Revista de literatura y otras artes
Letra Muerta
Fotografía: Gerson Guzmán
Número 4, diciembre 2011, Concepción
Quiénes Somos Por Cecilia Ananías
Una ironía: estudiantes que pelearon por 6 meses por la calidad de la educación... para terminar haciendo un semestre express. ¡Pero por los estudios no dejaremos de lado ni la revista ni la cerveza! (ni el vodka ni el ron ni...)
Nos inspiran tanto los días lluviosos... que tenemos una aplicación en el computador con sonido de lluvia.
Cuenta la leyenda que rara vez vemos la luz del día. Creemos que las universidades deberían ser a prueba de insomnes y funcionar de noche...
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El equipo (somos más)
Directoras: Karen Vergara y Cecilia Ananías Edición: Alan Basaure y Karen Vergara Diagramación: Cecilia Ananías Difusión y corrección del diseño: Matías Fuentes
Este trabajo está licenciado bajo la Creative Commons Atribución, No comercial y Sin obra Derivada. Licencia Internacional 3.0
Participaron: POESÍA • Aymara Infante Gerencia de Recursos Humanos en la U.D.O Venezuela • Victoria Merino • Luis Emiro Yepes Estudiante de Literatura, Universidad Nacional de Colombia Colombia
• Rodolfo Yertin • Aleqs Garrigóz Periodista, escritor, poeta. México • Arcanvm Diseño Gráfico y Multimedia • Federico Arteaga Profesor de Inglés y escritura • Vicente “Balmaceda” Villegas Estudiante de Diseño Industrial • Julieta Troelli Argentina PROSA • Claudio Gutiérrez Estudiante de Licenciatura en Filosofía, Universidad de Chile. • Miguel Moya , Acid Sour Estudiante de Licenciatura en Filosofia en la UCSC • Cecilia Ananías Estudiante de Periodismo UdeC • Karen Vergara Estudiante de Periodismo UdeC NARRATIVA • Maximiliano Baeza Estudiante de 4to básico • Julieta Troielli Argentina • Uri Colodro Escritor, estudiante de Geografía PUC • Lorena Muñoz Zapata Periodista • Federico Arteaga Profesor de Inglés y escritura • Matías Fuentes Estudiante de Castellano USACH FOTOGRAFÍA • • • •
Cecilia Ananías Cristóbal Arias Cristina González Karen Vergara
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Poesía
Poemario Autor: Aymara Infante Ocupación: Gerencia de Recursos Humanos en la U.D.O País: Venezuela 1 Mi cuerpo se fragmenta escucho sinfonía de voces, mi figura maniatada entre besos, rebusca tu adiós. 2 Jalas mi existencia, inhalo tu vacío. 3 Mi cuerpo-fuego flamea la memoria, relucen alcatraces en mi pecho, aletean por doquier 4 Des-amarro los pensamientos, en cuerda floja, arrojo el tiempo en trozos de papel
Tiempo de efecto Autor: Victoria Merino Hay silencios que explican todo lo que debes saber... nunca dispares tan lejos. Volvamos a expirar porque no hay retorno, no hay revancha sólo pestañas caídas. Otro calmante más a la lista. DEMASIADAS DEPENDENCIAS PARA UN 1,70. ¡NO!... podrías volver a eliminarte, no hay más que botar, ¿? LOADING... Esperamos ansiosos un efecto, la causa se despliega por las venas, caer de espaldas, mientras te traga la alfombra y el mundo se come tus sesos, fulmina las venas, drena pasiones. Vamos torbellino abajo, disfuncional atorado entre mis pies y el impulso motor, no me interesa tu alma, quizás sólo un cuerpo, para no reparar y dejar de pensar.
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La niebla cuenta su miedo Autor: Luis Emiro Yepes Ocupación: Estudiante de Literatura, Universidad Nacional de Colombia País: Colombia Y el temblor de la aguja. El cauce abierto de la hoja, Gira y se mancha de horizonte Arrastra su filo a soplos ciegos. Aún no distingo la cascada de ceniza De los gritos sembrados en el lago. La niebla cuenta su miedo: Un árbol en llamas cubre su frente.
Croando a la luna Autor: Julieta Troielli País: Argentina Un rastro tuyo en mi pestaña. Fósil nostálgico. Aleteamos en un estanque de deseo. Y un colibrí se atragantó con la luna. Callá amarrado el bote, que meció nuestras dudas. Silbó el sol matinal. -Si te perdés, Ñatita, zapatiá. Hoy extraño tu lunar debajo de tu ojo izquierdo. Dos sapos saltan los instantes. Bailarines de un tango amoral. Reos de la espera cósmica. Tic-tac. puf.
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Sexamor Seudónimo: Rodolfo Yertin
Belleza otorgada por mi Dios Única y sin igual. Fogoso deseo de entregarte mi pasión Junto con el orgasmo del amor. ¿Será un deseo obsceno Pensar en el amor sexual? Pues para mí tus senos quiero Y para nuestro hijo igual.
Me pierdo en la lujuria Al acercarse tu húmedo calor, Me domina el éxtasis Que florece de nuestro amor. Y al llegar nuestra vejez, No tendré que buscar más a Dios, Por que estará bajo tus caderas Junto a nuestro eterno amor.
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Fotografía de Cecilia Ananías
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Mi amor es un Islas Flotantes fantasma Autor: Aleqs Garrigóz Ocupación: Periodista, escritor, poeta. País: México Una luz lechosa nos recorre de repente en esta circunvalación de noeclipsados trayectos, porque estamos tú y yo descubriéndonos en todas nuestras humedades cósmicas. Somos islas sin pecado ni gravedad que saben ir siempre al trino de un sol púber, a donde sea que haya un poco de polvo enamorado. Nuestras cascadas se comunican su gozo. Se extasía cada rincón salino en que nace un suspiro y las aberraciones de la música del tiempo explotan al chocar contra nosotros. Así, como los cabellos de un niño albino que pidiera nacer, así irradiamos un misterio que se refiere a la luz, aunque seamos tan oscuros como la antimateria.
Pseudónimo: Arcanvm Ocupación: Diseño Gráfico y Multimedia Mi amor es un fantasma, es pálida y sensual. Vuela sobre mí, cautivando mi mirada con sus ojos fascinantes de cristal… Cada noche, ella baila en la penumbra. Un baile misterioso sin comparación. Así ella… y sólo ella me deslumbra. Sus besos, son como un viaje al cielo. De ella respiro oscuras fantasías, que sacia la noche en secreto. Cuando la lujuria domina, ella sonríe… Mi vida es absorbida con satisfacción y todos mis deseos, ella concibe. A veces, en mis delirios toma mi mano. Con sus brazos delicados se aferra a mí, y no me deja ir… ahí donde nunca he estado. Mi amor es un fantasma, es una con la oscuridad. Un espectro de luz tenue y moribunda, que sobre mi tumba danzará.
