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Sergio RamĂrez
Premio Cervantes 2017
Daniel Salinas Basave Cita con la historia
Agustina Bazterrica Teicher vs. Nietzsche
Minerva Margarita Villarreal Premio Festival de la Lira 2017
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MUSEO DE ARTE COLONIAL
RELIGIOSIDAD POPULAR Y EXVOTOS SIGLOS XVII - XX
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DIRECCIÓN Calles Cuenca y Mejía esquina (Centro Histórico) Teléfono: 2282297 Correo electrónico: museodeartecolonial@yahoo.com Facebook: museodeartecolonialquito www.casadelaculturaecuatoriana.gob.ec
EXPOSICIÓN ABIERTA HASTA: 24 de febrero de 2018
HORARIOS DE VISITA Martes a sábado 09h00 a 16h00 Reservación previa para grupos.
editorial RESCATE DE LA INSTITUCIONALIDAD
C
uando vamos a comenzar el año 2018, deseo expresar un saludo cordial a nuestros lectores, a los gestores culturales y a los compañeros funcionarios, empleados y trabajadores que hacen la institución. Deseo transmitir a ustedes mi deseo y voluntad de que éste sea un año de realizaciones personales positivas para cada uno de ustedes, un tiempo de desarrollo en familia y el momento para que nuestra institución avance hacia la consecución de sus objetivos. En estos primeros siete meses, la gestión realizada en unión con los empleados y trabajadores ha sido mi principal esfuerzo y se ha dirigido a procurar la consolidación institucional, direccionada en dos ámbitos: la relación de la Casa con la sociedad en su conjunto y el fortalecimiento interno de las relaciones laborales. Hemos defendido la autonomía de la institución, eje y norte que nos orienta, pues nos garantiza no estar inmersos en el vaivén de los avatares políticos del Estado y de los sucesivos gobiernos. Para que la autonomía sea una realidad, hay que ejercer sin descanso la libertad, requisito sine qua non para que el individuo pueda realizarse en cualquier campo. La libertad es un patrimonio inclaudicable de los artistas, creadores, pensadores, intelectuales y gestores culturales. Y como uno de los principios fundamentales de mi vida y de la vida institucional, la libertad de pensar, expresarse, creer, ser y manifestarse, es también un derecho inclaudicable. En este camino, hemos tenido que enfrentar varios desafíos y en casi todos los casos hemos ido ganando poco a poco los espacios, hasta que en algún momento podamos decir que hemos triunfado, cuando logremos la reforma a la Ley de Cultura. Definitivamente, todavía nos queda un triunfo por alcanzar: la reforma a la Ley de Cultura, que garantice de modo definitivo la autonomía de nuestra institución. Casa adentro, la lucha por fortalecer la institucionalidad la hemos librado en términos concretos y a diario. Con el fin de estructurar la institución de acuerdo a la Ley Orgánica de Cultura, se ha elaborado la Matriz de Competencias y el Modelo de Gestión, los que ya han sido aprobadas por el Ministerio de Trabajo, y se está elaborando el Estatuto Orgánico de Gestión Organizacional y Procesos, y el Manual de Valoración de Puesto. Asimismo, se aprobó el Reglamento para el funcionamiento de los Núcleos Provinciales y el Reglamento para el funcionamiento de la Junta Plenaria. De igual manera, en nuestra Casa, en el campo social hemos cumplido con el reconocimiento y la cancelación de haberes pendientes a los trabajadores, mediante la suscripción de un acta transaccional con el sindicato, con la mediación del Ministerio Laboral. Se pudo cumplir también con el pago del bono a los trabajadores que se separaron de la institución por motivos de jubilación. Sentimos satisfacción por el deber cumplido, pues también hemos fortalecido así la institución. Y todo esto se lo ha hecho con el respaldo de los sectores culturales y el respeto y la consideración individual que nos debemos todos quienes laboramos en la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
número treinta • diciembre 2017 Presidente Camilo Restrepo Guzmán Director Patricio Herrera Crespo Editor Patricio Viteri Paredes Colaboran en este número: Franklin Barriga López, Jorge Basilago, Agustina Bazterrica, Liliana V. Blum, Jorge Luis Cáceres, Ximena Carcelén, Bernardita Maldonado, Yuliana Marcillo, Kepa Murua, Sergio Ramírez, Juan Romero Vinueza, Daniel Salinas Basave, Sebastián Villagómez, Minerva Margarita Villarreal, Yvonne Zúñiga. Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila L. Portada Familia y universo, madera de nogal, 2007. Luis Potosí
Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 426 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador. casapalabrascce @casapalabrascce
LA EXPLOSIÓN CULTURAL DEL SIGLO XXI casapalabrascce@gmail.com
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índice
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A cien años del nacimiento de la escritora estadounidense Carson McCullers, Yuliana Marcillo hace un esbozo de su vida y obra.
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Sergio Ramírez, escritor nicaragüense, Premio Cervantes 2017.
Poesía de Minerva Margarita Villarreal, escritora mexicana que ganó el Premio de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira 2017. El centerfielder, cuento de Sergio Ramírez. Lucio en el cielo sin flash, cuento de la escritora mexicana Liliana V. Blum. Selección poética de la escritora ecuatoriana Bernardita Maldonado.
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El reconocido escritor mexicano Daniel Salinas Basave nos ofrece su relato Cita con la historia.
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Poemas de Hilda Hilst, la gran escritora brasileña.
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El historiador Franklin Barriga López nos presenta una semblanza de Federico González Suárez, en el centenario de su fallecimiento.
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La voladora, cuento del escritor ecuatoriano Sebastián Villagómez.
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Jorge Basilago mantiene un diálogo con tres escritores cubanos sobre la labor editorial en Cuba.
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Jorge Luis Cáceres analiza el libro De noche andamos en círculos, del escritor peruano-estadounidense Daniel Alarcón.
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Remembranza de los 100 años de la coronación del poeta cuencano Remigio Crespo Toral, por Patricio Herrera Crespo.
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Juan Romero Vinueza examina los Ejercicios de estilo de Raymond Queneau.
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Yvonne Zúñiga estudia el entorno de Mujeres enamoradas, novela del escritor británico D.H. Lawrence
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Poemas del escritor vasco Kepa Murua.
Camilo Restrepo Guzmán reseña el libro Las guerrillas en Colombia, del escritor Darío Villamizar.
Homenaje al cineasta argentino Fernando Birri.
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La escritora argentina Agustina Bazterrica nos presenta su relato Teicher vs. Nietzsche.
Homenaje a Rubén Ackerman, poeta venezolano fallecido hace poco en Ecuador.
Exposición Exvotos y religiosidad popular en Ecuador - Siglos XVII XX, por Ximena Carcelén.
centenario
La escritora que retratรณ la desolaciรณn del Sur estadounidense
Lo normal es lo trastornado
Yuliana Marcillo
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l griego Spiros Antonapoulos y el sordomudo John Singer, cruzaron del brazo por última vez, al caer la tarde, por aquella calle, de aquel pueblo, en aquel Sur, donde habitan los personajes de Carson McCullers. El pueblo, lleno de fábricas de hilaturas de algodón, de casas llenas de obreros, con una iglesia de colores, una calle principal de no más de cien metros, perdido y olvidado del resto del mundo, con inviernos cortos y crudos y veranos llenos de un calor rabioso, bien podría ser el pueblo de los inadaptados, de los solitarios, jorobados, de homosexuales, de gigantas apasionadas, de soldados enamorados, de negros y adúlteros, pero increíblemente relevantes, a quienes Carson McCullers les dio voz y los puso en el centro de ese refugio geográfico, que es parte fundamental de la narrativa de una de las escritoras estadounidenses más extraordinarias de Norteamérica en el siglo XX.
Carson McCullers nació en Columbus, Georgia, en 1917. Fue ubicada junto a autores como William Faulkner, Flannery O’Connor, Truman Capote, Tennessee Williams o Cormac McCarthy, dentro de lo que se denominó ‘gótico sureño’, quienes, a diferencia de la novela gótica europea, no recurrían a una cierta oscuridad propia del género para instaurar el suspenso previo al terror, sino para explorar de manera refractaria el convulsivo mundo en que vivían. La diferencia de McCullers con los demás autores del ‘gótico sureño’ fue que supo expresar la ruptura de la norma con una candidez inquietante, una ternura que evidenciaba el desamparo vital de sus personajes, señalan sus biógrafos. La escritora reveló con precisión cómo era vivir en el sur segregado. Contó historias de seres desvalidos que quedan afuera a veces por un problema físico o, en otro plano, el aislamiento de la vida en un pueblo. La escritora argentina Esther Cross, dijo: «Ella imaginó durante años los detalles de una fiesta a la que no pudo entrar cuando era chica. Escribir para ella era explorar la imaginación, esa mezcla de sueño y realidad para acceder a lugares y personajes. Escribió sobre la rara soledad del amor, sobre los que no pueden amar y los que quieren a alguien incapaz de amar. Les dio importancia y tiempo», convirtiéndose de esta forma en uno de estos extraños seres, siendo también una niña maldita, quizás, imposibilitada también para el amor, siempre con una ternura decisiva, elemento esencial en su narrativa. Giró el ojo hacia sí misma para alimentarse de sus experiencias, incluso de su vida proyectada: «Todo lo que sucede en mis relatos, me ha sucedido o me sucederá», dijo McCullers en una ocasión.
Lo normal es lo depravado McCullers siempre fue una niña enfermiza. Su historial clínico fue muy amplio, iba desde fiebres, rotura de mandíbula, hasta ataques cerebrovasculares. Era la mayor de tres hermanos y la favorita de su madre, quien la vestía de blanco y la hacía practicar el piano todas las tardes. Su madre decía que tenía buen oído y gran talento musical. Su padre trabajaba como joyero y relojero. A los trece años descartó el nombre Lula y prefirió llamarse Carson. A los quince obtuvo su primera máquina de escribir. A los diecisiete viajó desde Georgia a Nueva York para estudiar en la escuela de música Juilliard. Su padre había vendido el anillo de la abuela, última herencia familiar, para que su primogénita cumpliera el sueño de convertirse en pianista. Pero otros planes estaban por venir: Carson perdió el dinero y nunca pudo estudiar música. No quiso regresar, decidió quedarse en Nueva York, ganarse la vida con pequeños trabajos (entre ellos, paseadora de perros y dactilógrafa en una inmobiliaria) e intentar entonces cumplir otro sueño: convertirse en escritora. Las historias de sus personajes revelan la vida al borde del abismo, quizá la misma que experimentó la atormentada escritora: en 1932 se enfermó gravemente de fiebre reumática, afección mal diagnosticada que la mantuvo postrada durante meses, lo cual le acarreó graves problemas de salud durante toda su vida, como parálisis y derrames cerebrales. En 1936, luego de una temporada en Nueva York, volvió a la casa familiar para recuperarse de una enfermedad respiratoria. Escribió sin descanso y un año después se casó con James Reeves
McCullers, sargento y aspirante a escritor con quien mantuvo durante años una relación tumultuosa y enfermiza: se divorciaron en 1941 y se volvieron a casar en 1945, para después volverse a enredarse en una maraña de celos, infidelidades, alcohol y terminar en el suicidio. Una noche, su esposo intentó estrangularla pero no pudo, al final, cumplió su eterna amenaza: la de suicidarse. Esta fue una de las épocas más oscuras y trágicas de la vida de la escritora; tras el suicidio de su pareja se agravaron sus problemas de salud, los cuales, con los años, dejaron parte de su cuerpo paralizado. «Fue mi primer amor, no me di cuenta de que estaba perdido hasta que fue demasiado tarde para salvarlo o salvarme», escribió Carson.
Lo normal es lo increíble En 1936, con 19 años, publicó su primer relato, Wunderkind, en la revista Story, y en 1940, con apenas 24 años, salió el libro que la catapultaría a la fama: El corazón es un cazador solitario. La novela trata sobre la historia de dos sordomudos en un pueblo sureño que sigue conmoviendo porque se adentra en la profundidad del alma de sus personajes (¿quizás amantes?), y nos deja colgando de un hilo, cuando uno de ellos se vuelve loco y acaba en un psiquiátrico, dejando en la soledad más absoluta al protagonista. Lo escribe ella misma en el prefacio del libro: «Los seres humanos son gregarios de nacimiento, pero una tradición cruel les obliga a aceptar actitudes que no concuerdan con su naturaleza más profunda, sin embargo, hay hombres que son héroes por naturaleza: lo darán todo de sí mismos sin tener en cuenta el esfuerzo o el beneficio personal».
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Este año se cumplieron cien años del nacimiento de la escritora estadounidense Carson McCullers y cincuenta de su muerte. Estas fechas se celebran con la reedición de toda su obra.
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Cuando empezó a escribir El corazón es un cazador solitario, sólo sabía que las personas del pueblo donde transcurría la historia querían desahogarse con el mismo personaje, señalan sus biografías. Decidió que ese hombre se llamaría Harry Minowitz: «Trabajé un año sin entender muy bien qué hacía. En un momento decreté que el libro no sería una novela, que lo f ragmentaría y lo convertiría en un libro de cuentos. Pero entonces empecé a sentir la mutilación en mi propio cuerpo. Estaba desesperada…», señala la escritora. Luego vino la luz: el protagonista se llamaría John Singer, debía ser sordomudo y la novela empezaría así: «En la casa había dos mudos, y siempre estaban juntos». De esta manera, y prácticamente de la noche a la mañana, McCullers se convierte en una autora respetada. McCullers fue bisexual, se enamoró también de las escritoras Anne Marie Schwarzenbach y Katherine Anne Porter, pero más allá del contacto físico o de la experimentación erótica, los críticos de su época la denominaron como una «romántica frenética»; también se ha dicho que McCullers es la escritora de las disfunciones del amor.
Este año se cumplen el centenario de su nacimiento y los cincuenta años de su muerte. Con motivo de la doble efeméride, a lo largo de 2017, Seix Barral ha reeditado su obra completa: El corazón es un cazador solitario (1940), Reflejos en un ojo dorado (1941), Frankie y la boda (1946), La balada del café triste (1951), Reloj sin manecillas (1961). Y póstumamente ha aparecido su autobiografía, Iluminación y fulgor
nocturno (1999) y El mudo y otros textos (2007).
Una última balada Adicta a la ginebra, con una pierna amputada y dictándole a una secretaria sus últimas palabras para lo que sería su autobiografía Iluminación y fulgor nocturno, en 1967 un
ataque cerebral la dejó paralizada y murió ese año, luego de permanecer seis semanas en coma. Charles Bukowski retrató su final en un poema: «Murió alcohólica/envuelta en una manta/ sobre una silla plegable/ en un transatlántico./ Y todos esos libros suyos/ de aterradora soledad/ esos libros/ sobre la crueldad/ del amor sin amor/ es todo lo que de ella queda/ uno que pasaba/ descubrió
su cuerpo/ y avisó al capitán/ y su cadáver fue trasladado/ a otra zona del barco/ mientras todo lo demás seguía/ exactamente como ella lo había descrito». Y aunque sus manos nunca más volvieron a tocar el piano, sin duda una balada triste suena en su escritura. 7
Crisávila De la dulce jaula de tu pecho a tus cejas pobladas Tersa nieve de Ávila Nuestra Señora de las Nieves bajo el nimbo de su nívea primavera cuando nos recibió la Anunciación Un sonido de estela astral como rosa recién nacida A partir de esa tarde la Sinagoga fue cerrada El cielo exhaló un frío lavanda y amuralló el ardor de Teresa la piel durazno de sus mejillas su hato de leña su suelo manchado de moras que alimentan crisálidas Después la náusea y mientras mareaban los cantos la metamorfosis empezó a manifestarse: Como un fuego se levantó dentro de mí
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Laude Mientras me como esta manzana Dios viene a bendecirme parpadeante de sol desciende al vuelo de la paloma con su piel su pelo alborotado y un joven que conduce a la puerta del programa de los doce pasos El muchacho es adicto De cada diez uno no recae: La impotencia de sus labios por mi sangre fluye
poesía Aparece
Laude Del color del viento del aire que erosiona los muros De cómo transparentan los matices de piedras y arenales el verde sedoso del olivo bajo el rayo a lo largo del día Tersa crucificada: Así miré tu sangre la canción de tu sangre Consunción oscuro follaje que mana el agua viva
Antes del alba sus manos traen el cielo hasta el muro de piedra y en lecho de madera abro los ojos que no abro Su hábito solar su descalzo venir estando aún dormida con otros ojos vi Tersa Teresa de las metamorfosis blanca es rosa su piel roza casi su rostro Detrás del respaldo que no hay ella misma es respaldo: Cara brazos torso manos sobre mi cabeza Inclinada está: Cúmulo de luz Teresa bajo el velo negro en la tiniebla rémora sus pies desde otro plano la vigilia previa de atravesar el curso de los astros e irrumpir Tersa de las meditaciones En la tierra el espanto: Más que asombro mantequilla líquida penetrando por no sé qué resumidero el cuerpo: Seré una alcantarilla en manos de Teresa una fiebre de oro de las llagas de Cristo un cielo desprendido del siglo dieciséis una viuda oscilante un dominico en ascuas una familia perseguida y de cuatro maneras germinará lo plantado: Agua del pozo Agua de noria sin anegar el huerto Agua de río o del arroyo Lluvia del cielo: La humanidad de Cristo desnuda tus pupilas su tórax alanceado aún gotea Bañémonos Teresa en esta rojedad En la tierra el espanto Bañémonos Teresa El espanto Teresa Bañémonos Teresa en esta rojedad
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Laude
Antes de caer
De la fuerza de las corrientes moviéndose bajo la faz del abismo de la estrella que iluminaba las profundidades cuando el Espíritu se detuvo e hizo brillar el Paraíso De la voz de las profundidades que salía de boca de la estrella cuando el Espíritu cuando la estrella cuando la voz siendo Uno siendo el Paraíso transfiguró mi peso muerto en Vida
Devora núcleos de mi cabeza como la metanfetamina como el cristal y va haciendo más grande el agujero Tampoco sé si me quiero a mí misma o prefiero la muerte Me hubiera golpeado la cabeza contra el árbol hasta quedar fuera de mí me hubiera atravesado en el tráfico o me hubiera aventado del puente Nunca me corté pero me arañaba hasta el punto de sacarme sangre o encerrada en el baño me apretaba el cuello hasta no respirar sólo quería desmaterializarme y tener a alguien que me desapareciera La culpa va sorbiendo si no la borras de tajo: Ella tan fiel y tan pegada tan tú cuando te admiras al espejo tan subrepticia sin que la percibas termina reflejándose
Aire del paraíso Retirados los clavos su andar directo y sin rodeos su camisa el tapiz ocre y guinda de flores que traspasa como si fueran viento Cien siglos de los nuestros valen un segundo suyo el corte que suspende el curso de los astros A veces me sigue hablando en la cruz La ventana de mi celda da a un monte con vacas y moscas que las circundan Más alto cruzan las cigüeñas y las nubes coronan la cabeza de un árbol Siempre he dicho que ese árbol es Cristo desnudo sobre una pila de ceniza llamándome desde la cruz del valle que enmarca mi ventana Después retirados los clavos su andar directo y sin rodeos su camisa y el tapiz traspasado Dos planos traza el verbo: A la izquierda las ramas de un roble el aire estremecido los surcos robados por la breña para que las vacas nos contemplen Adentro las hojas derramadas de guinda el ocre desdorándose de la torre más alta El nido de las grullas las alas majestuosas y la espada y un hueco en mi cabeza arde Entre toros y garzas rompe la ola el lienzo y corre por un costado el arroyo de su falda En cuevas duerme comiendo Eclesiastés comiendo hierba del Eclesiastés Arden como obsesión el obelisco y el carro de heno y el aire reverbera En su costado sigue el pozo que llaman Incendio y su voz derrota las falsas profecías Cruza el arroyo de su falda Lo que ocurre posee un adelanto que no logramos advertir: Las cuevas se transforman en moradas y las siete mansiones del castillo son ábside del verbo Con el Señor a solas
el fruto de su mano el aro que circunda sus labios hasta de lleno entrar al fuego vivo de su silva ascendente
Minerva Margarita Villarreal (Montemorelos, Nuevo León, México) Es autora, entre otros libros, de Pérdida (1992), Premio Nacional Alfonso Reyes 1990; El corazón más secreto (1996), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 1994; Tálamo (2011), Premio de Poesía del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2010; De amor y furia. Epigramísticos (2015); y, Las maneras del agua (2016), que obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2016 y el Premio del Certamen de Poesía Hispanoamericana ‘Festival de la Lira’ 2017, de Cuenca, Ecuador. En el libro De Santa Teresa (2017), editado por Salvador Retana, está incluido el poema ‘Aparecida’, de su autoría, junto a la obra del poeta castellano José María Muñoz Quirós y dibujos del artista vasco Antonio Oteiza. Su obra poética ha sido traducida al inglés, francés, italiano, polaco y macedonio, incluida en antologías nacionales e internacionales y estudiada en tesis de posgrado en San Diego State University, Universidad Autónoma de Nuevo León, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Universidad de Guadalajara; además, en 2013 mereció el Premio de Honor Naji Naaman’s Literary Prizes, de Líbano. Maestra en Letras Españolas por la Universidad Autónoma de Nuevo León. En esta institución es profesora e investigadora en la Facultad de Filosofía y Letras y titular de la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria. Es Miembro Artístico del Sistema Nacional de Creadores de Arte y Miembro Asociado del Seminario de Cultura Mexicana. 11
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l escritor Sergio Ramírez fue galardonado, a mediados de noviembre, con el Premio Cervantes, el máximo reconocimiento de la literatura en español. Es el primer escritor nicaragüense en recibir el galardón y el jurado del Premio destacó que su obra «aúna la narración, la poesía y el rigor del observador y el actor. Y
refleja la viveza de la vida cotidiana convirtiendo la realidad en una obra de arte, todo ello con excepcional altura literaria y en pluralidad de géneros, como el cuento, la novela y el columnismo periodístico». Nació en Masatepe, Nicaragua, en 1942. Es parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Después
premio
de vivir en Costa Rica y Alemania abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza en 1979. Ocupó el cargo de vicepresidente del gobierno. Reemprendió la escritura con la novela Castigo divino (1988), que obtuvo el Premio Dashiell Hammett en España, y la siguiente, Un baile de máscaras, ganó el Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia en 1998. Su novela Margarita, está linda la mar ganó el Premio Alfaguara en 1998, además el Premio Latinoamericano José María Arguedas, otorgado por Casa de las Américas en Cuba. Otros de sus libros, publicados también bajo el sello Alfaguara,
son Mentiras verdaderas (ensayos sobre la creación literaria, 2001); los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007), y Flores oscuras (2013); así como las novelas Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), El cielo llora por mí (2008), La fugitiva (2011), que obtuvo el premio Bleu Metropole en Montreal, Canadá, en 2013, y la más reciente, Sara. También ha publicado sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999), y su libro de crónicas sobre escritores y escritura Juan de Juanes (2014). Bajo el sello del Fondo de Cultura Económica han aparecido sus Cuentos completos en 2014. Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria (Chile, 2011). Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español (México, 2014). Premio Cervantes (Madrid, 2017). Traducido a más de quince idiomas. Profesor visitante de la Universidad de Harvard. Ha recibido la Beca Guggenheim, lo mismo que la Orden de las Artes y las Letras de Francia, la Cruz al Mérito de Alemania; y la Orden Isabel la Católica de España. Sus columnas aparecen en una veintena de periódicos de Hispanoamérica. Es Maestro de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano ‘Gabriel García Márquez’, y miembro de la Junta Directiva y del Consejo Rector del premio de la misma institución. Miembro del número de la Academia Nicaragüense de la Lengua, miembro correspondiente de la Real Academia Española, y de la Academia Puertorriqueña de la Lengua. Preside en Managua, desde 2013, el festival literario Centroamérica Cuenta. 13
El centerfielder Sergio Ramírez
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l foco pasó sobre las caras de los presos una y otra vez, hasta que se detuvo en un camastro donde dormía de espaldas un hombre con el torso desnudo, reluciente de sudor. —Ese es, abrí —dijo el guardia asomándose por entre los barrotes. Se oyó el ruido de la cerradura herrumbrada resistiéndose a la llave que el carcelero usaba amarrada a la punta de un cable eléctrico, con el que rodeaba su cintura para sostener los pantalones. Después dieron con la culata del garand sobre las tablas del camastro, y el hombre se incorporó, una mano sobre los ojos porque le hería la luz del foco. —Arriba te están esperando. A tientas comenzó a buscar la camisa; se sentía tiritar de frío aun-
que toda la noche había hecho un calor insoportable, y los reos estaban durmiendo en calzoncillos, o desnudos. La única hendija en la pared estaba muy alta y el aire se quedaba circulando en el techo. Encontró la camisa y en los pies desnudos se metió los zapatos sin cordones. —Ligerito —dijo el guardia. —Ya voy, que no ve. —Y no me bostiqués palabra, ya sabés. —Ya sé qué. —Bueno, vos sabrás. El guardia lo dejó pasar de primero. —Caminá —le dijo, y le tocó las costillas con el cañón del rifle. El frío del metal le dio repelos. Salieron al patio y al fondo, junto a la tapia, las hojas de los almen-
cuento dros brillaban con la luz de la luna. A las doce de la noche estarían degollando las reses en el rastro al otro lado del muro, y el aire traía el olor a sangre y estiércol. Qué patio más hermoso, para jugar béisbol. Aquí deben armarse partidos entre los presos, o los presos con los guardias francos. La barda será la tapia, unos trescientos cincuenta pies desde el home hasta el centerf ield. Un batazo a esas profundidades habría que fildearlo corriendo hacia los almendros, y después de recoger la bola junto al muro el cuadro se vería lejano y la gritería pidiendo el tiro se oiría como apagada, y vería el corredor doblando por segunda cuando de un salto me cogería de una rama y con una flexión me montaría sobre ella y de pie llegaría hasta la otra al mismo nivel del muro erizado de culos de botellas y poniendo con cuidado las manos primero, pasaría el cuerpo asentando los pies y aunque me hiriera al descolgarme al otro lado caería en el montarascal donde botan la basura, huesos y cachos, latas, pedazos de silletas, trapos, periódicos, animales muertos y después correría espinándome en los cardos, caería sobre una corriente de agua de talayo pero me levantaría, sonando atrás duras y secas, como sordas, las estampidas de los garands. —Páreseme allí. ¿A dónde creés vos que vas? —Ideay, a mear. —Te estás meando de miedo, cabrón. Era casi igual la plaza, con los guarumos junto al atrio de la iglesia y yo con mi manopla patrullando el centerfield, el único de los fielders que tenía una manopla de lona era yo y los demás tenían que coger a mano pelada, y a las seis de la tarde seguía fildeando aunque casi no se veía pero no se me iba ningún batazo, y sólo por su rumor presentía
la bola que venía como una paloma a caer en mi mano. —Aquí está, capitán —dijo el guardia asomando la cabeza por la puerta entreabierta. Desde dentro venía el zumbido del aparato de aire acondicionado. —Métalo y váyase. Oyó que la puerta era asegurada detrás de él y se sintió como enjaulado en la habitación desnuda, las paredes encaladas, sólo un retrato en un marco dorado y un calendario de grandes números rojos y azules, una silueta en el centro y al fondo la mesa del capitán. El aparato estaba recién metido en la pared porque aún se veía el repello fresco. —¿A qué horas lo agarraron? —dijo el capitán sin levantar la cabeza. Se quedó en silencio, confundido, y quiso con toda el alma que la pregunta fuera para otro, alguien escondido debajo de la mesa. —Hablo con usted, o es sordo: ¿A qué horas lo capturaron? —Despuecito de las seis, creo —dijo, tan suave que pensó que el otro no lo había escuchado. —¿Por qué cree que despuecito de las seis? ¿No me puede dar una hora fija? —No tengo reloj, señor, pero ya había cenado y yo como a las seis. Vení cená, me gritaba mi mamá desde la acera. Falta un inning, mamá, le contestaba, ya voy. Pero hijo, no vez que ya está oscuro, qué vas a seguir jugando. Sí, ya voy, sólo falta una tanda, y en la iglesia comenzaban los violines y el armonio a tocar el rosario, cuando venía la bola a mi manos para sacar el último out y habíamos ganado otra vez el juego. —¿A qué te dedicás? —Soy zapatero. —¿Trabajás en taller? —No, hago remiendos en mi casa. —Pero vos fuiste beisbolero, ¿verdad?
Oyó que la puerta era asegurada detrás de él y se sintió como enjaulado en la habitación desnuda, las paredes encaladas, sólo un retrato en un marco dorado y un calendario de grandes números rojos y azules, una silueta en el centro y al fondo la mesa del capitán. El aparato estaba recién metido en la pared porque aún se veía el repello fresco.
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—Sí fui. —Te decían ‘Matraca’ Parrales, ¿verdad? —Sí, así me decían, era por mi modo de tirar a home, retorciendo el brazo. —¿Y estuviste en la selección que fue a Cuba? —Sí, hace veinte años, fui de centerfielder. —Pero te botaron. —A la vuelta. —Eras medio famoso con ese tu tiro a home que tenías. Iba a sonreírse pero el otro lo quedó mirando con ira. La mejor jugada fue una vez que cogí un fly en las gradas del atrio, de espaldas al cuadro metí la manopla y caí de bruces en las gradas con la bola atrapada y me sangró la lengua pero ganamos la partida y me llevaron en peso a mi casa y mi mamá echando las tortillas, dejó la masa y se fue a curarme llena de orgullo y de lástima, vas a quedarte burro pero atleta, hijo. —¿Y por qué te botaron del equipo? —Porque se me cayó un fly y perdimos. —¿En Cuba? —Jugando contra la selección de Aruba; era una palomita que se me zafó de las manos y entraron dos carreras, perdimos. —Fueron varios los que botaron. —La verdad, tomábamos mucho, y en el juego, no se puede. —Ah. «Permiso» quería decir, para sentarme, porque sentía que las canillas se le aflojaban, pero se quedó quieto en el mismo lugar, como si le hubieran untado pega en las suelas de los zapatos. El capitán comenzó a escribir y duró siglos. Después levantó la cabeza y sobre la frente le vio la roja señal del kepis. —¿Por qué te trajeron? Sólo levantó los hombros y lo miró desconcertado. —Ajá, ¿por qué?
