Casa Palabras N° 4

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Distribuci贸n gratuita

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Las historias veladas de Roberto Guerrero Eugenia Viteri: desalojando la tristeza Juan Gelman: flashback y presente continuo Inter venci贸n militar a la cultura Libro de papel vs. libro electr贸nico1


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editorial

Gestión cultural

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a Casa sigue cazando las palabras, hilvanando contenidos, siendo construida y construyendo el quehacer de la cultura. Junio tuvo fundamental connotación en su gestión, dos personajes hicieron de su espacio epicentro para su voz: Luiz Inácio Lula da Silva, ex presidente del Brasil, que en el Teatro Nacional evocó la integración latinoamericana como el nuevo modelo de desarrollo de la región, una integración en lo político, en lo económico y fundamentalmente en la cultura y sus actores, que genere nuevas metas y renovados espacios públicos para nuestras artes y nuestros saberes; y, el poeta argentino Juan Gelman, que dentro del V Encuentro de Poesía Paralelo Cero rindió homenaje al país con sus luchas, con su inamovible compromiso con la vida, pero esencialmente con una poesía que nos contiene, nos forja, nos fragua y que es fundamental por tener las huellas digitales de nuestro yo barroco, de nuestro yo confrontando los dragones con la metáfora. Dos personajes en la Casa, dos personajes en nuestras identidades y en el patrimonio descolonizado de nuestro futuro. En el trabajo cotidiano, la Casa sigue siendo el espacio donde los creadores se sustentan, donde el pensamiento crítico fragua las contradicciones para destilar el futuro. Desde ese permanente reinventarse, nuestra institución debe asumir en sus políticas garantizar el cumplimiento de los derechos culturales para todos los ciudadanos, construir una ‘canasta básica’ en la cultura, para que la alegría se pueda escribir con grafías gigantes en la cotidianidad de los ecuatorianos; estamos recreando un modelo de gestión donde actores, gestores y públicos puedan vivir a plenitud esa gran psiquiatría social que es la gestión cultural, una mediación donde los contenidos simbólicos hablen de ese Ecuador que de una manera irrenunciable nos incendia. Esperamos que en este devenir se refleje la identidad de nuestra Casa, un sentir que se inició a partir de la Gloriosa, en 1944, y que surgiendo de un proceso revolucionario, si bien debe sustentarse en los pasos dados, tiene que articularse a los nuevos tiempos que vive América Latina, tiempos de dignidad, de construcciones simbólicas que nos hacen sentir orgullosos de ser parte de la autoestima que inunda nuestros territorios. La Casa sigue siendo habitada y habitándonos. Gabriel Cisneros Abedrabbo

número cuatro • julio 2013

Presidente Raúl Pérez Torres Vicepresidente Gabriel Cisneros Abedrabbo Director de Publicaciones Patricio Herrera Crespo Editores Paúl Hermann Violeta Luna Patricio Viteri Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila Colaboran en este número: Gonzalo Márquez Cristo, Fernando Escobar Páez, Miguel Aillón Valverde, Guido Tamayo, Liset Lantigua, Gerardo Fernández García. Portada Roberto Guerrero ¿Quién soy, dónde estoy?

Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Av. Seis de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2 565808 Ext. 426 gestion.publicaciones@cce.org.ec www.cce.org.ec Quito–Ecuador.

casapalabrascce @casapalabrascce casapalabrascce@gmail.com

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índice

3 A cincuenta años del aparecimiento de ese ícono de la literatura universal que es Rayuela, le rendimos tributo con sus propias palabras.

5 Aún siendo un apasionado de los libros de papel, Paúl Hermann reflexiona sobre las bondades del libro electrónico, soporte que plantea un radical cambio de época, enfrenta a dos bandos y genera apasionadas controversias.

Nuestro espacio dedicado a presentar las nuevas publicaciones de la colección institucional Casa Nueva está dedicado, en esta ocasión, un microcuento y dos poemas de Huellas insurrectas, primer libro de José Iván Mosquera y cuarto de nuestra serie.

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Patricio Herrera Crespo inaugura en este número una serie de reportajes que darán cuenta de los momentos fundamentales de la historia de la CCE. Recuerda en esta ocasión la intervención a la Casa por la Junta Militar, a 50 años del suceso.

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15 Damos la bienvenida a nuestra publicación al narrador y poeta ecuatoriano Fernando Escobar Páez. En esta, su primera colaboración, recorre la trayectoria de Ray Manzarek, el recientemente fallecido tecladista de la banda norteamericana The Doors.

Nuestro colaborador Juan Carlos Moya nos ofrece un artículo que da cuenta de la vida y trayectoria literaria de Juan José Saer, espléndido escritor argentino injustamente marginado del boom latinoamericano.

8 A continuación, el escritor colombiano Gonzalo Márquez Cristo enciende el debate, se coloca, en este tribunal que hemos creado, a favor del libro de papel y en contra del electrónico.

18 Miguel Aillón Valverde realiza una aproximación a la obra plástica de Roberto Guerrero, artista cuyo trabajo honra nuestra portada.

11 22 Siempre resulta un hecho único y gratificante que una poeta pueda reflexionar sobre la obra de otra poeta, sobre todo cuando ésta es su hija. La historia de la literatura nacional y el destino han permitido que nuestra coeditora, Violeta Luna, aproxime al lector a los universos líricos de 4 Mayarí Granda.

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Presentamos ‘Como te lo cuento’, relato de Belém Muriel que forma parte de Diario de escritura, publicación reciente de la CCE con el auspicio de la Alianza Francesa.

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En nuestro segmento `magnetófono` ofrecemos una entrevista a Eugenia Viteri, escritora, maestra, defensora de los derechos de las mujeres y compañera de vida de Pedro Jorge Vera. Un justo homenaje.

Patricio Viteri Paredes enriquece nuestra publicación con una nueva traducción. En esta ocasión, ‘Mi color favorito es el negro’, relato del escritor norteamericano Bernard Malamud.

A propósito de la visita que en días pasados el escritor argentino Juan Gelman realizó a Quito para participar en el Encuentro de Poesía en Paralelo 0, publicamos una entrevista que Raúl Pérez Torres le hizo en la década del ochenta, así como la rueda de prensa que el poeta ofreció en la Institución.

Reseñas de los libros publicados por El Ángel Editor y la CCE, con ocasión del Encuentro de Poesía en Paralelo 0.

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Guido Tamayo realiza un exhaustivo comentario de Pubis equinoccial, la más reciente producción literaria del escritor Raúl Vallejo.

Publicamos un fragmento del texto de la escritora cubana radicada en Quito, Liset Lantigua, para presentar La ceniza del adiós, el nuevo libro de Orlando Pérez.

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Con referencia a los ciclos y festivales que organiza la Cinemateca Nacional, presentamos la retrospectiva del cine cubano que realiza Gerardo Fernández García.


variaciones

Con dos de sus inolvidables capítulos recordamos el

CINCUENTA ANIVERSARIO de RAYUELA,

obra fundamental de Julio Cortázar y de la literatura universal.

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oco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los

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a técnica consistía en citarse vagamente en un barrio a cierta hora. Les gustaba desafiar el peligro de no encontrarse, de pasar el día solos, enfurruñados en un café o en un banco de plaza, leyendo-un-libro-más. La teoría del libro-más era de Oliveira, y la Maga la había aceptado por pura ósmosis. En realidad para ella casi todos los libros eran libros-menos, hubiese querido llenarse de una inmensa sed y durante un tiempo infinito (calculable entre tres y cinco años) leer la opera omnia de Goethe, Homero, Dylan Thomas, Mauriac, Faulkner, Baudelaire, Roberto Arlt, San Agustín y otros autores cuyos nombres la sobresaltaban en las conversaciones del Club. A eso Oliveira respondía con un desdeñoso encogerse de hombros, y hablaba de las deformaciones rioplatenses, de una raza de lectores fulltime, de bibliotecas pululantes de marisabidillas infieles al sol y al amor, de casas donde el olor a tinta de la imprenta acababa con la alegría del ajo. En esos tiempos leía poco, ocupadísimo en mirar árboles, los piolines que encontraba por el suelo, las amarillas películas de la Cinemateca y las mujeres del barrio la-

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Capítulo

cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

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Capítulo

tino. Sus vagas tendencias intelectuales se resolvían en meditaciones sin provecho y cuando la Maga le pedía ayuda, una fecha o una explicación, las proporcionaba sin ganas, como algo inútil. «Pero es que vos ya lo sabes», decía la Maga, resentida. Entonces él se tomaba el trabajo de enseñarle la diferencia entre conocer y saber, y le proponía ejercicios de indagación individual que la Maga no cumplía y que la desesperaban. De acuerdo en que en ese terreno no lo estarían nunca, se citaban por ahí y casi siempre se encontraban. Los encuentros eran a veces tan increíbles que Oliveira se planteaba una vez más el problema de las probabilidades y le daba vueltas por todos lados, desconfiadamente. No podía ser que la Maga decidiera doblar en esa esquina de la rue de Vaugirard exactamente en el momento en que él, cinco cuadras más abajo, renunciaba a subir por la rue de Buci y se orientaba hacia la rue Monsieur le Prince sin razón alguna, dejándose llevar hasta distinguirla de golpe, parada delante de una vidriera, absorta en la contemplación de un mono embalsamado. Sentados en un café reconstruían minuciosamente los

itinerarios, los bruscos cambios, procurando explicarlos telepáticamente, fracasando siempre, y sin embargo se habían encontrado en pleno laberinto de calles, casi siempre acababan por encontrarse y se reían como locos, seguros de un poder que los enriquecía. A Oliveira le fascinaban las sinrazones de la Maga, su tranquilo desprecio por los cálculos más elementales. Lo que para él había sido análisis de probabilidades, elección o simplemente confianza en la rabdomancia ambulatoria, se volvía para ella simple fatalidad. «¿Y si no me hubieras encontrado?», le preguntaba. «No sé, ya ves que estás aquí...». Inexplicablemente la respuesta invalidaba la pregunta, mostraba sus adocenados resortes lógicos. Después de eso Oliveira se sentía más capaz de luchar contra sus prejuicios bibliotecarios, y paradójicamente la Maga se rebelaba contra su desprecio hacia los conocimientos escolares. Así andaban Punch and Judy, atrayéndose y rechazándose como hace falta si no se quiere que el amor termine en cromo o en romanza sin palabras. Pero el amor, esa palabra...


especiales Por el libro electrónico:

El futuro es hoy H Paúl Hermann

ace un par de meses recorrí las principales ciudades de Sudamérica. Fue una aventura ciclópea; atravesé dormido la noche ecuatoriana, crucé el norte peruano por dos días con sus noches, viví Lima, la horrible de Sebastián Salazar Bondy, el Callao, el Cuzco y Machu Pichu, y después miles de paisajes y ciudades y kilómetros más hasta Buenos Aires y Santiago, Antofagasta y Arica… Lo que quiero decir con esto es que realicé mi tour por tierra y que los dos libros que llevaba en la mochila (una edición de compactos Anagrama de la Trilogía sucia de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez, y otra, de la misma editorial y colección, de Bartleby y compañía, de Enrique Vila Matas), no llegaron más allá de Ollantaytambo, Perú: se quedaron en la mesa polvorienta de un recibidor, porque mi travesía, pese a todo lo que había andado, apenas comenzaba, y los libros de papel, seamos honestos, pesan demasiado: pesan más que las botas, pesan más que los pantalones, que las camisas, que los calcetines; pesan más que todas esas prendas juntas. Y es aquí donde empieza mi defensa del libro electrónico: en mi Ipod, un dispositivo tan pequeño como un teléfono celular, llevaba la nada despreciable cifra de quince libros, entre estos, aquellos que contienen la poesía completa de Borges y los cuentos completos de Dalh. Más aún, desde la comodidad de un hotel de Miraflores, descolgué Para viajar sin ver, libro que trata, precisamente, de las impresiones que le dejaron a Andrés Neuman los países que yo estaba visitando.

¡Que es incómodo leer algo tan pequeño? Desde luego, pero uno se acostumbra a todo y hasta termina agradeciendo, durante todas aquellas interminables noches de autobús y hoteles, poder viajar con la biblioteca en el bolsillo. El Ipad*, no obstante, no es tan pequeño como el Ipod, de hecho mide 25 x 19 cm. Tiene el tamaño de un libro de mediano formato, es más grande que los libros de bolsillo de Alianza Editorial, es más grande que los Compactos Anagrama, es más grande que las ediciones de Booket, y más grande que la mayor parte de los libros que actualmente se publican. Y el lector, si desea, puede escoger entre varios tipos y tamaños de letra, y, por supuesto, leer en la oscuridad sin tener que recurrir a las lámparas de clip que emplean los lectores noctámbulos más sofisticados. No quiero con esto poner una lápida sobre los libros nuestros de

cada día. ¡Cómo podría renegar de los libros de papel, si el misterio de la vida empezó a revelarse ante mis ojos el día de la infancia en que encontré, en el librero de mi casa, la edición de los Cuentos de la selva de la editorial chilena Quimantú! ¡Cómo podría renegar de los libros de papel, si leí Rojo y negro en una edición Bruguera de tapas rojas! ¡Cómo podría renegar de los libros de papel, si gracias a ellos y a la prolijidad con que se imprimieron en el siglo XX en ciudades como Barcelona, México y Buenos Aires, tracé mi camino en las letras! ¡Cómo podría renegar del olor a tinta que se conserva en el alma del libro agotado, del libro que jamás llegó a nuestras librerías, del libro que conseguimos únicamente fuera de nuestra tierra o por encargo! De hecho, lo primero que hice en el viaje referido en ciudades como Buenos Aires y Santiago, fue visitar librerías en busca de los títulos

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que por alguna misteriosa razón de mercadotecnia, por alguna ley de mercado que no alcanzo a comprender, siempre nos han sido esquivos: En contra de los poetas, de Witold Gombrowicz; Por una nueva novela, de Alain Robbe Grillet; Manera de una psique sin cuerpo, de Macedonio Fernández; Amores brutales, de Carlos Chernov; Tadeys, de Oswaldo Lamborghini; El desierto de Atacama, de Raúl Zurita. Debo decir, sin embrago, que si bien la mayor parte estos títulos no existen en formato electrónico, hay al menos dos que sí, y que de haberlo sabido, le habría restado peso a mi mochila y, por tanto, a mis insolados y agotados hombros. No solo eso, en formato electrónico he encontrado títulos clásicos que jamás he visto impresos, como Soy un gato, de Soseki, o Muerte a crédito, de Celine. Es verdad, cuesta acostumbrarse a no ver el libro que hemos adquirido en el librero, empolvándose, junto a los otros, pero es mejor libro en mano, aunque sea volando en la red, que ciento que jamás llegaremos a tener en papel. Aunque suene a balada mexicana de los ochenta y sea, en materia editorial, algo como el último romántico, creo que las generaciones que nos sucederán, más ecologistas y tecnificadas, ya no tendrán ningún compromiso con los libros de papel. Los verán como nosotros vimos los cartuchos de audio o las pálidas fotografías Polaroids, por citar sólo un par de ejemplos. Puesto, precisamente, que soy un hombre de libros, una persona que ha dado sentido a su existencia con lecturas, un tipo que ha llenado los escalofriantes espacios vacíos con ediciones bellas, varias veces me pregunté cómo pudieron sobrevivir sin sus bibliotecas, escritores como Alberti, Monterroso, Miguel de Unamuno o García Lorca, que debieron salir de sus países obligada o voluntariamente. Ahora creo

que de haber podido llevarse, en un dispositivo electrónico, del tamaño de un solo libro, los miles de volúmenes que los conformaban y requerían para continuar consultando, escribiendo y leyendo desde sus nuevos destinos, se habrían sentido, sin duda, menos desolados. En este mundo en que todo se ha vuelto pequeño, funcional y portátil, en un mundo global en el que desplazarse de un lugar distante a un rincón remoto ya no es tan difícil como antes, uno agradece poder llevar consigo sus libros. Y no vayamos, literalmente, tan lejos; en las mudanzas, uno agradecería tener una biblioteca digital y no una de ‘carne y hueso’.

Es verdad, cuesta acostumbrarse a no ver el libro que hemos adquirido en el librero, empolvándose, junto a los otros, pero es mejor libro en mano, aunque sea volando en la red, que ciento que jamás llegaremos a tener en papel. ¿Para qué quiere llevar consigo sus libros sobre todo si ya los ha leído? No sé ustedes, pero soy de los que considera que uno no está hecho únicamente de los libros que ha leído, sino de aquellos que tiene por leer, de los que conoce y que usa para conformar su discurso y su universo. Más todavía, el tener los datos que requiero en la misma máquina en la que escribo, es algo que ha agilizado mucho mi trabajo de escritor y periodista. Ahora mismo, para escribir este artículo, no necesito despegarme de la cerveza que tengo ante mí sobre la mesa del jardín, para ir a la biblioteca a revisar algunos de los títulos que cito. Quienes deberían sentirse afectadas por el aparecimiento del ibook

deberían ser las editoriales, pero al menos las más grandes no se han hecho, como podríamos erróneamente suponer, ningún problema. Al contrario, sellos como Anagrama y Alfaguara han empezado a publicar la mayor parte de sus títulos en formato digital, a precios, naturalmente, mucho más bajos. No solo eso, gracias a la inmediatez de la virtualidad se pueden adquirir novedades muchas semanas antes de que aparezcan. Hoy, primero de junio, estoy concluyendo la lectura de una novela que físicamente aún no se presenta en librerías: La invención del amor, de José Ovejero, premio Alfaguara 2012. Ya llegará, obvio que terminarán leyéndola, pero hace varios meses que compré los Cuentos completos de Roald Dalh en formato electrónico y aún no la he visto por los anaqueles de nuestra ciudad. Continúen sus seguidores adictos al papel, esperándolos. Yo también, como he dicho, soy un enamorado de la textura del papel, del aroma embriagador de la tinta. Yo también disfruto la caligrafía, el espacio que un buen diagramador deja entre líneas, el arte de una portada, las reseñas orientadoras de las contraportadas. Pero al momento de acercarme a un libro electrónico no me hago lío, por el simple hecho de que llevo escribiendo literatura y haciendo periodismo por más de veinte años y estoy acostumbrado a las pantallas de las computadoras. Durante dos décadas no he hecho más que sentarme ante una IBM o una Toshiba o una Mac, a escribir y borrar, leer y corregir periodismo de ocho y media a cinco de la tarde, y después, escribir y borrar, leer y corregir literatura de siete a once de la noche, sin hablar de los fines de semana y los feriados, y nunca me quejé del brillo de las pantallas, mucho menos lo voy a hacer ahora. Al contrario, disfruto de la luminosidad que adquieren las portadas


en el ibook, dispositivo al cual, por cierto, es posible regularle la intensidad de la luz. Y eso no es todo, lo que más me apasiona del ibook a mí, alguien que siempre ha sido tan reticente a borronear los libros aún con lápiz, es que los textos pueden resaltarse como con marcadores de varios colores, se pueden escribir notas, colocar varios separadores de páginas, buscar pasajes escribiendo una sola palabra. Puesto que el Ipad tiene acceso a Internet, la búsqueda de los referentes sugeridos por la lecturas ya no se consignan en el papel que se pierde o se olvida y que nunca se realiza, sino que permite que accedamos a ellas de manera inmediata. Leyendo, hace unos minutos, un artículo sobre la historia del ron en la Antología latinoamericana de crónica actual, Mario Jursich Durán invita a consultar en Youtube la canción Yo ho ho and a hotel of rum, en la versión de Robert Shaw, para lo cual no he debido hacer más que presionar un botón, digitar un par de palabras y acceder a los nuevos saberes sugeridos por el texto sobre la marcha. El libro electrónico, por esto, vuelve a la lectura una experiencia moderna, interactiva, integral y mucho más enriquecedora. La inversión inicial puede ser un tanto costosa; un Ipad de tres gigas, con sus implementos y programas, puede llegar a costar alrededor de 1.500 dólares, pero después uno puede adquirir las novedades a mitad de precio, clásicos como Moby Dick, Drácula o Cumbres borrascosas a menos de cuatro dólares, e incluso libros gratuitos. Si uno se pregunta cuántos entran, la respuesta es miles, muchos más de los libros de papel que uno podría almacenar en toda una casa. Si es de los que abandonan libros como madres desnaturalizadas bebés, si es de los que conside-

ra, en un ataque moral y ecológico, que otros pueden servirse de ellos sin más perjuicio para el planeta, debe saber que los ibooks pueden intercambiarse a través de Ibook. Así, uno paga un libro y termina leyendo muchos. No tengo descendencia, no me gustan los niños, y por eso, quizás, tengo tiempo para los libros, pero los padres deberían pensar que si adquieren más libros virtuales y menos libros de papel, sus hijos heredarán un mejor mundo, o al menos uno más verde, con mejor agua y aire. En una época en que todo se puede clonar, copiar, desde zapatos hasta motocicletas, los libros electrónicos son absolutamente auténticos, imposibles de ser reproducidos por una copiadora, lo cual favorece los intereses de los autores y, por consiguiente, vela por la buena salud de la literatura. Creo, finalmente, que el libro electrónico ha acercado la literatura a las personas que no siempre visitaban librerías por estar poco familiarizadas con los libros. El libro electrónico ha democratizado el acceso al conocimiento y ha convertido a los libros y su búsqueda en una experiencia cómoda y personal. Los libros de papel, debido a su masiva y muchas veces poco selectiva publicación, terminaron desvalorizándose, irrespetándose, vendiéndose por centavos en mercados o, en el peor de los casos, comprándose para decorar modulares. El libro electrónico, en la medida en que no ocupa un lugar

físico en el mundo, no puede correr con esta suerte, y de tanto habitar con el lector en su Ipod, es posible que termine siendo leído. Leer en ibook es cambiar de paradigmas, y cambiar resulta incómodo, sobre todo porque las cosas han funcionado bien durante años. Considero, no obstante, que en el futuro las librerías podrían ser lugares a los cuales acudir en busca de libros de arte, delicatessen gráficas, rarezas bibliográficas, ediciones antiguas y catálogos de libros electrónicos, lugares que ofrezcan descuentos y sirvan de intermediarios entre las casas editoras y los lectores sin tarjetas de crédito. Aunque también es posible que terminen, como las tiendas de discos o los almacenes de alquiler de películas, desapareciendo hasta de la nostalgia de las personas. Más allá no obstante de todas estas consideraciones, no deberíamos estar hablando del soporte de la escritura, sino de la lectura. Da lo mismo si se leyó en papiro durante siglos, da igual si se leyó en vitela por centurias, importa nada si se leyó en pergamino por tiempos inmemoriales, lo que vale es que se hayan escrito y publicado libros y que se hayan leído. Si los libros no se leen son objetos poco funcionales, mucho menos prácticos que el Ipad, que tiene tanto o más servicios que la más completa de las navajas suizas. *Hablo del Ipad y, consecuentemente, de su aplicación Ibook, no garantizo la calidad de otras tabletas cuyo funcionamiento y contenidos desconozco.