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Las Culpas Vencidas Autor: Federico Arteaga Ocupación: Profesor de Inglés y escritura Sobres blancos Con cintas negras En las manos De un errante Que nada sabe, Que nada teme, Que se pierde Y se convierte En talismán De mala suerte. Los lobos aúllan En el palacio Donde le imputan A un inocente Las culpas vencidas De un siglo inerte. Que la culpa es una tarasca, Un hambre eterna De muchas muelas Que transita Calles vacías De ciudades enteras. Que la ortografía Es una lisonja En oídos muertos De pueblos tuertos Donde cada ciego Se llama rey. Que cada noche De sueño inquieto Soy un hada loca En un mar incierto.
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Que cuando celebro Lo hago con versos De juicios infinitos Sobre lienzos tiesos. Que esta elegía Es una fiesta De espada enhiesta Y adarga rota. Que pido un párrafo Como limosna A los príncipes necios De la derrota. Que entiendo a ratos La magia ida De mis fracasos; Que me enamora La fragancia coja De las doncellas En bancarrota. Que no vivo En las colonias De lepras nuevas Ni de almas flojas. Que ya no puedo Probar siquiera Las mieles claras De tus congojas. Que soy un público De hambre hambriento En las ventanas De patrias bobas. Que sus decretos Remedan gritos
De justos mudos En los desiertos.
La tierra carne Y el tiempo fuego.
Que cada puerta Que el viento abre Es una herida Que llora sangre. Que en las calles Donde juegan niñas Las vírgenes son lastres, Los romances rapiñas.
Que de los ladrones Tomo más que de los sabios, Que todo amor roba Lo que dicen los labios. Que tranquilo espera El fin de los años Y que la arena moja La verdad como el engaño.
Que entre pedazos De pasión perdida Encuentro alhajas De otra vida.
Que no suelto la ira del corazón Como quien espolea un caballo. Qué triste escribo Lo que contento callo, Que la flor completa Suspira su tallo Y que la nube fragosa Vomita el rayo.
Que en los recuerdos De tiempos dorados Zurzo los pliegues Más olvidados: Que nada existe, Que todo es dado, Que este destino Aún no ha llegado. Que el abandono De los ideales Es la recompensa De tantos males. Que entre trigales De vino y oro Pierdo mesura, Valor y decoro. No me convencen Ya muchas lágrimas; Que aprendo a descreer A espíritus y ánimas. Que trascender Es sólo un juego Donde se vive un día Y se resucita luego. Que el mundo es agua, La belleza viento,
Que entre poetas ando Con elogios y cuchillo; Que prefiero una corte de máscaras A una ceremonia en el castillo. Que ya no me espantan Las armaduras ni su brillo; Que sé menos ahora De lo que suponía de chiquillo. Toda esta rima, Toda esta sazón Se cuece a brasa lenta, Ya en el calor de la leña, Ya en aquel del carbón. Que he sido enviado Desde mi culpa Para que explique La sinrazón De un amante idiota Que empeña su dote, Su nombre Y su nación Por el remiendo sucio De un calzón.
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Fotograf铆as de Crist贸bal Arias
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Males de amor y enfermedades incurables Autor: Victoria Merino
Mátame, reviéntame las venas de un tiro o dos justo con esas palabras a la cabeza. Rapta al mundo y déjame sola ándate sonriendo a la desesperada pared de carne entre los huesos caídos, entre tu humo estúpido y esa piel tuya tan carnosa y maltratada. Amor... que llueva en mi cabeza, que se me laven los sesos de a uno [recomendablemente con un shampoo perfumado de afásicas ideas]. Corre entre esos árboles artificiales y las sombras de mis caderas, piérdete. Jamás volverás a ser mi canción favorita. De juegos jugados groseros queda sólo el reflejo, fantasmagórico te has vuelto destructor de recuerdos
avaro con tus tormentos, volando más lejos de mi alcance fecundo de fe y caricias con amor y caramelo. Miéntete e invéntame sumida en delirios ajenos. Todo lo merezco y todo lo aborrezco nada deseo, todo lo pierdo. Para qué recalcar que he muerto si eso más que un echarme en la tumba, es un hecho. Olvídate de las sombras, de mis abrazos y de las lágrimas, olvídate de mis ojos pesados, ríndele culto a la mucama de bellas ligas, porque no me perdiste, me ultrajaste el alma atormentada y la abandonaste a las palabras vagas y usadas, la soltaste como garrocha a la basura de los días de calor y recuerdos atorados en las sienes, en las almohadas, en la gente, en tu mente.
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Des[AMOR] Autor: Victoria Merino La vulnerabilidad rompió tu cabeza sobre el suelo escondió bajo la tierra un par de ideas, misteriosas las palabras que nunca expiran, provocas la muerte del sentido. La fortaleza te dejó sin puertas, la única ventana está trizada. El mundo quedó vacío. Demasiado fuerte para volver a intentarlo demasiada energía para convencerte, de a poco es más fácil mirar la nada a tu alrededor... no despertar, desconectar(TE).
Rodillas Seudónimo: Vicente Balmaceda Estudiante de Diseño Industrial Más que compañía, Las uñas se trizan sobre la tierra Ojos cerrados y magullados, Que la brisa acuariana Seque las pestañas tendidas del cordel. Que mis manos manchadas Jueguen nerviosas A sacarse Piel y acrílicos. Que los dedos de los pies Se acalambren Esperando La discreción de las rodillas. Cinematográficamente Me sudan las manos… Mirar por la pantalla Es hundir las primaveras en el lago.
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Afirmación Autor: Aleqs Garrigóz Aquí está para ti la cama despoblada. Cisnes blancos se deslizan sobre ella, imaginariamente, sobre olas de seda que burbujean de voluptuosidad. Un beso de carmín como contestación, sobre parajes de ensueño, será lo que pida de ti cuando en mi pecho te acompañe mi aliento alcoholizado. Quebrantaremos la ley para conducirnos con soltura en ese encierro, delicioso por nuestro, lejano al resto de los hombres, donde brillen sin mengua tus ojos, los te amos. -Donde el macho monte y embista a sus anchas.El mundo que viviremos no es éste, sino uno que ya nace adentro de estas palabras.
Trestristestigres. Autor: Vicente Balmaceda A veces sueño... Que te parieron los poetas más enfermos Que eres un niño perdido Entre los trigales de la ambigüedad Eres el viento indeciso jugando con el humo Eres humedad muerta y primavera A veces agosto Otras otoño lluvioso. El décimo centímetro del puente, Lo más lejano y brillante, Lo que se acerca y opaca El sol burlesco reflejado en los vidrios En medio del día nublado Eres el color Y el rencor de las sombras.
