para él, pero no responde. Regresa a la mesa. Se sienta en su lugar, de espaldas al pasillo. Parece incómodo, pero al fin corta con el tenedor una porción enorme de su postre y se la lleva a la boca. Lo miro sorprendida y sigo sirviendo. Desde la cocina Nabel pregunta cómo nos gusta el café. Estoy por contestar, pero veo a Pol salir silenciosamente del baño y cruzarse a la otra habitación. Arnol me mira esperando una respuesta. Digo que nos encanta el café, que nos gusta de cualquier forma. La luz del cuarto se enciende y escucho un ruido sordo, como algo pesado sobre una alfombra. Arnol va a volverse hacia el pasillo así que lo llamo: —Arnol —me mira, pero empieza a incorporarse. Escucho otro ruido, enseguida Pol grita y algo cae al piso, una silla quizá; un mueble pesado que se mueve y después cosas que se rompen. Arnol corre hacia el pasillo y toma el rifle que está colgado en la pared. Me levanto para correr tras él, Pol sale del cuarto de espaldas, sin dejar de mirar hacia adentro. Arnol va directo hacia él pero Pol reacciona, lo golpea para quitarle el rifle, lo empuja hacia un lado y corre hacia mí. No alcanzo a entender qué pasa, pero dejo que me tome del brazo y salimos. Escucho la puerta ir cerrándose lentamente detrás de nosotros y después el golpe que vuelve a abrirla. Nabel grita. Pol sube a la camioneta y la enciende, yo subo por mi lado. Salimos marcha atrás y por unos segundos las luces iluminan a Arnol que corre hacia nosotros. Ya en la ruta andamos un rato en silencio, tratando de calmarnos. Pol tiene la camisa rota, casi perdió por completo la manga derecha y en el brazo le sangran algunos rasguños profundos. Pronto nos acercamos a nuestra casa a toda velocidad y a

toda velocidad nos alejamos. Toco su hombro pensando en detenerlo, pero él respira agitado; las manos tensas aferradas al volante. Mira hacia los lados el campo negro, y hacia atrás por el espejo retrovisor. Deberíamos bajar la velocidad. Podríamos matarnos si un animal llegara a cruzarse. Entonces pienso que también podría cruzarse uno de ellos: el nuestro. Pero Pol acelera aún más, como si desde el terror de sus ojos perdidos contara con esa posibilidad.

Samanta Schweblin Buenos Aires, 1978

Es egresada de la carrera de Imagen y Sonido de la Universidad de Buenos Aires. En 2001 obtuvo el primer premio del Fondo Nacional de las Artes y el primer premio del Concurso Nacional Haroldo Conti con su primer libro El núcleo del disturbio (Planeta, 2002). En el 2008 obtuvo el premio Casa de las Américas, por su libro de cuentos Pájaros en la boca; la beca fonca de residencias para artistas del gobierno mexicano, y la residencia Civitalla Ranieri, en Umbria, Italia. Muchos de sus cuentos han sido traducidos al alemán, al inglés, al holandés, al húngaro, al italiano, al francés, al portugués, al sueco y al servio. Este año, fue incluida en la revista Granta como una de las mejores jóvenes narradoras en español. 27


Patricio Herrera Crespo

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i tomamos como punto de partida su ingreso a la Escuela de Bellas Artes cuando tenía 17 años, hasta su última exposición a la edad de 89, a la que tituló ‘El mundo que soñé, el mundo que vivo’, podemos afirmar que Piedad Paredes pintó toda su vida. Apuntes y dibujos en cuadernos y libros dan testimonio de su inclinación al dibujo y la pintura desde sus años escolares. A Piedad Paredes Álvarez la conocí en fotos; me impresionó su gran belleza en una de ellas cuando saludaba con José María Velasco Ibarra. Tendría, no sé, tal vez 30 años de edad, en la inauguración de una exposición suya en la Casa de

Cúbica, niña con muñecas


paleta

Velasco Ibarra y Piedad Paredes

Alumnas de la Escuela de Bellas Artes

la Cultura Ecuatoriana. Esta Casa a la que estuvo siempre tan vinculada, a la que amaba y a la que siempre regresaba, aun en sus últimos años, cuando caminaba con una señora de compañía por El Ejido y pasaba a visitarla, a recoger los recuerdos en las salas y pasillos, y veía sus cuadros: a los Hombres empujando una barca. En ese recorrido, sus ojos repasaban una película de más de medio siglo. Esta es su casa, donde siempre habitó, y en ella ha venido a quedarse. Sus descendientes han entregado en ‘donación’ 68 cuadros de su autoría que hoy se exponen al público y que para muchos será el descubrimiento de la mayor pintora del siglo XX en el Ecuador, de quien la Casa de la Cultura editará un libro. Piedad Paredes Álvarez nació en Quito en 1911 y murió en esta misma ciudad en el 2003. Sus estudios los realizó en los colegios La Providencia y 24 de Mayo. Ingresó luego a la Escuela de Bellas Artes, donde cursó desde 1928 hasta 1934. Compañera de artistas, entre ellos, Kingman, Guayasamín, Diógenes Paredes, Leonardo Tejada y el pequeño grupo de mujeres en el que sobresalieron Germania de Breihl, América Salazar y Carmela Estévez, Piedad fue la que se dedicó fundamentalmente a la pintura pese a que también realizó estudios de música y literatura. En ese ambiente «había que ser fuerte para salir adelante y Piedad, pese a su timidez, lo fue». Su fortaleza interior y voluntad las demostró cuando ganó la medalla de oro y participó en la exposición de egresados con esculturas de gran formato y lienzos de temas indígenas. Según opinión del crítico Ignacio Lasso, «Piedad Paredes, a más de revelar un equilibrio confluyente y armonioso de facultades, posee una sensibilidad exquisita tan aguda para la percepción y tan deli-

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Retrato dama 2

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cada para realizar lo sentido, con una plena conciencia estética». Se preguntaba: «¿Cómo es posible que la delicada quintaesencia de Piedad Paredes trabaje en materia tan dura y viril…?». En los años cuarenta lleva sus cuadros para exponer en Panamá y Costa Rica y luego en Cuba y Mé-

xico, donde afirman que hay «verdadera maestría en la combinación de colores; hay, además de técnica acabada, felicísima concepción y con todo ello, don expresivo y evocador». Allí inicia su itinerario de viaje que comprendería innumerables exposiciones individuales y colectivas tanto en Ecuador como en

países de América y Europa, donde se conserva parte de su trabajo artístico. Piedad se entregó completamente al arte. Su pasión era la pintura y a ella dedicó su vida sin identificarse con ninguna escuela artística: «A mí me gusta apartarme de las escuelas, sacar de mí misma, no seguir huellas


gastadas», afirmó alguna vez; también declaró que prefiere la soledad porque el arte es acaparador. Carlos de la Torre Reyes dijo: «Día a día, a lo largo de medio siglo, ha mantenido un solo objetivo enraizado a su intimidad y a su esperanza: expresar con su propio lenguaje plástico las imágenes de una realidad depurada en su inefable mundo interior y trasladada al lienzo con maestría y unción». Sin embargo, siendo el arte de Piedad figurativo, también pasó por un corto período de experimentación en el arte abstracto luego de su segundo viaje a Estados Unidos. Ella afirmaba posteriormente «que de la experiencia del abstraccionismo había tomado lo positivo para reemprender el camino de la forma». Se reafirma al hablar sobre su estilo que es «netamente realista, empleo técnica modernista — dice—. Considero que mis cuadros tienen un gran contenido social ya que encuentro lo artístico, lo tierno en la figura humana, especialmente del pueblo. Pintar me da vida y lo seguiré haciendo hasta el momento que las fuerzas me permitan», decía y lo cumplió. En 1998, cuatro años antes de su fallecimiento, realizó su última exposición, ‘El mundo que soñé, el mundo que vivo’, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, con obras de los últimos veinte años. Entonces se vio que su arte se ensombrecía, iba desapareciendo el color que según Hernán Rodríguez Castelo despertaba el interés en su obra, color tratado «con desenfado y dominio». Sobre un boceto de lienzo que quedó en su taller, explicaba que se trataba de una mujer que sentía una gran soledad en medio de la muchedumbre. Piedad Paredes murió en agosto del 2003, pero su obra perdurará más allá de sus ojos cerrados.

Considero que mis cuadros tienen un gran contenido social ya que encuentro lo artístico, lo tierno en la figura humana, especialmente del pueblo. Pintar me da vida y lo seguiré haciendo hasta el momento que las fuerzas me permitan.

Madres urbano marginales

Fuente: Arte y vida en la obra de

Piedad Paredes Álvarez, de Ivonne Zúñiga.

Pareja con caretas

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Patricio Viteri Paredes


centenario

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a Gran Depresión de la década del treinta hizo trizas el esplendor y derroche de los ‘locos años veinte’ y, a la vez, devastó la compañía de ropa femenina que poseía, en Nueva York, el padre de Arthur Miller (quien había nacido el 17 de octubre de 1915 en esa ciudad). La pésima situación financiera obligó a la familia a mudarse desde un lujoso piso en Manhattan a una casa de madera en Brooklyn, y esto tuvo un efecto traumático en el adolescente que miraba a su padre como un ejemplo: «Con frecuencia me da la impresión de que esta herida, posiblemente, se expresa a través de una búsqueda del orden, y la literatura representa eso... El mismo impulso de escribir brota de un caos interior que clama por la presencia de un orden y un significado... Siempre he pensado que mi acercamiento a la escritura surgió directamente de la crisis económica de los años treinta», decía Arthur en una entrevista. Y es ese trasfondo de sufrimiento y desesperación, de pobreza y desempleo, el que se manifiesta en varias de sus obras. Muerte, traición e injusticia forman la tríada fundamental de su teatro. Luego de graduarse en el colegio, Miller encontró varios trabajos esporádicos para pagarse sus estudios de periodismo en la Universidad de Michigan: repartidor de pan, dependiente en una bodega de repuestos automotrices, conductor de camiones, empleado en los astilleros, guionista de radio. Volvió a Nueva York en 1938 y en este período escribió su única novela, Focus. En 1944 estrenó su primera obra en Broadway, Un hombre de suerte, que fue un fracaso y sólo tuvo cuatro funciones. Su primer éxito real ocurrió en 1947 con Todos eran mis hijos, obra dirigida por Elia Kazan, que recibió dos Premios Tony.

En febrero de 1949, en el teatro Morosco de Nueva York, se estrenó, dirigida de nuevo por Kazan, Muerte de un viajante, la obra dramática que consagraría a Miller como uno de los mejores autores teatrales del siglo XX, junto a Eugene O’Neill y Tennessee Williams. El drama obtuvo seis Premios Tony y el Premio Pulitzer de ese año, y se mantuvo en escena durante 742 representaciones. Willy Loman es el ‘héroe’ cuya tragedia transcurre en los dos actos de esta pieza. Se encuentra viejo, enfermo, ha perdido su empleo y sus hijos son un fracaso. El mundo de Willy se desmorona y la muerte parece el único escape, pues ni siquiera el autoengaño es capaz de disimular las frustraciones de toda una vida. Su mujer, Linda, es quizá la única que lo entiende: «Yo no digo que él sea un gran hombre. Willy Loman nunca hizo mucho dinero. Su nombre jamás apareció en un periódico. Él no es la persona más perfecta del mundo. Pero es un ser humano, y algo muy terrible le está pasando. Se lo debe cuidar. No se debe permitir que baje a la tumba como un perro. A una persona así se la debe cuidar, finalmente se la debe cuidar». Si el éxito y la riqueza son las únicas medidas del sueño americano, entonces la familia Loman es la negación del mismo y su aplastante realidad es el fracaso concreto. Existe una nostalgia por un mundo perdido, donde el respeto y la amistad primaban sobre el materialismo y el consumismo, pero ya no existe más, sólo la deshumanización es palpable, los falsos valores prevalecen y existe una incapacidad crónica para enfrentar la verdad. En 1953, Miller estrenó su siguiente éxito teatral, The Crucible (Las brujas de Salem, que recibió dos Premios Tony ese año), una alegoría de la histeria anticomunista que, dirigida por el senador Joseph

«Yo no digo que él sea un gran hombre. Willy Loman nunca hizo mucho dinero. Su nombre jamás apareció en un periódico. Él no es la persona más perfecta del mundo. Pero es un ser humano, y algo muy terrible le está pasando. Se lo debe cuidar. No se debe permitir que baje a la tumba como un perro. A una persona así se la debe cuidar, finalmente se la debe cuidar».