—No —respondió. —No, qué. —No, no sé. —Ah, no sabés. —No. —Aquí tengo tu historia —y le mostró un fólder—, puedo leerte algunos pasajes para que sepás de tu vida —dijo poniéndose de pie. Desde el fondo del campo el golpe de la bola contra el guante del catcher se escucha muy lejanamente, casi sin sentirse. Pero cuando alguien conecta, el golpe seco del bate estalla en el oído y todos los sentidos se aguzan para esperar la bola. Y si el batazo es de aire y viene a mis manos, voy esperándola con amor, con paciencia, bailando debajo de ella hasta que llega a mí y poniendo las manos a la altura de mi pecho la aguardo como para hacerle un nido. —El viernes 28 de julio a las cinco de la tarde, un Jeep Willys capota de lona, color verde se paró frente a tu casa y de él bajaron los hombres; uno moreno, pantalón kaki, de anteojos oscuros; el otro chele, pantalón bluyín, sombrero de pita; el de anteojos llevaba un valijín de la Panamerican y el otro un salbeque de guardia. Entraron a tu casa y salieron hasta las diez de la noche, ya sin el valijín ni el salbeque. —El de anteojos —dijo, e iba a seguir pero sintió necesidad de tragar una cantidad infinita de saliva— sucede que era mi hijo, el de anteojos. —Eso ya lo sé. Hubo otro silencio y sintió que los pies se le humedecían dentro de los zapatos, como si acabara de cruzar una corriente. —En el valijín que te dejaron había parque para ametralladora de sitio y el salbeque estaba lleno de fulminantes. Ahora, ¿cuánto tiempo hacía que no veías a tu hijo? —Meses —susurró. —Levántame la voz, que no oigo nada.
—Meses, no sé cuánto, pero meses. Desapareció un día de su trabajo en la mecatera y no lo volvimos a ver. —¿Ni te afligiste por él? —Claro, un hijo es un hijo. Preguntamos, indagamos, pero nada. Se ajustó la dentadura postiza, porque sintió que se le estaba zafando. —¿Pero vos sabías que andaba enmontañado? —Nos llegaban los rumores. —Y cuando se apareció en el Jeep, ¿qué pensaste? —Que volvía. Pero sólo saludó y se fue, cosa de horas. —Y que le guardaran las cosas. —Sí, que iba a mandar por ellas. —Ah. Del fólder sacó más papeles escritos a máquina en una letra morada. Revisó y al fin tomó uno que puso sobre la mesa. —Aquí dice que durante tres meses estuviste pasando parque, armas cortas, fulminantes, panfletos, y que en tu casa dormían los enemigos del gobierno.
No dijo nada. Sólo sacó un pañuelo para sonarse las narices. Debajo de la lámpara se veía flaco y consumido, como reducido a su esqueleto. —Y no te dabas cuenta de nada, ¿verdad?. —Ya ve, los hijos —dijo. —Los hijos de puta, como vos. Bajó la cabeza a sus zapatos sucios, la lengüeta suelta, las suelas llenas de lodo. —¿Cuánto hace? —¿Qué? —¿Que no ves a tu hijo? Lo miró al rostro y sacó de nuevo su pañuelo. —Usted sabe que ya lo mataron. ¿Por qué me pregunta? El último inning del juego con Aruba, 0 a 0, dos outs y la bola blanca venía como flotando a mis manos, fui a su encuentro, la esperé, extendí los brazos e íbamos a encontrarnos para siempre cuando pegó en el dorso de mi mano, quise asirla en la caída pero rebotó y de lejos vi al hombre barriéndose en
home y todo estaba perdido, mamá, necesitaba agua tibia en mis heridas porque siempre vos lo supiste, siempre tuve coraje para fildear aunque dejara la vida. —Uno quiere ser bueno a veces, pero no se puede —dijo el capitán rodeando la mesa. Metió el fólder en la gaveta y se volvió para apagar el aparato de aire acondicionado. El repentino silencio inundó el cuarto. De un clavo descolgó una toalla y se la arrolló al pescuezo. —Sargento —llamó. El sargento se cuadró en la puerta y cuando sacaron al preso volvió ante el capitán. —¿Qué pongo en el parte? —preguntó. —Era beisbolista, así que inventate cualquier babosada: que estaba jugando con los otros presos, que estaba el centerf ielder, que le llegó un batazo contra el muro, que aprovechó para subirse al almendro, que se saltó la tapia, que corriendo en el solar del rastro lo tiramos.
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Un hombre por encima
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Me ha pasado un hombre por encima. Tengo las huellas marcadas en la frente: las huellas desconocidas. No valen denuncias a la policĂa ni seguros a todo riesgo. Me ha pasado con sus pies marcados y he de responderle con mi cuerpo. Me ha atravesado el espejo de la mente. Cruzado la luz del esqueleto. Abollado el techo de mi pensamiento que revive a duras penas. Me ha pasado como un rayo un dĂa de fiesta.
poética Y todavía no he gritado ni me he despachado a gusto con esta provocación que parece una afrenta. ¿Por qué a mí si comenzaba a respirar de nuevo? ¿Por qué siempre pensando que no tengo suerte? Me ha pasado un hombre por encima. Y no un individuo, una persona o un ser humano. Un hombre por encima. Así de claro. De Escribir la distancia (2012)
En la superficie de los sentimientos he soñado que te encontrabas en el patio a solas con la cárcel. En la derrota de los besos ausentes con un traje manchado de sangre tú sola frente al pecado. En la eternidad de una disputa sin igual he soñado que te cubrían de rojo delante de un paredón blanco. Cubierta de desnudez, he soñado que todo comenzaba de nuevo, como nunca antes. Como un caminante torpe disfrazado en una noche indefensa. Me ha pasado por encima sin que pudiera abrir la boca o quejarme por el golpe o gritar por la sorpresa. Así ahora que nada tengo y todo me duele. Ahora que no sé si merece la pena continuar adelante. Y sentir si es verdad que estoy vivo o que muero. Así es la apuesta: mía cuando estoy solo, de nadie cuando voy acompañado.
En la incertidumbre de la derrota donde el amor es insaciable tus ojos brillaban en los míos. Por el tiempo que pasa y nos devuelve a lo que fuimos, cuando tú me llamabas por mi nombre. De Siempre conté diez y nunca apareciste (1999)
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Hasta hoy Y no tengo nada mejor que mirar desde la ventana la existencia en manecillas que pueblan trenes interiores. Con la esperanza de un lugar común, no he conocido más que las horas dibujando desnudos en el tiempo. Mejor hubiera sido no haber vuelto. Por lo menos la ciudad tenía como el día un sentido efímero. Mujeres, calles y desarropados puentes crecían a la par que la helada de los muros. Y desde las ventanas podíamos atrapar la carne del aire. Con vocación de jóvenes ojos a la intemperie, fuimos pájaros o relojes con el ala partida en el suelo. Amándonos despacio. De Cavando la tierra con tus sueños (2000)
Poema para un gobierno Tiene que haber algún mensaje grabado, un abrigo sucio por debajo del brazo, un brindis nervioso por no ser el primero. Normalmente una caricia próxima que no se ve, una dirección oculta que se desconoce, una alambrada sin apenas nadie. Tiene que haber algo que nos pare ante el muro. Alguien que nos diga otra cosa. Alguno que de verdad nos escuche. Alguien que descienda por una luz diferente. Un hombre que huya lentamente del hombre. Una palabra más que no olvide lo que se dice. De Poesía sola, pura premonición (2010)
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Los sentimientos somos nosotros y alguna vez son los demás. Pero el amor es ese cuchillo que solo a nosotros nos hace daño mientras su fuerza rodea al mundo con su manto de bondad. Los sentimientos infundados sobre la sospecha mientras el amor se desenvuelve ajeno a lo que nos pasa y se confiesa como ese beso entregado a las profundidades de un espejo donde aparecemos desnudos con las arrugas del cuerpo y el rostro tras el tiempo detenido de las palabras inconfesables.
También los miedos son así: son nuestros y algunas veces, de otros. Pero el amor sustituye al deseo su inconformidad más latente. En una noche hermosa donde el hombre espera a su amada y esta no vuelve. En una mañana de lluvia donde la amada quisiera darle un abrazo y el mundo se vuelve esquivo y lo que se ve por la ventana parece un mar plano y duro como el suelo de cemento en una ciudad deshabitada. Los sentimientos como barcos a la deriva en una cocina a fuego lento en nuestra casa. Y alguna vez, a lo lejos, en la de los demás
como navegantes minúsculos que parecen puntos negros que juntándolos más tarde hacen del aire un cuerpo unido que nos sostiene en la duda con una fatídica pregunta: ¿Son verdaderos los sentimientos? ¿Nos engañan si los vivimos en silencio? Otra vez lo que ven los ojos, lo que se siente y lo que se dice. En medio, el silencio como la única verdad que nos ata al mundo como eso que sentimos propio y ese amor ajeno que se nos escapa. De Ven, abrázame (2014)
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Si supieras qué es echar de menos volverías a pensar en la amistad. Una carta, una conversación de taberna, beber hasta altas horas de la madrugada. Una ventana. La luz en la madera del suelo. La mesa llena de polvo con un par de libros encima. Ah, si tú supieras cómo se vive solo más allá del encuentro de la muerte. Más lejos de la ciudad soñada, atado a un sendero de pocos metros donde se abre el mar a lo lejos y los árboles nos muestran la senda del cielo.
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Si tú supieras. Si supieras. No es un paraje solitario la vida pero vive a su aire su reflejo. No es un alma escondida ni un susurro negado. No es el frío de la hierba ni la humedad de la montaña con el polvo reseco de la autopista.
¿Cómo se dice en tu lengua la palabra camino? ¿Cuáles son tus aficiones? ¿Cuáles tus distracciones? ¿Lees o te leen? ¿Besas o te besan? ¿Amas o te aman? ¿Vives y dejas vivir o mantienes una mirada tensa ante el acantilado de la vida? Como un navegante destronado en el mar y el cosmos de su agonía te mantienes siempre erguido.
Si tú supieras.
Si envejecer no trae la sabiduría tampoco es sinónimo de muerto.
Si supieras.
Foto: Miguel San Cristóbal
Esperar esa carta donde te explicas. Reír por lo ingrato de la vida hasta ser feliz en la cobardía de un instante que reconoce el infierno de los días. En la belleza de los sentimientos. ¿Para qué buscar otra agonía? Un nuevo dilema. ¿Te explicas o callas porque crees que ha llegado la hora? Porque te aburres con su compañía ¿te vas o sencillamente marchas para ocupar el vacío del tiempo? O te hablan para decirte que te quieren. Que te leen. Que te respetan. Que te ven pasar y te respetan. Si tú supieras.
Si supieras.
Dios es un hombre que busca la felicidad en cada uno de nosotros. En cada movimiento por muy extraño muy sorprendente que parezca. Un paso que comienza en el destino de la muerte. Que se renueva con el del nacimiento. ¿Te llaman para sorprenderte o te llamas tú pronunciando tu nombre? Y ¿qué significa? Árbol, abedul o abeto. Muro o piedra de camino. Y cuáles tus iniciales. Sí, las que firman esa carta. Las que llevas en la frente. Si tú supieras. Si supieras. De La felicidad de estar perdido (2015)
Kepa Murua (Zarautz, País Vasco, España – 1962) Asiduo a la cultura en todas sus manifestaciones, será en la poesía donde encuentre su origen y voz primera. Kepa Murua es un escritor incansable; su estilo y forma tienen esa materia evocadora que sabe envolver al lector en cualquiera de los géneros que seleccione: poesía, ensayo, novela, artículos. Responde a la figura del artista del siglo XXI que moldea su pasado, mira hacia el futuro y saca de sí todos los demonios que habitan en los espejos de su universo poético. Colaborador incansable en proyectos artísticos y editoriales, curioso humanista, no existe barrera donde su poesía no encuentre forma. Entre otros, destacan sus títulos: Siempre conté diez y nunca apareciste (Calambur, 1999), Cavando la tierra con tus sueños (Calambur, 2000), Un lugar por nosotros (Germanía, 2000), Cardiolemas (Calambur, 2001), Las manos en alto (Calambur, 2004), Poemas del caminante (Bassarai, 2005), Cantos del dios oscuro (El Gaviero, 2006), No es nada (Calambur, 2008), Poesía sola, pura premonición (Ellago Ediciones, 2010), El gato negro del amor (Calambur, 2011), Escribir la distancia (Luces de Gálibo, 2012), Ven, abrázame (Amargord, 2014), La felicidad de estar perdido (Siltolá, 2015) y Lo que veo yo cada noche (Luces de Gálibo, 2017). Ha publicado, asimismo, los ensayos: La poesía y tú (Brosquil Ediciones, 2003), La poesía si es que existe (Calambur, 2005), Del interés del arte por otras cosas (Ellago Ediciones, 2007) y Contradicciones (Arte Activo Ediciones, 2014); libros de artista: Itxina (Bassarai, 2004), Flysch (Bassarai, 2006) y Faber (Bassarai, 2009). En el terreno audiovisual ha participado en la grabación de su diario filmado y en el musical; sus poemas han formado parte del proyecto Poemas y canciones (Agruparte, 2007). Ha publicado dos volúmenes de sus Memorias de un poeta metido a editor, con el título de Los pasos inciertos, 1996-2004 (Milrazones, 2012) y Los sentimientos encontrados, 2005-2007 (Cálamo, 2016), y tres novelas, Un poco de paz (El desvelo, 2013), Tangomán (El desvelo, 2015) y De temblores (El desvelo, 2017). 23
Agustina Bazterrica
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Para Mariano Borobio
eicher despertó con la resolución de que, en algún momento de la mañana, tenía que patear a Nietzsche. Estaba frenético. Boca jugaba el partido definitorio por el Torneo Apertura, contra River. Ese hecho merecía ser festejado con una patada sanguinaria. Cuando llegó a la cocina, lo vio sentado. Midió la distancia entre su pie y la cabeza de Nietzsche. Necesitaba golpearlo en el medio
de los ojos para aturdirlo por varias horas y que no interrumpiera el partido. Se concentró pensando en el gol de media cancha del 79 que Seppaquercia metió a los cinco segundos de empezado el partido contra Huracán. Cuando gritó «¡Goooooooool, carajo!», Nietzsche lo miró de reojo y esquivó magistralmente el pie enloquecido. De un salto, aterrizó cerca de su plato y se dedicó a comer. En el proceso de patear a Nietzsche, que se había
cuento prolongado de manera innecesaria debido a la preparación anterior y a la sorpresa de la falla posterior, Teicher no logró mantener el equilibrio y cayó de forma abrupta. El golpe fue tan violento que tardó en reaccionar y, cuando lo hizo, tomó conciencia de que no podía moverse. Nietzsche siguió comiendo, inmutable, sin mirarlo. Nietzsche había recibido a lo largo de la vida una cantidad formidable de sobrenombres. Friedrich Wilhelm Nietzsche para las presentaciones formales «Les presento a Friedrich Wilhelm Nietzsche, estamos orgullosos de él»; Friedrich para los momentos neutros «Friedrich, ahora no, más tarde»; Nichi, para los momentos cariñosos «Nichi bonito, qué lindo bigote, Nichi»; Nichito Malo, para los retos «Nichito Malo, sé bueno» NichiNuchito, para los momentos de amor insano «NichiNuchito, te amo, te amo, te amo, te amo». Esa era la serie de apodos que su ex mujer repetía, sintiéndose orgullosa de su inventiva mediocre. Teicher no lo llamaba de ninguna manera. Tenían una relación de conveniencia. Se ignoraban mutuamente. Ese contrato tácito funcionó hasta el día en que su ex mujer lo dejó. Después fue inevitable. Nietzsche para las presentaciones formales: «Este es Nietzsche. ¿Le gusta? Lléveselo, por favor»; Demente-Esquizofrénico-Desquiciado para los enojos: «¡Demente-Esquizofrénico-Desquiciado no arruines los libros!»; Bola estúpida, para los momentos neutros: «Bola estúpida, tu existencia es inútil»; Objeto inservible, para los días de lluvia: «Objeto inservible, podrías ser un paraguas”; Inmundicia sifilítica, para los momentos filosóficos: «Inmundicia sifilítica el eterno retorno se creó para que yo pueda patearte por siempre». Teicher nunca había entendido dos cosas. La primera, y más importante, era comprender por qué
su ex mujer lo había abandonado. No a él, eso no le interesaba, sino a esa cosa animada con pelos. La segunda era descifrar por qué había elegido ese nombre, y no uno digno de su mentalidad volátil como Pelusa o Micifuz. Era imposible que ella percibiera cabalmente la filosofía de Nietzsche como para que el nombre implicara un homenaje. Aunque sospechaba que su ex mujer tenía una sordidez encapsulada que convivía alegremente con su monumental simpleza e inutilidad. Se llamaba Isabel, igual que la hermana del filósofo. De la inmensa riqueza que emanaba de un personaje como Nietzsche haber elegido ese aspecto, el de la relación enfermiza entre Elisabeth y su hermano, y no el más liviano, del parecido con el bigote, le producía tal aversión que pensó en matarlo y embalsamarlo y, después de ese proceso de goce, mandárselo por correo a su ex para que, finalmente, practicara un incesto zoófilo y necrófilo. Teicher seguía tirado en el piso repugnante de la cocina, indefenso. Tomó una serie de notas mentales: «Contratar a una persona para que limpie el piso, urgente», «Matar a Nietzsche», «Levantar los muebles para recuperar todos los objetos supuestamente perdidos», «Matar a Nietzsche», «Volver al gimnasio, ponerme en forma y patear con éxito a este animal nauseabundo, por siempre». Vio pasar a una cucaracha por debajo de la heladera, pararse en el medio de la cocina, mover las antenas, subir por la mesa y caminar entre la cerveza helada, el sándwich, las papas fritas, para perderse dentro del queso roquefort. El descaro de la cucaracha le pareció un insulto a su condición de mamífero futbolero depredador. Faltaban diez minutos para el partido y, antes de la apocalíptica patada voladora, había llevado a cabo el ritual. Se había levantado con el pie derecho; había camina-
Teicher nunca había entendido dos cosas. La primera, y más importante, era comprender por qué su ex mujer lo había abandonado. No a él, eso no le interesaba, sino a esa cosa animada con pelos. La segunda era descifrar por qué había elegido ese nombre, y no uno digno de su mentalidad volátil como Pelusa o Micifuz.
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do al baño recitando el listado de los concentrados; se había bañado usando sólo la mano derecha; había cantado los hits de la hinchada como «Boca es mi vida, es la alegría, sos lo más grande de la Argentina, lo corre a Racing y a las gallinas, lo corre al Cuervo y a la policía, dale bo, dale bo»; había escrito en el espejo empañado: «¡Vamos Xeneizes, mierda!»; se había puesto la camiseta reglamentaria que compró cuando ganaron la Supercopa del 89; los calzoncillos y las medias agujereadas que usaba para todos los partidos; había preparado la comida sistematizada, la que comía siempre en el mismo orden y en las mismas proporciones; había aislado la casa de sonidos externos cerrando persianas y ventanas porque necesitaba absoluta concentración y ya había prendido el televisor en el canal correspondiente. No podía, bajo ningún concepto ni situación, perderse ese partido porque esa falta, lo sabía con certeza, podía provocar un desequilibrio energético en el balance
cabalístico depurado a lo largo de siglos por los hinchas futboleros. Intentó arrastrase, pero cualquier movimiento lo obligaba a gritar de dolor. Los puntos deseados, como el teléfono o el sillón, estaban a una distancia abismal. Se quedó boca arriba, mirando el techo. Para serenarse empezó a recitar los Títulos Internacionales: «1977 Copa Libertadores de América, 1978 Copa Libertadores de América, 1978 Copa Intercontinental, 1989 Supercopa de América, 1990 Recopa Sudamericana…». Nietzsche, que se paseaba por la casa, decidió caminar sobre el pecho de Teicher, dejando en evidencia que no consideraba al cuerpo de ese humano como a un obstáculo, ni reconocía su presencia. Teicher gritó «Parásito asesino de Dios…» y se atragantó. En ese momento supo que Dios, efectivamente, había muerto porque ningún dios, ni ningún grupo de dioses, ni siquiera un simple demiurgo podían aprobar semejante castigo. La evidencia de tal afirmación le produjo terror.
Era tal la brutalidad de lo que le estaba pasando que sólo cabía la posibilidad de la existencia de un virus letal, capaz de haber liquidado a todas las hordas celestiales, incluso a los dulces y pegajosos puttis alados. Dios había muerto y sabía que si Boca no ganaba, no había muchas oportunidades de que ni Dios, ni Jesús, ni la Santísima Trinidad resucitaran porque él se iba a encargar de asesinarlos cuantas veces fuera necesario. Nietzsche pasó la cola por la cara de Teicher que decidió, automáticamente, ignorar a eso, a esa cosa irrespetuosa que ni siquiera consideraba el detalle de que, gracias a su infinita misericordia, no lo había exterminado, aún. En medio de estos pensamientos perdió la conciencia. Cuando despertó no sabía dónde estaba. El golpe había atontado a Teicher de tal manera que no podía pensar con claridad, hasta que vio a Nietzsche, peligrosamente cerca, mirándolo fijo con una especie de sonrisa como si sintiera un placer secreto por verlo en esa situación degra-
dante. Miró el reloj de la cocina y gritó. Faltaban cinco minutos para que terminara el partido. El dolor no podía ser un impedimento. Tenía que llegar al living. Él nunca se había perdido un solo partido en toda su vida. Pensó en jugadores descomunales como Silvio Marzolini, Rojitas, Antonio Roma, el Leoncito Pescia, el Loco Gatti, Roberto Mouzo y, en honor a esas luminarias, hizo el esfuerzo sobrehumano de arrastrarse. El dolor le cortaba la respiración y, para concentrarse, repetía mentalmente: «Boca te quiero, antes de ser gallina yo me muero». Cuando logró llegar a la puerta del living y estirar el cuello escuchó cómo Borobio relataba el final del partido: «Estamos acá en la mítica Bombonera, en el barrio de La Boca, nada más y nada menos que en el clásico de los clásicos, BocaRiver, y estamos llegando al final del partido. Un partido que tuvo de todo, dos goles por bando, goles de cabeza, de penal, de fuera del área, jugadores expulsados y un clima increíble. Este partido, en este estadio debería encabezar la lista de eventos deportivos que hay que ver antes de morir. Pero volvamos a la acción. El partido está 2 a 2 y lleva la pelota el Diablo Monserrat, ataca River, que lo quiere ganar sobre la hora, va por derecha Monserrat, elude a Pineda, tira el centro, cabecea Salas y ¡ataja el Mono Navarro
Montoya! ¡El partido está para el infarto! Sale rápido el Mono con un saque largo a mitad de cancha, la baja el ‘Yorugua’ Cedrés, lo marca Ayala y le hace falta. Amarilla para Ayala y tiro libre para Boca. Puede ser la última pelota de la noche. Estamos en tiempo cumplido. Bilardo, el técnico de Boca, manda a todos al área. Ahí mismo esperan el ‘Tweety’ Carrario, Cedrés, el uruguayo Guerra, también suben los centrales, la ‘Tota’ Fabbri y el Negro Cáceres van a buscar el cabezazo ganador. Ahora es Boca quien quiere gritar sobre el final y llevarse toda la gloria, así que pone toda la carne en el asador. El árbitro da la orden, Mauricio Pineda tira el centro, se eleva el uruguayo Hugo Romeo Guerra entre los centrales de River, cabecea con la nuca ganándole a sus marcadores y…». Y Nietzsche que estaba acostado en el sillón, pegó un salto sobre el control remoto y apagó el televisor. Por un segundo Teicher no entendió qué era lo que estaba pasando. Después, atónito, sintió un dolor fulminante en el brazo izquierdo que se extendió al pecho. Sabía que esos eran los síntomas de un infarto. Entendía que iba morir de rabia, de impotencia, de dolor y que nunca iba a conocer el resultado del partido. Nietzsche le pasó la cola por la cara y caminó filosóficamente hasta la cocina. Antes de morir, Teicher supo con certeza dos cosas. La primera, haber comprendido finalmente por qué su etérea y sórdida ex mujer había elegido ese nombre de tanto peso para un gato insignificante. La segunda y más importante, el motivo por el cual ella había abandonado a Nietzsche. El eterno retorno se encargaría de que la simple y eficaz acción de apagar el control remoto de Nietzsche y, como consecuencia de ello, su muerte (el perfecto homicidio premeditado de su ex mujer) se repitiera una y otra vez.
Agustina M. Bazterrica (Buenos Aires, Argentina – 1974) Es Licenciada en Artes (UBA). Ganó el Primer Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires Cuento Inédito 2004/5 y el Primer Premio en el XXXVIII Concurso Latinoamericano de Cuento ‘Edmundo Valadés’, Puebla, México, 2009, entre otros. Tiene cuentos y poesías publicados en antologías, revistas y diarios como en Revista Ñ, La mujer de mi vida, La Balandra, etc. Escribe reseñas y artículos para distintos medios como en ArtNexus y Boca de Sapo, entre otros. En 2013 publicó su novela Matar a la niña, Editorial Textos Intrusos. En 2016 publicó su libro de cuentos Antes del encuentro feroz, Alción Editora. Su novela Cadáver exquisito ganó le premio Clarín Novela 2017.
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memoria Una pequeña oración colgada en la pared Dame ahora la palabra pronúnciala en silencio casi inaudible con tus inmensos ojos de niña Dame la palabra que me tenga en pie hay tanto abismo Dame las palabras ancestrales escribe en la pared de esta casa enciende el mundo Descubre el velo Regrésame al centro.
La última lección del maestro (A la memoria de Miguel Ron Pedrique) Ayer me vengué de tu muerte y bebí el doble, por si acaso los muertos beben a través de los vivos. Ackerman, mañana me dan de alta búscame una silla de ruedas y llévame a tu casa Ahora que vivo enfermo aislado y rodeado de agua por los cuatro costados quiero recordar cómo es una casa Inventa para mí un rostro menos azul y tráeme un poco de dignidad para vivir lo que resta Pásame el libro de Proust y un espejo para ver La fiesta del tiempo en mi cuerpo Llama a Salomón dile que me están robando el dinero llama a Lorraine dile que me están quitando la vida llama a mis amigos ebrios sírveles un trago menos amargo llama a la enfermera, al doctor diles que me duele cuando me acuesto cuando me siento cuando respiro cuando miro a la izquierda y a la derecha pídeles un analgésico para el cuerpo y otro para el alma y sírveme un alcohol más fuerte que la vida y que la muerte y cuéntame una historia amable para el viaje recuérdame como yo te enseñé leyendo a Eliot el hombre no soporta tanta realidad Adiós, me voy al alba adiós, me voy entre el sueño y la vigilia a la hora en que vivos y muertos se embriagan Ackerman, mañana me dan de alta búscame una silla de ruedas y llévame a tu casa.
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Que no te toque el sol Que no te toque el sol que no te toque la mañana que no te digan qué hacer, ni cuándo, ni dónde que no te pongan un nombre con las cansadas letras del hartazgo ni te regalen un oficio preñado de tedio que no te saquen al circo vuelve a tu casa, a tu cuarto, a tu cama y sueña por nosotros el sueño de todos apaga la luz buenas noches Emily.
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Hay que volver la página recuperar el gesto perdido de los ausentes ser los redactores de epitafios hay que sentir más allá de nuestra precariedad (El pan nuestro de cada día) alzar las manos aun sin fe, resucitar a nuestros muertos hay que aprender a alucinar en pleno día para poder ver lo que nadie ve hay que recuperar nuestra ración de fe nuestro plato de sopa para indigentes tenemos que convertirnos en lápida (está escrito en el Talmud) para que se pueda ver en nuestras pupilas los rostros ausentes de nuestros muertos hay que regresar al desierto enmudecer en la arena restituir el antiguo pacto entre los vivos y los muertos hay que volver la página
Ars poética Lo mejor es detener el tiempo cuando los dados están en el aire a punto de caer y permanecer con la emoción para siempre pero Dios o el azar colocan el destino sobre la mesa lo mejor es quedar suspendido para siempre en un orgasmo pero el reloj nos traiciona y pronto nos visita el cobrador de la luz o la suegra viene a darnos un consejo muy atinado lo mejor es el espacio entre la inspiración y la expiración cuando los pensamientos se ausentan y somos livianos como el aire calientes como el sol inocentes como un niño Lo mejor es cuando Dios duda de todo y de sí mismo en el intervalo entre la fe ciega y el ateísmo rabioso cuando la verdad se pliega o se despliega y nos desmoronamos levantándonos
Rubén Ackerman (Caracas, Venezuela, 1954 – Cuenca, Ecuador, 2017) Estudió Sociología y Psicología en la Universidad Central de Venezuela. Poemas suyos fueron recogidos en las publicaciones antológicas El ojo errante y 102 poetas Jamming, y en noviembre de 2014 se le dedicó una edición del Stand Up Poetry. Participó en los talleres literarios de Armando Rojas Guardia, Cecilia Ortiz, Gabriela Kizer y Edda Armas. Los ausentes fue su primer poemario y apareció bajo el sello Dcir Ediciones. Falleció en Cuenca, Ecuador, el 9 de noviembre de 2017, adonde había asistido para recibir la mención Ilustre Municipalidad de Cuenca de la VI edición del Certamen Hispanoamericano de Poesía Festival de La Lira.
lo mejor es quedar suspendidos en una metáfora abrazarla sin regresar jamás al polvo y a la tierra
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Liliana V. Blum
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e enteré de la muerte de Lucio por Henry Morgan, su mejor amigo y compañero nuestro en la preparatoria. Mandó un mensaje de texto a mi celular muy temprano; yo estaba mordiendo un pan tostado
con mantequilla de cacahuate y debatiéndome entre sopearlo en el café o hacer lo correcto. El teléfono sonó con el efecto de un cristal roto. Siempre que lo escuchaba, en mi mente veía una piedra con un pedazo de papel atravesando la ven-
relato tana. Con mi mano libre apreté un botón y lo leí. Sólo cuatro palabras: ¿Qué sabes de Lucio? Divertida y tratando de no manchar el teléfono, comencé a teclear con un dedo: Que está muy flaco, que es fotógrafo y que cambió a sus viejos amigos por el glamour neoyorquino. Me reí y seguí desayunando. Aunque tenemos años sin vernos, Henry y yo siempre nos mantenemos en contacto. Al menos en las fechas importantes. En la escuela lo llamábamos ‘El Pirata’, siempre a sus espaldas. Éramos adolescentes y nos parecía hilarante que sus padres lo hubieran puesto así, cuando él era un muchacho delgado y tímido que no mataría un pez dorado ni en defensa propia. Jamás se nos ocurrió pensar que Henry era un nombre común y corriente, y Morgan, simplemente, el apellido del padre. Yo solía molestarlo diciéndole que Lucio sólo era su amigo por su apellido extranjero. Si te llamaras Enrique Martínez no se dignaría a hablarte. Pero él sacaba su espada y me hacía avanzar por la tabla: Y si tú no fueras pelirroja ni siquiera te miraría. Touché. Pero qué sabes de Lucio no era una pregunta hipotética ni una invitación a jugar. El siguiente ladrillazo me informaba: No puedo decírtelo por este medio. Llámame. Ya se sabe que la muerte es algo que no puede decirse en un mensaje de texto. Es un alivio que todavía algunos guarden las formas. De cualquier manera, antes de que contestara mi llamada, yo ya sabía que mi amigo había muerto. Sólo que Henry no lo puso así. Con esa voz gruesa que parecía la antítesis de su cuerpo, dijo: Noelia, lo siento mucho. Lucio falleció. La primera acepción de ‘fallecer’, según mi pequeño Larousse, es llegar al término de la vida. El Pirata me estaba informando que Lucio había llegado al término de su
vida. Si nuestra existencia fuera una carrera, él ya habría arribado a la meta. Lo imaginé vestido de atleta atravesando un listón plástico, dando grandes pasos para disminuir la velocidad y con los brazos arriba en señal de triunfo. Eso no sonaba tan mal. Malditos eufemismos. En los tiempos de Lucio y míos, que nunca fueron nuestros, el Pirata y yo convivíamos meramente por las circunstancias. Yo era la chica con la que su amigo se acostaba a escondidas y él era el amigo de Lucio que yo debía de tolerar si deseaba que nuestros viernes de motel continuaran. Era un secreto triangular, una situación incómoda y conveniente para todos, supongo. Cuando Lucio salió del encuadre de nuestras vidas, Henry Morgan y yo descubrimos que teníamos más cosas en común que la ausencia de un fotógrafo. Me di cuenta de que en realidad el Pirata era un tipo estupendo, y que los dos fuimos, a nuestro modo, parte de la vida oculta y vergonzante de Lucio Dunn. ¿Cómo fue? La calma con la que hablé consiguió alarmarme. Siempre pensé que cuando me tocara recibir la noticia de la muerte de alguien cercano reaccionaría con más dramatismo. Pero escucharme a mí misma era la prueba de que yo sabía que esto sucedería más temprano que tarde. Pude haber echado mano de la negación. La gente siempre niega la muerte. No es cierto. Lucio no está muerto. Nooooo. Algo así. Pero no lo hice; di por buena la información del Pirata y sólo quise saber cómo fue. La mecánica de los hechos. No más. No estoy muy seguro, dijo Henry. Su voz daba la impresión de tranquilidad, pero había algo que temblaba al final de cada frase. Yo me enteré por alguien más. Lo encontraron en su departamento después de varios días. Se detuvo antes
Algunas eran fotos de modelos excesivamente maquilladas, famélicas y semidesnudas, y otras eran invitaciones a exposiciones colectivas en donde se leía el nombre de Lucio. Lo odié intensamente y la conciencia de experimentar odio por alguien que amé tanto hizo que mis articulaciones se trabaran. No podía moverme. Estaba congelada.