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El amor ya ha muerto Autor: Victoria Merino El amor ya ha muerto se lo llevó Dios a su tumba, el soldado que lo mató tenía suficientes municiones para los dos, para los tres, para un mundo, el humano, constelaciones todas muertas, se apagó el sol. [El soldado estaba aburrido de la vida eterna]. Ahora retoma la seudovida, ya sabes la verdad.
Utopía sin povidona Autor: Vicente Balmaceda Estoy en la ambigüedad del viento En las hojas dominadas sin rumbo Sobre el descuartizamiento de la mirada En la borrasca después del eclipse, En la lejanía de las palabras, En la risa multipolar Estoy en el luto de la luna En los celestes polivalentes, Sobre lo ingrato del alboroto colorista En las sobras del agua caliente, En el áspero respiro, algunos días.
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Fotografías de Cristina González
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Rosa y Azul Autor: Aleqs Garrigóz Recuerdo: estaba el jardín engalanado de grillos y estrellas la noche que explotó en fuegos artificiales; el deseo era un trompo que giraba y giraba en la entrepierna, más adentro de la carne; la piel inauguraba los chispazos fugaces que la conducen al extravío; El aire era un cómplice en tu pelo. -Nada importaba: sólo tú y el instante.Todo me produce ahora lenta, espesa melancolía, un añorar de la pubertad compartida. El deseo es, ya, en este punto, jugar contigo a la rayuela en aquel patio de la iniciación con la consigna de ir perdiendo más y más pudor.. Que la lluvia lave para nosotros las tardes convexas, olorosas a ladrillo y hierbabuena, en las que resbalaremos vez tras vez para aprender la sexualidad nuevamente, hasta caer desmayados de fatiga uno sobre el otro ya sin miedo a nada.
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salaM serbmutsoC Autor: Vicente Balmaceda Chillán Levanta las patas Que amargas la miel Sobre la madera. Que se pudre la cuchara Se oscurece el agua Y la luz se disfraza de muerte. Se caen las cenizas Se moja el piso Gritan los niños Enredas el tejido de señora entumida Pierdes el punto Desaparece el delantal rojo Se enfría la casa Los cuchillos amenazan con bailar Y la nana va a renunciar. Los cuadros se van a descuadrar El inglés será francés. Nos alejaremos Los pies serán más húmedos Yo enfermaré Mis tobillos se doblarán Rojos y avergonzados Serán más ciegos de lo que son. Mi pieza no existirá Ensuciaré mi ropa Se me pegarán los fideos
El café será salado Me describirás Desconocerás Las fotografías se olvidarán Acalorados hasta las gotas Las disculpas No acariciarán mi nefasta imagen. Seré yo El de malas costumbres Indolente Acromático Sucio Pervertido Promiscuo Torpe Mentiroso Rarito Callado. No hay eclipses colorados No hay violetas olorosas No hay desvelos No hay esperas Ni nerviosismos No hay sabores No hay verdades No hay frío No hay amores No hay naranjos Ni cuerdas.
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Prosa
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Rutina enferma Nombre: Claudio Gutiérrez Ocupación: Estudiante de Licenciatura en Filosofía, Universidad de Chile. Encima de mi cama empedrada, construida por rocas puntiagudas y afiladas, expectantes a la carne que se atreva a cortarse y lacerarse en la mierda. Ahí espero, enterrado cómodamente sobre los huecos negros de mi espalda. Releo una novela asquerosa y barata, pero que me despierta la risa más imbécil. La leo una y otra vez, haciendo el papel de un masoquista, liberando mi sangre y mi olor a sangre por entre el enrejado oxidado de la ventana inmunda de mi pieza. Dejo la novela de lado, golpeando el piso con rabia, salpicando las hojas de la bagatela con saliva quemante de mi boca. Y la leo por última vez en el día, la dejo para siempre. El semblante de horror de la cara de la novela y el agua circundante que observaba. Entra, entonces, por fin la rabia consumada cuando se abre la puerta del cuarto. Y me levanto soltando las agujas que me penetran en el cuello, en el cuero blanquecino de mi cuerpo mugriento. Salgo del empedrado baldío y frío de mi cama; y me golpeo con goce mi cabeza en la manilla bronceada que aparece de la puerta. Me desprendo la frente y siento el oportuno piquete de las gaviotas en la carne maloliente que hay bajo mi cáscara ahora derruida y llena de hongos. Busco mi ropa hedionda, sin lavar, llena de arrugas y manchas de aceite. La sacudo con desgano, pero con deseos casi inútiles de sacarle el olor oleoso impregnado en la tela. Me enojo, pero rápidamente me la pongo con fuerza y le hago raspones. Las rasgo y las lleno de hoyos, me clavo los cigarros encendidos encima de la ropa puesta en mi cuerpo. Los otros apagados solo me ennegrecen el alma. Salgo de mi pieza llena de porquerías viscerales, de música pútrida sin reproducirse, de barro pegajoso. Me dirijo golpeando las paredes con mis puños en el baño y quiebro mis dientes con el grifo. El hilo de sangre se va por el agua y me enferma. Me lavo la cara con un agua hirviendo que me vuela la piel, y eso me enferma. Cago y meo sin ganas sosteniendo el piso,
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maldiciendo el color blanco del baño, queriendo quebrar las baldosas. Y me saco el polvo blanco y la caspa se pega en mi cabeza. Agarro los mechones más largos de mi pelo y los tiro con fuerza, desprendiendo el cuero cabelludo. Y sangro, y me mareo hasta vomitar, el estómago ya quemado por la acidez maldita que reina hasta mi nariz. Voy a la cocina, gritando porquerías al aire. Piso los huevos reventándolos en el suelo y refriego la carne casi derretida con mis piernas endurecidas. Golpeo mis canillas que suenan como madera seca y me entierro cada uno de los cuchillos que encuentro; los entierro en el abdomen. Me saco los ojos con cucharas. Sin embargo, nada de eso me anima. Repto fatídicamente hacia el pórtico gélido de mi casa, me siento con la boca abierta, recibiendo el agua de lluvia que inunda el rellano. Pero aun así no despierto ni siquiera una sombra falsa en mi cara reducida de expresiones. Y siento que tiembla y que llueve para siempre en el rellano de mi casa; sentado casi deforme en un sillón de cuero. Con las piernas dobladas como espirales. Sin embargo, un vacío se forma en mi garganta. Pienso, a veces, que trago bocanadas de aire caliente; que tengo mi pelvis rota, media quebrada. Y empiezo a errar por mi casa, trayendo desolación incluso a las arañas de rincón. Comienzo a romper las cosas una por una, las rompo con ramas que aparecen desde suelo y que llegan hasta el techo. Quiebro absolutamente todo; me quedo solo en la sombra de los pedazos de las cosas que he destruido. Agarro los pedazos hasta molerlos, hasta hacerlos polvo que se mete en los rincones. Polvo que tapa mis fosas nasales. Y nuevamente recojo los pedazos y el polvo que queda, y rehago las cosas. Elimino las sombras que me dejan solo. Libero el aire caliente y el agua que me tragué. Me trago mi estómago vomitado en el suelo de la cocina. Vuelvo a poner mis ojos sacados con cucharas de sus cuencas. Me pego el pelo suelto. Coso mi ropa rasgada por mi uñas larguísimas. Limpio todo como estaba antes. Lentamente voy a mi pieza ahora caliente por el sol que la abrasa. Me siento encima de mi cama empedrada y, casi por inercia, las agujas y rocas afiladas encajan en mi cuerpo agujereado. Tomo la novela de nuevo. Y duermo inconscientemente, esperando a hacer lo mismo el día de mañana.