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McCarthy, envolvió a Estados Unidos en la década del cincuenta. En este drama —y como presagiando el pensamiento del infame George W. Bush—, el vicegobernador Danforth expresa: «Usted debe entender, señor, que una persona o está con esta corte o está en contra de ella, no hay término medio... ya no vivimos en una noche oscura donde el diablo se mezclaba con los buenos y confundía al mundo... Escúchenme ahora, y no se engañen más. Yo no recibiré ningún alegato de perdón o aplazamiento. Los que no confiesen serán ahorcados. Doce han sido ya ejecutados; se ha entregado el nombre de estos siete, y el pueblo espera verlos morir esta mañana. Un aplazamiento ahora sería un esfuerzo inútil de mi parte; suspender la ejecución o perdonar arrojaría dudas sobre la culpabilidad de aquellos que han muerto hasta ahora. Ahorcaría a diez mil que se atreviesen a sublevarse contra la ley, y un océano de lágrimas no ablandará la resolución de las leyes». The Crucible es una diatriba desolada contra la estúpida ceguera y las delaciones cobardes del macartismo. Como el mismo Miller decía: «Los dos elementos más comunes en el mundo son el hidrógeno y la estupidez». El Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso de EE.UU. citó a Miller para que declarase, en 1957, los nombres de sus amigos comunistas. Él se negó a hacerlo y rechazó participar en cualquier interrogatorio posterior. La Cámara de Diputados lo declaró en desacato, le sentenciaron a treinta días de prisión y 500 dólares de multa; esta condena fue revocada por una corte de apelaciones. Arthur se ganó el respeto de la gente al enfrentarse al Congreso y demostrar su valor moral sin importarle el costo personal o profesional. A View from the Bridge (Panorama desde el puente), su último éxito

teatral, se estrenó en 1955. Miller conoció la historia a través de un trabajador de los muelles en Brooklyn, y tardó años en dar forma a la pieza: Eddie, un estibador que vive con su esposa y una sobrina de la cual está enamorado, traiciona y denuncia a dos paisanos italianos ilegales que alojó en su casa, uno de los cuales pretende casarse con Catherine, la misma sobrina. La catástrofe venidera (‘algo perversamente puro’) se va forjando ineluctablemente paso a paso, sin salvación posible, y Miller no permite que nada se interponga en el progreso inexorable de la desgracia. El 29 de junio de 1956, Arthur Miller se casó con Marilyn Monroe, quien ya era una actriz célebre, símbolo sexual e ícono pop. Cinco años duró el matrimonio con ella: poco después de la filmación de The Misfits (Vidas rebeldes), cuyo guión original fue escrito por Miller expresamente para su esposa, Marilyn le pidió el divorcio. «Toda mi energía y atención las dediqué para ayudarla a resolver sus problemas. Desgraciadamente, no tuve mucho éxito», expresó Arthur. Es sorprendente descubrir la indiferencia que sufrió en su propio país en los últimos treinta años de su vida. Era famoso por sus primeras obras, pero los nuevos dramas parecían volverse invisibles. La atención crítica había cambiado y se concentraba en la vanguardia norteamericana y europea, y los críticos profesionales lo asociaban con batallas políticas de otra época. Ya no tuvo el éxito que las tres primeras obras anteriores, pese a ser el más grande dramaturgo norteamericano vivo. Irónicamente, sus obras originales eran muy populares en Inglaterra y Europa, donde las comunidades intelectuales y teatrales lo trataban como a una de las principales figuras de la literatura mundial. El famoso director británico de teatro


Marilyn Monroe y Arthur Miller.

Peter Brook puso en escena en París Panorama desde el puente, en una producción imponente. En 1983, el mismo Miller dirigió Muerte de un viajante, en el Teatro de Arte Popular de Beijing; esta obra se ha representado repetidamente en Broadway y en todo el mundo, y en ella han actuado George C. Scott, Lee J. Cobb y Dustin Hoffman, como los actores que mejor personificaron a Willy Loman. Elegido en 1967 como presidente del PEN Internacional, luchó por la liberación de los escritores en todo el mundo, como

Fernando Arrabal, Václav Havel y Wole Soyinka. Recibió el Premio Príncipe de Asturias en 2002. Falleció en Connecticut, en 2005. El premio Nobel de Literatura 2005, el inglés Harold Pinter, dijo sobre Miller: «En Estados Unidos no lo querían mucho porque era demasiado franco y demasiado crítico de la forma de vida en ese país. Era incansable e implacable cuando utilizaba su inteligencia crítica. Hizo esto como hombre y como dramaturgo, esa es la razón por la cual es un personaje tan extraordinario».

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Indio Felipe Lomelí

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uede olerlo. Sabe que está ahí porque puede olerlo y su aroma llena la noche, la ahoga. El Güero no podría decir a qué huele su padre pero sabe que es el olor de su padre. El único. Y siente como si le dieran con un tubo en la base de la nuca y le fueran apretando los brazos con alambre, cada vez más fuerte, haciéndole saltar las venas, hundiéndose en la piel quemada por el sol luego de dos semanas de jale en la obra para recibir el primer sueldo de su vida. A los trece años. Y se lo ganó. Aguantó la primera semana en blanco y también la segunda, porque el sábado pasado el maestro José Isabel le salió con la misma cantaleta: que estaba a prueba. Nomás para ver si el Güero se hartaba y se pintaba de

colores. Pero no. Por eso este lunes le dio la sorpresa y el Güero corrió a la azotea del edificio en construcción, con el mazo y el cincel en las manos ampolladas, para ver la ciudad que sería suya. Y tomó el autobús de vuelta a casa contento, pensando en lo que haría con el dinero como si se le hubieran borrado de repente todas las pecas de la infancia: comprarse un celular, cortarse el cabello como los grandes, o ir haciéndose del material para construir otro cuarto, ahí. Ahí donde no debería estar su padre. Donde nunca está. El muy cabrón ha de haber estacionado su ecotaxi en la colonia de al lado para evitar que la raci-

lla le hiciera maldades, en el barrio fresa de Altavista. Por eso no lo vi, piensa. Y respira. Cierra los puños sin darse cuenta. La televisión centellea en la barda de la sala como el reflejo de una lumbre. Pero no se oye. El Güero oye nada. Tal vez su hermana esté viéndola en silencio. Sin querer hacer ruido o queriendo escuchar los ruidos de su padre en la recámara. El Güero duda. No se anima a avanzar ni a asomarse entre la cortina de flores para ver si es su hermana la que está mirando la tele. Cierra más los puños. Encaja las uñas sobre las ampollas reventadas y golpea el rollito de billetes sobre la tela del pantalón. Debería entrar. Está parado a la mitad de la calle y ese no es lugar seguro: los Calcos ya están pisteando cerro arriba. Debería entrar y decirle a su padre que se regrese por donde vino. Debería entrar y decirle que esa casa ya tiene un hombre. El Güero golpea el dinero del salario. Debería entrar y decirle que ahí no es bienvenido. El Güero hace cuentas. Debería entrar y decirle a su madre usté cállese, con usted no estoy hablando, porque su madre se metería entre ambos. Decirle: Aquí ya hay un hombre. Y quedarse recio. Recibir el primero y quedarse recio. El Güero hace cuentas. Da un paso hacia la acera. El resplandor de la televisión reclama su incendio en el muro. Arden las flores de la cortina amarilla. Arde el olor de su padre en un desparramadero de dísel, de aceite carburado. El Güero da otro paso y el olor de su padre le taponea la trompa, le quema los ojos. Lo ciega. El olor de su padre arde en los muros de su casa, levanta llamaradas, prende la acera y la calle, rojo se pone el alambre recocido que ahorca sus brazos. El Güero se atraganta, raspa sus uñas sobre la trinchera de estrellas que arde en cada mano. Y se atraganta, chingado. Chingada madre.


novela

Monterrey está lleno de fantasmas. Es un arbusto rastrero con fantasmas luminosos. El Güero también ha pensado que es una telaraña. E imaginó que cientos de ellas iban tejiendo su baba por el desierto, lamiéndolo por encima del polvo, bordeando a los gigantes de las sierras para formar una ciudad que llaman La Sultana del Norte. Otra noche, también acuclillado en el parque donde estaba la antena, en una de las cimas de la Sierra Ventana, imaginó que Monterrey estaba hecho con la misma materia de los soles. Pero hoy es un arbusto de fantasmas. Luminosos. Y abrió la bolsa del Resistol y se clavó en eso, en que los fantasmas iban y venían por el arbusto: luciérnagas con la voz de sus ancestros.

—¿Cayó el ruco? El Fede lo mide desde el borde del parque. Sabe intuirlo. Son camaradas desde bien morrillos, tan-

to que no saben ni cuándo se hicieron camaradas. Por eso no llega de golpe y espera a que el Güero cabresteé para acercarse. A lo lejos, pero cerca, se oyen detonaciones: lejos para no preocuparse pero cerca para saber quiénes tiran. —Simón, ahí está el puto. Fede se acerca y el Güero rola la bolsa. Los que tiran son los Dragons y los Calcos. Así hacen: se ponen a pistear cada quien en su esquina y luego no falta el despilfarrado que levanta el fierro. Y el otro contesta. Y así se ponen a tirar bala tranquilitos, de cuando en cuando y entre cheve y cheve, cagados de risa porque están tan pedos que no se atinan ni en sueños. O nomás en sueños. La puerta del kínder donde se sientan los Calcos tiene toda la lámina agujereada. Sí: los Calcos no se sientan propiamente en una esquina, sino en las escalinatas del kínder donde cierra la calle. Pero esa es su esquina. El Tony se pasó de verga, dice Fede y le dice que el Tony iba acá, echando rostro en la baica por la calle de doña Esperanza cuando wachó al Koyi en la pendeja caminando frente a la tortillería, como en su propio coto, bajo la gorra, como bien tinaco, y dice el Fede que el Tony dijo: presta pa la orquesta, no estás en tu cuadra. Y le pedaleó a la baica y lo emparejó y, ya que lo tenía al tiro, estiró la mano y le birló la gorra. Ahí te ves, puto, dice Fede que dijo y dice que ya lo andan zorreando, que se lo quieren quebrar. —Quién le manda meterse con los grandes, hasta me pidió esto — dice Fede y saca picarón un Taurus tres cincuenta y siete, chiquito. Y el Güero piensa que para eso era el cotorreo, para presumirle el juguete. Así ha sido el Fede desde siempre. —¿No lo quieres calar? —Nel, qué tal si los Dragons se ponen pánter.

Abajo la ciudad sigue siendo un arbusto lleno de fantasmas. Pero al Güero le ronda una frase: meterse con los grandes. Está sentado sobre el Mar de Tetis y los fantasmas brillan en el fondo. Se levanta. Se levanta sobre la banca de concreto que se yergue sobre el lomo de la sierra. Se levanta, en medio de las cornamentas de los vientos. Y pregunta: —¿Vas a ir a tu cantón? —Hoy no puedo —responde Fede. El Güero mira a los fantasmas y mira calle abajo donde está su casa, su padre. El Fede tiene el revólver entre las manos. —Yo sí.

Luis Felipe Lomelí

(Etzatlán, México, 1975 Ingeniero, físico, ecólogo y doctor en filosofía. Ha sido becario de la OEA, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, y de la Fundación para las Letras Mexicanas. En cuento ha publicado Todos los santos de California (2002, Premio Nacional de Literatura ‘San Luis Potosí’) y Ella sigue de viaje (2005); su relato ‘El cielo de Neuquén’ obtuvo el Premio Latinoamericano de Cuento ‘Edmundo Valadés’. Sus cuentos han sido traducidos a más de una docena de idiomas. 37


Guerrera

Beatriz Espinoza Romero

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uan Sarmiento se restregó los ojos incrédulo, una sensación de náusea incontenible le envolvió como a una mujer prohibida. El sabor amargo trepó por su epigastrio de manera eruptiva, volcánica, al fin cruzó por su garganta. La madre —exclamó, sin encontrar el término propicio que daría color, sabor y quizá hasta olor a su desbarajuste interno. Incómodo cruzó sus piernas como Buda y apoyó su espalda en la pared de caña, deseaba apaciguar a su garganta que quería proyectarse en reflujos cada vez más amargos, deseaba consolar a esa parte de sí mismo que estaba perdida. Después de poco tiempo se convirtió en un trapo desarticulado, sus ideas se transformaron en imágenes y los

pensamientos se le fueron cruzando en una pantalla de colores desconocidos. No pudo sentir ningún placer, ni sorprenderse del mundo, del agua verde, ni de la vegetación. Se sentía lejos muy lejos, perdido en la inmensa soledad, la angustia le perseguía, le asfixiaba hasta hacerle sentir que no podía más. La cabaña del hotel era pequeña, con piso de madera y paredes de bambú, del tumbado caían las últimas hojas verdes, casi negras, del color del tabaco, un olor a humedad penetraba el espacio, el aire, el viento y su vida misma. Sentado en el piso, intentó levantarse y salir por la única puerta, cualquier esfuerzo era imposible, su cabeza estaba pesada y su cuerpo aplastado. Juan Sarmiento no logró asombrarse de

la majestuosidad de los árboles de color azul que amenazaban invadir su habitación; perdido en sus imágenes oscilantes, tuvo miedo de desaparecer. Cuando ya no tenía conciencia de sí mismo, imaginó la India con sus monumentales elefantes tristes, soñó en Australia con sus canguros gigantes saltando los abismos del mar y los continentes. Percibió sus sueños: esotéricos, volátiles. Nadie le creería, y lo que era peor, ni él mismo. Perdió la referencia del tiempo: lo largo y lo corto, lo eterno y lo pasajero desaparecieron, empujándole a cruzar la barrera entre la vida y la muerte, le bastó estirar sus pies para saltar el pequeño vacío, era él y no era, estaba y no estaba. Su único consuelo fue esa sensación de sopor inacabable adquirido en este viaje especial, donde él pensó descubriría las explicaciones para muchos de sus vacíos. En los años sesenta leyó que los jóvenes utilizaban el LSD para alcanzar el conocimiento supremo de sí mismos y descubrir al fin, el secreto de sus vidas; desde este tiempo se quedó con esta inquietud, fue la única razón por la que acudió a buscar al guía de la selva, que ni siquiera conocía lo que era el LSD, pese a este revés comprendió lo que buscaba. Consciente de que los años transcurridos no le habían servido para nada, ni siquiera para descubrir quién era, buscó las alternativas extremas. El guía le advirtió: «podía ser muy peligroso», la experiencia no era común y no era para todos. No tenía nada que perder ni nada que ganar, la soledad era lo único que le quedaba, desde hacía meses, días y años estaba solo. Qué extraña forma de ser, y no se trataba de la ausencia o presencia de una mujer, era él mismo en su individualidad única y congénita, porque esa es la soledad. Su madre, compadecida de tanta confusión, se lanzó a su memo-


