Adolfo Bioy Casares,
cien años del maestro de lo fantástico
Dossier
Fondo de Cultura Económica de México
Imágenes a trasluz,
exposición de Miguel Betancourt
Carlos Valencia
Entrevista
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editorial
Dos años de Casapalabras
número doce • diciembre 2014 Presidente Raúl Pérez Torres
C
on la puesta en circulación de esta revista Casapalabras Nº 12, se cumplen dos años de su aparición con una periodicidad bimestral. Esto es motivo de celebración, pues se alcanzaron también dos objetivos que nos planteamos: no apartarnos de nuestra línea editorial de arte y literatura con una visión nacional e internacional y cumplir con el número de ediciones programadas, esto es, doce en dos años. Creo, sinceramente, que hemos sobrepasado nuestras propias expectativas. A partir del número uno fuimos ampliando el horizonte literario destacando la obra de autores en ediciones que coincidían con el centenario de su nacimiento, autores premiados por sus obras, tanto a nivel nacional como internacional, nuevas obras publicadas, traducción de cuentos de escritores americanos y franceses, etc. A esto se suma secciones especiales de arte, música y cine. Anotemos como importante el aporte de autores que se sumaron a la planta de escritores de la CCE, no solamente ecuatorianos sino también de otros países como Venezuela, Chile, Uruguay, y lo que significó para nosotros una gran satisfacción, jóvenes escritores menores de 20 años que están dando sus primeros pasos en esta revista. Cabe destacar además las ediciones especiales de tres dossiers, el primero con motivo del mundial de fútbol y la literatura relacionada con este deporte; otro por el 70 Aniversario de la CCE, con textos históricos de Letras del Ecuador, y este último sobre literatura mexicana por la celebración de los 80 años del Fondo de Cultura Económica y de la VII Feria Internacional del Libro, en Quito. La recepción que ha tenido la revista —cuya responsabilidad corresponde a la Dirección de Publicaciones de la CCE—, enmarcada en la política cultural trazada por su presidente, Raúl Pérez Torres, nos llena de satisfacción y nos compromete a seguir adelante. En enero circulará el número 13, que inaugurará la segunda etapa, siempre poniendo nuestro mejor esfuerzo y contando con la aceptación y crítica de nuestros lectores.
Patricio Herrera Crespo Director
Vicepresidente Gabriel Cisneros Abedrabbo Director Patricio Herrera Crespo Editores Patricio Viteri Paredes Yuliana Marcillo Colaboran en este número: María Gabriela Borja, Gabriel Cisneros Abedrabbo, Alexis Cuzme, Wilma Granda Noboa, Marcela Magdaleno Deschamps, Jorge Valentín Miño, Mariana Libertazd Suárez. Dossier: Roger Bartra, Micaela Chirif, Galo Galarza, Francisco Hinojosa, Eduardo Langagne, Leonardo López Luján, Alicia Molina, Juan Villoro. Edición de textos Katya Artieda Diseño Tania Dávila López Portada Esperando las olas, Miguel Betancourt.
Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Avs. Seis de Diciembre N16–224 y Patria Telf.: 2565-808 Ext. 426 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador. casapalabrascce @casapalabrascce casapalabrascce@gmail.com
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índice
El maestro de la literatura fantástica, Bioy Casares, cumple cien años de natalicio. Yuliana Marcillo nos ofrece un artículo donde ahonda sobre su infancia y sus primeros pasos en la escritura.
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La obra de John Banville, Premio Príncipe de Asturias 2014, bajo la mirada del escritor Patricio Viteri.
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Jorge Valentín Miño presenta el cuento ‘Ese goteo a medianoche’, que es parte de su reciente libro Ayer será otro día.
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Reseña sobre Luis Borja Corral, ganador del Premio Nacional Aurelio Espinosa Pólit, a cargo de María Gabriela Borja.
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Dossier en homenaje a la literatura mexicana, país invitado de honor a la Feria Internacional del Libro Quito 2014.
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El escritor Gabriel Cisneros Abedrabbo nos ofrece dos poemas de su libro Pieles.
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Una mirada a la narrativa de Patrick Modiano, Premio Nobel de Literatura 2014.
Mariana Libertad Suárez analiza la génesis de La loca inconfirmable… Apropiaciones femeninas de Manuela Sáenz, Premio de Ensayo Casa de las Américas 2014.
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La escritora Guadalupe Nettel gana el Premio Herralde de Novela con su obra Después del invierno.
Alexis Cuzme reflexiona sobre el tratamiento del amor en la literatura. Marcela Magdaleno Deschamps estudia la prosa de la escritora mexicana Elena Garro. Análisis de la novela Yo soy el fuego, del escritor Óscar Vela.
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Adalberto Ortiz, autor de la recordada novela Juyungo, está de centenario.
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Patricio Herrera comenta la exposición pictórica Imágenes a trasluz, del artista plástico Miguel Betancourt.
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Marie Lion rinde un homenaje a Renoir, Monet, Manet, Gauguin, Cézanne, pintores impresionistas.
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Homenaje al artista ecuatoriano Nicolás Svistoonoff, quien falleció en octubre de este año.
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Muestra fotográfica bajo la mirada del desaparecido periodista gráfico Paúl Navarrete Navas. Entrevista al actor Carlos Valencia, a cargo de Cristina Moreno G. Wilma Granda Noboa comenta sobre la donación de las películas de Eduardo Solá Franco.
El arte de Víctor Quillupangui reflejado en bargueños, mesas, cofres y cuadros, en un resumen de arte transportado a la madera.
54 El Museo de Arte Colonial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana presenta la exposición: ‘Vivir para morir. Una mirada a través del arte’.
centenario
Bioy Casares es considerado uno de los escritores más importantes de su país y de la literatura en español.
1914-2014
Bioy Casares
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Yuliana Marcillo
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n una casa grande en forma de U, con un patio florido, con aljibe y techo de tejas, con más de veinte potreros entre grandes y chicos, rodeado de decenas de vacas, un hombre, que se consideraba pésimo para los trabajos rurales y para los que exigían fuerza física, como alambrar o cavar hoyos para los postes, creó una invención que se convertiría, con el tiempo, en un clásico de la literatura contemporánea. La estancia llamada Rincón Viejo fue el espacio donde el escritor argentino Adolfo Bioy Casares, después de renunciar a la universidad, se dedicó a escribir todos los días y a leer con fervor obras filosóficas, libros sobre la relatividad y la cuarta dimensión, de lógica y lógica simbólica. Estaba en el «paraíso perdido» por tantos años y por fin recuperado. Estaba en su lugar, al cual consideraba «el espacio más querido de la patria».
El fantasma no es él, el fantasma es ella
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Y como si fuera cuestión de un chasquido, en ese sitio, en ese campo, se creó la magia, lo fantástico: La invención de Morel, escrita en 1940 (cuando Bioy tenía 26 años). De repente todo se ha convertido en una isla solitaria con un museo, una capilla y una pileta de natación. Todo esto rodeado de una extensa
vegetación y del mar infinito. En el centro, un fugitivo tratando de sobrevivir en un espacio deplorable. Se trata de una historia de amor —como muchas en los relatos de Bioy— en la que los enamorados viven vidas incompatibles, que transcurren en ámbitos y tiempos enfrentados. Uno de ellos, el fugitivo, cuyo nombre no se conoce, es un hombre real de carne y hueso; el otro, Faustine, es un fantasma, el repertorio de apariencias de una mujer grabadas por una máquina y proyectadas sin cesar. Narrada en primera persona y ambientada en una isla desierta, en la trama se entrecruzan el delirio, la pasión amorosa y la idea de inmortalidad. En ese lugar, el científico Morel había inventado una máquina capaz de reproducir todos los sentidos, pero para poder recrear un ser humano, éste antes
tenía que morir. El fugitivo, que se había limitado a observar a aquella mujer, escondido entre los matorrales, encuentra la máquina, la pone en marcha, y se graba durante siete días al lado de Faustine. Como estaba sentenciado, él muere, lo cual al final pasa a un segundo plano, ya que todo lo que quería era estar a su lado, así sea en una visión que nadie recogerá. «En aquella época, influido probablemente por lo que dice Stuart Mill en su Autobiografía sobre el tiempo que se pierde en la vida social, yo soñaba con retirarme a un lugar solitario para leer y escribir. Influido en este punto por Stevenson, pensé en remotas islas del Pacífico que, años después, tendrían progenie en La invención de Morel y Plan de evasión», señala Bioy. Una isla, menos espectacular, más a mano, fue el campo Rincón Viejo, que sus padres habían dado en arrendamiento y que para entonces pasó a manos de Bioy. «Pensé que el trabajo en ese campo no estorbaría mi labor literaria y que de paso yo daría a mis padres, a quienes quería mucho, una prueba de que no había dejado la universidad para entregarme al ocio y a la vida disoluta», dijo. Allí empezó a escribir sus primeros relatos, que luego tildaría de «horribles». Sobre La invención de Morel, considerada una de sus mejores obras, en una entrevista habría di-
cho: «Yo, entre mis libros, prefiero Dormir al sol, porque de algún modo siento que eso me representa de un modo más auténtico, porque La invención de Morel y El sueño de los héroes son bastante trágicos, y yo si bien tengo una mente pesimista, tengo un temperamento más bien optimista y despreocupado».
Sobre el niño que terminó siendo el maestro de lo fantástico El niño al que su papá le recitaba fábulas de Samaniego, de Iriarte, de La Fontaine y muchos otros poemas de Florencio Balcare, de Domínguez, Juan Chassaing y de Bartolomé Mitre, terminó siendo uno de los escritores más impor-
tantes de su país y de la literatura en español, propulsor del género fantástico y defensor del género policial. A los tres años su juego predilecto era imaginar que él era un caballo. Temprano, los caballos y perros se vincularon a su vida. Su mamá, en cambio, le contaba cuentos de animales en los que ellos se alejaban de la madriguera, corrían peligro y, luego de penosas dificultades, volvían a la manada y a la seguridad. Su familia contaba con una gran biblioteca, que le servía para acercarse a la literatura argentina y a los clásicos de la literatura universal, incluso en sus lenguas originales. Los primeros libros que recibió fueron: La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, y Las mi-
nas del rey Salomón, de Rider Haggard. En cambio, su primer y preferido ejemplo de lo fantástico fue un espejo veneciano, de tres cuerpos, enmarcado con rositas rojas, que le pertenecía a su mamá, debido a que, a decir de él, en él, nítidamente todo se multiplicada muchas veces. Le atraía la limpidez del vidrio, de los bordes biselados, verdes, y la profunda y nítida perspectiva de imágenes. «Otra agradable versión del más allá me daba una triple fotografía de mi abuelo, Vicente L. Casares, que había muerto antes de que yo naciera; se lo veía sentado a una blanca mesa del jardín, a un tiempo en tres lugares: en el centro (cara al fotógrafo) y a cada lado, como si desdoblado triple-
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mente mantuviera consigo mismo una conversación risueña. Me deslumbraba ese misterio fotográfico, me sugería un placentero más allá», señala Bioy en su libro Memorias. Su niñez la pasó en una lujosa casa ubicada en la avenida Quintana 174, que antes se llamaba Larga de la Recotela. La casa era del tipo que los franceses llaman pavillon de chasse. Se consideraba un niño vanidoso. Tenía un cuarto de estudio y en el jardín una cancha para jugar pelota. Recoleta es sinónimo de Bioy, tanto que un tramo de la calle Eduardo Schiaffino, entre Posadas y la avenida Alvear, a pocos pasos de donde vivió, lleva hoy su nombre. En su casa de la calle Quintana, donde nació, y luego en un apartamento del edificio Ocampo —su morada hasta el final de sus días—, escribió la mayor parte de su obra. El barrio, de una rica arquitectura de estilo francés, lo cobijó desde su niñez. Recoleta fue su propia Buenos Aires. Escribió su primer relato, Iris y Margarita, a los once años. Cursó parte de sus estudios secundarios en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza de la Universidad de Buenos Aires. Luego, comenzó y dejó las carreras de Derecho y de Filosofía y Letras. Nunca se destacó por ser un gran estudiante, pero hablaba con fluidez inglés francés y alemán.
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Entre sus premios y distinciones se destacan el Gran Premio de Honor de la SADE (1975), su membresía a la Legión de Honor de Francia (1981), su nombramiento como Ciudadano Ilustre de Buenos Aires (1986) y finalmente el Premio Cervantes (1990).
Girando sobre historias fantásticas de amor Por amor empezó a escribir, por amor continuó escribiendo. Imaginaba y fabulaba sin cesar, ya desde aquellos primeros cuentos dedicados a una prima de la que estaba enamorado. Tanto en la Invención de Morel, como en los relatos En memoria de Paulina, Las aventuras del capitán Morris y hasta en Margarita o el poder de la farmacopea, por citar algunos, las historias fantásticas de amor es lo que mueve a muchos de sus personajes, los cuales esconden agudas metáforas sobre la realidad, la escritura o la soledad. Elegante, buenmozo y deportista en su juventud, Bioy era un gran seductor. El amor fue una de sus grandes fijaciones, tanto en la vida como en las letras. En Memorias, cuenta que comenzó a escribir para enamorar a su prima. Así nació su primer relato de amor titulado Corazón de payaso, con éste quería convencerla de su amor, de la «riqueza de mi alma y de mi dolor», decía. Se llamaba María Inés y nunca fue correspondido. Más bien creía que ella sentía lástima por él. «Alguna vez dije que escribí esas páginas para enamorar a mi prima. Las escribí porque estaba enamorado de ella», señaló Bioy. También en este libro habla sobre otro tipo de amor, uno más profundo, para toda la vida quizá: el que le tenía a su madre, y a la vez, el miedo y el horror de perderla: «Todos los días de mi vida yo temía perderla». Asevera también, que algún tiempo pasó noches en vela pensando que ella no regresaría a casa, que quizá por alguna cuestión del destino no la vería más. Sin embargo, Bioy Casares es más que eso, más que una novela, más que una de sus relaciones interpersonales. Además de un hábil y exquisito manejo del humor y la ironía, la prosa de Bioy suele ser
considerada «una de las más depuradas y elegantes que ha dado la literatura latinoamericana». Su narrativa se caracteriza por un «racionalismo calculado y por un anhelo de geometrizar sus composiciones literarias». Para Bioy, el mundo está hecho de infinitos submundos. Entre sus premios y distinciones se destacan el Gran Premio de Honor de la SADE (1975), su membresía a la Legión de Honor de Francia (1981), su nombramiento como Ciudadano Ilustre de Buenos Aires (1986) y finalmente el Premio Cervantes (1990). Sobre el Premio Cervantes, en su discurso pronunciado el 24 abril de 1991, Bioy dijo que antes de leer El Quijote, en dos ocasiones tomó la pluma para escribir literariamente. Y lo que realmente quería por esa época era correr cien metros en nueve segundos y ser campeón de box y de tenis. «Cuando leí el inolvidable comienzo y todo aquel primer capítulo que nos refiere cómo era don Quijote, dónde y con quiénes vivía, sentí una emoción muy fuerte. Si mal no recuerdo, antes de concluir el primer capítulo supe que yo quería ser escritor», dijo. Es así que después de 60 años de contar historias, Bioy recibiría el premio que lleva el nombre del escritor que lo inició en las letras: Miguel de Cervantes.
El ‘socio’ de Jorge Luis Borges Jorge Luis Borges y Bioy se conocieron de jóvenes, en una fiesta organizada por Victoria Ocampo. Aquella noche ambos se apartaron a una esquina y dejaron pasar el tiempo hablando de literatura. Bioy lo contó años después. Pero tuvo que publicarse su monumental Borges para que algunos reconocieran la relación de iguales que los unía. Borges, un hombre tímido y muy retraído con las mujeres —son
Adolfo Bioy Casares retrata a su amigo en el libro Borges (Imagen de portada).
célebres sus desventuras amorosas—, admiraba el arrojo de Bioy, y sentía que podía confiar en él. En esa salida intempestiva sellaron su amistad que duró cincuenta años. Bioy era el privilegiado que alternaba la lectura de los clásicos y la escritura de libros inolvidables con los viajes, las conquistas amorosas y los juegos de tenis. ‘Adolfito’ como lo llamaba Borges, tenía un don especial con las mujeres, don que desarrolló a edad temprana. Luego Borges le diría: «Cómo me gustaría ser vos para no tener tantos problemas con las mujeres». En 1934 conoce a Silvina Ocampo, con quien contrajo nupcias en 1940. Bioy, gran viajero y apasionado por la fotografía, con unos 16 años, quedó prendado de aquel sabio (Borges) de apenas 32 años, aunque, pasado el tiempo, esa relación desigual se transformó en mutuo
La estrecha amistad con Borges duró hasta la muerte de éste en 1986, y dio origen a una serie de obras escritas en conjunto. reconocimiento: discutían argumentos, escribían cuentos y guiones a cuatro manos, gustaban de hacer las mismas travesuras literarias; esto es, adjudicaban obras a autores que no existían o autores que sí existían a obras que nunca se habían escrito, y tenían parecidos juicios sobre aquello que no les gustaba. La estrecha amistad con Borges duró hasta la muerte de éste en 1986, y dio origen a una serie de obras escritas en colaboración y firmadas con los seudónimos de B. Suárez Lynch, H. Bustos Domecq, B. Lynch Davis y Gervasio Montenegro, en los relatos: Seis proble-
mas para don Isidro Parodi (1942), Dos fantasías memorables (1946), Un modelo para la muerte (1946), Crónicas de Bustos Domecq (1967), Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977) y también a dos guiones cinematográficos, Los orilleros y El paraíso de los creyentes (ambos de 1955). Bioy Casares, apasionado por los tangos viejos como Entrada prohibida, Hotel Victoria, La Payanca, El apache argentino y La morocha, nació en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914 y murió el 8 de marzo de 1999, tras siete décadas plenamente dedicadas a las letras. En este año se recuerda el centenario del maestro del cuento y la novela breve. Con la muerte de Bioy, la imaginación y la fantasía sufren un golpe brutal. «A mí la mente me surte de ideas fantásticas», señaló en una de sus últimas entrevistas, y venía a corroborar sus comienzos, aquellos en los que el autor, con sólo 20 años tenía una fe ciega en su inteligencia. Ha escrito novelas, ensayos, críticas literarias, un estudio sobre la pampa y los gauchos, un diccionario del argentino exquisito, unos inolvidables cuentos, y hasta un folleto comercial en el que se narraban las virtudes dietéticas del yogur, el cual fue también escrito a la par con Borges y que tras su éxito, les pidieron que escribieran otro sobre las excelencias del huevo. Así eran de compinches. Solían almorzar en el restaurante Lola, donde Bioy siempre tenía reservada la mesa 14. Era fiel cliente del bar La Biela, frente a Plaza Francia. Era muy común verlo conversar allí con Borges. Detrás de la barra cuelgan aún fotografías tomadas por el propio escritor para ilustrar uno de sus libros en coautoría con Borges. Nunca dejaron de frecuentar el bar. Siguen ahí en forma de estatuas, sentados en una mesa con una silla vacía.
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Premio de Ensayo 2014 Casa de las Américas
Mariana Libertad Suárez
La loca inconfirmable... Apropiaciones feministas de Manuela Sáenz (1944-1963), se titula el ensayo de la venezolana Mariana Libertad Suárez que ganó el premio Casa de las Américas 2014 en el reglón estudios sobre la mujer. Casapalabras se contactó con la escritora, quien ratificó la noticia e informó que, entre otros libros latinoamericanos, se documentó en la obra Manuela Sáenz, historia novelada, escrita por Raquel Verdesoto de Romo Dávila y publicada por la Casa de la Cultura en 1963.
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A continuación publicamos un artículo de Mariana Libertad Suárez, en exclusiva para Casapalabras.