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Fotografía de Cecilia Ananías
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Luces en la oscuridad Seudónimo: Acid Sour Ocupación: Estudiante de Licenciatura en Filosofia en la UCSC
Depender de las personas me parece absurdo, innecesario, pero cuando vives rodeado de éstas, se vuelve una necesidad inevitable. Solía vivir solo, en mi cueva personal que es mi hogar, despreciando todo tipo de contacto con la humanidad, esa humanidad consumista, que vive como gusanos en algo putrefacto. Hasta que apareció alguien. En mis necesarios viajes al mundo real, para abastecerme de víveres necesarios para continuar mi existencia. Una joven de largos cabellos, de un rojo tan puro como la sangre misma, no pude evitar quedar shockeado frente a semejante persona, pasaron segundos eternos segundos hasta que volví en sí, aunque me parecieron horas, días. Llegué rápidamente a mi hogar, con la impresión de que jamás vería a semejante persona de nuevo. La necesidad apareció como una enfermedad, como un cáncer, expandiéndose por mi ser, ocupando todo mi pensamiento, todo instante libre. Pasaron semanas hasta que pude detener aquella necesidad. Decidí ir al pueblo a una hora distinta de lo habitual, justamente para no volver a verla, pero el destino quiso otra cosa. Mientras salía de la tienda de víveres, apareció ante mí nuevamente, un ángel posándose frente a mí, a mi vida, a mi tranquila existencia. ¿Será que estoy volviéndome lo que siempre he odiado? No, jamás, pero por otro lado, el cáncer está ahí, nunca se puede eliminar completamente. Han pasado dos años desde que vi a esa persona, y no puedo estar más feliz de aquella aparición, casi fantasmagórica al comienzo, en algún momento odié a toda persona que no fuera yo, cuan equivocado estaba, no todos son iguales, no todos son animales consumistas, garrapatas, esperando el momento para avanzar, dar el zarpazo y subir en la escala del estatus. Pero algo aprendí de todo esto, la vida no es sólo soledad, no es oscuridad, siempre hay un rayo de luz para iluminar a todos y, por fin, encontré el mío.
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Andares y errares Nombre: Cecilia Ananías Ocupación: Estudiante de Periodismo UdeC Sólo soy feliz cuando llueve/ sólo soy feliz cuando es complicado Es un Concepción paralizado, con apenas un par de micros fantasmas penando por allí. Son las 7 de la tarde, pero parecen las 11 y estoy una dimensión paralela, donde cobra sentido la estatua de Bernardo O'Higgins rodeada por luces multicolores, como si en vez de un gordito bueno pa' la cazuela y conservador hubiese sido el libertador de los homosexuales. Las tulipas, también entera' e' colorinches, asemejándose más a unos hongos alucinógenos, que al techo de un paseo peatonal... Y voy llorando a toda división-del-poto, por las calles semi vacías, donde nadie me estorba, donde a nadie le importa, más bien me hacen el quite, como si fuera a pedirles una moneda o algo por el estilo... Sabes que me encanta que la noticia sea mala/ Y por qué se siente tan bien estar tan triste... ¿Sabes por qué lloro? No es de débil ni de cobarde... es porque cuando lloro siento que algo se me rompe en el vientre y devuelvo lo que me ahoga; es porque cuando lloro siento que el cuerpo se me aliviana y que puedo cargar más peso encima ¡El mundo si fuera necesario! (este complejo de Atlas, de andar cargando planetas sobre los hombros). Más y más peso, como aquel puñetazo directo al corazón que me lanzaste, que me voló unas tres costillas. Me volaste el alma de sólo un golpe, pero la culiá voló de regreso a mí (como si me importara tenerla). Y sigo viva aquí, pero a medias, pensando que la Confianza es mala compañera y que la Esperanza no es lo último que queda, porque la huevona salió a bailar por ahí...
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Derrama tu miseria, derrama tu miseria en mí... Estoy jodidamente sola. No como quinceañera que no la invitaron a una fiesta, no como mina pololodependiente que la patearon. Sola, porque nadie me ha defendido ni lo hará. Sola, llena de ausencias, vacíos y despedidas. Abandonada a mis anchas (que parecen tan estrechas y grises, las paredes que me rodean), luego de estrellarme tantas veces contra la misma muralla (de Pink Floyd), hasta entender que no hay mundo mágico ni tren esperándome al otro lado, sino que pura cal, pasta muro y un par de grietas. Sola como sólo yo lo sé estar: errabunda, errática, antisiquiátrica, a medio palpitar, a medio matar... pero sin temor. No como tú, asustado de encontrarte con tus propias reflexiones o terminar analizando tus propias actos, de descubrir las soluciones, de hacer algo... tu eterno miedo a la Soledad, esta tipa con la que carreteo todo el rato y que puede llegar a ser simpática. Sólo sonrío en la oscuridad/Mi única comodidad es que la noche se vuelva negra Sólo soy feliz cuando llueve... Sola, difusa y anestesiada. Hirviendo en sueños, despegada de esta tierra, ebullida como agua viajando arriba de alguna cordillera. Olorosa a clorfenamina y otras analgesias, olvidando poco a poco la razón de esta nota... la memoria es un ser escurridizo entre mis dedos, como un goteo incoherente que no merece ser retenido... Sí, la mala memoria es la clave para la felicidad.