relato ria en dos espacios disímiles del tiempo: ella estaba viva en el uno, y muerta en el otro. Parada junto a un palacio que parecía el de gobierno, le miraba absorta con sus ojos patéticos. ¿Dónde estaba? Le inquietó la yerba demasiado verde en el patio, ese árbol de aguacates enanos, el olor tenue de la manzanilla, la nostalgia del frío, y las nubes que se reían a carcajadas. Reconoció el rostro de su madre, ¡Dios! Nunca la conoció así, dura y fría, parecía una estatua granítica; su sorpresa fue mayor cuando ella le miró imponente, desafiante. «Guerrera», pensó, mientras la nostalgia de la otra madre, de la que él creyó que tuvo, se ocultó tras la máscara de la risa inmutable; de momento en momento surgía la sombra suave, angélica, buena, que luego se introducía en el arco, en la flecha, en el cañón, para desaparecer desalentada en medio de tanta confusión. Sí, esa era su madre, ¿cómo es que él nunca concienció sus dos formas divididas? ¿Sus dos rostros atravesados? Estaba convencido que lo uno era parte de lo otro, sin mediaciones percibió la ambigüedad de las dos caras, por su cerebro atormentado se cruzaron alacranes y lirios riéndose y jugando a los tres pares, doncellas virginales cubriéndose de esperma, entre estertores antiguos de placeres sin nombre. La incongruente sensación de frío y de sed rodeó su garganta y oprimió su tórax, alzó los brazos, se revolcó en el piso, maldijo sus manos heladas, sus pies adormecidos. Su madre, como cascabel encantado, desapareció en la arena: ni su faz, ni su sombra; se sumió completa como si nunca hubiera vivido. Sintió algo muy parecido a la alegría y también al pavor. Pese a sus ropas empapadas, él tenía sed; y ese frío, ese maldito frío, «todo es tan contradictorio como la vida», fue lo último que pensó antes de mirar a su alrededor y sentir el desconcier-

to más tenaz hasta ese momento experimentado. Sus dientes traqueteaban, su camisa olía a vómito, su pantalón empapado… Con los mismos ojos, se encontró en una realidad distinta, tan distinta que le pareció ajena. —¿Regresaste? —¿De dónde? —La ayahuasca no es para ti. Había sido observado durante todo su trance de ojos abiertos y abismados, fue acompañado durante su caída al fondo del mundo; allí estaba el guía de la selva, un hombre pequeño, de piernas encorvadas, con un color cobrizo que llamaba a la noche más cerrada, sintió desconfianza. —Me engañaste. —Traté de advertirte. —El tratar no resuelve nada. —No hablaste. —¿Hablar? ¡Qué desastre! Casi me muero de tanto vómito, esas imágenes oscilantes, ¡qué asco! Fue un error, pero cuántos errores se cometen en la vida… Lo demás fue lo de la rutina, Juan Sarmiento puso un billete en manos del guía y se alejó con un sabor amargo en la boca. Sus sienes le latían desesperadamente, pretendió librarse de la imagen fija de su madre, de la sensación de su presencia. Su voluntad no le obedeció, los pensamientos obstinados se enredaron en sus pestañas, en sus ojos, y en su vida misma…

Beatriz Espinoza Romero Nació en Riobamba, provincia de Chimborazo. Es Licenciada en Enfermería en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Directora Provincial de Enfermeras en 1974. Tiene una licenciatura en Psicología Clínica en la Pontificia Universidad Católica. Es integrante del Taller de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y miembro de la directiva de la Asociación de Escritores Médicos; así como miembro de la CCE, sección de Literatura.

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Piedras rodantes, 1988 Ed. Cuarto Propio Ed. Surada, 2001

GATOS

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Los gatos chicos a veces mueren apretados en el hocico de una perra y parece que juegan y mueven la colita pero se están muriendo. Hacen globitos con la sangre mientras la lengua arranca y un sol lúdico tironea su sombra. El gatito se inclina proyectando desde los ojos una noche que se desmenuza que cae en pedazos toda roñosa

y el cucho reventándose trata de alcanzar un sol que se inclina que cae en una noche pataleante entonces hace como si se ahogara mientras fermenta la noche en un día lleno de sol que cae duro en los techos en sus ojos vidriosos y el gato es extinguido sacado fuera de lo real. d


poética d

Hey, malú, asume la vida de gato que te toca saltar de techo en techo porque ni siquiera un poco de sol los hará volver porque no nacimos para dar pero tampoco para recibir hay que asumir el costo te estás chalando nada te llena y el hastío te agarra de espaldas por eso le seguimos el juego a los imbéciles y corremos en esta carrera de equinos de mala sangre cuando el poeta canta su bar cecil y Dios le guiña un ojo y por el otro le cae un goterón de tinto de aburrido tinto. Hey, malú, nace una estrella nadie quiere el nobel pero se mueren de sólo pensarlo los poetas se odian toman juntos pero se odian a quién le importa que se maten que se tengan pica hasta la muerte total, de todas maneras no tenemos quién nos abrace porque los gatos se retiran de noche quién sabe dónde. Hay que asumir, pendeja que estás sola que te bailas un rock para quitarte las ganas —tú sabes de qué— porque de tanto perraje patriarcal trompeteado estás hasta la tusa y ellos siguen tirándose a partir prejuiciados amablemente discrepantes hey, malú una raja, qué te importa si ni siquiera encuentras algo que te importe por eso callas y luego ríes porque nadie te llena el hoyo, ni el vino ni los machitos ni mirar sus traseros sin forma no te queda más que caminar borracha y llegar borracha a tu home piedrita mendiga.

Dame tu sucio amor Editorial Cuarto Propio, 1994 Ed. Surada, 2001 Todas estas mujeres salen cubiertas de pieles de la ópera, yo escucho a Jessie Norman semidesnuda, bebiendo un poco, escribiendo estas cosas que no sé qué son, ni para lo que podrían servir, salvo para otros que están como yo aburridos, sin hacer más que leer o arrojarse en una butaca a ver un buen filme, no intento conmover a nadie, la jubilosa masa de gente recorre el centro, y sus ropas cambian de color bajo los innumerables letreros, yo descanso de ellos en este apartamento sin ninguna compañía. Desde la ventana los veo caminar enmudecidos por el tráfico y la música de los clubes nocturnos, un par de muchachos cantan un viejo bolero a la entrada, una fina lluvia comienza a caer. Este es mi futuro, mi tremenda soledad. En sus adaptadas caras los años pasan sin perdón, es mi fastidio lo que los mantiene vivos, si no los viera felices cuando el tiempo se invierte, pensaría que la vida ha sucumbido, por suerte ha pasado la hora, mientras la lluvia cae más gruesa, la calle ha quedado sola, cojo del frasco un par de pastillas y me hecho a dormir. d Santiago en ruinas, abril de 1992 No necesito nada más esta noche. No quiero oír viejas anécdotas de poetas. No sé si veré el futuro, si al menos lo veré pasar por estos ojos. Espero en la única gloria de los castrados. Me abandonaré al silencio, como un criminal abandona las armas y el placer de la sangre.

Malú Urriola

(Santiago, 1967) Autora de los libros de poesía Piedras rodantes (1988), Dame tu sucio amor (1994), Hija de perra (1998), Nada (2003), Bracea (2007) y La luz que me ciega, en coautoría con la fotógrafa Paz Errázuriz (2010). Ha participado en congresos nacionales e internacionales y textos suyos han sido recogidos en diversas antologías, entre ellas: Antología de la poesía latinoamericana del siglo XXI. El turno y la transición (México: Siglo XXI Editores, 1997); Antología de poetas chilenas. Confiscación y silencio (Santiago: Dolmen Ediciones, 1998); Mujeres poetas de Chile: muestra antológica, 19801995 (Santiago: Editorial Cuarto Propio, 1998); Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (Edición del Instituto Cervantes y Editorial Pretextos, España). En 2004 recibe el Premio Mejores Obras Editadas del Consejo Nacional del Libro, con el libro Nada, que también recibe el Premio Municipal de Poesía 2004. En el año 2006 recibe el Premio Pablo Neruda. 41


«Juntos

Luis Fernando Fonseca

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uenta la autora de la novela Orange que en su familia circula, desde hace dos generaciones, el rumor de una maldición. Aunque no se ha cumplido, el secreto a voces no cesa, es una confidencia que se revela con la prisa e impregnación de las verdades veladas en una tarde de zapping tedioso y libros cerrados. En la secundaria tuve un profesor de literatura, barbudo y de dientes amarillentos, cuya paciencia desaparecía cuando alguien pronunciaba la palabra maldición. El veterano de piel blanquísima y ojos grises hipnotizaba a sus alumnas destacadas, frente a los ojos de las incrédulas; tenía una teoría sobre la reencarnación que explicaba con detalle, desplazando cualquier discusión literaria, y sostenía que algunas palabras convocaban malas energías con el ímpetu irreversible de la magia negra. Me burlaba del viejo a quien despeinaba y descomponía una palabra. Reía hasta que un cúmulo de palabras, frases, oraciones, párrafos novelescos llegaron, como viento de generaciones, a agitar mi vida,

a arrancarme suspiros o agitación, a desencajarme la mandíbula. Palabras que, para colmo de estos males, están tras la maldición que evoca y narra Sandra Araya en su anglicismo venenoso: Orange. La novela está tejida con puntillosa pausa, un hilo de suspenso justo que no asfixia pero sume en la bruma. Trata la pérdida de la inocencia desde su negación, acaso la no-pérdida de la inocencia, o, mejor: la conservación de la inocencia que hará posible el cometimiento futuro de perversiones infantilescas, atroces, hermosas. Los personajes —de una fuerza comparable a los atormentados niños del filme La cinta blanca, Michael Haneke— ven su destino y voluntades truncadas, cercenadas, más bien, por la cuchilla infecta de una madre represora, filicida en apariencia. La mujer ejerce sobre sus hijos un tormento rabioso proporcional a una maliciosa ternura que los lleva a ser más que cómplices. Es que la feminidad misteriosa de la niña que agita, sentada sobre una cama, sus pies descalzos y blanquísimos sobre la alfombra amarrilla para que su madre tirana no perciba su hedor a humo es un hecho hermoso. Un ocultamiento que llama a la complicidad tras unos ojos en que se conservan, como las malas palabras, ciertas llamas. Cito:

»Juntos subieron corriendo las escaleras del edificio, porque ella no quiso tomar el ascensor. Juntos entraron corriendo al departamento. Él, quizá un poco retrasado con respecto a ella, jugaba a pillarla mientras ella se internaba en el corredor y brincaba sobre la cama. De un salto, bajó y se prendió del hilo de las persianas, desterrando la luz del cuarto. Los ojos de él aún continuaban bajo el influjo del sol y veían, a tientas, a Catalina, brincando, el cuerpo, más allá de la ropa. »Por las rendijas, mínimas, entraban rayitas de luz. Su piel parecía la de un animal veteado, oscuridad y luz sobre la misma piel. »A ciertos animales se los acaricia con los ojos cerrados, para evitar la intromisión de la luz».

El resultado es fuego sobre el escenario hermético de lo que la escritora ha definido como «ciudad bajo el volcán». Fuego inclemente igual al que se instala en nuestro miedo, cuando tratamos de huir a raudales de las cenizas que, de vez en cuando, exhala la cumbre de esta ciudad, o cuando, sin rumbo fijo, cerramos los ojos frente al sol que acaricia obscenamente la niebla fría cada mañana. Un sol que desaparece dándonos su espalda lluviosa, como una bofetada. Jamás se lo he dicho a Sandra, porque no siento necesidad de comprobar que ella lo sepa, pero cuando uno interpone sus propios párpados al sol, como dedos imposibles que quieren huir de lo inevitable, lo que ve, lo que siente, como al leer su novela, es más fuego, un naranja absoluto, Orange.


anaquel

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l encuentro internacional de poesía más grande del Ecuador, este año contó con la presencia de poetas de Argentina, Chile, Colombia, Cuba, España, Italia, Marruecos, México, República Dominicana, Uruguay y Ecuador. Se trata del Paralelo Cero 2015, que se desarrolló en Quito, Otavalo, Ibarra, Ambato, Riobamba, Uyumbicho, Salcedo y Esmeraldas, entre el 7 y el 13 de junio. Esta edición estuvo dedicada a la poeta y escritora ecuatoriana Ana María Iza y logró reunir a 31 poetas extranjeros y 22 ecuatorianos. El evento fue organizado por el poeta Xavier Oquendo Troncoso y contó con el auspicio y el apoyo económico de la Casa de la Cultura Ecuatoriana que imprimió los libros, el material de difusión, proporcionó el trasporte interno. Casi medio centenar de poemarios fueron presentados al concurso Premio de Poesía Paralelo Cero 2015 y se reconoció a Cristian Gonzalo López Talavera como el ganador por el título Bajo las alas hay un hombre. El premio internacional fue para el libro Voces de casa, de Juan Camilo Lee Penagos, de Colombia.