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l libro La loca inconfirmable... Apropiaciones feministas de Manuela Sáenz (Casa de las Américas, 2014) plantea un debate en torno a un grupo de biografías de esta heroína ecuatoriana publicadas en América Latina y el Caribe. Las obras, además, fueron elaboradas por cinco mujeres: La Libertadora: el último amor de Bolívar (1944), de la escritora hispanopanameña Concha Peña; Coeur de héros, coeur d’amant (1950), de la haitiana Emmeline Carriès Lemaire —traducida al español en 1958 con el nombre Bolívar héroe y amante—, Manuela Sáenz, la divina loca (1958), de la venezolana Olga Briceño; Amor y gloria: el romance de Manuela Sáenz y el libertador Simón Bolívar (1952), de la peruana María Jesús Alvarado, y Manuela Sáenz. Biografía novelada (1963), de la ecuatoriana Raquel Verdesoto de Romo Dávila. Las narraciones aquí abordadas fueron publicadas entre 1944 y 1963, cuando la lucha por la ciudadanía femenina y los derechos
políticos de las mujeres estaban en su mayor apogeo. De ahí que el proceso de intervención de la Historia ejecutado por estas narradoras esté marcado, en mayor o menor medida, por el marco ideológico que definía su propia construcción como sujetos sociales. En cada nación latinoamericana o caribeña, durante el segundo tercio del siglo XX, la pugna por los espacios de participación de las mujeres adquirió algunas especificidades. Por ello, la gama de posiciones y discursos que atraviesan estas escrituras resulta sumamente compleja. Si se tiene en cuenta la particularidad de que la figura elegida por Alvarado, Briceño, Lemaire, Peña y Verdesoto no fue la de una mujer olvidada, sino la de una subjetividad públicamente reconocida, se tendrá que el proceso de revisión de este personaje llevado a cabo en las distintas ficciones, no supuso un acto de reivindicación, sino más bien un proceso de apropiación ideológica del metarrelato
ensayo continental. Por ello, es relativamente fácil asir las particularidades de cada posición. Emmeline Carriès Lemaire, por ejemplo, revela la dificultad para articular ambas tendencias sin dejar de reivindicar la figura femenina en la historia. En principio, su obra entraña un esfuerzo claro por redimir, desde los valores del cristianismo, el origen de la protagonista. Asimismo, hay un empeño por remarcar el valor de la fatalidad en los acontecimientos históricos. Esto, aunado a la obediencia —a los sueños, a una voz más allá de lo
El libro de la ecuatoriana transforma con mayor claridad la voz de la ciudadana letrada en un lugar de poder. El personaje que protagoniza esta obra no es un subalterno reclamando su reivindicación, sino una entidad autónoma con la legitimidad exigida para sobrevivir a su pareja, seguir defendiendo sus ideales independentistas, organizar su entorno, proponer fórmulas de organización social e interpelar a quienes ocupan los territorios más tradicionales del poder político.
humano o a su amante, dependiendo del capítulo de la obra— que se le atribuye al personaje, revelan una formulación de las diferencias y/o jerarquías entre hombres y mujeres naturalizadas e irreversibles; no obstante, esta propuesta que en apariencia niega desde sus inicios las búsquedas feministas, libera a Manuela —y, por extensión, a todas las mujeres que ocupen un espacio semejante al suyo dentro de la Historia— de su responsabilidad vital. Lemaire permite y justifica cualquier acción que un colectivo femenino quisiera llevar a cabo.
La escritura de María Jesús Alvarado, por otra parte, se enfoca en la redención de la voz de Manuela como esa identidad nueva que ingresa al campo intelectual y demanda la creación de categorías particulares para ser comprendida por el entorno, sin sufrir proceso de adecuación alguno. A pesar de ello, se trata de un discurso muy cercano a la lógica positivista y al higienismo, esa tradición de pensamiento fortalecida en la intelectualidad peruana del intersiglo XIX-XX. Por eso, si bien en principio propone la identidad del
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sujeto femenino como una construcción cultural, progresivamente la autora reaviva algunos esencialismos que llegan a rozar los límites del pensamiento lombrosiano. Estas propuestas diversifican la posibilidad de ser mujer, aunque corren el riesgo de convertir cada uno de estos ‘tipos femeninos’ en universales. La paradoja advierte el proceso de negociación en el que se encontraba inmersa María Jesús Alvarado, quien no quería contradecir el ideal modernizador de su tiempo, sino que se enfocaba en trastocarlo ligeramente hasta ocupar un territorio más relevante dentro del mismo. Siguiendo una línea diferente, Olga Briceño, en varios episodios de Manuela Sáenz, la divina loca, niega que las esencias subjetivas existan, mientras que, en otros tantos, establece que si llegaran a existir no son determinantes para edificar las identidades de hombres y mujeres. Se podría afirmar incluso que cuando la autora construye un personaje producto de sus circunstancias vitales y sus interacciones sociales, como la Manuela que protagoniza su historia, se acerca al feminismo de la igualdad; sin embargo, no logra suprimir la jerarquización de la racionalidad de hombres y mujeres. Es decir, Briceño defiende que un sujeto femenino puede adquirir tanto el conocimiento positivo como las otras condiciones de heroicidad establecidas en el imaginario independentista, sólo que —y esto quizás como consecuencia de la exclusión de género vigente por años— la única vía de acceso a la ciudadanía se deriva del contacto con los hombres. Por su parte, Concha Peña asume una posición mucho más cercana al constructivismo derivado del pensamiento ilustrado. En esta obra, la formación afectiva y académica de Manuela se producirá a partir del —o quizás gracias
al— contacto con algunos sujetos letrados, de la lectura de libros canonizados o de debates basados en argumentos racionales, por tanto, la valoración de este sujeto no dependerá de las ‘virtudes femeninas’ instituidas. La generación de códigos alternos para evaluar a las mujeres en la historia será sustituida en esta obra por la universalización de códigos morales que arropen la sexualidad, el deseo, la participación en gestas heroicas y la figuración en el espacio público para héroes sin cuerpo y sin identidad clara. Resulta relevante considerar que si bien la obra de Concha Peña fue la primera de las cinco en publicarse, se hizo desde un espacio de enunciación particular. Cuando esta autora llegó a Panamá, en 1938, ya había experimentado como activista los procesos de lucha y adquisición del voto femenino en España, por tanto, gozaba de una visión más amplia sobre la efectividad de la palabra escrita, las imágenes y muchas otras representaciones de las mujeres ciudadanas. Su cercanía con los fundamentos del feminismo de la igualdad estarían vinculados, entonces, con la superación previa de ese proceso de negociación con las tradiciones intelectuales mayores en el que Alvarado y Lemaire se encontraban inmersas. En este sentido, el discurso de Peña se acercaría un poco al de Olga Briceño —quien también había estado en contacto con la experiencia española, aunque desde una posición menos protagónica— y anunciaría la llegada de una proposición mucho más conclusiva como la de Raquel Verdesoto. El libro de la ecuatoriana transforma con mayor claridad la voz de la ciudadana letrada en un lugar de poder. El personaje que protagoniza esta obra no es un subalterno reclamando su reivindicación, sino
Las narraciones aquí abordadas fueron publicadas entre 1944 y 1963, cuando la lucha por la ciudadanía femenina y los derechos políticos de las mujeres estaban en su mayor apogeo. De ahí que el proceso de intervención de la Historia ejecutado por estas narradoras esté marcado, en mayor o menor medida, por el marco ideológico que definía su propia construcción como sujetos sociales.
una entidad autónoma con la legitimidad exigida para sobrevivir a su pareja, seguir defendiendo sus ideales independentistas, organizar su entorno, proponer fórmulas de organización social e interpelar a quienes ocupan los territorios más tradicionales del poder político. De hecho, en su escritura se perciben varias paradojas en torno a los alcances del sujeto letrado, por ejemplo, se condena la esclavitud de Jonatás como un residuo colonial, pero se exalta la potencialidad iluminadora de Manuela como intelectual académicamente formada. Al comparar las cinco obras que constituyen el corpus, se evidencia que Manuela Sáenz. Biografía novelada contiene el cuestionamiento más abierto a las dicotomías que sostienen la jerarquización de los géneros.
Ahora bien, pese a las innegables diferencias, está claro que las cinco autoras elaboran un discurso que da cuenta de Manuela como ancla genealógica, y, por extensión, da cuenta de ellas mismas. Este tránsito de la reconstrucción positivista a la individuación del pasado pudiera convertir a La libertadora: el último amor de Bolívar (1944), Coeur de héros, coeur d’amant (1950), Manuela Sáenz, la divina loca (1958), Amor y gloria: el romance de Manuela Sáenz y el libertador Simón Bolívar (1952) y Manuela Sáenz. Biografía novelada (1963) en expresiones de la memoria; sin embargo, ninguno de los cinco textos concluye con la reivindicación del espacio privado ni con la creación de un lugar íntimo de arraigo. Por el contrario, todos denuncian de algún modo la inestabilidad de los discursos fundadores y la arbitrariedad que subyace a cualquier proceso de rememoración. Valiéndose de las tensiones, las autoras evidencian el simulacro que acompaña cualquier gesto de evocación del pasado y deciden tomar parte del mismo. Se puede afirmar entonces que cada una de estas narraciones diseña, exhibe y ejecuta un dispositivo de adjudicación diferente, aunque todas tengan puntos de encuentros teóricos indudables: las cinco dejan al descubierto la demanda de una genealogía de adscripción por parte de las intelectuales latinoamericanas y caribeñas, las cinco proponen visiones políticas sobre el origen y la pertenencia, y las cinco individualizan el relato histórico desde una subjetividad heroica femenina. Así pues, la reflexión en torno a estas obras contribuye a pensar en la rearticulación y la singularidad que adquieren las grandes tendencias del pensamiento feminista en nuestro continente, al tiempo que devela los matices éticos sobre los cuales se cimentaban las subjetividades femeninas emergentes.
Mariana Libertad Suárez (Caracas, 1974) Diplomada en estudios posdoctorales por la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Doctora en Filología Hispánica y Doctora en Ciencias de la Información. Profesora Titular de la Universidad Simón Bolívar, profesora invitada de la PUCP, en Lima, y becaria del programa José Carlos Mariátegui, del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, con el proyecto: Emancipad(a)s. Lecturas feminista de los procesos de insurrección latinoamericanos. Sus libros publicados son: Criaturas que no pueden ser: narradoras venezolanas en el posgomecismo; Sin cadenas, ni misterios: representaciones y autorrepresentaciones de la intelectual venezolana 1936-1948; Una ficción apretada en el pecho: Memoria y contramemoria en Anastasia de Lina Giménez; Déjame que (me) cuente: intelectuales limeñas en el Perú de los cuarenta y La loca inconfirmable: apropiaciones feministas de Manuela Sáenz. Ha merecido el premio nacional para autores inéditos en el género ensayo (Editorial Monte Ávila, 2005), del Premio Internacional de Ensayo Rómulo Gallegos y del premio Casa de las Américas en el género ‘Estudios sobre la mujer’ (2014).
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Patricio Viteri Paredes
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l novelista irlandés John Banville (Wexford, 1945), al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras el 24 de octubre de este año en Oviedo, España, señaló en su discurso: «Como escritores, afilamos nuestras frases para que alcancen el corazón de las cosas. Pero eso no sucederá, somos demasiado torpes. Sin embargo, perseveramos en nuestro intento de expresar la existencia, en nuestro intento de que quede expresada, en nuestro inten-
to de expresarla con acierto. Nunca lo conseguiremos, pero como bien sabía mi compatriota Samuel Beckett, nuestra gloria estriba en persistir, desalentados, pero jamás vencidos. El esfuerzo no es vano, aunque cada punto final sea una admisión de fracaso... He dedicado mi vida a batallar con las frases. No puedo imaginar existencia más privilegiada». Y las novelas de Banville (en especial El mar, ganadora del prestigioso Booker Prize en 2005) son
hermosas construcciones donde el lenguaje, el ritmo, las frases refinadamente trabajadas (batalladas) son los cimientos que sostienen la trama, el paisaje, los personajes y las historias entrecruzadas que conforman catedrales, dédalos, jardines y tumbas. Nacido en el sudeste de la católica Irlanda, sus estudios los hizo en establecimientos religiosos en su pueblo natal: «Mis traumas infantiles fueron Wexford, Irlanda, los años cincuenta, y especialmente la
variaciones «Como escritores, afilamos nuestras frases para que alcancen el corazón de las cosas. Pero eso no sucederá, somos demasiado torpes. Sin embargo, perseveramos en nuestro intento de expresar la existencia, en nuestro intento de que quede expresada, en nuestro intento de expresarla con acierto. Nunca lo conseguiremos, pero como bien sabía mi compatriota Samuel Beckett, nuestra gloria estriba en persistir, desalentados, pero jamás vencidos (...)».
Iglesia católica. Lo primero que la Iglesia católica le hace a un niño es instilar la culpa en su pequeña alma. En cuanto a Wexford, nunca me molesté siquiera en aprenderme los nombres de las calles, porque sabía que saldría de allí lo más pronto posible; lo odiaba porque era aburrido y provinciano». Trabajó como oficinista en la aerolínea Aer Lingus, viajó por Europa y vivió un año en Estados Unidos; a su regreso, a fines de la década del sesenta, entró a traba-
jar como subeditor del Irish Press y luego en The Irish Times. Desde 1990 colabora con The New York Review of Books. Su primer libro de relatos, Long Lankin, lo publicó cuando tenía veinticinco años; luego siguieron, entre otras, las novelas Copérnico (1976, James Tait Black Memorial Prize), Kepler (1981, Guardian Fiction Prize), La carta de Newton (1982), El libro de las pruebas (1989, Guinness Peat Aviation Award), Fantasmas (1993), El intocable
(1997), El mar (2005) y Antigua luz (2012). El ritmo y la belleza en sus obras son algo muy importante para el irlandés, y no es raro que, siendo un experto en historia del arte, utilice cuadros o pintores para ilustrar un sentimiento o un telón de fondo o simplemente la desolación (el artista francés Pierre Bonnard en El mar, o el cuadro Muerte de Séneca, de Nicolas Poussin, en El intocable). Victor Maskell, el espía irlandés que trabajó para los rusos y protagonista de El intocable, es un estoico y un cínico que toma la misma decisión que Séneca al final de su vida y que afirma: «Oh, sin duda, para mí el marxismo era un rebrote, en forma no muy alterada, de la fe de mis padres; cualquier freudiano de tres al cuarto se daría cuenta de eso. Pero ¿qué alivio ofrece la fe cuando lleva dentro su propia antítesis, la refulgente gota de veneno en el corazón? ¿Es suficiente la apuesta de
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Pascal para soportar una vida, una verdadera vida, en el mundo real? El hecho de apostar por el rojo no quiere decir que el negro no siga todavía allí». Es el estoicismo (en lo relacionado con el deber y la inevitabilidad del destino) y Nietzsche lo que late a través de las páginas de varias de sus novelas, y también la caída, el alcohol, el descenso a lo innombrable. Y en El mar, el historiador Max Morden dice: «No contemplo la posibilidad de que haya otra vida, ni que exista ninguna deidad capaz de ofrecerla. Dado el mundo que Dios creó, sería una impiedad contra él creer en su existencia», lo cual recuerda a Schopenhauer cuando afirma: «Si Dios ha hecho este mundo, yo no querría ser Dios. La miseria del mundo me desgarraría el corazón». Admirador de Joyce (a quien imitó durante un tiempo después de leer Dubliners), Beckett («Leí Molloy en una etapa muy temprana y fue una gran revelación para mí») y Nabokov («Me encanta la obra de Nabokov, y me encanta su estilo»), para Banville «hay mucho más dolor que placer al escribir ficción... La ficción es simplemente un tor-
Y las novelas de Banville (en especial El mar, ganadora del prestigioso Booker Prize en 2005) son hermosas construcciones donde el lenguaje, el ritmo, las frases refinadamente trabajadas (batalladas) son los cimientos que sostienen la trama, el paisaje, los personajes y las historias entrecruzadas que conforman catedrales, dédalos, jardines y tumbas. 14
mento constante». Además, dice odiar sus propias novelas: «Cuando leo las pruebas de una nueva novela —que es la última vez que la leo o incluso la miro—, me acerco a ella con un ojo cerrado, por decirlo así, pensando: Dios, ¿qué voy a encontrar aquí? Y encuentro horrores, horrores que no se pueden solucionar. Ahora todo en el texto parece totalmente sin brillo y soso. Donde yo imaginaba un ritmo danzante, encuentro amontonamiento y tropiezos». Sin embargo, está considerado como el mejor estilista irlandés de su generación, un novelista filosófico interesado por la naturaleza de la percepción, el conflicto entre imaginación y realidad, y el aislamiento existencial del individuo. Su prosa es lírica, su escritura es de un arte perfecto, inventiva y poética, y tiene un humor negro que recuerda al mejor Beckett. Es un observador despiadado y los protagonistas de sus novelas son iguales: impasibles, crueles, mordaces. Desde 2005 John Banville incursionó en la novela negra, bajo el seudónimo de Benjamin Black. Entre las obras escritas por Black destacan El secreto de Christine (2006), El otro nombre de Laura
(2007), En busca de April (2010), Muerte en verano (2011) y La rubia de ojos negros (2014). En una entrevista, Banville nos dice: «El estímulo por Black provino cuando empecé a leer por primera vez a Georges Simenon —no los libros de Maigret, los cuales creo que son malos, sino lo que él llamaba sus novelas duras, que son extraordinarias, obras maestras del siglo XX—. Creo que La nieve estaba sucia, de Simenon, por ejemplo, es arte a gran nivel... Cuando era niño leí a Agatha Christie y a todas esas corteses damas británicas con asesinatos en sus corazones. Luego pasé a Raymond Chandler, Richard Stark y James M. Cain: el gran arte puede suceder en cualquier medio». Las novelas de Benjamin Black están ambientadas en el Dublín de la década de 1950 y tienen como protagonista al doctor Quirke, un patólogo bebedor, melancólico, intolerante e instintivo, que se convierte en investigador. Quirke, dice Banville, proviene de «los recovecos dañados de mi alma irlandesa». De cualquier forma, como Benjamin Black o John Banville, este autor ya ha alcanzado un lugar eminente en las letras del mundo por su estilo depurado, sus frases bellamente cinceladas, sus personajes trágicos y su humor corrosivo y mordaz. Por esto último, ¿podríamos creer a Banville cuando afirma que «lo que es raro es que ninguno se haya dado cuenta de que las dos influencias reales en mi obra son Yeats y Henry James»? Pero es seguro que el irlandés reafirmaría lo que dice Voltaire: «La felicidad no es más que un sueño; sólo el dolor es real. Hace ochenta años que lo experimento. No sé hacer otra cosa que resignarme y decir en mi interior que las moscas han nacido para ser devoradas por las arañas y los hombres para ser devorados por los pesares».
cuento
Ese goteo
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Ilustración: Pablo Andrés Guano Ponce, Sadock.
medianoche Jorge Valentín Miño
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l alienígena dio lectura al telegrama: «Listo Ente. Ha sido entregada toda el agua; puede ya ocupar el mar. Saludos». Fin de mensaje. El alienígena saltó de felicidad, ahora podía estrenar un velero, ensamblado con antelación, para surcar el nuevo y primer océano de su planeta. Un gran cañón, antes desolado, ahora rebosaba de agua que, por efecto de la rotación y succión de las lunas, levantaba incluso olas. El Ente se dejó lamer los pies por el agua marina, la degustó con sus bivalvos y se percató, sin asombro, de que guardaba un toque herrumbroso. Luego verificó que ciertas cosas flotaran sobre ella; desató los amarres de su barca y la guió hacia el océano. El rojizo viento inflaba las velas hacia altamar y se maravilló de que, aunque se esforzaba, nunca llegaba a ese lugar más azul del horizonte. Parte del trato estaba cumplido, le habían entregado toda el agua, él estaba conforme y era momento de contestar el telegrama: «Gracias, el agua funciona bien, doy curso a la parte recíproca del acuerdo». En la Tierra, la respuesta aumentó la felicidad de los científicos. El extraterrestre tenía su agua, ahora les transferiría tecnología. Esperaban con impaciencia las primeras revelaciones. Pensaban que fue un magnífico negocio entregarle, desde las llaves mal ajustadas, o con problemas en los empaques, esa constante e insoportable gota de agua que se pierde, usualmente en las noches y que no deja dormir. El extraterrestre, en su primera visita a la Tierra, propuso la idea de llevarse esas gotas que incomodan el sueño. Claro que pasaron siglos hasta que la cantidad se volvió razonable y pudo formar un mar; ¡pero!, el gran día había llegado. Apareció una réplica con un nuevo telegrama, asegurando la transferencia tecnológica: «CF2CF2CF2CF2CF2CF2CF2...» fin de mensaje. Los químicos del centro de mando la descifraron con un aireado grito: —Ya conocíamos ¡Es la fórmula del teflón! Solo falta que nos enseñe a fabricar polietileno: ¡CH2CH2...! Llamen a ese marciano zoquete y díganle que nos mande algo más original. ¡Dios santo!, con tanta agua que le dimos, ¡nos hubiese alcanzado para lavar la ropa
de la ciudad de Quito por seis millones de años! Yo sí presentía algo semejante, cuando nos propuso que le enviáramos los mensajes vía telegrama, todos dijeron que quizá el marciano era excéntrico, romántico, chapado a la antigua. Yo advertí que algo se tramaba... Le enviaron la reprimenda: «Favor amigo alienígena enviar algo de más valía. Ya conocemos la fórmula del tetrafloruro de carbono». —Vaya. Qué adelantados están los terrícolas, no me imaginaba que ya conocerían la manera de enchapar los sartenes para que no se peguen los huevos. En fin —pensó el Ente, y tras cavilar la solución, contestó de inmediato—: »Bien, lo siento. Estoy cerrando negocios con otros seres que me proporcionarán cierta fauna para liberar en el mar, pronto me comunico, hasta tanto prueben con: »Si–O–Si–O–Si–O–Si–O...» fin de mensaje. —Marciano gran flauta, por último nos ha enviado la fórmula del vidrio. ¡Ya! ¡que no nos joda carajo! Ordenen que nadie, absolutamente nadie deje las llaves de los grifos abiertos ¡Ni una gota más al farsante!
Jorge Valentín Miño Quito, 1966
Publicista. Docente de la Universidad Tecnológica Equinoccial. Ha publicado la novela El crayón púrpura y los cuentos Begonias en el campo de Marte. Obtuvo premios en Juventud Técnica en 2003 (Cuba), Cryptshow en 2012 (España). Consta en Qubit Nueva Antología Latinoamericana de Ciencia Ficción y su obra está incluida en la Enciclopedia Universal Tercera Fundación de Literatura Fantástica. Sus cuentos han sido traducidos al francés y publicados en Lectures l’Équator, dentro del programa de traducciones de la Universidad de Nanterre, París.