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Henry Morgan creía que yo era la más cercana a Lucio porque cada viernes, al terminar las clases, íbamos a un motel de paso que quedaba a una distancia caminable de la escuela. Pero un chico como Lucio no había nacido para ser un peatón, así que íbamos en su carro.
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de tragar saliva por unos segundos. Suicidio, tal vez. Apreté el auricular y permanecí en silencio. El muy hijodeputa. ¿No tenía sus amigos glamorosos? ¿No podía habernos contactado? Su vida era perfecta. Se había hecho de un nombre en el mundo de la moda, lo que le permitía cultivar la fotografía artística y exponer en varias galerías de prestigio. Al menos así parecía a juzgar por las postales que mandaba de vez en cuando por el correo tradicional. Algunas eran fotos de modelos excesivamente maquilladas, famélicas y semidesnudas, y otras eran invitaciones a exposiciones colectivas en donde se leía el nombre de Lucio. Lo odié intensamente y la conciencia de experimentar odio por alguien que amé tanto hizo que mis articulaciones se trabaran. No podía moverme. Estaba congelada. Noelia, ¿estás bien? La voz del Pirata al otro lado de la línea me pareció muy dulce. Lamenté que viviéramos en ciudades distintas: hubiera querido abrazarlo. Besarlo. Celebrar que estábamos vivos a pesar de la trastada de Lucio. Porque suicidarse era eso. Una chingadera limpia y pura, dirigida a los genitales de nuestra simbiosis. Una violación a todas las reglas. Sí, estoy bien. Yo no soy la muerta. Cierto, concedió él. ¿Hace cuánto que no lo veías, Henry? Más de diez años. No quiso ser preciso. Si hubiera dicho dieciséis sólo nos habríamos sentido más viejos, y se hubiera perdido la belleza de la redondez de la década. A fin de cuentas, lo mismo daban diez, que dieciséis o veinte años. Estoy segura de que aunque Lucio viviera tampoco íbamos a volverlo a ver. Lo supe cuando nos anunció a Henry y a mí que se iría a estudiar fotografía a Estados Unidos. Es una escuela de arte muy
prestigiosa, nos repitió varias veces. Tales y cuales fotógrafos habían egresado de allí, tal y cual otro era parte de la facultad. Los ojos oscuros de Lucio brillaban y sonreía mucho. Eso era inusual en él, que por lo regular se mantenía viviendo con un gesto de frustración perpetua. Era como si caminar por nuestra ciudad le diera asco, como si su nacionalidad mexicana fuera una verruga en la punta de la nariz. Su gran vergüenza. Pero ahora había recibido la noticia de que un cirujano iba a extirpársela. Nos abandonaba y eso le producía una felicidad enorme. Su padre era gringo y su madre mexicana, pero él había nacido aquí. Nunca se lo perdonó a su mamá, supongo. En su verdadera tierra, donde sólo se usa el apellido paterno, podría ser finalmente él mismo. Después supe que suprimió su nombre de pila y comenzó a utilizar la letra inicial seguida por un diminutivo, así que pasó de ser Lucio al fotógrafo Eli Dunn. Pero aquel día seguía siendo Lucio para nosotros. Tomó una cerveza y nos pidió brindar por él. Estábamos en la playa, felices porque habíamos salido de la prepa. El Pirata no sólo levantó su botella y la hizo chocar con la de Lucio, sino que se puso de pie y lo abrazó. Yo no soy tan noble. Miré hacia otro lado, succioné con todas mis fuerzas del popote hasta que terminé con la piña colada y me fui al mar. Hace tres meses fue su cumpleaños, dije mirando mi pan flotar dentro del café. La grasa de la mantequilla de cacahuate se esparcía en pequeñas medusas de color marrón. Sí. Cumplió treinta y tres. Escuché el suspiro de Henry al otro lado de la línea. Jesús murió a los treinta y tres. No pude evitar decirlo. Mi amigo permaneció en silencio, así que seguí. También John Belushi. Silencio. Y Eva Perón. Silencio. Y Chris Farley. Más silencio. Henry, ¿sigues allí?
Sí. No es gracioso. No, no lo es. Es sólo coincidencia. También la forma en la que Lucio y yo comenzamos a salir fue una suerte de coincidencia. Él pertenecía al grupo selecto dentro de la preparatoria. Todos vivían en la misma colonia, habían estado juntos desde el kínder en el Colegio Americano y caminaban por los pasillos con la confianza de poseerlo todo. Eran como Lucio, de buena cuna, de narices pequeñas y respingonas, dientes blancos y odontológicamente alineados, cabellos rubios y perfecto acento al hablar inglés. Lo único que no poseían era la preocupación por su futuro ya resuelto. Henry Morgan y yo, por nuestro lado, pertenecíamos al resto. El resto era un grupo amorfo, donde lo mismo se conjugaba el sobrepeso que la piel morena o los dien-
tes un poco chuecos. No teníamos auto propio: nos dejaban nuestros padres por la mañana, o bien, tomábamos el transporte público. En mi grupo la ropa no era de marca ni de última temporada, y todos veníamos de escuelas privadas para la clase media, o bien del sistema educativo oficial. Yo incluso era parte del subconjunto de los favorecidos con una beca. Yo no era más que un desconocido que se cuela sin querer en una fotografía. Por eso yo no guardaba la fantasía de que hubiera más entre nosotros que el estar juntos en un equipo durante la clase de física. Al profesor se le había ocurrido la progresista idea de hacer que los del círculo de oro convivieran con el proletariado. Así que un buen día tuve que juntar mi mesabanco con el de Lucio y planear un proyecto
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Vivía solo, enclaustrado en su apartamento neoyorquino, paranoico, sin contestar llamadas ni abrir la puerta. Recibía comida rápida con reparto a domicilio y pasaba semanas sin sacar la basura por temor a que alguien pudiera irrumpir. Había abandonado a sus amigos de allá al igual que a nosotros, al igual que a su familia. Cortó lazos con el mundo.
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para ambos. Desde luego que era agradable trabajar con alguien bien parecido y nada tonto, para variar. Olía a loción cara, cuyo nombre, por supuesto, yo desconocía. A contraluz se apreciaba el vello fino que cubría su piel; de perfil era sencillamente hermoso. Era imposible no pensar en los lugares comunes: su cabello parecía hecho de hilos de oro. Pero mis apreciaciones podrían haber sido las de cualquier otra preparatoriana ante una presa imposible. Por eso me sorprendió mucho que Lucio me pidiera vernos fuera de la escuela. Necesito ayuda con historia, me confesó. Y luego esa sonrisa con hoyuelos mientras me escribía su dirección en mi cuaderno. Aquello no me extrañó: como el chico dorado que era, estaba acostumbrado a salirse con la suya. Su casa era grande y la ausencia de los padres brillaba al igual que los pisos de mármol. Subimos juntos la escalera hasta la habitación de Lucio. Estaba alfombrada y tenía aparatos electrónicos que yo ni sospechaba que existieran. Él se quitó los zapatos y antes de salir me dijo que me pusiera cómoda. Dejé mi libro de historia sobre la cama, me saqué los tenis y me senté sobre la alfombra. Lucio regresó con varias cervezas importadas y me ofreció una. Encendió la tele y puso el MTV. No tuvimos que hablar demasiado antes de que comenzaran los besos. Nos acariciamos tanto como es humanamente posible con la ropa puesta. Una voz femenina lo llamó desde la escalera. Lucio se puso de pie, se fajó la camisa y me regaló esa expresión suya con el labio superior ligeramente levantado en el lado izquierdo. Con el correr de los meses, cuando aprendí a leerlo mejor, supe que era un gesto amistoso. Lucio tenía las mejillas encendidas y el cabello fuera de lugar, pero no parecía preocuparle que su madre estuviera en casa. Un mero inconveniente técnico. Ma-
ñana podemos seguir estudiando, pero mejor en otra parte. ¿Y qué fue lo último que supiste de él?, preguntó Henry. Mantenernos en la línea parecía lo más sensato en aquel momento. Cortar la conversación implicaría que tendríamos que retomar nuestras vidas bajo la nueva realidad: el mundo sin Lucio. En el fondo sabíamos que no era lo mismo que estuviera muerto, a no verlo nunca más. Los engranes de la normalidad estaban intactos. Que se volvió gay. Bueno, que se asumió como tal, dije abriendo el refrigerador. Tenía un hambre súbita, pero nada me apetecía. Yo igual y lo supe por ti. El tono del Pirata tenía espolvoreado algo de rencor. Siempre pensé que él siguió en contacto contigo por más tiempo. Tú eras el amigo, lo acusé. A mí sólo me usaba. Me arrepentí de inmediato de mi frase. No sólo porque sonaba a lo que diría una actriz de telenovela, sino porque hacía evidente que la rencorosa era yo. Por supuesto que no. Henry, por favor dime que no estamos compitiendo por su atención. Lucio ya no está, dije. Encontré los restos de un pollo rostizado y escogí una pierna. Mordí la carne fría. Miré por la ventana, más allá del cactus que la adorna y de la casa de los vecinos. Sol, ropa en un tendedero, un perro jadeando bajo la endeble sombra de una maceta. No tienes que negar que tú fuiste la más cercana a él, dijo él en un tono más bajo. La más cercana a él. El Pirata debería ser un locutor de radio nocturno, de esos que sicoanalizan a los oyentes desvelados. Abrí la ventana y le aventé el hueso al perro. Si tal cosa fuera posible, juro que se le iluminó la cara. Se levantó meneando la cola y al poco comencé a escuchar su mandíbula quebrando
el hueso con felicidad. Deseé que mi vida fuera así de simple. Saciar el hambre, dormir en la sombra, beber con sed. Henry Morgan creía que yo era la más cercana a Lucio porque cada viernes, al terminar las clases, íbamos a un motel de paso que quedaba a una distancia caminable de la escuela. Pero un chico como Lucio no había nacido para ser un peatón, así que íbamos en su carro. El trabajo de Henry era encerrarse en casa, para que fuera la coartada de Lucio. El viernes siempre veía una película con él, o trabajaban en algún proyecto, o escuchaban música juntos. Era preciso que nadie pensara que estaba conmigo. Yo lo sabía, siempre lo supe y lo acepté de esa manera. Supongo que mi dignidad no era nada en comparación a lo que sentía por él. También sé que el Pirata nunca tuvo que sacrificar un buen plan para ayudar a su amigo. Mientras tanto, Lucio y yo nos cargábamos de jugos, cervezas, frituras y chocolates, y entrá-
bamos al motel. Las mochilas se quedaban en la cajuela. Fornicábamos primero, luego comíamos desnudos mirando la televisión. Conversábamos sobre alguna tarea, un chisme sobre tal o cual compañero del grupo, suponíamos cosas sobre nuestros maestros más estrictos. Lo hacíamos con familiaridad, como si fuéramos un buen matrimonio de esos que se tocan sin darse cuenta de que lo hacen al hablar. Más tarde teníamos otra sesión de sexo y al final él se quedaba dormido mientras yo acariciaba su espalda. Recorría las vértebras y daba la vuelta en U en el cóccix y mis manos desandaban el camino. Su piel tan suave me hacía sentir que la mía era la de un elefante. Su perfil, los ojos cerrados, las pestañas oscuras y los mechones rubios que cubrían gran parte de la cara. Su respiración pausada. Los omóplatos como algo que podría transformarse en alas. Tanta delgadez. Henry cree por esto que yo era más cercana a Lucio. Pero mirán-
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dolo así, dormido mientras yo lo acariciaba, me invadía el vacío. Se me iba el aire. Era doloroso verlo porque no hubo otro instante en el que fuera más claro que nunca estuvimos juntos. Cuando se despertara nos vestiríamos con prisa, me ayudaría a recoger la basura y subiríamos al carro sin hablarnos. Me dejaría en una parada de autobús porque ya era tarde para llegar a su casa. Cuando él abriera los ojos sería otro; más bien, volvería a ser el mismo, el que se sentaba en el extremo opuesto del salón, con los de su clase. Años después el distanciamiento se volvería silencio y nuestra relación física inexistente, porque cuando se fuera a estudiar a Estados Unidos, Lucio comenzaría a salir con hombres. Yo era, en todo caso, la más lejana. Pero el Pirata no iba a comprenderlo. Luego de un rato de silencio, Henry decidió que sería buena idea colgar, por aquello de las tarifas del teléfono. Quedó en comunicarse después. Cuando apagué mi aparato me quedé un rato sentada en la cocina. No tenía ánimos de moverme. Después de no sé cuánto tiempo me puse de pie y fui a la esquina donde estaban las cajas de la última mudanza. No lo pensé, mi mente no hizo nada más que dejar que mi cuerpo hiciera la faena de buscar entre todas esas cosas una caja metálica que alguna vez tuvo chocolates. Adentro estaba una foto enmarcada que Lucio me dio en mi cumpleaños dieciocho, el último que pasamos juntos. La imagen es la de una casa antigua, típica del sureste de Estados Unidos. La tomó cuando fue a visitar la universidad a la que iría. Frente al edificio crece un árbol con ramas enormes. Todo es blanco y negro, pero las tejas de la casa están pintadas de verde. En una de las ramas, sentada y con las manos a un lado de cada rodilla, un poco
echada hacia adelante, estoy yo. De una rama inferior y de pie, un Lucio sonriente mira hacia arriba, saludándome. Nuestras figuras están nítidamente recortadas y superpuestas sobre la otra foto. Fotomontaje casero. Un atentado contra su genialidad. Al reverso, sobre el cartón, con la letra de trazo perfecto de Lucio, la acusación: Para que no digas que no tienes nada de mí. Luego su firma, luego la fecha. No recuerdo cuándo me tomó en esa posición. De hecho, no recuerdo que me hubiera tomado ninguna foto. Mi teléfono volvió a sonar. Henry Morgan, del otro lado, me explicaba que se había contactado con la hermana de Lucio, que también vivía en Nueva York. Tenía más información, aseguró, pero no quería ser muy gráfico. Sé gráfico, dije en un tono de voz plano. El Pirata intentó resumir lo mejor que pudo: dijo que a Lucio lo encontraron una semana después de muerto. Los vecinos habían terminado por llamar a la policía luego de que la peste se volvió insoportable. Vivía solo, enclaustrado en su apartamento neoyorquino, paranoico, sin contestar llamadas ni abrir la puerta. Recibía comida rápida con reparto a domicilio y pasaba semanas sin sacar la basura por temor a que alguien pudiera irrumpir. Había abandonado a sus amigos de allá al igual que a nosotros, al igual que a su familia. Cortó lazos con el mundo. Aquí Henry hizo una pausa. No sé si pretendía que lo que me había dicho se asimilara en mi mente o si solamente necesitaba tomar aire y pasar saliva. Noté cierta agitación en su voz. Lucio llevaba años inyectándose meth, dijo en un tono de voz distinto. ¿Conoces la droga? Sí, contesté de inmediato por temor a que mi amigo comenzara una diatriba explicatoria sobre los efectos del cristal.
No hubo forma de salvarlo de sí mismo, terminó Henry regalándome el lugar común más grande de la historia. Gracias, dije. Luego colgué. Devastada o grosera, serían las dos opciones para el Pirata que seguramente esperaba que yo dijera cualquier cosa. Acerqué la fotografía a mi cara y enfoqué en la imagen de Lucio. Su mirada me hizo perder el aliento por un instante. No era la mirada del adolescente presuntuoso que se despidió de mí hace tantos años para irse lejos y jamás volver. Sus ojos miraban hacia arriba, a la Noelia que era yo sobre la rama, y en su rostro había una expresión que yo nunca le vi antes, pero que le pertenecía a un chico acorralado frente a un peligro invisible. Por una fracción de segundo aquella cámara con disparador automático logró capturar a otro Lucio que tampoco conocí. Se me ocurrió que aquella foto era mucho más antigua y, para cuando yo comencé a salir con Lucio, aquella mirada ya se había deslavado de él para siempre, como aquel cielo grisáceo arriba de la casa, sobre nosotros. Suspiré y relajé los músculos, pensando en lo egoísta que soy. La versión de una sobredosis en vez de la del suicidio me hizo sentir mejor. Un filtro o la luz natural en lugar del flash pueden hacer toda una diferencia sobre la misma imagen. Eso me lo dijo Lucio la única vez que me permitió estar con él durante una sesión de fotografía al aire libre. Retrataba a una chica pelirroja muy hermosa, que por supuesto no era yo. Volví a guardar el cuadro en la caja metálica. No me sentí con ánimos de colgarla aquel día. Este cuento forma parte del libro No me pases de largo, Literal Publishing, 2013.
Liliana V. Blum (Durango, México - 1974) Reside en Tampico desde 1997. Narradora. Estudió Literatura Comparada en la Universidad de Kansas, y la maestría en Educación con especialidad en Humanidades, en el itesm. Uno de sus cuentos ganó The Million Writers Award como una de las mejores historias publicadas durante 2005 en internet, en inglés, y también fue seleccionado para la antología de PulpBits. Becaria del fonca-Tamaulipas, Jóvenes Creadores 2001 y Creación Artística 2005. Becaria del fonca, en la disciplina de cuento, 2004. Actualmente posee la beca de Creadores con Trayectoria del iced. Es autora de los libros Residuos de espanto (2013), No me pases de largo (2013), Yo sé cuando expira la leche (2012), El libro perdido de Heinrich Böll (2008), The Curse of Eve and other stories (2008), Vidas de catálogo (2007), ¿En qué se nos fue la mañana? (2007) y La maldición de Eva (2002). Su obra ha sido incluida en las siguientes antologías: La cabalgata y otros dos (1992); Oleajes: antología de ensayos (1998); ¿El crimen como una de las bellas artes? II (2002); Jóvenes creadores generación 2004-2005: Antología de letras, dramaturgia y guión cinematográfico (2005); Usted está aquí (2006); La difícil brevedad: selección de minicuentos (2006); Atrapadas en la madre (Alfaguara Editorial, 2007); El espejo de Beatriz: antología del Premio Nacional de Cuento Beatriz Espejo (2008); Óyeme con los ojos: de Sor Juana al siglo XXI, 21 escritoras mexicanas revolucionarias (2010) y Three messages and a warning: Contemporary Mexican short stories of the fantastic (2012).
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ara perder la huella de adán, basta un solo parpadeo de los siglos, para no saber nada de su siesta arcaica, nada de sus ojos pardo arcillosos, nada de su balbuceo al nombrar las bestias y los pequeños insectos que habrían dado sus pasos entre las hojas y los fangos, nada del resuello de la esperanza y el aire, al lanzar la voz como flecha disparada hacia un centro que se diluye. Algún día, cuando el lenguaje deje de ser el animal anhelante castigado por el deseo de una entrega, algún día cuando los osarios pesen menos que la tierra, sabremos ese principio que busco en el molde antiguo de tu barro, entre la pátina de realidad que se interpone entre el mundo y tú y que sin embargo guarda la líquida belleza de todo el misterio de la vida, como la lágrima mineral de una piedra muda que anega el corazón y la página en que escribo.
Bernardita Maldonado
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Cuando todos se hayan ido, también tú y el Ángel Novus de Klee siga llorando en Portbou…, digo que cuando todos de hayan ido y las horas ya no sean niños vendados en salas de hospitales esperando el día de la convalecencia, y las últimas casas no sean el fin de la ciudad, el linde de las separaciones, sino el estanque de luz del que emerjan minúsculos tesoros submarinos: jades del fondo, fragmentos de alquitrán, corales y la tacita del té de Rilke el poeta, y el tenaz esqueleto de un trilobite, animal paciente, que sabe que alguien tiene que quedarse izando el disecado cuerpo, la memoria dibujante de ese otro que nunca recordamos… cuando todos se hayan ido y los aloes marinos dejen de enredarse en tu lengua, esta ciudad ajena se convertirá en lugar.
poesía El sembrador La tarde se extendía sobre un fondo de espejos, se abatieron muros y colinas, que no supieron decir todos sus secretos. Volviste con la única razón de una pregunta y todo respondía anegándose, anocheciendo. No tengo identidad, pensaste, en ninguna tierra podrás plantar tu casa, todo cuanto has venido a llevarte, llévatelo ya, llena tus alforjas de arena, siembra palabras en la tierra del otro, como si una memoria de cosecha hubiera puesto en tu mano todas las semillas y todas las hambrunas. El mundo se extendía como el cuerpo de un animal tardío, el corazón arrancado lo ofrecieron a los dioses de un olvidado país arrasado por taludes, el oficiante ocultó la compasión detrás de su máscara, la ternura como nigromante fue inmolada en medio de hechiceros y saltimbanquis, los poemas cerraron las puertas y no hubo ni mendrugo de palabra que llevarnos a la boca, ni el cuenco tibio de tu nombre… y el cuerpo fue abandonado a la muerte de sus incendios cotidianos. No le preguntes por la ternura al diablo, me dice Martín de Porres, la salvación de los animales pequeños y los objetos nimios, así como la salvación del llantén y la verbena ocurre cada dos mil años, ahora los milagros duermen, como duermen los trozos de versos en el bolsillo del poeta, como duermen los cadáveres de los escarabajos en la caja del taxidermista, asunto grave es la ternura amarga como la cicuta griega, urgente como la nostalgia de aire de un inexperto nadador, humedad secreta, secretísima que no impregnará el sudario del mundo.
La palabra olvido está llena de bailarines que celebran extraños aniversarios con ruidos de vasijas que se rompen y con el nombre del grillo que olvidó los caminos del invierno y ya no busca. Un pájaro provinciano nos trajo a esta plaza en la que como sombras van apareciendo las gárgolas, los paraguas, las fuentes para ofrendar monedas a dioses que no se sabe, monedas y el jarrito con cactus y leyenda «para que no me olvides» si es cierto que hay olvido, te he olvidado, y he venido a tomar el sol de los convalecientes. Somos la vieja invención de cualquier ventrílocuo o el veloz instante en que un saltimbanqui ejecuta su maroma, o el puñado de cristales rotos un segundo antes de ser tragados por el mago. ¿Qué es el olvido? ¿Qué no lo es? Al dios del álgebra y las ecuaciones En conversación con Arquímedes, sin entender más de lo debido, ignorando el número pi, y sabiendo que una piedra es la misma materia de un planeta o de una libélula, que entre una estrella y un papel de caramelo solo hay una mirada, sabiendo que una tortuga marina, como un ángel, bien puede desovar en el Malacatos o en Eris, que lo que sucede en Indukush o en el Villonaco puede suceder adentro o afuera de una maceta, sabiendo que los niños que ven palacios en los bordes de una raíz bien pueden abrazarte y descorrer los cortinajes del miedo al hacerlo, bien pueden numerar uno a uno los gatos muertos tan temprano, y guardar en la memoria el sauce exacto donde al fin y al cabo tampoco dijimos te quiero por vez primera, entonces te parece bueno no ayudar a mi hija, esa niña que en la foto de familia aparece como un perfume derramado, distante, rodeada de tritones 41
cuadriculados, rompiéndole y rompiéndome el vestido de la infancia.
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No escucharé este sol murmuraron los llangaches de las colinas ralas, y escucharon el sonido de la piedra en el fondo del aljibe, escucharon crecer la raíz del miedo como el escancel manchando las manos y las encías de los niños. Los llangaches como los gorriones, los jilgueros, guardan la memoria de otro cielo sus ojos, atesoran la luz encaramada en pórticos de sombra donde solo se siente el roce del aire como quejido sobre la hiedra, los quindes, los bichauches tienen una lámpara en sus ojos, no se trata de miradas errantes indecisas, en un rincón guardan las visiones primeras las que les hacen tejer las nubes de su ruta, pero ellos saben que to-
dos los vientos los remolcarán a la región donde hay que plegar las alas para ver el polvo de las artemisas, el polvo del cadáver del escarabajo, para ver en los líquenes submarinos el signo del monte Ararat, para ver, porque demasiado tiempo hemos hablado del silencio. Filamentos, mondas del mundo cualquier punto ante los ojos. Parpadeo. Empiezan las esquirlas de una historia posible. Un olivo se acantila junto al mar hay vértigo en el nido, la bandada huye en un estallido blanco apenas trazo apenas punto entre nosotros y el paisaje atardecido, apenas nada entre el ojo y el instante que sostuvo. Filamentos mondas de mundo y cielo ante el ostentoso estallido de la luz, miradas que se hacen im-
posible a las palabras y fecundan la eternidad segundo a segundo. Tótem Hablar/ falar/ parlar/… mi bestia balbuceante se tiende hacia el sur, suyos son las piedras, los cartones y las sombras que orinan sobre los restos del día que muere, su balbuceo se pierde cuando quiere hablar desde donde hablan los cerezos y las canoas de los que escapan, o falar con muñecas descuartizadas abandonadas con los restos de la fiesta, o parlar con el amanecer como los perros de las aldeas sin luz, mi bestia mira al sur con los ojos en trance hablar/ falar/ parlar/ balbucear hacia el sur, con la panza y la lengua preñados de tormenta.
Vos la gran ciudad amurallada muy al norte la piedra bruta de los anhelos que tus manos infantiles no se ocuparan de tallar una araña teje su hilo sin rozarte vos la catedral donde madrugan pájaros ciegos brotados de lágrimas salobres. Vos animal de fondo que ha de perderme cuando más raíces echan las manos hacia ti Vos pozo dulce que más se oculta cuando el suelo fulge de soledad campo minado por donde inquieto se desliza un verso con caderas vos lo último que me quedará después de la extensión ciliar del sol. Vos el gran pájaro de fuego de Stravinsky sobrevolando todo lo que arde en la mesa del sueño.
Blanco Donde todo es blanco, el fragmento no puede ser más que blanco, blanco el estallido entre párpado y pupila, blanca la invisible existencia de dios, blanco el punto donde la extensión se comprime y dios desaparece, blancos los márgenes de las páginas y su territorio aterrador, blanco el frotamiento de sílex contra sílex, blanca la piel tensada de un búfalo blanco, que es la eternidad, blanca la mordedura con que aprieto el anzuelo de la vida que se enmaraña en el blanco cabello de una anciana que en una isla jónica planta cerezos blancos y se resbala en la totalidad de un blanco blanco, blanco radical donde nunca paran mis ojos de asombrarse de la ausencia blanca de un dios blanco.
Azul Píntame un centro azul, una hebra celeste donde todo se pueda alojar, un sitio para quedarse, más adentro de la agria tierra, un violín de música oscura cae sobre Budapest y hay un pájaro con sed y un caballo encadenado a un nudo no resuelto. Hay dolor en la memoria, píntame un centro azul, mientras ignoras mercados, quirófanos, andamios, píntame un centro azul, deprisa es tarde y rubíes crepusculares amenazan desgranar toda su rojura en la ciudad; no tardes, inventa de nuevo la ternura y no preguntes por qué, porque quiero morir de azul y de violines, en la ciudad donde nadie somos parientes. Amarillo Al paso del topo las raíces se destrozan, el tamiz de la tarde ilumina frágiles concavidades. Entre agua y savia las palabras, las semillas. El topo menosprecia la posibilidad de una guarida. Busca densidades en el cieno. En la gravedad de la luz, cambia roca por aire y viceversa. Los estambres cuelgan surcando la movilidad del aire gastado del atardecer. ¡Yo te nombro fango! en estas orillas de río sin molino, entre un cóndor y su presa, el poema está de paso, persigue el asombro hasta el amarillo talud de la selva de las significancias.
En una plaza de san petersburgo todavía duelen los latigazos sobre el caballo del sueño que soñó Raskolnikof, en esta línea del horizonte de Loja, donde el sol es la única piedra de eternidad, todavía le duele el peso de la tierra a la raíz de lo indecible. Aquí persevero, minero enloquecido, en la tierra del lenguaje cubierta de detritos.