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Autoretrato en Sepia Nombre: Karen Vergara Ocupación: Estudiante de Periodismo UdeC La madrugada fría congela mis dedos. Es absurdo intentar comprender todo ese abúlico y extraño sentimiento que me invade en mi decimosexta vuelta en la cama, alrededor de las cinco de la madrugada. Siempre corro la cortina y observo como el cielo se mantiene de un majestuoso color azul-noche, provocado por la luna, que ya se esconde en el horizonte. Sin embargo, al despertar noto cuánto me encanta dormir de día y desvelarme de noche. Rindo mejor, todo se transforma en algo cautivante. Y aún anhelo que el día transcurra de noche y viceversa. Que la Universidad y sus clases se impartan en la oscuridad, abrigando el misticismo y el consumo de café. Las organizaciones secretas y las fiestas clandestinas. El mejor beso, la mejor caricia, siempre existen bajo el cobijo de la madrugada. Ese tiempo exquisito donde los relojes marcan el AM. Una vieja radio emitiendo noticias relacionadas con el fin de la segunda guerra mundial. Te veo, estás en el mesón de enfrente con la cabeza apoyada en la vieja máquina de escribir. Cuando te levantaste, las teclas quedaron pegadas a tu mejilla… tenías un aspecto encantador. Recordé cuando, semanas antes, te sorprendí en mi antigua habitación alquilada preparando mi cumpleaños, mezcla de fusión y cálidos besos. Pero hoy es noche en el periódico y el telégrafo no para de emitir su bip-bip-biiip incesante. Me gusta esta escena: el reloj marcando una hora en la cual deberíamos dormir y ese aroma a café mezclado con papel y tinta. No me queda mucho por hacer, la crónica está finalizando. En la radio rusa siguen transmitiendo “Rhapsodia in blue” Quizás esta noche vamos a morir todos.
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Narrativa
Seremos como Dioses Nombre: Maximiliano Baeza Ocupación: Estudiante de 4to básico
Dios estaba solo en el universo y muy aburrido y dijo: - ¿Qué puedo inventar? ¿A qué le doy vida? Entonces hizo chocar dos rocas… No, encendió una y enfrió todo lo demás para hacer un sistema solar y una galaxia. Él dijo: - No tengo a quién castigar por cometer malas acciones ni a quien bendecir. Y Dios se dividió en muchos dioses, de Neptuno, del agua. Y todos los dioses se juntaron y discutieron dónde podrían crear la vida. Y creó el mundo y el dios del agua puso agua y el dios de la tierra puso placas de tierra y Dios le decía cómo ponerlas. Entonces pusieron una vida en el agua y la dejaron allí. Pasaron doce años y fueron a ver y había monstruos y dinosaurios. Y todos los dioses celebraron la vida. Uno de ellos celebró tanto que golpeó un cráter con la mano y eso extinguió a los dinosaurios. Cuando volvieron a mirar quedaban los monos, pero eran torpes. Dios en su mano puso la imagen de un cerebro, muy pequeño como eran los cerebros primitivos y lo apretó. Entonces el cerebro creció. Tiró el cerebro al planeta y a los monos empezó a dolerles la cabeza y empezaron a caminar erguidos. - ¿Cómo les vamos a llamar? - dijo un dios - Humanos, dijo Dios, HU-MA-NOS Entonces Dios bajó a la tierra y se hizo pequeñito y al que tenía el cerebro más desarrollado, Adán, empezó a prenderle ampolletas cerca de la cabeza. Y Adán dijo: - Ah! Esto se llama árbol, esto se llamará arbusto… Dios le puso muchas ideas en la cabeza y a Adán se le ocurrió hacer un auto con motor. Y Dios lo reprendió: - Cómo se te ocurren esas tonterías.
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Y siguió dándole ideas, pero Adán empezó a tener ideas propias hasta que se murió. Otro dios se puso celoso de los humanos. Dios le dijo: -¿Qué te pasa? ¿Querís pelear? Y arrojó a ese dios al centro de la tierra y el otro se enojó mucho y empezó a volverse malo. Su corona se le había roto y empezaron a crecerle cuernos de toro y se puso rojo. A Dios se le ocurrió crear unos seres inferiores a él, con alitas y coronitas. Hizo dos millones de ángeles. Algunos iban a nacer, otros eran guardianes. Y así trataron de protegernos del diablo. Los perros dioses también estaban incluidos, los perritos de los ángeles. Cada vez que el diablo sacaba la mano y trataba de llevarse una persona, un perrito lo mordía y un ángel le tiraba un hechizo para arrojarlo dentro de la tierra. Y así Dios y los ángeles y toda la Vía Láctea vivieron felices. Pero el diablo hizo otra Vía Láctea. A Dios se le ocurrió que todas esas criaturas serían animales. Pero el diablo arrastró un gato, y los canes no podían ayudar porque los perros odian los gatos. Entonces arrastró a los gatos que son traicioneros y se convirtieron en mitad diablos. El resto de los animales, los canguros por ejemplo, están entre medio. Y así fue como el Universo, la Vía Láctea, el mundo, el resto de los ángeles, la luna abandonada y los hombres, pudieron convivir. El demonio se vengó de Dios, chasqueó los dedos y les dio ideas a los humanos, ideas indebidas. Incluso se metió más allá de su maldad y puso una cola negra que era el petróleo. Y le dio una idea a un ser humano “encontrar cosas debajo de la tierra” y el diablo así empezó a crear diablitos...
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Fotograf铆as de Crist贸bal Arias
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La ciudad es de los pájaros Autor: Julieta Troielli País: Argentina La ciudad es de los pájaros. De ellos es el atardecer rosado y espumoso. Sus alas baten un poder ancestral. Vuelos múltiples rasguñan el cielo ahora púrpura. Los pájaros no son dioses ni humanos. No pierden monedas, no aman personas, ni añoran viejas épocas. Simplemente, vuelan hacia ellas. Las levantan en pleno vuelo, las sacuden y luego las succionan de un voraz pío-pío. Su único tiempo es el presente, el de la tibieza de una ráfaga que les peinó las alas. Las aves pían historias en rondas escurridizas. Una lleva un termo invisible bajo el ala y ceba a las demás mates de sol. Así chupan vientos de nadie -de ellas- y ríen de los hombres, pequeñas criaturas sin alas. Por las tardes pueden oírse los cuchicheos. Su ausencia es el vacío. La ciudad les pertenece como una mujer locamente enamorada. Los pájaros suelen abandonarla de a ratos como un hombre histérico que juega a hacerse desear. La seducen, la pueblan, la encienden y se van. La ciudad sin los pájaros queda desnuda y en celo. Dueña de la peor soledad. El irse de la bandada encierra un enigma. Rumbea a un horizonte efímero, a ese destino postergable, que en el fondo menosprecia. Sin embargo,no hay más que un deseo debajo de sus plumas: los cables de su amada ciudad. Solo posadas -todas las aves- sobre ellos descansan anónimas para volver a volar.