Cristian López Talavera Premio Nacional Paralelo Cero 2015

Juan Camino Lee Penagos Premio Internacional Paralelo Cero 2015

La nada sagrada

La piedra

a Iván Oñate En aquella nada en la que te introdujo el silencio está el poema principio y fin fuego catártico donde la soledad se consume suicidio bifurcado en el ojo cerrado de la noche Incisiva navaja la del péndulo que apaga la luz y cesa el martirio

Se ha dejado levantar del lugar fijo y no lo supo. Abre entonces secos sus dos ojos. Siente el infinito conflicto de ser cosa y al menos un instante haber mirado. Cierra para siempre sus dos ojos y es arrojada de nuevo a su camino. Ella no entiende nada. Y obedece. 43


‘Me desordeno, me desordeno’

Patricio Herrera Crespo

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onversábamos con Raúl Pérez Torres y Pablo Armando Fernández, el gran poeta cubano en cuyo honor se realizaba la XII Feria Internacional del Libro de La Habana, cuando vi a una dama con un típico traje blanco habanero que era saludada ‘por todo el mundo’ y ella respondía con palabras y sonrisas. «¿Quién es?», pregunté, a lo que uno de los contertulios que se había acercado al grupo me dijo: «Es Carilda, la mejor poetisa de Cuba», y recitó: Me desordeno, amor, me desordeno, cuando voy en tu boca, demorada, y casi sin por qué, casi por nada, te toco con la punta de mi seno.


poesía Carilda Oliver Labra, nacida en Matanzas en 1922, la ciudad de los tres ríos y los puentes, de la poesía y de la música, con los poemas y el teatro de José María Heredia, la música y el ritmo de la Sonora Matancera y Dámaso Pérez Prado; de la gloria del atletismo, Javier Sotomayor, que se elevó al cielo con 2,45 metros. Matanzas, situada a cien kilómetros de La Habana y a cuarenta de Varadero, una llanura cuya mayor altitud llega los 389 msnm (Pan de Matanzas), es la tierra que vio nacer la poesía de Carilda, esa tierra a la que le dijo: Cuando vino mi abuela trajo un poco de tierra española, cuando se fue mi madre llevó un poco de tierra cubana. Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria. La quiero toda sobre mi tumba. Carilda Oliver estudió y se graduó en Derecho en la Universidad de La Habana en 1945, y en Dibujo, Pintura y Escultura en la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas en 1952. La cátedra fue una de sus pasiones. Su poesía comienza a difundirse con la publicación del libro Preludio lírico, de 1943, pero es con el libro de poemas Al sur de mi garganta, que en 1950 recibe el Premio Nacional de Poesía. Afirma Virgilio López Lemus que esta obra «consolida o más bien significa el prestigio nacional de la entonces muy juvenil poetisa», y agrega que «este libro de juventud sigue siendo de los mejores de su autora, porque el grado de espontaneidad y desenfado que alcanzó se avenía muy bien con sus asuntos amatorios desprejuiciados. Por ser poeta legítima, poetisa de cuerpo entero, de corazón militante en el fuego de la poesía, ella transforma lo que en otras manos imitativas puede ser

Profunda como metales, dura como el altiplano, su poesía, de ser divulgada con justicia, ejercerá pronto ardiente magisterio en América. Gabriela Mistral, Poeta chilena, Premio Nobel de Literatura, 1953.

cursi o fugaz o frívolo o demasiado ardiente o excesivo y hasta vulgar, en legítima poesía que se manifiesta mediante lo cotidiano, aprovechando recursos de varias escuelas o corrientes poéticas y filtrándolos todos en su interés elemental, expresivo, emocional, amoroso». Pero más allá del amor en los poemas, dice el analista que «en sus contenidos Carilda no es solo una poetisa del amor sino también de la Polis y, por lo tanto, de la ciudad y de la política», encontrándose en sus versos apreciaciones políticas e históricas recientes de la isla, su ciudad y el clamor social, la política y la revolución… Ella es Carilda, que identificó con su nombre el poema que dice: Tengo el cabello rubio; de noche se me riza. Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto, guardo una cinta inútil y un abanico roto, encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza. Carilda ha recibido múltiples premios y reconocimientos a nivel nacional e internacional: le confieren el Premio Nacional del Certamen Hispanoamericano convocado por el Ateneo Americano de Wa-shington, en ocasión del

tricentenario del nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz, al igual que en la Primera Bienal de Poesía Hispanoamericana, en Madrid, en 1987, y en el Festival Internacional de Poesía en Mérida, Venezuela, el mismo año. En 1997 se le otorga el Premio Nacional de Literatura. Recibe el premio internacional José Vasconcelos (México, 2000) y el premio Rafael Alberti en España en el 2009. Su poesía ha sido incluida en diversas antologías cubanas y extranjeras, y ha sido traducida al inglés, al alemán y otras lenguas. Entre sus libros publicados están: Preludio lírico (1943), Al sur de mi garganta (1949, 1990 y 1995), Tú eres mañana (1979), Las sílabas y el tiempo (1983), Desaparece el polvo (1984 y 1995), Calzada de Tirry 81 (1987 y 1994), Catorce poemas de amor (1987), Los huesos alumbrados (1988 y 1998), Sonetos (1991 y 1996), Se me ha perdido un hombre (1992 y 1998), Guárdame el tiempo (1995), Biografía lírica de Sor Juana Inés de la Cruz (1998) y Libreta de la recién casada (1998). A partir del año 2000 se publican Sombra seré que no dama, Prometida al fuego, La luna en el suelo, la non erótica, Antología personal y Error de magia. En febrero de 2014 la XX Feria Internacional de La Habana tuvo como país invitado a Ecuador, allí encontramos el libro: Carilda Oliver Labra: una mujer escribe, editado para este evento editorial. Pero amigos escritores cubanos nos guiaron hasta la Plaza de Armas cercada de puestos de libros usados, donde encontramos algunas ediciones antiguas, especialmente una que contiene 21 poemas seleccionados por la autora, ilustrados por igual número de artistas y publicada con ocasión de su cumpleaños ochenta. Carilda, con sus noventa y cinco años, continúa viviendo en Matanzas, así como su poesía vive en los cubanos con amor y sin tiempo.

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CARILDA Traigo el cabello rubio, de noche se me riza. Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto, guardo una cinta inútil y un abanico roto, encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.

Apuntamos en ella un desenfado

Cualquiera música sube de pronto a mi garganta, soy casi una burguesa con un poco de suerte; mirando para arriba el sol se me convierte en una luz redonda y celestial que canta.

para lo cotidiano, y, desde luego,

Uso la frente recta, color de leche pura, y una esperanza grande, y un lápiz que me dura, y tengo un novio triste, lejano como el mar. En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos, y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos, y sin embargo, a veces..., ¡qué ganas de llorar!

formal, un ansia de veracidad, una pupila tierna o vigorosa un temblor lírico genuino, que pueden conducirla a desarrollar plenamente sus más valiosas posibilidades. Cintio Vitier Escritor cubano,1952

1950

EL CANTO Su obra es importante como acontecimiento lírico y como ejercicio formidable de poesía amorosa. Mario Benedetti Escritor uruguayo, 1995

Rómpanme los vestidos, quítenme la locura, pulan con ese látigo mi sitio de estar sola, tráiganme los infiernos, pongan mi cama dura; no temo a los tiranos ni al cáncer ni a la ola. Déjenme sin pecado, sin sol, sin biblioteca; ya huérfana de todo no sentiré ni tedio. Escóndanme ese pan, claven mi boca seca: nada podrán hacerme que no tenga remedio. No importará la cárcel porque bebí delirio; hasta en el mismo polvo suele nacer el lirio; ninguna muerte sabe podrirme la mañana. Mi corazón no tiene gravámenes ni dueño. Nunca podrán quitarme el ala con que sueño. Y seguiré cantando cuando me dé la gana.

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1958


ME DESORDENO, AMOR, ME DESORDENO

Con ese soneto [Me desordeno, amor, me desordeno] hará usted fama en la lírica amorosa. Nunca se dijo con esa gracia la intención carnal.

Me desordeno, amor, me desordeno, cuando voy en tu boca, demorada, y casi sin por qué, casi por nada, te toco con la punta de mi seno. Te toco con la punta de mi seno y con mi soledad desamparada; y acaso sin estar enamorada me desordeno, amor, me desordeno. Y mi suerte de fruta respetada arde en tu mano lúbrica y turbada como una mal promesa de veneno; y aunque quiero besarte arrodillada, cuando voy en tu boca, demorada, me desordeno, amor, me desordeno.

TE MANDO AHORA A QUE LO OLVIDES TODO Te mando ahora a que lo olvides todo: aquel seno de nata y de ternura, aquel seno empinándose de un modo que te pudo servir de tierra dura; aquel muslo obediente pero fiero que venía de sierpes milenarias, aquel muslo de carne y de me muero convocado en las tardes solitarias; aquel gesto de echarme en la locura, aquel viaje al amor, de mi cintura, aquel gusto en la piel a lirio extraño, aquel nombre pequeño bajo el nombre; aquel pecado de volverte un hombre en el vicio feliz de hacerme daño.

Se ve el agua por encima de la llamarada. Pablo Neruda Poeta Chileno, Premio Nobel de Literatura, 1963

ADIÓS Adiós, locura de mis treinta años, besado en julio bajo luna llena el tiempo de la herida y la azucena. Adiós, mi venda de taparme daños. Adiós, mi excusa, mi desorden bello, mi alarma tierna, mi ignorante fruta; estrella transitoria que se enluta, esperanza de todo por mi cuello. Adiós, muchacho de la cita corta; adiós, pequeña ayuda de mi aorta, tristísimo juguete violentado. Adiós, verde placer, falso delito; adiós, sin una queja, sin un grito. Adiós, mi sueño nunca abandonado. 1954

Obra clásica y revitalizante, apasionada, natural y cálida, procedente de una de las voces femeninas más potentes de nuestro idioma. Luis Antonio de Villena Escritor español, 1998 47


Jorge Basilago

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stocolmo, Suecia. Una pequeña, en su primer cumpleaños, juguetea sobre el regazo de su madre. A corta distancia, su padre registra la escena con una cámara. Nada asombroso, salvo porque se trata de 1916 y la posibilidad de filmar imágenes en movimiento es por completo infrecuente en la vida hogareña de entonces. Pero Justus Samuel Bergman es dueño de una tienda de fotografía y gracias a sus contactos pudo alquilar esa cámara ante la que ahora balbucea su hija Ingrid. «Yo no elegí actuar. La actuación me eligió a mí», dirá con justa razón la niña años más tarde, ya adulta y convertida en una estrella.

Princesa y patito feo

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Ingrid Bergman nació hace un siglo, en agosto de 1915. Única hija, le dieron también un único nombre, el mismo que llevaba la princesa y futura reina de Suecia. Augurio de grandeza que sus primeros años deslucieron con las pérdidas: huérfana de madre a los dos años y de padre a los doce, se crió primero con una tía —fallecida pocos meses después— y finalmente con un tío que consideraba a

las artes dramáticas como una manifestación demoníaca. Pero ella, con el estímulo paterno, estaba convencida de su destino artístico. En cambio, sus familiares y amigos se mofaban de esas intenciones. La veían muy alta (1,75 metros), desgarbada e introvertida para triunfar como actriz. Dueña de una voz demasiado áspera. Condiciones que Ingrid olvidaba sobre el escenario, donde se transfiguraba por completo. Donde ‘era’ los personajes que asumía. «Era el ser más tímido jamás creado, pero tenía un león dentro que no se iba a callar», contó luego la propia Ingrid en su autobiografía. Así maravilló a los exigentes jurados de la Escuela Real de Drama y Teatro que le concedieron, entre más de un centenar de postulantes, una de las escasas becas disponibles para estudiar allí. Por fin, detrás del patito feo asomó el cisne que vivía en ella. Le bastaron unos meses de acariciar su sueño en la academia para conocer a su primer novio, y también para que la industria cinematográfica sueca la descubriese. Fascinadas cada una con la otra, Ingrid cambió las aulas por los sets al concluir el primer

año de estudios. Y apenas en su segunda película importante, Intermezzo, llamó la atención de David O. Selznick, el agente y productor que marcaba ritmos y tendencias en el Hollywood de la época dorada. En aquella cinta, dirigida por Gustaf Molander, la actriz representaba el papel de una joven pianista que se enamora de un célebre violinista casado. Su propia vida volvería sobre ese rol, con variaciones, tiempo después.

De Suecia al estrellato

Selznick compró los derechos del filme para producirlo en los Estados Unidos, y quiso llevarse consigo a la protagonista. Bergman no hablaba una palabra de inglés —sus lenguas eran el sueco y el alemán aprendido de su madre, Friedel Adler, nacida en Hamburgo—, pero aceptó el desafío impulsada por ese primer novio que ya era su esposo y padre de su hija Pia: el dentista Petter Lindström, quien se quedó en Suecia al cuidado de la niña nacida en 1938. En mayo de 1939, un barco condujo a Ingrid a Nueva York; y luego de algunas semanas un tren la trasladó a California. Con una tutora, aprendió el idioma mientras rodaba la remake llamada Intermezzo: a love story. Casi de inmediato, la espigada joven cautivó a todos, delante y detrás de cámaras. A los técnicos y directores les encantaba su sencillez en el trato y la vestimenta, su don de gentes, su concentración y el respeto por el tiempo de los demás, gestos inusuales en una primera figura. Los camarógrafos se rendían ante sus facciones impecables sin necesidad de maquillaje y sus «ángulos a prueba de balas»: lucía igual de hermosa sin importar el perfil desde el


escaleta cual enfrentara las lentes. Y el público pronto aprendió a quererla y conmoverse con los papeles de mujer abnegada y leal en que pretendieron encasillarla los grandes estudios. El contrato «por una película» se extendió a siete años, y su familia debió mudarse a Norteamérica para acompañarla en su apacible rumbo al estrellato. Pero aún inexperta, Bergman rehuía la comodidad de repetir constantemente los roles de ‘buena’ que tanta fama le dieron al comienzo. Su idea del éxito no estaba asociada a la celebridad o el dinero que podían depararle, sino a la pasión y el talento puestos en juego para alcanzarlo. Vivía para actuar y actuaba para desafiar sus propios límites. En 1941, cuando la convocaron para encarnar a la respetable novia del Dr. Jeckyll —representado por ese otro gigante llamado

Spencer Tracy—, la actriz sueca exigió un intercambio de papeles con Lana Turner: así, Ingrid se dio el gusto de ser la amante barriobajera de Mr. Hyde; mientras que la Turner, habitual ‘chica mala’, pasó por una vez a la vereda de enfrente. «Cada ser humano tiene sombras del bien y del mal», afirmó alguna vez, como para descartar de plano las etiquetas.

Óscar y neorrealismo

Fueron los cuarenta los años del despegue definitivo hacia la posteridad, con sus roles de Ilsa Lund en Casablanca, y de la valerosa miliciana María en ¿Por quién doblan las campanas?

También con ellos comenzaron sus coqueteos con el Óscar a mejor actriz, que ganaría finalmente en 1944 por su actuación en Gaslight, dirigida por George Cukor. Luego pasó a las filas de Alfred Hitchcock, con quien trabajó en cintas emblemáticas como Spellbound, Notorious y Under Capricorn. En especial la segunda de ellas es considerada una clase magistral de actuación por su parte. Y hasta concretó su deseo particular de encarnar a Juana de Arco en un filme independiente, para el cual ella misma gestionó los fondos ante el millonario Howard Hughes. No obstante, hacia el final de esa década, Ingrid empezó a sentirse estancada. En su carrera y en su vida. Como actriz, estaba en el Olimpo de la industria

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cinematográfica mundial, pero no encontraba desafíos para seguir creciendo en Hollywood. Como mujer, el paso del tiempo y la diferencia de inquietudes con su esposo habían labrado un abismo entre ellos. En esos años, Bergman mantuvo incluso dos aventuras amorosas —una con su colega Gregory Peck y otra con el célebre fotógrafo Robert Capa— convenientemente silenciadas para no afectar su imagen pública. La búsqueda de un cambio de rumbo artístico la llevó a escribirle una carta al realizador ita-

liano Roberto Rossellini en 1949. Tiempo antes, Ingrid había visto Roma, ciudad abierta, y, conmovida por el neorrealismo de su director, no dudó en ofrecerle sus servicios como actriz. Rossellini, que odiaba el cine de Hollywood, tuvo que preguntar a sus amigos quién era aquella mujer. Ya informado, le ofreció el protagónico de Stromboli, proyecto que se filmaría en la isla italiana del mismo nombre. El encuentro de ambos artistas provocaría un revuelo inesperado, en lugar del éxito que muchos anticipaban.