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Réquiem

por el libro

electrónico

Gonzalo Márquez Cristo

Reflexión sobre el amenazado destino de un antiguo artilugio que protege la imaginación y el pensamiento del hombre.

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uienes profetizaban el fin del libro físico parecen retractarse ahora al advertir la prematura agonía del arrogante usurpador electrónico que apenas promedia su primera década, cuya existencia se hace ridícula si pensamos que su humilde antecesor cumplió cinco milenios de edad (de aceptar al papiro como origen) o quinientos años si reconocemos el invento del infortunado Johannes Gutenberg como nacimiento de esa bandada de criaturas de papel. De los manuscritos que los egipcios elaboraban en la lámina del Cyperus papyrus (estremecida estrella vegetal), al pergamino (cuyo nombre deriva de la ciudad de Pérgamo, vecina de Troya), o a la vitela fabricada de la dermis de animales, y luego al aún invenci-

ble papel (cuyo descubrimiento es atribuido al eunuco chino Cai Lan del siglo II), el hombre ha ido cambiando el soporte para fijar su escritura con la intención de hacer más perdurables sus pensamientos, sus pactos sociales y desde luego sus despiadadas usuras; pero jamás había optado por un medio tan efímero como la tinta electrónica, reciente ilusión, que según sabemos depende del lucro como casi todas las invenciones humanas, pues los aparatos y los programas son reemplazados permanentemente en virtud de un negocio insaciable que jamás cesa de animar formas de exclusión o tiranía, y que, como demostró Levi-Strauss, parece ser el terrible destino de todos los progresos humanos.


especiales Mientras el artefacto digital ya casi culmina su meteórico rumbo, al ser asimilado por la Tablet y otros artilugios que contienen recursos incontables como los ‘teléfonos inteligentes’, se hace necesario recordar que Gutenberg construyó la imprenta a partir de una elemental prensa de uvas (es decir bajo el signo de Dionisos), lo cual alude en primera instancia al placer de la lectura y posteriormente al reino de la embriaguez creativa, razón tal vez por la cual su ingenuo forjador fue víctima de sucesivos timos, que como es sabido determinarían su injusto y menesteroso destino. El libro, tal como conocemos a ese paralelepípedo cuyo nombre deriva del latín (‘corteza de árbol’), y el llamado códice (grandioso diseño que sustituyó al enrollado papiro por el conjunto de hojas cosidas), es un instrumento de delgadas láminas mágicas usado para honrar la imaginación y sin duda para ‘rememorar’, como lo pensaba agudamente Platón en el Fedro. Pues la memoria, que antes de la invención de la escritura dilataba nuestra existencia, comenzó desde la propagación de los grafemas a ser saqueada sistemáticamente, y así como el descubrimiento del fuego nos proveyó desde épocas remotas de un estómago exterior, la invención del libro y, en forma más categórica, del computador, nos ha provisto de una mente más allá de nuestro cuerpo —con las terribles implicaciones que esto tiene para nuestra existencia—. Es decir que la memoria vulnerada por la irrupción de la escritura, con los febriles avances tecnológicos de nuestra época, ya transita su instancia agónica. Y por tanto los desarraigados viajeros del futuro en que nos hemos convertido, ya no podremos recordar ni las crueles opresiones, ni las ausencias, ni los desgarramientos ocurridos en

el pasado próximo, que fertilizaban nuestra vida, y mucho menos los breves asaltos del paraíso que emprendíamos en las noches de estrellas, porque hemos sido víctimas de un gran arrasamiento, y todos los recuerdos se disponen a migrar. Aunque el destino del libro —de aquella memoria e imaginación congelada— enfrenta desde hace décadas una reflexión apocalíptica, durante los últimos años pareciera orientarse a las mutaciones del objeto, a la simpleza argumental de su soporte, cuando antes había sido planteada con mayor profundidad por Jacques Derrida, entre otros, quien en De la gramatología (1967) indagó en la fuente de su connotación más venerable, denunciando la degradación de la «escritura natural o divina», reemplazada por una «inscripción humana, finita y artificiosa», concluyendo que nuestra «escritura representativa, degradada, secundaria, instituida, es letra muerta y ahoga la vida». Es decir que a partir de los libros supuestamente escritos por dioses pasamos a las palabras fijadas por hombres, construyendo una necrópolis lingüística que nos constriñe, empobrece y tiraniza. Años antes, Marshall McLuhan, en La galaxia Gutenberg (1962), planteaba algo de gran importancia para desentrañar este acontecimiento de enormes implicaciones, comparando a la tipografía con el cinematógrafo: «El lector mueve la serie de letras impresas que tiene delante a una velocidad adecuada para la aprehensión de los movimientos de la mente del autor… Gradualmente, la imprenta fue quitándole sentido al acto de leer en voz alta y aceleró esta práctica hasta un grado en que el lector podía sentirse en las manos del autor». Sin embargo, esta conocida reflexión de McLuhan no alcanzó a prever que el lector engendrado por

nuestra era virtual jamás se siente en manos del autor, porque su ejercicio es discontinuo, fragmentario, y constituye ya la horda global que practica el interruptus legere, y así este reciente espécimen es el producto de una abortada metamorfosis, permanentemente expuesto a los mensajes e interferencias que sin cesar lo arrebatan del texto que se exhibe en su ordenador: lector voluble, infiel, parasitario, falsificado, que legitima todos los asaltos de los dioses falibles. Con una memoria en crisis (saeteada por la escritura si nos plegamos a la polémica reflexión platónica), nos enfrentamos, lo cual es más grave, a la instauración de una espuria forma de la lectura, fugaz e inconclusa, más sorprendente que la experimentada cuando hace siglos se asumió su ejercicio mental, y en forma aciaga nos corresponde ahora contemplar la evanescencia del lenguaje que permanecía disecado en la página, imbuido de grandeza. Por tanto, si hace medio siglo la idea del fin del libro era propuesta por algunos pensadores visionarios, desde hace una década nos tocó asistir a un similar y empobrecido vaticinio desde la esfera de la tecnología. En un ensayo que data de 1983, Borges había dicho que era necesario «mantener el culto del libro porque todavía conserva algo sagrado, algo divino»; y continúa así su disquisición: «Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres. Se habla de su desaparición; yo creo que es imposible. Se dirá qué diferencia puede haber entre un libro y un periódico o un disco. La diferencia es que un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria». Y aunque ese pensamiento de Borges expresa algo arbitrario como tantas de sus provocadoras

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sentencias —me refiero a la comparación con el disco—, también se opone, como ya lo hemos referido, al criterio de Platón sobre la memoria; pues debemos insistir en que este filósofo griego señaló mientras reflexionaba sobre la escritura, la nefasta posibilidad de recordar tan sólo a partir de un lenguaje estático, a riesgo de olvidar la verdadera existencia. Entonces si el libro como objeto pasa en nuestro tiempo por una de sus mutaciones menos totémicas, es notorio que como esencia también: ni un dios escribe los libros como en la antigüedad, el clásico lector se encuentra bajo asedio y —lo que es igual de desolador— ni siquiera el insuflado autor puede ya dar testimonio de su existencia, como lo señalara Roland Barthes y Michel Foucault, en varios de sus escritos. Así, el memoricidio se extiende, el conocimiento se hace fragmentario en las nuevas formas de lectura, y lo sagrado no se manifiesta en un ordenador, por prescindir del ritual que estaba adherido a la lectura de un cuento o un poema bajo la luz atemorizada de una vela. Y de allí puede derivarse que el soñado ‘libro total’ de los cibernautas adolece de una característica significativa, pues toda obra debe ser completada por el lector, por su imaginación, ojalá en profunda comunión, y jamás podríamos someternos a la tiranía de un autor que nos mostrara fotografías e imágenes de sus escenarios, o al hecho de estar subyugados por la música que se menciona en el texto o a contemplar los ojos de supernova de la protagonista en un au-

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diovisual, pues nos enfrentaríamos ante una radical pérdida de nuestra capacidad intuitiva y reflexiva, o simplemente porque nos hundiríamos en el universo hollado por la cinematografía. Por tanto, ¿qué convicciones nos quedan a quienes creemos que este amigo centenario de papel merece seguir existiendo?: la satisfacción de que el artilugio electrónico nació agónico por estar en el cauce de las más vertiginosas tecnologías y ya se encuentra a punto de ser absorbido o de sucumbir. La idea extendida de que en este artefacto no se puede conservar el trébol de una tarde memorable. El pensamiento aterrador de que nos convertimos, sin darnos cuenta, en los bomberos de Fahrenheit 451 y somos los nuevos incineradores de libros, al propiciar una forma falaz de lectura despojada del silencio y del aislamiento que antes accionaba los más secretos recursos de nuestra imaginación. Y seguramente, la convicción que poseía el gran arquitecto Antoni Gaudí, pues ahora más que nunca tenemos la necesidad de «buscar formas radicalmente nuevas para ser radicalmente antiguos…», por lo cual espero que en este momento alguien esté soñando el necesario retorno del papiro y el imperioso renacimiento del ultrajado lector. Y nos queda también una consigna protectora para aquellos que padecemos la condena de escribir, proveniente Del inconveniente de haber nacido del terrorista de la filosofía E.M. Cioran, aforismo que algunos seres desesperados tenemos ya por amuleto: «Un libro es un suicidio postergado». Nada más.

GONZALO MÁRQUEZ CRISTO

Poeta, narrador, ensayista y editor. Nació en Bogotá, Colombia, en 1963. Autor de: Apocalipsis de la rosa (1988); la novela Ritual de títeres (ganadora de Beca Colcultura, 1992); El tempestario y otros relatos (1998); La palabra liberada (2001) y Oscuro nacimiento (Mención concurso nacional José Manuel Arango, 2005). Además ha publicado las antologías de su obra poética Liberación del origen (Universidad Nacional de Colombia, 2003), El legado del fuego (Caza de Libros, Ibagué, 2010) y Anticipaciones (CreateSpace, 2010). Obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot (2007), con su trabajo La pregunta del origen. A su libro Grandes entrevistas de común presencia le fue otorgado el Premio Literaturas del Bicentenario (Ministerio de Cultura, 2010). E-mail: comunpresencia@yahoo.com


ensayo lengua, Sangre en las manos, Poemas para lunáticos. Además las antologías literarias Clavos en la almohada, Poetas suicidas del Ecuador y La estatua luminosa. Expresión valerosa y desprejuiciada la de Mayarí, heroica si se quiere. Pues ella no tiene pelos en la lengua para manifestar sus emociones, su repulsión, sus frustraciones, y para condenar los hipócritas sistemas, los engañosos esquemas de moral, de fe, de tolerancia, de tecnicismo, etc. Con pétrea firmeza y sin temor alguno, se abre paso entre imágenes brillantes, arremetiendo contra tanta miseria mental, tanto error histórico, tanta alienación y conformismo. Para esta peculiar poeta aun el paraíso no es tal, y aun ese Dios bueno no es tal, es apenas «un manco inútil, lleno de sufrimiento, capaz de habitar únicamente en nuestras peores pesadillas». Fuere como fuere, su escritura confirma su vigencia en un tiempo y espacio desfasados, dislocados y perdidos en confuso devenir:

Mayarí y su

P

poética Violeta Luna

or pocos minutos me detengo en la mágica esfera del tiempo. Y en aquella redoma de colores puedo ver a esa niña de trenzas negras escribiendo en las paredes sus primeros y sabios garabatos. Aún guardo entre violetas disecadas pequeñas esquelas con ideas y frases cortas que ya contenían poesía. Esa niña había encontrado su oficio, su camino, su destino. A los 16 años sus nacientes poemas se publicaban en periódicos y revistas literarias como La hoja verde, de Santiago de Chile, Nivel, de México y La rosa de papel, de Guayaquil. Posteriormente Mayarí publica ocho poemarios, entre ellos Palabras con el eje roto, Noctívago, Desvaríos de ciudad, Con una Gillette en la

No sucumbiremos ante el sistema, no nos castraremos con un horario de oficia, no nos venderemos para tener el auto del año, no nos embarraremos para triunfar en la vida. Nosotros quemaremos los relojes, destrozaremos su ropa de ocasión, condenaremos sus burlas babeantes. Quiero advertirles que nadie va a cortarnos el pelo, las uñas, las ideas, los pies, las alas, y menos aún nunca la voz.

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La palabra de Mayarí Granda nació madura y con una energía y valentía poco usuales en mujeres poetas. Esta madurez imaginativa, conceptual y humana genera por lo tanto un contenido horizontal que expresa toda la complejidad íntima, los vacíos existenciales y las frustraciones que la poesía suele descubrir y también encubrir. Ella escribe con esa fluidez vital que le brota de sus poros e intelecto, porque para ella, escribir es hacerlo en forma contundente o no hacerlo. Su torrente poético, su ritmo y estructura así lo atestiguan. Admirable postura de quien es auténtica, inclaudicable y leal consigo misma. Sabe que la poesía no puede pactar con apariencias, semejanzas o falsedades, porque la palabra lírica solo es sinónimo de verdad, de profundidad y de luz que toca y sana con su propio resplandor. No sé desde cuándo Mayarí rompe con los esquemas de lo fatuo, lo acomodaticio, lo cursi. Posiblemente su burbuja fetal ya hubo recibido esa gota de gracia o de iluminación con que nacen los espíritus diferentes. Y aunque desde niña ha sido observadora, perspicaz y alegre, su ritmo poético es grave, ella hace música con sus ideas rotundas, con sus reflexiones conciliadoras; y esa agridulce melodía es la respuesta al desprecio que siente por los antivalores como la crueldad, la traición, la soberbia, la mezquindad; y para defenderse busca metáforas ingeniosas, asume su papel de guerrera, de vencedora siempre, porque la palabra es su única arma. Mayarí recurre a una ironía excepcional para expresar su desacuerdo con el avance electrónico, la moda cibernética, las hipócritas formas del amor, la religión, la buena compostura, etc. Satiriza y se burla sarcásticamente de esos verdugos disfrazados de caballeros, de esos monstruos y grillos venenosos que la acechan. Lo injusto y lo mezqui-

no está ridiculizado por su palabra lúcida y bien elaborada. Pues aun los urbanos desatinos y los instantes malhabidos y malvividos, hasta la engañosa ternura encuentran en su voz un duro desacuerdo y una desolada confrontación. Por ello, mientras arrecia la inclemencia del entorno, ella echa de menos sus arañas, sus mirlos, el escondido mundo de su jardín y hasta la sombra compleja del bonsái con su grandeza enana. Poemas para lunáticos denomina Mayarí a su reciente libro editado en la Colección ‘Decapitados’, nombre con el que sigue vigente su propuesta musical de metal y poesía: Quisiera ser de hierro, pero soy de metal blanco, líquido, dúctil como el mercurio grisáceo, plata viva que resbala y cae como una gota que se divide en mil formas y vuelve a juntarse. quisiera ser de hierro pero soy de metal.

En este libro ella persevera en sus temas de altivez humana, confrontación social y duda existencial. Atrapadora de ideas rotundas y originales que son aprovechadas admirablemente, pues sabe cómo plasmarlas, a modo de brochazos geniales de los que salen desconcertantes formas, paisajes interiores que recogen situaciones y percepciones íntimas de la autora.

La claridad expresiva y ese bien llevado ritmo hacen de estos textos alegorías auténticas, de certera plasticidad en donde la metáfora, la imagen, los hallazgos sardónicos son sus mejores referentes líricos. Sin esfuerzo alguno, espontánea y fluida, la voz le nace limpia y contundente, segura de sus profundas intenciones y significados. Unas veces imprecando y acusando, otras condenando y denunciando, siempre en acto de rebeldía total ante la vida y su mentira. Mayarí no deja palabras sueltas ni absurdos por resolver, cualquier encrucijada, trampa o desatino son procesados por su intuición trituradora de falacias. Poemas para lunáticos constituye la confirmación de esta poeta como una de las más importantes de los últimos tiempos. Poemas sobresalientes son, por ejemplo: ‘Mujeres’, ‘Reversa’, ‘Poemas de felpa’, ‘Declaración de amor’, ‘Cisne negro’, ‘Poema bipolar’, entre otros; en ellos, a manera de espejo, Mayarí quiere hallar su verdad, la verdad que duele pero libera, la que golpea pero reivindica. Sin embargo de mantenerse en la misma línea temática y estilística, esta vez, con subido tono y con más vehemencia, marca territorio reafirmando con apropiada estrategia la vanguardia más alta a la que pertenece. Transcribimos: DECLARACIÓN DE AMOR Mi avatar, mi second love mi swinger, mi media naranja, mi dolor indispensable, mi plato a la carta sin carta, mi orquídea extraña, mi flor de un día, mi idilio imposible, mi pareja imperfecta, mi espectador voyerista. Traje un regalo para ti… mi cuerpo collage vivo y escorpiones para la cena.


casa nueva

Huellas

insurrectas José Iván Mosquera Los amantes

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Colección Casa Nueva Libro No. 3

ue por la noche, algunas horas antes de un día marcado por el número siete. Se presentó como la flor de mil pétalos, ondeando toda su blancura y un amarillo intenso como la alegría. La estuvo esperando y aunque por momentos hubo dudas de su presencia, cuando llegó a eso de las ocho el pecho le palpitaba más de lo normal y todo el cuerpo empezó a temblarle, a través de los ventanales ella agitó su brazo, él la recibió, mejor dicho, se recibieron con una emoción desconocida; ella traía entre sus manos un pedazo de amor robado de los jardines de la Alianza F, era una flor que gritaba silenciosa y tímida mientras entraban a los aposentos de la luna, donde unos rostros se bañaban relajados tertuliando, de lejos vinieron otras voces, otros ruidos y confusas melodías; todo indicaba que estaba dentro de lo inesperado. Así transcurrieron varias horas mientras cruzaban palabras y pequeñas risas hasta que por los labios de ella, él empezó a comprender que al día siguiente, el que estaba marcado por el número siete, no podían pasarlo juntos como lo habían planeado y hubo un corto forcejeo de ánimos: ella porque estaría sumergida en sus preparativos de viaje y él porque había soñado con tenerla todo el día a su lado. Finalmente llegaron como a un acuerdo, cuando de pronto, afuera, el cielo estalló en un violento llanto y en el interior de la luna todo se volvió un silencio en aparente tranquilidad. Decidieron subir a una zona oscura para ver esa lluvia apasionada y sin darse cuenta, ambos terminaron hechizados, él la tomó por el talle y sus labios como palomas se posaron sobre el cuello desnudo de ella, mientras ella le cubría con sus brazos la espalda y buscaba con ansias los labios de él... Sus cuerpos temblaron al unísono y la lluvia amainaba, la pasión se dilató por sus venas y sucedió lo inevitable...; aunque bajaron cautelosos, sus alientos corrían y en complicidad con la luna, se refugiaron de nuevo para amarse.

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Natural sin avisar y sensual… entraste tus mareas, fuiste tú y bastaron lunares cercanías como siempre imantadas y mágicas para fundir nuestros etéreos deseos. Y solo un pretexto en las sombras te lanzó a mis brazos desquiciados y rodearon tus ansias transeúntes, tus vapores incendiados de mis besos se bebieron hambrientos mis placeres. Ahora, consumados los rituales y distancias un aire incógnito nos navega los sentidos y nos fuimos escapando amanecidos tumbando sustos, votando miedos. Hoy, interrogantes miramos… ¿qué haremos?

Hambruna de palabras, hambruna de la piel ¿cómo pedirles a mis ojos un aguante? ¿cómo cerrar todas las ventanas y vivir? ¿cómo enfrentar al torbellino ahí dentro? Orfandad de ambiciones, orfandad de los sentidos ¿será la espera una certeza? ¿será la culpa una malicia? ¿un déjate ya de huevadas? Cabalgatas inconclusas y deseos desbocados ¿tendrá la querencia una huida? ¿sabrán del dolor los imbéciles sufrientes? y su voz de anochecida me retumba y su miel de fermentos me persigue. Ángeles del viento, ángeles dormidos ¿lanzaré por el abismo mis carencias?, ella vive aún en mis silencios, está aquí y allá, en todo está, como el sol y la luna y sus alas enormes.

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Obsesión, olvido y opresión la lluvia mojará las prisas, si tan solo te crecieran las caderas para mis aladas manos un poco; un romperse el coco prematuro y apasionado.

José Iván Mosquera (Quito, 1962) Ha participado en los talleres literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, en talleres de teatro con los grupos Malayerba y Contraelviento, así como en los cursos de psicopedagogía y comunicación social en la Universidad Politécnica Salesiana. Con la obra Huellas insurrectas incursiona en el género poético.