Bernardita Maldonado (Loja, Ecuador) Ha publicado en poesía: Biografías de pájaros (2007), Con todos los soles lejanos (2015), Héctor Manuel Carrión, la extraña soledad del corazón (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2014); editora de la Correspondencia de Carlos Manuel Espinosa (Casa de la Cultura, Núcleo Provincial de Loja, 2015). Consta en varias antologías como Abriendo puertas por amor al arte (Celya, Salamanca 2006), Miguel Hernández (Universidad de Alicante, 2007). Ha publicado artículos en la Revista Académica de la Universidad Nacional de Loja, Mediodía y Suridea, Guaraguo, Cuadernos del matemático, de Loja, Madrid y Barcelona, respectivamente. Ha realizado ponencias en varios congresos de Literatura. Licenciada en Lengua Castellana y Literatura, docente en varios centros secundarios. Magíster en Literatura Comparada y Estudios Culturales, por la UAB, articulista de la revista quiteña Rocinante. Doctorada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad Autónoma de Barcelona. 43
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Daniel Salinas Basave Las redacciones han cambiado mucho. Entonces eran lugares muy ruidosos: las máquinas de escribir producían sobre todo estruendo, y una forma distinta de escribir. Corregir esas hojas de papel pautado —se llamaba pautado porque tenía unas rayas que permitían medir los textos— era difícil y humillante: los buenos no llenaban sus copias de tachones. Martín Caparrós 44
unca llegué a mi cita con la Historia. La hija de la chingada pasó frente a mí como un tren que sigue de largo sin detenerse en la última estación. Ahora ya puedo hablar en tiempo pasado y afirmar que nunca, en 33 años como periodista, fui testigo privilegiado de algo que valga la pena narrarse. La Historia, con mayúscula, siempre fue esquiva y mi destino fue malgastar mi vida tecleando millones y millones de palabras que fueron envoltura de tomates, gorrito de pintor o cagadero de canarios. Mis notas no eran escritas para ser leídas sino para engordar un pretexto. Mis únicos lectores fieles fueron los empleados de comunicación de las oficinas públicas que cada mañana debían entregar a sus superiores un resumen de lo publicado en todos los periódicos, e incluso ellos deben haberme leído a ojo de pájaro, sin hacer demasiadas pausas para analizar lo
narrativa escrito, pues lo único seguro, tratándose de notas mías, es que ahí no encontrarían nada interesante ni digno de ser reportado. Mi gran aporte a la historia del periodismo fue mi velocidad y exactitud para transcribir discursos de políticos. También mi habilidad para destacar siempre las frases más rimbombantes en tres horas de interminable letanía. Ególatras por naturaleza, los candidatos o funcionarios que las pronunciaban estaban enamorados de sus propias peroratas, y eran capaces de conmoverse hasta las lágrimas cuando leían sus cursilerías destacadas en negritas. Uno no es lo que quiere sino lo que puede ser, y yo sólo pude ser reportero de tropa, y más tarde coeditor en un periódico aliado del poder. Un periódico que casi nadie leía y cuya circulación real es, y ha sido siempre, mucho menor a la reportada, lo que no ha impedido a la empresa obtener ganancias millonarias por ventas de publicidad oficial, de las que sólo me cayeron algunas migajas, pues mi salario fue siempre un insulto al hambre. Claro, a cambio hemos tenido una conveniente tolerancia al institucional chayote, sostén económico de los soldados rasos como yo. Cuando alguna vez hemos llegado a quejarnos por lo magro del sueldo, la respuesta de los jefes es que nosotros deberíamos pagar por el privilegio de trabajar en el chayote más grande de México, de la misma forma que algunos policías mordelones pagan a sus superiores por dejarlos trabajar en cruceros donde unos cuantos automovilistas incautos pueden engordar sus navidades. Empecé a trabajar a los 19 años, en el verano del 61, cuando yacíamos inmersos y felices en el país de no pasa nada. Las cosas dignas de ser narradas ocurrían muy lejos de aquí, en otros hemisferios o en otras galaxias, pues en nuestro
México reinaba la calma chicha. Como tantísimos novatos de tropa, mi debut en el periodismo no fue pateando las calles, sino cortando las hojas del télex cada que llegaba un cable, mismo que yo debía transcribir aporreando sin piedad la máquina de escribir. Mi habilidad y mi rapidez como tundeteclas no pasaron desapercibidas. Mis primeros tres años los pasé cachando y transcribiendo cables. Fue en aquel entonces cuando ocurrió mi acto más trascendente y digno de ser recordado en 33 años de carrera periodística: el momento en que me senté frente a mi máquina para transcribir la noticia del asesinato de John F. Kennedy. Cuando se habla de anécdotas para contar a los nietos, esa es, sin duda, la única que puedo narrarles con alguna pizca de orgullo. Claro, lo único que hice fue transcribir y ordenar, pues los cables llegaban como chorizos, sin párrafos, acentos o signos de puntuación. Yo era un copista, no un redactor, y sin embargo a la fecha guardo en mi cajón el ejemplar de aquel 23 de noviembre de 1963, con la noticia que yo recibí y tecleé. «Los periodistas escribimos la Historia, así con mayúsculas, y por eso los periodistas somos y hacemos Historia», me dijo Pepe Undiano, el veterano reportero que tenía el privilegio de cubrir al presidente Adolfo López Mateos, y cuyas notas, por ende, iban siempre en la portada. El problema es que la Historia ocurría siempre muy lejos de aquí. En México ya no había Historia. Se había acabado con la Revolución. A falta de Historia nos quedaban los siempre eternos discursos del presidente de turno, que Undiano se encargaba de transcribir. Acaso las últimas cosas importantes que se publicaron en los periódicos mexicanos fueron el asesinato de Obregón y la expropiación petrolera, porque con el Es-
Fue en aquel entonces cuando ocurrió mi acto más trascendente y digno de ser recordado en 33 años de carrera periodística: el momento en que me senté frente a mi máquina para transcribir la noticia del asesinato de John F. Kennedy. Cuando se habla de anécdotas para contar a los nietos, esa es, sin duda, la única que puedo narrarles con alguna pizca de orgullo.
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cuadrón 201 nunca pasó un carajo, y de la Guerra Cristera nadie quiso hablar. La única gran foto de nuestros tiempos fue la del Ángel de la Independencia derrumbado por el terremoto en el 57. Lo demás era paja y más paja, y por eso las únicas secciones que leía la gente eran la deportiva y la policiaca, pues al menos ahí había goles y crímenes distintos cada fin de semana para entretener a nuestros lectores. De hecho, la verdadera gallina de los huevos de oro del conglomerado periodístico donde trabajaba era un tabloide deportivo que tiraba millones de ejemplares en todo el país, y otro tabloide policiaco adornado siempre con fotografías espeluznantes de accidentes viales y crímenes pasionales. Yo trabajaba en el periódico serio de la empresa, el formal, el que casi nadie leía, y cuya portada era invariablemente alguna frase rimbombante del presidente o del candidato oficial. A mediados del 64, luego de tres años haciendo méritos junto al télex, se me dio por vez primera la oportunidad de salir a la calle a reportear. En mi calidad de novato me asignaron fuentes chiquitas. Los reporteros mexicanos no cubrimos hechos sino edificios, y mi primera tarea fue pasarme el día entero en las oficinas de la delegación Gustavo A. Madero reportando puntualmente las actividades del delegado, que se publicaban en brevísimas notas refundidas en las empolvadas profundidades interiores. Cuando había actividades con el regente de la ciudad, mis notas podían aspirar a una mejor colocación pero nunca a la portada. Lo que funcionaba mejor era no describir ni interpretar y limitarme a transcribir discursos. Los discursos del delegado estaban atiborrados de loas al regente y los del regente atiborrados de loas al presidente. Yo me limitaba a transcribirlas textuales. Pronto me quedó claro que
la Historia estaba muy lejos de mis fuentes. En aquellos años de pininos reporteriles recibí mis primeros chayotes. El secretario particular del delegado me dijo que a su jefe le gustaban mucho mis notas, pues siempre destacaba sus mejores frases, y por eso me mandaba una pequeña ayuda para el transporte y la comida de todos los días. No eran, por supuesto, los monumentales sobornos que la leyenda negra imagina, pero sí una cantidad equivalente a mi salario quincenal, que igual era una bicoca. Aquello ni siquiera contaba como compra de silencio, porque, con o sin chayote, yo habría seguido publicando loas y alabanzas a mi fuente pues esa ha sido siempre la política editorial del periódico. Las únicas ocasiones en que nos era dado calumniar a un político se daban cuando el pobre había caído en desgracia ante sus jefes y de más arriba nos llegaba la línea para bombardearlo, pero esa tarea no era delegada a los reporteritos bisoños. Pude haber tenido mi gran cita con la Historia en 1968, pero aquellas multitudes de jóvenes marcharon dentro del limbo sin eco ni espacio donde moran los cristeros, los almazanistas, los ferrocarrileros, los médicos huelguistas y todo aquel que contradijera el sacrosanto discurso presidencial. Ese limbo tan lejano al relato de nuestras páginas. En nuestras notas aquellos jóvenes eran vándalos, terroristas, agentes sediciosos infiltrados por fuerzas extrañas, bestias aberrantes de un mundo lejano. Una de las propuestas que los estudiantes llegaron a plantear en sus manifestaciones era boicotear nuestro periódico, por considerarlo un aberrante ejemplo de abyección y servilismo frente al poder. Nuestra portada el 3 de octubre de 1968 fue Manos extrañas se empeñan en boicotear los Juegos Olímpicos. La nota hablaba de
terroristas sanguinarios y heroicos soldados, destacando la herida del valiente general Hernández Toledo. Aun en el hipotético e improbable caso de que yo hubiera estado presente en Tlatelolco, mi cita con la Historia habría permanecido en la agrafía. Días después, nuestras portadas se encargaron de mostrar las Olimpiadas como la apoteosis del gran milagro mexicano. Seguí haciendo méritos, transcribiendo discursos y cumpliendo cabalmente los encargos de mis superiores, que me apreciaban por cumplido, puntual y poco dado a las borracheras, siendo que eran las épocas en que los viejos editores tenían cierta licencia no oficializada para guardar pachitas de brandy en los cajones de sus viejos escritorios y consolarse con traguitos furtivos durante el cierre. En mi esfera de competencia el buen periodismo no estaba catalogado, y ante mis superiores el mejor reportero era el que entregaba a tiempo más notas, con los discursos y las declaraciones de los políticos debidamente transcritas. La escala de la meritocracia me premió con la cobertura del Departamento del Distrito Federal, lo que me permitía acceder de vez en cuando a colocar algunas notas en portada. Aunque no fue una cita con la Historia, en 1971 pude, por vez primera, estar en la línea del frente de un gran tema: el halconazo del Jueves de Corpus. No estuve en la calle para ver el zafarrancho, que en el periódico describimos como un vulgar pleito de pandilleros, pero me tocó firmar la noticia de la renuncia forzada del regente, Alfonso Martínez Domínguez, caído en desgracia y sacrificado por Echeverría. Si hubiera estado en la calle el día del halconazo, sin duda mi cita con la Historia se habría inmortalizado en una buena descalabrada, pues supe de algunos colegas reporteros de otros medios que salieron
de ahí con respetables chichones. A veces pienso que semejante herida de guerra me habría dado prestigio. Esos puntos en mi cabeza me hubieran puesto al nivel de un gran periodista veterano de Vietnam, pero, como siempre, estuve demasiado lejos del lugar donde suceden las cosas que vale la pena contar. La caída de don Alfonso tuvo efectos directos en mi vida, pues el chayote que me entregaba su secretaria era bastante más jugoso que el entregado por su sucesor. Meses después, el periódico cumplió con satanizar el festival de Avándaro, en el que por supuesto tampoco estuve presente, y también cumplió con callar todo lo referente a la guerrilla urbana de la Liga 23 de Septiembre y el levantamiento de Lucio Cabañas en la sierra de Guerrero. Al final, después de casi completar un sexenio cubriendo el Departamento del Distrito Federal, mi puntualidad y obediencia fueron
premiadas con el máximo trofeo al que podía aspirar un reportero en esa empresa: la cobertura de la campaña presidencial. El año de gloria de mi vida fue 1976, cuando cubrí puntualmente todos y cada uno de los eventos de la campaña del licenciado José López Portillo. Esas sí eran vacas rechonchas. Tal vez no fue una cita con la Historia, así con mayúsculas, pues al no haber ni siquiera candidato opositor esa historia estaba escrita de antemano, pero sí fue mi cita con los chayotes más presumibles que he recibido en mi carrera. Por primera vez en mi vida supe lo que era volar en un avión y por primera vez pude ir un poco más lejos de Cuernavaca y Acapulco. Peinamos todo el país, y cada nueva ciudad a la que llegábamos era un agasajo: comilona, baile y, por la noche, borrachera. La nota estaba escrita de antemano, pues los de comunicación nos entregaban el discurso que daría el candidato ese
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día, y antes del evento yo ya tenía escrita la nota con la frase destacada. El resto era tomar la foto del candidato entrando a caballo a los pueblos o alzando los brazos ante las multitudes que lo aclamaban. Por supuesto, cuando se cumplió el trámite de ganar la elección y el licenciado López Portillo tomó posesión como mandatario, fui justamente recompensado con la cobertura titular de Presidencia de la República. Empezó para mí un sexenio de vacas gordísimas, lo más parecido a una realización personal que he vivido en mi existencia. Tenía asignado un chayote mensual que triplicaba mi sueldo en el periódico, sin contar los regalitos que nos llegaban en fechas especiales, como el Día de la Libertad de Expresión. Aquello, como ya he explicado, era simple agasajo y gratitud por parte de un presidente dadivoso, no una compra de complicidades, pues con o sin dinero yo no hubiera podido publicar un solo parrafito que contradijera o cuestionara en algo el discurso del señor. Por primera vez pude reunir un ahorrito para comprar un carro y una casa, y hasta para casarme, ya algo crecidito, con mi novia Regina, a la que no veía nunca. Tuvimos dos hijas, vacacionamos en Acapulco y en algún momento hasta nos creímos las palabras del señor presidente cuando hablaba de administrar la abundancia. Ilusos nosotros, pensamos que la sonrisa de
la vida duraría para siempre, hasta que cayó sobre nosotros 1982 como el cuchillo de una guillotina y todo se fue el carajo. La empresa de medios donde trabajaba se regía por las leyes de la política, no por las del periodismo, y los reporteros parecíamos condenados a caer en desgracia cuando nuestras fuentes bajaban de su trono. Tras la gran devaluación y las groseras corruptelas reveladas, el lopezportillismo cayó en desgracia y yo caí junto con él. Con Miguel de la Madrid y su austera renovación moral, todo lo que tuviera un tufo a López Portillo apestaba y debía ser barrido. Como yo había sido el reportero titular de la fuente presidencial durante todo el sexenio, me colgaron la etiqueta porpillesca y junto con ella me derrumbé en aquel miserable 82. Fui relevado de la cobertura en Los Pinos y confinado al corral de la redacción con un meritorio ascenso al aburridísimo y mal pagado puesto de coeditor, lo que se tradujo en un aumentito apenas simbólico de salario y una forzada renuncia al más jugoso chayote de México. De un día a otro mi ‘ascenso’ laboral redujo considerablemente mis ingresos, pues al estar confinado a un encierro oficinesco y burocrático, no podía lucrar con las fuentes en la calle, aunque tampoco tenía el nivel de director editorial como para llevarme tajadas de los contratos publicitarios y chayotes mayores.
Al final, después de casi completar un sexenio cubriendo el Departamento del Distrito Federal, mi puntualidad y obediencia fueron premiadas con el máximo trofeo al que podía aspirar un reportero en esa empresa: la cobertura de la campaña presidencial.
Con la moneda devaluada y la inflación mordiendo las finanzas familiares, tuve que resignarme a un rutinario empleo como empacador de notas ricas en alabanzas a Miguel de la Madrid, y con no pocas menciones denigratorias para el establo porpillista, ensañándonos con árboles caídos, como el ‘Negro’ Durazo y Jorge Díaz Serrano, mientras otro reportero más joven ocupaba mi lugar en la sala de prensa de Los Pinos, en donde, según radio-pasillo, ya no habían las espléndidas dádivas de mi época dorada. Mi cita con la Historia habría llegado de haber podido cubrir desde la calle el terremoto del 85, pero en mi recién estrenada condición de empacador, no me fue dado salir a hacer trabajo de reporteo. Por lo demás, aunque lo hubiera hecho, las únicas versiones reflejadas en nuestro periódico fueron las de la autoridad, pues nunca hubo espacio para la voz de los damnificados y de las mil y una organizaciones ciudadanas que se sumaron a las labores de rescate desafiando la inoperancia y el estorbo del gobierno, que no sólo no actuó, sino que impidió hasta donde pudo que otros actuaran. El tren de la Historia volvía a pasar de largo, el verano de mi existencia se marchitaba con prisa, y muy pronto en mi otoñal existencia fue demasiado tarde. El relevo presidencial no trajo cambios a mi destino de empaca-
dor de información redundante. En 1988 validamos y aplaudimos el fraude electoral que encumbró a Salinas de Gortari y nos dedicamos a satanizar la amenaza comunista de Cuauhtémoc Cárdenas. El periódico siguió cobrando gordísimos contratos por publicidad gubernamental, mientras su circulación callejera caía a niveles de miseria y yo entraba en esa línea de sombra de la existencia en la que buscamos aferrarnos desesperados a tablas salvadoras de madera podrida. Durante el sexenio salinista seguí fungiendo como empacador de redundancias mientras sumaba antigüedad y me aburría mortalmente con nuestras portadas grandilocuentes que hablaban de un país en el umbral del primer mundo y al que el Tratado de Libre Comercio permitiría alcanzar la prosperidad postergada por tantos años de fallidos gobiernos nacionalistas. Con la edad llegaron los kilos y el desparpajo. Si en mi juventud me había mantenido más o menos al margen del consuetudinario alcoholismo al que está condenado todo periodista, al llegar a los años otoñales brotó de las profundidades mi esencia crápula, postergada durante los años en que aún creía tener una cita con la Historia. Ahora mi única cita era en los bares que aguantaban abiertos de madrugada y donde me recluía con la raza más brava de la redacción. La meta de cada nuevo día era llegar al mági-
co momento en que la edición se iba a prensas y yo me levantaba de mi escritorio para enfilar rumbo a cantinas de mala muerte, en las que permanecía hasta quedarme dormido sobre la barra o ser corrido por el cantinero. Cualquier cosa era mejor que llegar a casa. Con la sed teporocha renació la cachondería. Una cachondería más emocional que física, pues para entonces el nivel de mis erecciones se había devaluado como la moneda. Era como si todas las mujeres del mundo se hubieran vuelto más deseables de un día para otro. Mis escapadas incluyeron salas de masaje y puteros de bajo presupuesto, pero aquello no se limitaba a aliviar ansias y descargar semen viejo dentro de inciertas vaginas. En el fondo deseaba demostrarle a alguien, o a mí mismo, que aún podía seducir a alguien, aunque siendo franco nunca hubiera seducido a nadie. Así como mi gran cita periodística con la Historia no llegó nunca, tampoco hubo en mi vida una etapa de exitoso picaflor. Cuando fui joven estuve demasiado ocupado transcribiendo discursos políticos y entregando a tiempo mis notas que nadie leyó nunca. El deseo otoñal es una nostalgia, por lo que jamás sucedió una rebelión contra la fuente que se agota irremediablemente. De pronto te das cuenta de que el esperma no es para siempre, que has desperdiciado mil y una inútiles noches y que la única redención posible para
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La meta de cada nuevo día era llegar al mágico momento en que la edición se iba a prensas y yo me levantaba de mi escritorio para enfilar rumbo a cantinas de mala muerte, en las que permanecía hasta quedarme dormido sobre la barra o ser corrido por el cantinero. Cualquier cosa era mejor que llegar a casa.
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salvarte del desbarrancadero es una piel joven. Inmerso en la crisis de la andropausia, llegó el último año del sexenio salinista; llegó la crisis sucesoria, llegó el alzamiento zapatista, llegaron los negros presagios y llegó ella, y entonces sí todo se fue, irremediablemente y sin escalas, al carajo. Juliana llegó en enero, cuando la cita con la Historia pasó por la selva chiapaneca y todo el mundo hablaba de los encapuchados. Ahora mismo no sé si en verdad era tan endiablada y canijamente hermosa como me pareció al verla llegar con su cámara y su carita de me como el mundo en su primer día de trabajo. Por esa redacción no han sobrado nunca las beldades, y a mi edad no eran precisos elevados cánones estéticos para ponerme caliente y soñador. Su arribo al periódico sólo puede explicarse por un error, un desatino o un sinfín de puertas cerradas. Las chicas recién egresadas de la carrera de comunicación sueñan con trabajar en la tele, pues eso las hace sentirse glamorosas. Si fracasan en el intento, entonces van a tocar la puerta en revistas faranduleras, y si por una cadena de fracasos van a caer a un diario quemado, jodido y mal pagador como el nuestro, lo lógico es creer que caerán a la sección de espectáculos. Los tiempos han cambiado mucho,
lo sé, pero en aquel 94 la idea de tener en el equipo a una tipa guapa con 23 años recién cumplidos era un sueño húmedo materializado. Lo peor fue que ella muy pronto se dio cuenta de su condición de reina en el país de los feos, o al menos así se lo hicieron saber los jariosos reporteros que de inmediato cayeron como pirañas sobre ella. Como era fotógrafa y no tenía una fuente asignada, todos se la peleaban a la hora de salir a la cobertura diaria. En mi calidad de coeditor yo era su superior jerárquico, y aunque no me era dado salir a la calle, me las arreglaba siempre para mandarla llamar por las tardes y hacerle comentarios sobre sus fotos. Traté de adoptar una actitud entre paternal y amistosa cuando la mandaba llamar a mi escritorio, y sentado a su lado, me ponía a analizar sus fotos y a darle consejos, como si alguna vez yo hubiera sabido algo de fotografía. Juliana cumplía con darme por mi lado sin ocultar cierto fastidio. Mientras el tren de las noticias corría por la Selva Lacandona, arrancó con más pena que gloria la nueva campaña presidencial, y entonces la idea llegó a mi mente como una revelación. Después de pasar doce años encerrado en la oficina, era tiempo de volver a salir a la calle. Los astros se me estaban alineando, pues la subdirección
editorial había caído en manos de Cuitláhuac Topete, un compañero al que tres o cuatro borracheras pasadas de sentimentales habían elevado a la categoría de compadre. Fui al grano y le pedí que me apoyara para volver a salir a la calle a reportear. A mis 52 años de edad quería volver a cubrir una campaña presidencial antes de retirarme. Cuitláhuac me preguntó si de verdad aguantaría el trote y la carrilla. Le dije que me sentía mejor que nunca, lo cual en cierta forma no era mentira, pues ver diariamente a Juliana me había puesto el ánimo en el cielo. Dijo que lo consultaría con el director editorial y prometió echarme alguna porra. Por una vez en la vida, la ingrata empresa me concedió un favor. Una semana después de la charla con Cuitláhuac fui anunciado como el encargado de la cobertura de la campaña presidencial de Luis Donaldo Colosio. Por supuesto a nadie le pasaba desapercibido que yo siempre pedía que me asignaran a Juliana como fotógrafa, privilegio que las más de las veces se me concedía ante la envidia de los demás. Después de 18 años yo había vuelto a cubrir una campaña presidencial, aunque las cosas no se parecían nada a lo vivido con López Portillo, pues los eventos de Colosio nomás no prendían. Lo peor no era eso, sino que mis notas sobre las actividades del próximo presidente de México no se iban en automático a portada como sucedía en los tiempos de Jolopo. La gente hablaba del encapuchado Marcos, o de Samuel Ruiz y de Manuel Camacho, pero a Colosio ni lo mencionaban. Yo miraba al candidato con algo de lástima, como se mira a un chamaco idealista y bien intencionado. Después de todo era casi diez años más joven que yo y, comparado con López Portillo, se notaba a leguas que no las tenía todas consigo. Algo estaba pasando con esa campaña sin
ángel, aunque siendo honesto a mí me tenía muy sin cuidado pues ahora podía salir a la calle con Juliana y hablarle bonito, sin importarme que ella fingiera concentrarse en fotografiar al candidato bigotón. Hasta ahora sólo me había tocado trabajar con ella en eventos en la Ciudad de México y alrededores. Juliana fue la que tomó las fotos de aquel discurso del 6 de marzo, ahora tan mentado por todos. Ya llegaría el momento de nuestros primeros eventos foráneos. Hay alineaciones de astros que llegan así, sin decir agua va, oportunidades que da la vida, y es preciso tomarlas sin pensarlo demasiado, porque si no el tren pasa de largo y se va para siempre. A mediados de marzo anunciaron una gira del candidato por el Pacífico. Iría a Sinaloa, a Baja California Sur y cerraría en Tijuana, en donde pasaríamos la noche. Cuando supe lo que venía empecé a maliciar mi plan. Por lo pronto empecé por preguntarle a Juliana si tenía visa y pasaporte. Cuitláhuac me miró con una sonrisita cómplice. —Viejo garañón y caliente —me dijo cuándo le pedí como un verdadero favor de compañero y compadre que asignara a Juliana para la cobertura de Baja California. —No tienes madre, pinche buitre rabo verde —me dijo mi jefe mientras firmaba la orden de trabajo asignando a Juliana como fotógrafa para la gira del candidato. Juliana se puso contenta cuando le di la noticia. Apenas tenía dos meses trabajando en el periódico y ya iba a salir a su primera gira. Yo me había tardado quince años en subirme por vez primera a un avión a cuenta del periódico, y Juliana, sin más mérito que su guapura, ya estaba debidamente instalada en el pul del candidato presidencial. Todo esto me encargué de remarcárselo bien, pues quería dejarle claro que yo era en gran medida el responsable de su vertiginosa promoción
a responsabilidades de semejante envergadura. Juliana me tenía que estar agradecida. Mi plan ya estaba más que armado: cubriríamos muy bien el evento de La Paz, que sería nuestra nota fuerte del día. El evento de Tijuana en colonia popular sería a las siete de la tarde, hora del DF, y por experiencia sabía bien que en la redacción no iban a esperarnos a que mandáramos la nota. Además, a quién carajos le interesaba un eventillo en una colonia rascuache, así que nada más llegando a Tijuana nos instalaríamos en el hotel y nos cruzaríamos a San Diego. Llevaría a Juliana a hacer compras al mall y después a una cenita romántica por el rumbo del embarcadero. Las veces que me tocó viajar con López Portillo a Tijuana siempre era lo mismo. Toda la tropa de reporteros, al menos los que teníamos papeles, nos cruzábamos a la fayuca, y si algo sabía yo es que ninguna mujer se resiste al hechizo de las compras. Mi plan no podía fallar. Le compraría a Juliana algunos regalitos, no sé, una blusa, un perfume, algo caro y de marca aunque me costara el sueldo entero. Luego me la llevaría a cenar con vinito descorchado. Le diría unos cuantos piropos, elogiaría su belleza y su profesionalismo, le diría que yo, con mis 33 años de experiencia y mis enormes influencias en la empresa, la apoyaría para llegar muy lejos. El vinito para entonces ya la habría puesto en órbita, y de regreso a Tijuana, nada más fácil que pedirle que me dejara entrar a su habitación a tomarnos una botellita del servibar, y ahora sí, mi princesa, déjate quitar la ropita y a cumplir tu parte. Durante los eventos en Culiacán y La Paz no pensé en otra cosa. Juliana tomaba fotos como si fuera turista japonesa y agarraba al candidato de todos los ángulos posibles mientras yo la iba desnudando mentalmente. Lo que más me pre-
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Aterrizamos en el aeropuerto de Tijuana como a las tres de la tarde hora local, y pronto me di cuenta de que yo no era el único que había tenido la idea de escapar a San Diego.