Escándalo y redención

Pronto entendieron que se les haría muy difícil trabajar juntos. Ingrid, actriz de método, necesitaba un guión firme del cual sujetarse. Roberto jamás escribió uno: «El guión se hace con la cámara», era su argumento predilecto. Ella no se presentaba en el set sin haber estudiado a conciencia todo lo relativo a la obra que debía representar; él adoraba sorprenderse y sorprender con golpes de timón que nadie tenía en mente. Rossellini no hablaba inglés y Bergman apenas sabía unas palabras de


italiano. Aún así, incómodos los dos, filmaron seis películas juntos. Y se enamoraron. Y engendraron un hijo —Roberto, al que seguirían las mellizas Isabella e Isotta— mientras todavía estaban casados con sus parejas anteriores. El público y la prensa tomaron partido en su contra. Bergman, por precaución, ya no volvió a los Estados Unidos: un senador republicano hasta llegó a considerarla como una «poderosa influencia para el mal». «Pasé de santa a ramera, y luego a santa otra vez, en una sola

vida», acostumbraba decir ella, reflejando los prejuicios ajenos con una gracia no exenta de ironía. Ya le habían cuestionado su maternidad juvenil en Suecia, su estatura, su acento, sus cejas muy pobladas, su apoyo a la lucha por la igualdad racial y hasta su carcajada franca y sonora en lugares públicos. «No tengo remordimientos. No hubiese vivido mi vida del modo en que lo hice si me hubiese preocupado por lo que diría la gente», subrayó años más tarde. Ingrid se separó de Rossellini en 1956, y así pudo volver a tomar las riendas de su carrera en lugar de responder a las expectativas de su pareja. Sumó entonces un quinto idioma a su legajo, cuando actuó bajo las órdenes del francés Jean Renoir en Helena et les hommes. Contra la opinión generalizada, sus interpretaciones no se resintieron por el cambio de lengua: «No se trata de que llores realmente, sino de que la gente crea que estás llorando», explicó en cierta oportunidad, con la misma simpleza que la caracterizó toda su vida. Sin llegar a ser un éxito, aquella cinta relanzó su figura a nivel internacional y puso los ojos de Hollywood de nuevo sobre ella.

Del regreso al otoño

Su retorno a los Estados Unidos fue a lo grande: por el protagónico de Anastasia obtuvo su segundo Óscar y la posibilidad de filmar con cierta regularidad otra vez. No la cuestionaron y ella pareció olvidar los viejos rencores: «La felicidad consiste en tener buena salud y mala memoria», solía decir. Pero no se quedó a vivir allí. Prefirió la ciudad de Londres, menos proclive a los escándalos y con una actividad teatral

que la tuvo a menudo entre sus animadores. Además, ya en los años sesenta, incursionó en la televisión y ganó un Emmy por su actuación en la adaptación de Otra vuelta de tuerca de Henry James. La década siguiente le deparó tres enormes alegrías y una noticia terrible. Las primeras estuvieron ligadas al cine: en 1973 presidió el jurado del Festival de Cannes; en 1974 consiguió un tercer Óscar —como mejor actriz secundaria— por su papel en Asesinato en el Expreso de Oriente; y en 1978 logró finalmente ser dirigida por su compatriota Ingmar Bergman en Sonata otoñal. Esa fue su última película. Algunos años antes se enteró de que padecía cáncer de seno y decidió no echarse a morir ni bajar su ritmo de trabajo. «Si me impiden actuar, dejaré de respirar», imploraba. Tuvo, aun, tiempo para una última función. En una miniserie televisiva de 1982 Ingrid encarnó a la ex premier israelí Golda Meir, trabajo que le significó un esfuerzo monumental en todo sentido. Desmejorada y adolorida, pudo sin embargo disfrutar de lo que más amaba junto con su familia: la actuación. «Los enfermos de cáncer que no aceptan su destino, que no aprenden a vivir con eso, solo destruirán el poco tiempo que les queda», razonaba. Ella, en cambio, lo aprovechó a pleno. Unos meses después, en su casa de Londres y el día de su cumpleaños —29 de agosto—, dejó de existir. O casi. Hay quienes sostienen que los grandes actores y actrices tienen la mala ocurrencia de fingir su muerte: sus actuaciones, y ellos mismos, siguen vivos entre nosotros.

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José Aldás

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La figura mayor de Juan Rulfo es ineludible, no sólo por Pedro Páramo (1955), novela de apariciones y aparecidos, sino también por El llano en llamas (1953): breves relatos con pinceladas del México en tiempos de revolución: charros, armas y mujeres.

a revolución mexicana nutrida por las figuras de Emiliano Zapata y Francisco Villa sirvió de sustento enorme para la literatura del realismo mexicano. Un punto de inicio importante es Los de abajo (1916), de Mariano Azuela, novela en la que se describe la toma de Zacatecas: un importante evento para los días posteriores. Así, la literatura era un perfecto reflejo de la realidad: no había más que levantar los ojos, en toda Latinoamérica, para escribir algo desgarrador y miserable (el realismo ecuatoriano tiene cinco importantes vertientes de la cual la más destacada es la obra novelística de Alfredo Pareja Diez-Canseco, su inicial realismo crudo y abierto, un zarpazo de la realidad), todo hasta fundamentar los primeros pasos de lo que después se llamará realismo mágico. La figura mayor de Juan Rulfo es ineludible, no sólo por Pedro Páramo (1955), novela de apariciones y aparecidos, sino también por El llano en llamas (1953): breves relatos con pinceladas del México en tiempos de revolución: charros, armas y mujeres. Citaremos brevemente un par de aquellos relatos: ‘¡Diles que no me maten!’, historia de la venganza de un hijo por la muerte del padre años después del homicidio, una eterna persecución que Justi-

no, el hijo del anciano condenado a muerte, no puede evitar; y ‘No oyes ladrar los perros’, en donde el padre lleva al hijo herido a cuestas hasta la ciudad donde el sanatorio les ayudaría. El padre mientras avanza le sentencia que será la última vez que le ayuda en esos trances: el hijo es un bandolero y ha sido herido en actos delictivos. «Ni siquiera esa esperanza me diste», le condena el padre cuando, al llegar a la ciudad, Ignacio aún no ha oído ladrar a los perros vigilantes1. Desde aquellos años México ha ejercido importante influencia en la literatura mundial. La estructura narrativa secuenciada y rítmica ha mantenido un proceso de evolución constante2. Otra parte importante de la narrativa mexicana es Carlos Fuentes, autor de La muerte de Artemio Cruz (1962), novela que relata los últimos momentos de un personaje, mientras recuerda los instantes esenciales de su existencia; cumpliendo la sentencia de que la vida pasa ante nuestros ojos cuando llega el momento de partir hacia la muerte. Ya Fuentes es parte del tan mencionado boom latinoamericano del que fueran integrantes grandes novelistas como García Márquez u Onetti. Este experimentalismo de Fuentes tiene una cumbre, un inicio, en Cambio de piel (1967), novela dedicada a Aurora y Julio Cortázar.


palabra cruzada

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Desde aquellos años México ha ejercido importante influencia en la literatura mundial. La estructura narrativa secuenciada y rítmica ha mantenido un proceso de evolución constante. Otra parte importante de la narrativa mexicana es Carlos Fuentes, autor de La muerte de Artemio Cruz (1962), novela que relata los últimos momentos de un personaje, mientras recuerda los instantes esenciales de su existencia; cumpliendo la sentencia de que la vida pasa ante nuestros ojos cuando llega el momento de partir hacia la muerte.

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El segundo de los capítulos, ‘En cuerpo y alma’, consta con una paráfrasis de Michel Foucault en Las palabras y las cosas, directamente del francés. Uno de los elementos básicos de esta estructura narrativa es la mixtura, la hibridación de idiomas que, si bien puede ser causa de una alteración de la fluidez, es en este caso una herramienta válida para la expresión que al autor desea hacer: la protagonista, Elizabeth Jonas, es una judía exiliada en Estados Unidos que después vivirá en México por ser la pareja del escritor que jamás llega a completar su gran obra. Una paradoja surge en el tema recurrente de la literatura cuando cumple en exceso su función metalingüística: habla demasiado de sí misma. La novela abunda en meditaciones sobre la existencia, el ser y el tiempo pero desde la perspectiva literaria: el autor que vive únicamente para encarnar sus obras —meterle cuerpo—, el verdadero hombre de papel (como corolario para demostrar lo que compete, queda la mención de Los hombres de papel, del Nobel William Golding3). Otro de los recursos es darles pseudónimos a los personajes, así Elizabeth es, en la mayoría de casos, la dragona de la historia, la mujer fatal que completa la traición

justo en el momento final y precisamente con el narrador: Freddy Lambert. ‘Una fiesta imposible’, pues, resulta el viaje que narra desde la capital de México hasta Cholula, en donde sucederá, de a poco, todo lo inimaginable: «…como te quería, lejana y convocable a toda hora, mera representación de la naturaleza y no la naturaleza misma que quisiste ser. Mi estela ática, lejana e inmóvil, pausada e inasible, circunspecta y total, mujer que podía contener todos mis deseos de variedad, mi poligamia mental…»4, ya que, también el narrador, en el transcurso de la historia va cambiando, alternándose en diálogos muchas veces subjetivos. «Es lo único que me liga con los locos y los muertos»5. La mujer reflejada también en los diferentes actores. Aunque el fin no es perpetrar un análisis taxidérmico de la novela, ni mucho menos exponer los componentes socio-políticos que encadenaron la redacción de las novelas en cuestión, sino más bien ofrecer una panorámica, una experiencia lectora, completaremos con la definición de novela que da Fuentes en el tercer capítulo, ‘Visite nuestros subterráneos’: «Una novela manifiesta lo que el mundo aún no des-

cubre y quizás jamás descubra en sí mismo», asombro perpetuo por las palabras y las cosas. Otro de los puntos ineludibles es Fernando del Paso, quién con novelas monumentales como José Trigo, anterior a Palinuro de México (1977), completa y da forma a la literatura latinoamericana: esta novela que mantiene una estructura desigual, una forma informe, es un recuento del amor entre Palinuro y Estefanía, primos. La obra cuenta con el guión de una obra de teatro: Palinuro en la escalera o el arte de la comedia; siempre con la idea omnipresente de la medicina, carrera que Palinuro intenta culminar en la Universidad, de la cual también tiene sanguíneos predecesores: abuelo y abuela inmersos en una escaramuza europea llena de piojos: la manera más práctica de amar: dentro de una tienda de la enfermería, ejecutando un ritual: abuela quita los piojos de la cabeza de abuelo y viceversa mientras afuera el mundo continúa con la Segunda Guerra Mundial. El amor concebido desde la medicina, tamizado por la literatura. A pesar de que toda la historia de la humanidad esté llena de parejas memorables, infinitas y truncadas, es Palinuro de México quien marca una pauta: toda una


cosmovisión fundamentada en la sinfonía del caos. De lo truncado que funciona. De lo perfecto imperfecto. De difícil representación el guión de Palinuro en la escalera cuando herido, trashumado, escucha todas las voces con los firmes deseos de ayudarlo, pero sin que nunca llegue a suceder nada. El sufrimiento es un espectáculo que deja a Palinuro deshecho mientras intenta llegar a su cuarto. Paráfrasis: cuando todo el mundo tenía muchas cosas que hacer, sentimientos y guerras, nosotros hacíamos el amor. Cuando el mundo explotaba nosotros hacíamos el amor. Hacer posible una realidad imposible. Pero es tanta la información contenida en las páginas del Palinuro que transmite una dualidad. Permite la duda: es necesario vivir, existir en el mundo real o es mejor el cielo negro: la imaginación del todo. La edición de Punto de Lectura afirma: «Un libro estimulante, vital y lúdico que, como en el relato bíblico, hace sentir al lector en una tierra extraña y hospitalaria al mismo tiempo». La biblia del caos6. Tan importante como la generación narrativa de cualquier país. Existen y coexisten grandes autores a más de los citados. Finalmente es el turno de Juan Villoro con La casa pierde (1999), obra con la cual se hizo acreedor al premio Xavier Villaurrutia en el año 2000. Aunque la producción mayoritaria de Villoro es periodística, el tomo de cuentos en mención contiene grandes relatos logrados en estructura y técnica: en ‘Campeón ligero’ una muerte que no existe marca el rumbo del atleta mareado por la culpa. Pelea para castigarse. Solo cuando uno de los presentes la noche del asesinato revela que había sido él quien bajó luego al risco y, escuchando los lamentos del herido, completó el trabajo con puñadas de rocas en la cara, el cuento logra un desenlace óptimo. El

estilo narrativo que alcanza fluidez hace que el lector reproduzca como una secuencia de imágenes completas todo el accionar de los personajes. Una película mental resulta la literatura para el que está apabullado por la realidad. Otro de los cuentos que figura con gran calidad estética es ‘Coyote’: un grupo de amigos en busca de un ritual con peyote extravían a uno, dejándolo perdido en la espesura muerta del desierto. En la noche el clímax llega cuando alguien extraviado mantiene una pelea con un coyote herido. El desenlace solo es posible en la imaginación: la mirada ausente y recriminativa de la esposa, el amigo que llega a sugerir cómo deben terminar las cosas. En un ligero sentido de la palabra, se malentiende que el personaje principal, aquel que pelea, ha llegado después de un viaje con el peyote que los otros no consiguieron. La ilusión de la literatura se completa cuando aparte de la trama inicial que se ofrece a lo largo de las narraciones, se incorporan sentidos, dimensiones al argumento que se complejiza. En general, para demostrar que la palabra vive. Que por la palabra se vive. Por la mera imaginación para que un público reducido viva esas vidas que no existieron. Caminen rumbos que tal vez no desempeñaron un papel consistente en el mundo, pero que reflejan la realidad. Hechos a mano casi con la misma materia del sueño. Y detrás, en el fondo de la estructura, de la complejidad, de la historia misma, el lector intrépido, el lector transgresor descubra un rezago de sensación, de aquella percepción que le sirvió al autor para escapar de sí mismo. La mortificación o el placer que formaron parte de ese caos y esa luz que se desprende de toda manifestación cultural, y en este caso en particular, de la literatura.