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premio
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on su obra, Pequeños palacios en el pecho, Luis Borja Corral se hizo acreedor a uno de los premios de literatura más importantes del país, el Aurelio Espinosa, que en su edición 2014 estuvo dedicado a la novela. Se destaca de la obra su «temática tabú, sobre todo en sociedades como la nuestra». Aplaude también su «fluidez narrativa y lenguaje fresco» y la fusión que hace el autor entre «la ternura y la abyección». El jurado estuvo integrado por Lucía Lemos, decana de la Facultad de Comunicación, Lingüística y Literatura, de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador; por Alicia Ortega, profesora e investigadora de la Universidad Andina Simón Bolívar, y por el escritor Huilo Ruales. Luis Borja comenzó a escribir seriamente a sus 24 años. Fue de la mano de Ramiro Noriega, en su taller, que esa curiosidad despertó y justamente con uno de esos productos ganó el concurso de cuento de la Universidad San Francisco. Y él, que veía su futuro alineado en el Derecho, terminó dejando la abogacía y dedicándose ciento por ciento a escribir. Dejó su trabajo, se fue a Argentina y comenzó la aventura. ¡Valentía! ¿Por qué dedicarse a la novela? Es complicado, una empresa ambiciosa, pero él opina que «la novela es un género en el que cabe literalmente, todo, esa es su potencia. Si bien siempre existen zonas grises o híbridas, en general la novela cuenta con una extensión de pági-
nas mayor al cuento, esto hace que su ritmo sea más relajado; como si hubiera más aire para respirar», aunque nunca ha dejado de escribir cuento y se siente cómodo en ambos géneros, e incluso ha incursionado en la poesía. Al hablar sobre sus autores favoritos, opina, como casi todos, que es difícil elaborar listados definitivos, pero más o menos nos dice: «de las lecturas del colegio me quedo con Kafka, Dostoievski, García Márquez y Hesse, también con Pablo Palacio y con César Dávila Andrade; ya en la universidad leí con fervor a Raymond Carver, tanto su cuento como su poesía; y diría que esta es la primera escritura con la que me pude identificar realmente. También leí bien a Roberto Arlt (quien casi me aniquila), a Julio Cortázar y a Juan Rulfo». Sus obsesiones, sus temas, giran en torno a la ansiedad. El amor genera ansiedad, la locura genera ansiedad, el sexo (libre o reprimido) también genera ansiedad. Entonces sus personajes se regodean en ese fango; algunos salen, se escapan o se mueren, otros no, sólo se quedan allí, pernoctando. Así es la ficción, así es la vida... Luis Borja trama y da forma a esas historias que lo habitan, a los fantasmas que lo miran a través de sus mismos ojos. Haber ganado el Aurelio para él fue una experiencia «inenarrable». Lo bueno es que no se queda allí, en la vanidad. Sigue trabajando en una segunda novela, que está por terminar. Analiza la posibilidad de
publicar un libro de cuentos y otro de ensayos. En fin, ya sabremos más de él y de su literatura, entre tanto, disfrutemos de este libro, construyamos nuestros propios «palacios en el pecho». (MGB).
Luis Borja Corral Quito, 1981 Es abogado por la Universidad San Francisco de Quito y también D.J. de radio. Ha publicado cuentos y ensayos literarios en diferentes recopilaciones, y crónicas y perfiles en distintas revistas del país. Actualmente cursa una maestría en Sociología en la Flacso.
actualidad
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Galo Galarza*
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se era el grito de guerra que lanzaban los soldados mexicanos frente a las hordas de invasores que tuvieron a lo largo de su historia. Primero los españoles que ocuparon el suelo de los aztecas y mayas por más de tres siglos (y que fueron expulsados después de una década de lucha armada), después los franceses (que fueron derrotados en la célebre Batalla de Puebla), después los yanquis (en varias ocasiones, hasta que les quitaron a los mexicanos más de la mitad de su territorio). Ese es el grito que ahora lanzan al viento los hombres de bien de un país maravilloso martirizado por el narcotráfico (que cual Rey Midas del mal corrompe todo lo que toca, sea presidente, alcalde o reina de belleza). Ese también es el feroz y procaz grito que los latinoamericanos, indignados, hacemos nuestro cuando solo recibimos noticias trágicas de la patria de Benito Juárez: fosas siniestras que se abren para tragarse a estudiantes o migrantes, cabezas que ruedan de tres en tres en bares y discotecas, decenas de cuerpos que se disuelven en ácidos y cales. ¡El horror elevado a la máxima potencia! Por eso me alegra inmensamente y felicito a todos quienes tomaron esa decisión, de que sea la lite-
ratura mexicana la invitada de honor a la Feria de Libro de Quito en el año 2014. Y específicamente que sea el Fondo de Cultura Económica de México, esta célebre editorial fundada por Daniel Cosío Villegas, en el año 1934, que tiene nada menos que diez mil títulos a su haber (la mitad de ellos todavía circulando), la que comande el pabellón mexicano. Un abrazo a su director, el querido maestro José Carreño. La literatura mexicana, ya lo sabemos, es una de las más ricas y prolíficas de nuestra lengua. Desde la época virreinal con Sor Juana Inés de la Cruz, esa monja formidable que fuera estudiada en un libro igualmente formidable de Octavio Paz titulado Las trampas de la fe, hasta el buen amigo Juan Villoro (que estará entre los escritores presentes en esta Feria), ha marcado rumbos decisivos y fundamentales para las letras latinoamericanas e hispanoamericanas. Resulta imposible ignorar nombres como los de Alfonso Reyes (ese sabio escritor y diplomático que estudió mejor que nadie las viejas culturas del mundo) y José Vasconcelos (educador y polígrafo, amigo de Benjamín Carrión, el fundador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana), a quien se lo consideraba un santo laico, autor de esa monumental autobiografía, que arranca
con el Ulises criollo y termina con El desastre, a través de la cual se puede conocer, como en pocos libros, los antecedentes, la epopeya y la traición de la Revolución Mexicana, cuyo contraefecto fue comandado por esos centauros campesinos: Pancho Villa y Emiliano Zapata, quienes se levantaron en armas al grito de Tierra y Libertad, o la poesía telúrica de Ramón López Velarde (el de la Suave patria), José Gorostiza (el autor de Muerte sin fin, uno de los poemas más bellos y profundos de la literatura de todos los tiempos) y Amado Nervo (que se convirtió en un autor de culto por generaciones enteras de latinoamericanos). ¿Cómo desconocer la obra narrativa de Mariano Azuela (con su obra fundamental Los de abajo), de Agustín Yánez (Al filo del agua), de Martín Luis Guzmán (La sombra del caudillo), de Juan Rulfo (con sus dos pequeños libros maravillosos El llano en llamas y Pedro Páramo, que pesan más que muchas bibliotecas), de Elena Poniatowska (premio Cervantes, con su Tinísima y una decena de otros títulos que nos han hecho vibrar, reír y llorar con las glorias y sinsabores de su patria) y, sobre todo, de Carlos Fuentes (con su extraordinaria saga novelística que arranca con La muerte de Arte-
La literatura mexicana, ya lo sabemos, es una de las más ricas y prolíficas de nuestra lengua. Desde la época virreinal con Sor Juana Inés de la Cruz, esa monja formidable que fuera estudiada en un libro igualmente formidable de Octavio Paz titulado Las trampas de la fe, hasta el buen amigo Juan Villoro, ha marcado rumbos decisivos y fundamentales para las letras latinoamericanas e hispanoamericanas. mio Cruz y concluye con Federico en su balcón). Pero hay más: Sergio Pitol (uno de los narradores más brillantes de la lengua castellana), Fernando del Paso (con su trilogía deslumbrante: José Trigo, Noticias del Imperio y Palinuro de México), Juan José Arreola, José Revueltas, Elena Garro, Ángeles Mastreta, Guadalupe Nettel, Jorge Ibargüengoitia, Paco Ignacio Taibo, Augusto Monterroso (que siendo guatemalteco se asentó y murió en México), hasta el gran Roberto Bolaño (que es el chileno más mexicano de todos, ya que sus dos obras fundamentales, Los detectives salvajes y 2666, se
ambientan en México, donde vivió muchos años con sus amigos Infrarrealistas), Jorge Volpi, Alberto Chimal, Xavier Velasco, Laura Esquivel, Carmen Boullosa, Amparo Dávila, Guillermo Fadanelli, Mario Bellatín (peruano-mexicano), Vladimiro Rivas (excelente narrador y ensayista ecuatoriano-mexicano). ¿Cómo prescindir de la poesía de Xavier Villaurrutia, Guadalupe Amor, Rosario Castellanos (que fue también una magnífica narradora), Alí Chumacero, Carlos Pellicer, Efraín Huerta, Jaime Sabines (el de Los amorosos), Coral Bracho, José Emilio Pacheco (Premio Cervantes) y, sobre todo, de la obra inmensa y sobresaliente de Octavio Paz (que muy merecidamente obtuvo el Premio Nobel de Literatura, en el año 1990). ¿Cómo dejar de mencionar los ensayos de Miguel León Portilla, Enrique Krauze, Carlos Monsiváis, Gabriel Zaid, Roger Bartra (quien también estará presente en la Feria de Quito). ¿Cómo no evocar a nuestros grandes muertos: Bolívar Echeverría y Agustín Cueva que se asentaron en México y allí produjeron lo mejor de su obra? Y dentro de este marco se hará un homenaje nacional al escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja, quien vivió muchos años en México y allí forjó parte de su valiosa obra. Allí también dirigió talleres
de literatura en los cuales se formaron algunos de los más destacados escritores mexicanos de la hora actual, entre ellos el mismo Juan Villoro (que así lo reconoce y agradece). Luego vino Miguel a vivir en Quito y después en Guayaquil y aquí también siguió animando y creando talleres literarios en los cuales se formaron otros valiosos escritores ecuatorianos. Por eso es más que merecido este homenaje al autor de Henry Black y otros libros de narrativa, poesía, ensayo que son imprescindibles al momento de estudiar la literatura ecuatoriana. Los autores mexicanos que vendrán a Quito tendrán la dura responsabilidad de representar a esta literatura tan rica y tan vasta que nos inspiró y nos inspira. No vendrán todos los que nos habría gustado tener en la Feria, pero estarán sin duda autores muy destacados de muy diversos géneros. Un país con una literatura así de inmensa y maravillosa merece salir adelante, como salió en peores y terribles circunstancias. De eso estamos seguros. Tuve el privilegio de vivir un lustro entre su gente, en uno de los momentos más dolorosos de su vida republicana. Por eso amo a México, su historia y su cultura, por eso afirmo que así como nuestros hermanos mexicanos salieron de las guerras floridas, de las guerras de independencia, de las guerras revolucionarias, de las guerras cristeras, saldrán también vencedores de las guerras contra el narco que a veces se colude con ese otro cartel criminal llamado neoliberalismo (que es uno de los más peligrosos y despiadados) o con ese otro cartel del mismo estilo y peligrosidad llamado indiferencia. Quito, octubre de 2014. (*) Escritor ecuatoriano. Fue Embajador del Ecuador en México entre los años 2006 a 2012.
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Foto: Seekraz, 2013, www.wordpress.com
Juan Villoro
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ecuerdo a mi padre alejarse del grupo donde se servía limonada. En las playas o los jardines, siempre tenía algún motivo para apartarse de nosotros, como si los niños causáramos insolación y tuviese que buscar sombra en otra parte. Puedo ver su cara recortada en el quicio de una puerta, fumando
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con desgano, con la rutina parda del adicto que hace mucho dejó de disfrutar el vicio. Nunca se quitaba la corbata. Para él las vacaciones eran el momento en que se manchaba la corbata y no le importaba. Sólo se ponía otra al volver al trabajo. Supongo que nunca se adaptó a nosotros. Nos tomaba en cuenta con la calmosa dedicación con que
Distanciarse estaba en su carácter. Nunca lo vimos tomar una fotografía, pero las fotos que encontramos muchos años después deben ser suyas. Estuvo suficientemente cerca y suficientemente lejos de nosotros para retratarnos. Lo imagino con una de esas cámaras que se colgaban del hombro y tenían estuche de cuero.
alguien deja caer gotas azules en un acuario. También el verdadero sol le molestaba. Le sacaba pecas en los antebrazos, cubiertos de vellos rojizos. No era un hombre de intemperie. Lo único que disfrutaba de las vacaciones era el trayecto, las muchas horas a bordo del coche. Entonces cantaba una canción sobre un caballo de carreras. Aunque el caballo perdía siempre, su voz sonaba feliz y libre. Una voz hecha para el camino. Distanciarse estaba en su carácter. Nunca lo vimos tomar una fotografía, pero las fotos que encontramos muchos años después deben ser suyas. Estuvo suficientemente cerca y suficientemente lejos de nosotros para retratarnos. Lo imagino con una de esas cámaras que se col-
Hubo un tiempo en que vivimos con un fotógrafo invisible. Nos espiaba sin que ganáramos color. Que alguien incapaz de enfocar nos mirara así, revela un esfuerzo peculiar, una forma secreta del tesón. Mi padre buscaba algo extraviado o que nunca estuvo ahí. No dio con su objetivo, pero no dejó de recargar la cámara. Sus ojos, que no estaban hechos para vernos, querían vernos. gaban del hombro y tenían estuche de cuero. Las fotos recogen jardines olvidados y casas donde tal vez dormimos una noche, en camino a otra parte. Entonces éramos más rubios, más blancos, más antiguos. Una época pálida, antes de que la fotografía a color se volviera enfática. A mi padre le iban bien esos tonos indecisos, donde un coche azul parecía más gris de lo que era. Nadie guardó las fotos en un álbum, tal vez porque eran malas, tal vez porque pertenecían a una época que se volvió complicado recordar. En las tomas aparecen objetos que sólo a mi padre le hubiera interesado retratar. Las bancas, los postes de luz, los tejados, los coches —sobre todo los coches— sobreviven mejor que nosotros. Ciertas fotos oblicuas o movidas parecen tomadas desde un auto en movimiento. El dato final y decisivo para asociarlas con mi padre es que después no hubo otras. Una tarde subió a su Studebaker y no volvimos a saber de él. Las fotografías aparecieron en un desván, dentro de una maleta con correas, estampada con nombres de hoteles a los que no fuimos nosotros. Supongo que las dejó ahí para que lo conociéramos de otro modo, para que supiéramos lo mal fotógrafo que había sido, cuán frágil era su pulso, la falta de concen-
tración que determinaba su mirada. Un detective a sueldo hubiera hecho mejor trabajo. ¿Es posible que el autor de las fotografías sea otro? No lo creo. La torpeza, el desapego, la atención vacilante son una firma clara. De mi padre sabemos lo peor: huyó; fuimos la molestia que quiso evitarse. Las fotos confirman su dificultad para vernos. Curiosamente, también muestran que lo intentó. Con la obstinación del mediocre, reiteró su fracaso sin que eso llegara a ser dramático. Nunca supimos que sufriera. Ni siquiera supimos que fotografiaba. Hubo un tiempo en que vivimos con un fotógrafo invisible. Nos espiaba sin que ganáramos color. Que alguien incapaz de enfocar nos mirara así, revela un esfuerzo peculiar, una forma secreta del tesón. Mi padre buscaba algo extraviado o que nunca estuvo ahí. No dio con su objetivo, pero no dejó de recargar la cámara. Sus ojos, que no estaban hechos para vernos, querían vernos. Las fotos, desastrosas, inservibles, fueron tomadas por un inepto que insistía. Una tarde subió al Studebaker. Supongo que cantó su canción del caballo, una y otra vez, hasta que en un recodo solitario ganó, al fin, una carrera. [Revista Convivio, diciembre, 2008].
Juan Villoro Novelista mexicano, estudió sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana. Fue director del suplemento La jornada semanal, de 1995 a 1998, además de impartir talleres de creación y cursos en espacios como el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha colaborado en varias revistas culturales y suplementos. Fue profesor en universidades como: Autónoma de Madrid, Yale, Pompeu Fabra de Barcelona y Princeton. En 1991 publicó su primera novela El disparo de Argón, pero su éxito como novelista llegó en 2004, con El testigo, que fue Premio Herralde. Ha obtenido varias distinciones, entre las que se destacan: Premio Antonin Artaud, México (2008); Premio Ciudad de Barcelona (2009); Premio Internacional de Periodismo Rey de España (2010) y Premio Iberoamericano de Letras (2012).
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prender a leer y escribir no es suficiente para ser un lector. Es necesario descubrir el placer, atreverse a emprender la aventura que aguarda en cada texto, desarrollar y nutrir nuestra inteligencia narrativa, esto es, asumir que somos puro cuento. Nuestra vida está hecha de contárnosla unos a otros. Para comprender la realidad y darle sentido nos la platicamos a nosotros mismos, la compartimos con los demás, la hacemos y la rehacemos. Los seres humanos organizamos nuestra experiencia, construimos nuestra identidad personal e incorporamos la cultura a nuestra vida, a través de la narración, oral o escrita. Si las palabras dan nombre a las cosas, es la narración la que nos permite ordenarlas, interpretar la relación entre actores y acciones, vincular pasado, presente y posible, ensayar la búsqueda de significados. Tanto es así, que la alegría que nos desborda, el miedo que nos atenaza, el pánico de pesadilla nos desorganizan interiormente y decimos que son «inenarrables». Nuestra experiencia inmediata, lo que sucedió ayer o el día anterior, está enmarcada en el relato; con él representamos nuestras vidas y las de otros. Un indicador de que hemos construido una personalidad sana es el que podamos integrar de una manera coherente lo que pensamos y sentimos, lo que hemos vivido y soñado, para contar nuestra vida de manera inclusiva y honesta. Los psicoanalistas reconocen que la neurosis es el reflejo de una historia insuficiente, incompleta o inapropiada sobre uno mismo. En el libro La educación, puerta de la cultura, Jerome Brunner 1 comenta que «la producción de historias, la narración, es necesaria para que el niño construya un modo de pensar y de sentir en el que se apoye para crear una versión del mundo
La literatura es la forma más profunda que el ser humano ha inventado para ponerse en los zapatos del otro, para meterse en su piel, para respirar y sentir con él. en la que, psicológicamente, pueda buscarse un sitio a sí mismo, un mundo personal». Según este importante pedagogo, hay dos formas en las que los seres humanos organizamos y gestionamos nuestro conocimiento del mundo y estructuramos incluso nuestra experiencia inmediata: una parece más especializada para tratar con las cosas físicas, la otra para tratar con la gente y sus situaciones. Éstas se conocen convencionalmente como pensamiento lógico-científico y pensamientonarrativo. A través de nuestras narraciones construimos una versión de nosotros mismos en el mundo y es mediante la narración cómo la cultura ofrece modelos de identidad y de pertenencia a sus miembros. Todas las personas, todos los días contamos historias. Todos los días otros nos cuentan su versión de las histo-
Discurriendo juntos descubriremos una gran cantidad de cosas sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Nunca sabremos si aprendemos a narrar viviendo o aprendemos a vivir narrando. Probablemente son las dos cosas.
rias que vivimos, y así aprendemos que hay puntos de vista, modos diferentes de organizar las experiencias que compartimos, de manera que tejiendo historias construimos nuestra visión del mundo. Contamos para comunicar pero, también, para comprender. Contamos para el otro, pero también para nosotros mismos. Narramos nuestros sueños como una manera de empezar a llevarlos a la realidad, porque como dice Efraín Huerta: «Todas las cosas se parecen a su sueño». Los libros hacen posible que ampliemos nuestro mundo, que nos dejemos interpelar por historias diferentes y en cierto sentido iguales a las nuestras, por otros sentimientos y percepciones de la realidad, por sueños y fantasías distintos. Este contacto, este proceso dialógico y discursivo, fortalece la construcción de nuestro propio yo y nos abre al encuentro con los demás. La literatura es la forma más profunda que el ser humano ha inventado para ponerse en los zapatos del otro, para meterse en su piel, para respirar y sentir con él. Cuando la experiencia de la lectura es rica y profunda, cuando descubrimos que una obra es un mundo habitable y no queremos salir de él, empezamos a sentir la necesidad de contar para nosotros y para los demás nuestras propias historias. Eso es lo que necesitamos, dar el salto de la lectura a la escritura para encontrar nuevas voces que narren su experiencia en primera persona, generando una gama de historias más amplia y compleja, más rica y diversa.
Discurriendo juntos descubriremos una gran cantidad de cosas sobre el mundo y sobre nosotros mismos. Nunca sabremos si aprendemos a narrar viviendo o aprendemos a vivir narrando. Probablemente son las dos cosas.
1 Brunner, Jerome. La educación, puerta de la cultura. Ed. Visor, Colección Aprendizaje. Madrid,1997.
Alicia Molina Escritora mexicana. Estudió comunicación y ha sido guionista de cine y televisión. Actualmente es investigadora en cuestiones de televisión educativa. Por diez años editó Ararú, revista para padres con necesidades especiales. Desde 1992 dirige una asociación civil que investiga y genera información sobre las familias con hijos que tienen alguna discapacidad.