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ocupaba era poder aguantar, cumplirle como un grande, y mientras ella buscaba ángulos imposibles para tomar al candidato durante su discurso en La Paz, yo me la imaginaba debajo de mí, haciendo ruiditos cachondos. Pensé entonces que mis 33 años en el periodismo iban a ser recompensados esa noche. Me la tenía que coger, sí o sí, y lo que pasara después me tenía sin cuidado. Aterrizamos en el aeropuerto de Tijuana como a las tres de la tarde hora local, y pronto me di cuenta de que yo no era el único que había tenido la idea de escapar a San Diego. Varios reporteros de la palomilla iban a hacer lo mismo. Total, la nota del día ya la habíamos enviado desde La Paz, y en México nadie iba a preguntar por lo que había hecho el pobre candidato en una colonia terregosa. Así las cosas, del aeropuerto nos fuimos al hotel nada más para registrarnos, y mientras la comitiva enfilaba rumbo a Lomas Taurinas, Juliana y yo nos fuimos a cruzar la línea. Claro que Juliana no iba muy convencida que digamos. Todo el tiempo me iba preguntando si no se darían cuenta en la redacción, qué iba a pasar cuando le pidieran fotos del mitin en Tijuana. Le insistí en que yo era su jefe y le daba permiso, que eso era lo que hacíamos todos los reporteros cuando llegábamos a Tijuana, que viviría-
mos una experiencia inolvidable y que el fotógrafo de comunicación social del candidato nos daría fotos exclusivas para respaldo. La preocupación se le olvidó a Juliana cuando llegamos a las tiendas de Horton Plaza, y entonces sí, cuáles fotos y cuál Colosio. A comprar se ha dicho. De buenas que las tiendas las cerraban a las ocho de la noche, porque si no Juliana hubiera seguido otras cuatro horas probándose blusas, pantalones y zapatos, aunque a la hora de la hora lo que pudo comprar no fue mucho, pues su sueldo no daba para gran cosa, y ahí fue donde intervine yo, en plan romántico y apapachador, para quemar mis magros ahorros en un perfume y unos zapatos que excedían su presupuesto. Lo que me quedaba de dinero lo invertí en una cenita en un restaurante italiano del Gaslamp. Agradecida por los zapatos y el perfume, Juliana se portó amable y platicadora durante la cena, aunque sin darme mucho lugar a los arrumacos, pues suavemente retiraba la mano cuando yo hacía por acariciarla, y fue evidente su tensión cuando me animé a ponerle la mano en un muslo, aunque no se atrevió a pararme el alto. La mala noticia fue que, al haberme acabado casi todo mi dinero, tuvimos que regresar a Tijuana en trolley, pues ya no me alcanzaba para pagar un taxi. El trolley tardó
más de una hora en llegar a hasta San Ysidro, y Juliana se iba durmiendo en su asiento. Mala señal. Cruzamos a pie la frontera, y con mi última morralla pagué un taxi amarillo que nos llevara al hotel. —Estoy que muero de cansancio —me dijo Juliana, mientras yo miraba vehículos militares circulando por las calles tijuanenses. Algo muy raro se respiraba en la ciudad. Lo normal es que los taxistas funjan como heraldos, pero a aquel chofer le habían comido la lengua los ratones, porque no abrió la boca en todo el trayecto y tampoco yo hice preguntas, concentrado como estaba en las reacciones de Juliana, que fingía dormir sobre el asiento. Llegamos al hotel cerca de la medianoche. Lo primero que me extrañó fue no ver barullo de reporteros por los pasillos, pues en las giras la raza pesada suele tomar el bar del hotel a cuenta de los siempre solícitos empleados de comunicación. Daba la impresión de que los colegas y los integrantes de la comitiva no estuvieran. ¿Se habrían ido de antro los muy cabrones? Había algunos crápulas que por nada del mundo perdonarían la Revo y la Coahuila en su única noche tijuanense. Mejor así, pensé, mientras seguía a Juliana que caminaba a paso veloz por el pasillo como si quisiera abrir de inmediato la puerta de su cuarto y encerrarse. Conseguí detenerla tomándola sutilmente por el hombro, mientras le pedía que revisáramos la agenda del siguiente día. —Estoy cansadísima —me espetó. Decidí entonces arrojar todas mis cartas. En la puerta de su cuarto empecé a decirle lo especial que había sido para mí esa noche, la cena tan romántica y todo lo que habíamos estado viviendo juntos, antes de remarcarle el enrome futuro profesional que tenía como fotógrafa. Le dije que en mí esta-
ba naciendo un sentimiento muy especial hacia ella. Muy especial y muy profundo, fueron las palabras que utilicé antes de decirle que en el calendario marcaría la noche del 23 de marzo como una de las más especiales de mi vida. Juliana escuchaba en silencio mi perorata, haciendo muecas de fastidio y cansancio, pero sólo se atrevió a empujarme cuando la abracé e intenté besarla. Fue un empujón firme, contundente, pero sin gritos ni aspavientos, al que siguió un buenas noches casi al unísono con el portazo. Lo peor de esa noche fue el machacón insomnio, cuya cereza en el pastel de mi derrota fue la paja que me hice para sentirme más relajado y bajarme la calentura, pensando por supuesto en Juliana, colocada a cuatro patas sobre esa misma cama mientras yo la embestía con furia. Después la maldije mil veces y me maldije a mí, mientras me limpiaba la mano pringosa y culpable e intentaba pensar con algo de coherencia lo que le diría al día siguiente. Tal vez lo único rescatable de aquella catástrofe fue no haber tenido que escuchar la noticia por boca de un colega reportero que en plan socarrón me echaría en cara lo que me había perdido mientras se burlaba de mi desgracia. La noticia la supe por un periódico tijuanense que dejaron en la puerta de mi habitación al amanecer y en cuya portada aparecía descomunal la foto de la cabeza ensangrentada con su pelo afro pintado de rojo. Tampoco tuve que perder el tiempo con largos dramas y justificaciones ni fue preciso pedir piedad o rogarle a Cuitláhuac que intercediera por mí, pues me corrieron por teléfono antes de que pudiera balbucear mi primer pretexto. Si de consuelo me sirve el mal de muchos, puedo decir que no fui el único reportero corrido por no
haber estado en Lomas Taurinas aquella tarde. Encendí un cigarro, y sólo entonces me puse a pensar que al no haber candidato tal vez ni siquiera habría avión para regresar a México. Juliana no paraba de chillar y echarme en cara que por mi culpa había perdido su trabajo. Traté de calmarla diciéndole que yo tenía demasiada experiencia y conocidos y que la recomendaría en otro periódico, pero de inmediato me hizo saber que no quería volver a verme ni a saber nada de mí. De reojo alcancé a fijarme en que llevaba puestos los zapatos que le había comprado. Nunca volví a pararme por la redacción. Mi finiquito me fue negado argumentando negligencia, incumplimiento de contrato y abandono de labores. Pese a todo tuve ocasión de enterarme que a Juliana le perdonaron el despido y pudo regresar a trabajar apoyada por Cuitláhuac, ante quien declaró que yo la había obligado a ir a San Diego y había intentado violarla. Alguien me contó después que Cuitláhuac se la cogía, y alguien me dijo —o acaso me inventó— que se la rolaban entre dos reporteros jóvenes y que había salido embarazada, que se casó, se divorció y había engordado. El periódico siguió publicando notas que nadie leía, declarando una circulación diez veces superior a la real y vendiendo paquetes publicitarios en cantidades de dinero que un reportero jamás vería en tres décadas de trabajo esclavo. Los años se me han ido en subempleos de hambruna y melancólicas borracheras de viejo con los licores más baratos. Nunca he vuelto a ver ni de lejos a Juliana, y por supuesto no he vuelto ni siquiera a soñar con cenar junto a una muchacha de 23 años. Tampoco la Historia, esa hija de puta, ha vuelto a pasar ni siquiera cerquita.
Daniel Salinas Basave (Monterrey, México - 1974) Ejerce el periodismo desde hace dos décadas. Comenzó su carrera en el periódico El Norte de Monterrey y fue miembro de la generación fundadora del diario Frontera, en Tijuana, donde se desempeñó como reportero de investigación y asuntos políticos durante diez años. Es autor de los libros Mitos del Bicentenario y Réquiem por Gutenberg (Premio Estatal de Literatura Baja California 2010). Es editorialista y colaborador del noticiero Síntesis y columnista del semanario El Informador. Ha sido becario de la Sociedad Interamericana de Prensa en el seminario Periodismo de Alto Riesgo en Campo de Mayo, Argentina, y enviado de noticias a la Zona Cero de Nueva York en 2001. En 2014 recibió el Premio Malcolm Lowry de ensayo literario por Cartografías de Nostromo y el Premio Nacional Gilberto Owen de Literatura, en 2015, por Días de whisky malo, obra que fue finalista en el IV Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez (2017).
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No hablemos Y que las voluntades primeras permanezcan gigantes y sin forma sin ningún camino para el mundo de los hombres.
IV [fragmento] A Vinicius de Moraes En la hora de mi muerte estarán a mi lado más hombres infinitamente más hombres que mujeres. (Porque fui más amante que amiga) Sin duda dirán las cosas que no fui. Como entonces con gran generosidad: No era mal poeta la pequeña Hilda. Tendré rosas en el cuerpo, en las manos, en los pies. Son todos tan delicados tan delicados… De Balada do Festival (1955) 54
16 No es verdad. No todo fue tierra y sexo en mí si soy poeta es porque también sé hablar de amor suavemente. Y como nadie sé acariciar la cabeza de un perro en la madrugada.
19 Prométeme que te quedarás hasta que la madrugada te sorprenda. Aunque no sea abril esta noche que desciende aunque no haya estrella y esperanza en este amor que amanece De Roteiro do silêncio (1959)
geografías
IV ¿Qué boca ha de roer el tiempo? ¿Qué rostro ha de llegar después del mío? ¿Cuántas veces el tejido leve de mi soplo ha de posarse sobre la blancura agitada de tu pecho? ¿Atravesaremos juntos las grandes espirales la arteria extendida del silencio, el vacío la planicie del tiempo? Cuántas veces dirás: vida, estrella vespertina, magna-marina y cuántas veces diré: eres mío. Y en las distendidas tardes, de largas lunas, de madrugadas agónicas sin poder tocarte. Cuántas veces, amor, una nueva vertiente ha de nacer en ti y cuántas han de morir en mí. De Júbilo, memória, noviciado da paixão (1974) Menina, Cândido Portinari.
I Nave ave molino y más todo seré Para que sea leve mi paso en vuestro camino
XXII
de: Trovas de muito amor para um amado senhor (1960)
III Tu sueño no es un sueño común. Extiendes la vigilia y aprendes a través de la oscuridad. También así el mar reposa. De Pequenos funerais cantantes ao poeta Carlos Maria de Araújo (1967)
No me busques ahí donde los vivos visitan a los llamados muertos. Búscame dentro de las grandes aguas en las plazas en el fuego corazón entre caballos, perros, en los arrozales, en el arroyo o junto a los pájaros o en el reflejo de otro alguien, subiendo un duro camino Piedra, semilla, sal pasos de la vida. Búscame ahí. Viva. De Da morte. Odes mínimas (1980)
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VI
XXII
Hoy te canto y después en el polvo que he de ser te cantaré de nuevo. Y tantas vidas tendré cuantas me darás para otra vez amanecer intentándote buscar. Porque vives de mí, Sin Nombre, sutilísimo amado, relincho del infinito, y vivo porque sé de ti tu hambre, tu noche de herrumbre tu pasto es mi verso rociado de tintas y de un verde negro tu casco en los arenales donde me pisas hondo. Hoy te canto y después enmudezco si te alcanzo. Y juntos iremos a teñir el espacio. De luces. De sangre. De sangre.
Que las barcazas del tiempo me devuelvan la primitiva urna de palabras. que me devuelvan a ti y a tu rostro como lo conocí desde siempre: punzante pero centellante de vida, renovado como si el sol y el rostro caminasen porque venía de uno la luz del otro. Que me devuelvan la noche, el espacio para sentirme tan vasta y poseída como si aguas y maderas de todas las barcazas se hiciesen materia rediviva, adolescencia y mito. Que te devuelva la fuente de mi primer grito.
De Sobre a tua grande face (1986)
III Descansa. El hombre ya se hizo el oscuro ciego rabioso animal que pretendías.
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De Amavisse (1989)
XIX Si yo supiese Tu nombre verdadero Te tomaría Húmeda, tenue Y entonces descansarías. Si susurraras Tu nombre secreto En mis caminos Entre la vida y el sueño Te prometo, muerte, La vida de un poeta. La mía: Palabras vivas, fuego, fuente. Si me tocaras, Amantísima, blanda Como fui tocada por los hombres En vez de Muerte Te llamo Poesía Fuego, Fuente, Palabra viva Suerte. De Da morte. Odes mínimas (1980) Es cruda la vida. Asa de tripa y de metal. En ella me despeño: piedra dilación herida. Es cruda y dura la vida. Como un pedazo de víbora. Como en la lividez de la lengua Tinta, te lavo los antebrazos, Vida, me lavo En lo delgado-poco De mi cuerpo, lavo las vigas de los huesos, mi vida Tu uña plomiza, mi abrigo rosso. Y deambulamos de coturno por las calles Púrpuras, góticas, ebrias de cuerpo y copas. La vida es cruda. Hambrienta como el pico de los cuervos. Y puede ser tan generosa y mítica: arroyo, lágrima Ojo de agua, bebida. La vida es líquida. De Júbilo, memória, noviciado da paixão (1974)
(Selección y traducción: Leo Lobos. Tomado de: https://ginebramagnolia.wordpress.com /2009/01/01/hilda-hilst-trece-poemas/ http://www.letras.mysite.com/hh281204.htm)
Hilda Hilst (1930 - 2004) Hilda de Almeida Prado Hilst, poeta, dramaturga y cronista brasileña. Nació en Jaú, São Paulo, el 21 de abril de 1930. Dedicó gran parte de su vida a la literatura. En 1965, acompañada de su compañero, el escultor Dante Casarini (con quien se casa en 1968 y se divorcia en 1991), se muda para la Hacienda São José, propiedad de su madre, a 11 Km de Campinas; en estas tierras inicia la construcción de su casa, donde vivió aislada del mundo desde 1966 —la Casa do Sol—, frecuentada por innumerables artistas en las décadas de 1970 y 1980. Hilda Hilst dejó una obra de más de cuarenta libros: desde 1950 a 1995, en versos que fueron tornándose cada vez más complejos; de 1967 a 1969, en piezas de teatro escritas con la intención de denunciar las atrocidades de la dictadura militar; de 1970 a 1997, en prosa poética, en la cual lo sagrado y lo profano, la trascendencia y la sexualidad frecuentan el mismo espacio textual. Es autora de Presságio (1950), La obscena señora D (1982), El cuaderno Rosa de Lory Lambi (1990), Fluxofloema (1970) y Estar siendo. Haber sido (1997). Varias de sus obras fueron traducidas a distintos idiomas —francés, italiano, inglés, español y alemán— y conquistaron los mayores premios literarios del Brasil: el Premio Pen Club de São Paulo en 1962, el Premio Anchieta de Teatro en 1969, el APCA (Asociación Paulista de Críticos de Arte) en 1977 y 1981, el Premio Jabuti, de la Cámara Brasilera del Libro en 1984 y 1993, el Premio Cassiano Ricardo del Club de Poesía de São Paulo en 1985, una indicación para el Premio Intelectual del Año, de la Unión Brasilera de Escritores en 1990 y el Prêmio Moinho Santista, de la Fundación Bunge, por el conjunto de su obra poética en 2002. En la madrugada del 4 de febrero de 2004, murió en Campinas a la edad de 73 años. (Tomado de: http://eltriunfodearciniegas.blogspot.
com/2014/03/hilda-hilst.html)
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E
Franklin Barriga López
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1 Extracto de la conferencia magistral pronunciada en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en noviembre de 2017.
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l 1 de diciembre se cumplieron cien años de la muerte de Federico González Suárez, uno de los valores humanos más representativos del Ecuador, cuyo tránsito vital fue de dimensiones extraordinarias, en época de transformaciones no solamente políticas. A los cien años de la desaparición física de este personaje insigne, vemos, con satisfacción, que a su figura se le ha eternizado, merecidamente, en el mármol y el bronce. Personalidad fraguada en lo agreste de una niñez acosada por la pobreza y el sufrimiento: asistía descalzo a la escuela, con apenas un pedazo de pan en el estómago y el peso de la necesidad material que le embargaba el espíritu; estas circunstancias, seguramente, le grabaron aquella adustez que pocas veces le hacía sonreír. Con admirable esfuerzo, riguroso estudio e inteligencia, supo elevarse a la alta cumbre donde está inmortalizado: virtuoso ser humano que miraba de frente; religioso de sólida integridad, no se apartó de las orientaciones y prácticas morales y éticas, que son los cimientos robustos para evitar la decadencia de los pueblos; patriota que llegó a exclamar, cuando Presidente de la Junta Patriótica, el 20 de abril de 1910: «Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca con el arma al brazo y no enredado en los hilos de la diplomacia; no lo arrastrará a la guerra la codicia sino el honor», versado escritor de prosa directa y pulida; orador que arrancaba sonoros aplausos en el interior del templo; polígrafo que llegaba a la extenuación y hasta enfermarse, por las largas horas dedicadas al estudio. Fue eminente orador que elevó tanto la cátedra sagrada como la patriótica. De entre sus discursos, se ha hecho célebre especialmente el pronunciado el 4 de junio de
centenario 1900, con motivo del traslado de los restos del mariscal Antonio José de Sucre a la catedral quiteña, donde reposan en lugar digno de su memoria, tallado en material granítico del Pichincha, en cuyas faldas se produjo la célebre batalla de nuestra independencia, como jubilosamente recordamos los ecuatorianos. Condenó a los asesinos, al odio y a apetitos malsanos que encienden las pasiones engendradas en el interior de los partidos políticos, lamentó la desaparición de la Gran Colombia —el gran sueño de Bolívar—, honró con palabra magistral al mártir de la libertad y a su digna cónyuge, la Marquesa de Solanda, a la que pretendieron desprestigiar los seguidores de los asesinos de Berruecos y conspiradores de otro jaez, con falacias de invención sin límites. La Historia, como luz de la verdad, de acuerdo a lo conceptuado por Marco Tulio Cicerón, supo poner en su sitio a los asalariados para el crimen y la indigna pluma. El discurso de González Suárez es uno de los testimonios demoledores para ellos. A más de investigaciones de campo, consultó decenas de miles de documentos en bibliotecas y archivos ecuatorianos (en Quito, Municipalidad, Corte Suprema, Corte Superior, Tesorería Nacional, del Ministerio y de la Notaría Eclesiástica, de la Curia Metropolitana, del Cabildo Eclesiástico, de los conventos, de los monasterios, de los colegios, de la Universidad Central y de las escribanías públicas; también en Ibarra, Riobamba, Cuenca y Loja). En el extranjero lo hizo en el Archivo de Indias de Sevilla (cinco horas diarias, por casi dos años), en los de Alcalá de Henares, Simancas, Córdoba y Madrid (Archivo de la Real Academia de la Historia, Biblioteca Nacional, Depósito Hidrográfico y Biblioteca del Real Palacio). Además de España y con similares propósitos, es-
tuvo en Francia, Suiza, Roma, Portugal, Brasil, Uruguay, Argentina, Chile y Perú; en Italia permaneció tres meses. En Recuerdos de viaje, narra cronológicamente sus recorridos internacionales, así como la amistad con intelectuales de la talla de Marcelino Menéndez y Pelayo o Marco Pérez Jiménez de la Espada, este último consumado americanista que estuvo en nuestros territorios en expedición científica, quien dijo que González Suárez «es el más erudito y concienzudo de los historiadores del Nuevo Continente», según lo rememoró Luis Felipe Borja. En el extranjero, su fama fue conocida y respetada, como la de uno de los historiadores más notables. Es así que, el jueves 20 de febrero de 1908, se publicó en diario El Comercio, de Quito, una carta, fechada en Madrid, el 10 de enero del mismo año, en la que Víctor M. Rendón, ministro del Ecuador en Francia, informó a González Suárez que la Real Academia Española le nombró Miembro Correspondiente de ella. El 5 de julio de 1906, González Suárez ingresó a Quito, de manera apoteósica, una vez que fue designado su Arzobispo, dignidad que desempeñó hasta su muerte; asimismo, en 1909, la República le tributó espléndido homenaje nacional (se colocó una placa en la casa en que nació, la de sus abuelos, carrera Flores N. 41, Quito). Bien hizo en esta oportunidad y en su discurso, Luis Felipe Borja, cuando singularizó a González Suárez como «varón constante, íntegro y justo, abnegado sacerdote como los de la primitiva Iglesia, crítico ameno que corrige instruyendo, el más eminente de los historiadores». Borja resumió su vibrante alocución con esta frase: «Cuántos hombres célebres hay en González Suárez», y en otra ocasión fue fulminante:
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Con admirable esfuerzo, riguroso estudio e inteligencia, supo elevarse a la alta cumbre donde está inmortalizado: virtuoso ser humano que miraba de frente; religioso de sólida integridad, no se apartó de las orientaciones y prácticas morales y éticas, que son los cimientos robustos para evitar la decadencia de los pueblos.
«Ese niño pobre, aislado, sin amparo de ninguna clase, desconocido, hambriento muchas veces, llegó a la más alta cumbre a la que nadie ha llegado en el Ecuador, hasta ser el prelado más ilustre, el sabio más profundo, el literato consumado, el estadista, el historiador, el consejero y guía de sus conciudadanos. ¡Qué difícil es ser grande en los pueblos pequeños!».
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Se refería a las arremetidas despiadadas que González Suárez sufrió y las más virulentas de prominentes miembros de la propia Iglesia católica, como los obispos Pedro Shumacher, de Portoviejo, y Ezequiel Moreno Díaz, de Pasto, a más de quienes encabezaron dichos ataques, los religiosos dominicos, no solamente en Quito, entre otros. El detonante fue el aparecimiento del Tomo IV de su Historia General de la República del Ecuador, donde expuso simplemente la verdad fundamentado en documentos (no se calló ante el relajamiento de curas y monjas en los propios conventos, que llegó a niveles de increíble indecencia, a fin de que
cambiaran esas conductas que golpearon demoledoramente a la propia religión): el torbellino de intrigas y reacciones fue duro, apasionado al máximo, lleno de reacciones virulentas. González Suárez estuvo como pez en el agua en el mar de la polémica, supo defenderse con altura e inteligencia, no solo contra sus detractores religiosos cuyas controversias llegaron a Roma, sino también con pensadores liberales de la talla de José Peralta, con quien las réplicas fueron enconadas, largas y, a la postre, culminaron cuando ambos pensadores se reunieron a favor de la Patria seriamente amenazada en 1910. Sabía González Suárez que la posteridad le daría la razón, por ello escribió estas reflexiones por demás conocidas y que conllevan la veracidad que pronosticaron y que se cumplió, en sentido laudatorio, por cierto: No es ahora que he de ser juzgado con imparcialidad: esa hora no es la hora presente: el juicio imparcial acerca de mi obra lo pronunciará la posteridad y tanto más imparcial será ese juicio,
cuanto más lejanas de mí estuvieren las generaciones que me juzguen: el hielo de los siglos calma el encono de las pasiones; y, cuando los tiempos hayan amontonado mucho polvo sobre mi memoria, entonces seré juzgado desinteresadamente.
No hubo que esperar mucho tiempo para que, mientras vivía, se le hiciera justicia al nada común religioso. Qué reparación más elocuente la acontecida el 5 de julio de 1906, cuando ingresó a Quito, de manera apoteósica, una vez que fue designado su Arzobispo. La República le tributó espléndido homenaje nacional. Su personalidad fue la del gigantesco guía de la sociedad, del pensador que inculcaba paz y respeto, del historiador que se guió por la verdad como el alma de la Historia y enseñó esta lección a sus discípulos y a los historiadores por venir. Con el transcurso de los años y el apaciguamiento de las tormentas, uno de los miembros de la orden religiosa que más le zahirió, el connotado dominico y colega académico Fray José María Vargas, O.P., escribió una de las biografías mejor documentadas sobre González Suárez, aunque obviamente sin faltar la herida de la indicada orden religiosa que no cicatriza todavía y que, por ello, las neblinas en este panorama no se han disipado por completo, pese al tiempo transcurrido: en el prólogo, Carlos Manuel Larrea, ex director de nuestra Academia, calificó a González Suárez como «el más grande ecuatoriano de los tiempos modernos». Es entendible que los dominicos, especialmente, hayan querido lavar la imagen de sus cofrades que tuvieron comportamiento indebido y que obraron de espaldas a los mandamientos que predicaban, que no debió ser nada halagüeño para ellos leer las documentadas
aseveraciones del historiador incorruptible que sabía la reacción que ocasionarían sus escritos, pero que jamás torció su línea de rectitud y honorabilidad religiosa e histórica, por eso intentaron que los más sobresalientes frailes de esa orden que, por otro lado, ha tenido miembros eminentes, comenzando por el propio Tomás de Aquino, salieran lance en ristre, lógicamente con criterio de reivindicaciones. En este plano, el P. José María Vargas, siendo dominico y académico de la Historia, se lanzó a la difícil tarea de escribir una biografía de González Suárez, la que, hecha con frialdad, guarda ponderación, sin salirse de apropiados márgenes y sin llegar al ataque premeditado que acaso intentaban o aspiraban uno o varios de sus compañeros de orden religiosa, acaso por mal entendido espíritu de cuerpo. En el área política, González Suárez mantuvo rigurosa línea que no se apartó de la independencia que debe caracterizar a los religiosos, lo que extrañó a muchos: el partido Conservador, hoy extinguido, con gran protagonismo por bastante tiempo, tuvo en la Iglesia católica apoyo abierto. Curas, monjas y, sobre todo, purpurados, trabajaban en las campañas electorales; a los púlpitos convirtieron en tribunas políticas, es por eso que, en pretérito no muy lejano, se buscaba, con vehemencia, a los sacerdotes, especialmente en las parroquias, para asegurar el triunfo en las urnas. En el recuento de sus libros, además de su emblemática y anotada Historia General de la República del Ecuador (siete tomos, editados entre 1890 y 1903, que abarcan desde el período prehispánico hasta el siglo XVIII), deben ubicarse en sitio preferente: Prehistoria ecuatoriana, Atlas arqueológico, Memoria histórica sobre Mutis y la Expedición Botánica de Bogotá en el siglo décimo
octavo (1782), Estudios literarios, Obras oratorias (dos tomos), Obras escogidas, Estudios sobre la Cédula de 1802, Hermosura de la naturaleza y sentimiento estética de ella, Estudio biográfico y literario sobre Espejo, Rectificaciones históricas, Versos, Nueva miscelánea o colección de opúsculos, Memorias íntimas (apuntes sobre asuntos personales, escritos para esclarecer algunos hechos, cuyo conocimiento podrá convenir, acaso a la posteridad). Hoy tengo la satisfacción de efectuar una analogía, que nadie lo ha hecho, entre González Suárez y el sabio religioso francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), que llevó a cabo investigaciones paleontológicas en China, India y Java, dentro de su afán de combinar la evidencia científica con la fe, hasta señalar lo que denominó Punto Omega entre la Historia y la Divinidad, de dar su explicación convergente del mundo a través del futuro de la Historia en lo que él llamó Cristogamis o Cristo Cósmico, la explicación científica de la evolución, con lo que sostuvo que no existía incoherencia entre la ciencia y la religión. Algo de eso propugnó González Suárez que nació 37 años antes de Teilhard de Chardin. Perteneció a entidades académicas de prestigio: Academia de la Lengua Española (Madrid), Socio Honorario de la Sociedad Jurídico Literaria (Quito), Socio Correspondiente de la Sociedad de Americanistas de París, Miembro de la Sociedad de Estudios Geográficos de los Estados Unidos (The National Geografic Society), Miembro de la Sociedad Americana de Anticuarios (Worchester, Massachusetts) y cuántas otras más. Señaló que su camino no fue de rosas, no solo por la inquina de los religiosos aludidos, sino por el medio poco receptivo a las inquietudes
del espíritu al desarrollo del conocimiento. El 1 de diciembre de 1917 murió Federico González Suárez. Previamente, el presidente de la República del Ecuador, Alfredo Baquerizo Moreno, había emitido este pronunciamiento público: Murió hace pocas horas el Dr. González Suárez. Desaparece para siempre una altísima personalidad, hoy la más notable y singular acaso en la Patria ecuatoriana, madre fecunda de preclaros hijos. Fue eminente por sus virtudes, único por su saber y el desenfado nobilísimo de su pluma; grande por su patriotismo; admirable por su serenidad con que sobrellevó y dominó las tormentas de la vida, por el reposo, la tranquilidad con que ha descendido a la sombra que le envuelve y le cubre, iluminado ya por el resplandor glorioso de su nombre y de su fama. La paz y la justicia le acompañaron. Honremos, pues, sus muchos y reconocidos merecimientos y veneremos largamente su memoria.
Cuando murió, González Suárez tenía 73 años de edad; la uremia le fue carcomiendo poco a poco, junto a sus dolencias del corazón originadas por los ataques de sus enemigos a los que perdonó. Incluso en su agonía, salió a flote y reluciente su grandeza, espontáneamente, cuando pidió que le enterraran como pobre. Sabía como nadie que, a la postre, como consta en el Eclesiastés, ese libro de sabiduría que continúa y precede a otros de similar naturaleza, como el de Proverbios y el Cantar de los Cantares, todo es vanidad de vanidades. 61
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Ximena CarcelĂŠn
exposición santos en señal y recuerdo de un beneficio recibido».1 Este género de pintura aparece en la Audiencia de Quito en el siglo XVII con la serie de doce pinturas encargadas a Miguel de Santiago, que representan los milagros de la Virgen de Guadalupe, que se exhiben en la actualidad en la SacristíaMuseo del Convento de Guápulo,2 realizadas bajo el patrocinio de la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe y con las limosnas recogidas en un recorrido que hizo en 1676 el doctor José Herrera y Cevallos para acrecentar los fondos de la Cofradía.3 Estas pinturas, denominadas también ‘retablos populares’, se caracterizan por la manera en que están estructuradas: la aparición del santo en un plano superior, la geografía del lugar, el interior de una casa, la arquitectura de la ciudad o del pueblo, el milagro obrado por la divinidad y un texto alusivo que testifica los favores concedidos por Jesucristo o los santos y el nombre del beneficiario. En un recorrido realizado por los santuarios de El Quinche, Guápulo, conventos de San Francisco, Santo Domingo, La Merced; fondos artísticos del Ministerio de Cultura, Casa de la Cultura Ecuatoriana y colecciones particulares, se observa la presencia especialmente de pinturas sobre este tema a partir del siglo XVIII. Diego de Robles es salvado por la Virgen cuando cae de su caballo, Joaquín Pinto, 1893.
L
a nueva propuesta expositiva que presenta el Museo de Arte Colonial, ‘Exvotos y Religiosidad Popular’, muestra uno de los aspectos más significativos de la religiosidad popular en el Ecuador: la presencia de los exvotos, su trascendencia y su desarrollo a partir
del siglo XVII, época en la que hacen su aparición a manera de pinturas retablos, y la vigencia de estos en la actualidad. Según el diccionario de la Real Academia Española, «la voz exvoto proviene del latín y lo define como el don u ofrenda que los fieles dedican a Dios, a la Virgen y a los
1 Diccionario de la Real Academia Española 2 Justo Estebaranz, A.: El pintor quiteño Miguel de Santiago (1633-1706). Su vida, su obra y su taller. Sevilla, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2013, pp. 221-248. 3 VARGAS, J.M.: Historia del arte ecuatoriano, Tomo 2. Salvat Editores Ecuatoriana, S.A, España 1976, p. 104.
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Estas pinturas, denominadas también ‘retablos populares’, se caracterizan por la manera en que están estructuradas: la aparición del santo en un plano superior, la geografía del lugar, el interior de una casa, la arquitectura de la ciudad o del pueblo, el milagro obrado por la divinidad y un texto alusivo que testifica los favores concedidos por Jesucristo o los santos y el nombre del beneficiario.
Los Santuarios Marianos y la religiosidad popular en la Audiencia de Quito
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Los Santuarios Marianos, ubicados en las parroquias rurales, han sido de gran devoción popular y peregrinación desde los inicios de la Colonia. Los más visitados son Guápulo, El Quinche, que inicialmente fue Oyacachi, y El Cisne. Para que la Virgen reciba el culto de los fieles se contrató al pintor español Diego de Robles, en 1586, para que tallara las tres imágenes y se erigieron capillas, transformadas posteriormente en santuarios. Durante el período colonial las efigies de las vírgenes de Guápulo y El Quinche se trasladaban periódicamente a Quito para exaltar la fe y promover la religiosidad de los fieles. El primer día del año se nombraba a la Comisión que se encargaría de su movilización. En las Actas de Cabido de 1802 se anota lo siguiente:
«Se nombra como diputados para las fiestas de las sagradas imágenes de nuestra señora de Guápulo y del Quinche a los señores Alcaldes Ordinarios. Para acompañar a dichas sagradas imágenes nombraron a los señores don José Vizcaíno y Don Mariano Guillermo de Valdivieso».4
En ocasiones especiales, cuando la ciudad se veía amenazada por efectos de la naturaleza y por revueltas políticas, se traían las imágenes a la ciudad, en donde permanecían en algunas oportunidades por largo tiempo. «De hecho, entre 1882 y 1884, la Virgen del Quinche fue trasladada a Quito en un momento de crisis del Gobierno de Veintemilla y permaneció en la ciudad hasta el nombramiento del nuevo presidente constitucional. Por esta circunstancia, a la Virgen del Quinche se la llamó la ‘Restauradora’.5
Luis Vizuete, en su artículo ‘El mismo amor, la misma fe, las mismas lágrimas’, realiza un importante análisis sobre la devoción a la Virgen del Quinche y muestra la participación del clero en la política del país.6
4 Archivo Municipal, Actas de Cabildo, 1802, 5779, F4R. 5 Luis Esteban Vizuete Marcillo , ‘El mismo amor, la misma fe, las mismas lágrimas: iniciativas eclesiales en Ecuador sobre el culto a la Virgen del Quinche en defensa de una República del Sagrado Corazón (1883-1889)’, en Historia y Sociedad, No. 33, Medellín Colombia, julio a diciembre de 2017, p. 288. 6 Luis Esteban Vizuete Marcillo, ‘El mismo amor, la misma fe, las mismas lágrimas’, ibid.