Ninguna flor para Fernando Escobar Páez

«Los que escuchan cierran los ojos y sonríen con beatitud. Es como si The Doors tocara directamente al centro de sonrisa del cerebro». Susan Szekely, The New York Post

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e suele considerar a Jim Morrison como el miembro más cerebral de The Doors, tal vez por su sobredimensionada fama de ‘poeta maldito del rock’ —cliché que pocas veces se justifica— aderezado con chamanismo light; pero la verdadera inteligencia, el lado lúcido y creativo de la banda, siempre fue el tecladista Ray Manzarek, músico que experimentó con nuevas texturas sonoras sin las cuales no podríamos comprender el movimiento indie, el pop y la música electrónica de nuestros días. La poderosa sombra del ‘Rey Lagarto’, devenida en ícono contracultural y fábrica de camisetas, tapó a los otros miembros de la banda —Kriegger con su guitarra y distorsiones bluseras y el rítmico

Densmore en la batería—, pero por sobre todo al virtuoso Manzarek. Tal vez eso fue lo mejor, no solo en el aspecto personal, pues —a diferencia de Morrison— ellos consiguieron escapar con pocos daños de la espiral de autodestrucción que impone el star sistem, sino también para la música, pues pese a pertenecer a uno de los grupos de rock más populares de la historia, sobrevivir les permitió crecer como artistas de culto y ser apreciados por sus colegas, mas no por la masa y sus siempre efímeros flashes. Nació en el seno de una familia polaca de Chicago en 1939, Raymond Daniel Manzarek, y su ambición primigenia fue convertirse en estrella del baloncesto colegial, pero sus dedos largos y sensibles

no eran del todo aptos para encestar, así que su entrenador le dio un ultimátum: o pasaba a jugar de base o se retiraba del equipo. El orgullo pudo más y para suerte de los melómanos, perdimos a un deportista mediocre pero ganamos a uno de los mayores tecladistas de la historia, aunque en sus inicios, las clases de piano clásico obligatorias fueron una tortura para Raymond, quien recuerda: «Los primeros cuatro años odié aquello —hasta que aprendí a hacerlo bien—, pero luego se volvió divertido, más o menos por la misma época por la que comencé a escuchar música ‘negra’. Tenía 12 ó 13 años y jugaba béisbol en un campo, alguien tenía prendida una radio sintonizada en una estación

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‘negra’. Desde allí no pude despegarme de ello. Solía escuchar a Al Benson y a Big Bill Hill, quienes eran disc jockeys de Chicago. Desde ese momento toda la música que escuchaba era en la radio. Mi manera de tocar el piano cambió, fui influenciado por el jazz. Aprendí a tocar ese largo piano con mi mano izquierda y supe qué era aquello: algo con ritmo, jazz, blues, rock». En ese punto la música dejó de ser una actividad complementaria que desarrollaba para satisfacer el ego de sus padres, pero su pasión estaba orientada hacia el cine, al que consideraba como la forma artística americana por excelencia en el siglo XX. La música era un buen complemento, pero no su prioridad. Tras culminar sus estudios formales como economista a los 23 años, migra a Los Ángeles, donde su intención era estudiar derecho —al menos eso dijo a sus padres— pero a las pocas semanas estaba inscrito en la Escuela de Cine de la Universidad de California. El sol, la mítica estética de los primeros surfers, el ambiente entre beatnik y flower power de su facultad, sus hermanos —quienes también se hallaban radicados en Los Ángeles— le incitaron a retomar la música; forma con su familia el

grupo Rich and the Ravens, y obtiene cierto éxito en fiestas y bares locales. Paralelamente, su carrera como cineasta empezaba a despuntar, sus profesores lo consideraban un alumno prodigio y sus cortometrajes de contenido autobiográfico fueron reseñados por la prestigiosa Newsweek Magazine.

Let’s swim to the moon, Let’s climb through the tide Penetrate the evenin’ that the City sleeps to hide Let’s swim out tonight, love It’s our turn to try Parked beside the ocean On our moonlight drive. Pero un encuentro fortuito en 1965 daría lugar a la leyenda que cambiaría su vida: se hallaba meditando en la playa cuando fue abordado por un jovencísimo, James Douglas Morrison, estudiante díscolo con el que compartió algunas clases de cine, pero que abandonó la universidad con el firme propósito de convertirse en poeta. La historia cuenta que un Raymond, con

poca fe en las habilidades líricas de su ex condiscípulo, le pide que recite uno de sus poemas. Morrison responde con el oscuro y sensual Moonlight Drive, que ocasiona el asombro de Manzarek, quien inmediatamente le invita a unirse a la banda de sus hermanos. Los Manczarek graban una maqueta con Morrison, pero no se convencen del resultado, sin embargo, Raymond insiste con el proyecto, le quita la ‘c’ polaca a su apellido —en parte para diferenciarse de la banda de sus hermanos, en parte porque nombres excesivamente étnicos no tenían posibilidades comerciales en los Estados Unidos— y convoca a dos músicos que conoció durante un retiro budista: el guitarrista Robby Krieger y John Densmore como baterista. Amén de la presencia escénica de Morrison, el rasgo característico de The Doors fue el Fender Rhodes Piano Bass de Ray, instrumento que suplía el bajo, salvo en algunas presentaciones en vivo donde contrataron a bajistas ocasionales. Pese a no ser ambidiestro, los años de práctica y su virtuosismo natural le permitían a Manzarek tocar con una mano el piano/bajo, y con la otra se encargaba ya sea de un Gibson G -101, o del órgano Vox Continental, el cual confirió un aura psicodélica a temas como ‘The End’ o ‘Light my fire’. Sin embargo, algunos críticos de la costa este —tradicionalmente enfrentados con los californianos— no dudaron en atacar el peculiar sonido de Manzarek y catalogaron su estilo peyorativamente como ‘música circense’. Cabe resaltar que en el segundo disco de estudio, Strange Days, fue pionero en el uso de sintetizadores, algo que en su momento no fue del todo bien recibido. «Asustan y confunden con un tono lúgubre y cambiante que transforma bruscamente la voz de Morrison en un fondo oscuro; el


obsesionante órgano, el piano y el bajo de Ray Manzarek, la sinuosa guitarra de Krieger, la experta percusión de John Densmore. Casualmente proceden de Los Ángeles, donde su peculiar misticismo goza de una perversa simpatía». (Revista Time). El resto de la historia hasta 1971 es sobreconocido: seis discos de estudio, conciertos épicos —a veces a pesar de Jim— y autodestrucción de un intratable Morrison, cada vez más enganchado en su papel de rock star. El sereno Manzarek intenta en vano servir de catalizador entre el cantante y los otros miembros de la banda, quienes desean reemplazarlo por Paul McCartney o Joe Cocker. Tras la temprana muerte de Morrison, Ray intentó mantener viva a la agrupación. Asumió la voz principal, mientras que Krieger se encargó de los coros y aunque lograron sacar un par de discos de mediano éxito, Other voices y Full circle, al no contar con el magnetismo animal y los movimientos sensuales de Morrison sobre el escenario, perdieron el fervor popular y se separaron definitivamente en 1973. El mismo año Manzarek inicia su carrera solista con The Golden

Scarab. A este disco le seguiría The Whole Thing Started with Rock & Roll Now It’s Out of Control de 1974. Ambas grabaciones no tuvieron gran difusión y se han convertido en objetos de colección. A fines de los setenta empezaría con Nigel Harrison, de Blondie, una nueva banda, Nite City, con la cual editaron dos LP y se acercó a la escena punk, con lo que se convirtió en productor de The X, una de las bandas más respetadas del circuito punk californiano. Finalizados estos proyectos, volvió en 1983 con otro álbum solista, Carmina Burana, ópera de Carl Orff basada en poemas de monjes goliárdicos del Medioevo. Esta obra también fue un referente para Manzarek durante su etapa en The Doors. En los años noventa —salvo esporádicas apariciones en homenajes— vino un silencio musical, donde se dedicó a escribir su autobiografía, Light my fire, y guiones de cine; llegó a ser uno de los escritores de la versión cinematográfica de la exitosa serie sobre alienígenas The X files. El nuevo milenio empezó con el tributo post punk / grunge a Morrison, Stoned Immaculate. De este trabajo viene su contacto con Ian

Astbury, vocalista de The Cult, con quien deciden revivir a The Doors. El proyecto contó con la venia de Krieger, mas no con la de Densmore, quien decidió demandar a la nueva formación. Obligados a cambiar de nombre, en 2008 realizaron una lucrativa gira sudamericana como Riders on the Storm. Cuando pasaron por Quito, Astbury había sido reemplazado por Brett Scallions, mucho más parecido físicamente a Morrison. El resultado no fue del todo satisfactorio para los asistentes al concierto, no tanto por los gases lacrimógenos con los que la policía ecuatoriana roció a los asistentes o por la pésima acústica del local, sino por la sobreactuación de Scallions, cantante de gran técnica vocal, pero incapaz de suplir el carisma del gran ‘Rey Lagarto’. En la década pasada aparecieron otros discos solistas de Manzarek: Love her madly —título homónimo al de uno de los greatest hits de The Doors— y Ballads before the rain. Al igual que sus anteriores intentos, pasaron desapercibidos. Su último trabajo de estudio fue Traslucent Blues de 2011. En cierta ocasión, Ray afirmó que el rock se había convertido en un circo y que «la única cosa que importaba, en última instancia, era comer un cono de helado, tocar el trombón, plantar un árbol y ahora ser libre». De ese merecido descanso tras una vida agitada y su lucha contra el cáncer se trataron sus últimos años. Muere este reciente 20 de mayo en Rosenheim, Alemania, rodeado de su esposa y hermanos. A diferencia de Jim Morrison, quien alguna vez escribió como epitafio I want roses in my garden, Ray pidió como última voluntad a sus fans que no le enviaran arreglo floral alguno y que destinaran cualquier homenaje a fundaciones de lucha contra el cáncer.

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Roberto Guerrero:

En busca de

historias veladas Miguel Aill贸n Valverde

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Trofeo a la angustia


boceto

L

o que se experimenta es algo parecido al desasosiego. Sí, se podría decir que es esa la impresión que deja la obra de Roberto Guerrero: un poco de inquietud y otro tanto de consternación. Sus cuadros parecen guardar una suerte de secreto soterrado que se hunde en la conciencia visual de los espectadores, incluso mucho antes de concluir la muestra pictórica de este artista quiteño. Por eso se hace inevitable (y hasta cierto punto adictivo) el regresar una y otra vez sobre sus imágenes en busca de los motivos de dicha desazón. Sin embargo, el efecto es siempre inverso, pues mientras más imbuimos la mirada en ellas, la sensación tiende a acentuarse. Y es que hay algo en el conjunto de retratos que desde la acción realista de los personajes o el planteamiento abstracto de los entramados compositivos, llama la atención. Allí está, o parece estar, el vaivén de historias que se insinúan más allá de los límites representacionales de la obra de arte. Es por eso que debemos ver con cuidado. Suspender el tiempo de nuestra cotidianidad y sumergirnos en los transcursos narrativos que la pintura traza. Se sabe que toda exposición ordena sus elementos artísticos para proponer modelos de interpretación y construir posibles visiones alrededor de la obra. Así, lo que sigue a continuación es una lectura interpretativa de la obra de Guerrero, que trata de responder a ese orden estético desde la construcción de una mirada prospectiva. Una lectura que asume el desasosiego inicial —como condición expectante y motivo de partida— para plantear un viaje exploratorio en pos de las posibles historias ocultas que permitan develar los sentidos de su pintura.

En principio, y al parecer, la fórmula consiste en la conjunción de planos. Personajes perfilados sobre trasfondos que complejizan las acciones en las que han sido retratados. Guerrero esboza, así, composiciones que muestran, por una parte, el detalle realista de cuerpos y rostros en situación de abandono, delirio o contemplación, y, por otra, escenarios salpicados de texturas intensas, brumosas cuando no sujetas a collages mediáticos. Este contraste extremo deviene en una estética ambigua que busca en el espectador algún tipo de respuesta narrativa: un relato personal que dé cuenta de lo sugerido en cada uno de los cuadros. Pero si afirmamos esta búsqueda inicial, sobre la conjetura de que los retratos guardan historias cifradas, ¿qué historias son estas? Se podría aventurar la hipótesis de que lo que vemos en los cuadros —lo que estos relatan desde su composición— no es más que la proyección pictórica de nuestra existencia. De aquí que la ambigüedad gráfica que problematiza la obra de Guerrero se transforme en amenaza, producto de nuestros propios miedos reflejados. Desde esta perspectiva, las historias soterradas de los cuadros evidenciarían, como si de espejos se tratase, perturbaciones personales, desasosiegos que nos constituyen. La tensión del espectador tendría, entonces, que ver con esto: con las historias secretas que emergen tras los límites de la obra. Estos bordes se insinúan desde el fondo de las brumas, en los claroscuros escénicos, en las acciones extremas de los personajes o en los espacios donde se pierde su mirada (incluso de aquellos que tienen los ojos velados). Francis Bacon afirmaba que sólo podemos ver aquello que de algún modo ya hemos visto. Y

sin embargo, Guerrero va más allá, pues nos sugiere no sólo horrores ya experimentados sino, además, aquellos que apenas llegamos a intuir. De aquí la riqueza de su obra. Muestra a sus espectadores realidades excéntricas y, a través de ellas, narraciones que proyectan relatos ocultos en los que nos vemos, inevitablemente, revelados. Estos retratos son, desde esta perspectiva, autorretratos: pinturas que descubren a quien los mira. Introducimos en su composición nuestras percepciones y experiencias. Por esto, lo visible en Guerrero es también un invento que en la abstracción de los planos escénicos genera historias posibles en las que somos los protagonistas. Así, no sólo vemos planos estáticos sino que somos vistos en y desde sus composiciones. Esto se hace aún más patente cuando los retratados parecen también mirarnos; es decir, cuando somos nosotros los ob-

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servados. Pasamos, entonces, a ser personajes que en espacios paradójicos, lejos de la cotidianidad en la que nos vemos imbuidos, descubrimos el histrionismo de nuestras tensiones y conflictos. De aquí que el espectador, frente a la obra de Guerrero, lea las imágenes agregándoles la temporalidad de su experiencia. Los cuadros se extienden, históricamente, a un antes y un después personales. Se tienden, pues, puntos de fuga narrativa que desbaratan los límites del marco compositivo. Ya no hay en los cuadros un centro espacial o temporal evidente; dejan de ser tan sólo retratos de hombres y mujeres en situaciones excéntricas, o composiciones de planos cuyos colores absorben el entorno reconocible. Se funda una nueva percepción en la que la mirada va más allá de lo figurativo, obligándonos a practicar una lectura que descentra las composiciones en busca de historias que se erigen fuera del cuadro, y que se interpretan bajo la misma lógica narrativa de nuestras vidas.

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Los personajes de Guerrero no posan. Las pinturas semejan instantáneas que al azar capturan un momento que resulta decisorio en sus vidas. En este sentido, no son retratos clásicos cuyos ámbitos temporales resultan anacrónicos. De aquí la inquietud que se genera cuando los afrontamos, pues están lejos de ser simples episodios prefabricados que se pueden prever. A partir de historias que representan algún conflicto, se abre el abanico de posibilidades narrativas que el espectador comienza a esgrimir para sus adentros. Por eso la normalidad (en el sentido convencional de la palabra) no es característica de estas pinturas. Los personajes retratados —como ya se ha sugerido antes—

son figuras que marcan caminos hacia lo excéntrico; o más bien, si se piensa mejor, hacia lo obsceno como concepto que refiere lo que está ‘fuera de escena’. Y es que el tema de cada cuadro pareciera resolverse no al interior de la obra en sí, sino externamente: tras ‘bambalinas’ pictóricas, atravesando los planos brumosos y el accionar de sus personajes. Se podría insistir, desde esta perspectiva, en que los retratados no forman parte de nuestro mundo, sino nosotros del suyo. En el momento en el que prefiguramos historias que se disparan más allá de lo observable, cuando buscamos allende los límites visuales, al extremar la abstracción de la mirada incluyéndonos en un escenario volátil —inestable— en el que las historias soterradas se multiplican, entonces devenimos (también) en personajes. Los elementos pictóricos trazados por Guerrero refuerzan la constitución de sentidos que va más allá de los márgenes de su obra. Los retratos son, finalmente, elaboraciones artísticas complejas que de manera centrífuga empujan a los espectadores hasta los límites interpretativos. Somos, frente a los cuadros del artista quiteño, exploradores de un abismo hecho de brumas y de colores. Se configuran escenarios que acorralan a los personajes, acentuando sus facciones —como contraste— en la desesperación, el miedo o la incertidumbre de contextos que amenazan con absorberlos o marginarlos irremediablemente. Por añadidura, los cuadros de Guerrero nos hablan de los límites que antes permitían una interacción cierta entre sujetos: el reconocimiento mutuo. La contemporaneidad explota el miedo sobre lo que intuimos proviene de afuera, y que

en las pinturas se plasma a través de las abstracción. La abstracción es, entonces, lo desconocido reflejado en la gama de colores, velos y claroscuros, desde los que el artista nos plantea el peligro de un ‘más allá’. Pero es al mismo tiempo una provocación, una apuesta que implica el atreverse a mirar a través de esos espacios, imbuirse en el entramado, dejarse atrapar por el delirio de brochazos que circundan a los personajes y que velan las historias escondidas. Dejarse llevar, en definitiva, por y hacia lo desconocido. En suma, el entorno implica riesgos para los personajes. Más aún si la tensión se origina de la comunión de cuerpos y acciones con los escenarios que los rodean. Los hombres y mujeres retratados por Guerrero se (con)funden con su contexto, lo que radicaliza la fuerza representacional de sus historias. Los personajes y su interacción con el entorno abren posibilidades interpretativas múltiples, en las que se mezcla el vértigo que el espectador experimenta ante las vastas posibilidades de lectura de la obra, pero también ante el temor de lo que de manera especular encontrará tras los velos esbozados por los cuadros. La representación del rostro de los personajes es un último elemento importante en la composición de la obra de Guerrero. Invade, como una parte del todo, las historias secretas que se entrevén mas allá del trasfondo abstracto de los escenarios. Desde una perspectiva metonímica, y a través de las tensiones gesticulares, el espectador (re)construye relatos que se enmarcan en los pliegues de las arrugas, el ceño fruncido o las bocas que se abren en grito desesperado. Pero no sólo eso, sino que también plantean un futuro narrativo alrede-


... Ella busca otras ilusiones...

dor de aquellas historias que están por desarrollarse en la amenaza de caídas abismales al delirio; en miradas de deseo o asco escondidas tras persianas o columnas tapizadas con un sinnúmero de imágenes en blanco y negro; o en la simple quietud de los que observan, desde las sombras, al espectador. Los retratos reflejan, por último, aquello que normalmente la pintura tradicional oculta bajo la

máscara del bienestar y el equilibrio, común en un contexto moderno y mediático. Los rostros pintados por Guerrero presentan el lado contrario de esos lineamientos. Son semblantes de una cotidianidad deformada, de situaciones llevadas al extremo y proyectadas en muecas alucinatorias o enrarecidas por espacios inciertos. En el fondo, y a través de él, se develan conflictos y tensiones que complejizan el conjunto de su obra.

«Propongo retratar al ser humano, a la sociedad, con esa verdad a medias que todos conocemos, que todos palpamos y vivimos, ese secreto a voces con el que tratamos de ocultar nuestros éxitos, nuestros fracasos, esa mano de pintura que ponemos en nuestra piel intentado decorar con otro color nuestras almas». Roberto Guerrero

Sentimos desasosiego: un poco de inquietud y otro tanto de consternación que se profundiza por la intuición de historias que, como caracolas de sentido, yacen cifradas en los límites representacionales de cada cuadro. Por eso, al momento de comenzar el recorrido de la exposición, no debemos olvidar que las pinturas de Roberto Guerrero guardan relatos que esperan a ser descubiertos. Se plantea, pues, una promesa narrativa. Sabemos que algo se cuenta en las imágenes, algo que los visitantes deberemos descubrir tras los velos pictóricos de una muestra por demás extraordinaria.