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yendas que viajaron por siglos, de boca en boca, para exhibir su idea de la creación, para narrar su historia, para ofrecer su riqueza cultural, para excitar la curiosidad y llenar de sonrisas los labios. Era también un país en el que pocos de sus pobladores tenían acceso a los libros. Pero esa es una historia que ya ha empezado a cambiar. Hoy los cuentos están llegando cada vez más a rincones apartados de mi país, México. Y al encontrarse con sus lectores están cumpliendo con su papel de hacer comunidad, hacer familia y hacer individuos con mayor posibilidad de ser felices.
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abía una vez un cuento que contaba el mundo entero. Ese cuento en realidad no era uno solo, sino muchos más que empezaron a poblar el mundo con sus historias de niñas desobedientes y lobos seductores, de zapatillas de cristal y príncipes enamorados, de gatos ingeniosos y soldaditos de plomo, de gigantes bonachones y fábricas de chocolate. Lo poblaron de palabras, de inteligencia, de imágenes, de personajes extraordinarios. Le permitieron reír, asombrarse, convivir. Lo cargaron de significados. Y desde entonces esos cuentos han continuado multiplicándose para decirnos mil y una veces «Había una vez un cuento que contaba el mundo entero…». Al leer, al contar o al escuchar cuentos estamos ejercitando la imaginación, como si fuera necesario darle entrenamiento para mantenerla en forma. Algún día, seguramente sin que lo sepamos, una de esas historias acudirá a nuestras vidas para ofrecernos soluciones creativas a los obstáculos que se nos presenten en el camino.
Al leer, al contar o al escuchar cuentos en voz alta también estamos repitiendo un ritual muy antiguo que ha cumplido un papel fundamental en la historia de la civilización: hacer comunidad. Alrededor de esos cuentos se han reunido las culturas, las épocas y las generaciones para decirnos que somos uno solo los japoneses, los alemanes y los mexicanos; aquellos que vivieron en el siglo XVII y nosotros que leemos un cuento en Internet; los abuelos, los padres y los hijos. Los cuentos nos llenan por igual a los seres humanos, a pesar de nuestras enormes diferencias, porque todos somos, en el fondo, sus protagonistas. Al contrario de los organismos vivos, que nacen, se reproducen y mueren, los cuentos, que surgen colmados de fertilidad, pueden ser inmortales. En especial aquellos de tradición popular que se adecuan a las circunstancias, al contexto del presente en el que son contados o reescritos. Se trata de cuentos que al reproducirlos o escucharlos os convierten en sus coautores. Y había una vez, también, un país lleno de mitos, cuentos y le-
Francisco Hinojosa Nació en la Ciudad de México, en 1954. Es poeta, narrador y editor. Estudió la carrera de Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido traducido al inglés y al portugués. Ha colaborado con artículos periodísticos y de divulgación cultural en la Gaceta del Fondo de Cultura Económica, entre otras. En cuento ha publicado: El sol, la luna y las estrellas (1981), A golpe de calcetín (1982), Cuando los ratones se daban la gran vida (1986), Una semana en Lugano (1992), La peor señora del mundo (1992). Y en poesía: Tres poemas (1981).
Donación de órganos: Las cosas que yo he visto Estos ojos han visto cosas que me han plomeado la pupila, han mirado otras más que sofocan el iris o alteran su atónita respuesta ante la luz.
Un trotamundos
Estos ojos diluidos por algunos libros, sorprendidos por escenas que los cines de provincias censuraban, he de donarlos para que desde otro cuerpo sigan viendo cosas que no pienso predecir o adivinar.
El anciano astroso, sucio, viendo al horizonte desaliñado manchaba las calles de Miami; enviciaba la vista esplendorosa de las calles. Y a las buenas conciencias eso les resulta mal.
Estos ojos en un tiempo pasado habrían de alimentar a los gusanos; hoy no consiento el saber popular que lo sugiere.
Traía un sombrero andrajoso, dicen algunos, era un panamá, era un bombín, una gorra de beisbolista como la que usaba Sandy Koufax allá en la costa oeste, decían los mayores. No, como la de un joven pitcher de Dakota, dijeron los más jóvenes. Era hacia atrás como un harapiento vendedor de helados. O como las del quarter back de los Miami Dolphins. O bien torcida hacia la derecha como los raperos. O a la izquierda. Y a las buenas conciencias eso les resulta mal.
Donaré mi hígado teñido por el vino y los riñones que bien han soportado a los gerentes de la pesadumbre. Quien reciba mi corazón conseguirá que latan sus privilegiadas alegrías; tendrá ocasión de causarle sus heridas personales. Tomen lo que ofrezca todavía un cuerpo partidario del amor (aunque no siempre haya podido ejercerlo a plenitud), un alma que desde la mitad del siglo XX vino a andar por el mundo posible y a imaginar alrededor del imposible.
O era exactamente un sombrero al estilo de los gángsters, así vestía Al Capone su sombrero, otro tenía el viejo Sinatra, cuando en los bajos profundos de Ol’manriver alcanzaba el inframundo y las botas de Nancy taconeaban en el centro de la ciudad. No se distraigan. Y a las buenas conciencias eso les resulta mal. Era un vagabundo arrastrando los pies por las calles de la bella ciudad soleada. Y a las buenas conciencias eso les resulta mal. La policía detuvo al viejo enjuto, esquelético, exiguo; encontraron en los bolsillos de su saco raído algunas hojas garabateadas y dobladas en cuatro con descuido. Lo detuvieron por vagar en las calles de Miami. Y a las buenas conciencias eso les resulta mal. Cómo te llamas, vagabundo, dijeron a un tiempo el policía bueno y el policía malo. Bob Dylan, respondió el anciano. Y claro, como ustedes pueden adivinar, igual que desde hace medio siglo, quedó en el viento flotando la respuesta. Los tiempos siempre están cambiando. Y a las buenas conciencias eso les resulta mal.
Tomen lo que logre serles útil para que alguien pueda nuevamente escuchar una canción, robar un beso o dirigir sus ojos hacia el sitio que le dé la gana. 1
Del libro Verdad posible, Fondo de Cultura Económica, 2014.
Eduardo Langagne Poeta mexicano, cofundador de editoriales tales como: El ciervo herido, El oso hormiguero y Práctica de vuelo. Ha colaborado en las publicaciones: Tierra adentro, Excélsior, La jornada semanal, Plural y Memoranda. De 1978 a 1979 fue becario del INBA/FONAPAS. En 1980 obtuvo el premio Casa de las Américas por Dónde habita el cangrejo, así como otros premios nacionales. Ha publicado Poemas para hacer una casa, Cantos para la exposición, Navegar es preciso y Verdad posible. Actualmente es director general de la Fundación para las Letras Mexicanas.
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El
Proyecto
Templo Mayor Leonardo López Luján
Treinta y seis años de arqueología en el Centro Histórico de Ciudad de México
E
l inesperado descubrimiento del monolito de la diosa lunar Coyolxauhqui, en febrero de 1978, desencadenó una serie de acontecimientos que transformaron el rostro de la Ciudad de México y que revolucionaron nuestros conocimientos sobre la antigua civilización mexica. En esa coyuntura irrepetible, el Instituto Nacional de Antropología e Historia logró cristalizar, con el apoyo conjunto del gobierno federal y la iniciativa privada, una de las empresas arqueológicas más ambiciosas y duraderas de los últimos tiempos: el Proyecto Templo Mayor (PTM). Fundado por Eduardo Matos Moctezuma e integrado por especialistas de alto nivel, este proyecto de investigación científica ha tenido como misión desde ese entonces el exhumar buena parte del recinto sagrado de Tenochtitlán, con el objetivo expreso
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de reconstruir la vida en la capital del imperio mexica. Hasta el día de hoy, se han llevado a cabo siete largas temporadas de excavaciones. Generaciones sucesivas de especialistas han sumado sus esfuerzos, añadiendo paulatinamente ‘piezas’ a un gigantesco ‘rompecabezas arqueológico’, el cual somos conscientes de que nunca se logrará completar. Entre tales ‘piezas’ destacan el Huey Teocalli o Coatépec, pirámide doble dedicada al dios solar Huitzilopochtli y al dios pluvial Tláloc; la Casa de las Águilas, edificio de estilo neotolteca que posiblemente servía como sala de velación de los soberanos muertos y de penitencia de sus sucesores; los Templos Rojos, adoratorios neoteotihuacanos consagrados al culto de Xochipilli-Macuilxóchitl, patrono de la música, el canto, la danza, el juego y el placer sexual; el Huey Tlachco o cancha mayor de
juego de pelota, en donde tenían lugar enfrentamientos rituales que emulaban la eterna batalla entre el día y la noche; el Calmécac, templo-escuela en donde los nobles eran formados en todos los campos del saber, y el Templo de Ehécatl, santuario de forma cónica erigido en honor al dios del viento. Asociadas a estas espléndidas construcciones hoy en ruinas, han aparecido multitud de pequeños adoratorios, esculturas, pinturas murales y ofrendas que han enriquecido el acervo patrimonial del pueblo de México. La séptima temporada del Proyecto Templo Mayor Uno de los más brillantes episodios de esta empresa científica se escribió hace apenas unos años, cuando el gobierno de Ciudad de México ordenó la demolición de dos edificios que habían sido irremediablemente dañados por el terremoto de 1985. Tal decisión levantó grandes expectativas
...el 2 de octubre [2006], cuando uno de los trabajadores introdujo su pico más allá de los límites señalados por el ingeniero de la obra, súbitamente quedó expuesta parte de una escultura que medía 4.17 x 3.62 x 0.38 metros y pesaba unas 12 toneladas. El tamaño de uno de sus cantos reveló que era aún mayor que el monolito de Coyolxauhqui y la Piedra del Sol. Este monumento representa la advocación femenina de la venerada y a la vez temida divinidad de la tierra Tlaltecuhtli. entre los arqueólogos debido a que ambos inmuebles se encontraban frente a las ruinas del Templo Mayor, en terrenos del antiguo Mayorazgo de Nava Chávez, en la esquina de las calles Argentina y Guatemala. Según las fuentes históricas del siglo XVI, el área situada al pie del Huey Teocalli de Tenochtitlán era un escenario ritual de primer orden, donde tenían lugar ceremonias vinculadas con el poder transformador del fuego. Ahí ardían, durante la veintena de quecholli, los símbolos que recordaban a los caídos en la guerra; tiempo después, en panquetzaliztli, se quemaban las banderas de papel de las víctimas ‘sacrificiales’ con una serpiente de fuego hecha de madera, papel y plumas que era bajada desde la cúspide del Templo Mayor, y en el mes de títitl se incendiaba, junto con flores, una construcción de madera y papel que nombraban ‘la troje de Ilamatecuhtli’. También eran cremados al pie de la pirámide los cadáveres de los soberanos y, muy cerca de ahí, eran sepultadas las cenizas resultantes junto con ricas ofrendas funerarias. Al menos así ocurrió en el caso de tres hermanos que se sucedieron en el trono —Axayácatl (1469-1481), Tízoc (1481-1486) y Ahuítzotl (1486-1502)— y del cihuacóatl o virrey Tlacaélel, tal y como lo indicaban las crónicas del historiador indígena Hernando Alvarado Tezozómoc y del fraile dominico Diego Durán.
En 2006, durante el último de los cuatro salvamentos realizados por el Programa de Arqueología Urbana en la esquina de Argentina y Guatemala, se corroboró la enorme importancia del área, al descubrirse el monolito mexica más grande hasta ahora conocido. En ese lugar se estaban construyendo los cimientos del nuevo Centro Cultural para las Artes de los Pueblos Indígenas. Pero el 2 de octubre, cuando uno de los trabajadores introdujo su pico más allá de los límites señalados por el ingeniero de la obra, súbitamente quedó expuesta parte de una escultura que medía 4.17 x 3.62 x 0.38 metros y pesaba unas 12 toneladas. El tamaño de uno de sus cantos reveló que era aún mayor que el monolito de Coyolxauhqui y la Piedra del Sol. Este monumento representa la advocación femenina de la venerada y a la vez temida divinidad de la tierra Tlaltecuhtli. Los relieves de esta obra maestra del arte universal representan a una divinidad que en la cosmovisión indígena se ubica en el alfa y el omega de un tiempo circular: Tlaltecuhtli da origen y propicia las plantas, los animales, los seres humanos y los astros que pueblan el universo; pero también es ella quien devora sus cuerpos al momento de morir. Como era de esperarse, un hallazgo de tal magnitud significó la
cancelación de la construcción del centro cultural. Entonces, de manera generosa, el gobierno local cedió el predio al Instituto Nacional de Antropología e Historia. Esta decisión tuvo entre sus consecuencias el que las futuras exploraciones arqueológicas se realizaran de la manera más cuidadosa y dentro del marco de un programa de investigación científica a largo plazo. Las ofrendas Hasta la fecha se han descubierto 35 depósitos rituales en torno al monolito de la Tlaltecuhtli. De estos depósitos rituales se han extraído más de 40 mil objetos, lo que demuestra no sólo la enorme importancia religiosa del área que se está explorando, sino también el indiscutible poderío político y económico del imperio mexica. Es sorprendente la concentración de riquezas en un espacio tan reducido, lo que no tiene comparación con contextos similares de las culturas olmeca, maya o teotihuacana. Los sacerdotes mexicas acostumbraban sepultar toda suerte de dones a sus divinidades dentro de cajas de piedra o en cavidades hechas bajo pisos. Por ejemplo, en esta temporada han aparecido restos botánicos de algodón, chía, amaranto, calabaza, copal y pencas de maguey. Entre los animales recuperados se encuentran algunos
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Tenochtitlán, México.
Según las fuentes históricas del siglo XVI, el área situada al pie del Huey Teocalli de Tenochtitlán era un escenario ritual de primer orden, donde tenían lugar ceremonias vinculadas con el poder transformador del fuego.
nunca antes registrados: cangrejo, langostino, estrella de mar, huachinango y águila arpía. También se han exhumado restos de puma, lobo, mono araña, águila real, pez sierra y decenas de especies de conchas, caracoles y corales. En lo que respecta a artefactos, destacan los cuchillos de pedernal, los punzones y las púas de autosacrificio, las cuentas de piedra verde, las máscaras de madera, las imágenes de basalto y los sahumadores de cerámica, estos pertenecientes a la ofrenda 130 y mostrados por
primera ocasión en la presente exhibición temporal. Como es lógico, el estudio de este excepcional acervo requerirá del concurso de muy diversos especialistas y de muchos años de análisis en el laboratorio. Más allá de la riqueza de estos materiales, su principal valor reside en la inestimable calidad y cantidad de información científica que aportan, especialmente acerca de aspectos ecológicos, tecnológicos, económicos, políticos y religiosos de la antigua civilización mexica.
cargo que ocupa hasta la actualidad. Sus proyectos han sido patrocinados por las universidades de Texas en Austin, Princeton y Harvard. En el 2000, su trabajo fue reconocido con dos importantes distinciones: la beca Guggenheim y el Premio de Investigación en Ciencias Sociales, de la Academia Mexicana de Ciencias.
A lo largo de su carrera ha recibido otros galardones académicos y ha publicado varios libros: Las ofrendas del Templo Mayo de Tecochtitlán, 1993; El pasado indígena, con Alfredo López Austin, 1996; y, Monte Sagrado/Templo Mayor: el cerro y la pirámide en la tradición religiosa mesoamericana, con Alfredo López Austin, 2009.
Leonardo López Luján
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Arqueólogo mexicano, reconocido como uno de los principales investigadores de las sociedades prehispánicas de México. En 1980 ingresó al Proyecto Templo Mayor del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en donde colabora con las excavaciones en Tenochtitlán. Años después fue director de este proyecto,
Sobre
cabeza
almohada
Poemas de Micaela Chirif
N
o he hecho más que caer dice el hombre y ya anochece
hay una mancha blanca en mi pantalón y en la mesa la bolsa de suero los dos caquis quiero escapar en la misma dirección que el aire pero el hombre se desploma las piernas se flexionan y los brazos se elevan ligeros para caer de inmediato junto al cuerpo que se sumerge como una vertical que hace silencio el hombre ha muerto una interminable lista de objetos contundentes caen a mis pies como naranjas
mi estómago esta tarde brillaba como un pez sobre el pavimento parecía un corazón
sobre la mesa de la cocina te velamos desde hace años y se estrellan contra el suelo todos los platos entonces quiero llorar por algo simple: tu camisa tu dolor de espalda pero me pongo de pie sin derramar una lágrima las palabras pasan como el paisaje visto desde un tren en marcha
la luz desciende agujerea la piedra agujerea tu cabeza desciende nunca había sido la que fui nunca aquella tarde cuando la luz hizo fantasmas de nosotros hizo fantasmas tu cabeza y la piedra para hacernos reír hizo fantasmas bajo una luz ordinaria
descansa sobre mi almohada una cabeza levemente desconocida la nariz hermosa los ojos claros dime belleza le pregunto ¿cuál es el lugar de tu deseo? la cabeza no contesta pero sonríe y abre las alas Micaela Chirif
Licenciada en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú, cursa actualmente un Máster en Literatura para Niños y Jóvenes en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha escrito cuentos para niños, entre otros: Don Antonio y el albatros, en coautoría con José Watanabe (2008); Buenas noches, Martina (2009); Más te vale, mastodonte, ganador del concurso A la orilla del viento (Fondo de Cultura Económica, 2014). Ha publicado los poemarios De vuelta (2001), Cualquier cielo (2008) y Sobre mi almohada una cabeza (2012). Ha dirigido el portal Perucultural (1999 al 2008) y es creadora del portal para niños enREDos (1999). Entre el 2012 y el 2013 tuvo a su cargo la serie Los cuentos del MALI que editó el Museo de Arte de Lima.
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L
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a melancolía es un mito que tiene una larga historia. Las alegorías que la representan también suelen vivir durante mucho tiempo. En la muy influyente Iconología de Cesare Ripa, la melancolía aparece representada de dos maneras. En la edición de 1611 es la figura de una mujer vieja y abatida con las manos apoyadas en el rostro. Pero en la edición de 1603 el melancólico aparece como un hombre barbado leyendo de pie un libro que sostiene en la mano izquierda, lo que muestra su atracción por los estudios. En la otra mano tiene una bolsa que simboliza su avaricia. Una venda le tapa la boca en señal de que le gusta guardar silencio y un gorrión parado en su cabeza indica su amor a la soledad. Mucho tiempo después algunas de las alegorías que aparecen en el grabado de Ripa fueron retomadas por escritores que se refirieron a la melancolía. Quiero citar un famoso poema de 1845 escrito por Edgar Allan Poe, en el que aparecen de nuevo el estudioso y un pájaro, pero aquí no es un gorrión sino un cuervo, ave que todavía hoy simboliza el mal agüero, así como la soledad y la oscuridad de la noche. El poema de Poe es uno de los más impresionantes ejemplos de la forma en que la melancolía se inscribe profundamente en la cultura norteamericana. Por eso llama la atención que El cuervo no suela ser mencionado en los numerosos estudios que se han publicado sobre la melancolía. Sin embargo, el hecho de que Poe sufriera períodos de depresión sí aparece en algunos trabajos dedicados a presentar casos
Roger Bartra clínicos de escritores y artistas que sufrieron la melancolía. El 11 de septiembre de 1835, Poe le contó a su amigo John Kennedy que en esos momentos sufría una depresión del espíritu como nunca antes había sentido. «He luchado en vano contra la influencia de esta melancolía». El propio Poe en su ensayo La filosofía de la composición (1846) subrayó el «tono melancólico» de su poema. Allí se preguntó: «¿De todos los temas melancólicos cuál, según el entendimiento universal, es el más melancólico?». La muerte es su respuesta obvia. Luego pregunta: «¿Cuál es la más poética expresión de la muerte?». Y contesta: la belleza. Así, El cuervo habla de la muerte de una mujer bella, Lenore, que para Poe es el tema más poético del mundo. En el poema hallamos uno de los motivos típicos de la melancolía: un estudioso sumido en la lectura de textos olvidados, durante una oscura y fría noche de diciembre, recuerda con tristeza a su amada Lenore. El lúgubre cuervo entra por la ventana y se posa sobre el busto de la diosa griega de la sabiduría; ante las repetidas preguntas el cuervo solo tiene una respuesta: «Nunca más»... Nunca más verá a su querida Lenore, ni siquiera en otro mundo. A Baudelaire, que tradujo y presentó el poema al francés, la música y las rimas le sonaron como un «tañido fúnebre de melancolía». El poema de Poe tuvo un éxito enorme tanto en Estados Unidos como en Francia, donde también lo tradujo Mallarmé. A finales del siglo XIX ya se había traducido además al alemán, al holandés,
al húngaro y al portugués. Fue proclamado el poema lírico más popular en el mundo. Yo creo que esta popularidad sin duda se debió a la calidad del poema, pero sobre todo al hecho de que condensaba el antiguo arquetipo de la melancolía de una forma moderna. Lo mismo hicieron Leopardi, con su célebre diálogo poético de un pastor con la luna, o Baudelaire con dos libros impresionantes, Las flores del mal y El spleen de París. Habría que agregar los Poemas saturnianos, de Verlaine, libro que contiene dos piezas tituladas en inglés con la palabra que el cuervo repite incansablemente en el poema de Poe: Nevermore. Debemos comprender que en el centro de la modernidad late un malestar profundo que se expresa como melancolía. El Romanticismo la había exaltado y no desaparece con los ruidos de la expansión industrial. El simbolismo poético la retoma como un dolor que se encuentra alojado profundamente en el seno de la vida moderna.