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Aprender de la intuición Nombre: Uri Colodro Ocupación: Escritor, estudiante de Geografía PUC. Las hojas caen lentamente gracias a la fuerza gravitatoria. Lo hacen sin prisa, como si esperaran algún destino que no fuese el pasto impregnado por el rocío mañanero. Las personas circulan como cualquier otro día normal. Algunos aprovechan la mañana para salir a trotar, otros se dirigen a sus respectivos trabajos. Hay quienes simplemente salen a caminar y a tomar el fresco… o a pasear al perro. Es otra mañana normal de noviembre en el Paseo del Prado. Los farolitos se apagan cuando el sol comienza a asomarse, y cientos de personas comienzan a emerger desde la boca del Metro de Atocha. Es otro día habitual en la enorme ciudad de Madrid. Las aves buscan refugiarse del frío entre las ramas de las copas de los árboles. Un hombre mayor camina con la ayuda de un bastón y una pareja de novios se besan en un banco, antes de tener que separarse por algunas horas para continuar con su rutina. Madrid no cambia, pero sí mi destino. Le hago un gesto de adiós con la mano a la ciudad que prometió ser la concreción de mis sueños, pero que se convirtió en el nido de mis frustraciones, que soportó mis quejas y mis risas, y quizás más de algún llanto desconsolado. Tomé mi gigantesca maleta azul y abordé el Metro con destino a Barajas. Era la última vez que reproducía esta escena que se había hecho tan habitual y cotidiana para mí: -Próxima estación: Gran Vía. Correspondencia con Línea Cinco. ¡Atención! Estación en curva. Al salir, tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén –dijo la voz metalizada que se dejaba sentir desde los altavoces. Llegué a mi destino. Hice el check-in, dejé mi equipaje y me dispuse a pasar por policía. En menos de treinta minutos estaba esperando en una de las miles de butacas dispuestas de forma simétrica en el enorme Aeropuerto de Barajas. Tomé mi libreta marrón forrada con pegatinas publicitarias y me puse a escribir lo
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que habían sido estos últimos años… Pasaron las horas y el tiempo se encargó de hacer su trabajo. Pasaron los días y los encantos de Buenos Aires comenzaron a cicatrizar lentamente la herida que me había dejado el corazón partido en trocitos. ¿Por qué tenía que abandonar mi ciudad para pasar las penas? ¿Por qué no podía dejar que las cosas tomaran su cauce de forma natural? Y es que el tiempo lo cura todo, pero el espacio es como una enzima que cataliza la reacción química. El dióxido de tristeza con el ácido del dolor, carcomían lentamente mi corazón… y esas imágenes cotidianas, los aromas, y esos sonidos tan simples como la campanita que anuncia los mensajes que se dan en el Metro, me hacían recordar que ese mismo recorrido lo hicimos alguna vez juntos. Que en el Paseo del Prado alguna vez nos besamos, y pactamos la dulzura de la vida caminando de la mano por el Parque del Retiro… Pero siempre las aves retornan a su nido después de encontrar lo que buscan, y la causalidad se contrapone a la casualidad encubierta que intentaba darle a mi vida. El destino se encargó de ponerme nuevamente en el lugar que me correspondía, pero esta vez, a 464 kilómetros de distancia. En esta ocasión no podía permitir que un trago amargo pudriera mi vida e intentara descomponerla como las lombrices hacen con el compost (…) Aprovecha tus días, que jamás se repetirán. Disfruta el presente, que se esfuma como polvo y escurre como agua entre los dedos. Vive tu vida, que no será eterna. Siente cada segundo en este mundo como si fuese el último, y busca en la persona que amas el motor que potencie tu felicidad. Encuentra en otra alma la belleza del amor, y deja que ocurra un flechazo entre Eros y tu Psique. Porque Eros es belleza, la cual es subjetiva y tú eres el único responsable de querer o no encontrarla. Si sigues el camino de tus intuiciones, las estrellas de guiarán. Deja que los presentimientos sean tu perro lazarillo, e intenta encontrar en el destino el futuro que aún no vives. Quizás un poco de surrealismo le entregue magia y simbolismo a tu vida, que a fin de cuentas, es lo que le da el sentido.
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FotografĂas de Karen Vergara
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Bartolo/me cautiva Autor: Julieta Troielli Cada tanto veo a Bartolomé, sentado sobre el marco de la ventana, observándome con una mirada inexpresiva y sutil. Su postura me llama mucho la atención: parece que fuese de porcelana china. A eso de las seis de la tarde, puedo escuchar su respiración, que con los años se convirtió en un lejano ronquido de abuelo. Nunca se mueve, siempre está tieso, pensativo, hasta pareciera concentrado en alguna teoría metafísica de la existencia… Como si tratara de persuadirme, no sé bien de qué… Su presencia me es punzante. La última vez que lo vi fue el martes pasado. Estaba sentada en mi escritorio terminando un ensayo, cuando de repente apareció. No hizo falta quitar los ojos del papel, sabía que estaba allí. En ese preciso instante, mis músculos se tensaron y mi corazón cobró el ritmo del galope de un potro indomable. Fue inútil intentar continuar con lo que estaba haciendo. Todos mis sentidos estaban puestos en él. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y supe que debía mirarlo. Eso era lo que él quería: que lo mirara, que él fuese el centro mi atención. Cedí pues ante sus deseos: levanté sumisa la cabeza y expuse mis ojos a su mirada implacable. -Aquí me tienes, pensé. Y fue entonces cuando todo se desató. Una intensa conexión se forjó entre los dos espontáneamente. De forma estrepitosa, sentí que caía al vacío, al abismo de sus ojos ámbar.
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Todo perdió nitidez, el tiempo se había trasformado en una viscosa sustancia, que avanzaba con una lentitud insoportable –si es que avanzaba. Una extraña fuerza me ataba a sus pupilas, haciéndome prisionera, cautiva. Percibí una leve sonrisa en su rostro, la cual potenció mi ira y me generó cierta repulsión. No obstante, nada me decía su mirada. O lo que es peor aún, me decía nada y todo a la vez. Porque eso era lo desgarrante: no poder decodificar su mensaje. Mi cabeza se había convertido en un remolino feroz, en un tifón oceánico. Miles de sensaciones, imágenes, recuerdos giraban como un lavarropas a su máxima potencia centrífuga. Era imposible detenerse a pensar o intentar entender. Bartolomé me asfixiaba, me tenía sumergida en una violenta regresión al pasado contra mi voluntad. Y para colmo de males, un intermitente sonido horadaba mis nervios. -¡Basta! ¡No lo resisto!, gritaba para mis adentros. Pero a la vez, me daba cuenta de que era inútil. Nada podía hacer para librarme. Como si estuviera parada sobre arenas movedizas, cuanto más me alteraba, más esclava me volvía. Era cuestión de enmudecer. Pero no me refiero al simple hecho de no hablar, porque de hecho, mis cuerdas vocales estaban petrificadas. Enmudecer en otro sentido. Callar mi mente, que estaba a quinientas revoluciones por segundo. -Silencio, calma, silencio, calma...,
me repetía incesantemente. No había caso. Bartolomé estaba obsesionado, empecinado en vaya saber qué conmigo. Pero lo estaba. Su aparente serenidad era soberbia. Se había generado un campo cuasimagnético entre nosotros y deseaba con todas mis ansias huir, escaparme, como cuando de pequeña corría desesperada a la habitación de mis padres aterrorizada por una pesadilla. Esa misma sensación y ese sudor helado se hacían presentes otra vez, cuando de repente... -¡Laura, a comer! ¡Hace una hora que te estoy llamando a los gritos! Mi mamá se asomó tras la puerta. –¿Otra vez pensando en el gatito que atropellaste con el auto?