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Mi color favorito es el negro Bernard Malamud

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harity Sweetness está sentada en el baño comiendo sus dos huevos duros mientras en la cocina yo me zampo un sándwich de jamón y el café. Así ocurre, pero no se debe creer que esto sea un gueto. Si hay un gueto, soy yo el que está en él. Ella es la mujer que envió el Padre Divino para que hiciera la limpieza, y viene una vez por semana a mi pequeño apartamento de tres habitaciones, en mi día de descanso de la tienda de licores. «Paz», me dice ella, «el Padre me recogió de abajo y me llevó derecho al cielo». Ella es pequeña, de cuerpo plano, pelo crespo y una cara tranquila de donde irradia luz, y mamá tenía esos

ojos antes de morir. La primera vez que Charity Sweetness vino a limpiar, hace poco más de año y medio, cometí el error de pedirle que se sentara conmigo a la mesa de la cocina y comiera su almuerzo. Todavía me sentía mal después de que Ornita se marchara, pero soy del tipo de hombre —Nat Lime, cuarenta y cuatro años, soltero, con una calvicie que crece día a día en la parte de atrás de mi cabeza, y que francamente debería perder unas quince libras— al que le gusta la compañía mientras la tiene. Así que ella se cocinó sus dos huevos duros, se sentó y dio un pequeño mordisco a uno de ellos. Pero un minuto después dejó de masticar,

se levantó y se fue al baño llevándose los huevos en una taza, y desde entonces come ahí. Más de una vez le dije: «Está bien, Charity Sweetness, se hará a tu manera, cómete los huevos sola en la cocina y yo comeré cuando termines», pero ella sonreía de manera distraída y seguía comiendo en el baño. Ese es mi destino con la gente de color. Aunque mi color favorito sigue siendo el negro, el cual ha sido por lo general el color de mi suerte, me va bien en la licorería de Harlem, en la 8va. avenida, entre la 110 y la 111. Lo digo con respeto. He tratado con gente negra una buena parte de mi vida, en especial por negocios, pero también por razones de


otras lenguas amistad y con sentimientos sinceros de ambas partes. Me siento atraído por ellos. En este momento de mi vida debería tener uno o dos buenos amigos de color, pero la culpa no es necesariamente mía. Quizá conocían mis sentimientos hacia ellos, pero, actualmente, ¿cómo puede uno decírselo a alguien? Lo intenté más de una vez, pero el lenguaje del corazón está muerto o nadie entiende cuando uno lo habla. Muy pocos. Lo que quiero decir, de forma personal, es que para mí los humanos tienen un solo color, y es el de la sangre. Una persona negra me gusta no porque sea negra, sino porque yo soy blanco. Viene a ser lo mismo. Si yo no fuese blanco, mi primera elección sería ser negro. Estoy contento de ser blanco porque no tengo otra alternativa. Pero tengo buen ojo para el color. Sé como apreciarlo. ¿Quién desea que todos seamos iguales? Tal vez es una especie de talento. Nat Lime puede ser un distribuidor de licores en Harlem, pero una vez, en las selvas de Nueva Guinea, en la Segunda Guerra Mundial, cuando disparaba a un japonés que huía y erré el tiro, se me ocurrió que yo tenía una especie de talento, como el de tener de vez en cuando una idea maravillosa, ¿pero al final en qué se convierte? Después de todo, este es un mundo extraño. El baño donde Charity Sweetness come los huevos me hace pensar en Buster Wilson, cuando éramos muchachos en la zona de Williamsburg, en Brooklyn. Había una gran manzana de casas sucias y en ruinas en mitad de un barrio blanco empobrecido y lleno de carretas. Me parecía que las casas de los negros habían nacido y muerto allí mismo, y ya estaban muertas muy poco después de la creación del mundo. Yo vivía en la calle siguiente. Mi padre era sastre, tenía artritis en las dos manos, grandes

nudillos enrojecidos y dedos inflamados, y ya no podía cortar, por tanto mi madre era quien tenía que trabajar. Ella vendía bolsas de papel en una carreta de segunda mano en la calle Ellery. No nos moríamos de hambre, pero ninguno comía pollo a menos que nosotros o el pollo estuviéramos enfermos. Esa fue mi primera relación con muchas personas negras y yo solía husmear por su pobre manzana. Creo que

He tratado con gente negra una buena parte de mi vida, en especial por negocios, pero también por razones de amistad y con sentimientos sinceros de ambas partes. Me siento atraído por ellos. yo pensaba: hermano, si es posible que exista esto, ¿qué es lo que podré encontrar? Es decir, yo ya tenía una idea de lo que significaba la vida. De todas formas, allí conocí a Buster Wilson. Él solía jugar solo a las canicas. Yo me sentaba en la acera de enfrente para verlo tirar una canica con la mano zurda y otra con la derecha. La mano que ganaba recogía las bolas. No era un juego muy especial, pero no me pedía que jugara con él. Yo quería hacerme su amigo, pero él nunca me animó, sino todo lo contrario. ¿Por qué lo elegí como amigo? Quizá porque entonces yo no tenía ninguno; éramos de Manhattan, nuevos en el barrio. También me gustaba su tipo. Buster todo lo hacía solo. Era un chico flaco y las ropas de

sus hermanos le quedaban como costales usados de papas. Era un muchacho grandulón de unos doce años, yo tenía diez por esa época. Él tenía los brazos y las piernas como palos de fósforos quemados. Vestía siempre un suéter de lana café, con una manga a medio enrollar y la otra extendida hasta la muñeca. Su cabeza larga y estrecha tenía una parte blanca, un corte recto entre el pelo lanoso y corto, tal vez hecho con una regla por su padre, un barbero demasiado borracho como para ejercer su oficio. Aunque en aquellos días yo poco sabía, estaba lo suficientemente grande como para conocer qué era lo mejor, y toda la manzana de casas de negros me hacía sentir mal en el día. Pero yo iba allí todas las veces que podía porque la calle estaba llena de vida. Por la noche lucía diferente, y en la oscuridad todos los gatos son pardos. A veces tenía miedo de caminar por esas casas cuando estaban oscuras y silenciosas. Temía que hubiera gente mirándome y yo no pudiese verla. Me gustaba más cuando tenían fiestas en la noche y todos la pasaban bien. Los músicos tocaban sus banjos y saxofones y las casas se sacudían con la música y las risas. Y se me atoraba la garganta cuando a través de las ventanas yo veía a las muchachas, con sus lindos vestidos y lazos en los cabellos. Pero en las fiestas bebían y se peleaban. Los domingos eran malos días, después de las fiestas nocturnas del sábado. Recuerdo una vez que el padre de Buster, también alto y holgazán, siempre con un sombrero de fieltro gris y sucio, perseguía con un formón de media pulgada a otro negro por la calle. El otro, quizá de un metro y medio de estatura, perdió el zapato y cuando luchaban en el suelo ya estaba sangrando a través del traje, una sangre roja y espesa que man-

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chaba la acera. Yo me asusté por la sangre y quería volverla a meter en el hombre que se desangraba a causa del formón. En otra ocasión, el padre de Buster estaba jugando al craps con dos grandes dados rojos y saltarines, al fondo de un callejón entre dos casas. Entonces unos seis hombres empezaron a darse de puñetazos allí, y salieron del callejón para pelearse en la calle. Los vecinos, incluidos los niños, salieron a mirar, todos asustados pero nadie se movía para hacer algo. Lo mismo vi años después, cerca de mi tienda en Harlem: una gran muchedumbre mirando a dos hombres que estaban matándose a navajazos en la calle, sus alientos flotando en el aire de una noche de invierno, pero nadie se movió para llamar a la policía. Yo tampoco. Yo era chico, de todas formas, pero aún recuerdo cómo llegaban los policías en un camión e interrumpían la pelea golpeando a todo el que podían con grandes porras. Esto sucedía en la época anterior a La Guardia. La mayoría de los camorristas quedaba inconsciente, sólo uno o dos escapaban. El padre de Buster empezó a correr hacia su casa pero un policía lo persiguió y le dio un garrotazo en el sombrero cuando ya se encontraba en el portal. Luego el negro fue levantado por los policías, uno lo agarró por los brazos y otro por los pies y lo arrojaron al camión. El padre de Buster golpeó la parte de atrás del furgón y cayó, con su nariz chorreando una sangre muy roja, sobre otros tres hombres. Yo no pude soportarlo y tenía miedo de la especie humana, así que corrí a casa, pero recuerdo que Buster lo miraba todo sin ninguna expresión en sus ojos. Robé otros quince centavos de la cartera de mi madre y regresé y pregunté a Buster si quería ir al cine, que yo pagaría. Dijo que sí. Era la primera vez que me hablaba.

Después fuimos más de una vez al cine. Pero nunca nos hicimos amigos. Quizá porque era una propuesta de una sola dirección —de mí hacia él—. Lo cual incluía mis invitaciones para que fuera conmigo, con mi dinero (el de mi pobre madre), para las películas, las barras de chocolate Hershey, los trozos de sandía, inclusive le di mis mejores cómics de Nick Carter y Merriwell que arduamente escogí en tiendas de segunda mano y que nunca me devolvió. Una vez me dejó entrar a su casa para buscar un fósforo y fumarnos unas colillas que encontramos, pero el mal olor era tan fuerte y tan insoportable que creí morir hasta que salí de allí. No mencionaré los muebles que vi —el mejor se caía a pedazos—. En esa primavera y verano, tal vez fuimos juntos a la matiné unas cinco o seis veces, pero cuando el cine terminaba, él acostumbraba caminar solo hacia su casa. «¿Por qué no me esperas, Buster? —decía yo— . Los dos vamos en la misma dirección». Pero él caminaba adelante y no me escuchaba. De todos modos, no contestaba. Un día, cuando yo menos lo esperaba, me golpeó en los dientes. Quise llorar, pero no por el dolor. Escupí la sangre y le dije: —¿Por qué me golpeas? ¿Qué te he hecho? —Porque eres un judío cabrón. Métete en el culo tus películas judías y tus caramelos judíos. Y corrió. Pensé que cómo podía haber sabido yo que a él no le gustaba el cine. Cuando me hice hombre pensé: no se puede forzar a nadie. Años después, en el mejor momento de mi vida, conocí a Ornita Harris. Ella estaba parada, sola, bajo una sombrilla abierta, esperando el autobús en la ruta de la 110, y yo recogí su guante verde que se le había

caído en la acera mojada. Era a fines de noviembre. Antes de que pudiera preguntarle si era suyo, ella arrebató el guante de mi mano, cerró su sombrilla y subió al autobús. Me subí detrás de ella. Yo estaba enojado y le dije: —Perdone, señora, no existe una ley que diga que usted deba dar las gracias, pero al menos no me haga quedar como un delincuente. —Bien, lo siento —respondió—, pero no me gusta que los blancos traten de hacerme favores. Yo incliné mi sombrero y eso fue todo. A los diez minutos me bajé del bus, pero ella ya se había ido. Nadie, excepto yo, podía pensar que la volvería a ver. Una semana después vino a mi tienda a comprar una botella de whisky. —Te podría ofrecer un descuento —le dije—, pero sé que no te gustan cierta clase de favores y no quiero que me des una bofetada. Entonces me reconoció y se avergonzó un poco. —Siento haberte malinterpretado ese día. —A veces nos equivocamos. El resultado fue que ella consiguió el descuento. Le rebajé un dólar. Solía venir casi cada dos semanas por una botella de Haig & Haig. A veces yo la atendía, otras veces lo hacían mis ayudantes, Jimmy o Mason, también negros, y yo les decía que le diesen el descuento. Ambos me miraban, pero yo no tenía por qué avergonzarme. En la primavera solíamos conversar alguna que otra vez, cuando ella entraba a la tienda. Era una mujer delgada, de piel oscura pero no tan negra, diría de unos treinta años y un buen cuerpo, con una combinación de bonitas piernas y senos grandes como me gustan. Su rostro era hermoso, con ojos grandes y pómulos pronunciados, pero los labios eran algo gruesos y la nariz un poco ancha. A veces no quería hablar conmi-


go, pagaba por la botella, menos el descuento, y se marchaba. Sus ojos lucían cansados y no me parecía que fuese una mujer feliz. Me enteré de que su esposo había sido un limpiador de ventanas en los grandes edificios, pero un día se rompió su correa de seguridad y cayó quince pisos. Después del funeral ella consiguió trabajo como manicurista en una peluquería de Times Square. Yo le conté que era soltero y que vivía con mi madre en un pequeño apartamento de tres habitaciones en la 83 West, cerca de Broadway. Mi madre tenía cáncer, y Ornita dijo que lo lamentaba mucho. Una noche de julio salimos juntos. Todavía no estoy seguro de cómo sucedió. Supongo que se lo pedí y ella no se negó. ¿Adónde se puede ir con una mujer negra? Fuimos al Village. Cenamos bien y caminamos por el parque Washington Square. Hacía calor esa noche. Nadie se sorprendió al vernos, nadie nos miró como si estuviéramos infringiendo la ley. Si observaron, tal vez notaron mi nuevo traje ligero que compré ayer y mi calva brillan-

te cuando caminábamos bajo un foco, y también lo bonita que era ella para estar con un tipo como yo. Nos metimos a un cine en la calle 8va. West. Yo no quería entrar, pero ella dijo que había oído hablar de la película. Entramos como desconocidos y salimos como desconocidos. Me preguntaba qué pensaba ella y me contesté que en cualquier cosa, menos en un hombre blanco que yo conozco. Toda la noche la pasamos juntos como si estuviéramos encadenados. Después del cine ella no quiso que la acompañara de vuelta a Harlem. Cuando la dejé en un taxi me preguntó: — ¿Por qué preocuparnos? Por la carne, quise contestar. Pero en su lugar dije: —Porque tú vales la pena. —Gracias de todas formas. Chico —pensé luego de que partió el taxi—, acabas de descubrir cómo es ella y ahora lo mejor es olvidarla. Es fácil decirlo. En agosto salimos por segunda vez. Esa fue la noche en que se puso un vestido púrpura y yo pensé, Dios mío, qué colores. Quien pinte ese cuadro

hará una obra maestra. Todos nos miraban y a mí eso me agradaba. Esa noche, cuando se quitó el vestido, lo hizo en una habitación amueblada que, con buen juicio, yo había arrendado unos pocos días antes. Con mi madre enferma, yo no podía pedirle que fuéramos a mi apartamento, y ella tampoco quería que yo fuese a la casa donde vivía con la familia de su hermano en la 115 West, cerca de la avenida Lenox. Bajo su vestido púrpura llevaba una combinación negra, y cuando se la quitó vi su ropa interior blanca. Y cuando se quitó la ropa interior blanca, ella era negra de nuevo. Pero yo sabía dónde estaba el otro destello blanco, si se lo puede llamar blanco. Y esa fue la noche en que pensé que me había enamorado de ella; era la primera vez que esto me ocurría, aunque me gustaron una o dos chicas bonitas con las que solía salir cuando era un muchacho. Era un tema muy serio. Soy la clase de hombre que cuando piensa en el amor piensa en matrimonio, y creo que esa es la razón por la cual sigo soltero.

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Esa misma semana se produjo un asalto en mi tienda: dos negros fornidos, con revólveres. Uno de ellos se enojó por el sonido que hizo la caja registradora cuando la abrí para que pudiera coger el dinero, y me golpeó en la oreja con su arma. Permanecí dos semanas en el hospital. Pero yo estaba asegurado. Ornita vino a verme. Se sentó en una silla sin hablar mucho. Finalmente me di cuenta de que ella se sentía incómoda y le sugerí que se fuera a casa. —Lamento lo sucedido —dijo. —No hables como si fuera tu culpa. Cuando salí del hospital, mi madre había muerto. Era una persona maravillosa. Mi padre murió cuando yo tenía trece años y ella sola mantuvo a la familia unida y viva. Hice mis siete días de duelo y la recordé vendiendo bolsas de papel en su carreta. Recordé su vida y lo que ella trató de enseñarme. «Nathan —decía—, si alguna vez te olvidas de que eres judío, un gentil te lo recordará». «Mamá, contestaba yo, descanse en paz sobre este tema. Pero si hago algo que a usted no le gusta, recuerde que en la tierra las cosas son más difíciles que donde usted está». Cuando mi semana de duelo terminó, una noche propuse: —Ornita, casémonos. Los dos somos personas honestas, y si tú me amas como yo te amo este no sería un mal momento. Si no te gusta Nueva York venderé todo lo que tengo y nos iremos a otro lugar. Tal vez a San Francisco donde nadie nos conoce. Estuve allí una semana durante la Segunda Guerra Mundial y vi a negros y blancos viviendo juntos. —Nat —me contestó— te quiero, pero tengo miedo. Mi marido podría matarme. —Tu marido está muerto. —No en mi memoria. —En ese caso, esperaré.

—¿Sabes cómo sería… cómo sería la vida que nos espera? —Ornita —respondí—, soy el tipo de hombre que se contenta con la forma de vida que ha elegido. —¿Y qué pasará con los hijos? ¿Esperas tener negritos medio judíos? —Yo deseaba tener niños. —No puedo —dijo. No puedo es no puedo. Vi que estaba temerosa y lo mejor era no presionar. A veces cuando nos encontrábamos se ponía tan nerviosa que cualquier cosa que hiciéramos ella no lo disfrutaba. Al mismo

Una noche me dijo que seguía tratando de convencerse a sí misma y que ya estaba casi convencida. Hice un inventario de las existencias de licor para poder vender la tienda. Ornita sabía lo que yo estaba haciendo. Un día abandonó su trabajo, pero al día siguiente regresó a laborar. También se marchó una semana para visitar a su hermana en Filadelfia y descansar un poco. Volvió cansada, pero dijo que quizá. Un quizá es un quizá, y esperé. La forma en que lo decía era casi un sí. Eso fue en el invierno de

tiempo yo pensaba que todavía tenía una oportunidad. Pasábamos juntos cada vez más tiempo. Me deshice de mi cuarto amoblado y ella se vino a mi apartamento —regalé la cama de mamá y compré una nueva—. Los domingos se quedaba conmigo todo el día. Cuando no estaba intranquila era muy cariñosa, y si yo sabía algo del amor, ya lo tenía. Salíamos un par de veces por semana, de la misma forma: por lo general la encontraba en Times Square y la enviaba a casa en un taxi, pero mientras yo hablaba más sobre el matrimonio ella decía menos cosas en contra.

hace dos años. Cuando ella estuvo en Filadelfia yo llamé a un amigo del ejército, que ahora es contador público, y le dije que le agradecería si nos invitaba una noche. Él sabía la razón. Su esposa dijo que sí enseguida. Cuando Ornita regresó fuimos allá. La esposa cocinó una excelente cena. La pasamos bien y ellos nos pidieron que los visitáramos otra vez. Ornita había bebido unas copas. Parecía relajada y maravillosa. Después, a causa de una huelga de veinticuatro horas de los taxis, tuve que llevarla a casa en el metro. Cuando llegamos a la esta-


ción de la calle 116, me dijo que me quedara en el tren y que ella caminaría un par de calles hasta su casa. No me gustaba que una mujer caminase sola por las calles a esa hora de la noche. Ella dijo que nunca había tenido ningún problema, pero yo insistí en que no lo hiciera. Le dije que la acompañaría hasta la entrada de su casa y que cuando ella subiera las escaleras yo regresaría al metro. Caminando hacia allá, en la 115, a mitad de la cuadra antes de la Lenox, tres hombres nos detuvieron —o tal vez fueron tres muchachos—. Uno tenía un sombrero negro con un ala de media pulgada, el otro un sombrero verde de paño, y el tercero llevaba una gorra negra de cuero. El de sombrero verde llevaba puesto un abrigo corto, los otros dos tenían abrigos largos. Yo me encontraba junto a un poste de luz y el de la gorra de cuero sacó una navaja de seis pulgadas que brillaba bajo el foco. —¿Qué estás haciendo con este blanco hijo de puta? —le preguntó a Ornita. —Yo no me meto en lo que no me importa —contestó ella— y espero que tú también hagas lo mismo. —Muchachos —intervine yo— todos somos hermanos. Soy un honesto comerciante del barrio. Esta señorita es una querida amiga. No queremos ningún problema. Por favor déjennos pasar. —Hablas como un arrendador judío —dijo el de sombrero verde—. Cincuenta a la semana por una habitación individual. —Las ratas son gratis —dijo el del ala de media pulgada. —Créanme, yo no soy un arrendador. Mi tienda se llama ‘Nathan’s Liquors’, entre la 110 y la 111. También tengo dos dependientes negros, Mason y Jimmy; ellos les pueden decir que pago buenos salarios y que doy descuentos a ciertos clientes.

—Cierra la boca, judío de mierda —exclamó el de la gorra de cuero y movió el cuchillo como péndulo frente al botón de mi abrigo—. No más coños negros para ti. —Hable con respeto a esta dama, por favor. Me golpeó en la boca. —Esa no es una dama —respondió, la cara larga bajo el ala de media pulgada—, es un coño negro. Se merece que le rasuremos todos los pelos. ¿Te gustaría que te rasuremos todos los pelos, coño negro? —Por favor, déjenos solos a este caballero y a mí, o gritaré fuerte. Esa es mi casa, tres puertas más abajo. La abofetearon. Jamás escuché un grito así. Como si su esposo estuviera cayendo quince pisos. Golpeé al que la abofeteó y cuando abrí los ojos yo estaba tendido en la cuneta y me dolía la cabeza. Y pensé: Adiós, Nat, seguro que te van a apuñalar; pero todo lo que hicieron fue agarrar mi billetera y correr en tres direcciones diferentes. Ornita caminó conmigo de regreso al metro y no quiso ir de nuevo a mi casa. —Solamente llega a casa a salvo. Se veía horrible. Su cara estaba gris y yo todavía recordaba su grito. Era una terrible noche de invierno, en un febrero muy frío, y tardé una hora y diez minutos en llegar a casa. Me sentía mal por haberla dejado, ¿pero qué podía hacer? Teníamos una cita a la noche siguiente, en el centro de la ciudad, pero ella me dejó plantado, por primera vez. En la mañana la llamé a su trabajo. —Por el amor de Dios, Ornita, si nos casamos y nos vamos lejos no tendremos la clase de problemas que tuvimos. No iríamos a ese barrio nunca más. —Sí, podríamos hacerlo. Pero tengo familia aquí y yo no quiero

mudarme a otro lugar. La verdad, Nat, es que no puedo casarme contigo. Ya tengo suficientes problemas. —Estoy seguro de que tú me amas. —Tal vez, pero no puedo casarme contigo. —Por el amor de Dios, ¿por qué? —Ya tengo suficientes problemas. Esa noche me fui en un taxi a la casa de su hermano, para verla. Él era un hombre tranquilo con un fino bigote. —Ella se fue a hacer una larga visita a unos parientes cercanos en el Sur. Me pidió que te dijera que ella agradece tus intenciones, pero piensa que no funcionará —me dijo. —Muchas gracias —respondí. No me pregunten cómo llegué a casa. En la 8va. avenida, a unas dos calles de mi tienda, vi a un ciego tanteando la acera con un bastón blanco. Supuse que íbamos en la misma dirección y lo tomé del brazo. —Sé que usted es blanco —dijo. Una negra gorda con una bolsa llena de compras corrió detrás de nosotros. —No se preocupe —dijo—, yo sé donde vive él. Me empujó con su hombro y me golpeé la pierna en un hidrante. Así son las cosas. Les doy mi corazón y ellos me tratan mal. —Charity Sweetness, ¿me escuchas?, ¡sal del maldito baño! Traducido del inglés por Patricio Viteri Paredes Bernard Malamud (1914 –1986) es uno de los escritores judío estadounidenses más destacados del siglo XX, junto con Saul Bellow y Philip Roth. Entre sus novelas más conocidas están El mejor (1952), El reparador (1966, con la que ganó el National Book Award y el Premio Pulitzer) y Los inquilinos; sus cuentos están reunidos en El barril mágico, Idiotas primero y El sombrero de Rembrandt.

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Como te lo cuento de

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Para Michèle que me hizo entrar en su Bretaña.