1 Los cuentos a los que se hace referencia están incluidos en el volumen: RULFO, Juan, Relatos, Alianza Cien, Madrid, España, 1994. 2 Desde el punto de vista darwiniano se toma en cuenta que la evolución es la adaptación de una especie a las condiciones específicas del medio ambiente en donde se desarrolla, sin considerar que la evolución también es un proceso de mejora o de perfeccionamiento, que de alguna manera se suscita dentro de la teoría evolucionista. Desde el punto de vista del arte, la evolución será considerada como el uso de nuevas técnicas narrativas o estructuras diversas para complejizar la estructura narrativa de los textos producidos. 3 En: GOLDING, William. Los hombres de papel, Alianza Tres. Madrid, España, 1985. 4 Las citas extraídas de Fuentes se encuentran en: FUENTES, Carlos. Cambio de piel, Editorial Seix Barral. Editorial La Oveja Negra, Colombia, 1984. 5 Op. Cit. Nota 4. 6 DEL PASO, Fernando. Palinuro de México, Punto de Lectura, Penagos, México, 2007.

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Fernando Cazón Vera

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oda ruptura implica, indudablemente, una apertura, una propuesta, un nuevo desenlace, en ese necesario entrar y salir por las siempre abiertas puertas de la historia y de la cultura. El parricidio se abre así siempre hacia una novedad y es que en ese sentido somos necesariamente unos mutantes en un mundo que no cesa de transformarse y de transformarnos. Y aunque parezca una paradoja, en nuestro caso, el ecuatoriano, la decadencia que trajo consigo la generación de los ‘decapitados’, con un modernismo que nos llegó con cierto retraso, expresa una suerte de contradicción al expulsarse de su medio a estos poetas de comienzos del siglo pasado para expresar su dolor, sus renunciamientos, su intimidad con la parca, con esa profunda sinceridad que venía a convertirlos en extranjeros no solo de su patria sino también de su propia clase social, contra la cual se rebelaban por ser prosaica, mercantilista y feudal. Sinceridad ésta que, de cierta manera, ante las pocas afortunadas manifestaciones del romanticismo y el parnasianismo en el Ecuador, significó el real punto de partida de nuestra literatura, con la autenticidad de una poesía vigorosa en su dolor y sus renunciamientos.

Pero, desgraciadamente, esa inauguración que supera lo amanerado y falso, no colocaba todavía al creador y menos a sus personajes, en los casos puntuales de la narrativa, dentro de su propia geografía y, por qué no decirlo, dentro de su propia historia. Y es que precisamente ese descubrir y habitar lo nuestro, fue lo que significó para nuestra literatura ese libro de tres cuentistas pródigos por lo adolescentes que fueron los autores de Los que se van, publicado en 1930, por supuesto en una edición bastante rústica y posiblemente de escaso tiraje. Libro que retrata nuestra realidad a través de los personajes de la costa, el montubio y el cholo, y que además se libera del miedo a las malas palabras y a las situaciones que la crítica adocenada de entonces consideraba impuras o atentatorias al pudor. Y son, entonces, Enrique Gil Gilbert, Joaquín Gallegos Lara y Demetrio Aguilera Malta los jóvenes que dan a su país y a su continente esta gran sorpresa y abren los caminos para que de allí en adelante el realismo, tanto testimonial como mágico, fuera el patrón creativo que iba a permitir a nuestra narrativa mostrarnos tal como somos, primero


biblioteca partiendo del entorno agrario para luego ir invadiendo nuestros precarios centros citadinos. Luego de darse este primer e indispensable paso, se suman a la tarea reconstructiva del patrimonio de nuestras letras José de la Cuadra y Alfredo Pareja Diezcanseco, formando así la famosa generación del ‘Grupo de Guayaquil’, los ‘cinco como un puño’ (frase acuñada por Gil Gilbert), que luego iba a completarse con toda esa generación de los treinta que se dio en el puerto principal, con el agregado de Ángel F. Rojas, que venía de Loja; Adalberto Ortiz, que llegó de la verde Esmeraldas, y Leopoldo Benites Vinueza y Pedro Jorge Vera, de la misma ‘capital montubia’. En la Sierra, mientras tanto, surgía el indigenismo, cuyo máximo representante fue Jorge Icaza, sobre todo con su novela Huasipungo. Época en la que la poesía también se renovaba con las altas voces de Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero, Alfredo Gangotena y Miguel Ángel León. La unidad de un grupo o movimiento, coincidente en temática y en inspiración, no impide que se establezcan también las particularidades entre cada uno de sus integrantes. Así sucedió con los ‘decapitados’, que unidos por el ritmo y la decadencia tuvieron sin embargo cada uno su propia personalidad creativa. Digamos, su propia identidad. Y el fenómeno se repite, sin duda alguna, con el ‘Grupo de Guayaquil’. Cada uno de estos narradores pueden ser identificados en su lectura a pesar de que nos hablen de los mismos personajes regionales y de que transmitan ese aire de libertad y emotividad, aún desde la pobreza, que caracteriza al hombre de la costa. Demetrio Aguilera Malta se refiere al cholo que vive en las riberas del golfo y en Don Goyo superlativiza el mito; José de la Cuadra pocas veces sale, con Guásinton o Los Sangurimas, de

su parcela montubia; Joaquín Gallegos Lara, que nos dejó escrito el cuento de la gran matanza del 15 de noviembre en Las cruces sobre el agua, es tal vez el más político de estos autores; Alfredo Pareja Diezcanseco comienza a introducirse en el mundo de lo citadino. Y Enrique Gil Gilbert, cuya obra ha sido editada por la Casa de la Cultura, con todos sus cuentos, en la colección Esenciales, es indudable que su particularidad lo ubica como un escritor innato, de esos que nacen con la pluma en la mano, con esa facilidad de narrar que le permite, además, adjuntar al testimonio los más conmovedores elementos mágicos. Puedo permitirme decir, a manera de lamentación, que así como las desgracias nunca vienen solas, las grandezas tampoco llegan a lograr el máximo de su cometido. Y hemos de lamentarnos que esa espontaneidad, esa raíz vigorosa y profunda que le hizo succionar al escritor las vivencias de su tierra, pudo haber sido más vasta, pero Enrique no quiso ser lo que se dice un escritor a tiempo completo porque alternó su actividad literaria con la política, como firme y leal militante de la izquierda ecuatoriana, puntualmente del Partido Comunista. De todas formas, lo que nos ha quedado de su producción enriquece notablemente el patrimonio de la literatura ecuatoriana, de la cual él es uno de los indicadores de su modernidad. Gil Gilbert es autor de una sola novela larga, Nuestro pan, que se hizo acreedora al segundo premio en el concurso de novelas inéditas latinoamericanas, convocado por una editorial norteamericana, en 1940. También recibió por la misma obra el Premio Nacional de Literatura otorgado por el Ministerio de Educación. Se habla de que durante el tiempo en que estuvo preso en el panóptico, durante la dictadura militar de los años

Gil Gilbert es autor de una sola novela larga, Nuestro pan, que se hizo acreedora al segundo premio en el concurso de novelas inéditas latinoamericanas, convocado por una editorial norteamericana, en 1940. También recibió por la misma obra el Premio Nacional de Literatura otorgado por el Ministerio de Educación.

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sesenta, había escrito otra novela titulada El triángulo azul, cuyos originales le fueron arrebatados por la soldadesca. El resto de su obra está dedicada al relato breve, tal vez porque coincidió en algo con Jorge Luis Borges, quien nunca noveló nada puesto que pensaba que ese género narrativo estaba lleno de ‘ripios’. Y hay en esta colección completa que nos entrega la Matriz de la Casa de la Cultura Ecuatoriana esa obra insuperable que es Relatos de Emanuel, a la que no sabemos si ubicarla entre la novela corta o el cuento largo. Algo así como una ‘noveleta’, novela ‘cortesana’, como la llamaron los españoles, en la que, además, el escritor de cierta manera se nos vuelve distinto porque se ubica para centrar la realidad de lo que trata —esos viejos problemas familiares, esa identidad a veces dudosa en el apellido—, surge para el lector entre su vocación mágica y su responsabilidad testimonial, elementos que, por ejemplo, se complementan de modo tan certero precisamente en las dos partes de

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Raúl Pérez Torres, Presidente CCE; Beatriz Gil Parra; Rosa Amelia Alvarado Roca, Presidenta CCE Núcleo del Guayas; y, Patricio Herrera Crespo, en la presentación del libro en Guayaquil.

Nuestro pan. Esto es un inicio lírico, mágico, casi natural entre ese mundo verde que somete al cultivador de ese producto cotidiano que nos hace exclamar lo de ‘teniendo arroz aunque no haya Dios’, frase incluida en la primera página de la novela, y una parte más mental y política con la que concluye la obra. El primer libro no colectivo de Enrique es Yunga, que data del año 1933, es decir tres años después de haber aparecido Los que se van. Luego de Nuestro pan y Relatos de Emanuel, escritos entre los años 39 y 40 del siglo pasado, viene un largo silencio que se rompería al salir de la cárcel en 1964. Y es entonces que nos da a conocer otro libro también de cuentos La cabeza de un niño en un tacho de basura. Y una sorpresa, una pequeña obra de teatro que titularía La sangre, las velas y el asfalto. El poder de descripción tan certero a la vez que sencillo de Gil Gilbert viene dado sobre todo a través de la acción misma del cuento, en esos diálogos cortos y acertados, casi cortantes a veces, en que los personajes se van desnudando. Es decir que no enumera o describe tediosamente, en el periplo cuentístico que incluye el inicio, el clímax y el desenlace, sino que se introduce desde los inicios de la narración en el alma de los personajes y en el desarrollo mismo de la temática, siempre por exacta breve, con una suerte de sensualidad narrativa. Allí está, para no prolongarnos demasiado, ese cuento antológico que es El malo, en el que se evitan los párrafos largos y la mayor parte de la narración viene dada en la conversación, en la exclamación, en el pensar de cada personaje. Recibimos con beneplácito esta obra antológica de Gil Gilbert, o ‘la Mona’, como lo llamaban cariñosamente sus amigos, con la que se vuelve a hacer un llamado al público lector para que no caiga en el grave

pecado del olvido y se reencuentre con ese maravilloso mundo de un realismo mágico que si bien tomó tal nombre a raíz de la aparición del boom latinoamericano de Carlos Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, Alejo Carpentier y Julio Cortázar, fue ya anunciado (aunque desgraciadamente no tan promocionado en el continente y el mundo) con las obras que sobre el cholo y el montubio, con esa idiosincrasia tan tropical aunque no exuberante sino, por el contrario, medida con gran exactitud estética, escribieron los narradores guayaquileños. Entre los que destaca, indudablemente, Enrique Gil Gilbert, que, vuelvo y repito, parece haber nacido con la pluma en la mano.

Fernando Cazón Vera (Quito, 1935). Poeta, periodista, editor, profesor universitario. Ha publicado casi una veintena de libros, entre ellos: Las canciones salvadas (1956); La guitarra rota (1966); El extraño (1968); Poemas comprometidos (1972); El libro de las paradojas (Premio Nacional de Poesía de la Universidad Central del Ecuador, 1977); Rompecabezas (1986); Este pequeño mundo (1996) y A fuego lento (1998). Fue Presidente del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.