Fotografía de Cecilia Ananías
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Electra Reversa Electra en en reversa
Por Lorena Muñoz Zapata, Periodista
El conchesumadre se fue en su ley. En silencio y desentendiéndose de los problemas. Porque Roberto nos podrá haber traicionado toda la vida, pero siempre fue fiel a su estilo: una decepción tras otra. Supieras todas las veces que tuvimos que dar la cara por él ante la familia y los amigos; las veces que tuvimos que negociar con sus acreedores; las veces que tuvimos que saldar sus cuentas. Él, como si nada. Escondiéndose detrás de su rostro pálido y ojeroso; su aspecto de gato mojado; su cuerpo encorvado y flacuchento. Y es que en su aparente fragilidad residía su encanto. Así cayó mi mamá, que siempre se las perdonó todas. Igual que yo, que salí parecida a ella. Mis hermanos, no. Apenas tuvieron uso de razón, se dieron cuenta de sus estrategias. De sus historias de penurias con tufo a déjà vu. De su permanente y sospechosa mala suerte. De sus constantes dolencias, de su falta de carácter. De sus negligencias, sus torpezas y su falta de tino. También se dieron cuenta rápido de que mi mamá no necesitaba más hijos que su marido, que ellos eran niños ajenos disputándole a Roberto su madre. Mi caso no fue distinto, sólo que yo acepté las reglas del juego. Para que ella estuviera feliz conmigo y me dejara estar cerca de Roberto. Yo siempre fantaseé con reemplazarla, con hacerme cargo de mi padre. Mi pobre y débil papá. No me mires así, estamos hablando en confianza. Claro que me dolió cuando ella se enfermó, pero ya que estamos siendo honestos, te digo que secretamente, su enfermedad me alegró. Con su salud debilitada, ella dejó de estar por completo para él. Y ahí entré yo. Con eficiencia de hormiga, y mientras mi madre se debilitaba día a día, empecé a lograr mi objetivo: hacerme imprescindible para él. Roberto empezó a acudir con cada vez más frecuencia a mí para que aliviara sus dolencias. Para que le explicara a sus amigos o mis hermanos sus extrañas desapariciones; comencé a hacerme cargo de pagar sus deudas; de confortar a mi madre, que resentía la abulia de mi padre ante su enfermedad. Cuando ella murió, yo quedé a cargo de todo. No me importó que mis hermanos se fueran y me dejaran sola. Era lo que quería.
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Con mi papá me bastaba. Sinceramente, me dio lo mismo cuando mis amigos expresaban su inquietud por el rumbo que tomaba mi vida, porque mi existencia se iba centrando exclusivamente en mi padre. Tampoco me importó las habladurías de las vecinas; ni tampoco cuando los demás, incluso tú, se fueron alejando porque me volví huraña y apática. Pensaron que me convertía en una extraña cuando, en verdad, recién me mostraba cómo era con todos, excepto con él. De a poco construí una rutina. Levantarse a las seis, hacer el aseo, cocinar sin aliños. Partir al trabajo, hablar lo mínimo, regresar rápido. Si él estaba en la casa, servirle la comida, arroparlo, ordenar su ropa. Si no estaba -como ocurría la mayoría de las veces-, esperarlo para aliviar su borrachera. O si no, salir a buscarlo a los bares, pagar su consumo, dejar la propina y traerlo de vuelta. No te podría decir cuándo empecé a darme cuenta de que Roberto no me quería. Que tampoco quiso a mi madre. Y aunque seguí viviendo en torno a él, fui acumulando un rencor sordo, que supe ocultar bien en atenciones y una devoción a prueba de balas. Secretamente, empecé a odiar su sonrisa débil, sus borracheras, los achaques y que siempre se metiera en problemas. Junto con eso, comencé a sacar cuentas. Me percaté de que su
deuda conmigo era inmensa y que, al contrario del resto de sus acreedores, me iba a preocupar porque pagara en persona y totalmente. Reconozco que debí ser más original, pero créeme que no se me ocurrió de otra forma. Con los ojos bien abiertos, vigilé que se tomara toda la sopa e inventé algo convincente para explicar el sabor distinto que dijo percibir en el caldo. Nadie de la familia sospechó de mí cuando les avisé de su repentina muerte. Es más, mis hermanos supusieron que optó por un suicidio para escabullirse una vez más de sus responsabilidades. Y pese a que me consolaron al verme deshecha, todos se aliviaron con su fallecimiento. Por fin la vida me liberaba de una pesada carga. Ahora tú me ves así, entera y digna. Pese a la pérdida, mi precaria situación económica, los compromisos impagos y los problemas heredados por resolver. Vine a las exequias con mi mejor vestido y me compré unos zapatos especialmente para la ocasión. Sabes que soy la única de la familia disponible para decir algunas palabras en memoria de Roberto. Resaltaré lo mucho que lo quise y lo feliz que fui con él. Tú bien sabes que no hay muerto malo.