Roger Bartra Doctor en sociología por la Sorbona. Se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Trabaja como investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Es autor de los libros La jaula de la melancolía (1987), El salvaje en el espejo (1992), Oficio mexicano: miserias y esplendores de la cultura (1993), Las redes imaginarias del poder (1996), La democracia ausente (2000), entre otros. En 1996 recibió el Premio Universidad Nacional.
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a historia del FCE se remonta a 1934, cuando Daniel Cosío Villegas, uno de los más grandes intelectuales mexicanos del siglo XX, comprendió la necesidad de crear una biblioteca básica en español enfocada, ante todo, a los estudiantes de la recién fundada Escuela Nacional de Economía. El FCE no fue concebido como empresa lucrativa, sino como institución de fomento cultural, y surgió gracias al apoyo financiero del
Custodiando una parte del acervo cultural de México y de Iberoamérica, el Fondo de Cultura Económica, en colaboración con la Unesco, se dedicó a resguardar el material bibliográfico, la obra gráfica y los manuscritos de escritores como Octavio Paz, Rosario Castellanos, Juan Rulfo y Carlos Pellicer, entre otros, en la colección Archivos.
Estado, en calidad de fideicomiso, con el fin de impulsar la cultura sin condicionarla ni censurarla. Así, después de la colección de Economía, surgieron nuevas y variadas series que en un principio brindaron al público traducciones al español de lo más avanzado del saber universal. Durante los primeros 15 años de vida de la editorial se publicaron 342 títulos comprendidos en las colecciones de Economía, Política y Derecho, Sociología, Historia, Tezontle, Filosofía, Antropología, Biblioteca Americana, Tierra Firme y Ciencia y Tecnología. Asimismo, en este lapso se empezaron a promover y publicar obras en lengua española, que vinieron a sumarse a las traducciones iniciales del catálogo de la editorial. De 1948 a 1965 ocupó la dirección Arnaldo Orfila Reynal. Durante estos años se publicaron 891 títulos nuevos y se crearon siete colecciones: Breviarios; Lengua y Estudios Literarios; Arte Universal; Vida y Pensamiento de México; Psicología, Psiquiatría y Psicoanálisis, y la muy gustada Colección Popular. El FCE crecía no sólo en número de colecciones y títulos sino
en redes de distribución, de modo que comenzó a incursionar en el extranjero, estableciendo sucursales en Buenos Aires, Argentina, en 1945, y en Santiago de Chile, en 1954. El FCE llegó a Europa en 1963, al fundar en España su mayor sucursal. En el período 1990-2000 se publicaron 2.300 novedades y casi 5.000 reimpresiones. Se lanzaron proyectos de cobertura internacional como el de Periolibros, en colaboración con la Unesco. Dicho proyecto consistió en la publicación, en forma de periódico, de obras de autores iberoamericanos de reconocida importancia, como César Vallejo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Clarice Lispector y Gabriel García Márquez, entre otros. Los textos se incluyeron a manera de suplemento en los 20 periódicos que participaron en el convenio. Se crearon dos colecciones de libros para niños y jóvenes: la muy exitosa A la Orilla del Viento, y Travesías; además de la serie Hijos de la Primavera y Vida y palabras
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En el período 1990-2000 se publicaron 2.300 novedades y casi 5.000 reimpresiones. Se lanzaron proyectos de cobertura internacional como el de Periolibros, en colaboración con la Unesco. Dicho proyecto consistió en la publicación, en forma de periódico, de obras de autores iberoamericanos de reconocida importancia, como César Vallejo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Clarice Lispector y Gabriel García Márquez, entre otros.
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de los indios de América. También, celebrando nuestro rico patrimonio histórico, se inició la colección de Códices Mexicanos y, recientemente, se lanzaron la colección Fondo 2000 y los audiolibros en la colección Entre Voces. Por otro lado, custodiando una parte del acervo cultural de México y de Iberoamérica, el Fondo de Cultura Económica, en colaboración con la Unesco, se dedicó a resguardar el material bibliográfico, la obra gráfica y los manuscritos de escritores como Octavio Paz, Rosario Castellanos, Juan Rulfo y Carlos Pellicer, entre otros, en la colección Archivos.
La creación de un avanzado sistema de información para atender las necesidades del manejo de información de todas las áreas de la editorial muestra cómo la tecnología puede ponerse al servicio de la cultura; se introdujeron sistemas de vanguardia en el área de edición para acelerar sus procesos. Además de su casa matriz, el FCE ha establecido nueve filiales con el fin de ampliar el alcance de sus libros en el mundo. En mayo de 2002, Consuelo Sáizar Guerrero asumió la dirección general del Fondo de Cultura Económica. Bajo su dirección se crearon 24 nuevas colecciones, entre las que destacan Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes, Obras Reunidas, Los Primerísimos, A Través del Espejo, Nuevo Periodismo, Colección Conmemorativa 70 Aniversario, Centzontle, Aula Atlántica, Capilla Alfonsina, Biblioteca Universitaria de Bolsillo y Poesía. Se inauguraron en ese período el Centro Cultural Bella Época, que contiene la librería Rosario Castellanos, en la Ciudad de México, y el Centro Cultural Gabriel García Márquez, en Bogotá, Colombia, así como las librerías Elena Poniatowska, en Ciudad Nezahualcóyotl, y Luis González y González, en Morelia. En marzo de 2009 tomó posesión Joaquín Díez-Canedo Flores como director general de la institución. Ese mismo año el FCE celebró su 75 aniversario, cuyos festejos incluyeron la realización del Congreso Internacional del Mundo del Libro y una serie de publicaciones conmemorativas, amén de una variante conmemorativa de su logotipo. En 2010 se editaron y reimprimieron numerosas obras como parte de las celebraciones del bicentenario del inicio de la Independencia y el centenario del inicio de la Revolución mexicana. (Tomado del sitio web del FCE)
escritores de la casa En tu presencia
Habitación para una fuga No fue por la guerra, en un continente cansado, o por el ruido en ese cuarto metálico donde otros desmiembran las partituras apócrifas de nuestra voz, fue la habitación como presencia breve en una oscuridad íntima y distante que salió al unísono de nuestras vísceras, y nos encierra en una fuga que estamos aprendiendo a inventar. Luz ajena, no fueron las rosas, fue el dolor matándonos, campana que sólo tú y yo escuchamos, complicidad de avispas negras en una guerra civil con muchas bajas, la cama deshabitada que sin saber una plegaria pudo transitar nuestros infiernos. Luz ajena, somos nosotros con el abismo a los cuatro flancos, negándonos tres veces en una noche y amándonos toda la vida.
No sé cuándo, pero siento que en un momento de nuestro seguir caminando, el ágape de los pianos nos había sido negado; la campana de la soledad amenazaba con dejarnos sordos, inútiles y tristes, así que sin saber que existe la música nos remendamos los tímpanos y dejamos que esa ritualidad sea sentida como un halo lejano. Cuando golpeamos el cuerpo y fue bello el sonido, éramos dos sombras ajenas donde la música desnuda no pudo pertenecernos, sin embargo ya no hay piel sobre los huesos. Ese olor que no era primavera, ni pájaro, ni sol defendía esa presencia posible, frente a un final que no llega sangramos. El amor en esas sombras inocentes que nos habitan no da tregua, por eso a pesar del piano, seguimos remendados a no tenernos sino en una tumba que nos llora.
Gabriel Cisneros Abedrabbo Latacunga, 1972 Escritor, gestor cultural y comunicador social. La poesía ha sido para él un refugio donde respirar, una necesidad ineludible, pero también, un puente para encontrarse con el lector, con ese ser que se palpa en el silencio infranqueable, en el desamor y en la muerte, como génesis indiscutible del pensamiento que cuestiona y deconstruye la realidad. Sus búsquedas se confrontan con un ser que teme la frágil memoria de los actos. Cisneros ha publicado varios poemarios entre los cuales se destacan: Ceremonias de amor y otros rituales, Ombligo al infierno y Mujeres para morir.
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Alexis Cuzme
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n un mundo donde el amor en la literatura (y desde un capitalismo editorial predominante) ha sido esa idea amañada recubierta de cursilería, de sensiblería en niveles insoportables que contradictoriamente son asumidos como parte de la normalidad poética, en este mundo de poesía rosa y asfixiante, el leer poemas de amor descontaminados de los lugares comunes que lo rodean resulta todo un reto. Poemas que evidencien la pureza del sentimiento pero sin la necesidad postiza de la transcripción literal, sin volcarse a la construcción de textos lloriqueantes donde el suplicio interior se vuelve un motivo del cual avergonzarse. Poemas donde el amor exista no como aquello que debe pronunciarse para volverlo evidente, sino como ese algo que habita soterradamente en su cuerpo. Pero hay un punto más importante en todo esto: escribir en torno al amor desde ese sin frontera genérico, donde solo sea el amor sin una etiqueta de inclinación sexual, donde el amor en su pureza se explaye y sofoque, donde el amor se sienta en todo su latido electrificante. Ese poema, esos poemas existen, transitan y pululan en un círculo que muchos lectores prefieren evadir por no alinearse a esa idea deformada de amor pastiche.
Parad los relojes y desconectad el teléfono, dadle un hueso jugoso al perro para que no ladre, haced callar a los pianos, tocad tambores con sordina, sacad el ataúd y llamad a las plañideras. Que los aviones den vueltas en señal de luto y escriban en el cielo el mensaje «Él ha muerto», ponedles crespones en el cuello a las palomas callejeras, que los agentes de tráfico lleven guantes negros de algodón. Él era mi norte y mi sur, mi este y mi oeste, mi semana de trabajo y mi descanso dominical, mi día y mi noche, mi charla y mi música. Pensé que el amor era eterno; estaba equivocado. Ya no hacen falta estrellas: quitadlas todas, guardad la luna y desmontad el sol, tirad el mar por el desagüe y podad los bosques, porque ahora ya nada puede tener utilidad.
Pero hay un punto más importante en todo esto: escribir en torno al amor desde ese sin frontera genérico, donde solo sea el amor sin una etiqueta de inclinación sexual, donde el amor en su pureza se explaye y sofoque, donde el amor se sienta en todo su latido electrificante. 34
poesía El poema se titula Parad los relojes de W. H. Auden, un texto que evoca la desaparición de un amor, donde el sinsentido de la vida absorbe y solo la nada es la aspiración posible. Charles Bukowski va más allá con Atrapado, evadiendo la muerte la voz poética nos habla del amor pasado, aquel alejado y feliz que se contempla a la distancia, el que se rememora como esa parte cálida de vida. no desvistas mi amor podrías encontrar un maniquí. no desvistas el maniquí podrías encontrar mi amor. hace mucho que ella me olvidó. ahora se está probando un sombrero nuevo y luce más coqueta que nunca. ella es una niña y un maniquí y la muerte. no puedo odiarla por eso. no hizo nada inusual. solo que yo la quería. Mientras que José Emilio Pacheco en Poema de amor con una línea de Hemingway no hace más que ahondar en lo significativo del sentimiento, del «yosoytú» como cadena incorruptible. Yosoytú. No
nos separes de mí.
Los tres poemas se han construido sobre la misma base: el amor. Y este amor se explaya y desarrolla sin complicación en los tres textos. Más allá de cualquier prejuicio sexual, más allá de cualquier etiqueta peyorativa, el amor como materia prima. ¿Cómo logran, estos poemas, reafirmar un marco donde el amor se aparta del lugar común? ¿Cómo el amor representa un trabajo poético que va más allá de los límites impuestos por la moral? Partamos diciendo que Auden escribe un poema de amor para un hombre, que la voz poética de su texto habla a partir de ese amor del mismo sexo que ya no está con él, un amor tan similar a cualquier otro amor de cualquier voz del globo. Bukowski desde su sobredimensionada heterosexualidad le escribe a una mujer, una que estuvo y ya no está, un fantasma que regresa desde lejos, que observa con tristeza. Finalmente Pacheco le habla al amor universal, aquel que no tiene un género de atadura. El amor para todos. Uno que, imaginamos, es más cercano a la cotidianidad, donde las parejas ya no son únicamente el modelo de él y ella. Los tres poemas se han construido sobre la misma base: el amor. Y este amor se explaya y desarrolla sin complicación en los tres textos. Más allá de cualquier prejuicio sexual, más allá de cualquier etiqueta peyorativa, el amor como materia prima. ¿Cómo se entiende entonces un poema de amor alejado de etiquetas? ¿Importa que el amor no sea parte del amor convencional? No, un poema de amor (un buen poema de amor, valga la aclaración) es aquel que no necesita decir siempre que el amor vive en él desde sus callejones recorridos por millones, que está y existe porque sus palabras son las mismas palabras de todo poema creado a partir de una plantilla inagotable y funcional (comercialmente). Un poema de amor desde un baño público, un bus, una alcantarilla, un prostíbulo, una cantina, tras una pelea en la discoteca más disparatada de cualquier urbe, en el horario más incompresible de la esclavitud del oficinista, siempre será valorado si no ha sido contaminado por la fórmula exitosa donde el amor como palabra y símbolo (hombre+mujer, corazón, cupido, manos entrelazadas) es una continuidad única: la farsa sobreviviente. Por eso sería absurdo hablar de un amor heterosexual, homosexual, bisexual…, el amor no necesita de estas etiquetas, ni límites. El amor, desde la poesía, no necesita continuar en aquel sendero imitativo y caduco. Estos tres poemas apenas son breves ramas de un bosque por descubrir.
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Marcela Magdaleno Deschamps
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No soy una esquizofrénica. Solo sé que las paredes se están cerrando y la vida está al revés. ¡No veo elegantes rosas! Sé que el amor es gota de polen. Y mis células no responden a la muerte programada. Grito, me siento sofocada. Veo tumbas en mi corazón. ¡No me abandonen! que a veces siento que me he quedado sin sol. Recordando a mi abuelo Tranquilino Navarro que murió húmedo en un sótano sin el beso de adiós.
croquis La poesía trasciende la realidad
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a prosa de Elena Garro a veces se vuelve una ligera mancha de colores para dejarnos un sabor a pena. Luego se transforma, como los tonos del cielo, y nos habla desde un lugar secreto, encerrada en sí misma donde no la vemos ni presentimos. De pronto nos persigue con su pequeña y terrible soledad, como remordimiento soez. Sus letras abrazan, dejan un sabor ácido en la lengua, son de colores infinitos pero se centran en el lila de la ausencia. Luego nos entrega un ramillete de nubes y gardenias y suelta sus cuentos de amar, de búsqueda perenne, de justicia y hogar. Pesares. La vena fugitiva en un mundo extraño arrebata el deseo. Un soplo airoso, una regeneración femenina, abrazo tranquilo, lleno de vientos y ramas. Y al terminar de leerla no sabemos si fue un abrazo
Su disciplina creativa la desgarraba y aquella denominación de realismo mágico en que la han encapsulado no es más que la punta del iceberg, lo conocido, porque aún hay mucho que descubrir en su creación. Así era ella. Vivía entre sueños y realidades paralelas, creaba universos que brotaban de sombreros, vergeles en desiertos, la gloria emergía cuando se abrían las nubes, alentaba derrotados aunque ella estuviera rota.
repetido o solo el paso de un ave rozando la mejilla. Su presencia escondida entre metáforas para ser siempre Elena con cuerpo de niebla. Poético encuentro de dos sombras, extrañas, luminosas, muertas. Elena, la poética huidiza. Hablar de Elena Garro es jugar con fuego, hacer malabares con astros y volverse doctor en teología, especialista en bipolaridad y sentir un fuerte delirio de persecución. Por un lado tachada de conspiradora comunista; por otro, lideraba una caterva de santos, beatas, pordioseros y enaltecía el dogma del Papa. Maldecía el exterminio anarquista de la Revolución Rusa, tema obsesivo por más de veinte años. Casada con quien representó en un tiempo la cúpula intelectual mexicana [Octavio Paz], por lo tanto, repudiada por ser desobediente. Por un lado, realista al filo de la navaja porque decía las cosas como eran, sin importar dinamitar sistemas, rasgando los velos del tirano. Por otro, dejaba tan libre su imaginación que fue tachada clínicamente de loca. Siempre leal al abuelo: «Mira Leona, mis hijos murieron en la Revolución para que acabaran entre bandidos». Elena se lanza como coronela a defender los derechos de los pobres y apestados. Cultivó su mundo interior con sable en mano, decoró su teatro que en realidad escribió por compensación ya que sus verdaderos deseos eran hacer teatro desde la escena. Ser actriz, apuntador, tramoyista, bailarina y acomodadora, vivir eterna en el deslumbrante mundo de la fantasía. También acicalaba su anfiteatro donde llevaba flores a sus muertos cada noche. Tenía que andarse por las ramas para escapar del mundo exacto de don Fernando de las Siete y Cinco, y refugiarse en un territorio que le permitiera ser ella misma. Hiperactiva, cuando no estaba escribiendo se leía a sí misma,
Hay escritores que, vida y obra, deben ser estudiadas paralelamente. Ambas se siguen, se entrelazan tejiendo un destino extraordinario y fatal, la una da pistas de la otra y a veces sólo estudiando la biografía se puede comprender la obra en su totalidad. bordaba o armaba revoluciones. La vida de ‘la partícula revoltosa’ no fue un chiste, fue una glamorosa tragedia. El caso de una mujer que habla, denuncia y confronta y se conserva femenina en un círculo donde hay que masculinizarse para pertenecer. Su imagen fue devastada y perseguida. Hizo de su debilidad su mayor fortaleza: la palabra. La muerte en vida la volvió peligrosa, y así fue clasificada en la biografía secreta armada por el Departamento de Estado con respecto al asesinato de Kennedy: «Mujer mercurial, una intelectual peligrosa». A pesar de ser anticomunista y anticastrista y protestar en la embajada cubana gritándoles: ¡Asesinos! Así quedó clasificada. Después del 68 fue perseguida por la CIA y se acostumbró a vivir sitiada. Elena fue visionaria: «No creo que la política sea tan importante que merezca matar a uno que no piense como ellos»… Comentaba con naturalidad. Suprimida por no aceptar las reglas del juego expresaba con tristeza: «La intelectualidad mexicana no está vendida, sino más bien adaptada al sistema»… Por experiencia propia sabía que la libertad de expresión es tan solo una frase. Y así lo vivió, por eso convirtió las
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La prosa de Elena Garro a veces se vuelve una ligera mancha de colores para dejarnos un sabor a pena. Luego se transforma, como los tonos del cielo, y nos habla desde un lugar secreto, encerrada en sí misma donde no la vemos ni presentimos. De pronto nos persigue con su pequeña y terrible soledad, como remordimiento soez.
letras en su horizonte cálido. Hay escritores que vida y obra deben ser estudiadas paralelamente. Ambas se siguen, se entrelazan tejiendo un destino extraordinario y fatal, la una da pistas de la otra y a veces sólo estudiando la biografía se puede comprender la obra en su totalidad. «Esta novela no se puede publicar porque no tiene estructura». Comentaban algunos editores y era lógico. Su vida carecía de estructura. Por eso siempre buscó un hogar sólido. A pesar de conocer a Elena no tuve el tiempo reposado de la convivencia profunda como lo tuve con Helenita [hija de Elena Garro y Octavio Paz], quien en su repertorio de frases y reflexiones escandalosas un día me dijo: «Mi padre tuvo el Nobel porque fue el poeta de los presidentes, mientras que mi madre, por decir lo que opinaba, fue
perseguida, corrida del país y hasta anulada su nacionalidad». Un día llegué a casa de Helenita que estaba acompañada de sus treinta gatos y sus dos perritas. Sentadas platicando entró un vendaval, revolvió todas las hojas. Volaban poemas, cartas, fotos. Ella gritaba desesperada. Después todo se calmó. Al estar recogiendo aquel caos se juntaron los talentos de madre e hija, cada hoja representaba una época, un escándalo, una obra de arte, y al recogerlas leí rápidamente cada una y me di cuenta de que para estudiar la obra completa de Elena Garro hay que recuperar aquello. Pequeñas obras dramáticas, extractos de novelas, síntesis de ensayos, guiones como el de Greta Garbo representando a la gran duquesa María. Cartas turbadoras donde denuncia al séquito intelectual mexicano, poemas,
o aquel diario sobre Ahuatepec, cuando vendió todas sus joyas para que los ejidatarios legalizaran sus tierras morelenses. Entraba y salía de la realidad con la facilidad de su pluma, los eslabones perdidos están en novelas y diarios, cartas y tumbas. Su disciplina creativa la desgarraba y aquella denominación de realismo mágico en que la han encapsulado no es más que la punta del iceberg, lo conocido, porque aún hay mucho que descubrir en su creación. Así era ella. Vivía entre sueños y realidades paralelas, creaba universos que brotaban de sombreros, vergeles en desiertos, la gloria emergía cuando se abrían las nubes, alentaba derrotados aunque ella estuviera rota. Llenaba de estrellas salones, incendiaba auditorios con su silencio y donde fuera, abría ventanas reflejando horizontes infinitos. Ella sabía que sus letras estaban poseídas y serían leídas por seres que aún no habían nacido, lectores solidarios con ‘su mundo al revés’, porque se divertía desestructurando letras. Por eso hoy me interno nuevamente en su mundo, recreo un fragmento de su vida y hablo a través de su voz… Marcela Magdaleno Deschamps
Escritora mexicana, tiene publicados los libros La lectura para el desarrollo infantil (2000), Sutil convulsión (poesía, 2005), Indócil resurrección, (2011), Fiestas agrícolas y patronales PACMYC (2010), Leyendas de la tierra grande (2010), Libertad interior (2012). Ha participado en más de diez antologías de poesía y crónica, y escribió innumerables ensayos de cine y teatro en revistas como Visaje Colombia, El Búho, Castálida, México. Premio epistolario UNAM (1989); Primer premio estatal Testimonio de Mujeres de la Revolución Mexicana; Premio Antilibros Nueva York; Premio Canto al Pueblo Hui-
chol (2006). Participó en simposios internacionales con trabajos sobre Elena Garro, Mauricio Magdaleno, Juan Bustillos Oro, Sor Juana Inés de la Cruz. Ha participado en dos encuentros y antologías de ‘Mujeres en el país de las nubes’ Oaxaca y Colombia, y en el encuentro de poetas en la Casa de las Américas Cuba. Periodista con columna semanal en el Diario de Toluca. Programas de clips radiofónicos sobre crónicas fantásticas y leyendas ecológicas. Miembro de varias academias literarias, de crónicas, culturales y ambientalistas. En su literatura predominan la crónica, las leyendas y el testimonio oral.