— í, como te cuento —¡No te puedo creer! —Es la pura verdad. —A ver, repítemelo, pero en detalle. —Creo que a mi amigo sí lo conociste. Pasaba siempre en las tardes después del almuerzo a tomar el café, se quedaba una hora charlando y se volvía a la tienda. ¿Te acuerdas del local de antigüedades que había arriba de la cuesta? —Sí. —Era de él. —Ajá, ya sé de quién me hablas. —¿Y qué le pasó? No lo he vuelto a ver y me parece que la tienda está cerrada. —Una mañana el lugar amaneció sin nada ni nadie y él desapareció. Lo buscaron durante meses sin resultado. Lo sorprendente es que nunca lo vieron salir ni tampoco llevarse sus cosas. ¿Te imaginas, vaciarse todo el almacén en una madrugada y que este pueblo no lo oyera? —Lo puedo imaginar. Aquí el viento pega tan fuerte que seguro todos le atribuyeron el traqueteo a la tormenta. —No los volvieron a encontrar, ni a él ni a su esposa. De ella era de esperarse. Nunca fue a ningún lado. Muy rara vez se la veía antes de las seis de la mañana en el mercado, haciendo las compras todavía a oscuras… un fantasma. —¡Pero si vivieron toda la vida aquí! —Como te digo, un fantasma. Cuando uno llegaba de improviso a la tienda de antigüedades, la mujer se perdía rápidamente entre los muebles altos o se metía para adentro. —¡Qué fantasma! ¡No le gustaba la gente y ya! —Tal vez. El hecho es que el asunto después se echó al olvido. —¿Se los llevaría el viento? Se podría creer ¿no? —Para los del pueblo, seguro. —No te burles. Sigo contándotelo. Hace poco andaba yo podando mis hortensias y me acordé de él. —¿Qué tienen que ver tus hortensias con él? —Espera y vas a ver. Yo las podaba cuando escuché la puerta de entrada. Fui a abrirla y no vi a nadie. Sin embargo, en la ranura del buzón, había un sobre. Sorpren-

dida, puesto que el cartero no pasa sino a las ocho de la mañana y esto era en la tarde, lo saqué y ¿qué crees? —¿Qué? —Tenía la escritura de mi amigo. —Te equivocaste, claro. —No. Eran su carta y su letra. Me quedé helada. —¿Qué me dices? ¿Y qué decía? —Espera, aquí la tengo… mira, te leo una parte. Querida y recordada de siempre, Le sorprenderá seguro, y espero alegremente, halle este sobre en su correo de hoy. ¡Cuánto tiempo! Se dirá. Es verdad, son algunos años sin recibir noticias mías. —¿Le sorprenderá? ¡Un poco más y te mataba del susto! ¿Te trataba de usted? —Siempre. Querrá saber qué me lleva —aparte de mi inmensa nostalgia— a escribirle y romper mi silencio. Es verdad que decidí alejarme de pronto y venir a vivir a este pedazo de roca, como lo llamo yo a esta punta de acantilado. —¿Ves? Te lo dije, todo tiene una explicación. —Le confieso que me sedujo desde siempre esta casa junto al faro. ¿La recuerda acaso? ¡Cómo no recordarla! Baja, de piedra, con las ventanas y puertas pintadas con pintura de barco. Discúlpeme por el atrevimiento de aparecerme de pronto así, como también por mi partida súbita, pero solo a usted me siento capaz de contarle lo sucedido. —¿Y por qué diablos no avisó que se iba? ¿Dice algo de eso? —Vamos por partes. —Dale. —He recibido en estos días una nota de alguien que no sé cómo vino a saber de mi existencia. Aquí se la pongo. Entenderá después de leerla mi emoción y el motivo de esta carta. —¿La tienes? —Sí. Escucha:


Estimado señor, Conocedor de sus conocimientos en materia de péndulos y objetos antiguos, me dirijo a usted a fin de solicitarle una entrevista personal. Hace pocos días ha fallecido mi padre, legándome, entre otras cosas, este autómata. Usted bien sabrá que se trata de un objeto de colección dado el refinamiento de su trabajo. Me gustaría, si le es posible, hablarle de él y que me hiciera una estimación de su valor. Por razones familiares, debo ponerlo a remate en una sala de ventas. Nota: le adjunto una fotografía. Estoy dispuesto a llevárselo hasta lo alto de la peña. —Me he quedado en las mismas. —El péndulo de la fotografía era el mismo de cuando mi amigo era niño. —¿Cómo? —Sí. Cuando él tenía unos seis años, cada sábado le pedía a su padre que lo llevara a la ciudad a ver un reloj en la vitrina de un anticuario. Se trataba de un autómata que representaba un viejo velero en un mar agitado. Se quedaban entonces horas delante del cristal, mirándolo. Hasta que llegó el fatídico día, como él lo describía, en que no estuvo más. Lo habían vendido. Le perdió el rastro y le quedó solo el recuerdo. —¡No me digas que era el mismo reloj de la foto! —Sí. —¡Increíble! ¿Cuántos años tiene ahora tu amigo? —Unos ochenta y pico. —¿Es decir que el reloj de su infancia vino a aparecérsele casi ochenta años más tarde? —Eso mismo, pero sigamos. Su dueño estuvo por aquí en estos días. Es bastante joven. Yo le tenía preparado algunos libros y fotografías de péndulos de la misma época aunque sabía exactamente a qué fecha pertenecía este y qué mano lo había hecho. Durante nuestra charla me contó que en el último tiempo el reloj andaba un poco dañado, que había tenido que hacerlo reparar en varias ocasiones. Me pedía que lo revisara y lo limpiara para ponerlo en estado de venta. Más adelante me dice que andaba preocupado por un problema con las articulaciones de sus manos. Cosas de la vejez, pensé yo en ese momento. —¿No lo sabías? —No. Parece que los médicos no lograban descubrir la causa. Para cuando esta carta, el asunto se había agravado y casi no podía cerrar las manos, por lo cual decidió no responder al joven inmediatamente. No se sentía ya en capacidad de reparar el autómata. —¿Y entonces, qué hizo? —Aquí dice: Han sido noches de desvelo las que siguieron a aquella primera nota. Usted que bien me

conoce estará segura de que yo no podía sino hacerle una propuesta de compra al dueño. Dudoso le dije una cifra menor que la avaluada explicándole, eso sí, que le compraría el reloj en el estado en que se hallaba, sin reparación alguna. El joven aceptó sin reticencias y en estos días por fin me lo ha traído. Lo he puesto sobre la cómoda de la sala, justo enfrente de mi asiento. Ahí me la paso mirándolo varias horas al día. No sé si me decidiré finalmente a repararlo. El joven tenía razón, el barco a veces navega en un mar de aceite y otras le hace frente a la peor de las mareas. Me gustaría mucho que viniera a verlo y así compartir la emoción de este viejo. —¿Entonces? —Me decidí a hacer el viaje, más por abrazar a mi amigo aunque también por ver aquella magnífica pieza de orfebrería. —¿Y?¿Los viste? —Fui al faro. Cuando llegué, golpeé a la puerta pero nadie abrió. Llevaba su carta en la mano. Volví a leerla buscando una indicación. Toma, léela tú… —Debajo de la hortensia rosa de la ventana encontrará usted la llave. He plantado algunas de ellas y aunque han crecido bellísimas, siguen siendo de color ‘rosa’. Definitivamente nunca lograré que se me den azules. Es todo un misterio. —Tomé la llave y entré. Ahí estaba el péndulo en la sala, completamente quieto. Era realmente una obra maestra. Esperé largo rato para ver si mi amigo aparecía pero no lo hizo. En su lugar solo hallé un papel con mi nombre sobre el asiento. Decía lo siguiente: Mi esposo se ha apagado para siempre. He echado sus cenizas junto al muelle como era su deseo. Soy yo quien le he escrito su última carta aún sabiendo que la leería ya tarde. Le pido perdón por ello. Desolada, caminé un poco por la casa. Buscaba algo o a alguien sin saber qué con exactitud hasta que la vi, junto a la cómoda: la campana de cristal. La tomé y la puse sobre el reloj, cubriéndolo definitivamente. Salí. El viento estaba muy cerca. Respiré lo más hondo que pude. Antes de irme, dejé por supuesto la llave bajo la hortensia azul de la ventana. Morgat, mayo de 2011

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El Turco y la ficción

Juan Carlos Moya

J

uan José Saer (Serodino, 1937 – París, 2005) es un escritor argentino cuya palabra y pensamiento fue motivo de reservas por parte de sus propios colegas. Y solo hasta después de su muerte fueron (y siguen siendo) reconocidas sus grandezas tanto en la creación literaria como en el pensamiento ensayístico. Ocurre que en la literatura suelen marginarse nombres, tanto de los premios como de las ferias y viajes de promoción, del bullicio del mercado y hasta de las invitaciones a colaborar en una revista o en otra. Saer (Onetti y la lista es larga) no fue la excepción. No se subió a la chiva cultural que se denominó ‘Boom latinoamericano’. Y persistió en escribir silenciosamente su obra. Una obra incomprendida; más que intimista, cifrada y concéntrica como un jeroglífico, difícil de soltar al mercado masivo (a diferencia de la de Fuentes). Saer (lo llamaban Turco por su origen sirio-libanés) se ocupó toda su vida literaria de girar la llave de la cerradura alrededor de la gran puerta llamada

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ficción. Este ámbito lo embargó y poseyó de manera rotunda. Y fue el motivo de sus reflexiones y de sus más logrados cuentos. Tras doce novelas, cinco libros de cuentos y cuatro de ensayos (por ahí hay una intentona con la poesía), Saer dejó en claro que la literatura no es casa de la etnografía ni los debates de identidad latinoamericana, tampoco creyó necesario recrear la historia y sus errores (horrores). Y mucho menos manipuló la literatura para promover causas y censos, elegías o discursos panfletarios. Lo de Saer es literatura en estado puro, y quizá ese elíxir líquido, ese grado cero, ese diamante perfecto, se llame el mundo de la ficción, con letras mayúsculas. A esto se suma, con la impronta de Faulkner, Joyce y Kafka, una prosa envolvente, marcada por pausas rítmicas, incisos, pausas reiteradas con comas imprevistas, y na-

rradores que mudan los puntos de vista (como lo quería James) y hacen del tejido textual una aventura suntuosa.

La crítica Juan José Saer en su libro La narración-objeto (1999) ya advierte la necesidad imperiosa (coyuntural) de la existencia de una crítica vigorosa ante la verborrea editorial del mercado. Si las perchas de los grandes almacenes se llenan de libros (novelas, literatura infantil, cuento) no necesariamente es síntoma de un bienestar cultural en beneficio de los que leen y compran libros. Ni en favor de la literatura (o sus escritores), parece decirnos Saer en el prólogo a este texto. Por el contrario, el escritor argentino nos conduce a pensar en la necesidad de un filtro o de una luz crítica (mano generosa) que ordene la percha, la jerarquice, imponga el respeto tanto a unos como a otros, pero diferenciando sus pesos específicos, con el afán de soslayar el conocido truco del ‘gato por liebre’. Sin embargo el siglo XXI se viene sin amarras y con innumerables premios que las mismas editoriales promueven: entonces ‘La torre de Babel’ nos confunde a todos y crece. «Renunciar a la crítica es dejarles el campo libre a los vándalos que, al final del segundo milenio de nuestra era, pretenden reducir el arte a su valor comercial», manifiesta Juan José Saer. Y más adelante comenta: «Es notorio que el discurso contra la crítica, académica o no, que abunda en la escena


opinión pública, ya no constituye hoy la rebelión legítima de algunos creadores contra el conformismo que pretendía imponerles una preceptiva petrificada, sino que encarna exactamente lo contrario, es decir, la pretensión autonómica de la sociedad mercantil que disfraza el mismo conformismo de siempre de espontaneísmo, de supuesto respeto por la masa de compradores a la que designa con el concepto vago de ‘público’ y de la confusión constante de la prosa aproximativa del periodismo y una serie de inepcias que se quiere hacer pasar por literatura».

La ficción En este breve artículo de revista es oportuno rozar aquel célebre ensayo titulado: El concepto de la ficción, de Juan José Saer. Trabajo donde al autor se ocupa de reflexionar sobre la verdad subjetiva, la polifonía de la palabra verdad y verosimilitud, y los entuertos que trae la ficción como un cuerpo orgánico que se integra al mundo real y que a la vez es independiente, debido a leyes y estatutos literarios que rigen su vitalidad. Saer, en cada uno de sus cuentos (tomemos como ejemplo la bellísima colección de cuentos de su libro titulado La mayor), arma un mundo que pertenece en sucesión directa del mundo objetivo. No es su contexto, ni sus personajes, lo que le otorga las características de ficción. Son las relaciones y emociones que se bifurcan alrededor de la imaginación y la conjetura. Esa ficción (‘tratamiento específico del mundo’) que no admite parangón con la realidad es el principio de la literatura. Y que el lector debe asumir como ficción (no como verdad), pero sin presumir falsedad. Reiterando, entre otras paradojas, el hecho de que no hay mayor ficción que la misma verdad. Por otra parte, Saer plantea la necesidad de ficcionar la verdad

para comprenderla en su infinitud de posibilidades y explicaciones, es decir, para liberar a la propia verdad de su intrínseco reduccionismo que la orilla a la sociología o al periodismo, disciplinas que parecen aplicarse denodadamente por achatar el horizonte. En el célebre ensayo: El concepto de la ficción, Saer enuncia: «Podemos por lo tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario de la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. En cuanto a la dependencia jerárquica entre verdad y ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que la segunda, es, desde luego, en el plano que nos interesa, una mera fantasía moral. Aun con la mejor buena voluntad, aceptando esa jerarquía y atribuyendo a la verdad el campo de la realidad objetiva y a la ficción la dudosa expresión de lo subjetivo, persistirá siempre el problema principal, esto es, la indeterminación de que sufren no la ficción subjetiva, relegada al terreno de lo inútil y caprichoso, sino la supuesta verdad objetiva y los géneros que pretenden representarla. Puesto que autobiografía, biografía, y todo lo que puede entrar en la categoría de non-fiction, la multitud de géneros que vuelven la espalda a la ficción, han decidido representar la supuesta verdad objetiva, son ellos quienes deben suministrar las pruebas de su eficacia. Esta obligación no es fácil de cumplir: todo lo que es verificable en este tipo de relatos es, en general, anecdótico y secundario, pero la credibilidad del relato y su razón de ser peligran si el autor abandona el plano de lo verificable. La ficción, desde sus orígenes, ha sabido emanciparse de esas cadenas. Pero que nadie se confunda: no se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la ‘verdad’, sino justamente

para poner en evidencia el carácter complejo de la situación, carácter complejo del que el tratamiento limitado a lo verificable implica una reducción abusiva y un empobrecimiento. Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva; muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha. No es una claudicación ante tal o cual ética de la verdad, sino la búsqueda de una un poco menos rudimentaria. La ficción no es, por lo tanto, una reivindicación de lo falso», concluye el escritor argentino. La novelística y cuento de Juan José Saer ni siquiera han sido rozadas sus huellas por la nueva generación de autores argentinos: muchos de ellos embelesados por los devaneos mediáticos e interculturales de moda. Saer es lenguaje, es palabra, es literatura, como en los viejos tiempos. Y supo preguntarse, antes de volcarse a la escritura (y durante), la preponderancia y profundidad de la ficción en (y fuera) los márgenes del papel; más que en el discurso narrativo, en la vida de sus propios personajes, que parecen sobrevivir solo a causa de sus vidas inventadas. Juan Carlos Moya Es escritor y periodista. Autor de la novela Caballos en la niebla y ganador del Premio Jorge Mantilla Ortega, primer lugar, por el conjunto de crónicas titulado: El oficio de vivir. La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano le hizo merecedor de una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Buenos Aires. Ha trabajado en prensa, radio y televisión.

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magnetófono Eugenia Viteri:

E

a la

ugenia Viteri nació el 14 de abril de 1928 en Guayaquil. Estudió en el Colegio Nacional Guayaquil. En 1950 se graduó de Bachiller en Humanidades Modernas e ingresó a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guayaquil. Trabajó en la Dirección General de Estancos transcribiendo copias; en la Comisión de Tránsito del Guayas, en la sección de Contabilidad del Seguro Social, en el Departamento de Fiscalización de la Contraloría; ha sido actriz, dramaturga, cuentista, novelista, viajera, pedagoga, activista de los derechos de las mujeres y ganadora de certámenes literarios, entre ellos, el Festival de las Letras de la Facultad de Jurisprudencia de Guayaquil (1954); el del Club Femenino de Cultura de Quito (1954); el de la Unión Nacional de Periodistas (1963); el Joaquín Gallegos Lara (1975); el de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (1976); y el de la Sociedad de Escritores de Quito (1985). Su obra ha sido traducida al ruso, al búlgaro, al inglés y al italiano. En 1983 dio inicio a la Fundación Cultural Manuela Sáenz.

tristeza

Cuando estaba en sexto grado empezó a formar un álbum gordo con los poemas de Neruda, Gabriela Mistral y Rosario Sansores, que publicaban los periódicos, y después alquilaba a los vendedores ambulantes libros de Anderson y Dickens. ¿Una niña con esas inquietudes? Así es. Ansiaba conocer un mundo que percibía más allá de mi geografía; la literatura me permitía saltar de mi entorno hasta otros confines. Recuerdo a un señor alto, de tez blanca que usaba gafas, que pasaba día tras día ofreciendo libros y revistas en alquiler, siempre preferí los libros. Si el alquilante tardaba en devolverlos, debía pagar el doble. Mi hermana mayor corría con estos gastos.

En el Colegio Nacional Guayaquil hacía acrósticos a sus compañeras a cambio de golosinas. ¿Cuándo descubrió que tenía talento poético? No creo que se tratase de talento. Un día se me ocurrió hacerlo; creo que era más un motivo de diversión entre las compañeras pues para el efecto debía averiguar sobre sus novios reales o imaginarios, sobre sus amores platónicos o imposibles. Cuando estaba en el colegio escribía poesía, ¿por qué dejó de hacerlo? Me parece que todos escribimos poesías en el colegio. A las mías no las consideré buenas; fueron

publicadas en el periódico del colegio, llamado Horas estudiantiles, dirigido por la gran educadora Rosa Andrade, quien siempre me estimuló. Pero no me entusiasmó seguir en ello y no me entristeció dejarlo. ¿Le agradaba la quiromancia y la cartomancia? Me atrajo el cierto halo de misterio que las rodea. Yo quería conocer mi futuro, saber qué pasaría después de ese entonces. Estaba consciente, sin embargo, de que muchas de estas prácticas no eran sino ventas de ilusiones… En 1950 se matriculó en la recién fundada Escuela de Teatro del Núcleo del Guayas de la CCE donde fue alumna de Paco Villar y de Pedro Campbell, ensayó Bodas de sangre, de García Lorca, y actuó en El Oso, obra de Chejov dirigida por Sixto Salguero. ¿Por qué no continuó con la actuación? Creo que no continué por falta de auténtica vocación que devino en falta de constancia. Por los años en que se vinculó a la Escuela de Teatro del Núcleo del Guayas, conoció a quien se convirtió en su marido, el escritor Pedro Jorge Vera. ¿Esto terminó por determinar su carrera literaria? Sí, con seguridad, sí…

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¿Qué aprendió, literariamente hablando, de Pedro Jorge Vera? Pedro Jorge fue mi maestro, mi amigo, mi todo. Trazó mi senda al ligar mi vida a la suya, inmersa tempranamente en la política y en la literatura; vida agitada, siempre en ebullición. Yo tenía ya algunos cuentos, alentada, estimulada en su escritura por mi profesor de Literatura, Reynaldo Lara Márquez. De Pedro Jorge aprendí que la literatura es una necesidad vital, sin importar las luminarias epocales que la acechan, que se prenden y apagan con extraordinaria velocidad. Nadie escribe sólo para sí mismo pero tampoco debe hacerlo exclusivamente para los demás. En 1983 inició la Fundación Cultural Manuela Sáenz. ¿Cuál fue el propósito de ésta? La reivindicación de la mujer en la figura de Manuela Sáenz. La intención era superar las trabas mentales alrededor del rol femenino en la sociedad. Tarea compleja porque es preciso un cambio de mentalidad a partir de cambios culturales que no se dan fácilmente.

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¿Reivindicó los derechos de las mujeres con su literatura? No. Quizás contribuí a denunciar la condición precaria en la que la mujer debe, literalmente, sobrevivir, por una sociedad tremendamente represiva hacia ella. Es este gobierno, el de la Revolución Ciudadana, el que está incursionando en los difíciles caminos de esa reivindicación.

¿Quiso hacer una literatura pedagógica que educara al lector? Sí, lo hice intencionalmente. Profesora de la escuela Rosa Zárate por casi diez años y catedrática de literatura del colegio 24 de Mayo. ¿La enseñanza es un buen trabajo para el escritor? En mi caso sí, me posibilitó conocer realidades insospechadas.

do decir es que mi percepción de la vida cambió. Entendí que el mundo no tenía obligadamente que seguir siendo como era, que había posibilidades de otras maneras de vivir colectivamente. En septiembre del 63, al estallar la dictadura de la Junta Militar de Gobierno, vivió con su esposo y su hija en Santiago. Pese a que ha dicho que fue una época de pobreza y sufrimientos económicos, ¿le gustó Chile? Mucho. En el 65 estuvo en Cuba y Pedro Jorge Vera trabajó en la redacción del periódico El mundo. Usted recuerda que tenía todo lo necesario, y que sin embargo, lloraba por las tarde, mirando el mar, extrañando mucho a su patria. ¿Qué era, concretamente, la patria? En ese momento, teniendo todo lo necesario, la patria era lo que amaba, lo que me faltaba y no podía tener, sabiendo que existía en un pedacito del mundo. A la distancia, la sentía humillada, lesionada.

¿La maternidad dificulta el ejercicio literario? Sí, en cierta medida. Pero también otorga dimensiones afectivas y sensitivas, increíbles. En el 62 viajó por quince días a Cuba, pero aún no era marxista. ¿Regresó marxista? No creo que un viaje me hubiera facilitado una clara comprensión de algo tan complejo; lo que pue-

En marzo del 66 cayó la Junta Militar de Gobierno y ustedes regresaron. ¿Por qué habían sido obligados a vivir en Cuba? Nadie nos obligó. En el exilio partimos hacia Chile, y luego fuimos a Cuba por voluntad propia. Quisimos vivir esa experiencia, palparla. En 1968 publicó la novela A noventa millas solamente, con las peripecias de una familia cubana que emigró a Miami a causa del


marxisismo. ¿Ya era marxista cuando la escribió? Me parece pretencioso afirmar el conocimiento de una teoría tan compleja, sin haberla estudiado. Lo que sí puedo decirle es que ya era revolucionaria, con seguridad esa condición incluía fundamentos marxistas. ¿La escritura de la novela A noventa millas solamente, le permitió conjurar la tristeza? La tristeza no es mala como visita ocasional, pero no hay que alojarla como compañera. Si recibí su visita, muchos motivos impidieron que se convirtiera en mi compañera. Ha viajado por América y Europa. ¿Cómo han nutrido sus viajes su vida y su literatura? Los viajes facilitan una aprehensión directa de los modos de ser

en otros lares, lo cual, desde luego, enriquece a todo creador, recreador o simple transeúnte de la vida. En 1977 publicó el libro Doce cuentos. ¿Cómo lo ve ahora? Amo todo lo que escribí, sin importar su imperfección. En 1984 publicó la novela Las alcobas negras, una obra, según Rodrigo Pesántez Rodas, feliz por los hallazgos de interpretación de un mundo donde el prejuicio no había logrado escarbar. ¿Podría hablarme de ésta? Es un canto al amor, al dolor, por las mujeres marginadas que han debido asumir un legado pasado y presente de los más duros prejuicios sociales, exhibidos y defendidos por quienes jamás se propusieron visibilizarlas en una realidad lacerante.