Esenciales

Letras claves

PoesĂ­a

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a Casa de la Cultura presenta un nuevo proyecto editorial: la revista Traversari, dedicada a la música bajo la dirección del maestro Juan Mullo, la cual tendrá una orientación investigativa, de enorme trascendencia en el desarrollo de la música ecuatoriana. Según su director, «la propuesta compromete al análisis musicológico y a un nuevo paradigma: lo sonoro. Esta conjunción amplía definitivamente el enfoque, pues se debaten temas de la coyuntura actual pensados de manera urgente. Diversas áreas como la gestión documental, la memoria, lo museológico, los archivos sonoros, las fonotecas o el patrimonio son analizadas por un grupo reconocido de investigadores. Se inicia esta publicación ejercitando la memoria histórica, con un personaje fundamental de la musicología ecuatoriana, Pedro Traversari Salazar (1874-1956), compositor, director e investigador. Uno de sus legados es justamente el Museo de Instrumentos

Musicales que lleva su nombre. En esa línea, se valora igualmente el repositorio de la Radio de la Casa de la Cultura, poseedora de fondos sonoros de la radiodifusión ecuatoriana, aspecto que podría crear a la postre la Fonoteca Nacional». Es importante anotar que en las investigaciones realizadas para la revista Traversari se encontró un ‘documento perdido’ la Suite Nº. 3, del compositor y musicólogo Segundo Luis Moreno, obra sinfónica finalizada en 1956. Damos la bienvenida a la revista Traversari Nº. 1, con una elegante edición a todo color en sus 88 páginas, en la que participan académicos de Ecuador y otros países, y de la que, estamos seguros, tendrá una gran acogida entre los melómanos de Quito y del país. Esta se suma a las otras tres que publica la Casa de la Cultura: Casapalabras (literatura y arte), 25 Watts (cine) El apuntador (artes escénicas), ésta última en coedición con la Fundación del mismo nombre. (PHC).


revista

Irving Zapater

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espués de tres años de suspensión, acaba de circular nuevamente Letras del Ecuador, la emblemática publicación periódica de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, cuyos setenta años se recuerda, además. En este número conmemorativo se ha vuelto al formato tradicional, tipo tabloide, como lo fue desde sus primeros días y como marca de la etapa más fructífera de este órgano de la prensa cultural de nuestro país, que se lo bautizó desde un inicio como ‘periódico de literatura y arte’. Y es precisamente un largo artículo de Alejandro Carrión, hasta ahora inédito, incluido en este número, el que evoca los primeros pasos de Letras. Recuerda, por ejemplo, el instante en el cual concluyó el armado del primer número, con las técnicas del ‘corte y pega’ de entonces. Dice: «Trabajamos incesantemente, hasta dejar armado todo el número. Inexpertos pero resueltos, a la vista los modelos extranjeros escogidos, no desmayamos un instante y cuando fue instalado, en la parte baja de la última página, el horrible anuncio que nos dio Jorge Goetschel,

el gerente del Banco Nacional de Fomento, gran amigo, respiramos: ¡la obra completa! La vimos en conjunto y la encontramos buena. Fuimos premiados con una botella de coñac Martell, que había llevado Juan Cabrera que sacó al ver la obra terminada, un justo premio». Felices tiempos aquellos... El número de los setenta años tiene 52 páginas impresas en papel bond beige, incluido un facsímil de aquel primer número, cuya circulación fue en abril de 1945 y que, según palabras de Carrión, «trajo un extraordinario revuelo en la Casa y su mundillo y se comenzó a criticar el haber preferido ostensiblemente a la gente joven y a su, para muchos, inaceptable estética». A más del artículo antes citado, se incluye uno de Fernando Tinajero sobre la definición de cultura; un relato sobre el viaje realizado por Gabriel Lafond de Lurcy a la tierra de los malabas en 1826 trabajado por Jorge Gómez Rendón; una crítica a dos novelas policiales (Miércoles santo, de Íñigo Salvador, y Desde el silencio, de Francisco Proaño Arandi), escrita por Bruno Sáenz, y

otra de Juan Pablo Crespo sobre el reciente Premio Aurelio Espinosa Pólit otorgado a la obra Pequeños palacios en el pecho, de Luis Borja. En el ámbito del arte, Julio César Abad comenta la obra de Jorge Velarde y Lenin Oña lo hace sobre Carlos Revelo; Carlos Rojas y Jorge Mateus se refieren a la reciente representación teatral de la obra de Tennessee Williams El tranvía llamado deseo y lo propio hace Christian León sobre el II Festival de Cine Latinoamericano Casa FEST. Por último, a las consabidas secciones de libros y de actividades de la Casa de la Cultura, se añade un artículo sobre los antiguos libreros de Quito y la reproducción de cuatro fotografías de Marcela García extraídas de su reciente muestra titulada ‘El paisaje alemán’. Letras del Ecuador, en este nuevo ciclo de su existencia, aparecerá en forma trimestral, tanto en la tradicional edición en papel —que se la puede retirar gratuitamente de la librería de la Casa— como en una digital que próximamente se subirá a un portal exclusivamente dedicado a esta publicación.

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Casa de la Cultura en Consejo Mundial La

del Proyecto José Martí

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Frei Beto y Raúl Pérez Torres en la X Reunión del Consejo Mundial del Proyecto José Martí de Solidaridad Internacional.

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a X Reunión del Consejo Mundial del Proyecto José Martí de Solidaridad Internacional, celebrada en Buenos Aires, Argentina, en mayo pasado, contó con la presencia del escritor Raúl Pérez Torres, presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, como invitado por Ecuador. Los miembros de este Consejo Mundial, entre los que destacaban intelectuales como Frey Beto, Atilio Borón, Héctor Hernández Pardo, Raúl Pérez Torres, Pedro Pablo Rodríguez, Alicia Kirschner, y otros miembros de diecisiete países, suscribieron una declaración final que fue trasmitida por Telesur, inspirados en las ideas humanistas de servicio, de solidaridad, justicia social, identidad cultural, de búsqueda de la unidad de Nuestra América y del equilibrio del mundo que animaron la vida y la obra de José

Martí, expresaron su total apoyo a la demanda de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) de declarar zona de paz a la región; la necesidad de que sean retiradas de Nuestra América las bases militares extranjeras y la devolución a Cuba del territorio de la Base Naval de Guantánamo, entre otras demandas. Finalmente, este Congreso hizo un llamado a los sectores sociales y políticos de todas las latitudes a participar en la II Conferencia Internacional ‘Con todos y para el bien de todos’, que se efectuará en La Habana entre los días 25 al 28 de enero del próximo año 2016. Pérez Torres también participó en Argentina en un Homenaje a Eduardo Galeano, escritor y periodista uruguayo, una de las figuras más destacadas de la literatura latinoamericana. (PHC).


cónclave

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ajo el título De todas partes. Perfiles de José Martí, la Casa de la Cultura Ecuatoriana editó el libro escrito por el afamado historiador cubano Pedro Pablo Rodríguez, en el que, según sus palabras, «está mi Martí. Son perfiles, pinceladas, facetas que buscan llamar la atención desde la multiplicidad, lo polícromo, lo diverso de aquel hombre singular, absolutamente convencido de su singularidad». En el libro, que fue entregado en La X Reunión del Consejo Mundial del Proyecto José Martí de Solidaridad Internacional,

dice Pedro Pablo Rodríguez «está quizás el verdadero rostro humano de Martí, quien, sin vanidades, entendió su grandeza personal e histórica; pero no perdió por ello jamás su condición humana. Esa gran pelea que fue su vida, en la que venció y se venció a sí mismo una y otra vez, en la que no cejó en sus propósitos esenciales, es para mí su real y excepcional dimensión humana. Confieso sin ambages que me interesa más esa persona que la que a veces algunos intentan entregarnos hoy, regodeándose en sus pretendidas falencias».

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ólo quien ha comprometido parte de su vida con el estudio, la valoración múltiple, el reconocimiento de la trascendencia histórico revolucionaria del pensamiento político, los postulados ideológicos, las proclamas visionarias y tantas otras manifestaciones humanas de José Martí, pudo alcanzar la sensibilidad, el encanto narrativo y la convicción intelectual para entregarnos en estas páginas la esencia de aquel hombre que dignificó con su lucha el destino libertario de Cuba y su pueblo. Pedro Pablo Rodríguez nos propone diversos perfiles con los cuales podemos integrar la imagen y la proyección universal alcanzada por el líder cubano dentro del contexto hispanoamericano y mundial. Su erudito conocimiento martiano le permite recrearnos los sueños, las aspiraciones, los fundamentos éticos y estéticos de aquella actitud contestataria que desde siempre particularizó su existencia. El camarada, el escritor, el periodista, el crítico de arte, el conspirador…, todas ellas, facetas de un retrato biográfico concebido para recuperar sin artificios la grandeza académica, diplomática y organizativa del antillano que proclamó sin tregua el derecho a la igualdad, la soberana Independencia de Cuba y, por supuesto, el advenimiento inexorable del hombre nuevo. Libro conmovedor escrito con los materiales fecundos de la memoria colectiva y que sin duda permite comprender el origen y los alcances del proceso revolucionario que alienta a la sociedad cubana de nuestro tiempo. Raúl Pérez Torres 63


Vientos paralelos Autor: Freddy Ayala P. Género: Ensayo Editorial: CCE Año: 2015 Páginas: 102

Culturas prehispánicas de Ecuador Autora: Consuelo Yánez Cossío Género: Ensayo Editorial: CCE Año: 2015

De tinieblas y fuego Autor: Manuel Paladines A. Género: Novela Editorial: CCE Año: 2015 Páginas: 405

La representación el sujeto andino ecuatoriano en el grupo de teatro La Espada de Madera Autor: Jaime Flórez Meza Género: Ensayo Editorial: CCE Año: 2015 Páginas: 138 64

«Los ensayos de Freddy Ayala Plazarte en Vientos paralelos plantean una interpretación parcial de los cruces que más le interesan al autor en su propia subjetividad y no de aquellos que están de moda: temas como el espacio urbano contemporáneo se mezclan con los propuestos por la fiesta popular en el baile de las máscaras, por dar un ejemplo; argumentos seductores como el rol del cuerpo se combinan con el ruido de la resistencia que hace el rock, por dar otro». E.M.

«Este material forma parte del programa de estudios sobre historia de distintos pueblos del Ecuador, además de ser un relato sobre un pueblo de la Amazonía que, según la tradición, ha mantenido contacto con pueblos de la región. Los datos disponibles indican que el material original fue escrito en antiguos jeroglíficos en vasijas y pieles de animales y luego también en pergaminos. Incluye además la historia de los Ugha Mongulala, dos leyendas sobre el origen de los incas y un recuento de las culturas prehistóricas ecuatorianas...». C.Y.C. «Nos describe amenamente intensas vivencias de nuestra historia y cómo nuestros ancestros van relacionándose y participando en tal epopeya revolucionaria. Relator de oficio, el autor considera varios escenarios de increíble dramatismo vivencial; con sesgo descriptivo, recuerda desde su temprana infancia a sus mayores y los va asociando como personajes revolucionarios dentro de la historia nacional ecuatoriana. Es una novela conmovedora, de fácil lectura, que nos hace vibrar de emoción por su realismo». M.P.B. «Este trabajo, realizado con recursos y apoyo del Fondo de Investigaciones de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador, es un estudio de caso del grupo ecuatoriano La Espada de Madera, fundado por Patricio Estrella y José Alvear en 1989, que aborda sus prácticas teatrales alrededor de la influencia que han tenido en ellas lo andino y lo barroco, por un lado, y los posicionamientos discursivos del grupo, por otro».


Sembradora de lluvia Autora: Matilde Aguilar Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2015 Páginas: 77

Fábulas en luna llena Autor: María Antonieta Viteri Género: Narrativa infantil Editorial: CCE Año: 2015 Páginas: 61

Rayo Autor: Luis Zúñiga Género: Novela Editorial: CCE Colección: Letras Claves Año: 2015

Usted es la culpable Autor: Raúl Pérez Torres Género: Narrativa Editorial: CCE Colección: Letras Claves Año: 2015 Páginas: 160 Un relámpago sobre el lago Autor: Patricio Vallejo A. Género: Ensayo Editorial: CCE Año: 2015 Páginas: 209

«Lo voz poética de Matilde Aguilar recuerda las fulguraciones y evanescencias de una palabra que busca los resquicios de la realidad para abrir hendiduras profundas, que recuerdan que lo Real es apenas una experiencia fugaz que necesita deconstruirse con el escalpelo de la lucidez. La poesía es un acto heroico de lucidez y ésta siempre es cruel. Por ello las metáforas a veces necesitan extremarse a sí mismas, necesitan ese compromiso con la palabra militante con la vida, con el sueño y con el delirio…». «La escritora María Antonieta Viteri Arias nos presenta la obra Fábulas en luna llena, un trabajo narrativo compuesto por 12 fábulas. Viteri es una poeta quiteña radicada en Otavalo. Ha sido miembro del Círculo de la Prensa del Ecuador como Socio Activo (1980) y miembro del Directorio como Vocal principal y suplente (1988-1989). Escribió para el diario Últimas Noticias por más de una década ininterrumpidamente en la ‘Página del lector’ y luego en ‘Sábados poéticos’ (1982-1983)». «Escribir novelas es tamizar, en nuestros filtros interiores, argumentos veraces o ficciones fantásticas, que fluyen lentos o impetuosos; es remodelar la historia, acicalar o desfigurar fantasmas que, a veces, obedecen al autor o se rebelan y toman sus propios caminos… Esto es lo que ha logrado Luis Zúñiga en su novela Rayo, basada en un hombre que aún anda vivo por avenidas, plazas y vericuetos de antologías didácticas, de brazo con Gabriel García Moreno, el sanguinario dictador ecuatoriano...». N.E.B.

«Me gusta esta literatura. En ella reconozco el pulso de una generación nueva que tiene cosas para decir y ganas de vivir sin anestesia, aunque éste sea el precio de la muerte o la locura. Entre tanta gente rota y resignada, entre tanto enfermo de egoísmo y de miedo, bienvenido sea el insomnio del escritor. Como vos decís, descobija a los demás». E.G.

«Construido alrededor de una temática que sondea las coyunturas de la creación teatral, sobre todo en el aspecto directoral, Vallejo Aristizábal nos brinda una radiografía de su paso y preparación por y para las tablas. En gran medida autodidacta en su constante búsqueda de una metodología apropiada que lo aproximara a su quehacer teatral, asume a los maestros consagrados a quienes menciona, comenzando con Stanislavski, entre otros». B.J.R.

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La descentralización en juego Autor: Ivonne Stephanie Dávila Morillo Año: 2015 Género: Investigación Editorial: Unidad Editorial de Flacso Ecuador Páginas: 137

Solo de vino a piano lento Autor: Sonia Manzano Año: 2015 Género: Novela Impresión: Editorial Ecuador Páginas: 199

«Con esta, su mejor novela, Sonia Manzano llega al pináculo de sus artes narrativas con una sensibilidad que conmueve y sobre todo divierte presentándonos a Zulema Poveda, pianista del Bohemia, el café-bar más prominente del puerto donde confluyen artistas, pintores y músicos, esos ‘bohemios con clase’, como reza la dedicatoria… Después de cerradas las tapas de este libro, no queda más que parafrasear un parlamento de la película Casablanca: ‘Tócala de nuevo, Sonia’».

Cuadernos de Puembo Autor: Diego Pérez O. Año: 2015 Género: Ensayo Impresión: Imprimax Páginas: 127

«Cuadernos de Puembo es un recorrido, de la mano del blues, por los campos de algodón del delta del río Mississippi, por las cantinas de Chicago y por escenarios de Londres. También es una invitación a las largas frases de Marcel Proust, a los voyerismos de Javier Marías, a la gran belleza de la literatura de John Banville y a la enfermiza soledad de Alfredo Gangotena… Cuadernos de Puembo es también la materialización de un blog, la recuperación en papel de una tentativa digital».