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os pasamos el día sentados detrás de los montones de libros de su trastienda y oímos cómo resucita para nosotros el año 1925. Maurice recuerda, con voz que enronquece el alcohol, a Gide, a Cocteau, a Coco Chanel. El adolescente de los años locos no es ya sino un señor grueso que gesticula al acordarse de los Hispano-Suiza y del café Le Bœuf sur le Toit. —Soy mi superviviente desde 1945. Tendría que haberme muerto en el momento oportuno, como Drieu la Rochelle. Pero, claro, es que soy judío, y tengo el aguante de las ratas. Tomo nota de esta reflexión y al día siguiente le llevo a Maurice, mi Drieu y Sachs: adónde conducen los caminos torcidos. Muestro en ese estudio cómo a dos jóvenes de 1925 los perdió su falta de carácter: Drieu, un joven alto que estudiaba Ciencias Políticas, un pequeñoburgués a quien le tenían fascinado los coches descapotables, las corbatas inglesas, las muchachas americanas y que se hizo pasar por un héroe de 19141918; Sachs, un joven judío encantador y de costumbres poco claras, el producto de una guerra que empieza a oler a podrido. Alrededor de 1940 la tragedia cae sobre Europa. ¿Cómo van a reaccionar nuestros dos petimetres? Drieu se acuerda de que nació en Cotentin y se pasa cuatro años cantando el Horst Wessel Lied con voz de falsete. Para Sachs, París ocupado es un edén por el que se extravía frenéticamente. Ese París le aporta sensaciones más intensas que el París de 1925. Se puede traficar con oro, alquilar pisos para vender luego los muebles, cambiar diez kilos de mantequilla por un zafiro, convertir el zafiro en chatarra, etc. Con la noche y la niebla se ahorra uno tener que
darle cuentas a nadie. Pero, sobre todo, ¡qué dicha comprarse la vida en el mercado negro, robar todos y cada uno de los latidos del corazón, sentirse la presa perseguida de una montería! Cuesta imaginarse a Sachs en la Resistencia, luchando con funcionarios franceses de poca monta para que vuelvan la ética, la legalidad y las actuaciones a la luz del día. Allá por 1943, cuando nota que lo amenazan la jauría y las ratoneras, se apunta como trabajador voluntario en Alemania y llega luego a miembro activo de la Gestapo. No quiero que Maurice se enfade: lo mato en 1945 y silencio sus reencarnaciones varias desde 1945 hasta el día de hoy. Concluyo como sigue: «¿Quién habría podido suponer que a aquel joven encantador de 1925 lo iban a devorar, veinte años después, unos perros en una llanura de Pomerania? [Fragmento de la novela El lugar de la estrella, primer cuerpo de la Trilogía de la ocupación, Editorial Anagrama, España, 2012].
Patrick Modiano
(Boulogne-Billancourt, 1945)
El novelista francés recibió el premio Nobel de Literatura 2014. Su narrativa «representa un relato único y valiente de los peores momentos de Francia en el siglo XX: el régimen neonazi de Vichy y la ocupación del país por los alemanes durante la II Guerra Mundial», al entender de Guillermo Altares. Entre sus principales novelas destacan: Calle de las tiendas oscuras, La trilogía de la ocupación (El lugar de la estrella, La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación), Domingos de agosto, Viaje de novios, El rincón de los niños, Villa triste, En el café de la juventud perdida, Un pedigrí y Las desconocidas.
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María Gabriela Borja
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ocus, fuego, ardor… símil de la fuerza, del arrebato, del caos y la construcción, a la vez. Contradicción, por supuesto, nada como su esencia abrasadora para crear confusión, para engendrar yuxtaposiciones, para alterarnos y darnos una paz infinita al mismo tiempo. Óscar Vela ha conseguido recrear las emociones producidas por el fuego en el corazón humano a través de su palabra. Su experiencia como novelista le ha permitido entregarnos una ‘novela total’, donde el fuego nos conduce a través de las dimensiones y los espacios, a través del tiempo incluso, moviéndonos a su arbitrio hacia todas las direcciones de la historia. Siendo abogado de profesión, su capacidad argumentativa es sorprendente; no deja cabos sueltos ni perfiles psicológicos ambiguos. Tal vez porque en su vida él es así: organizado, sistemático, obsesivo. Su novela favorita es el Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrel; y el personaje literario que más lo identifica es El Quijote, no sólo porque físicamente se siente similar, sino porque gran parte de su tiempo transcurre en medio de la fantasía, luchando contra molinos de viento, mo-
linos que no son otra cosa que el papel en blanco. Un elemento que destaca en Yo soy el fuego es la vida del circo. A propósito del tema, el autor nos comenta: «Siempre me atrajo, desde muy niño por supuesto, como a todos, pero cuando era ya un adulto ese interés creció hacia distintos ámbitos del espectáculo. El circo tiene un misterio especial, un trasfondo de nostalgias y miserias que, paradójicamente, se dedican a divertir a la gente. Los personajes del circo, que ahora son personajes cotidianos de las calles, se han convertido en una fuente maravillosa de historias para mis novelas». Así, Óscar Vela, ganador del Premio Nacional de Novela Jorge Icaza, nos acerca un poco a su realidad, a su imaginario también, a su propio fuego. Nos habla del fantasma que lo persigue: la muerte; y de esos personajes marginales que pueblan sus historias. Nos comenta que trabaja ya en otro proyecto editorial que está por entregar y en otro, de largo aliento, que saldrá a la luz en el 2016. Esperemos pues, entonces, mucho más de este autor, porque escribir es su oficio. Un oficio que ha asumido con pasión y con una obcecada sensibilidad.
anaquel
Óscar Vela ha conseguido recrear las emociones producidas por el fuego en el corazón humano a través de su palabra. Su experiencia como novelista le ha permitido entregarnos una ‘novela total’, donde el fuego nos conduce a través de las dimensiones y los espacios, a través del tiempo incluso, moviéndonos a su arbitrio hacia todas las direcciones de la historia.
Óscar Vela (Quito, 1968) Es escritor y abogado. Ha publicado cuatro novelas: El toro de la oración (2002), La dimensión de las sombras (2004), Irene, las voces obscenas del desvarío (2006) y Desnuda oscuridad (Alfaguara 2011, ganadora del Premio Nacional de Novela Joaquín Gallegos Lara de ese año). Es articulista de El Comercio y autor de las reseñas literarias de las revistas Soho y Mundo Diners.
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scribía como hablaba, con igual facilidad. Su conversación era encantadora, atrayente, encendida, irónica y quizá desencantada por la soledad final en que vivía. El paso de los años dejó profundas huellas en su rostro lo mismo que en su andar, fue más bien un lobo estepario que escribía poco, pero leía mucho y trabajaba mucho. Siempre de guayabera blanca de mangas largas y pantalones grises, Adalberto Ortiz, novelista, poeta y diplomático ecuatoriano, cumple cien años de natalicio. Nació en Esmeraldas el 9 de febrero de 1914. Inició su carrera literaria en las revistas estudiantiles con poemas y artículos de diversos temas. Se le considera uno de los nombres más significativos de la literatura periférica. En su obra narrativa, a la observación de la vida de los negros y mulatos del país se añaden las técnicas de la novelística norteamericana, notoriamente las de John Steinbeck y John Dos
Passos, según sus estudiosos. Estudió en varios lugares, hasta que en Quito ingresó al Normal Juan Montalvo, para después ser docente en Esmeraldas, Milagro y Guayaquil, la ciudad puerto que siempre lo sedujo y lo vio desarrollarse como escritor. A más de ejercer el magisterio, Ortiz cultivó la pintura. Hizo servicio diplomático. Fue conferenciante, secretario de la Casa de la Cultura del Guayas. Participó en congresos sobre la negritud. Hijo de su abuela y sus tías En una entrevista Ortiz confesó que fue hijo de abuela y tías, porque su madre se metió a un convento y su padre fue comerciante sin lugar fijo. Ronna Smith, en Vida de Adalberto Ortiz, nos ofrece detalles importantes sobre su niñez, como por ejemplo que con apenas tres meses, se fue con su madre y abuela a Guayaquil, huyendo de la guerra civil. No volvería a ver a su padre hasta cuando tuvo once años, pero la relación no fue de las mejores. Sin embargo, Ortiz escribiría: «Mi padre vestido de arzobispo, con un
alfiler en su retrato / reía y cenaba una cena de caimanes en su cuero / y gorriones en salmuera o a la cacerola / y luego vociferaba: ¿Salamandra Abracadabra!»; o también: «—Mi padre era un gran señor, ¿sabes?, un gran hombre con dos grandes defectos. »—¿Cuáles? »—Era negro y honrado. Demasiado bueno. Tan bueno, que muchos lo juzgaban un negro tonto». En Guayaquil fue discriminado, y lo más difícil de su estancia allá es que nunca fue bueno para los deportes, por lo cual no era parte de los grupos de niños de su edad, sumándole a esto las dificultades económicas por las que atravesaba su familia. El periodista Juan Montaño Escobar señala sobre Adalberto: «…el escritor se cocina en el jugo de sus decepciones, merecimientos, desilusiones, sueños fallidos, y busca los pasos perdidos de una obra, mucho tiempo percibida, que no termina de armar, porque casi siempre estorba el miedo al fracaso». Se advertía en medio de la atmósfera lírica en que fue concebida, claros resabios de amargura, de resentimiento. La novela negra adquiría una tonalidad más sincera: no era un mulato alegre el que escribía, era un negro dolido el que dejaba ahí fluir su angustia, señalan sobre su obra.
aniversario Cuando Adalberto redescubrió Esmeraldas una vez que retornó de Guayaquil, el regreso fue clave para su vida. Así lo manifestó con sus propias palabras: «Hasta mis 23 años, no me había preocupado mayormente por la literatura… No fue hasta 1937, cuando retorné a Esmeraldas, a bordo de un motovelero, que tropecé con un libro que despertaría en mí una seria afición por las letras. Acababa de obtener el título de Profesor Normalista, un poco tardíamente, como todo lo que hago, y regresaba a servir a mi provincia natal. Mi compañero de cabina (el profesor Kruger Carrión), otro normalista, me había facilitado una antología de poesía negra latinoamericana, Emilio Ballagas». Al terminar su lectura Adalberto exclamó: «Yo también he sido poeta». «Quedé deslumbrado por los ritmos negroides que bullían en mi propia sangre, sin saberlo (…). Al arribar a Esmeraldas volví a observar los ‘bailes de marimba’ y a vivir el folclor de mi pueblo». De regreso a Esmeraldas publicó su primer tomo de poesía negra, con los títulos: Jolgorio y cununo, que fueron acogidos y valorados acertadamente por la crítica. Recibió el premio Eugenio Espejo y por gestión del poeta y catedrático Rodrigo Pesántez Rodas, fue candidatizado al Nobel de Literatura de 2002. Sobre su vida y obra La producción de Ortiz no fue abundante, pero tampoco exigua: Camino y puerto de la angustia, poemas (1946); La mala espalda, cuentos (1952); El animal herido, compilación de todos sus poemas (1959); El espejo y la ventana, Premio Nacional de Novela en un concurso promovido por los periodistas del Ecuador (1964).
Sobre su novela El espejo y la ventana, el crítico francés Claude Fell sostiene: «Es la novela de la frustración (amorosa, intelectual y social) y del fracaso, que desemboca, luego de una tentativa fallida de suicidio, en la toma de posición individualista del personaje central». Al valorar uno de los poemarios de Ortiz, el novelista Joaquín Gallegos Lara, anota: «El libro Tierra, son y tambor se reúne bajo un conjunto que constituye un proceso. Se inicia rayando en lo folclórico. Pero muy pronto se adelanta a ser mucho más pulso que piel. La atmósfera mulata del libro, en unos poemas se ennegrece totalmente; en otros se clarea hasta casi ser blanca. En Ortiz son acentos de alta humanidad». Además citó que «Adalberto Ortiz pone en sus poemas a sus hermanos de Esmeraldas, en su existir cotidiano y en su existir hondo: con los machetes de la roza o de la sublevación, con la pereza y la tagua, el baile y el tambor, el ancestral y misterioso recuerdo de la trata, las luchas de hoy, y el latido de un corazón humano bajo la piel oscura». Su novela más célebre fue Juyungo, escrita entre 1939 y 1941. Relata la historia de un negro, una isla y otros negros. Ha sido traducida a varios idiomas, es la toma de la palabra por parte de los mismos protagonistas. A diferencia de los escritores de la década de 1930, Ortiz habla desde el interior del conflicto, sin intermediarios, y su voz se suma a las de aquellos que en el mundo comparten un proyecto de liberación. No ganó ningún premio con esta obra pero fue declarada la mejor novela del Ecuador. Fue publicada en Buenos Aires, por Colección Lee, en 1943. Esta obra tiene 71 años de haber sido publicada. Desde sus primeras líneas se escucha y se siente el retumbar de las marimbas: «Marimba y buba. Buba y marimba. Relucen los machetes
lo mismo que los ríos rutilantes de sol a sol. Tu pavoroso tin-tin brinca retumbando desde los puntales de guayacán. Distante la pena. Gorgoriteó el gran sapo bamburé. ¡Gran Dios! Hay gente que teme por su cabeza. De la selva emergieron ébanos soberbios de nocturnos corazones, testigos sin lengua de las múltiples hazañas de algún negro cimarrón. Los blancos dijeron muchas cosas. Los blancos hicieron peores cosas. Hasta los cayapas prescribieron: ‘donde entierra juyungo no entierra cayapa’. A poco pian pian. Marimba sobre marimba. Pero un día brotarán de aquí, de allá, y de más allá, cien mil como aquel lejano Zumbí de los Palmares». (Y.M.). ¿Qué? Desamparado no, desesperado. Bajo esta tempestad de angustia, nube de silencio… ¡Qué término de todo, qué alimento de odio! ¡Qué cenizas de siglos va en lo mío! Apártate de mí, y en la más profunda sima, la más profunda, profunda… déjame solo. Un día, hoy día y otro día. Extracto del poema ¿Qué?, tomado del libro Adalberto Ortiz del margen al centro.
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a obra ganadora del Premio Herralde de Novela de este año surge a partir de una visita al cementerio Père Lachaise de París. La creadora de la historia, Guadalupe Nettel, escritora mexicana que ha sido señalada varias veces entre los autores más destacados de su generación, pasea por el camposanto y simultáneamente va creando un vínculo entre los personajes principales que sienten una profunda identificación con los panteones.
Los protagonistas de la historia son: Claudio, cubano afincado en Nueva York que trabaja en una editorial («es un personaje obsesivo, con unos rituales que ejecuta inexorablemente»), y Cecilia, una estudiante mexicana residente en París (Nettel vivió más de cinco años en la capital francesa y casi 15 en Francia). «En la vida chocamos con otra persona y a veces nos la trastoca por completo», fija como génesis de la novela Nettel. A medida que avanza la historia am-
geografías Nettel, ahora en el pelotón de cabeza de la nueva narrativa de su país, tiene en su credo que, visto de cerca, nadie es normal. «Me gusta enfocar lo que la gente cree anormal, lo que esconde, lo que piensa que son defectos; disfruto describiendo sus manías y obsesiones, seguramente para no sentirme así tan sola». bos dejan traslucir sus neurosis, sus pasiones, sus fobias y las reminiscencias del pasado que dictan sus miedos, y terminan entrecruzándose en París, siempre rodeados de muertos. «Tardé mucho en gestarla porque yo soy cuentista y esto es lo más parecido a una novela, río de lo que yo podría escribir, aunque tenga poco más de 200 páginas», explica. El poder de la literatura mexicana En el 2013, el escritor mexicano Álvaro Enrigue obtuvo el Premio Herralde de Novela con su obra Muerte súbita, y el hecho de que ahora Nettel logre el mismo galardón confirma que en México hay una literatura contemporánea interesante, de una calidad extraordinaria. Al preguntarle a Guadalupe Nettel (Ciudad de México, 1973) sobre la literatura de su país, dijo: «Con la literatura no lo sé, pero en la vida cotidiana es desastroso; México es hoy mi idea del infierno: en los últimos ocho años han desaparecido 30.000 personas y cada día no se hace más que encontrar fosas y fosas llenas de cadáveres torturados o calcinados; esa violencia ya se ha extendido tanto que ya no quedan estados a resguardo ni en México capital: en mi hasta ahora tranquilo barrio de Coyoacán, la semana pasado hubo dos asesinatos». La novela se titula Después del invierno y será publicada en noviembre de este año. «Nettel ha escrito una novela rotunda, de una
ambición e intensidad poco usuales, que ahonda con maestría en su reconocible universo, el de los seres que habitan los márgenes, el extrañamiento, la anomalía», afirmó Anagrama en un comunicado. Con esta obra, presentada bajo el pseudónimo de B. Parker y el título ‘Spleen’, la mexicana «se consagra definitivamente como una de las voces imprescindibles de la actual narrativa latinoamericana», subrayó la editorial. Nettel, ahora en el pelotón de cabeza de la nueva narrativa de su país, tiene en su credo que, visto de cerca, nadie es normal. «Me gusta enfocar lo que la gente cree anormal, lo que esconde, lo que piensa que son defectos; disfruto describiendo sus manías y obsesiones, seguramente para no sentirme así tan sola». Por eso quizá Después del invierno es «un encuentro chocante entre dos neuróticos». «Me alimento de pedazos palpitantes de vidas de otros y esta es una novela de rapiña también: son fragmentos de vidas de otras personas, es un collage de varias existencias», señaló. La autora —que en la novela incluye numerosas referencias musicales como Miles Davis o Philip Glass— no se limita a describir el romance entre ambos sino que éste «forma parte de un relato mayor que abarca un período importante de sus existencias». El premio Dotado con 18.000 euros (24.300 dólares), el Premio Herralde de Novela fue creado en 1983
y entre sus ganadores figuran Javier Marías, Sergio Pitol, Álvaro Pombo, Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño, entre otros autores. Nettel es la octava autora de los últimos diez ganadores que proceden de América Latina, y entre quienes obtuvieron el Herralde ocupa entre los mexicanos el quinto puesto. El jurado, compuesto por Salvador Clotas, Paloma Díaz-Mas, Marcos Giralt Torrente, Vicente Molina Foix y el propio editor Jorge Herralde, decidió proclamar finalista la novela El imperio de Yegorov, del escritor Manuel Moyano. La ganadora y el finalista salieron de una lista de once novelas finalistas de las 1.462 presentadas, la más alta participación de la historia del galardón, que convoca Editorial Anagrama. (YM). Guadalupe Nettel Nació en Ciudad de México en 1973, es autora de dos novelas, El huésped (finalista del premio Herralde en 2005) y El cuerpo en que nací, así como de varios libros de cuentos como Pétalos y otras historias incómodas y El matrimonio de los peces rojos (Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero). Traducida a más de diez lenguas, Nettel obtuvo además galardones como el Premio Nacional de Narrativa Gilberto Owen, el Antonin Artaud y el Ana Seghers.
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Esperando las olas, acuarela sobre papel de fibra de arroz, 2014.
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iguel Betancourt, uno de los más importantes artistas plásticos del país, nos sorprendió con una nueva propuesta pictórica a la que tituló Imágenes a trasluz, que tiene que ver con la transformación de las imágenes por efecto de la luz. Para esta exposición que se encuentra en la Alianza Francesa, el autor dispuso la utilización de armazones de metal que sostienen dos láminas muy finas de papel de fibra de arroz, como la seda, adosadas por el reverso y encapsuladas entre dos planchas de vidrio. Estos pliegos se juntan de reverso y pueden ser vistos por sus respectivos frentes. En la presentación de estas obras, montadas sobre un pedestal, como si se tratara de esculturas, la luz ambiental hace lo suyo. El artista busca involucrar en su obra la incidencia de la iluminación, para configurar imágenes que podrán observarse en un tiempo y espacio determinados. Por ejemplo, si esta estructura se ubica junto a una ventana, las representaciones se mostrarán diferentes a la luz del día, a la tarde o a la noche. No está por demás precisar que la apariencia de la pintura será muy diferente con el uso de un reflector, en una sala de exhibiciones. Recordando la luz mediatizada que ingresa al interior de las iglesias góticas, a través de los vitrales de diverso colorido que son los encargados de filtrarla, y cuyo fin era provocar la concentración del devoto en el oficio divino y eliminar o reducir su preocupación por el mundo de fuera, en las instalaciones de Betancourt son las sedas pintadas las que interactúan, unas con otras, conjugando sus dibujos y tonalidades, a tiempo de provocar la aparición de nuevas imágenes o su sucesiva mutación. De esta manera, las formas insinuadas incluso resultan herméticas,
paleta
Retablo quiteño, acuarela sobre papel de fibra de arroz, 2014.