Peticiones a Jesús del Gran Poder, Iglesia de San Francisco, Quito.
Los exvotos y su tipología A partir de las pinturas trabajadas por Miguel de Santiago para Guápulo, se han realizado numerosas ‘pinturas-retablos’; en el mismo santuario encontramos tres pinturas de ese género producidas en el siglo XIX, todas anónimas, ellas testifican los milagros obrados por la Virgen. En una de las salas del
museo se presenta un video en el que se pueden admirar las pinturas trabajadas por Miguel de Santiago para el santuario de Guápulo, que se encuentran en la Sacristía de ese Templo. En el caso del santuario de El Quinche existen unos pocos cuadros realizados en el siglo XVIII, todos anónimos, entregados como testimonios de gratitud; en estos casos los favorecidos son autoridades de la Audiencia y gente de
prestigio de la ciudad. Se conservan también cuatro lienzos trabajados por Joaquín Pinto en 1885, no se conoce quién los mandó a pintar y sus temas son: La Virgen del Quinche salva a Diego de Robles cuando cae de su caballo, La Virgen del Quinche cuida de los sembríos y sementeras, La Virgen del Quinche cura al indio Huaran de un hachazo en la pierna. Existen también numerosos cuadros populares, la mayoría de ellos sin firma de autor, pintados hasta la segunda mitad en el siglo XX. Muchos de ellos tienen relación con el tema de salud; en ellos se puede observar la arquitectura del lugar y el interior de las viviendas en donde la Virgen obró sus prodigios; otro de los temas abordados está relacionado con accidentes de distinto tipo, generalmente automovilísticos, para lo cual se deja constancia del espacio geográfico o el lugar en donde ocurrieron las escenas que motivan la ofrenda. Tenemos también la presencia de animales, en esta exposición se presenta un retablo popular en el cual se puede observar a dos campesinos con su ‘vacona’7 que es salvada por la Virgen cuando cae al abismo. Se exponen también otros lienzos en los que se destacan los padecimientos que sufre la población por la presencia de pestes, plagas, terremotos y otros accidentes de la naturaleza. De este tema se exhiben dos pinturas interesantes, ambas tienen relación con la plaga de la langosta que afectó a San Antonio de Ibarra y el recorrido que realizó la Virgen por las parroquias de Imbabura. Posiblemente contratadas por las autoridades de la ciudad. En estas pinturas populares se observa la espontaneidad del pintor, su colorido, composición, pers7 Palabra aceptada por el diccionario ecuatoriano de la lengua cuyo significado es vaca joven.
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de fieles del país. La Virgen es trasladada cada año a Loja para que reciba el culto de los fieles.
La virgen de la Merced, bienhechora del Ecuador
Señor de la Buena Esperanza, anónimo, siglo XIX.
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pectiva, lo cotidiano, la presencia de la Virgen y el culto que mereció de los fieles en distintos lugares del Ecuador; se las considera como un testimonio de la cultura popular. En cuanto a la Virgen del Cisne, por la distancia de su santuario, se exponen únicamente dos pinturas en las que está retratada la Virgen. Sin embargo cabe mencionar que El Cisne es uno de los sitios que congrega a la mayor cantidad
Si se habla de las devociones marianas en la ciudad de Quito, sin duda alguna la que ha merecido mayor culto es la Virgen de la Merced, nombrada protectora del Ecuador, Patrona de las Fuerzas Armadas; tiene el título de Generalísima y como testifican las pinturas realizadas por Víctor Mideros en 1932, se la ha sacado en procesión en muchas oportunidades, especialmente para pedirle protección ante los embates de la naturaleza y las pestes que han aquejado a la población de Quito. La imagen que se venera en el altar mayor de la Basílica Mercedaria, tallada en piedra, es la más antigua de la ciudad. Existen algunas leyendas sobre su procedencia, una de ellas hace alusión a que su escultura fue trabajada sobre una deidad prehispánica que se encontraba en la Isla de la Plata y fue trasladada para ser venerada en la iglesia de La Merced. Esta escultura esgrafiada y policromada pesa alrededor de cinco quintales y no se la ha bajado del altar mayor del templo desde hace 50 años.8 De la parte posterior de la imagen sale una estructura de madera colocada para sostener sus nuevos brazos, a fin de que se asiente la figura del Niño. Posiblemente en el siglo XVIII se colocaron sobre el rostro de la Virgen y del Niño ‘mascarillas’ de metal, que muestran una 8 Testimonio del Padre Eduardo Navas, Provincial de la Orden Mercedaria.
Exvotos, Alajahuan, Ecuador.
nueva tipología de las esculturas coloniales quiteñas. El público visitante tendrá la oportunidad de mirar en esta exposición un video en el que se observa uno de los rituales privados más importantes para la comunidad mercedaria, ‘el cambio de ropa de la Virgen’.
Jesucristo y otros santos en diferentes advocaciones En otra de las salas del Museo se exhiben pinturas y esculturas que muestran el importante culto a Jesucristo en diferentes advoca-
ciones: El Señor de la Buena Esperanza, que se le coloca generalmente en la portería de las iglesias, y Jesús del Gran Poder, vinculado posteriormente con la feria taurina que se realizaba en Quito hasta hace poco tiempo. Otros santos de gran devoción se presentan en esta muestra, ellos son: San Antonio de Padua, San Vicente Ferrer, Santa Mariana de Jesús, San Gonzalo y San Judas Tadeo. Se podrán observar también otro tipo de ofrendas entregadas por los ‘dolientes’. Se trata de pequeños exvotos de metal que representan partes del cuerpo: corazones, piernas, tórax, ojos, riñones, hígados, etc. Muchos de ellos fueron trabajados en épocas anteriores en plata y en la actualidad es común encontrarlos representados en otro tipo de metales.
Lo más común en la actualidad son las placas que se dejan en santuarios e iglesias; una muestra de ellas se puede observar en el corredor del museo. Se dejan también en santuarios e iglesias vestidos para los santos, fotografías, cartas, se prenden velas en las iglesias o se dan misas de agradecimiento. Conocemos también que existen en Cuenca y en las iglesias de los alrededores, peticiones y exvotos dejados por los migrantes cuando salen del país. Testimonios vivos de fe y religiosidad de nuestro pueblo. Esta exposición pretende visibilizar una de las facetas de la religiosidad popular. Sería interesante que en el futuro se realicen investigaciones y tesis sobre el tema, profundizando esta parte importante de la cultura de nuestro país.
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La voladora Sebastiรกn Villagรณmez
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cuento 1913
—E
speró su merced a que su marido se durmiera. Hizo que tomara, sin que él lo supiera, esa pócima de láudano y valeriana; esa que usted le da siempre cuando sale a sus aquelarres. Después, calladita, fue a la cocina a buscar en su escondite ese ungüento de hierbas que frotó en sus axilas con empeño. Vistió esa enagua de algodón, larga y blanquísima, y salió usted por el patio de su casa entre los gallos, inquietos aún a esa hora. Saltó la tapia de adobe que está que se desmorona y subió usted al techo de su casa. Parada en el borde de la viga respiró el aire frío de la noche; debajo de su merced, la calle empedrada de filosísimas piedras. Antes de saltar, se dio unos segundos para ver la luna que hoy brilla con tanta intensidad; pareciera que lo hace para buscarla a lo lejos y verla volar. Parada entre las tejas, en lo más alto, soltó su pelo negro y grueso que cayó mucho más abajo de sus hombros, abrió los brazos y dijo su conjuro, su brujería, casi susurrando. De villa en villa sin Dios ni Virgen María…, cuánta blasfemia. Sin Dios ni Virgen María, dijo y dejó caer su cuerpo. Parte de la enagua blanca se ciñó a sus formas, mientras los bordes golpeaban el vacío frenéticos, y justo antes de estrellarse contra la calle empedrada, voló... Sí, usted, Voladora. El pueblo bajo la luz de la luna, sin nadie que habite sus calles, tiene una romántica solemnidad que usted pudo ver en su vuelo hacia acá y, mientras su merced imaginaba cómo sería nuestro encuentro, su sombra se colaba entre higueras y buganvillas. Subía y bajaba recorriendo los techos de las casas, algunos de teja, la mayoría de paja solamente. Seguro con esta noche tan clara y con la altura que remontó, pudo
mirar sin dificultad los montes que rodean este pueblo clavado en los Andes. El Cotacachi y el Imbabura, volcanes con sus siluetas oscuras e imponentes pintando el horizonte. También alcanzó a mirar el manto de nieve del Cayambe, que se vería como una mancha azul en medio de esa negrura. Está un poco más lejos, pero de seguro aguzando un poco la vista lo pudo ver, antes de venir acá y descender desde el alto cielo de la noche, para meterse por la ventana de mi habitación a perturbarme el sueño con su presencia, aun a sabiendas de que soy un hombre que le ha consagrado su vida a Dios, un hombre de fe. —Ele, padrecito. No diga tonterías —dice ella y avanza hacia el cura; sus pies desnudos dan delicadísimos pasos—. No me diga que se va a creer esas historias de brujas voladoras que nos contaban nuestros mayores. No se engañe padrecito, esos son cuentos. Mejor deje que le hable de una historia real, la razón por que esta noche estoy aquí, metida en un convento, buscándolo en su cuarto. Era domingo, me acuerdo porque llevaba zapatos. Me agarraba del brazo de mi marido, me dolían los pies. Pobre, es un buen hombre, le tengo mucha gratitud por haberme sacado de la pobreza. Nos conocimos en la cuadra de don Urresta y aunque ya era un hombre de edad y yo recién cumplidita los dieciséis, él se casó conmigo y me trajo a su casa. Desde ahí siempre le fui fiel… siempre; hasta que le vi, padrecito. —No diga eso, entre los dos no ha pasado nada —le reclama el cura molesto. —Las acciones a veces quedan sobrando, padrecito. Es bien sabido cuánto pesa la intención sobre los actos. Pero déjeme seguir…Yo bajaba del brazo de mi marido y entonces le vi, ahí estaba con su figura esbelta, entallada en su sotana. Su rostro angelical. Perdóneme que le
Le jurito, padre, que traté de no mirarlo, pero he de confesarle que me fue imposible. Entonces usted giró hacia mí y pude ver sus ojos azules, tiernos, como los ojitos de un querubín, que se chocaron con estos ojos negros de cabra loca. Los dos desviamos la mirada, sé que mis mejillas se pusieron bermejas, lo sentí clarito.
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Pero de pronto se detiene… se aparta. Su respiración se tranquiliza de a poco, los rasgos bestiales dan paso a sus facciones de querubín y después su expresión es la de un hombre torturado que llora.
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diga, el rostro de un prepúber, casi femenino, coronado con su pelito de oro lacio. Sí, ahí estaba usted, delicado, como príncipe de cuento, como algo que no se puede tocar: solo mirar y adorar. Tonta... cómo alguien como yo podría aspirar a tanto, al curita recién llegado de Colombia, hijo de buena familia, con educación. El curita del que todo el pueblo hablaba y con razón. Si quiere que le diga: para mí fue como ver un ángel, aunque traté de no mirar para no irrespetar a mi marido, le tengo mucha gratitud por haberme sacado de la pobreza. Le jurito, padre, que traté de no mirarlo, pero he de confesarle que me fue imposible. Entonces usted giró hacia mí y pude ver sus ojos azules, tiernos, como los ojitos de un querubín, que se chocaron con estos ojos negros de cabra loca. Los dos desviamos la mirada, sé que mis mejillas se pusieron bermejas, lo sentí clarito; luego pensé en mi marido: no quería que me viera así, pero él agachaba su cabeza conmovido, con absoluta reverencia y no se dio cuenta de nada. El parque estaba lleno, la banda tocaba esa música de procesión que hacía todo más irreal, como si estuviera dormida y un ángel, que era usted, me visitara en sueños. Todos querían saludarle y se esforzaban por llamar su atención para que usted se dignara a devolverles el saludo. Pero entre tantos y tantas…, nuestras miradas se volvieron a encontrar. Eran los mismos ojos azules, los mismos ojitos de querubín, pero había algo diferente y es que sé muy bien cómo te miran los ojos que tienen ganas de mujer, lo sé desde que brotaron mis formas, cómo le miran a una. Y usted..., usted qué intenso padrecito. Ella exhala al terminar la última frase. —Mentira, no diga eso —vuelve a reclamar el cura, pero con una firmeza ya diluida.
—Sus ojos me hicieron suya, me penetraron a placer y mi cuerpo les correspondió. Rapidito la humedad estaba ahí recibiéndole padre. Cometí pecado, más allá de cualquier acto, más allá de su cuerpo y el mío, estaba la pasión y la voluntad. Él la mira por un momento sin decir nada y después pregunta avergonzado, pero ansioso: —¿Y ahora...? —¿Y ahora qué, padre? —¿Y ahora su cuerpo está dispuesto a recibirme? —Está… —le susurra ella—. Tóqueme padre, sienta mis muslos macizos por el trabajo en el campo, pero suaves y tibios para su merced. —Sí, yo sé, le he visto y también me acuerdo de ese día: sus piernas se veían imponentes, decoradas con zapatos altos, sus pechos…, madre de Dios, como un altar para ese rostro de belleza salvaje. Pero qué digo, cállese, cállese; me ha hechizado, me ha envenenado con su magia de voladora, Dios ayúdame. —No diga tonterías padrecito y sobre todo no meta a Dios en esto. Tenga la valentía de aceptar lo que siente, de terminar lo que sus ojos empezaron. Póngase los pantalones para que después pueda quitárselos, padre. Ella le dice eso último muy pegada a él, y él en un arrebato la besa, apretándola, recorriéndola, bebiendo su saliva como si fuera una pócima, un embrujo. Le rasga la enagua y ve su piel morena, alumbrada por la titilante luz de la vela que dibuja pequeños brillos en sus formas. Sus manos prueban su humedad, esa que ya había sido suya en el parque, y se la lleva a la boca, también como una pócima, pero con un efecto mucho más poderoso que lo hace exhalar extasiado. Ese querubín, ese príncipe de cuento con un rostro que parecería pertenecer a un prepúber, la besa y la toca de la manera más impura. Ansioso, totalmente
fuera de sí, como una bestia, con sus facciones deformadas. Pero de pronto se detiene…, se aparta. Su respiración se tranquiliza de a poco, los rasgos bestiales dan paso a sus facciones de querubín y después su expresión es la de un hombre torturado que llora.
—Es su culpa, maldita Voladora, me ha embrujado. Oh señor ayúdame, solo vuestra merced puede ayudarme. —Cállese. Yo sé que usted es un hombre de fe y por eso le entiendo que crea en hechizos y brujas voladoras, en vez de aceptar
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Usted se salvó, no gracias a Dios, sino gracias a su mentira, porque me niego a creer que Dios se haya prestado para esa cobardía. Fue su culpa, padre. Culpa que lo tiene torturado, recorriendo los pasillos de este manicomio, alucinando con estos hechos, torturándose una y otra vez cada día desde aquella mañana.
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esta pasión que le está chupando hasta los huesos. —¡Ayúdame Dios! —implora el cura, con su voz que se desgarra y ella responde firme. —¡Aprenda a vivir tomando la responsabilidad de sus actos! Deje de usar a Dios como amuleto. Si acá no pasa nada, padrecito; será su mérito por aguantarse la arrechera y si pecamos igual no será culpa de la magia sino de nosotros. —¡Cierre el hocico, bruja, cállese digo, deje esta tortura! —grita desesperado. —¿Tortura? —dice ella riendo y de pronto sus facciones se vuelven hostiles—. Tortura es lo que me hicieron a mí. Ella viste lo que queda de sus enaguas blancas que empiezan a moverse poco a poco hasta alcanzar un aleteo frenético otra vez. Afuera los perros aúllan, mientras un ventarrón entra tumbándolo todo y, antes de que éste apague la débil luz de la llama que se aferra inútil a la mecha de la vela, él ve cómo entra una nube negra de bungas que rodean sus enaguas y se cuelan entre las hebras de su oscuro pelo, formando lo que pareciera una cabellera endemoniada; con largos mechones de insectos embravecidos, de cuerpos y alas negras, que revolotean a su alrededor. Ella lo mira y las bungas, como esclavas de su voluntad, van por él, haciendo un zumbido muerto, como un lamento
vibratorio con sus alas. El cura grita aterrorizado, ahora ya desde la oscuridad, temiendo sufrir la ira de la bruja voladora y la de Dios. —Espere por compasión, detenga su conjuro. ¡Perdóneme, ayúdame Dios! Ya no puede verla, pero desde la oscuridad y mientras golpea la nada para ahuyentar a los insectos, escucha su voz mezclada con el zumbido de los aleteos. —Deje de inventarse cosas, no existen los hechizos ni los embrujos, ni tampoco la ayuda de Dios para fines tan mezquinos. Él grita y llora desesperado, siente que se le clavan aguijones y le duelen como le duele cada palabra, que, aunque no alcanza a entender cómo, también se le clavan. —No soy una bruja voladora, padre. Usted lo sabe, lo sabía desde siempre y lo sabrá hasta que se muera —él se tapa los oídos y mueve la cabeza como un niño haciendo pataletas, gritando, llorando, tragándose los mocos y, sin embargo, vuelve a escuchar esa voz que zumba con toda claridad dentro de su cabeza—. Ponga atención a lo que le voy a decir, padre, no existe ningún conjuro ni brujería, así como tampoco existe esta noche ya. En ese momento todo se calla: ya no hay zumbidos, el dolor de los aguijones desaparece y entonces esa voz, llena de autoridad, le vuelve hablar.
La voz se distorsiona otra vez, se vuelve gruesa, se vuelve la propia voz del cura pero vieja, como si hubieran pasado cien años. —Ese dolor que sentía es su propia conciencia que lo tortura, padre, todo está en su cabeza... Es más, tal vez si usted lo piensa, ni siquiera yo estoy aquí, también soy otro de sus delirios. Esa voz se distorsiona, zumba y se aclara. —Quiere que le diga más..., ni siquiera es mil novecientos trece e incluso usted ya no está en el pueblo, ya no es ese joven hermoso de mirada inocente y de cabellos lacios de oro. Todo y todos somos parte de su mentira. Nada de esto existe ya. Son solo recuerdos, remordimientos perdidos con el paso de los años..., como su cordura, arrebatada por la culpa y sabe qué, esta voz que escucha en medio de la negrura, no es la mía, ya no lo es más. La voz se distorsiona otra vez, se vuelve gruesa, se vuelve la propia voz del cura pero vieja, como si hubieran pasado cien años. —Es la voz de su conciencia que no se calla —se dice y vuelve a hablar como ella—. No se calla desde ese día fatal, hace tantos años ya. Cuando logró que me condenaran por algo que hicimos los dos. Yo en medio del parque, ese del que hablábamos ahuritica, ese donde nos vimos por primera vez, donde me hizo suya por primera vez y lo vi por última vez. Sí, ahí mismito, a la vista de todos. Usted hizo que me condenaran para salvarse, padre. Usted hizo que me despojaran de mis ropas y
me bañaran en agua helada mientras me purificaban a ortigazos, en esos muslos que mordió a placer, en esa boca que lo besó enamorada y esos brazos que lo dejaron todo para ir abrazarlo sin importarles nada. Usted se salvó, no gracias a Dios, sino gracias a su mentira, porque me niego a creer que Dios se haya prestado para esa cobardía. Fue su culpa, padre. Culpa que lo tiene torturado, recorriendo los pasillos de este manicomio, alucinando con estos hechos, torturándose una y otra vez cada día desde aquella mañana. Usted salvó su pellejo, sí, pero condenó su alma y sus días a la locura. Se dice locura con su voz de hombre y luego se sigue hablando como ella, con la voz fina pero lacerada, tratando de dibujar sus rasgos femeninos con cada gesto de su cara arrugada, de sus manos torcidas y, aunque se esfuerza, todo se desdibuja en los temblores de su propio terror y su angustia. —Y yo, padre —se dice—, esta pobre sin derecho a defensa alguna, íngrima en mitad del parque. Pagando las consecuencias de su cobardía y mis propios actos de tonta enamorada, bajo las miradas y los dedos acusadores de los que separaron mi cuerpo de mi alma a pedradas, para que mientras usted se pudra aquí siendo su propio verdugo por el resto de sus días, yo volara libre, lejos, sin Dios ni Virgen María.
Sebastián Villagómez Vega (Quito - 1978) Estudió Diseño en la Facultad de Artes de la Universidad Central y luego realizó un posgrado en Dirección de Arte en la Escuela de Creativos de Buenos Aires. Su carrera se ha desarrollado en publicidad donde ha ganado premios a nivel nacional y fuera del país. En la actualidad se desempeña como director del Estudio Tibutrónico: www.tibutronico.com 73
Camilo Restrepo Guzmán*
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arío Villamizar es un politólogo e investigador colombiano con vocación especial por desentrañar y comprender estos fenómenos tan latinoamericanos que giran alrededor de la violencia política, la guerrilla y los subsecuentes procesos de paz. Su primer libro lo publicó en 1990, en la recordada editorial El Conejo, y se tituló Insurgencia, democracia y dictadura, Ecuador 1960-1990. Con esa oportunidad fui entrevistado entonces por Darío, quien ha publicado, además, cinco libros sobre la temática indicada, siendo el más reciente el libro que ahora lo presentamos al público. Actualmente él coordina la investigación ‘Memoria de guerrillas en América Latina y el Caribe’. Las guerrillas en Colombia, una historia desde los orígenes hasta los confines es una crónica excepcional, con detalles de hechos, personajes y sucesos inscritos en las siete décadas de dicha guerra, lo que ha sido recopilado, ordenado, conectado y sintetizado por su autor para demostrarnos que él es un investigador disciplinado y meticuloso, digámoslo, él es el cronista de la guerrilla
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colombiana, tejido intelectual sobre el cual vendrán los historiadores y otros cientistas sociales más adelante, a buscar la debida comprensión y explicación de este fenómeno colombiano: una guerra a las guerrillas y a veces entre las guerrillas, que ha durado siete décadas, algo único y excepcional en la historia social del planeta. El libro abarca en sucesión cronológica hechos de significación mundial y continental como la Guerra Fría, que comenzó en los años posteriores al fin de la segunda conflagración mundial, en cuyo momento de despegue, justamente en 1948, fue asesinado el gran líder colombiano, Jorge Eliécer Gaitán, en medio del llamado ‘Bogotazo’, toque de campana inicial para el desate de la violencia social, política y militar en Colombia. La crónica y el análisis del libro pasan revista a la historia del enfrentamiento armado entre liberales y comunistas, en los años cincuenta, contexto inicial en que nacerá la guerrilla de autodefensas campesinas que devendrá más adelante en las farc, con su líder histórico Manuel Marulanda ‘Tiro Fijo’.
Los años sesenta fueron marcados por la influencia de la Revolución Cubana en casi todas las experiencias guerrilleras del continente, desde México hasta la Patagonia. Junto a ese fenómeno de ribetes continentales estuvo otro fenómeno central, cual es la toma de posición de la Iglesia católica frente a los álgidos asuntos de la pobreza extrema y desigualdad social en nuestro continente. Guerra Fría, Revolución Cubana e izquierdización de curas, monjas y feligresía fueron el caldo de cultivo para que la guerrilla colombiana se gestara y tomara forma en más o menos treinta organizaciones insurgentes que ha habido, entre las cuales han destacado las farc, el eln, el moec, entre otras. En ese trayecto fueron quedando muchas víctimas y saldos trágicos de la guerra en Colombia, y uno de ellos fue el inolvidable cura guerrillero, Camilo Torres, a quien el libro de Darío le da un espacio particular en la narración de los hechos y el contexto de su muerte. Más allá de la extraordinaria crónica, el tema de fondo del libro es la paz. Como dice Darío, los medios para la paz en Colombia han sido siempre el diálogo y la unidad
* Extractos de la presentación que hizo el Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Camilo Restrepo Guzmán, del libro Las guerrillas en Colombia, el 27 de noviembre de 2017.
Foto: Marcelo Arellano
reseña
Darío Villamizar, autpr del libro Las guerrillas en Colombia, una historia desde los orígenes hasta los confines y Camilo Restrepo, Presidente Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
para sumar fuerzas. Pero la paz ha tardado demasiado en llegar, y la guerra ha dejado mientras tanto cientos de miles de víctimas, unas entre las fuerzas en confrontación militar directa, y muchas más entre la población civil colombiana. Ha habido algunos acuerdos para la paz, pero ésta se ha escapado de las manos de los ensayos hechos a propósito, quizá porque faltaban aún las condiciones propicias para alcanzarla. En todo caso, el autor nos hace pensar que no hay ‘una paz’, sino ‘paces’, en plural, muchas paces, pues en Colombia quizá como en ningún otro país de la región, no hay ‘un problema’ sino muchos problemas sociales y políticos imbricados, que al no hallar solución objetiva, derivan en muchas manifestaciones de violencia, y deberían devenir en muchas paces, a las que nos debemos y somos tributarios todos. El autor analiza a lo largo de las 800 y más páginas del libro, a los
actores en el contexto de las negociaciones de paz. No son solamente los actores directos de la guerra: políticos y militares confrontados violentamente, sino las poblaciones civiles, las víctimas propiciatorias de la guerra de siete décadas, aunque también hay en el presente actorías internacionales, donde se destacan el gobierno de la República de Cuba, y Naciones Unidas con sus expertos y delegados del más alto nivel, amén de la intervención diplomática en la mediación, de los gobiernos de países hermanos como Venezuela y Ecuador. Entonces, en una mesa de negociaciones amplia y diversa, hallar el consenso ha sido (y es) una tarea de seres inteligentes para saber ceder y ganar, seres sensibles al dolor de sus pueblos, autocríticos y también humildes al momento de reconocer sus graves errores, sus excesos en la violencia, sus responsabilidades históricas en las secuelas de esa guerra de siete décadas.
La paz en Colombia parece que ¡ahora sí! va a tener éxito, aunque están todavía en camino las negociaciones entre el Gobierno colombiano y el eln, asunto al que Darío Villamizar apuesta en su libro con justificado optimismo. El proceso presente de negociaciones de la paz en Colombia tiene sus riesgos y sus costos, posiblemente no quedemos ciento por ciento satisfechos con sus resultados. Quizá todos —incluyendo nosotros los ecuatorianos, vecinos históricos y hermanos de Colombia— debamos perder algo y ceder mucho para ganar la paz. El balance del proceso de paz en Colombia se escribirá seguramente más adelante en los anales de la historia de nuestro continente y del mundo. Para cuando llegue esa hora luminaria de revelar la verdad de este largo, tortuoso, a veces frustrante proceso de búsqueda de la paz, el libro de Darío Villamizar será la herramienta clave para los historiadores y cientistas sociales.
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Jorge Basilago
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ensar a Cuba —como a cualquier país— desde la distancia es siempre un desafío. Aunque el tema sean las artes, a cada paso se filtran los avatares políticos y sociales que, tras el cristal esmerilado de la intencionalidad, perfilan una patria de José Martí a la medida de cada observador. La verdadera, desde luego, debe hallarse a una notable distancia de todas las imaginadas. «Nunca me han rechazado un libro; nunca me han censurado un libro», sostuvo el escritor cubano Rogelio Riverón en una de sus charlas durante la reciente Feria Internacional del Libro y la Lectura (FILL) Quito 2017. Varios asistentes se revolvieron entonces en sus asientos: la palabra censura nunca pasa desapercibida y agita fantasmas de uniforme y oscuras oficinas totalitarias. Pero Riverón se refería a las editoriales de su país, no a un sistema de gobierno. Ante ese panorama, Casapalabras reunió a tres de los autores cubanos participantes en el evento quiteño, para hablar sobre la literatura actual de su país. O para tratar de comprender mejor ambas dimensiones, que encierran otras muchas. Marilyn Bobes, Mercedes de Armas García y Rogelio Riverón se prestaron gustosos a la convocatoria. Y nos presentaron
un mundo de palabras, una Cubalibro que tiende puentes de diálogo entre generaciones y perspectivas muy diferentes; entre géneros y razas; entre la producción de dentro y fuera de la isla; y entre autores, editores y lectores, los tres ejes fundamentales del hecho literario y de este artículo.
Literaturas y autores Es casi una verdad de Perogrullo afirmar que, en ningún caso, resulta posible la existencia de ‘una’ literatura como ente granítico e inamovible. El caso de Cuba, por supuesto, no es la excepción. Las edades e intereses de los autores, así como las circunstancias vitales y sociopolíticas a las que están expuestos, entre muchas otras condicionantes, descartan de plano la homogeneidad: «A mí me parece que lo que caracteriza a la literatura cubana actual es su gran variedad. Me sorprende la cantidad de enfoques, temas y generaciones que conviven en ella», apunta Riverón. Aún vivos y productivos, los nombres de Fina García Marruz (1923) o Antón Arrufat (1935) comparten la actualidad de las letras cubanas con todas las camadas
magnetófono posteriores, hasta llegar a la de los jóvenes nacidos en los años ochenta y noventa como Yonnier Torres, Legna Rodríguez Iglesias y Jamila Medina, entre otros. Pero también perviven las influencias de los grandes ya fallecidos —Renée Méndez Capote, José Lezama Lima, Dora Alonso, Alejo Carpentier— y hasta los de aquellos enfrentados en su momento al gobierno revolucionario, como Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas. Hace tiempo, Leonardo Padura —tal vez el cubano más internacional del presente— ya lo había anticipado: en los últimos años, el
antiguo recelo entre los escritores cubanos de la diáspora y los que producen desde la isla, ha cedido mucho terreno. «Es muy difícil encontrar hoy una antología, tanto de poesía como de narrativa, que no incluya autores que viven fuera; a la mayoría le interesa publicar en Cuba, aunque no se gane demasiado por derechos de autor», ejemplifica Marilyn Bobes. Riverón, quien además es director del sello Letras Cubanas, coincide pero suma un matiz nada menor: «Es cada vez más natural publicar a quienes viven en el extranjero. Y cuando no lo hacemos es porque las editoria-
Rogelio Riverón firma ejemplares de uno de sus libros en la FILL Quito 2017.
Pero también perviven las influencias de los grandes ya fallecidos —Renée Méndez Capote, José Lezama Lima, Dora Alonso, Alejo Carpentier— y hasta los de aquellos enfrentados en su momento al gobierno revolucionario, como Guillermo Cabrera Infante y Reinaldo Arenas.