¿En algún momento se planteó una competencia literaria entre usted y Pedro Jorge Vera? No, nunca. En 1987 publicó la Antología básica del cuento ecuatoriano, una selección pensada para que los alumnos de enseñanza secundaria conozcan a nuestros autores. ¿Cuántas ediciones tiene esta obra hasta ahora? Trece. ¿Cuánto le afectó la muerte de Pedro Jorge Vera? Imagine usted el vacío que deja un compañero de toda la vida. Tuve que reaprender la vida desde una cotidianidad con su ausencia. ¿En su obra conviven el realismo, la denuncia, la ternura? Sí, la ha definido correctamente (P.H.).

metrónomo

Comfort y música para volar Soda Stereo Disco lanzado el 25 de septiembre de 1996. Una nueva versión del álbum, con el mismo nombre, apareció el 22 de enero de 2007. Consiste en la grabación de la presentación que realizó la banda en los estudios Post Edge de MTV en Miami, FL, Estados Unidos en 1996. Versiones destacadas son ‘En la ciudad de la furia’, ‘Ella usó mi cabeza como un revólver’, ‘Té para tres’ y ‘Ángel eléctrico’.

Influencia Charly García

La ley innata Extremoduro

19 días y 500 noches Joaquín Sabina

Décimo álbum de estudio en solitario de Charly García. Fue editado en 2002 y marca el renacer de su carrera, desde la época de Say no more de 1996, ya que obtuvo buenas críticas de los medios y una excelente recepción de parte del público, que lo llevó nuevamente a liderar los rankings y a hacer exitosas giras, que lo llevaron incluso por primera vez al Festival de la Canción de Viña del Mar, Chile.

Disco compuesto de una sola canción dividida en seis partes bien diferenciadas en pistas independientes que facilitan el acceso mediante un reproductor digital. La idea de un disco de una sola canción ya la habían llevado a cabo en el disco Pedrá (1995), aunque sin partición de pistas. Destaca la `Coda flamenca (otra realidad)´, primer tema en el que Robe, líder de la banda, decide cantar a ese género musical tan propio de Andalucía.

Las canciones más intimistas y autobiográficas del cantautor. La canción `Cerrado por derribo´ habla de una una ruptura amorosa y fue grabada con dos letras diferentes, siendo la otra versión `Nos sobran los motivos´, Destaca ´Una canción para Magdalena´, con música de Pablo Milanés, y `Noches de boda´, con recitación de Chavela Vargas.

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Hace 50 años:

Intervención militar a la cultura

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l 18 de julio de 1963 la dictadura militar que había usurpado el poder intervino la Casa de la Cultura Ecuatoriana y destituyó a todos sus miembros. Fue el primer acto de fuerza contra una institución del país; después vendrían las universidades, sobre todo la Universidad Central del Ecuador, con lo que se inicia uno de los períodos más negros de la historia del Ecuador. Han pasado 50 años. Apenas siete días antes, el 11 de julio de 1963, a las 15 horas, grupos mecanizados y fuerzas militares cercaron el Palacio de Carondelet poniendo fin al gobierno constitucional presidido por el doctor Carlos Julio Arosemena Monroy.

Patricio Herrera Crespo

Pero esta historia parte en 1960 en la presidencia del doctor José María Velasco Ibarra, que estuvo caracterizada por el desorden y la violencia que se venía arrastrando desde el período inmediato anterior, el del doctor Camilo Ponce Enríquez, y que se recrudeció con la campaña electoral en la que, por cuarta ocasión, asumía el poder el doctor José María Velasco Ibarra, con una abrumadora mayoría (373.377 votos), correspondiente a la mitad del total del sufragio. Ni este enorme respaldo, reflejado también en la mayoría del Congreso, fue suficiente para el normal desarrollo del período pre-

sidencial. Varios aspectos como el encarecimiento del costo de vida, ‘el peligro del comunismo’ (recuérdese que el 1 de enero de 1959 triunfó la Revolución Cubana), abusos, inmoralidades, escándalos, a lo que se sumó el distanciamiento entre el presidente y el vicepresidente y una oposición beligerante y agresiva, abonaron para este clima de enfrentamiento que desembocó en la detención que el doctor Velasco Ibarra ordenara de su vicepresidente, quien presidía el Congreso Nacional, y de varios legisladores. Pero el Alto Mando de las Fuerzas Armadas solicitó la renuncia del doctor Velasco Ibarra, por estimar


memoria que se había roto la Constitución y asumió el poder el doctor Carlos Julio Arosemena Monroy. Su gobierno, que se inició con positivos auspicios de una concertación nacional, pronto empezó a enfrentar el ‘peligro del fantasma del comunismo’, bien absorbido por la oposición que juntó el criterio de grupos de derecha, la Iglesia, sectores empresariales, medios de comunicación y Fuerzas Armadas, que insistían en la ruptura de relaciones con Cuba, campaña que se regaba en todos los países. Nada pudo su criterio de fidelidad al ‘principio de no intervención’. El acoso tuvo como epílogo la solicitud del Alto Mando de las Fuerzas Armadas de la inmediata ruptura de relaciones con Cuba, el primer país socialista de América. A esto se sumaron graves escándalos a nivel de gobierno —como el ‘caso de la chatarra’— por la compra de equipos bélicos de desecho, un ensayo guerrillero en el Toachi (área de Santo Domingo), las inmoralidades del régimen, la conducta no adecuada del mandatario y una campaña de la CIA que capitalizó todos los problemas para provocar un golpe de Estado. En la publicación: Alternativa. Cuaderno # 2, que tiene como tema general ‘La CIA en América Latina’, se transcribe varios fragmentos de las declaraciones de Philip Agee en su libro El diario de la CIA y una entrevista que mantuvo con el escritor colombiano Gabriel García Márquez. Dice Agee, sobre sus actividades como agente de la CIA: «Su primer caso fue el Ecuador, donde siete empleados tenían un presupuesto

de 500.000 dólares. En dos años derrocaron dos presidentes reformistas: Velasco Ibarra, elegido por la mayoría más aplastante de toda la historia de ese país, y Arosemena, provocando disturbios políticos contra su negativa de romper relaciones con Cuba y la indecisión de castigar a la izquierda local. Ambos movimientos fueron dirigidos por la CIA (…). No estábamos tratando de tumbarlos; solo queríamos hacerles más dóciles a ciertos políticos —dice Agee—, pero se resistieron y los dos cayeron». Toda la obra estaba montada y el teatro de los acontecimientos era el Palacio de Carodelet, aquel 11 de julio de 1963 la Junta Militar asumió el poder. Estaba integrada por Ramón Castro Jijón, comandante de la Marina, quien la presidía; Luis Cabrera Sevilla, comandante del Ejército; Guillermo Freire Posso, comandante de la Aviación: y, el coronel Marcos Gándara Enríquez, senador funcional por las Fuerzas Armadas. «De ellos casi nada se puede decir», afirma Francisco Acosta

Yépez, en la publicación La dictadura enana, al referirse a los tres primeros; «vidas oscuras transitando de un cuartel a otro, de un barco a otro, de un avión a otro. Ningún antecedente especial, ninguna originalidad rentable». Respecto al coronel Gándara Enríquez, dice que «se ha afirmado que es un buen matemático pero que no ha tenido jamás mando de tropa». El análisis crítico realizado por el doctor Acosta Yépez respecto de las biografías de los nuevos gobernantes reflejaba una imagen muy pobre de los miembros de la Junta que, afirmaba, «inauguraban la dictadura más desgraciada que ha soportado la República del Ecuador». El presidente de la Junta Militar, Ramón Castro Jijón, en sus primeras declaraciones manifestó que el Alto Mando Militar, conociendo el estado caótico en que se encontraba la nación, había resuelto asumir el mando de la República. «Nuestro anhelo —decía— es enrumbar al país a la vida democrática y que éste marche, llamando a una nueva Asamblea Constituyente, para que sea ésta la que designe al nuevo Presidente de la República». Consideraban que requerirían de plazo dos años para dictar las leyes que el país necesitaba. Mentira, todos los vicios continuaron y se acrecentaron; se llegó a destituir a un miembro de la Junta, el comandante de la Aviación, Guillermo Freire Posso. Pero la verdadera tarea empezó apenas siete días después de asumido el mando. El 18 de julio el decreto 29 decía: «Declárase fuera de la ley al comunismo, así como a las actividades del Partido Comunista y sus or-

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ganizaciones similares y las que se crearen con alguno o algunos de sus miembros, aun bajo otro título». El decreto 30 del mismo día disponía «la cancelación de inmediato de sus cargos y funciones a conocidos elementos de filiación comunista, sin que puedan invocar Contrato Colectivo ni derecho a indemnizaciones especiales por despido intempestivo». El decreto 31 incautaba 25.000 dólares a José María Roura, «de procedencia comunista». El decreto 32, del mismo 18 de julio, «declara vacantes de sus cargos a los miembros titulares de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y Núcleos Provinciales, la reorganiza y nombra a los nuevos representantes. Lo más alto del pensamiento ecuatoriano dejó la Casa de la Cultura: Alfredo Pérez Guerrero, Clemente Yerovi Indaburo, Demetrio Aguilera Malta, Oswaldo Guayasamín, Celia Zaldumbide, Carlos Cueva Tamariz, Luis Verdesoto Salgado, Oswaldo Muñoz Mariño, entre otros. Manuel Benjamín Carrión, su creador y presidente, había presentado su renuncia dos días antes al secretario general de la CCE, Miguel Ángel Zambrano. Decía Benjamín Carrión en el prólogo del libro Semillas al viento, de Alfredo Pérez Guerrero (junio de 1966): «Las dictaduras de Latinoamérica, casi siempre, sobre todo si son castrenses, han declarado la guerra a la cultura. (…) ¿Por qué en nuestro país, en los últimos tiempos, se ha desatado un tan implacable acoso a la cultura y a sus impulsores? ¿Es que en esta nueva democracia, el talento, el prestigio, la capacidad están demás?», se preguntaba. Y hacía un recuento de hechos y personas. Y recordaba a Rómulo Gallegos, a Castillo Armas, a Victoria Ocampo, Ricardo Rojas, los Romero, Rizieri Frondizi, Niemeyer, Josué de Castro, Juscelino Kuvitschek, víctimas de ese acoso

a la cultura en otros países de América. Esta situación se repetía en varios países, y continuaba, como sucedió en la Argentina de Videla o en el Chile de Pinochet. El poeta Juan Gelman, quien acaba de visitar Ecuador, fue un exiliado, y sus dos hijos y su nuera, desaparecidos por los militares. «En esa misma forma —decía— podemos afirmar en nuestro amado país: Oswaldo Guayasamín, Oswaldo Muñoz Mariño, Jorge Adoum, Luis Verdesoto Salgado, Enrique Gil Gílbert, Pedro Jorge Vera, Antonio Parra, Gonzalo Abad…», corrieron la misma suerte. Pero el pueblo no soportó los abusos de esta dictadura y el 28 de marzo de 1966, luego de la brutal invasión a la Universidad Central por parte de las fuerzas militares, sus estudiantes y el pueblo de Quito, siempre rebeldes, pusieron fin al gobierno de facto y asumió la presidencia provisional el señor Clemente Yerovi Indaburo. Día trágico fue el 25 de marzo cuando las fuerzas militares, con uniforme de

combate, camuflados y armados, cercaron la Ciudad Universitaria y atacaron a las 5 de la tarde por los cuatro costados. El acto costó la vida del estudiante Eloy Baquero; hubo presos, heridos y destrozos... Como siempre, este acto quedó en la impunidad ‘hasta las últimas consecuencias’. Dijo Benjamín Carrión: «¿Y lo de las Universidades? Da ganas de llorar sólo al recordarlo». A esa intervención de la Casa de la Cultura, cuya finalidad fue «imponer en ella una administración favorable a su política, un caudaloso movimiento de jóvenes intelectuales llevó a cabo una fuerte presión sobre el Gobierno Provisional y obtuvo el decreto 1156 de 30 de septiembre de 1966 que dio a la Casa una nueva estructura y una completa autonomía», según la publicación 64 años, CCE. Bien dijo el economista Rafael Correa al posesionarse como Presidente de la República: «Fueron las horas más oscuras de nuestra América».


especial

Juan Gelman: flashback y presente continuo 41


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l poeta argentino radicado en México, Juan Gelman, fue el invitado especial de la V edición del Festival de Poesía Quito en Paralelo 0, organizado por Xavier Oquendo Troncoso, con el auspicio de la CCE. El poeta vivo más importante de la lengua castellana, como lo definió Jorge Enrique Adoum, recorrió Quito, ofreció una rueda de prensa en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, fue condecorado como Poeta de dos Hemisferios por los organizadores del Encuentro, recibió la presea Benjamín Carrión de la CCE, fue homenajeado por las universidades Central del Ecuador y de Otavalo, presentó su libro antológico Furia de pájaros, realizó una lectura y fue nombrado Huésped Ilustre de Quito por el vicealcalde, quien le entregó la llaves de la ciudad. Delgado, de melena y bigote blancos. Amable. Sarcástico. Divertido, pese a que en 1976 desaparecieron sus hijos, su nuera y su nieta, y a que no pudo volver a su país debido a su militancia comunista y su postura combativa, por prohibición de la dictadura argentina. Pero el compromiso de Gelman no ha sido únicamente con las causas justas, sino también y, sobre todo, con la poesía; la magia que ha puesto de manifiesto en, al menos 45 libros, lo llevó a obtener, en 2007, el premio Cervantes. En la rueda de prensa ofrecida por el poeta en el aula Benjamín Carrión de la CCE, Raúl Pérez Torres recordó que en los años ochenta, antes de conocer a Gelman, lo imaginaba como al poeta más triste de la Tierra, pero que en sus ojos miró esperanzas, las formas de la lucha, del combate, la libertad y la ética con la sociedad. En 1982, en Cuba, Raúl Pérez Torres entrevistó a Gelman. Al final del encuentro, le dijo: «Yo pienso que muy pronto te podremos tener por Ecuador». «Ojalá», respondió el poeta argentino. En honor a ese deseo cumplido, ahora la presentamos.

Juan Gelman y la ética

de la tragedia

Estamos en La Habana, sentados en la mesa más apartada del ‘Floridita’, aquel salón famoso donde Ernest Hemingway apurara uno tras otro su daiquirí con hielo mientras borroneaba lo que más tarde sería el Viejo y el mar. Juan Gelman, ganador del premio concedido por Italia al mejor poeta extranjero, es silencioso, tímido, parecería que el sonido de las palabras le sorprenden y le pesan. Fuma un cigarrillo tras otro y mira a la grabadora con desazón, el diálogo empieza donde quiera, pero esto es lo que se rescata: R.P.T.- A pesar de la incomunicación, del bloqueo real que existe en nuestra América, casi sin conocer tus libros hay muchas referencias de ti, se te aprecia mucho, algo como que se sufre tu dolor por los compañeros caídos, Paco Urondo, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, como que ya has muerto un poco con ellos, como que hemos muerto un poco con ellos; es decir: ¿como que el exilio también lleva su pequeña muerte? J.G.- Sí, el exilio es el exilio del país definitivamente, pero sobre todo es el exilio de la posibilidad de triunfo que, en cierta forma, en cierto momento, parecía muy cercano. Es decir, lo que más padezco es la derrota, y eso tiene que ver con lo que tú decías de mis compañeros muertos… todos estamos exiliados de ellos dentro y fuera del país. ¿Desde cuándo vives fuera de Argentina? Mira, yo vivo fuera desde 1975, no es que me haya exiliado en ese momento, porque en ese entonces salí al extranjero a cumplir ciertas tareas en materia de política internacional, después surgió el golpe militar y de allí golpes muy duros contra la organización, cuadros diezmados, compañeros asesinados, entonces la posibilidad de retorno ya tiene que ver con otra cosa, con la posibilidad de construcción de una nueva fuerza, con una posibilidad de cambio dentro del país. Volviendo al problema del exilio, ¿qué consederas lo más negativo y lo más positivo de éste? Bueno, lo más negativo me parece el exilio en sí mismo, porque es la distancia con el país, la impotencia que surge de la posibilidad de acción directa, de acción concreta, de acción política, y el hecho de estar alejado de una ciudad que amo, Buenos Aires, de lo que queda de la familia, esto es muy negativo porque uno se siente como fuera del lenguaje popular, del lenguaje de la gente, y esto para un poeta es vital, por lo menos en mi caso es muy importante para mi escritura.


Es decir, ¿tu poesía tiene mucho que ver con el lenguaje de la ciudad? Sí, efectivamente, no creo que sea traducción directa pero el problema es que, como es el pueblo el que crea idiomas, la posibilidad de escuchar, de hablar, es muy importante, es una cosa que te alimenta. Yo vivo en Italia, un país donde no se habla el español y el choque es una cosa que jode. Lo positivo del exiliado es por un lado la posibilidad de aprender nuevas cosas, estudiar, investigar, de ver y de pensar, incluso, cosas que en el país en este momento es muy difícil hacer, de tener acceso a textos que en el país han desaparecido o que comporta peligro tenerlos, la posibilidad de laborar políticamente, de discutir con una serie de compañeros que también están en el exilio, la manera de poder llegar a un plano objetivo que supere la derrota. Es decir, también enriquecerse y alimentarse de otras culturas a pesar de que la problemática sea tan distinta de la de nuestros países latinoamericanos. En todo caso, nosotros hemos tratado de que el exilio no sea una diáspora sino una retaguardia con una situación donde siempre esté latente el movimiento revolucionario. Aparte de tus tareas obvias, ¿cómo repartes tu tiempo en Italia, qué haces? En primer lugar trabajo para comer, para seguir viviendo; por otro lado, tengo una militancia política y en tercer lugar, escribo. Hoy me ha ocurrido una avalancha de escritura en estos dos últimos años, tú sabes que en materia de poesía esto no es cuestión de voluntad, por lo menos en mi caso. Estuve cuatro o cinco años, del 75 al 78 escribiendo poquísimo por una cantidad de razones, pero en los dos últimos años, en el 79 y 80, escribí siete libros de poemas y un librito en prosa de reflexiones sobre el tema del exilio.

¿Eso está publicado en español? En español se han publicado tres de esos libros, ahora se van a publicar otros dos, y quedan todavía dos libros inéditos y éste que te mencionaba, que son pequeñas notas al pie de una foto y su título es: Bajo la lluvia ajena. Recibiste un premio con Onetti, ¿cómo fue eso? Sí, en octubre de 1980 se acordó el premio internacional de prosa para Onetti y el de poesía para mí, es el premio Mondello, que es un premio que se otorga a lo que el jurado considera la mejor obra de prosa y poesía extranjera que se ha publicado en ese año en Italia. Existe en América Latina una poesía que se ha convertido en algo así como la ética de la tragedia, un canto casi epopéyico de nuestra vocación, de fracaso o algo así, y por otro lado está la acometida a la ciudad, su descubrimiento, su lenguaje. Una esperanza plagada de dolor. Sí, yo creo que no se puede, que nuestra esperanza no la podemos destruir sin hacer nada, desgraciadamente así será. La represión ha dejado muchas decenas de miles de muertos en nuestro país, pero la esperanza está en que confiamos que vamos a vencer a esta dictadura y en que vamos a construir otra

sociedad, a esto no renunciamos; pero claro, es un objetivo de muchos años. Hemos pagado un costo altísimo para la realización de todos estos objetivos. En este sentido yo pienso que no es una poesía derrotista el rescatar a nuestros compañeros muertos, hablar de ellos, expresar el dolor que sentimos por la muerte, porque de alguna manera están vivos, y ellos siguen siendo un impulso muy grande para salir adelante. La derrota sería hablar o no de ellos, no sé, pero en todo caso, olvidarles, eso sí sería una derrota, olvidar aquellos ideales que comprometimos y por los cuales vamos a seguir peleando. Pasando a un elemento formal de la poesía, ¿qué piensas del hecho cotidiano dentro de la poesía actual? Siempre la cotidianidad me pareció algo sumamente importante en la poesía, el problema es cómo se percibe esa cotidianidad, en mi caso siempre ha habido un sentimiento como de estar en esa cotidianidad, pero al mismo tiempo, sin aferrarse, como si fuera una cosa imposible de aferrar realmente. Trasladado esto a otros términos vendría a ser la inaferrabilidad de la realidad que supongo nos pasa a todos y que es una lucha constante de quien se expresa en poesía o en prosa, un motor de sentimientos, algo psicológico que incide en la creación.

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En este sentido, ¿cuáles crees tú que pueden ser los elementos constantes identificables dentro de la poesía latinoamericana? Se ha hablado mucho de la corriente conversacional, de la antipoesía, etc., yo creo que la poesía latinoamericana sigue evolucionando, tiene un nivel alto, pienso que la gran poética de América empezó con Darío, hace más de un siglo, y siempre ha existido cumbres como Neruda, Vallejo, claro, y otros, pero siempre ha habido un caudal sostenido, poético, muy apreciado y sumamente importante; y creo que en esta década vamos a asistir a un auge, a algo muy fuerte en materia de poesía latinoamericana porque además están pasando cosas muy fuertes, y los manuscritos que hemos visto en este concurso, por ejemplo, lo van demostrando con sus corrientes y desarrollos específicos. Lo que no se debe suponer es que la poesía se deba hacerla de tal o cual manera, cada creador es una forma que, bueno, se podrá por comodidad didáctica afiliarlo a cualquier terreno, pero la realidad es mucho más prolija que eso y la poesía en particular.