...en las instalaciones de Betancourt son las sedas pintadas las que interactúan, unas con otras, conjugando sus dibujos y tonalidades, a tiempo de provocar la aparición de nuevas imágenes o su sucesiva mutación. De esta manera, las formas insinuadas incluso resultan herméticas, o hermosas y seductoras, como la fulguración de una flor o de algún penacho barroco; en todo caso, distintas a como pueden percibírselas en la pintura suspendida en una pared. 49
Levantamiento con elementos sacros, acuarela sobre papel de fibra de arroz, 2014.
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o hermosas y seductoras, como la fulguración de una flor o de algún penacho barroco; en todo caso, distintas a como pueden percibírselas en la pintura suspendida en una pared. Los dibujos y el color de estas pinturas nunca serán estáticos, sino que mutarán a lo largo del día según cambie la luz. Así, ésta se con-
vertirá en una fuerza creadora y nutricia para esta obra. Cabe decir que la transparencia no la da solamente la disposición de los vidrios que permite integrar el entorno circundante, sino también la técnica de la acuarela, a la que caracteriza el empleo de pinceladas suaves que dejan entrever lo cubierto por ellas. O sea que,
con esta propuesta, se puede hablar de la obtención de transparencias múltiples. La aspiración del artista es que su obra se la contemple desde el territorio de la intimidad. Durante el día, y junto a una ventana, estas pinturas pueden actuar de intermediarias entre la luz del sol y el alma del ser humano.
Europa y américa, acuarela sobre papel de seda, 2014.
Miguel Betancourt Quito, 1958.
Se inicia en el arte con Oswaldo Moreno en 1974, y en 1976 y 1977 asiste al taller de pintura del Milwaukee Art Museum, en EE.UU. Estudia Pedagogía y Letras en la PUCE hasta 1982 y en el British Council para un posgrado en Slade School of Fine Art UCL. Participa en la XLV Bienal Internacional de Venecia en 1993. En el 2000 expone en el Museo de Canberra, y entre el 2001 y el 2003 realiza una muestra itinerante por América Central. En el 2004, integra la muestra Tendencias Visuales del Ecuador Contemporáneo, en la C.A.F., Caracas; en el 2007 asiste como Invitado de Honor a la V Bienal Internacional de Arte, SIART, La Paz; en el 2009, forma parte del evento ‘La Noche de los Museos’, en Buenos Aires. Integra la Exposición de Artistas Latinoamericanos y Caribeños, en el Tokio City Hall y una muestra colectiva con la Fundación Benetton, en varias ciudades europeas. Expone en Roma, en Beijing y en Viena. Betancourt ha recibido reconocimientos en Ecuador y en el extranjero como el Premio Pollock-Krasner, en Nueva York. Dos pinturas suyas integran la pinacoteca de las Naciones Unidas en Viena y Ginebra. Su obra se la puede encontrar en más de veinte publicaciones nacionales e internacionales. www.miguelbetancourt.com
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l bargueño es un mueble que se funde entre el arte, lo artesanal y la magia. Es uno de esos objetos que se miran con admiración, mezcla de curiosidad y recelo. Mueble de madera que esconde uno y mil secretos de posible origen hispano-árabe; de forma rectangular, lleno de cajones y gavetas, algunos a la vista, varios escondidos, era usado en los siglos XVI al XIX para guardar papeles u objetos y escribir sobre su mesa abatible. Su nombre parece tener origen en el pueblo de Bargas, en la provincia de Toledo, España. Luego del primer impacto visual de la cantidad de cajones, el espectador comienza a mirar detenidamente el arte del bargueño: un minucioso trabajo de taracea, ese arte para incrustar pedazos pequeños de madera natural o teñida, nácar, concha, carey, hueso, marfil y hasta pan de oro en dibujos de flores, animales, iglesias, casas, en una estructura que también lleva columnas para separar sectores y forman, en su conjunto, una verdadera obra de arte.
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En una de las salas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana pudimos admirar cuatro bargueños de los siglos XVII y XVIII, pertenecientes a la reserva de los Museos de la CCE, y en las otras todo el arte de Víctor Quillupangui reflejado en bargueños, mesas, cofres y cuadros en un resumen de arte transportado a la madera. Quillupangui nació en Machachi, en 1956. Recibió de su padre las primeras enseñanzas. En una entrevista decía: «Mi padre es el gestor del arte que manejo, él es un ebanista que confeccionaba bargueños, trabajaba en la restauración de casas coloniales y manejaba la técnica de la taracea». Agregaba que la delicadeza de la viruta «se ensortijaba en la mano y eso —decía— me parecía maravilloso…, tanto trabajo cepillando la madera para luego botarla al piso». Su primera pieza la realizó a los 10 años y a los 17 abrió su primer taller. Él decía que su destino era convertirse en artesano-artista y ese camino lo forjó tanto en su contacto con la naturaleza, con el perfume y el contacto con los árboles, así como en la «disciplina, pasión y entrega que puso en cada obra».
taracea
No contó con una formación formal, no pasó por grandes aulas donde se difundan los secretos del arte. «Son estudios que he realizado de manera autodidacta; he leído 10 mil libros de los artistas y he tenido contacto con los maestros de la Escuela Quiteña, por ejemplo con el maestro Alfonso Rubio, el último ‘Caspicara’». Es precisamente el Arte Colonial el que más atrajo al maestro Quillupangui, como el expresa: «Dentro del Arte Colonial se llega a una especie de perfección. Son obras sumamente trabajadas y delicadamente realizadas. A mí me gusta casi llegar a la perfección, no se puede, pero lo intento». Cuando se admiran las obras de este maestro, se da un encuentro activo entre el creador y el espectador, en el que se transmite un mensaje que llega a los sentidos. (PHC).
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C
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on ocasión de la celebración del Día de Difuntos, el Museo de Arte Colonial de la Casa de la Cultura Ecuatoriana presenta la exposición: ‘Vivir para morir. Una mirada a través del arte’. Las obras exhibidas son testimonio de la meditación sobre la muerte, el más allá y el destino de las almas, temas de frecuente reflexión en la Audiencia de Quito; retratos de niños fallecidos, producidos en el siglo XIX, cuyos elementos iconográficos simbolizan lo fugaz de su vida y su categoría de angelitos al haber entrado en el reino del Señor; representaciones de monjas muertas coronadas, que aluden a su encuentro con Jesús; pinturas alusivas a la meditación y la muerte, y otros objetos artísticos cuya autoría es del Padre Tito Heredia, artista invitado en esta oportunidad. Como parte del programa educativo se editó un catálogo que recoge dos importantes estudios realizados por Carmen Sevilla Larrea, cuyo título es: La muerte cristiana en el Quito colonial, y el otro, de autoría de Inés del Pino, El cementerio de San Diego. Una ciudad dentro de la ciudad. El contenido de estos ensayos nos ilustra sobre los rituales en torno a la muerte en la época colonial, expresados en testamentos y documentos notariales; el papel de la Iglesia y su vinculación con la sociedad; los aspectos sociales y culturales manifestados en rituales y formas de enterramiento, su destino «en el más allá» y su recuerdo. El segundo ensayo estudia al cementerio de San Diego como una estructura urbana, ubicado en la periferia de la ciudad, en un recinto amurallado, en cuyo interior se encuentran calles y plazas, sectores aristocráticos y populares, en mausoleos y lápidas. El arte funerario revela diferentes maneras de trascender en la muerte. La muestra la integran pinturas de autores anónimos de los siglos XVII y XVIII, de motivos religiosos vinculados a la muerte, pertenecientes al Museo de Arte Colonial, junto a obras del artista Tito Heredia, un sacerdote que comparte su tiempo entre sus dos vocaciones, el sacerdocio y el arte, muchas veces a la madrugada «para no robarle tiempo a su Dios». En esta muestra están óleos sobre tela, calaveras en papel maché y figuras en tela encolada y terracota. Tito Heredia sintió la vocación por la pintura desde niño, afición que fue incentivada por su padre. Desde hace veinticinco años, más o menos, se dedica a la pintura, a la escultura, al grabado y a la artesanía, debiendo muchas enseñanzas a los esposos Leonardo Tejada y Elvia Chávez de Tejada, que le encaminaron en su vocación artística. Dice la crítica de arte Inés Flores que Tito «registra los hechos que lo conmueven, captando no solo sus apariencias, sino su significado; esto es: imagen y espíritu». (PHC).
especial Las obras exhibidas son testimonio de la meditaciรณn sobre la muerte, el mรกs allรก y el destino de las almas, temas de frecuente reflexiรณn en la Audiencia de Quito.
La muestra la integran pinturas de autores anรณnimos de los siglos XVII y XVIII, de motivos religiosos vinculados a la muerte, pertenecientes al Museo de Arte Colonial, junto a obras del artista Tito Heredia, un sacerdote que comparte su tiempo entre sus dos vocaciones, el sacerdocio y el arte. 55
boceto Marie Lion:
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etrás de las joyas plásticas que nos dejaron Renoir, Monet, Manet, Gauguin, Cézanne y otros impresionistas, incluidas las dos mujeres que son parte de esta vanguardia, Berthe Morisot y Mary Cassatt, de esas joyas que son sus obras, está algo más valioso e imperecedero: la libertad; la libertad que vivieron, que predicaron, que defendieron... Y es que ninguno quiso estar dentro del statu quo o del oficialismo. Tanto en su técnica, ciertamente novedosa y revolucionaria, como en sus historias personales, cada uno de ellos buscaba una ruptura con el pasado, con la continuidad; querían sorprender, provocar, hacer de su existencia misma una obra de arte. Marie Lion, fascinada por la fuerza de esta corriente y por las
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personalidades de quienes la integran, decidió rendir un homenaje desde su talento, realizando estudios de sus obras. Están aquellas que más la convocaron, de hecho, y ha reconstruido los detalles más amados, así como ha colocado de su propia experiencia otros pincelazos, otra formas, otros rostros, que quizá le son más familiares. La muestra es una fusión también de tiempos, de técnicas, de su espíritu con el de los maestros. Será «porque, como ellos, rescato la belleza, el instante de la luz y el color», nos dice Lion cuando recorremos y disfrutamos apreciar a los caballeros del impresionismo a través de sus ojos. (MGB).
homenaje
Svistoonoff
N
icolás Svistoonoff ha muerto, se fue de repente; las orquídeas no alcanzaron a despedirle ese 15 de octubre. Recuerdo que con Raúl Pérez Torres trabajábamos en la edición del libro de Jorge Enrique Adoum para la Colección Escritores de Quito y Nicole nos dijo que Nicolás le había hecho un dibujo que sería bueno para la portada. Nos contactamos con él y fuimos a su casa en El Dorado. Le saludamos y le obsequiamos el libro Dráculas del Ecuador, que correspondía a una investigación sobre esta clase de orquídeas que había realizado la Universidad Alfredo Pérez Guerrero. Nicolás nos agradeció y comenzamos a deambular por la casa, el taller y los jardines. Al final nos obsequió un libro de su autoría: Enigma y seducción. Orquídeas del Ecuador, que nos reveló la otra afición de Nicolás: las orquídeas «plantas insólitas
que por alguna razón secreta producen una fascinación irresistible». Pero este libro nos reveló también que Nicolás es el fotógrafo que captó las maravillas de las orquídeas. Manuel Esteban Mejía se pregunta: «¿Svistoonoff, fotógrafo? Y por qué no, aunque esta es una faceta que pocos conocían y que cuando existe es una expresión menor, un entretenimiento o una afición que no intenta competir con el trabajo principal del artista. Pero no olvidemos que la fotografía es un medio, y para un artista todos los medios son valederos si le facilitan expresión y comunicación creativas». Este artista, ecuatoriano por adopción pues nació en Shangái, China, en 1945, tuvo una destacada vida marcada por el arte que se inició en Guayaquil cuando tenía 19 años. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de esa ciudad y en San Fernando en Madrid. Según
Hernán Rodríguez Castelo «desarrolló su técnica entre el expresionismo y el tachismo, con un neofigurativismo entre bizarro y mágico». Sus dibujos, pinturas y grabados se expusieron en América, Europa y Asia. Ganó varios premios en las tres técnicas. Desde hace varios años estaba dedicado al coleccionismo digital en Facebook informando y educando con textos históricos y fotografías, con esa vocación con la que se desempeñó como profesor y directivo de la Facultad de Artes de la Universidad Central. Hasta pronto Nicolás; allá seguirás con tu arte «que es una aventura personal». (PHC).
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S
iempre estaba de buen humor, siempre sonreía. No creo haberlo visto enojado y eso que lo conocí hace muchos, pero muchos años. Estudiando, trabajando, persiguiendo con tenacidad su sueño, Paúl llegó a convertirse en uno de los periodistas gráficos más importantes de nuestro país. Su vida se vio violentamente interrumpida, pero a través de las imágenes que logró capturar con su lente, su carrera continuará. Y es que la fotografía es una forma de permanencia; de repetir una y mil veces las situaciones, los escenarios y seguir transportando personas a otras realidades. Duele su partida, porque cada partida, cada ruptura es una pérdida irreparable. Ese 1 de octubre, el día de su muerte, no se irá jamás. Nos reconoceremos en él, y en las miles de formas que tenemos de recordarlo. Mostrar parte de su trabajo, creemos es la mejor forma de expresar su valía, y exaltar su obra, el mejor homenaje a su permanencia. (MGB).
Paúl Navarrete Navas:
la
como una
manera de prolongar la vida 58
réquiem
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Cristina Moreno G.
«E
l texto es un pretexto para que podamos hacer otra cosa. Si el director se empeña en determinada frase, tu interpretación puede decir otra cosa. En este universo de la actuación, en la relación director y actor, el margen que se da para crear juntos es amplio», afirma Carlos Valencia, actor de teatro, cine y televisión, quien fue homenajeado por la Cinemateca Nacional. Una gran trayectoria acompaña a este actor nacido en Manta en 1965, quien a los 14 años ya formó parte del grupo La Trinchera para, posteriormente, ser protagonista de las películas A la Costa y Ratas, ratones y rateros, que lo posicionó como un ícono en las artes escénicas del país. Con él dialogamos y sus palabras expresadas con naturalidad y acompañadas con la expresividad de su rostro y el movimiento de sus manos, nos van contando sus experiencias y transmitiendo sus conocimientos.
¿Cuál es la mayor satisfacción que te ha brindado tu experiencia en dieciocho años de actuación en cine, teatro y televisión? Conocer a muchas personas, intercambiar experiencias y trabajos. A partir de mi actividad he podido construir lo que tengo. El hecho de transmitir y compartir. Descubrir y asimilar lo que es el arte es mi mayor satisfacción. Lo que realizo lo hago con mucha sensibilidad. Un buen programa de televisión, una obra de teatro, una película acogidas por el público son logros importantes.
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Dada tu pasión por las artes escénicas, ¿en dónde te sientes más a gusto, en el cine, el teatro o la TV? En el teatro. A pesar de que no cuenta con suficiente apoyo, es
complicado y elaborado. Se crea una vida cotidiana con tus compañeros y surge un producto artístico. Es una vivencia intensa y no es masivo. En cambio, el cine posee otras características muy particulares, es parecido al teatro. La televisión es diferente, tiene un sentido comercial. Es muy difícil dedicarme sólo al cine, al teatro o la TV. Consideras que influye la diferencia de costo entre el teatro y el cine. Claro, la entrada mínima al teatro en Guayaquil está entre 10 y 15 dólares. En Manta no puedes trabajar con ese presupuesto. A pesar de que en mi provincia no hay la costumbre de ir al teatro, sí tienes público. Cuando hice la presentación de mi grupo, Carlos Valencia HT, hicimos dos días de función con
piezas cortas de autor. Hubo gente, con una entrada de 10 dólares. El público demanda propuestas, una constante actividad. En la TV la lógica de la creación artística cambia, en función de ello, ¿qué destacarías de tu participación en Los Sangurimas, Siete lunas, siete serpientes, A la Costa (adaptaciones de Carl West)? La experiencia televisiva fue determinante para mi incursión en el cine. Cuando salió Los Sangurimas, por ejemplo, en la televisión, fue un suceso por ser una adaptación de una novela literaria. ¿Qué nos puedes contar de tu participación en Amores que matan de Ecuavisa? Fue una producción que tuvo acogida, aunque la producción televi-
magnet贸fono
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siva ha decaído, lo que llamamos producción nacional es una serie de franquicias, realities. ¿Enlatados? Exacto, esa es la propuesta. Frente a una narrativa ecuatoriana llena de hechos fantásticos, tenemos una pobre producción televisiva. En tu provincia, Manabí, existen una serie de relatos ricos, una gran tradición oral. Por supuesto, las leyendas y los cuentos perviven, laten en la sociedad pero no se genera propuestas. Los actores que pueden vivir sólo del teatro, del cine o la televisión son muy pocos. Te puedes considerar un actor de teatro pero es impensable vivir sólo de esta actividad. No se puede dejar de lado el factor económico, la sobrevivencia. Si eres actor que sólo te quieres dedicar al teatro, tienes que convivir con la docencia, realizar talleres para poder sobrevivir. Qué nos puedes contar del grupo de teatro Carlos Valencia HT que formaste. Es un grupo experimental que funciona en Manta, no tiene un espacio físico, una sede. Realizamos piezas cortas, sketch, recogemos cuentos,
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leyendas y las teatralizamos. Tenemos un pequeño espectáculo y eso es lo que difundimos. Uno de los proyectos que me he propuesto a corto plazo es conseguir un espacio que nos permita desarrollar. Qué nos puedes contar de tu participación en la obra de teatro Asunto terminado del escritor uruguayo Ricardo Prieto. La hice con Marco Bustos. Es una obra futurista que se presentó en Guayaquil y Manta. Lamentablemente no pudimos hacer una gira. Este año se realizará la sexta edición del Festival de Cortometrajes Manabí Profundo, en calidad de director, cómo ves las propuestas de los jóvenes. El Festival es un proyecto realizado junto con la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (desde hace seis años). Desde este espacio han surgido jóvenes realizadores con proyectos visuales frescos. Este festival cuenta con el reconocimiento del público. Constituye un espacio necesario que motiva a los jóvenes ya que tienen la posibilidad de promocionar sus realizaciones. Además participan de talleres junto a actores. Hay gente muy talentosa que no cuenta con un instituto, un espacio que brinde las herramientas para potencializar su trabajo. A
partir de este Festival hemos generado nuevas propuestas y ambiciosos proyectos. ¿En qué fecha se realiza el festival? Generalmente se lo hace en octubre pero este año hubo cambio de alcaldías y la falta de apoyo ha afectado a su realización. Nosotros recibimos apoyo institucional de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí y del Municipio de Manta. Por fortuna contamos con el reconocimiento y el aprecio de la comunidad. ¿Cómo llegas a configurar el aspecto psicológico de tus personajes? Al investigar tu trayectoria encontré un aspecto constante en tus interpretaciones actorales: la de un hombre marginal (drogadicto, delincuente). Considero que un elemento que vale la pena explorar es la búsqueda de la bondad en el personaje. Ir hacia el interior para descubrir lo psicológico. En el caso del personaje de Ángel, en Ratas, ratones y rateros, en toda la trama se desencadena un camino tenebroso, este personaje no tiene moral, posee una psico-
Bastante margen. A pesar de que me ajusto a la propuesta del director, depende mucho del personaje. El texto es un pretexto para que podamos hacer otra cosa. Si el director se empeña en determinada frase, tu interpretación puede decir otra cosa. En este universo de la actuación, en la relación director y actor, el margen que se da para crear juntos es amplio.
logía extraña. Mira el universo de otra forma, tiene un concepto diferente del bien y el mal. Hay que despojar al personaje de ese sentido de la moral que tenemos todos los seres humanos. Ese elemento de búsqueda tiene que ir hacia lo más profundo del ser. Este en el caso de Ángel pero, ¿qué me dices de tu interpretación en Vale todo como Vicente Rodríguez? Vicente tiene otra percepción, es un muchacho que ha recibido un severo maltrato infantil. Ese trauma de la infancia fortaleció su per-
sonalidad. El perfil de este personaje es diferente. Tiene un sentido de justicia. A lo largo de tu carrera has tenido oportunidad de trabajar con varios directores: Camilo Luzuriaga, Sebastián Cordero, Carl West, Roberto Estrella ¿con quién has sentido mayor realización? Cuando trabajé con Camilo fue un descubrimiento, entendí cómo se hace una película: la demora de una toma, un cambio de plano, de locación. Comencé a ver que tras una película hay un equipo. Comprendí la unidad de talentos. Reconocí mi trabajo como actor a diferencia del teatro. Con Sebastián Cordero he aprendido mucho. Es el director con el que más he tenido contacto (Ratas, ratones y rateros y El pescador). Cordero crea las condiciones para que tú como actor te sientas cómodo. Crea un ambiente para trabajar rápido y de la mejor manera. Te permite crear a partir de sus propuestas. El cine se construye así en una cohesión de criterios. Tu trabajo se ha ceñido estrictamente a los guiones o has tenido un margen de improvisación.