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Género y literatura Para los seres humanos, las etiquetas resultan imprescindibles siempre y cuando sea otro quien deba soportarlas. En cada etapa de la vida y de la historia las mujeres han padecido por esta causa, incluido el endoso de membretes del estilo ‘literatura femenina’. Luego de décadas de luchas, esas perspectivas miopes o sesgadas parecen encaminarse a su ocaso definitivo en todo el mundo. En Cuba, como en muchos otros sitios, las escritoras han hecho su parte para conquistar una consideración igualitaria: «Ya la reivindicación del feminismo, para las nuevas generaciones, no es nada esencial. Creo que nosotras, con toda la modestia del mundo, abrimos el camino para que ellas puedan estar en igualdad total y competir a nivel de literatura a secas», enfatiza Ma-
rilyn Bobes, quien no obstante advierte una fuerte conciencia de género en algunas autoras más jóvenes como Legna Rodríguez Iglesias o Jamila Medina. Nacida en 1955, Bobes realizó junto con su colega Mirta Yáñez (1947) un notable ‘panorama crítico’ de la narrativa cubana escrita por mujeres, acaso el primero de su tipo, que abarca desde el siglo XIX hasta 1996. Estatuas de sal —tal el nombre de la obra— rompió en su momento con otra etiqueta desafortunada: «Se daba el caso de que muchas veces, en las antologías de narrativa cubana, no se incluían mujeres; el argumento era que ‘las mujeres no escriben narrativa’. Ahora pienso que hemos rebasado esa etapa reivindicativa y existe un concepto de equidad que no nos incluye en capitulillos aparte», celebra Bobes.
…la aceleración de la vida moderna y la exposición a ciertos adelantos tecnológicos, aunque menos dramáticas que en otras partes del mundo, también han comenzado a marcar un pulso de época en la narrativa de la isla caribeña. 78
les que los tienen no nos ceden los derechos». «El gobierno cubano trata de tener una relación cada vez más normal con su emigración, y reflejo de eso es también la nueva literatura que se publica», reflexiona la escritora y diplomática —quien se desempeña como Ministra Consejera en la Embajada de Cuba en Quito— Mercedes de Armas García. Sin dejar de reivindicarse como cubanos aunque hayan nacido fuera, o de mostrarse críticos cuando lo consideran oportuno, los nuevos autores han ayudado también a renovar el diálogo con la patria lejana. Algunos, a través de ejercicios lingüísticos en torno del llamado spanglish; otros, mediante el uso de escenarios tal vez insólitos para una literatura ‘nacional’: «Puede ser influencia de la cinematografía y el audiovisual de la globalización, pero hay incluso escritores que viven en Cuba y que nunca han viajado, cuyas novelas se desarrollan en Londres o Nueva York», acota Bobes. Relacionadas con este fenómeno universal, la aceleración de la vida moderna y la exposición a ciertos adelantos tecnológicos, aunque menos dramáticas que en otras partes del mundo, también han comenzado a marcar un pulso de época en la narrativa de la isla caribeña. «Lo que sucedió en los últimos años es que se desarrolló mucho una escritura más corta: cuentos breves, microrrelatos… El lector actual espera leer más corto, y creo que el escritor —que pertenece a la misma generación— se adapta un poco a esto», resume De Armas. Asimismo los entrevistados aprecian un aumento de las expresiones de tono fantástico y de ciencia ficción entre sus colegas más jóvenes. Estos géneros, que otrora originaron encendidas polémicas en Cuba por su presunta ‘tendencia escapista’ o falta de compromiso, hoy son acaso un recurso más para
magnetófono dar cuenta de aquello que en verdad se escurre entre las manos y ante los ojos: la supuesta realidad con sus inagotables percepciones. «Fue un poco olvidada en mi generación pero ahora, entre los jóvenes, la narrativa de ciencia ficción y fantástica ha retomado una fuerza muy grande. Es abundante y de muy buena calidad», sostiene Bobes. Claro que de igual forma sigue vigente una novelística más social, profunda y crítica, como la que representan Leonardo Padura y Marilyn Bobes, entre muchos otros. Autores y obras que ponen de relieve los claroscuros que toda sociedad contiene en su seno: cuestiones raciales no del todo resueltas; la siempre preocupante pero poco enunciada cuestión de la vivienda —tema que estructura la próxima novela de Mercedes de Armas—; o el fingido acercamiento diplomático de los Estados Unidos, que no solo mantuvo el bloqueo comercial y financiero sobre la isla sino que recrudeció otras políticas asociadas. «En mi último cuento me ocupo sobre todo de las desigualdades que pueden establecerse por este tema, y también de la guerra cultural con que los estadounidenses siguen bombardeándonos de una manera muy sutil», remata Bobes.
Creatividad y edición Parte de los múltiples efectos del bloqueo contra Cuba se aprecia con claridad en el sector editorial. Sobre todo desde la falta de cantidad o variedad de insumos, que complica plazos y proyectos y obliga a extremar la creatividad para mantener las cifras anuales de libros publicados: cerca de 4 millones de volúmenes, en un país de casi 12 millones de habitantes. «A veces
Marilyn Bobes y Mercedes de Armas García, en una de sus presentaciones durante la FILL Quito 2017.
hay dificultades y muchas demoras, no es que llegas a una editorial y corren para imprimir tu libro. Hay un movimiento muy grande, pero no es tan fácil», advierte Riverón. Ante las quejas de muchos autores por esa limitación, el propio Fidel Castro decidió en 2000 la creación del Sistema de Ediciones Territoriales (SET). Con filiales en cada provincia cubana, este grupo de pequeñas editoriales —con equipamiento básico de oficina, no de nivel industrial— vino a resolver en principio el magnetismo concentrador de los grandes sellos de La Habana. Pero con el tiempo se hizo asimismo fuerte en la promoción de nuevos valores, y finalmente algunas de ellas comenzaron a publicar a escritores internacionales y de la diáspora cubana. En este sentido, además de ponderar el desempeño del SET, los tres entrevistados subrayaron que las dificultades económicas o logísticas nunca detuvieron a las editoriales cubanas: «Tal vez se hicieron ediciones de menor calidad, con papel recuperado, pero nunca se dejó
de publicar ni de leer», enfatiza De Armas. Incluso se ha dado inicio a un incipiente desarrollo del libro digital, lento aún a causa de que los dispositivos de lectura no abundan en la isla, y de la desconfianza de algunos autores ante la posibilidad de plagio. «Como editor tienes que ser muy creativo», ratifica Riverón, quien desde Letras Cubanas edita un buen porcentaje de su catálogo en formatos digitales. «No puedes darte el lujo de pensar con un razonamiento elitista: estás obligado a dar visibilidad a todos los escritores cubanos, no importa si son debutantes o tienen una trayectoria breve», agrega. Lo difícil, en cambio, es proyectar a esos mismos artistas a nivel internacional, dado que las grandes multinacionales del sector no se manejan con la misma apertura o flexibilidad, y así frustran el surgimiento o la reactualización de determinadas obras. Las honrosas excepciones a esta regla son algunas casas pequeñas o medianas como la sevillana Samarcanda, que está próxima a editar a
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Rogelio Riverón, Marilyn Bobes y Mercedes de Armas García, autores cubanos participantes en la FILL Quito 2017.
FILL QUITO 2017: Sensaciones encontradas La delegación cubana que tomó parte de la 10ª FILL Quito, dejó el Ecuador con algunas sensaciones encontradas. «Más allá del mero hecho comercial, para Cuba la presencia en esta feria siempre es importante: nuestros escritores tuvieron once presentaciones en total —nueve en Quito y dos en Guayaquil, en la Feria Libre Libro—, y también pudimos anunciar con un audiovisual la próxima Feria del Libro de La Habana, que tendrá lugar del 1 al 11 de febrero de 2018», dijo De Armas. 80
Por el contrario, para las editoriales que acercaron parte de sus catálogos al stand de Cuba, la experiencia de ventas no fue tan exitosa como parecían esperar. Un aspecto que la escritora Marilyn Bobes ejemplificó mediante una simple observación: «Esto de los pasillos desiertos que se ve aquí, no sucede en La Habana. Allí, durante la Feria del Libro es imposible caminar por las calles, porque es un evento totalmente masivo».
Parte de los múltiples efectos del bloqueo contra Cuba se aprecia con claridad en el sector editorial. Sobre todo desde la falta de cantidad o variedad de insumos, que complica plazos y proyectos y obliga a extremar la creatividad para mantener las cifras anuales de libros publicados: cerca de 4 millones de volúmenes, en un país de casi 12 millones de habitantes. 128 autores cubanos bajo un sello subsidiario creado para la ocasión: Guantanamera. «Incluyeron gente de todas las generaciones, aunque no me quedó muy clara la forma en que hicieron la selección y puede que haya sido algo arbitraria. Pero de todas maneras, a mí me interesaría mucho más que mi obra se difundiera en América Latina en lugar de España», opina Bobes.
Enigma lector Por supuesto, la difusión local, regional o global de un autor no depende tanto de su propio interés como de la voluntad editorial y, sobre todo, de las mentes y almas del público que lo integre a sus gustos dondequiera que sea. Ese ente fundamental llamado lector —que dictamina en última instancia el ingreso de ciertos libros a la biblioteca universal y condena otros a la oscuridad del olvido inmediato— es, cada vez más, un enigma de resolución tan compleja como variable. Aun en Cuba, cuyas particularidades políticas, sociales y geográficas no la mantienen aislada del mundo como suelen suponer las mayorías desinformadas. «El escritor no es más que el resultado de ese buen lector que ha
sido el cubano desde los primeros años de la Revolución», observa Bobes. Sin embargo, ese halagador panorama ha sumado muchos matices y distorsiones en tiempos recientes: «Quien intente promover la lectura, desde el enclave que parta —la escuela, las editoriales—, no tiene una tarea fácil. El reto es conseguir que la gente lea, sin importar el soporte en que lo haga, en paralelo a su relación con los móviles o con el audiovisual», aventura Riverón. Hay numerosas medidas gubernamentales y acciones particulares en Cuba que buscan avanzar en ese sentido. Entre las más destacadas se encuentran la subvención oficial a la industria del libro —que favorece la impresión de ediciones de alto tiraje y costo muy reducido—, la ‘Semana de Autor’, convocada anualmente por la prestigiosa Casa de las Américas, o las presentaciones permanentes de autores en ámbitos educativos. «Se realizan también jornadas en que los libros ocupan las calles de las ciudades, en maratónicos encuentros con los transeúntes, que adquieren las novedades nacionales e internacionales sin tener que acudir a las librerías», detalla Bobes. Como punto de culminación y convergencia del universo cubano del libro y la lectura, los entrevis-
tados situaron a la multitudinaria Feria de La Habana, que no solo aglutina a editoriales y autores de las más diversas características y orígenes, sino que también convoca a unos cinco millones de visitantes en cada edición. Vale decir que de ese modo se transforma en la gran vidriera nacional de cuanto se escribe, edita y lee en todo el territorio cubano. «Algo que se intenta combatir es el hecho de que muchos editores reservan las novedades para la Feria, y la idea es que esos lanzamientos sean un poco más sistemáticos», revela Bobes. Mientras que la venta de ejemplares impresos, si bien ha disminuido respecto de años anteriores, mantiene una gran ventaja frente a su competencia digital. Los lectores cubanos, al menos en apariencia y sin dudas por algunas causas muy específicas, mantienen sus intereses analógicos: «Quizás porque hay menos disponibilidad de dispositivos de lectura que en otros países o el acceso a internet es difícil — aunque se está haciendo un enorme esfuerzo para tratar de llevar la conectividad a más lugares y personas—, pero eso marca una realidad: en Cuba hay más personas que tienen que pasar por el libro. Y no solo por necesidad, espero», concluye De Armas.
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Jorge Luis Cáceres
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aniel Alarcón nació en Lima en 1977, pero ha vivido en los Estados Unidos desde niño, por lo que se puede decir que su lengua materna es el inglés. Sus dos libros de cuentos War by Candlelight: Stories (Harper, 2005 - Guerra en la luz de las velas); The King is Always Above the People (Granta, 2007 - El Rey siempre está por encima del pueblo), y las novelas: Lost City Radio (Harper, 2007 - Radio Ciudad Perdida) y At Night We Walk in Circles (Riverhead Books, 2013 - De noche andamos en círculos), más las historias breves: City of Clowns (The New Yorker, 2003 - Ciudad de payasos) y The Provincials (Granta No. 118, 2012
- Los provincianos) están escritas en inglés y han sido traducidas al español. Esto ha ocasionado en Perú un debate sobre su obra, que, a pesar de ser muy reciente, forma parte del canon de la nueva narrativa peruana. Algunos críticos consideran que Alarcón tiene una mirada muy lejana del Perú y de su historia, la cual como narrador realista intenta plasmar en su obra. Otro punto discutido en sus textos es el tratamiento que le ha dado al tema de la guerra civil. Sin emplear nombres propios se refiere a Sendero Luminoso, al gobierno y al Perú, utilizando otros nombres que modifican en parte la historia
croquis oficial y que como buen narrador reinventa un país que solo existe en su cabeza y guarda apenas relación con el territorio geográfico donde nació. La guerra civil es persistente en la obra de Alarcón, él mismo ha dicho que a propósito de la publicación en español de De noche andamos en círculos, «nadie le dijo que una novela tenía que ser chistosa». Por lo tanto, al intentar distanciarse del hecho histórico más importante de las últimas décadas en el Perú y que marcó a toda una generación por el horror que significó, termina siempre por retornar inclusive de forma involuntaria a la violencia, matizada en el caso de su novela por el teatro, la bohemia de Lima y por lo complejo que significa el amor juvenil. El caso de Alarcón es curioso, aporta con su obra una mirada distante de la guerra civil casi desde el desarraigo que sufrieron sus padres que tuvieron que huir de una circunstancia hostil que termina por afectar a parte de su obra, donde aborda lo sórdido de su versión del Perú que es representado por paisajes miserables y desoladores. Para Alarcón la construcción de lo sórdido proviene desde la memoria y de esa historia de fragmentos rotos contados a cuentagotas por los recuerdos familiares. Su aporte a la literatura peruana actual es una mirada sin prejuicios, que no cuestiona al poder pero que tampoco pretende cuestionar al enemigo declarado en la historia oficial que es Sendero Luminoso. Es decir, en su obra, los buenos y los malos como tal no cuentan, lo que interesa es la experiencia de sus personajes y su propia reflexión sobre los hechos que suceden. A los personajes que ha creado Alarcón en De noche andamos en círculos, no les interesa tanto el bien común, ni están reflexionado en el futuro de un país, porque al narrar
la historia de Nelson, Patalarga o Henry Núñez, Alarcón está narrando las pequeñas resistencias que existen en el hombre común que lucha en una pelea solitaria en busca de su propia realización personal y que es constantemente asediado por una sordidez que lo asfixia en un paisaje que siempre es gris y desesperanzador. Como si se tratara de la descripción de una sucursal del propio infierno. Alarcón es un escritor que mira de lejos a su país, o más bien que lo reinventa desde lejos, en concreto, desde los Estados Unidos, donde tiene su residencia. En una entrevista que le realicé en febrero de 2015 le pregunté, entre otras cosas, sobre el tema más recurrente de su narrativa que es la guerra civil que vivió el Perú en las décadas del ochenta y parte del noventa y que se recrea en varios de los pasajes de su novela De noche andamos en círculos, su respuesta fue: «Creo que en menor intensidad que en anteriores libros (refiriéndose a la novela en mención). Intenté escribir una novela cómica, una novela del teatro, una novela de la cárcel. Pero a pesar de mis intenciones, la guerra, sus huellas y sus heridas surgieron entre mis personajes. En ese caso, uno simplemente lo permite y abandona la idea de la novela que tenías en mente». Tomando como punto de partida esta respuesta y la premisa que Alarcón tiene respecto a su literatura como un ejercicio espontáneo, voy a analizar algunos de los pasajes más representativos de la novela que muestran a la serranía peruana como un territorio inhóspito y desolado, rapado casi a cero, como si desde la imaginación del novelista se dibujaran en un lienzo similar al Perú temas como el regionalismo, el clasismo, los vestigios de violencia dejados por las heridas de la guerra, los pueblos dentro de un país desconocido, etc.,
que permiten al escritor vivir en la ficción, pues en el caso de Alarcón, «el país que recrea no es el Perú y lo que describe no es esa historia que, sin haberla vivido, parece entender mejor que nadie. Lo suyo, lo sabe bien, es la ficción, sin objetividad y sin nombre reales, sin traumas, ni complicaciones» (Neyra, 2014). Y es precisamente ese alejamiento de la historia oficial lo que permite al novelista trabajar sobre una materia nueva que otorga licencia para crear un territorio que bien podría ser la serranía de cualquier país de Latinoamérica. En el caso de De noche andamos en círculos, se trata de una relación especial del hombre, de todas las acciones y acontecimientos de su vida, con el mundo espacial– temporal que tiene ver con la construcción y el desarrollo de los personajes al aire libre y en continuo desplazamiento. En la novela, Nelson, un estudiante de teatro que vive en una ciudad que podría ser Lima, está buscando un viaje que lo vuelva a conectar con su interior, pues siente que su rumbo en la vida ha perdido su curso. Su novia lo ha dejado, su hermano que vive en los Estados Unidos y que prometió llevarlo con él, no lo ha hecho aún y parece que el viaje siempre se posterga por alguna razón externa al dominio de Nelson. Su padre ha muerto y eso coloca a Nelson en una posición de profunda negación ante los hechos que le rodean como individuo. En esta trama de conflictos adolescentes, de encuentros y desencuentros, ocurre algo que cambiará el curso de las cosas. En escena aparece Henry Núnez, un olvidado actor y director de teatro que era el principal de un emblemático, casi mítico, grupo de teatro llamado ‘Diciembre’, quien está realizando un casting para reclutar nuevos miembros del afamado grupo para iniciar una
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de iniciar la gira junto a ‘Diciembre’ por el interior de la serranía, reflexiona sobre los peligros que puede acarrear dicha decisión, pero lo hace rememorando los años de la guerra civil: El hecho de que alguien pudiera siquiera ir al interior aún le asombraba: durante la guerra, buena parte del país había sido zona de emergencia, demasiado peligrosa para viajar, pero ahora su hijo abordaría un autobús nocturno sin pensarlo dos veces.
gira de su obra El presidente idiota, por el interior de ese país inventado, donde aún se observan las cicatrices de la guerra civil. En detalle el recorrido del viaje cuando ya Nelson conforma el grupo junto con Patalarga y Henry, es el siguiente: …el recorrido abarcaría: San Luis (donde uno de los integrante de Diciembre tenía un primo); una semana y media en la sierra, en las alturas y alrededores de Corongo (donde ese mismo hombre había nacido y donde aún vivía su madre); Canteras (donde Henry Núñez había vivido desde los nueve años hasta que huyó a la capital a los catorce); Concepción, y después cruzarían la cresta montañosa hacia Belén, para luego descender a los valles. Posadas, El Arroyo, Surco Chico, nuevamente arriba hacia San Germán, y a continuación a la costa. En medio de todo eso, una docena de pueblitos. Un itinerario ambicioso. El corazón del corazón del país.
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El miedo en la construcción del ambiente sórdido de la serranía presente en la obra es latente. En la obra, cuando la madre de Nelson se entera de que su hijo está a punto
Cuando parten a la sierra, Nelson se ve enfrentado a un nuevo camino. Bajtin define a la metáfora del camino en la novela como «el cronotopo del camino, ligado a los personajes, que tiene mayor volumen pero es menor su intensidad emotivo-valorativa». Con esto, Bajtin pretende definir que en el camino se producen encuentros y desencuentros donde se interrelacionan diferentes tipos de personas de toda clase social, de toda religión, de toda edad, que están marcados por el destino que se combina y se dispersa a medida que los personajes transitan por el camino. En el caso de la novela en mención, el camino está trazado por un plan que predispone a los actores y que los enfrenta a lo desconocido. Para Nelson, el viaje por «el miserable país» y la deprimente serranía, «se volvía extraño cuando uno subía por encima de los cuatro mil metros de altura, ese umbral sobrenatural más allá del cual toda la vida se vuelve teatro y todo el teatro se vuelve beckettiano. El aire enrarecido es mágico». El pensamiento de Nelson acerca de su país, del cual quiere marcharse a toda costa, se limita a lo desconocido de su «miserable país»; para él, prepararse para dar funciones en un montón de pueblos andinos congelados lo ubica en una di-
cotomía aprendida desde la niñez, pues siempre «le habían enseñado que había dos países diferentes: la ciudad y todo lo demás. Algunos lamentaban esa división rígida, otros la celebraban, pero nadie la cuestionaba». Al cuestionarse sobre la diversidad y sobre «lo demás» que existe en su «miserable país», Nelson descubre que hay ciudades donde hace demasiado frío, donde la niebla se aferra a los cerros y donde casi siempre llueve enrareciendo el paisaje. Esta descripción temporal que está presente en la novela de Alarcón se yuxtapone con la apatía de la gente de la serranía. El escenario que construye el escritor es propio de los recuerdos que se desdibujan en las mentes de los demás personajes que acompañan a Nelson en su viaje. Para Henry, esta nueva gira implica enfrentarse con su pasado que está marcado en la sierra. A su paso, otros personajes le recuerdan lo que sucedió la última vez que estuvieron por ahí, cuando los años de la guerra estaban en su punto de ebullición y todos los muertos que acarreó su visita y la implicación que le hicieron a ‘Diciembre’ con los terroristas. El tema de la guerra, como ya lo ha expresado Alarcón, es un motivo que siempre late en su obra, y que contrasta con el espacio gris que se puede leer en la novela y que a los ojos de Nelson (un extraño en su propio país) se incrementan a niveles insospechados. ‘Diciembre’ actuó en pequeños pueblos y caseríos por toda la región, sometidos a un clima que Nelson nunca antes había experimentado. Algunas mañanas era como si el sol nunca saliera, y las nubes azules y púrpuras se arremolinaban en el cielo hasta el caer de la tarde, cuando finalmente se desataba el aguacero. Otros días, no era
la lluvia sino el viento a lo que debían enfrentarse: soplaba feroz y despiadado por el valle, y dejaba a Nelson con las mejillas enrojecidas y el cuerpo helado. Pero entonces, de improvisto, el techo de nubes desaparecía y salía el sol. Todo relucía, incluso las montañas, y él pensaba: este es el paisaje más hermoso que he visto en mi vida. Pero nunca duraba mucho; después de una hora, las nubes volvían.
El contraste que hace Alarcón respecto a la metrópoli y las provincias ha dado mucha tela que cortar, entre sus críticos están quienes dicen que su obra siempre mantiene un sesgo muy marcado entre la urbe y lo rural. En lo particular considero que este manejo del espacio-tiempo es solo una técnica narrativa que utiliza el novelista para profundizar
en el desconocimiento que existe sobre la diversidad cultural del propio país. En el caso de Alarcón, al ser un escritor criado desde niño en los Estados Unidos, ese desconocimiento se traslada a su obra, que indaga en el conflicto interno de la no pertenencia a un lugar. Quizá por esa cuestión es que en algunas lecturas que se hace de De noche andamos en círculos, se pueda notar ese sesgo antes mencionado que denota a los provincianos como «sujetos incomprensibles ante los hombres de la ciudad, pues son vistos de manera rara, exótica, pertenecientes a un mundo distinto». A mi entender, Alarcón no está escribiendo nada nuevo respecto a este tema de la guerra civil y la violencia vivida en el Perú, pues en la novela Lituma en los Andes, de Mario Vargas Llosa, se puede apreciar cómo en 1993 ya el autor de La ciudad y los perros estaba reflexionando
sobre la distancia que existe entre el mundo mestizo aburguesado (si se quiere) y el mundo indígena, y esa incomprensión que existe entre ambos, ese continuo desencuentro que obliga al desconocimiento mutuo. Bibliografía ALARCÓN, Daniel 2014 De noche andamos en círculos. Seix Barral, Barcelona. BAJTÍN, Mijaíl. 1989 Teoría y estética de la novela. Taurus, Madrid. NEYRA, Alejandro 2014 ‘El Buen Salvaje’. http://buensalvaje.com/2014/07/15/de-nocheandamos-en-circulos/. PACHECO, Jhonny. 2014 ‘El Hablador’. http://www.elhablador.com/blog/2014/11/06/ resena-a-de-noche-andamos-encirculos-de-daniel-alarcon/.
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Patricio Herrera Crespo
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ay fiestas en las que parece que la naturaleza se juntara en armónico buqué con el talento, la belleza y el arte. La apoteosis de Crespo Toral es, sin duda, el regocijo más grande que hasta hoy ha tenido Cuenca». Así comienza, Remigio Romero León, la crónica de El Progreso de la fecha. El poeta Remigio Crespo Toral tenía en sus sienes la corona de laureles. Era el 4 de noviembre de 1917. Desde las primeras horas de la tarde, una muchedumbre de ciudadanos, representantes de instituciones, centrales obreras, literarias, científicas, acompañadas de bandas de música, se dirigían a la plaza Calderón. De allí el desfile hasta la casa del poeta y con él, aclamado desde las aceras y los balcones a la Casa del Pueblo, donde fue designado ‘hijo predilecto de Cuenca’. En la plaza Calderón se levantaba el simbólico monte Pindo (el Olimpo sagrado de los Celtas) con las nueve musas: Calíope, Clío, Erato, Enterpe, Melpómene, Po-
lymnia, Talía, Terpsícore y Urania, representadas por mujeres ecuatorianas ataviadas con los mismos símbolos de la mitología, que reciben al poeta que «majestuoso, trémulo por la emoción, asciende al sacro monte...» mientras las campanas de la vieja catedral, la música y los vítores eran transportados por el viento. El hombre estaba de pie, el poeta se elevaba hasta el Parnaso al momento en que el doctor Rafael María Arízaga ceñía en sus sienes la corona de laureles formada con treinta y cuatro hojas de oro y decía: «El deber está cumplido vitoread al vencedor». En la faz del bardo se transparentaba su alma, la multitud deliraba. El poeta coronado dijo al finalizar su discurso: «Conceda el cielo al esclavo de vuestra gracia, a este elegido de vuestra servidumbre el don de cantar hasta morir, de admirar las hermosuras vistas y adivinadas, de luchar por lo amado y lo creído y de ir hasta el fin con la pluma en la mano, en descubierta hacia las últimas tierras de la mortal peregrina-
conmemoración ción. ¡Y sea algún momento de mi existencia digno de vosotros y de la patria!».
Remigio Crespo Toral nació en Cuenca el 4 de agosto de 1860 y murió en la misma ciudad el 8 de julio de 1939. Sus primeros escritos en verso y ensayo los hizo en el Liceo de la Juventud, demostrando su interés por la literatura y el periodismo. Estudió Derecho y su vida pública se inició cuando fue nombrado diputado por el Azuay a los 23 años y, posteriormente, en cinco períodos más. Fue rector de la Universidad de Cuenca y ocupó varios cargos administrativos, políticos y diplomáticos. Entre sus principales obras están: Mi poema, La leyenda de Hernán, Cien años de emancipación 1809 -1909, entre otras. Sin embargo, para tener una visión más completa de su producción literaria, vamos a transcribir un extracto de la biografía escrita por Ricardo Muñoz Chávez en el libro La voz de la Patria, publicado en la colección Educación y Libertad de la Universidad Alfredo Pérez Guerrero. Para trazar la vida de Remigio Crespo Toral preciso es entrar en tupido bosque de su producción literaria, pues solo en su prosa y en sus versos se puede conocer los tesoros de su espíritu, la riqueza de su sentimientos, lo que fue y lo que anheló ser: allí el testimonio de sus trabajos y colaboración para el bien común; allí reflejadas con cabal transparencia sus hondas virtudes de cristiano viejo; allí se puede admirar el temple de su espíritu y su férrea voluntad en trance de ascenso constante. Cuánta razón tuvo Gonzalo
Zaldumbide, cuando por primera vez llegaron a sus manos sus producciones, en calificarlo de un valor ignorado. Esto quizás en primer término, por su voluntario alejamiento de los centros de relación, como también porque su producción era casi inédita, y por ello lo llamé motivo de las celebraciones de su centenario, refutando un libro mendaz y audaz publicado entonces para difamarlo, que Crespo Toral era un valor
inédito. El mismo don Gonzalo Zaldumbide en el escrito al que hemos hecho referencia decía que publicar en Cuenca era una manera poco elegante de quedarse inédito. Por desgracia aún hoy día tiene vigencia este apóstrofe cargado de verdad. Alfonso Junco, admirable escritor y poeta mexicano, uno de los valores representativos de la cultura americana, dijo asombrado al conocer la calidad de las obras de Crespo Toral que si
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Libro de La coronación de Remigio Crespo Toral, 1917 y libro Mi poema, 1908, Biblioteca del Dr. Remigio Crespo Guillén.
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él hubiera nacido en Francia de él habrían hablado enalteciendo hasta las piedras. De todas maneras y a pesar de todos estos escollos, su personalidad de pensador, de hombre de bien, de humanista y exponente de la cultura, por su firmeza en sus convicciones y la claridad de sus juicios, cuando en los años en los que vivió se rodeó a su persona de respeto, de reconocimiento y admiración, y cuando era preciso que se hiciera escuchar la voz y el pensamiento del Ecuador a su talento y su personalidad se recurría, y por eso es que hay tanta justicia y tan desbordante razón en haberle llamado como se lo llamó en momentos aciagos para el país, La voz de la Patria, calificativo con el que hemos rotulado esta publicación de conocimiento de su pensamiento y homenaje a su ilustre memoria. En cuanto a su bibliografía, así mismo en apretada síntesis, decimos que quizá lo mejor es referirnos al estudio realizado con honda responsabilidad por el distinguido sacerdote jesuita,
Padre Oswaldo Romero Arteta, trabajo que lo hizo bajo la mirada severamente escrutadora del Padre Aurelio Espinosa Pólit. En un libro publicado bajo los auspicios de la Academia Ecuatoriana de la Lengua en su sección correspondiente en Quito, en el año 1957, registra con notable precisión de citas y se identifican 1.296 publicaciones, entre libros, folletos, artículos
Casa-Museo Remigio Crespo en Cuenca.
de revista, de periódicos o de impresos fugaces. Muy buena parte de sus manuscritos fueron entregados a la Biblioteca Aurelio Espinosa Pólit, que con el auspicio de la Academia Ecuatoriana de la Lengua resolvió no sólo conservarlos sino clasificarlos, ordenarlos y publicarlos. Grande es la labor cumplida especialmente en la publicación de la producción poética. Nueve gruesos volúmenes impresos en la editorial Cajica de México recogen su producción poética en un afán de que se publiquen sus Obras Completas. Respetabilísimo el afán de los auspiciantes de que se refleje en su plenitud la personalidad del poeta publicando todo cuanto escribió. Pero coincido con muchas opiniones ampliamente calificadas que más beneficio se hacía para exaltar al gran Remigio Crespo, con una ponderada y severa calificación de sus obras, dejando de lado lo que escribió muchas veces al descuido o por insalvables compromisos. La facilidad de versificar se convierte en este caso en un factor negativo para la valoración de su obra, pues en nada le fa-
El poeta coronado y las nueve musas.
vorece un exceso de asonancias y consonancias reunidas en nueve gruesos volúmenes, con un total de 1.500 páginas que encierran sus más de tres mil poemas de corto y largo alcance. El mismo doctor Crespo, pese a su modestia en muchos aspectos,
no hubiera dudado en destinar al olvido centenares de aquellos poemas. Con sobrada razón, el notable crítico cuencano Antonio Lloret Bastidas decía que tres de los volúmenes publicados con la poesía selecta, de valor intrínseco y mérito permanente,
fruto de inspiración y de tiempo destinado exprofesamente a la creación, hubieran acrecentado cien veces más la fama del gran poeta. Pero lo hecho, hecho está y lo publicado es parte de la bibliografía nacional y por lo tanto, preciso es registrarlo.