Alas de arcángel Autor: Ariana Aldaz López Año: 2015 Género: Novela Editorial: CCE, Núcleo de Tungurahua Páginas: 333

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«…Esta investigación ofrece una interpretación del Estado y su institucionalidad en Ecuador a partir de la construcción de un tipo-ideal conocido como reforma del Estado. La autora aporta al análisis de la relación entre Estado y sociedad al considerar el vaivén entre la centralización y la descentralización en el paso de un régimen democrático liberal, o democrático social, al Estado plurinacional».

«Las secuencias narrativas, matizadas en torbellinos de espejos y relámpagos, podemos vislumbrar en las resacas abruptas de los entes monstruosos que despliegan su Ser Fantástico, en Alas de arcángel, novela de Ariana Aldaz López, jovencita autora, quien, en insólitos exilios, fulgura la reencarnación de espíritus mezquinos y seres diabólicos, hasta configurar a través de cauces mágicos y hechos indescriptibles, esos personajes definidos que retratan historias de la existencia…». N.A.S.


panel

CONCURSO DE NOVELA CORTA ‘MIGUEL DONOSO PAREJA’

SARA DANIUS ANUNCIARÁ EL NOBEL DE LITERATURA

La Ilustre Municipalidad de Guayaquil, con motivo de la Feria Internacional del libro 2015, convoca a este concurso de novela corta en el cual pueden participar los escritores ecuatorianos o extranjeros residentes en el país. La obra debe ser inédita, de tema libre, con una extensión entre 120 y 150 hojas escritas a espacio y medio. Se presentará un original y tres copias, firmadas con seudónimo y en sobre aparte los datos personales del autor. El concurso ofrece un premio único de $10.000 y la fecha límite para recibir las obras es el 14 de agosto de 2015. La dirección a la cual enviar las obras es: Centro de Convenciones de Guayaquil, oficinas Expoplaza. Av. De las Américas 406 (antiguo aeropuerto). Para mayor información llamar a Expoplaza: (04) 2925-411.

La filóloga sueca Sara Danius, catedrática de Literatura e Historia del Pensamiento en la Universidad de Estocolmo y miembro de la Academia Sueca desde 2013, fue nombrada Secretaria Permanente de esta institución, será la primera mujer en ostentar este cargo y, como tal, anunciará al ganador del más prestigioso premio mundial en letras. La Academia está conformada por 18 miembros vitalicios; ella reemplaza al escritor Peter Englund en esa función. Danius nació en 1962, se doctoró en Literatura por las universidades de Duke (EE.UU.) y Uppsala (Suecia). Fue profesora universitaria en Estados Unidos y Alemania y ha escrito extensamente sobre Tomas Tranströmer (Nobel de Literatura 2011), Roland Barthes, Thomas Mann (Nobel en 1929), Marcel Proust, Gustave Flaubert y James Joyce. Ha publicado varias obras sobre estética moderna.

CONCURSO LITERARIO ‘AURELIO ESPINOSA PÓLIT’ DE ENSAYO La Pontificia Universidad Católica del Ecuador convoca al XL Concurso por el premio Aurelio Espinosa Pólit 2015 en el género Ensayo Literario. Pueden participar solamente escritores ecuatorianos y los trabajos se entregarán hasta el 3 de julio de 2015 a las 17h00. El premio es de $ 5.000. Dirección: XL Premio Nacional de Literatura ‘Aurelio Espinosa Pólit’

Pontificia Universidad Católica del Ecuador Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura (FCLL) Escuela de Lengua y Literatura Oficina 128 ó 114 FCLL Apartado 17-01-2184 Quito – Ecuador Teléfono: 2991700, ext. 1381 ó 1460

PREMIO ‘LA LINARES’ DE NOVELA BREVE La Casa de la Cultura Ecuatoriana y la Campaña de Lectura Eugenio Espejo convocan al Premio ‘La Linares’ de novela breve 2015, en el que podrán participar escritores ecuatorianos y extranjeros con cinco años de residencia en el Ecuador. El plazo de entrega vence el 30 de septiembre de 2015. El premio será de $ 6.000 más la publicación de la obra, con circulación en la red de suscriptores de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo.

Dirección:

Campaña de Lectura El Heraldo 244 y Juan de Alcántara Telf. 243 2980 o CCE, Oficina de Presidencia Avs. 6 de Diciembre y Patria

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Texto:

Patricio Herrera Crespo Entrevista:

Rodrigo Villacís Molina

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ilberto Almeida Egas dejó el pincel para siempre. Él fue su compañero de vida, el que llevó su pensamiento, las imágenes que guardaban sus ojos al lienzo. El paisaje, el indio, los músicos, los portones quedaron para siempre en sus cuadros que cuelgan de las paredes de museos y casas de varios países de América, Europa, Oriente Medio y, por cierto, de Ecuador. Conversando con Rodrigo Villacís Molina, periodista y crítico de arte de larga trayectoria, nos comentaba sobre una entrevista que le concedió Gilberto Almeida en 1980, que retrata la vida y el pensamiento de este importante artista plástico nacido en San Antonio de Ibarra el 30 de mayo de 1928, donde vivió y falleció el 20 de abril del presente año. La entrevista es de hace 35 años pero decidimos publicarla como un home-

naje póstumo a este gran pintor, para que la generación actual le conozca a través de su palabra además de su pintura. Transcurre en la recordada Galería Goríbar… Almeida habla con el entrevistador con una despreocupación de «a mí no me interesa salir en el diario»; pero reclama un tinto tras de otro, a veces se ríe de sí mismo y puntea la conversación con palabrotas. Habla con gusto de su vida, de sus estudios en un colegio quiteño donde supuestamente se cultivaban las vocaciones religiosas, y donde estudió hasta el penúltimo año. «Entonces me salí —dice— antes de que fuera demasiado tarde, como lo hicieron también muchos de mis compañeros, que ahora son militares, ingenieros, abogados, etc.; pero solo yo me hice pintor…».


elegía

El paisaje, el indio, los músicos, los portones quedaron para siempre en sus cuadros que cuelgan de las paredes de museos y casas de varios países de América, Europa, Oriente Medio y, por cierto, de Ecuador. ¿Cómo fue eso? (le interrogo, puesto que él ha tocado el punto). Me cambié al Colegio de Arte ‘Daniel Reyes’, de San Antonio de Ibarra, que por entonces había sido creado. Aprobé hasta el último curso, pero no me gradué. De todas maneras, ahí me hice pintor.

emponchados, gauchos, budas, quijotes tallados en serie para un turismo que no sabe de lo que se trata. Lo bueno es que, de todas maneras, eso le permite vivir a un pueblo con vocación agrícola, pero sin tierra y sin agua.

De ese colegio han salido, más bien, muchos artesanos, aunque también uno que otro artista. ¿Cómo se pasa la línea? Si lo supiera, habría patentado el descubrimiento. Yo al menos no me di cuenta, y ni siquiera estoy seguro de haber pasado la línea que separa la artesanía del arte.

Ya que alude a esos trabajos en serie, ¿no cree que usted insiste mucho en el tema de las puertas, de las paredes, de las casas…? Yo amo lo mío. Yo veo, oigo, toco, huelo lo que está a mi alrededor, porque mis sentidos no están atrofiados, y no tengo que andar buscando nuevas sensaciones, ni explorando otros mundos. Yo quiero hacer cosas reconocibles, y hago cosas reconocibles.

¿Qué piensas de la artesanía de San Antonio de Ibarra? A veces pienso que lo que se hace allí nada tiene que ver, por desgracia, con el auténtico arte popular: indios

Pero ¿por qué ese apego a ciertos detalles de la arquitectura popular? A través de esos detalles se conoce a quienes habitan

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esas casas. Antes de pintar yo visito esas construcciones a veces precarias; entro y me gozo con la conversación de quienes viven tras esas paredes: gentes sencillas y maravillosas, gentes estables, buenas, que no necesitan de mucho para ser felices. En las casas que yo pinto hay gente que saluda y sonríe porque tiene ganas de hacerlo, simplemente, porque quiere comunicarse; no como en las ciudades, solo por conveniencia. Eso se traduce en mi pintura, ese aspecto humano. Pero en su pintura, las casas son las protagonistas, no las personas… Sí. Yo me enamoro de una casa y la miro por todos los costados, penetro en ella, me hago amigo de sus gentes, como le digo; cuento las gradas, mido las paredes y, entonces, comienzo a soñar, y mi imaginación comienza a hacer de las suyas, a darle otra dimensión a la realidad… ¿Influencias? ¿De otros pintores? Quizás de algunos que no voy a nombrar, porque más que su técnica, su manera de pintar, ha influido en mí su comportamiento, su actitud ante la vida y ante el arte. Pero, en cambio, voy a nombrar a un artista que no me interesó nunca: Picasso, un narcisista, un tipo antipático… Los críticos tienen la manía de hacer comparaciones. ¿Le han comparado a usted con otro pintor? Cuando presenté una exposición en la Unión Panamericana, el crítico de arte del Washington Post me comparó con Dubuffet y, ciertamente, en ese momento había por una coincidencia algo de él en mi pintura. Pero yo creo que si mi pintura vale algo, no es porque se parece a la obra de otro, sino porque todo lo que hay en ella es de Gilberto Almeida. Dicen que usted se ha comercializado en exceso, que ya no es el artista que era antes… Da la casualidad de que el pintor también debe comer, y de que la familia del pintor, como cualquier otra familia, tiene muchas necesidades. Aunque algunos piensan que los artistas, con su familia incluida, somos seres sin estómago…

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Bueno, me estaba refiriendo al hecho de hacer cuadros de carácter más comercial que otra cosa, para satisfacer la demanda de una clientela snob, un poco como los turistas a los que usted aludía. Le entiendo, y no me avergüenza decirle que ciertamente he hecho cantidades de cuadros de esos. Pero tenía que construir mi casa, mi cubil. Esos cuadros se convirtieron en molones, ladrillos, cemento, tejas, etc. Haciendo la otra cosa, el ‘arte puro’, andaba de café en


café, en plan de bohemio, mientras los míos se morían de hambre. Si a mí alguien me señala con el dedo por lo que estoy diciendo, ¡que se vaya al carajo…! ¿Y qué hay de los clavos que usted solía sembrar en sus cuadros? Los sigo usando, a veces, porque no he querido limitarme a los tubos de óleos, a los pinceles, a la espátula. Es bueno experimentar, ir un poco más allá de lo tradicional. Hay pintores, desde luego, que todo lo hacen siempre de la misma manera, como un rito; conozco uno que no trabaja si no escucha música de Bach. Yo, en cambio, cuando oigo la música de Bach, ya no puedo hacer otra cosa. Me dedico íntegramente a ella. A propósito de este último pronombre, ¿usted no ha ensayado nunca pintar el desnudo femenino? ¡Imposible! Con las mujeres me pasa lo mismo que con la música de Bach. Entrevista publicada en diario El Comercio, octubre 19 de 1980.

Esta obra es posiblemente la última que pintó Gilberto Almeida. Archivo fotográfico de Rodrigo Villacís Molina.

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tributo

Patricio Herrera Crespo

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uando a Óscar Collazos se enteró que había muerto, dijo con una sonrisa: «Hoy estuve en una unidad de chismes intensivos», pues le dieron por muerto en algún periódico y en las redes sociales. Más allá de su sonrisa, la situación era grave: había estado hospitalizado con un cuadro de salud difícil, diagnosticado en el 2014, que fue el punto de partida de una batalla contra la muerte que al final lo venció. Óscar murió el 17 de mayo del presente año a las tres de la mañana en los brazos de su esposa y su hija. Colombia se vistió de luto. Las letras se mojaron de lágrimas y las páginas de los periódicos se quedaron en blanco. Dijo el periódico El Universal: «El escritor, el periodista, el polemista estaba en silencio. Las cenizas en el mar suenan como una música leve, como un reguero de plumas en el agua. Las cenizas del escritor Óscar Collazos (1942-2015) fueron dispersadas en el mar de Cartagena de Indias, y compartirán eternidad en las aguas de Bahía Solano. Un ser humano es la música breve de su erranza por la Tierra. El espíritu queda latiendo en sus palabras. En su sabia lucidez y en su vocación de contar el alma del país. Queda ahora en el corazón y en la ternura de su sombra, en Jimena Rojas, su compañía esencial de Cartagena de Indias». Óscar Collazos nació en Bahía Solano el 29 de agosto de 1942. Desde su adolescencia se inclinó por la literatura y la continuó en sus años universitarios. Se vinculó al Teatro Escuela dirigido por Enrique Buenaventura. Viajó a varios países de Europa y fue en París donde fue testigo de los acontecimiento de mayo de 1968. Allí inicia la escritura de su primera

novela Los días de paciencia. Al siguiente año es jurado del premio Casa de las Américas de Cuba y se queda en La Habana para dirigir el Centro de Investigaciones Literarias, cargo que había dejado Mario Benedetti. De 1972 a 1989 vivió en Barcelona, donde colaboró en editoriales españolas y en revistas culturales. Fue finalista del premio Barral con su novela Crónica de tiempo muerto. A su retorno a Colombia siguió con su tarea periodística como columnista de varios periódicos, así como una serie de actividades culturales y de cátedra universitaria y continuó con su actividad literaria que sumó quince novelas. Fue muy amigo del Ecuador. Compartió con escritores ecuatorianos, especialmente con Raúl Pérez Torres y Antonio Correa Losada, y participó en varios encuentros organizados por la Casa de la Cultura y el Consejo Provincial de Pichincha. Raúl, actual presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, dice de él: «Gran amigo de Ecuador, Óscar Collazos, siempre experimentando, siempre buscando nuevas formas, cuidando el lenguaje y sacando chispas a las palabras, en un mundo violento, acometiendo los molinos de viento de las barriadas urbanas. El narcotráfico, la violencia, la guerra desnudan sus máscaras en esta literatura valiente que nos habla de medio siglo de dolor, en Colombia. Rencor, La modelo asesinada, y su última novela, Tierra quemada, son testimonios de la desolación, el dolor y el miedo frente a la deshumanización contemporánea. Como él mismo decía, su creación de los últimos años desmontaba ‘las relaciones de parentesco entre la criminalidad, la alta política y las industrias de la belleza…’».




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