¿Cuáles son los proyectos futuros de Carlos Valencia? Promocionar el VI Festival de Cine Manabí Profundo y terminar un guión para la realización del casting, la filmación y la producción de una película. Sobre el homenaje que te rindió la Cinemateca Nacional, ¿cómo te sentiste? Este tipo de homenaje hay que hacerlo con algunos actores que han fortalecido la actividad teatral en el país. Hay una lucha permanente. No se ha valorado a los actores. Hay una amnesia cultural, hay que recuperar la memoria. En la historia hay actores destacados. Socialmente, un reconocimiento tiene un significado, es un agregado, otorga un valor a una actividad desvalorizada. Los reconocimientos revalorizan y motivan e impulsan a continuar con los proyectos. ¿Qué le dirías a los jóvenes interesados en estudiar actuación en el país? Durante mucho tiempo fui autodidacta. A pesar de no ser un conocedor de técnicas de actuación. Me formé en talleres y en la práctica. Todo sirve de aprendizaje. Luego he sistematizado con Bauman, con el grupo La Matraca, entre otros. Donde más he aprendido es en el escenario, en el encuentro con personajes. Mi constante ha sido sobrevivir.
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Wilma Granda Noboa
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oce títulos que constan en rollos de películas, realizadas entre 1959 y 1970; una entrevista a Solá Franco en video y un audio referido a la Biografía Musical de este multifacético artista, fueron entregados a la Cinemateca Nacional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana para que sean mantenidos en la bóveda climatizada y así preservar una obra importante para Guayaquil y el país.
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Desde el año 2010, la Cinemateca conoció la existencia de películas excepcionales filmadas por el pintor guayaquileño Eduardo Solá Franco en Europa durante 19501970. En esa ocasión, asesoramos y colaboramos en una incipiente digitalización de ocho rollos de 8 y súper 8 mm que el artista había puesto en escena para películas que, según testimonio de cineastas involucrados en una exposición de la obra completa de Solá en la ciudad de Guayaquil, Fernando Mieles y Miguel Alvear, «…rebasarían concepciones tradicionales del cine nacional en aquellos años e incluso más…». En aquel año, recomendamos que las películas fueran depositadas en la flamante bóveda climatizada que la Cinemateca de la CCE había inaugurado. Ello, para precautelar una obra importante de Guayaquil y del país. Esto es, para cuidar su preservación a largo plazo a fin de que duren al menos doscientos años más. A mediados de 2011 nos dirigimos al albacea de la obra de Eduardo Solá Franco, Luis Savinovich Sotomayor, para que autorizara el ingreso de esas películas a la bóveda climatizada de la Cinemateca Na-
cional, pues el clima de Guayaquil afectaría su conservación. Asunto sobre el cual, el albacea estuvo totalmente de acuerdo. En el año 2014, la Cinemateca dispone ya de un filmscanner que nos permite digitalizar las películas de manera profesional. Entonces, luego de finiquitar algunos trámites legales, en septiembre de este año viajamos a la ciudad de Guayaquil, junto con el presidente de la institución, Raúl Pérez Torres, y la directora jurídica, Ivonne Dávila, para firmar el Acta de Entrega Recepción de estas importantes filmaciones de Solá Franco, con Luis Savinovich, lo que constituyó un suceso histórico para el cine nacional: 12 títulos que constan en rollos de películas, realizadas entre 1959 y 1970. Una entrevista a Solá Franco en video y un audio referido a la Biografía Musical de este multifacético artista, se custodian hoy en la Cinemateca Nacional. Nuestra labor de preservación y custodia del patrimonio fílmico se basa en la Declaración del cine ecuatoriano como parte del patrimonio cultural del Estado y la delegación de su custodia legal a la Cinemateca, según Acuerdo Ministerial 3765 y Mandato 040 INPC de 3 de julio y 3 de agosto de 1989.
Eduardo Solá Franco, una vida de apostolado a las expresiones de arte Pintor y dramaturgo guayaquileño (1915-1996). Estudió en Guayaquil con José María Roura Oxandaberro. Desde 1929, estudió y conoció en Barcelona a grandes maestros de la plástica europea. La crisis lo vuelve a Guayaquil y participa en una exposición junto a Galecio, Bellolio y Kingman. Su obra no fue comprendida. Hacia 1933 ingresa a una Escuela de Pintura en New York, donde tiene como profesor a Camilo Egas. Allí obtiene el Gran Premio como mejor estudiante. En Europa asiste a escuelas y academias de pintura. Posteriormente realiza exposiciones en EE.UU., Chile, Argentina, Perú y Ecuador. Su obra figurativa y simbolista no fue apreciada «porque se vivía un indigenismo exagerado y expresionista, muy de casa adentro, en contraposición con lo mío que siempre ha sido de una inspiración muy diversa y cosmopolita», dice Solá. En 1946, en Perú, integra la Asociación de Artistas Aficionados y estrena varias obras de teatro. Peregrina entre ciudades principales de Norteamérica y Europa. En París pinta a las mujeres más bellas. Participa en bienales y exposiciones. Su vida es un apostolado dedicado a todas las expresiones del arte. Incluido el cine. Su muerte ocurre en 1996.
escaleta
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URA EN MINISTRO DE CULT
LA CCE
era, Francisco Borja C El ministro de Cultu na ria . de la Cultura Ecuato a as C la itó vis s, llo va rez la Institución, Raúl Pé Con el presidente de E, CC la instalaciones de Torres, recorrieron las lio va useos, las reservas de especialmente los M arte moderno y contem de y s ale ni lo co s ra ob sas n. talleres de restauració poráneo, así como los r permite proyecta a fu Esta visita ministerial ciota entre las dos institu turo una labor conjun cultura del país. nes en beneficio de la
Francisco Borja Cevallos y Raúl Pérez Torres.
SEMANA DE LA CULTURA HONDUREÑA La embajadora de Honduras, Mayra Falck, y Yolanie Cerrato, directora de Educación y Cultura de la Cancillería de ese país, mantuvieron una reunión en la Casa de la Cultura Ecuatoriana con el propósito de planificar la Semana de la Hondureñidad que se realizará el segundo semestre de 2015. Las autoridades de la Institución, Raúl Pérez Torres, presidente, y Gabriel Cisneros, vicepresidente, conjuntamente con Patricio Herrera Crespo, director de Publicaciones, y Laura Godoy, coordinadora de la Cinemateca, conocieron el plan general y ofrecieron toda la colaboración para este evento de cultura.
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spo.
to y Patricio Herrera Cre
Cerra , Mayra Falck, Yolanie doy, Raúl Pérez Torres Go ra Lau os, ner Cis el Gabri
LIBRO DE LA CCE EN LYON El libro Calcografías del Louvre, editado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana, fue entregado por la estudiante quiteña Bernarda Carrera a Martin Mouline, director de la Facultad de Lenguas de la Universidad Católica de Lyon, Francia, para la biblioteca. Bernarda señala que en esa ciudad se realizó el IV Festival Intercultural del Ecuador con notable éxito. En ese contexto, se exhibió la película Sin otoño, sin primavera, de Iván Mora Manzano; Víctor Artieda expuso su obra pictórica; el embajador Carlos Alberto Játiva disertó sobre ‘Un Ecuador de múltiples activos’; Daniel Mancero dio un recital de piano; Isadora Ri presentó una muestra fotográfica ‘Retratos ecuatorianos’; Carlos Gallegos la obra de teatro Quartier Kaleidoscope, y cerró el Festival Ramiro Oviedo con un recital de poesía en francés y español. Durante la semana hubo un festival gastronómico ecuatoriano.
uline.
Bernarda Carrera a Martin Mo
MUSEO ETNOGRÁFICO El presidente Raúl Pérez Torres inauguró la muestra Pueblos Ancestrales del Ecuador, en el nuevo Museo Etnográfico de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En la foto constan: Patricio Herrera Crespo, director de Museos (e), y Patricia Noriega, coordinadora del Museo. La exposición pone en escena temáticas como: cosmovisión y shamanismo, vestimenta, medicina tradicional, vivienda, modos de producción y fiestas, desde la pluriculturalidad y la interculturalidad. La exposición estará abierta hasta noviembre de 2015. Patricia Noriega, Patricio Herrera Crespo y Raúl Pérez Torres.
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Yo pecador Autores: Efraín Sigüenza Guzmán Género: Narrativa Editorial: CCE Año: 2014 Páginas: 190
«Yo pecador, confesión íntima de Efraín Sigüenza, testimonia la existencia de un hombre que frente al ocaso regresa la mirada y va recapitulando los actos, el amor, la vida, pero sobre todo, los abismos que tuvieron que ser sentidos en el viaje. De alguna forma hay una reformulación del pecado en un ser de luz, que en los personajes aprende a tejer oscuridades, ratificando que la luminiscencia existe precisamente porque puede ser contrastada». (GCA).
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Autor: Javier Gomezjurado Zevallos Género: Ensayo Editorial: CCE Páginas: 168
«Estas historias están relatadas ingeniosamente a efectos de provocar una apacible lectura; y metodológicamente no han sido organizadas en el mismo orden en que aparecieron, sino que ha primado un criterio cronológico para ubicarlas. Historias para recordar hay muchas, pero Desempolvando la historia es el resultado del esfuerzo de muchas noches que, silenciosamente y en complicidad con una taza de café o una copa de vino, permitieron componer estos diecisiete artículos seleccionados…». (JGZ).
Viajes narrativos
Inti churi
Autores: Varios Género: Narrativa Editorial: CCE Colección: Casa Nueva Año: 2014 Páginas: 100
Autor: Amaru Cholango Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2014 Páginas: 227
«Esta nueva colección de textos sale a la luz con la publicación del libro de cuento y relato Viajes narrativos, en el que se insertan textos narrativos de valores tabacundeños y del cantón Pedro Moncayo. Eduardo Estrella, Oswaldo Mantilla, Carlos Julio Cisneros, Hernán Hermosa, José Mármol y Miguel Espinosa comparten sus aventuras literarias a través de estos relatos costumbristas que nos acercan a un pasado atisbando situaciones jocosas e irónicas…». (OMA).
Desempolvando la historia
«Antes y hoy el imaginario poético de Amaru Cholango se nutre de la naturaleza y de sus elementos: del cielo, de la tierra, del mar, de los astros y sus colores, que cumplen una función igual de importante en su obra pictórica y escultórica. De ahí que esta poesía dialogue en primer lugar con lo que es el oficio principal de su autor, las artes plásticas, y en vano se buscará algún parentesco con corrientes poéticas del momento o de un pasado cercano». (RK).
Antología personal Autor: José Sosa Castillo Género: Poesía Editorial: CCE Colección: Letras Claves Año: 2014 Páginas: 220
«José Sosa es el poeta de la fibra y la espesura, de la raigambre de Nicolás Guillén, Abel Romeo Castillo y Antonio Preciado. Las imágenes, la música y la filosofía de la vida cotidiana desfilan en su poesía como si fueran duendes convocados para la fiesta. En esta colección de poemas a la que el autor nos convoca, palpamos su caminar lírico, la evolución de sus formas y temas, y nos quedamos embriagados con su contenido y continente». (AB).
Extravío del natem
«Libro escrito con la fascinación y el lenguaje de los shamanes. Poesía atravesada por la rabia, el escándalo y la impotencia que experimentan las diosas al ser inmoladas sobre el tálamo de los sacrificios. Voz que irrumpe desde la profundidad de la carne para desdibujar nuestro paisaje poético sugiriéndonos con toda la virulencia bukoswskiana que no hay ni cinco tipos en este país capaces de escribir cuatro versos buenos». (WK).
Autor: Khira Martínez Rivadeneira Género: Poesía Editorial: CCE Año: 2014 Páginas: 162
La búsqueda Autor: Francisco Espinosa Ochoa Género: Narrativa Editorial: CCE Año: 2014 Páginas: 128
Ayer será otro día Autor: Valentín Miño Género: Narrativa Editorial: CCE Año: 2014 Páginas: 113
«La búsqueda es una historia que narra las angustias y vicisitudes sufridas por un joven adulto que llega desde Estados Unidos e Italia hasta el Ecuador en busca de su desaparecido padre, un sexagenario y millonario italiano-americano. El autor hace una retrospectiva de la vida del protagonista, haciendo remembranzas precisas de sus ancestros, destacando hechos peculiares en sus vidas que quizás fueron las razones que forjaron la particular personalidad del desaparecido».
«En las páginas de este libro he constatado que es cierto aquello que se dice del ayer: que cada época viene con sus errores, sus miedos y sus dolores. Que las eras que nos precedieron (como si hablásemos de gigantescos organismos de mil voluntades) se dieron al ingrato oficio de establecer unas bases culturales apasionantes que aún nos invitan a girar sobre sus ejes, o a querer escapar de su atracción gravitatoria. La audacia no cesa, pues este libro nos permite entrever las eras por venir de este y otros mundos…». (FN).
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La edad dorada de los niños y niñas kichwa Autor: Bolívar Yantalema Editorial: CCE, Núcleo de Chimborazo Año: 2014 Género: Testimonio Páginas: 191 Sinfonía de la ciudad amada Editor: Jorge Dávila Vásquez Editorial: El Mercurio Año: 2014 Género: Crónica Páginas: 72
Sin vela en este entierro Autor: Giovanny Rubio Editorial: CCE, Núcleo de Tungurahua Año: 2014 Género: Poesía y relatos Páginas: 86 La Toya Autor: Victoria Tobar Editorial: CCE, Núcleo de Tungurahua Año: 2014 Género: Narrativa Páginas: 211 Erotopías, cuerpo y deseo en el arte ecuatoriano
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Curador: Cristóbal Zapata Editorial: Ministerio de Cultura y Patrimonio Año: 2014 Género: Catálogo de arte Páginas: 183
«Bolívar Yantalema explota los saberes propios y las prácticas culturales de la población kichwa del Ecuador, a través de un diálogo indagatorio con custodios de la sabiduría andina: yachaks, parteras, padres y madres de familia. Sus testimonios son recogidos en las páginas de este libro, que conducirá a los lectores en un viaje apasionante de descubrimiento de enigmáticos designios de la sabiduría ancestral arraigada en los hijos del sol y la tierra». (GMM). «Esta ‘Sinfonía’, construida como una composición musical que tiene algo de cantata, no sólo de estructura sinfónica, hermana el texto y la imagen de una forma cautivante. El Mercurio la ofrece a sus lectores como un recuerdo de sus nueve décadas de servicio comunitario».
«…Giovanny Rubio cae en la tentación del discurso ensayístico en medio de la construcción narrativa que da sentido a la anécdota. El juego narrativo de Sin vela en este entierro traslada desde los laberintos interiores los imaginarios motivacionales de ‘criminales neuróticos’ o desde los inexplicables impulsos de una niña incestuosa…». (HJM).
«Este texto eléctrico en lo literario, ordenado y anárquico de fondo y de forma, pasa de la narrativa espontánea al cuento breve, a la poseía novelada, y con ésta filosofa y se entremezcla con el ensayo ligero y deviene en crónica mínima, vista desde un pequeño espacio-tiempo, tras un leve antifaz, que a la vez revela y oculta la desbordada pasión por la vida que sobrepasa sin duda a la victoria, alias La Toya». «Erotopías, cuerpo y deseo en el arte ecuatoriano (3900 a.C.-2013 d.C.) entrevé las obras del fondo arqueológico, moderno y contemporáneo —acervo cultural—, e incluye bienes de otras instituciones como galerías, museos, coleccionistas y artistas. Trata sobre la existencia de un imaginario erótico, en el que la sexualidad no está solamente marcada por la búsqueda de la estética o de discursos políticos». (FVA).
El río de la memoria Autor: Enrique Serrano Guerra Editorial: Pontificia Universidad Católica del Ecuador Año: 2014 Género: Narrativa Páginas: 201 Montecristi-Ciudad Alfaro: ¿Radicalización de la democracia?
Autor: Jaime Mora Varela Editorial: Pontificia Universidad Católica del Ecuador Año: 2014 Género: Ensayo Páginas: 240 Voces e imágenes: lenguas indígenas del Ecuador
Editores: Marleen Haboud y Jesús L. Toapanta Editorial: Pontificia Universidad Católica del Ecuador Año: 2014 Género: ensayo Páginas: 144 El escándalo de mi alma Autor: Flor Yolanda Moreno Díaz Impresión: Gente Nueva Año: 2014 Género: poesía Páginas: 300 Travesía Autor: Wilfrido Acosta Pineda Editorial: CCE, Núcleo Tungurahua Año: 2014 Género: Catálogo de arte Páginas: 201
«Enrique Serrano Guerra se aloja aquí en la memoria, entendida como una casa de huéspedes en la que todo ha de ser provisional, pues ese destino no deliberadamente buscado no es la casa propia, ni la cuna, ni busca reconquistar una identidad para convertirla en carabela auspiciando a los vientos para que soplen en dirección de la patria perdida, de los sueños rotos y de la república de la razón». (PT).
«Desarrollado en tres partes, Montecristi-Ciudad Alfaro: ¿Radicalización de la democracia? analiza ética y políticamente el concepto de democracia presente en la Constitución de la República del Ecuador 2008, según el modelo de ‘democracia radical’ elaborado por la filósofa Adena Cortina».
«Voces e imágenes: lenguas indígenas del Ecuador trata de las trece lenguas indígenas habladas en el Ecuador, con el fin de crear conciencia sobre la diversidad lingüística del país, como para motivar e involucrar al público en general y a los estudiantes de la Escuela de Lingüística de la Universidad Católica a desarrollar un estudio más activo y participativo de las lenguas indígenas y sus hablantes».
«Flor Yolanda habla en verso. Cada instante cobra para ella un ritmo propio. Sus palabras relatan el día a día de una mujer y de muchas mujeres. Una vida dedicada al trabajo en los barrios de Bogotá… En El escándalo de mi alma, Flor Yolanda acude a su Dios y también a sus Diosas y abre caminos para que quienes le apuestan al derrumbe de los dioses y diosas, tengan lugar en esta Colombia». ( JBG). «Con Travesía estamos ante una obra madura que habla por igual a la sensibilidad y la racionalidad del espectador. Una obra que con un lenguaje escueto pero preciso, no se atrinchera en alardes ni efectismos. Que, en fin, silenciosa pero firmemente, destaca en la actualidad plástica nacional». (MEM). 71
tributo
Patricio Herrera Crespo
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ace pocas semanas falleció el doctor Luis A. Romo Saltos dejando un profundo vacío en la comunidad científica y universitaria ecuatoriana y también en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, a la que estuvo muy ligado como director y editor de las revistas Ciencia y Tecnología e Historia de la Ideas. Nacido en Ambato, cursó en esa ciudad sus estudios primarios y secundarios, y amplió y profundizó sus conocimientos en forma particular en Matemáticas, Física y Química y aprendió inglés en forma autodidacta. Viajó a Estados Unidos en goce de una beca, donde permaneció por 18 años estudiando e investigando en la universidad de Michigan State y en la universidad de Wisconsin, allí obtuvo el doctorado PhD en Ciencias, Pensylvania State University. Invitado por la du Pont de Nemours, pasó a formar parte de un grupo de investigadores para Pigmentos Inorgánicos y Silicio Ultrapuro, donde permaneció más de seis años. Fue precisamente este grupo de investigadores el que formuló el ‘silicio ultrapuro’ para hacer los transistores. Desde 1962 ingresó como profesor principal de la Universidad Central donde fue decano de la Facultad de Ciencias Químicas y profesor de esta Facultad y de la de Ingeniería; continuó su labor científica en la investigación y la cátedra en la Escuela Politécnica del Ejército, la de Oriente en Venezuela, la de Corolinum
en Praga, República Checa, y Eotvos de Budapest, Hungría. Luis Romo Saltos publicó alrededor de 25 libros de Ciencia, Filosofía y Educación, de los cuales 13 obtuvieron el premio Universidad Central. La CCE publicó el año pasado su último libro Conocimientos, docencia universitaria e investigación científica. Sus trabajos fueron publicados en revistas de Estados Unidos, Europa, Sudamérica y Ecuador. Fue permanentemente invitado como conferencista y relator a conferencias y congresos científicos en varios países del mundo. En Ecuador organizó la Sociedad de Ciencias Exactas y Naturales y la Comunidad Científica Ecuatoriana. Recibió el premio Eugenio Espejo. Se distinguió siempre como un hombre universitario defensor de la autonomía y la libertad, como lo confirmó en los aciagos años de las dictaduras militares. Amplio conocedor de la educación superior en varios países, buscó siempre la excelencia en la cátedra. La educación superior fue un tema que le apasionó y fue el que nos convocó a largas conversaciones; la última hace menos de dos meses. Más allá de estos méritos, era un hombre sencillo y cordial, amante de la naturaleza y la música clásica, pero estricto para el estudio y la investigación. Ecuador pierde a uno de los grandes hombres del siglo XX, «el sabio Romo», como cariñosamente le llamábamos en la Universidad Central.
En esta navidad regala felicidad, regala libros 15 al 20 de diciembre de 2014