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¿Hasta cuándo la tiranía, el dolor, la muerte en tu país, en la Argentina, qué piensas tú, qué perspectiva ves? Bueno, yo veo buenas perspectivas, no a corto plazo, pero hay una perspectiva a partir de un hecho muy evidente: esta dictadura militar que logró algunos objetivos, por ejemplo golpear duramente a las organizaciones políticas, o producir una distribución de ingresos desfavorables a la clase obrera, en términos casi brutales, y que ha favorecido a un sector muy pequeño de la población, y ha propiciado la alianza de clases que dio consenso al apoyo del golpe militar, está en proceso de deterioro acelerado y, en consecuencia, a los propios militares se

les plantea la contradicción y están hablando de una democratización, pero en la Argentina ésta no va a poder ser a la brasilera, porque lo que ellos no han conseguido, a pesar de haber desmantelado el aparato sindical, es que cese la resistencia obrera. Otro fracaso enorme de la dictadura ha sido que no han podido echar tierra sobre el problema de los desaparecidos; de manera que desde el punto de vista de los derechos humanos y desde el punto de vista de someter a la clase obrera, la dictadura militar ha fracasado, por eso pensamos que lo que se ha producido es un repliegue ordenado de la dictadura militar; pero te repito que ese repliegue no va a poder darse en el mismo término que en Brasil, porque la dictadura argentina es mucho más precaria en estos momentos. De modo que si prosigue su política con el mismo plan económico, el desbordamiento de la protesta social aumentará, y como no están en condiciones de producir un cambio en la política económica ni de generar una transición desde el punto de vista económico, esto va a ahondar la contradicción entre ellos, pero es un problema de ellos. Lo fundamental está en el campo, entre los obreros, la fuerza que está surgiendo a pesar de la diezmada organizada. Está la resistencia obrera que es permanente desde septiembre del 76, las huelgas que continúan, que se reproducen, y el surgimiento de dirigentes sindicales de base a lo largo de estos cinco años, que se han formado en la resistencia contra la dictadura, es que esas son las nuevas direcciones de la clase obrera. Al haber la dictadura militar barrido con la superestructura burocrática del movimiento obrero, lo ha redimensionado de una manera extraordinaria y la lucha continúa en condiciones muy difíciles de represión, en anonimato, y en esta lu-

cha se nota un proceso muy interesante de confluencias que nos hace pensar con optimismo en el fortalecimiento de la clase obrera que, ahora más que nunca, está unida en torno a su propia identidad política, pero que, a su vez, ha sacado magníficas lecciones del fracaso y está en la resistencia como lo estuvo en los últimos veinte o veinticinco años, pero ahora con la conciencia mucho más profunda y clara de sus intereses y necesidades. En este sentido, ¿la poesía es también un arma? No sé qué decir, es relativo, porque la dictadura golpea mucho a los intelectuales, a los escritores, a los poetas de nuestro país; quemaron libros, etc. Pero a mí me parece como que quizá los intelectuales no estaban plenamente preparados, en Argentina, para una acometida tan bárbara, que tal vez pecaron de una cierta ingenuidad política, no había un frente que conjugara esa fuerza intelectual y la proyectase. No, el problema del grupo intelectual de Argentina era que, por la aspereza de la lucha, nosotros preferimos dedicarnos directamente a la acción política militar, más que a la acción cultural, sin desdeñarla, pero a medida que la situación se fue agravando, la preocupación se fue haciendo mucho más explícita en este terreno. Este es el origen y no la ingenuidad, el origen de la desaparición de intelectuales tan valiosos con Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, etc. Pasando a otra cosa, ¿tú conoces el Ecuador? No, estuve de paso, no más. Yo pienso que muy pronto te podremos tener por Ecuador. Ojalá.


Rueda de prensa en la CCE

El juego en el que andamos Si me dieran a elegir, yo elegiría esta salud de saber que estamos muy enfermos, esta dicha de andar tan infelices. Si me dieran a elegir, yo elegiría esta inocencia de no ser un inocente, esta pureza en que ando por impuro. Si me dieran a elegir, yo elegiría este amor con que odio, esta esperanza que come panes desesperados. Aquí pasa, señores, que me juego la muerte.

«La poesía es una señora muy difícil de agarrar» 45


¿Continúa el exilio para usted? ¿Cómo ha influido en su obra literaria? No, no me siento en exilio; elegí vivir en México, donde no estoy exiliado, fue por voluntad propia. El exilio influyó en mí sobre todo porque ahí volví a los místicos españoles, San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Y encontré un sentimiento muy semejante en ellos, porque tanto ellos como yo sufríamos la ausencia de lo amado: para ellos, Dios; para mí, el país, los familiares y amigos que perdieron la vida, amigos asesinados por la dictadura militar y, también, la pérdida de un proyecto que fracasó.

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¿Los gobiernos progresistas de América Latina, podrían cambiar el trabajo del poeta? No es que la poesía no registre esos cambios tan favorables, que se traducen en favor de nuestro pueblo, pero la poesía obedece a otras le-

yes; nadie sabe si Shakespeare era comunista o era derechista; ahí está su obra. Yo creo que el tema político-ideológico ocupa un lugar en la subjetividad creadora pero no la copa toda. También ocurren cosas curiosas, como el caso de Ezra Pound, que hizo propaganda en favor de Mussolini y escribió el mejor poema contra la usura que ningún marxista, maoísta, leninista escribiera jamás. También está Celine (autor de Viaje al fin de la noche), quien denunció la pobreza en Francia, perteneció al partido comunista y sin embargo terminó escribiendo los folletos más antisemitas y racistas que se escribieron durante la Segunda Guerra Mundial. De modo que la relación entre ideología, política y poesía depende de cada quien y no es nada clara, sino oscura. Por ejemplo, tenemos el caso de Borges, quien asistió a esa famosa

comida en mayo del 76, dos meses después del golpe militar, y salió diciendo que los militares eran unos caballeros, aceptó un premio de Pinochet, dijo que España estaba mejor con el franquismo. Pero ocurrió que se enteró de las desapariciones de las personas, tema del que no sabía nada (estaba ciego, se juntaba con personas que jamás le iban a hablar de las barbaridades de la dictadura), y no obstante, al hablar con esta amiga que tenía a su vez una amiga a la que le desaparecieron la hija, y al saber de qué se trataba, firmó el primer manifiesto público contra las desapariciones que se hizo en Argentina durante la dictadura, pidiendo la aparición, con vida, de los desaparecidos. Un agente de los servicios que era locutor de radio lo llamó por teléfono para decirle que había aparecido una firma de Borges, que no entendía de qué se trataba, que no entendía por qué. Borges, quien no tenía la memoria muy sólida, le dijo: «¿Cuál manifiesto?». El locutor se apuró y dijo: «Ya sabíamos que no era su firma, que eran esas locas de Plaza de Mayo que exigen la aparición de sus hijos que están en la clandestinidad o paseándose...». Borges lo interrumpió y le dijo: «Yo firmé ese manifiesto». Y se cortó la comunicación. Hay un documental de la BBC de Londres en el que se le hace esa pregunta y Borges, con los ojos empozados, dice, como dijo Samuel Johnson: «Ignorancia, señora, pura ignorancia». A Borges en Argentina se lo discutía desde que yo era joven; pero el tema de la escritura sigue vigente y, finalmente, lo que importa en un autor es la obra. ¿Y Solzhenitsyn? Está el caso de Solzhenitsyn, y el caso de Primo Levi que estuvo un año en un campo de concentración... Ahí nace, desde el punto de


vista de la escritura, ahí sucede, a mi juicio, que aquellos que no han sufrido en carne propia, pero que tienen la sensibilidad, la imaginación, el conocimiento de la vida, descubren el horror, el mal. Como Emily Brontë que escribió, entre otras cosas, una novela en la que describió como nadie el mal del amor, una mujer a la que no se le conoció pasión alguna y que murió a los treinta años en la mesa familiar, y sin embargo, escribió ese libro. En cambio, en un Primo Levi, en un Solzhenitsyn, hay vacíos que no se pueden vencer, que sufrieron el mal en carne propia. Lo sé por experiencia personal, no se trata del dolor sufrido, se trata de vencer el dolor que intenta aniquilarnos el espíritu para convertirnos en tierra fértil para el autoritarismo. En estos tiempos en que se dice que se lee menos, ¿la poesía está herida o goza de buena salud? Los que están heridos son los editores, para no hablar de los críticos literarios, porque la poesía existe desde el fondo de los siglos y ningún desastre natural ha podido destruir su continuidad. Un filósofo chino del siglo II (por favor no me pidan nombre), dijo: «Todo el mundo habla de la utilidad de lo útil y nadie de la inutilidad de lo inútil», y la poesía es inútil. Pero la poesía va a existir hasta que el mundo se acabe. Hay poetas en todo el mundo, en Occidente y Oriente, que crean una especie de orquesta sinfónica cada cual con su propia voz. Creo que la poesía es necesaria porque quien la lee suele descubrir territorios interiores que no sabía que tenía y que por eso mismo no tenía. ¿Cual es su opinión del intento de la juventud de reclamar a la clase política europea lo que ellos no hacen? Estoy totalmente de acuerdo con que la gente, los indignados protes-

ten. Pero, usted se refirió a la poesía política. Poesía política se viene escribiendo desde el fondo de los siglos; Ricardo III, de Shakespeare, es un gran poema político que describe la dificultad con el poder. Y Dante también tiene su costado político. Lo que yo creo es que el único tema de la poesía es la poesía, y por eso mismo, en un poema lo esencial es que sea poesía, cualquiera sea el asunto que trate. El tema de la poesía política ha sido, sobre todo, objeto de opiniones sociopolíticas más que de opiniones valorativas. Mira lo que ocurrió con la Revolución Cubana: se escribieron miles de poemas revolucionarios y muchos de ellos eran apenas panfletos. ¿Cómo enamorar precisamente a la gente común y corriente de este caudal de sensaciones? Y con respecto a la cultura como tal, ¿cuál sería la aproximación hacia ella en el momento actual? Su pregunta merece una respuesta compleja, yo creo... Ayer anduve por el Centro Histórico, por la ciudad antigua de Quito, y me emocioné mucho al ver que proyectos como ‘Quito a pie’ o ‘La aventura de la cultura’ atraían a mucha gente común y sencilla, a las familia con sus hijos, y luego vimos espectáculos absolutamente extraordinarios que hicieron llorar a mi mujer, ¡yo no lloré porque soy macho! [Risas]. De manera que se nota qué hay detrás de toda esa belleza, infraestructuras de gobierno para la difusión de la cultura, pero, a mi juicio, hay un aspecto fundamental: ¿cómo puede usted pensar que un obrero (estoy pensando en la ciudad de México con 22 millones de habitantes) que viaja 2 ó 3 horas de ida al trabajo y otras tantas de regreso a su casa, lea. ¿Cómo pedirle, después de haber sido explotado ocho o diez horas, que lea?

Hay una cantidad de cuestiones socioeconómicas que tienen un peso decisivo sobre la difusión de la cultura. Quería preguntarle sobre su apreciación de un concepto de cultura que vaya unificando a América Latina. Yo creo que ese trabajo de difusión de la cultura no implica necesariamente un intercambio, creo que ayuda a una divulgación de la ‘otra’ cultura porque en América Latina hay una diversidad cultural impresionante; sólo en México hay cientos de etnias, algunas de cuyas lenguas están en proceso de extinción. En ese sentido, el cuidado de la lengua original es parte de la comprensión del otro, ayuda a entender que el otro existe, a extender los campos de fraternidad entre los pueblos y a crear un piso en el que, con el tiempo, se podrá cumplir en toda América Latina el sueño de Bolívar. He visto una biografía suya publicada en formato electrónico, le digo esto para preguntarle si le gustaría que su obras se difundan en formato electrónico o si tiene algún problema con eso. Sí, sí tengo un problema, tengo muchos problemas. Yo tengo 83 años, en mi vida he avanzado tanto desde el punto de vista tecnológico que para mí, tonterías como Internet o celular me he olvidado que existen. Tengo resistencia a leer en Internet novelas, ensayos; cuando encuentro algo que me interesa, lo imprimo. Además, en alguna ocasión cometí la tontería de enviar 20 poemas inéditos; parece que el aparato se enojó y me dejó sin disco, sin los poemas. Para mí, no digo para todos, me resulta difícil leer por Internet. No significa que sea general, y tampoco quiere decir que va a desaparecer el libro, tampoco lo creo, pues está de por medio el negocio editorial.

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Tiene una capacidad hipnótica para leer sus poemas. ¿Cómo desarrolló esa capacidad? Mire, no me consta. Todo lo que uno escribió ayer a uno le parece insatisfactorio porque la poesía es una señora muy difícil de agarrar. Y luego está el lector que no conoce todas esas desgracias, dificultades, infortunios. A veces me llegan testimonios en el sentido de que más de uno usó un poema de amor para ligar, y me causa mucha satisfacción (risas). Si un poema mío sirve para enamorar, estoy más que satisfecho. Tengo algunas anécdotas, como cuando una vez Benedetti se encontraba en Buenos Aires y una radio nos hizo una entrevista en conjunto. Benedetti leyó su poema. Luego, yo leí un poema de amor. Al salir de la estación, una empleada se me acerca y me dice: «¿Ud. escribió ese poema?». Le digo: «Sí». Y ella dice: «¡Hijo de puta!». «Mire señorita, yo entiendo que el poema no le satisfaga pero yo soy una persona decente». «No, hijo de puta un novio que tuve que me dijo que él era el autor de su poema» (risas). Pero la insatisfacción es permanente, creo que reside (en algo que yo estoy absolutamente de acuerdo) en la definición de la belleza de Sor Juana Inés, que la describe como una espiral. Termina el libro, muere la obsesión que lo motivó y usted está en otro punto, más adelante en esa espiral.

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¿Cree que ha terminado la época de la ‘crisis de la ternura’ en América Latina? De ninguna manera. Los militares argentinos quemaron muchos libros, entre ellos El Principito, único caso en que les di la razón porque la ternura atenta contra las dictaduras. Yo creo que hay una crisis del individualismo, más que de la ternura...

Su poesía ha sido también de preguntas, de interrogantes. ¿Cuáles son hoy las interrogantes de Juan Gelman? ¡Vaya pregunta! Yo creo que cualquier artista, de toda disciplina, poesía, narrativa, pintura, escribe o crea alrededor de muy pocas cosas porque hay muchas cuestiones absolutamente impenetrables. Vuelvo a la imagen de Sor Juana, el desarrollo en espiral permite ver distintos puntos desde distintos lugares y eso exige otra clase de expresión. Esa pregunta sobre las obsesiones..., las obsesiones son múltiples, interminables. Había un pintor japonés que a los 90 años dijo: «Ojalá llegue a los 100 para seguir perfeccionando mi técnica. Ojalá llegue a los 110 para entender cabalmente los misterios de la naturaleza. Y ojalá llegue a los 120 para poder pintar». Es una expresión de las dificultades que todo arte entraña. ¿Ve nuevos poetas de Ecuador que vayan a tener relevancia en los próximos años? En el estado de ‘balcanización’ y otros que estamos viviendo en América Latina, no es fácil hallar libros de autores ecuatorianos o guatemaltecos, en México, del mismo modo que en Argentina, no se conocen autores chilenos, uruguayos, estando tan cerca. Hace muchísimos años me invitaron a un festival de poesía en Venezuela, y me encontré por primera vez (yo tenía 60 años) con un poeta enorme: Juan Sánchez Peláez. No había un solo libro de él en Argentina ni en ningún otro país. Festivales como estos ayudan a que se descorran los velos y a que poetas de diferentes países se vayan conociendo entre sí. Mi respuesta sería insuficiente porque no conozco

bien la poesía ecuatoriana; «Pa’ qué mentir», dice el tango. ¿A qué sabe el pan duro y cuál es el significado de un pasaporte falso? El pan duro, con la edad que tengo, no lo como. El significado de un pasaporte falso… Trasladarse de un lugar a otro si no se dan cuenta. ¿Cuál es la especificidad del español, lo que otra lengua no tenga, para hacer poesía? Yo no conozco todas las lenguas del mundo, pero sí sé que gente que habla otras lenguas reconoce la música del castellano —yo prefiero llamarlo así, castellano—. Hace años, durante mi exilio, estábamos en un recital de poesía en París, yo leí unos poemas y los poetas franceses, que no hablaban castellano, preguntaban de dónde salía eso, porque lo único que oían era la música de las palabras. Igual sucedía en Italia. Del alemán sé que hay palabras de 14.224,5 sílabas. En cambio en castellano, creo que la palabra más larga es ‘otorrinolaringólogo’, y solo se usa cuando uno necesita consultar a ese especialista. El castellano es una lengua en estado de nacimiento. Durante cuatro siglos, indígenas de Chiapas o Guatemala se negaron, por su lucha, a hablar en castellano, y ahora irrumpen y enriquecen nuestra lengua. Tuve una polémica con escritores, con poetas españoles que consideraban que no había que lastimar la lengua; siempre he pensado que se la vienen lastimando desde su nacimiento, y al castellano en particular. De hecho, Cervantes tiene un discurso dirigido a Sancho, en el que inventa palabras y le habla sobre la necesidad de ampliar el castellano. También Lope de Vega dice: «Siempre mañana, pero nunca mañanamos».


anaquel

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Libros en Paralelo

niciativa del poeta Xavier Oquendo Troncoso que en cinco ediciones ha agrupado, en torno a la palabra, a más de cien poetas ecuatorianos y cincuenta internacionales. Ha rendido homenaje de gratitud y respeto a Jorge Enrique Adoum, Rubén Astudillo y Astudillo, Ileana Espinel, Nelson Estupiñán Bass y, este año, al cumplir su primer lustro, a Euler Granda.

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Cada una de las ediciones ha sido recordada con un libro que agrupa muestras poéticas de cada uno de los autores invitados al evento. El proyecto ha sido realizado con el apoyo de la CCE y busca recuperar nombres de los poetas marginados. Las publicaciones promovidas por Xavier Oquendo Troncoso incluyen antologías y libros premiados en los certámenes organizados a propósito de los Encuentros. A continuación varias reseñas:

Poesía en Paralelo 0

Atajos de otra piel

Furia de pájaros

Cesado el nombre

La Antología del quinto Encuentro Internacional de Poetas Ecuador 2013, organizado por Xavier Oquendo Troncoso y publicado por El Ángel Editor y la Casa de la Cultura Ecuatoriana, muestra el trabajo de 40 autores, entre ellos, el de Juan Gelman, el poeta vivo más importante en lengua castellana. Constan tres argentinos, una boliviana, dos cubanos, tres españoles, un guatemalteco, un italiano, tres mexicanos y veintidós ecuatorianos. 596 páginas con textos que muestran, además, textos originales de los autores. Paúl Hermann

Euler Granda deja que fluya su estilo espontáneo y genuino en la construcción de sus poemas de amor y erotismo. En su caso, estos dos estados del alma están emparentados; no se puede deslindar uno del otro en su poética. La representación del amor es erótica, y está expresada, a veces, de manera sutil, y otras veces, con un mayor peso en la mirada del objeto del deseo. No es frecuente la separación de estas dos perspectivas.

Su voz es única y le ha costado la vida y el dolor de vivir. Es que es un pájaro el tío Juan. El mundo escuchará ya siempre ese pío pío de Juan Gelman que parte la piel. Tal vez él ni sepa que el mundo le estará agradecido por siempre que haya devuelto los pájaros a sus nidos abandonados. La poesía a costa de su dolor, de su amor, de su pureza. He aquí Gelman para todos. El poeta que venció ‘alas’ palabras. Solo fue derrotado por su corazón de pájaro. Pero aún sigue volando.

Al avanzar en la lectura, no pude evitar un alegre sobresalto que me permitió asociar la escritura con el espíritu con que las palabras están ceñidas, y apareció ante mí la voz de un extraño juglar —extraño en cuanto poco frecuente— donde se conjuga el ojo con el pensamiento. Es necesario leerlo en forma lenta y silenciosa para descubrir la soledad que reproducen los espejos y, a la vez, percibir el vuelo oculto en la sombra, como señala Pablo.

Julia Erazo Delgado

Xavier Oquendo

Antonio Correa Losada

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Pubis equinoccial, la polifonía del deseo Guido Tamayo

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l deseo se oye, y por eso de este libro parten tantas voces desde la recámara, narrando sus aventuras y desventuras amorosas; hay que prestar oído a los sonidos del placer, es su banda sonora. El deseo se ve y por eso este libro es como una cámara que proyecta tantas imágenes del cuerpo en gozo o insatisfecho, es como una suma de cortometrajes, o mejor, coitometrajes. El deseo se lee y se escribe, y por eso este libro hay que penetrarlo con ojo atento, voyerista, fisgón, para deleitarse con la escritura en su cuerpo, una escritura que invade la sábana blanca para llenarla de muchas historias como el Decamerón. También se huele y se toca, pero eso se lo dejo a ustedes. Raúl Vallejo sabe que el poema es música hecha con palabras que a su vez figuran imágenes y por eso este libro simultáneamente hay que oírlo, verlo y leerlo y, por supuesto, escribirlo con su autor, acompañarlo en su éxtasis. Es decir, este libro es una orgía. Una orgía selecta donde no hay invitados de piedra, todos sus personajes son de carne y hueso, algunos con más carne que otros, incluso algunos son un ‘hueso’, pero todos participan como gozosos o dolorosos, nadie sale indemne de estas historias: ni el amante, ni el amado, ni el utilizado, ni el cornudo, ni el desamado, ni el mirón. La escritura, pues, de este singular libro de cuentos es como el acto amoroso: la caricia es el gesto que

busca el placer: a veces acierta, a veces deja insatisfacción; la palabra que lo nombra también quiere acertar, ser la precisa, y en esa aventura nos jugamos el amor sexual y el deleite textual. Lo sexual y textual conviviendo, pero sin acosos. ¿Podremos corregir sobre el cuerpo de la amada nuestras caricias en busca de la perfección?¿Habrá tiempo y paciencia para editar nuestras caricias? En esto creo que la escritura textual es más generosa y la reescritura depende más de nosotros que de la duración incierta de una aventura amorosa. En algunas ocasiones habrá que amar de repente y sin probabilidades de redención. En otras, podremos ensayar, errar y corregir. Quién sabe. Pero si decimos Decamerón, tenemos que incluir una larga lista de homenajes y guiños que el autor hace a algunos autores y personajes que le precedieron y que crean un gran linaje en la tradición de las letras amorosas, entre ellos, por supuesto: San Juan, San Agustín, Chaucer, De Laclos, El divino Marqués de Sade, Bataille, Kierkegaard, Nabokov, Henry Miller, Anais Nin, Lawrence Durell, Manuel Puig, etc. Y ni qué decir de los poetas que cita en sus epígrafes o al interior de sus páginas: Vallejo César, su tocayo; Porfirio Barba Jacób, Juan Ramón Jiménez, Efraín Jara Idrovo, Mario Campaña, etc. Todos estos nombres están convocados para celebrar un gran ejercicio: el de la libertad, el de la libertad amorosa, sexual y tex-

tual. Por esa la diversidad de citas, autores y épocas. El amor sexual, con todas sus esclavitudes, es uno de los principales espacios humanos y culturales para ser libres. El amor sexual no tiene limitaciones ni moralidades como la misma escritura del sexo. Toda limitación es una imperfección; toda represión, un abuso. No podemos cercenar nuestro deseo a la luz de una moral pacata, este también es un tema del libro. Las contradicciones del amor, la impotencia, los celos, las venganzas, una sociedad que toca las puertas de las habitaciones para decirles a las parejas que reposan (poscoitumanimal triste) que la revolución intenta sobrevivir más allá de los hoteles (Varadero), o que Frida, Trosky y su esposa Natalia vivan en su búnker de Coyoacán un melodrama titulado el amor traicionado, que no la revolución traicionada. Que la miseria rodea la fortaleza de la ciudad antigua en Cartagena de Indias, o la xenofobia madrileña con doble moral contra los trabajadores sexuales (putos y putas en castizo) sudacas. En fin, insisto, el amor encerrado en los cuartos, pero afuera el mundo andando con sus miserias, desencantos, muchas veces un universo antiafrodisíaco.