Salutación a Remigio Crespo Tora en su apoteosis Desde la ebúrnea torre donde, como el latino artífice, cincelo mi verso diamantino, —miel para la famélica jauría— pongo mi lira acorde al melodioso coro de los címbalos rítmicos y las trompetas de oro que dicen tu triunfo sonoro, Rey de la Clásica Armonía. Yo que rimé la música de las profanas prosas, lírico jardinero de las sensuales rosas en los vastos dominios del Príncipe Rubén, te doy de mi incensario los más puros aromas, mando laurel y myrtho con mis blancas palomas a decorar tu altiva sien. Como una ronda griega cincelada en un vaso, ronda de blancas ninfas que armonizan su paso al mismo vago y dulce son, suelto las mensajeras alondras de mi canto hacia el bosque de lauro, de magnolia y acanto en que resuena tu canción.
Rojos labios sonríen a tus labios, Patriarca; el heráldico cisne su leve cuello enarca al arrugar la brisa del mar el verde tul; y avanza a la ribera del sombrío Destino tu nave, ¡oh, argonauta de un ensueño divino, que despliegas del Arte el pabellón azul! Triunfalmente conduces el alado Pegaso; tu nombre llena el cielo del Levante al Ocaso; la eterna luz nimba tu sien…. Y penetras al son de cien liras sonoras al reino donde miran las eternas auroras Homero, Dante, Hugo y Verlaine! Medardo Ángel Silva
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Juan Romero Vinueza
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os microcuentos quizá podrían ser entendidos como la parte más ínfima de la literatura. Sin embargo, existe una complejidad a la hora de realizar relatos tan pequeños, que se sostengan por sí solos en pocas líneas y le
planteen algo contundente al lector. Se puede reconocer, rápidamente, a varios autores que han cultivado el relato corto o microcuento: Jorge Luis Borges, Rudyard Kipling, Franz Kafka, Augusto Monterroso, Juan José Arreola, Luisa Valen-
variaciones zuela, entre otros. Entre ese grupo, también se encuentra uno no tan conocido: me refiero el escritor francés Raymond Queneau. Queneau fue uno de los fundadores del grupo Ouvroir de Littérature Potentielle (más conocido como Oulipo, por sus siglas) que, en español, se traduciría como Taller de Literatura Potencial. Dicho grupo buscaba un encuentro sistemático entre la estructura literaria y la lógica matemática. A diferencia del surrealismo y el nadaísmo, las corrientes que promulgaban una exacerbación de lo imaginativo a niveles insospechados, lo que Oulipo planteó fue una suerte de lenguaje limitado y de los registros que de éste podían surgir. No obstante, este límite solía ser difuso y he ahí lo bello de su propuesta. El contacto de Queneau con escritores como André Breton o Jacques Prévert en su juventud estimuló su vocación por la literatura. Además, un viaje que realizó a Grecia ayudó a que se formara una nueva concepción narrativa en su mente. Notó que existía una diferencia abismal entre el francés literario (culto) y el francés hablado (vulgar). Él propondría una mezcla entre ambos, llamándolo neofrancés, en el cual se desarrollaría el idioma de manera más libre, haciéndolo más maleable a su propio gusto e interés. Su libro más oulipiano —si vale el término— fue Ejercicios de estilo (1949), en el cual se plantea una historia base de la que luego se desarrollan noventa y nueve más, con la misma trama, los mismos personajes y el mismo lugar, esto es, el qué se está contando sería idéntico. Lo que cambia en los textos es su estructura, es decir, el cómo se está contando. No es seguro cuál de las historias sea la que funja como base y de la cual partan las
demás, ya que podría ser cualquiera de ellas. Se ha dicho que Queneau adoptó esta idea luego de escuchar la obra El arte de la fuga del músico clásico Johann Sebastian Bach, quien utilizaba diferentes secuencias que partían de una secuencia base de sonidos. El francés se entusiasmó tanto con la técnica musical de Bach que la quiso llevar a la literatura. Al final, logró su cometido. La historia base, que es bastante irrelevante, se presenta como un suceso cualquiera. El crítico y teórico literario Gerard Genette plantea que el punto de partida para entender el texto no es el primer relato (Notaciones) sino que Queneau usa como base otro texto (Relato) que se encuentra casi en la mitad del libro y que, según Genette, es el más cercano a lo que se podría entender como una narración común y formal. A continuación, para que el lector lo aprecie, se presenta el microcuento Relato: Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre. Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.
Queneau fue uno de los fundadores del grupo Ouvroir de Littérature Potentielle (más conocido como Oulipo, por sus siglas) que, en español, se traduciría como Taller de Literatura Potencial. Dicho grupo buscaba un encuentro sistemático entre la estructura literaria y la lógica matemática.
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Como puede notar el lector, la historia no tiene la relevancia que podrían tener otro tipo de relatos más largos y menos experimentales. Sucede, como diría Roberto Bolaño, que la narrativa contemporánea no se sostiene por el argumento sino por la experimentación que se le da al texto, y Ejercicios de estilo es justamente —o únicamente— eso: un ejercicio en el cual Queneau intentó contar lo mismo de cien maneras distintas. Ejercicios de estilo juega con ese relato base y lo desarrolla de diversas maneras: cuenta la misma anécdota, pero lo hace en primera o en tercera persona, como testigo o protagonista; con un tono cómico, irónico, íntimo, sombrío, colorido, olfativo, visual, gustativo, etc. Además, usa recursos paródicos a varias maneras narrativas como la que propone los cultismos como la parte más importante o, a su vez, el lenguaje popular. Narra la misma historia a modo de oda o como una sucesión de metáforas. Existen, también, textos repletos de anglicismos, latinismos, helenismos y galicismos. Incluso, Queneau postula un método sistemático en el que se juega con los tiempos gramaticales del cuento en sí: lo narra tanto en presente simple, pretérito perfecto, pretérito indefinido o pretérito imperfecto. El cuento se convierte, de la misma manera, en un soneto endecasílabo, alejandrino o un poema vanguardista, o bien una minicomedia dividida en tres actos. El francés dibuja una gran cantidad de diálogos, sean a modo de interrogatorio o drama. En fin, como ya pudo haberse percatado el lector, las diversas estructuras que se manejan en esta propuesta son las que la figuran como uno de los pilares de la literatura experimental. La importancia de este libro radica, claramente, en la propues-
ta inicial del autor respecto de las posibilidades que puede tener un texto. Estas posibilidades son mostradas como un centenar (cien es una muestra, podrían ser más) de lo que la estructura del discurso le permite a la literatura. Se debería volver a esta obra, solo para comprobar que todos nuestros presupuestos sobre lo que debe ser un cuento o sobre cómo debe hacerse un cuento pueden abrirse campo hacia más nociones experimentales e imaginativas. Para no saturar la inventiva y la creatividad de Queneau con más explicaciones sobre su obra, se mostrarán unos cuantos ejemplos de cómo Relato devino en otro cuento sin cambiar la anécdota en sí, mediante la experimentación lingüística del autor. A continuación, el texto llamado Zoológico, en el cual se juega, como su nombre lo dice, con el concepto animalesco: En la pajarera que, a la hora en que los leones van a beber, nos transportaba hacia la plaza de Champerret, me fijé en un bicho raro de cuello de avestruz que llevaba un castor rodeado por un ciempiés. De pronto, el jirafito se empezó a espantar con el pretexto de que una bestezuela vecina le chafaba las pezuñas. Mas, para evitar que le sacudieran las pulgas, cabalgó hacia una madriguera abandonada. Más tarde, delante del zoo, volví a ver al mismo pollito cotorreando con un pajarraco a propósito de su plumaje, el cual le decía cómo podría quedarle más mono.
Ahora el texto Negatividades, donde el cuento se narra a partir de negaciones:
El contacto de Queneau con escritores como André Breton o Jacques Prévert en su juventud estimuló su vocación por la literatura. Además, un viaje que realizó a Grecia ayudó a que se formara una nueva concepción narrativa en su mente. No era ni un barco, ni un avión, sino un medio de transporte terrestre. No era por la mañana, ni por la tarde, sino a mediodía. No era ni un bebé, ni un anciano, sino un joven. No era ni una cinta, ni un bramante, sino un cordón trenzado. No era ni una procesión, ni una trifulca, sino un atropellamiento. No era ni un amable, ni un malvado, sino un colérico. No era ni una verdad, ni una mentira, sino un pretexto. No era ni uno derecho, ni uno yacente, sino uno que quería estar sentado. No era ni la víspera, ni el día siguiente, sino el mismo día. No era la estación del Norte, ni la estación de Lyon, sino la estación de Saint-Lazare. No era ni un pariente, ni un desconocido, sino un amigo. No era ni un insulto, ni una burla, sino un consejo sobre indumentaria.
go. He examinado su sombrero y me he dado cuenta de que en lugar de una cinta llevaba un galón trenzado. Cada vez que ha subido alguien, ha habido bullicio. No he dicho nada, pero el joven de cuello largo ha interpelado a su vecino. No he oído lo que le ha dicho, pero se han mirado con malos ojos. Entonces, el joven del cuello largo se ha ido a sentarse precipitadamente. Volviendo de la puerta de Champerret, he pasado por delante de la estación de SaintLazare. He visto al tipo de marras que discutía con un amigo. Y éste le ha señalado con el dedo un botón justo encima del escote del abrigo. Después el autobús donde yo iba se ha marchado y no los he visto más. Yo iba sentado y no he pensado en nada.
Por último, el texto Pretérito imperfecto, el cual se desarrolla a partir de las conjugaciones correspondientes a este tiempo gramatical:
Esperando que el lector haya identificado las diversas experimentaciones que se realizan con el texto Relato, convirtiéndolo en lo que se ha mostrado, la invitación queda hecha para que se disfrute de este brillante recurso inventivo digno de destacar en la historia de la literatura. Este libro es el claro ejemplo de lo que se suele decir en la primera clase de narratología: no importa qué se cuente, sino cómo se cuente. Raymond Queneau, al parecer, sí que lo entendió de maravilla.
He subido en el autobús de la puerta Champerret. Había mucha gente, jóvenes, viejos, mujeres, soldados. He pagado mi billete y he mirado después a mi alrededor. No era muy interesante. Sin embargo, he acabado fijándome en un joven al que le he encontrado el cuello demasiado lar-
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.H. Lawrence (18851930), escritor inglés de entre la primera y segunda conflagraciones mundiales, nacido en una Inglaterra devastada y sumida en una crisis económica profunda desde donde surgió la Revolución Industrial de tanta repercusión en el mundo. Novelas como El arco iris, El amante de Lady Chatterley, Hijos y amantes y Mujeres enamoradas destacan de su gran producción que incluye ensayos filosóficos y de crítica, poemas, dramas, libros de viajes y un epistolario publicado por Aldous Huxley en 1932. Lawrence fue testigo de la miseria de los trabajadores en las minas; su propio padre fue un minero, por lo tanto el escritor había conocido y vivido en carne propia la miseria y explotación que significó para los obreros el trabajo en las minas de carbón. En sus novelas se filtra la lucha de clases, y aunque el tema central de Mujeres enamoradas no es precisamente mostrar el conflicto social y tomar partido por los explotados, el escenario social y el fondo oscuro de las minas de carbón subyace en toda la novela como una sombra, el infierno del cual la sociedad no puede sustraerse. Escritor de un talento excepcional, analizaba y hurgaba en el fondo de la problemática humana. Sus novelas son un tratado sobre el amor, la sexualidad y la conducta de hombres y de mujeres. Aunque puede haber una dosis de misoginia en ciertos momentos de su obra, en otros extrae más bien párrafos memorables sobre los sueños y la aspiración de libertad que emergen del género femenino, como una rebelión abierta en unos casos, en conductas retorcidas en otros, o en locura por asumir el control de todo bajo el pretexto de la maternidad, y alega sobre la condición de la mujer en la sociedad, que transmuta en astucia, en crueldad y en vengan-
apuntes za deliberada en muchos casos. Al hombre, por otra parte, lo muestra abierto aunque sufriente también en el mundo del trabajo, pero más libre para optar por decisiones en la vida aunque también sujeto a los apremios sexuales y a un ansia de poder y de demostrarse a sí mismo esa capacidad para someter bajo su voluntad a otros, en ello va incluida la naturaleza cuando hace un discurso desde el propietario de las minas: «Tenía que celebrar una lucha con la materia, con la tierra y el carbón que encerraba. La única idea era ésta; volverse hacia la materia inanimada del subsuelo y reducirla a su voluntad». Y en otro párrafo: «Una mirada agudizada apareció sobre el rostro de Gerald. Cayó sobre la yegua como un borde afilado y la forzó a dar la vuelta. El animal rugía al respirar, sus narices eran dos agujeros anchos, calientes; su boca estaba abierta; sus ojos en un frenesí. Era una visión repulsiva. Pero él se mantuvo sobre ella sin relajarse, con una tenacidad casi mecánica». El mundo de los hombres separado de aquel de las mujeres, era un concepto muy arraigado en la sociedad europea de la época; el hombre, misógino y poderoso, y la mujer en situación marginal, atada a sus dependencias emocionales. Incapaz de encontrar un complemento en la mujer busca entre sus iguales afirmar su masculinidad, hecho que enmascara las inclinaciones homosexuales de los protagonistas, o la falta de identidad sexual marcada por las experiencias en la infancia o adolescencia y que se ocultan bajo una apariencia de masculinidad exacerbada. En la novela, los personajes masculinos sienten atracción entre sí pero no ceden a sus inclinaciones porque necesitan mantener las apariencias de hombría frente a una sociedad llena de prejuicios. La dualidad sexual de hombres y mujeres está presente en
esta novela, los protagonistas viven en una permanente lucha entre su racionalidad y sus instintos. El tratamiento psicológico de los personajes, el lenguaje literario y filosófico es llevado con brillantez, aunque a veces pueda considerarse excesivo y contradictorio pero que cala bien en esta novela torrencial donde un realismo escabroso y provocativo es el signo central, si bien la traducción al español no llega tal vez a expresar lo que la lengua inglesa con su riqueza lingüística propone en esta narración, un discurso denso y penetrante surcado de imágenes poéticas subsiste tanto en el monólogo interior como en los diálogos. La novela expone además los conflictos sociales como un escenario inevitable y sombrío, donde se presiente la angustia existencial de una humanidad entre dos guerras, y con el giro que la Revolución Industrial dio a la existencia de los trabajadores enfrentados a la máquina como una señal de desplazamiento en la vida laboral y sus efectos sobre la ya miserable subsistencia de la clase proletaria, que empezaba a buscar su reivindicación en las luchas sociales: «…los hombres no estaban contra él, pero estaban contra los patronos. Era una guerra y sin quererlo ni beberlo, se encontró en el lado malo, para su propia conciencia…” . D.H. Lawrence, un hombre que vivió todas las vidas, involucrado en el tráfago de la época y cuyo talento literario nutrido por una profunda sensibilidad y aguda inteligencia, le permitió diseccionar el alma de los seres humanos que poblaban su mundo interior, proyecciones del afuera, de la violencia y del cataclismo de las guerras que sumieron al ser humano en estado de rebelión y derrota en esa paradoja, en este caso destructiva, de la máquina al servicio de la muerte y la incapacidad humana para evitarlo.
D.H. Lawrence, un hombre que vivió todas las vidas, involucrado en el tráfago de la época y cuyo talento literario nutrido por una profunda sensibilidad y aguda inteligencia, le permitió diseccionar el alma de los seres humanos que poblaban su mundo interior…
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no Garcés, y su esposa, Rocío González, El presidente de la República, Lenín More presidente, Camilo Restrepo Guzmán, su por ra Cultu la son recibidos en la Casa de deras. Guar n y el director del Ballet Nacional, Rubé
EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA EN
Camilo Restrepo entrega al presidente Lenín Moren o un ejemplar del libro Hojas de hierba, editado por la Casa de la Cultura, en la colección Esenciales.
LA CASA DE LA CULTURA
EcuaGarcés, fue recibido en la Casa de la Cultura eno Mor ín Len ca, úbli Rep la de te iden El pres entación del Guzmán, como invitado de honor a la pres toriana por su presidente, Camilo Restrepo Guarderas. én Ballet Nacional del Ecuador que dirige Rub ballet Cascanueces, puesto en escena por el ionarios del como lo hicieron las familias de altos func El mandatario concurrió con su familia, así Ballet y a la ional. Más de 2.000 personas admiraron al Nac ro Teat el ó colm que lico púb el y gobierno abrió la fosa para osidad anotemos que a los muchos años se Orquesta Sinfónica Nacional. Como curi la orquesta. compositor anueces, de Alejandro Dumas, y del célebre La obra está basada en el cuento del Casc Ivanov. 2, por los coreógrafos Marius Petipa y Lev 189 en t, balle al tada adap , vski aiko Tch h Piotr Illic n general de de vestuario de Pepe Rosales y la direcció La coreografía es de Jaime Pinto, el diseño Rubén Guarderas.
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El Ballet Nacional del Ecuador puso en escena el Cascanueces en el Teatro Nacional de la Casa de la Cultura. A la derecha, la Orquesta Sinfónica Nacional.
panel
DE HISTORIA LA CASA DE LA CULTURA Y LA ACADEMIA ÓN SUSCRIBEN UN CONVENIO DE COOPERACI por su presidente Camilo Restrepo Guzmán, La Casa de la Cultura Ecuatoriana, representada Jorge Núñez Sánchez, suscribieron un convenio y la Academia Nacional de Historia, dirigida por general, que permitan un amplio intercambio que «establece relaciones de trabajo de carácter de formular acuerdos específicos en el período cultural en todas sus manifestaciones, sin perjuicio comprendido entre 2017 y 2021». caron el trabajo conjunto realizado en la Los representantes de las dos instituciones desta riadores ecuatorianos que han contribuido a edición de importantes libros de destacados histo país. ampliar el conocimiento de hechos históricos del klin Barriga López, luego de hacer un análisis Fran , Por su parte, el subdirector de la Academia principal proyecto a realizarse en los años 2018 de esta vinculación institucional, informó que el enes, de alrededor de 500 páginas cada uno, y 2019 será la publicación de la obra en diez volúm na, en la cual resaltó el exhaustivo trabajo de de la Historia y Antología de la Literatura Ecuatoria investigación que están realizando 55 académicos. rales en el Ecuador y el sur de Colombia, de Entre los libros editados están: Los fenómenos natu ardo Barriga López; De historias documentadas varios autores; Quito por la Independencia, de Leon ea travesía en viaje de Guayaquil a Quito en la a crónicas noveladas, de Ramiro Molina; La ciclóp la Flores; El Ecuador en la historia, de Jorge República, 1830 – 1930 (2 tomos), de Alfonso Sevil Núñez, entre otros.
El presidente nacional de la Casa de la Cultura, Camilo Restrepo Guzmán, y el director de la Academia Nacional de Historia, Jorge Núñez Sánchez, suscriben el convenio cultural entre cuyos objetivos está la edición de los libros que componen la Historia y Antología de la Literatura Ecuatoriana.
Patricio Herrera Crespo, director de Publicaciones, Camilo Restrepo Guzmán, presidente de la Casa de la Cultura, Jorge Núñez y Franklin Barriga López, director y subdirector de la Academia Nacional de Historia, respectivamente.
Fotos: Marcelo Arellano
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Poesía junta Autor: Hugo Mayo Género: Poesía Colección: Esenciales Editorial: CCE Año: 2017 «De él se ha dicho que se carteó con los poetas más importantes de la vanguardia europea y latinoamericana de los años veinte como Paul Eluard y Vicente Huidobro, que colaboró con revistas tan vitales como Amauta (1926-1930), fundada y dirigida por el pensador peruano José Carlos Mariátegui (lo nombró su representante en Ecuador) y en la que Mayo colaboró con un puñado de poemas; que consta en la primera antología del vanguardismo preparada por el entonces joven poeta ultraísta, Jorge Luis Borges y sus aliados, el esotérico Alberto Hidalgo y el creacionista Huidobro: Índice de la nueva poesía americana (1926)... Miguel Augusto Egas (Manta, 1898 - Guayaquil, 1988), nombre civil del poeta Hugo Mayo, todo lo hizo en gran parte en soledad, a pesar, insistimos, de que en esos años decisivos de publicaciones periódicas, recurso muy bien explotado por los poetas y escritores de la época, contó con los aportes de Aurora Estrada i Ayala, hasta antes de que ‘Un signo extraño la golpeó en silencio’». RSS
La Belmonte y yo Autor: Ramiro Guarderas Iturralde Género: Testimonio Editorial: CCE Año: 2017 «El bello libro del arqui-
tecto Ramiro Guarderas, La Belmonte y yo, además de reunir sus propios dibujos en torno a este apasionante tema, muestra una gran legitimidad por los datos que presenta. La reproducción de las bitácoras auténticas de su abuelo, le da a su trabajo una importancia muy grande… Estoy seguro de que a sus lectores les traerá grandes recuerdos tanto de la Plaza Belmonte con de los disfrazados, y de la antigua Plaza Arenas, donde se vio torear a grandes figuras. Y para los más jóvenes será naturalmente un libro de consulta necesaria para comprender la historia vinculada ancestralmente a la tradición taurina en nuestra ciudad». OV 98
Viaje a la selva Autora: Emma Robinson Blomberg Género: Testimonio Editorial: CCE Año: 2017
Aves de la Amazonía Autor: Luis Zevallos Género: Guía de identificación de aves Editorial: CCE Año: 2017
Memorias y reflexiones Mariscal de la Unión Soviética G.K. Zhukov Autor: G.K. Zhukov Introducción y resumen: José Salgado Defranc Género: Biografía Editorial: CCE Año: 2017
Nelson Estupiñán Bass: una introducción a sus escritos Autor: Marvin A. Lewis Colección: Antítesis Año: 2017
1948, varios personajes del Quito de entonces se reúnen en una tertulia en la casa de Olga Fisch Anhalzer. Uno de ellos, el pintor Oswaldo Guayasamín, comenta que le han encargado hacer un mural sobre el descubrimiento del río Amazonas, pero, salvo en el cine, nunca ha visto una selva en su vida. Otro de los presentes, el explorador sueco Rolf Blomberg, les propone entonces una expedición a las selvas occidentales, a menos de 200 kilómetros de la capital ecuatoriana. Así se arma una pequeña travesía hacia el territorio de los tsáchilas, conformada por Fisch, Guayasamín, Minnie Bodenhorst y las hermanas Robinson, Lillian y Emma, la autora de este libro.
Este libro es una guía práctica e ilustrativa de las aves más comunes de la Amazonía. Las aves de esta guía viven en el bosque húmedo tropical de la Amazonía, situado desde los 1.800 metros hasta los 150 metros sobre el nivel del mar; son aves que reforestan el bosque comiendo las semillas y frutos de plantas y de árboles frutales y maderables.
«Radicales divergencias suscitadas con Joseph Stalin y Nikita Kruschev precipitan al Mariscal del Ejército Rojo Georgui Zhukov a dejar el Kremlin para refugiarse en sus cuarteles de invierno; desde entonces escribe sus Memorias y reflexiones, documento testimonial e histórico que narra con asombrosa veracidad y singular dramatismo no sólo las estrategias, escaramuzas, movilización de tropas, conjuras palaciegas y otros episodios bélicos que marcaron el decurso victorioso de las Fuerzas Soviéticas en las batallas de Jaljin Gol, Leningrado, Kursk, Stalingrado, Moscú, la caída de Berlín y el desplome del Tercer Reich a mediados del siglo XX». RPT
Esmeraldas fue la provincia que tuvo como matriz Nelson Estupiñán Bass para sus actividades creativas. A pesar de que una cantidad significativa de sus escritos interpretan la experiencia afroecuatoriana, Estupiñán Bass también aborda los padecimientos de todo el espectro social y étnico del Ecuador, en que se incluye la mayoría indígena en el contexto nacional. 99
Señorita Satán Autor: Varios autores Género: Relato Editorial: El Conejo Año: 2017
Lama Autora: Sabrina Duque Género: Crónica Editorial: Turbina Editorial Año: 2017
Caninos Autora: Mónica Ojeda Género: Cuento Editorial: Turbina Editorial Año: 2017
Mujeres que sueñan Literatura ecuatoriana contemporánea Autor: Varias autoras Género: Poesía, cuento y novela Editorial: Ministerio de Cultura del Ecuador Año: 2017 100
«Señorita Satán es una magnífica compilación de relatos en donde las escritoras eligen temáticas muy diversas y comparten la presencia de la violencia como un elemento silenciado, que aparece en los detalles más íntimos; rastros de sangre sobre nieve, la hora de la siesta, la cosa que se siente entre las piernas, una rama desvencijada, una imagen de espejo...». MPB
Un día soleado. Silencio. Un tranquilo pueblo brasileño que trabaja. Y después, el aluvión: la llegada del destierro, de la desposesión, de la impunidad de la lama. Sabrina Duque nos presenta una crónica que combina en partes iguales la empatía y la denuncia, el rigor investigativo y el afecto, los hechos y las formas en que sus protagonistas los vivieron. Esta es la historia de uno de los mayores desastres ambientales causados por la minería en la historia del mundo y de la miseria del poder. Lo monstruoso de una cartografía familiar y la poesía desgarradora de lo execrado, de los restos del cuerpo cuando deviene otra cosa, otra forma, otro paisaje: en estos límites se juega Caninos. Con una lengua prodigiosa y una inquietante inclinación hacia lo ominoso, Mónica Ojeda demuestra por qué es una de mas más poderosas voces de la actual literatura latinoamericana y una figura singular y desafiante en el panorama cultural ecuatoriano. «Es necesario ubicar, reconocer y valorar la sensibilidad creadora de la mujer ecuatoriana, que en el cultivo de la poesía, el cuento y la novela ha alcanzado los más altos retos, al llevarnos a descubrir inesperados matices de la sociedad y la condición humana, es lo que pretende Mujeres que sueñan, selección realizada por el poeta y editor Antonio Correa. En el libro se despliega un mapa vasto y enriquecedor de escritoras provenientes no sólo de Pichincha sino de diversas partes del país». MPV
Al son de la garúa Nuevos y novísimos poetas ecuatorianos Autor: Varios autores Género: Poesía Editorial: Ministerio de Cultura del Ecuador Año: 2017
«Esta antología es la mejor manera de rendir homenaje a la nueva producción poética del Ecuador. Estos poetas —que ya nunca serán nuevos ni mucho menos novísimos, como reza el título de esta antología, sino ancianos disfrazados de jóvenes, atormentados solitarios que fingen ser uno más en el bullicio de la multitud— han pasado hace tiempo la frontera entre los versos anodinos y la verdadera poesía». EAG
Letras cómplices Antología temática para jóvenes Autor: Varios autores Género: Varios géneros Editorial: Ministerio de Cultura del Ecuador Año: 2017
Esta es una recopilación de textos que abordan una variedad de temas: la ciudad, el amor, el miedo, la migración, la vida y la muerte, la amistad, la política, el fútbol, etc. Entre los autores están: Liset Lantigua, Siomara España, Raúl Vallejo, Antonio Preciado, Abel Romeo Castillo, Jorge Luis Cáceres, Sara Vanegas, Abdón Ubidia, Leonor Bravo y muchos más.
Hoy me da por llover Epigramas inscritos en el corazón de los hoteles Autores: Luis Enrique Yaulema y Francisco Trejo Género: Poesía Colección: 2 Alas Editorial: El Ángel Editor Año: 2017
En este libro están juntas las poéticas de Luis Enrique Yaulema (Riobamba, 1968) y Francisco Trejo (Ciudad de México, 1987). Los dos conducen sus versos por sensibilidades parejas, pero personalidades y estilos distintos.
Las sargentonas
Las sargentonas relata la epopeya de la tropa de mujeres nacidas a orillas del Caribe, que en el año 1814 se unió a la milicia revolucionaria de Bolívar, cuando huían de Caracas, y que junto a los rebeldes atravesaron de norte a sur el espinazo de los Andes, la ruta del cóndor, para catorce años más tarde embarcar de regreso, desde Chile, con los restos del Ejército Libertador.
Autor: Marcelo Lalama Género: Novela histórica Editorial: Eskeletra Editorial Año: 2017
Hojas de mi noche larga Autora: Damia Mendoza Zambrano Género: Poesía (bilingüe español-italiano) Editorial: Éditions Alondras Año: 2012
«En Damia Mendoza fluye la poesía como la vertiente transparente que cruza los espejos. En Hojas de mi noche larga se refugia la palabra con su tono de fuego donde amor, pasión y muerte vuelan como pájaros de luces en su semilla contagiosa». EAG
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tributo
A
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los 92 años murió en Roma, Italia, el cineasta argentino Fernando Birri, a quien se lo consideraba el padre del Nuevo Cine Latinoamericano. Nació el 13 de marzo de 1925 en Santa Fe. Luego de haber incursionado en el teatro y en la poesía en su ciudad natal, fue a estudiar a Roma al Centro Sperimentale di Cinematografía, de 1950 a 1953. En 1956 regresó a Santa Fe para fundar el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral. Su primera película, el mediometraje Tire Die, fue realizada en la Escuela Documental de Santa Fe, en 1958. Dos años después, en 1961, dirigió Los inundados que resultó premiado en el Festival de Venecia. Birri realizó documentales sobre la vida de Rafael Alberti y el Che Guevara y adaptó una historia de Gabriel García Márquez en su película Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988). Fue el fundador de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de Los Baños de Cuba, de la que también fue director y desde allí uno de los iniciadores del nuevo cine latinoamericano. En 2004 fue homenajeado por el Festival de Mar del Plata y en Roma. En 2010 recibió el premio de honor del Festival Internacional de Cine de Innsbruck, Austria; ese mismo año recibió el Cóndor de Plata a la trayectoria, de la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina. En una de sus últimas entrevistas, Fernando Birri afirmaba: «Si no hay poesía en el sentido más profundo de la palabra, no hay cine, no hay pintura y no hay nada».
LA EXPLOSIÓN CULTURAL DEL SIGLO XXI
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Nuevo año, nuevos libros
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