Novela de Orlando Pérez:

La ceniza del adiós

Liset Lantigua

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n Canción de invierno, Silvio superpone la búsqueda definitiva del ser al orden inaplazable de lo cotidiano: «Es día de frío y llegas a casa / llegas de la tarde cansada de un jueves / (…) Te sientas y cenas y todas las culpas te dan con un peso mayor que tus fuerzas». Hasta llegar a esa instancia que renueva el sentido de la insistencia: «La angustia es el precio de ser uno mismo». Tuve que volver a esta canción tras la lectura de la novela de Orlando Pérez porque en la intimidad de las revelaciones que permiten ciertos avances en los comportamientos ya no sentimentales, sino prácticos, Pablo la evoca, la sitúa en uno de los pasajes en los que da cuenta de haber acudido ‘acompañado’ a algunas afinidades, pese a su soledad condenatoria y unánime. Hay en esta experiencia mucha más anticipación que deleite lírico y acústico Canción de invierno no es una coincidencia azarosa en esta trama —quizá ninguna coincidencia lo sea—. Si he partido de ella es porque enuncia, dispone y resume la esencia del transitar que pervive a lo largo de la historia, pese a la inminencia de la muerte. «Estas páginas no son mi confesión, sino mi definición». (P. 9). En las primeras líneas de la novela, el barón de Teive, otro heterónimo de Pessoa, corrobora la presencia mortífera de cualquier destino, más

allá de las revelaciones del protagonista, que tras el anuncio de que le queda menos de un año de vida se sumerge en una extensa diatriba contra todo lo que sirvió de nexo en los eventos que lo empujaron hacia este presente confuso, constreñido, demasiado incompleto para lo que le queda por saldar, y en el que su presencia es tan irremediable como la muerte misma. La tentativa sobre el suicidio aflora con demasiada lucidez a través del barón de Teive y se desvanece por eso, con la misma premura, en la antesala del viaje paradojal que trae al protagonista de regreso a Quito en un vuelo desde Madrid, y que le aporta claridad a asuntos y hechos trascendentales de sus primeros cincuenta años de vida. En este sentido, cabe señalar que la duración temporal de la obra se maneja con una utilidad impecable. No importa, por lo tanto, la finitud. El protagonista hace un viaje fundamental, acaso 12 horas en avión para poner orden en su partida definitiva. El viaje aquí es la antítesis del retorno: vuelve para partir. Retorna a su lugar con el único propósito de que la permanencia le conceda la indulgencia de la expiación de las culpas y los rencores. Todo al mismo tiempo, pues no le queda tiempo para más. La psiconarración en la historia define todo el acontecer del relato. Pablo, el protagonista, parece recurrir a una solvencia recursiva que solo es posible

en el umbral de algo determinante como la muerte, ya sea en su estado real o simbólico; sin embargo, su propia historia y su quehacer como intelectual se encargan de apagar las luces de los clichés más fúnebres de nuestra valoración, en consecuencia con la hondura la de la muerte, misteriosa y átona. Que todo gire en su torno es mera circunstancia de este hombre que retorna a su país con la confirmación de un diagnóstico irrebatible, y cuyo conflicto esencial es anunciarlo a quienes lo aman: la hija, la novia y el ama de llaves. Para quien carga con tres muertes de las que se asume responsable, como este hombre, el anuncio de la suya debería corresponder con el exacto valor que ese pasaje al acto del asesinato le imprime a la vida. Sin embargo, el horror sucedáneo de la espera y la disposición de ella en la existencia de quienes aguardan para festejar sus cincuenta años ocupan la obertura esencial que conecta las calladas apariciones, abandonos y muertes que lo habitan. Ese es acaso su rol, nada menos perturbador en medio de los contrastes que las declaraciones de este hombre traen consigo, de toda índole pero por sobre todas las cosas, de un humanismo atronadoramente lúcido.

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Habanastation

Retrospectiva del cine

cubano E

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n conmemoración del Sesenta Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, fecha que cambió para siempre la historia de Cuba, y en recordación del recientemente desaparecido creador del cine revolucionario cubano, Alfredo Guevara, la Casa de la Cultura ‘Benjamín Carrión’ ha organizado la Retrospectiva del Cine Cubano, que tendrá lugar desde el 24 hasta 31 de julio. Poco después de que los hermanos Lumiere mostraran en París aquel artefacto que ni ellos mismos sabían para qué iba a ser bueno, regaron por el mundo a proyeccionistas —o más bien cabría decir a camarógrafos—, uno de los cuales iba a descubrir desde una góndola,

Gerardo Fernández García enfocando su avance lateralmente por los canales de Venecia, el uso del travelling; y otro de los tantos, Gabriel Veyre, proyectó en un edificio del Paseo del Prado, al lado del hoy teatro García Lorca, en La Habana, aquellas primeras imágenes silentes de cortometrajes con títulos como Partida de cartas, El tren, El regador y el muchacho y El sombrero cómico, que tuvieron el poder de maravillar a los que luego fueron los heroicos pioneros del cine cubano. Hablamos del año 1897. El mismo Veyre rodaría el primer filme producido en la isla, llamado Simulacro de incendio, un documental sobre los bomberos de La Habana. Antes de 1959, es decir, en algo

más de medio siglo, dicen los historiadores que se estrenaron en Cuba ochenta películas, casi todas melodramas que, por serlo, no satisfacían a profundidad sus afanes historicistas. Títulos como El capitán Mambí y Libertadores o guerrilleros, de 1914, son ejemplo de ello, y otros con pretensiones populares como La Virgen de la Caridad y Romance del palmar. Hay que destacar que músicos e intérpretes tan destacados como Ernesto Lecuona, Bola de Nieve o Rita Montaner participaron en la banda sonora de muchas de esas películas y en otras de diferentes países como México y Argentina. Desde los primeros días del triunfo de la Revolución se eviden-


escaleta ció el interés en torno al desarrollo de un cine nacional, prueba de ello fue la creación de un departamento cinematográfico dentro de la Dirección de Cultura del Ejército Rebelde, la cual produjo el documental Esta tierra nuestra, de Tomás Gutiérrez Alea, y La vivienda, de Julio García Espinosa. Este departamento fue el antecesor de lo que se convertiría en el ICAIC (Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos), fundado en marzo de 1959, producto de la primera ley promulgada por el gobierno revolucionario, antes que la de la Reforma Agraria. Nada de extraño entonces tiene que al período que va del 59 al 69 se le nombre como ‘la década de oro del cine cubano’. Películas que se muestran en la retrospectiva, como Memoria del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea, un análisis dramático de la identidad del cubano que la Federación Internacional de Clubes de Cine seleccionara entre las 100 mejores películas de todos los tiempos, o Lucía, de Humberto Solás, la situación de la mujer en distintas épocas de la historia nacional. O una mordaz

Desde los primeros días del triunfo de la Revolución se evidenció el interés en torno al desarrollo de un cine nacional...

crítica a la burocracia por medio de tragicomedias, como Las doce sillas y La muerte de un burócrata, de Tomás Gutiérrez Alea. Década esa que fue estímulo para posteriores realizadores como Juan Carlos Tabío, con su divertida Se permuta, o la evocativa de un alumno mío, Pavel Giroud, con su La edad de la peseta. O también la visión personalísima y creativa de Fernando Pérez, Martí, el ojo del canario amarillo, sobre los primeros años de la vida de nuestro héroe nacional, el apóstol de la independencia de Cuba. Asimismo, la entretenida y bien armada tragicomedia, léase aventura, contemporánea de otro ex alumno, Ian Padrón, Habanastation. O el importante documento fílmico musical Yo soy del son a la salsa, de Rigoberto López. Pero, indudablemente, el filme que más repercusión nacional e internacionalmente ha tenido ha sido Fresa y chocolate, con guión de Senél Paz, y dirección de Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío, tragedia con tono de comedia que trasciende el conflicto de la homofobia para convertirse en un llamado a la tolerancia, a la convivencia pacífica con todo lo diferente.

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Panel LULA EN LA CASA DE LA CULTURA Luiz Inácio Lula da Silva, El ex presidente de Brasil, or visitó la Casa de la Culdurante su estadía en Ecuad tó la conferencia ‘Gobiertura Ecuatoriana, donde dic ón latinoamericana’ ante nos progresistas e integraci n el Teatro Nacional. dos mil personas que coparo ista con el presidenMantuvo además una entrev Torres, con quien ya había te de la CCE, Raúl Pérez sión de la celebración de dialogado en Cuba en oca onal por el Equilibrio del la III Conferencia Internaci ganadores de los premios Mundo y la entrega a los s 2012. Alba de las Artes y las Letra

Luiz Inácio Lula da Silva, ex presidente de Brasil, y Raúl Pérez Torres, presidente de la CCE.

NTO PREMIO DE CUE JULIO CORTÁZAR las Américas conl Libro y la Casa de de no ba Cu to tu sti IberoameriEl In a edición del Premio nd gu se o m ci dé la vocan a Cortázar. cano de Cuento Julio édito y enviarán rán con un cuento in Los autores participa sobrepasar las ión máxima no debe ns te ex ya cu , as pi foliadas. tres co s a doble espacio y da fia ra og an ec m s s tra20 cuartilla rá de 1.500 euros. Lo se le sib vi di in e o ic El premio ún de 2013, a las hasta el 15 de julio e rs ta en es pr n be de bajos s: siguientes direccione Cortázar o de Cuento Julio an ic er m oa er Ib io dado. Plaza, Prem ía Loynaz, 19 y E. Ve ar M ce ul D l ra ltu Centro Cu a - Cuba. Ciudad de La Haban Cortázar o de Cuento Julio an ic er m oa er Ib io Plaza, CiuPrem quina a G. Vedado. Es a. 3r , as ic ér m A s Casa de la Cuba. dad de La Habana 54

Foto: Iván Mejía

XXIV CERTAMEN LITERARIO PEDRO DE ATARRABIA El Servicio de Cultura del Ayuntamiento de Villava convoca al XXIV Certamen Literario Pedro de Atarrabia, de relato breve en castellano y euskera, dotado de un premio de 2.500 euros en cada una de las modalidades. Serán de tema libre, originales e inéditos, y deberán tener una extensión máxima de 20.000 caracteres, incluidos los espacios. El plazo de entrega finaliza el 16 de agosto de 2013. La dirección es: Casa de la Cultura, Calle Mayor 38, C.P. 31610.Villava – Atarrabia (Navarra). E mail: cultura@villava.es.


EDUARDO LALO, PREMIO RÓMULO GALLEGOS Eduardo Lalo, autor portorriqueño desconocido en nuestro medio, ganó el premio de literatura Rómulo Gallegos 2013. Su novela Simone fue escogida de una nómina de 11 obras finalistas, y entre los jurados se encontraba el argentino Ricardo Piglia, ganador de la edición 2011 de este premio. La novela trata sobre el amor que una obrera china encuentra cuando emigra a Puerto Rico, pero, como dice su autor: «… en realidad en Simone se reflexiona sobre la ciudad de San Juan». En el fallo, el jurado destaca «la capacidad reivindicativa de la literatura, el amor y el ensueño en el mundo desencantado del capitalismo tardío».

Foto: Iván Mejía

ESCULTURA DE SOLZHENITSYN En la sala de lectura de la Biblioteca Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana se develó una escultura de Aleksander Solzhenitsyn, con la cual se da inicio a la Galería de Grandes Literatos del Mundo. La escultura fue donada por el escultor ruso Gregory Pototsky. En la gráfica: el embajador de la Federación de Rusia, Yan A. Burliay; la directora de la Biblioteca, Katia Flor; el escultor Gregory Pototsky y el director de Museos de la CCE, Guido Díaz.

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Nuevas

publicaciones

En busca de Octavio Paz

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El catedrático y escritor residente en LublinPolonia, Luis Alfonso Chiriboga Izquierdo, ha publicado En busca de Octavio Paz. De la historia a ‘lo otro’, una exploración de la obra del inmenso escritor mexicano desde aquella dimensión del lenguaje que no siempre es visible al lector. Un análisis del tratamiento que Octavio Paz realiza en su obra sobre la historia, las ideologías, el Estado, las religiones, la técnica. En la segunda parte, el autor repara en el papel que desempeña en la obra de Paz el conocimiento racional y la contemplación, la sabiduría romántica, el surrealismo. En la

tercera parte se habla del afán de los movimientos de romper con lo anterior y establecido para instaurar un nuevo orden artístico, de la crítica, la historia y el mito. En un cuarto y último momento, el autor recorre, siempre a la luz de la obra de Paz, la historia de la poesía, el lenguaje, el cuerpo y el amor.

Naún Briones… la verdad

de la provincia de Loja, buscando contribuir con fundamentos ciertos al esclarecimiento de la leyenda con ribetes míticos que sobre un personaje fuera de lo ordinario, como lo es Naún Briones, se ha venido contando en el Sur del Ecuador desde siempre. Existen algunos libros publicados sobre este tema, pero ninguno recoge datos históricos verdaderamente relevantes como éste, hecho cierto que se resalta con respeto para los distinguidos intelectuales que trataron el tema con anterioridad al presente.

Del jardín de mi corazón

Se ha estructurado este libro de cierta importancia histórico-sociológica local, tomando como base un trabajo de investigación que el autor, Armando Ocampo, realizó hace más de veinte años en el sector fronterizo

La obra de Patricia Rodríguez Veloz recoge las

experiencias de una mujer de principios del siglo pasado que, como tantas otras mujeres anónimas del Ecuador, dejó a las generaciones venideras un legado de amor, valentía, trabajo y tesón por conseguir un futuro mejor cuando las condiciones económicas y las oportunidades de un Ecuador no petrolero, eran muy distintas a las circunstancias económicas actuales que vive el país. La novela es un recorrido generacional que alterna paralelamente la vida de una mujer y su nieta, de manera que el entorno socioeconómico de aquella época contrasta con el entorno actual. Y no obstante ser mundos tan disímiles, presentan como denominadores comunes el brío para salir adelante sin derrotarse y sin importar las circunstancias, y la sensibilidad y ternura propia de la mujer en tan distintos tiempos. La esencia de esta historia es la senda a un porvenir de esperanza y optimismo que describe la inserción de la mujer en un mundo globalizado.


libros Diario de escritura

Eloy Alfaro y Cuba en el siglo XXI

La escritora quiteña Belém Muriel ha publicado, con auspicio de la Alianza Francesa de Quito y la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Diario de escritura, libro de bello formato, grandes solapas y espléndido papel, con 19 cuentos escritos en Europa y Ecuador entre los años 2010 y 2012. El pintor Guillermo Muriel ha interpretado en 42 ocasiones, con pasteles, carboncillos y tintas, las ficciones de su hija, quien aparece en contraportada con un cigarro Montecristi del número cinco entre los labios, bajo el fragmento de uno de sus textos, la mejor contraportada posible: «Saqué la barra de labios a medio usar de mi bolso. Era igual de roja que una amapola. Al ponérmela, recordé de pronto un par de versos que hacía tiempo no había escuchado: ‘De qué callada manera / se me adentra usted sonriendo / como si fuera la primavera…’».

Este nuevo libro del prestigioso historiador ecuatoriano Germán Rodas Chaves está dedicado al análisis de los vínculos históricos de Ecuador y Cuba, en los años decisivos de la Revolución Liberal de Eloy Alfaro y el reinicio de la guerra por la independencia de Cuba bajo la conducción de José Martí. Aunque el apoyo alfarista a la emancipación de la Mayor de las Antillas, así como los nexos solidarios desarrollados entre los revolucionarios ecuatorianos y cubanos en la segunda mitad del siglo XIX, han sido tratados profusamente por la historiografía de los dos países —desde los estudios clásicos de Emeterio Santovenia y Alfredo Pareja Diezcanseco—, Germán Rodas nos ofrece en esta obra su visión renovadora del tema, que pone el acento en circunstancias, situaciones y contextos que los historiadores que le precedieron pasaron por alto. Segio Guerra Vilaboy

A propósito de Calle alegría

«Hay golpes en la vida… yo no sé». César Vallejo

El recorrer de la vida nos reta a cada momento. Son estos desafíos u obstáculos los que nos brindan la oportunidad de poner a prueba y renovar nuestra fe y madurez. Cada paso, cada caída, cada amistad, cada amor son una suma de muchos que desembocan en un mar, a veces tempestuoso, otras calmado. El poeta Ramiro Caiza nos da una muestra de esta fe en su libro Calle alegría (2013). Su voz poética cose a través de imágenes, evocaciones y anhelos, una reseña de un deambular a través de los años. Nos transporta a través de su memoria a un maravilloso viaje, nos muestra, así como Ulises en su Odisea, un viaje, mil aventuras, mil obstáculos, un viaje que nunca termina. En este viaje encontramos una geografía personal, partiendo de acontecimientos, recuerdos, nostalgias y añoranzas. De lugares, de amistades, de amor, muchas partes que forman el todo de este mapa que nos orienta a sondear al alma humana, su oscuridad y el carácter efímero de sus percepciones. Son lecciones que nos brindan oportunidad de conocer cabalmente el material del que estamos hechos y hacia dónde vamos. Calle alegría es un presente a nuestra fe que, a pesar de todo, se puede todavía contar con hombro donde arrimarse, donde siempre el sol aparecerá o el amor sobrevivirá. Caiza usa finalmente las imágenes y metáforas para conducirnos por este trayecto. A través de esta Calle alegría encontramos motivos para seguir adelante y saber que más importante que llegar a puerto es el viaje en sí. Milton F. Romero Obando

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tributo Eduardo Villacís Meythaler

¡Cómo lo extraña mi corazón! Raúl Pérez Torres

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os atendía con el corazón. A todos. A los que sufríamos de taquicardia intempestiva y a los que sufríamos del miocardio permanente. Liviano y profundo como su poesía, su sonrisa fue siempre la mejor receta para nosotros, los atribulados del pecho. Ejercía un poder especial de curación, de sanación. Yo iba nervioso, presión alta, sin aliento, a su consultorio en el quinto piso de la calle Gil Ramírez Dávalos, pero ya en el ascensor empezaba a sentirme bien y mucho más cuando veía su figurita amable, pletórica de vida, con sus pasos menudos, cada año más menudos, como si le habitara Chaplin, y empezábamos a conversar de la política, de las mujeres, del diablo, del fútbol, de los países en los que derrochó su ingenio, de la soledad, la ingratitud y la deslealtad, tanto y tanto que ninguno de los dos sabía para qué yo había ido. Cuando suponíamos que era para que me revisara el corazón, empezaba a auscultarme con suma delicadeza, se reía entrecortada, socarronamente, quizá de un chiste, quizá de un recuerdo, tal vez de los latidos de mi corazón, y luego practicaba el rito solemne de sacar su aparato de electrocardiograma, antediluviano, que quizá ya lo había conocido Beethoven o Nietzsche, porque era de procedencia alemana, y una a una iba colocándome esas patitas succionantes y malévolas que podían, ellas solas, predecir mi muerte. Me hablaba de Jorge Enrique, de la testarudez del turco Adoum que se negaba a dejar el cigarrillo y el vodka, me contaba de la metáfora de su ausencia que provocó la muerte de Nicole a los pocos días de la suya propia, me decía que el corazón es impredecible y rutinario pero que la palabra es eterna. Y Eduardo sabía lo que decía, sabía más que su sabiduría, más aún que la ciencia médica incrustada en su cabeza. Sabía lo que no se ve, lo que no se detecta. Sabía la palabra, el secreto del poema, el silencio del poema. Él era un puente tendido entre la vida y la muerte. Enemigo acérrimo del infarto que lo mató. ¡Cómo lo extraña mi corazón!

Dr. Eduardo Villacís Meythaler 
(1932-2013)

Puerta clausurada Magdalena:
venía el viento
como alguien que pregunta por mujeres,
venía la primavera preguntando por ti a todos los árboles. Los hombres del pueblo bajaban a tu cuerpo como a un sótano donde aullar boca abajo y oían sobre tus pechos cómo la sangre te golpeaba con saña hasta tumbarte el alma. Tu alcoba humilde, abierta, como un galpón de reses 
que han de morir mañana. Tu cama hecha de tablas de naufragio y patíbulo, de grandes clavos negros salvados del Diluvio. Acorrralada por el cura
y los notables de la aldea,
una banda de ancianas te acechaba en el río, en la plaza,
con la primera piedra preparada. Las paredes de tu casa tendrán humedad de mujer cuando una madrugada
te haga el amor la muerte con la violencia del rufián que te raptó en la infancia. Te irás del pueblo.
Oirás la calle sin nadie, algún ladrido.
Se quedará preso el hombre que amabas, entre ladrones, como hace veinte siglos.


Av. Patria, entre 6 de Diciembre y 12 de Octubre. cinematecaecuador@yahoo.com. Tel.: 2520075 ext. 306/113 cinematecaEcuador cinematecaEc www.cinematecanacionalecuador.com / www.cce.org.ec Quito, Ecuador, 2013

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