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Fracaso de Cuento Por Federico Arteaga
La historia debe empezar en alguna parte y no hay laboratorio de sucesos como la cocina. Y esta cocina tenía de extraño su tamaño y su temperatura. Era en extremo pequeña, dos personas en ella a durísimas penas maniobrarían un café y unos huevos fritos –ni hablar de tres y una ensalada-. Y era fría, fría, como los atajos de Virgilio, fría como el ducto de ventilación que la atravesaba de suelo a techo, helándose junto a la ventana en las madrugadas y resoplando su enfermedad en el día. Quien entraba a la cocina terminaba tomando más café del que quería. Las secretarías comentaban que los gerentes que tuvieran sexo en aquel lugar no eyacularían; supersticiones de oficinistas sin duda… pero por algún motivo tuvo que originarse el rumor. Los gerentes miraban el cuartito con desconfianza y sus amantes levantaban la cabeza en sus cubículos, y miraban a los gerentes con insatisfacción. Había una foto de un niño soplando los pétalos paracaidistas de un diente-de-león y en letras impresas amarillas se leía “Nada es real, todo está permitido.” En el quicio del ventanuco había un par de colillas ablandadas por la lluvia: seguramente fue un contador que -en medio de su furia numéricase dio cuenta de que la matemática solamente es tolerable y compatible
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con un cigarrillo. ¡Caramba! Cómo disfrutaba fumar aquella prohibición en la cocineta. El contador se rascó la barriga, la camisa cedió y uno de los botones rodó por el piso. Suspiró con desgano y se agachó, observó a ras de alfombra, pero no pudo ver el botón, sin embargo vio los tacones de la jefa de recursos humanos en la oficinita contigua: siempre de tacón alto, pantalones ceñidos, trasero levantado, pechos firmes y abdomen plano. Una exhalación. La jefa exhaló en su silla y se desabrochó el pantalón, se bajó la cremallera y suspiró largamente. Era su descanso en la tarde liberarse de aquella prisión que la mantenía guapa y fisgoneada. La faja, en cambio, sólo podía quitársela en la noche, cuando llegaba a casa. La hacía sudar mucho y le estaba creando un dolor de espalda; con todo, soportaba esa molestia y no el crecimiento de esa barriga rebelde. Su masajista le había dicho que podía estar lastimando su columna, pero ella le había desatendido. Nadie escuchaba al masajista. Él no solía comentar que se había retirado de estudiar medicina en noveno semestre, porque el descubrimiento de los músculos tensos y las manos grasosas del spa había cambiado su vida. Aún así, le preocupaba que la gente no tomara en serio una
advertencia sobre su salud. La vecina del masajista desatendió su observación cuando él averiguó que la señora tenía la manía de encrespar sus pestañas pegándolas a un bombillo encendido. Él recomendó gafas para la operación y la conversación concluyó con los dos totalmente confundidos, caminando en sentidos opuestos del corredor. La señora se alejó rascándose el antebrazo, con el presentimiento de que aquel muchacho estaba utilizando drogas. Las drogas eran una cosa tan horrible para ella. No era sino encender la televisión para darse cuenta de todas las cosas terribles que las drogas causaban. La gente robaba y mataba al fumar un cigarrillo de marihuana, se convertían en bestias lujuriosas sedientas de sangre listas para hurtar y violar. Lo explicaban muy bien en el noticiero, entre la nota de salud y la receta del día. Ahí sí sabían de medicina, no como ese sobandero loco de junto. Ella esperaba día a día la recomendación de la emisión para controlar la gastritis. Ignoraba la pobre que todo se manejaba con una tómbola que giraban los presentadores borrachos, después de la última presentación de la noche. Sacaban al azar los disparates que informarían al día siguiente y le pedían al camarógrafo que grabara su orgía. Entre monitores sintonizados con señales de prueba, el camarógrafo hacía enfoques desagradables mientras
pensaba que con el dinero que los presentadores le dieran por la grabación podría comprar el disfraz de fin de octubre para su hijo, quien llevaba meses informándole su talla y peso para quedar idéntico al paladín de la televisión. En la mañana podría comprar el traje: la talla y el peso de su hijo estaban anotados en un papelito primorosamente guardado en su billetera. Desafortunadamente, al dejar el edificio en la madrugada, un chalequero haló la billetera de sus pantalones llevándose identificación, dinero, talla y peso. Al descubrir el pago que los presentadores habían considerado generoso para el camarógrafo, el ladrón tiró el resto de las cosas a una alcantarilla y se dirigió hacia el sur, hacia los suburbios peligrosos, donde la madre de su hijo dormía sin dejarlo entrar, por no haber llevado el dinero de la leche y los pañales el día anterior. Había llovido el día anterior –mal clima para el atraco-, un chasquido suspendido rebotaba en la calle y los bomberos miraban con pereza los charcos de la cuneta. Algunos de ellos morbosamente deseaban que los llamaran a un buen incendio. Una conflagración que comprometiera uno o dos barrios completos, cada hombre con una manguera y cada héroe descendiendo por las escalerillas con un bebé en los brazos, saludando a los fotógrafos, posando para la prensa, eficientemente bajando
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gatos chamuscados de los árboles, acordonando áreas, manoseando jovencitas en los tumultos en tanto se hacen los atareados. Pero con la lluvia solían llamarlos en casos de deslizamientos e inundaciones, agua hasta la cintura, barro hasta el mentón, mocosos chillando en los techos, reporteros pasando a lo lejos en balsas, desinformando sin acercamientos de los valientes bomberos. Temían la sirena en días de lluvia y no se trataba de falta de compasión, sino un exceso de amor por el peligro. El conductor del camión entendía esto y por eso le agradaba la compañía de aquellos hombres arriesgados, listos para enfrentar un fuego rugiendo como el calabozo de un circo romano. A veces los imaginaba como gladiadores en la arena, músculos sudados batiéndose a muerte para su alegría en el podio toldado. Los veía empuñar la manguera y dirigirla cuando el chorro salía de ella con todo su vigor, esa enorme estela blanca disparada para aplacar todo ese fuego, ese fuego que lo consumía todo, ese fuego a donde él los llevaba. A veces temía que tal vez ellos flaquearan en su decisión de ayudar desinteresadamente, así que a veces entraba al cuarto de duchas y les decía lo bien que se veían, lo mucho que habían desarrollado su musculatura y les administraba una amistosa palmada en las posaderas, dándoles un metafórico empujón hacia la acción. Algunos le respondían con el mismo gesto,
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otros gruñían algo varonil y uno solito no decía nada. Seguía de largo sin mirar al conductor, caminaba hasta su camarote y se recostaba un rato antes de vestirse; en las tablas de la cama superior había pegado un par de fotos de su novia y la imagen borrosa de unas luces contra un fondo negro. Nada se discernía bien, al menos no para un observador cualquiera, pero para él la historia estaba claramente escrita en aquella fotografía, cuando aún tenía su trabajo en la oficina de correo y regresaba de hacer una entrega en la casa más apartada de la ciudad. En ella vivía un viejo excéntrico que aseguraba haber tenido relaciones sexuales con extraterrestres detrás de la pantalla de un teatro en 1973; había vendido la historia a una cadena de televisión y con el dinero había comprado la casa donde alojaba todo tipo de aparatos, antenas y radios para intentar comunicarse con los alienígenos y pedirles que vuelvan. El paquete entregado era pequeño, rectangular y muy pesado. Tal vez diez kilogramos, cuando por el tamaño se juzgarían de dos a tres kilogramos. Al abrir la puerta, el viejo dejó ver una sonrisa que sin duda no había usado en mucho tiempo y su retozo llenó el silencio de un par de minutos. Explicó que se trataba de un cuarzo condensado con mercurio, un metal líquido muy pesado que emitía una radiación olfativa perceptible únicamente a una gran distancia de la estratósfera; el cuarzo debía actuar
como un prisma, un amplificador que al reaccionar con la electricidad podría enviar una señal odorífera unos cuantos años luz fuera del planeta y, codificadas en la emisión, habría coordenadas que ayudarían en la navegación de los extraterrestres hacia su viejo amante. El mensajero asintió y le pidió al ufofílico firmar la notificación, luego prendió su moto y comenzó su regreso a casa. La oscuridad lo sorprendió en el camino y decidió parar y llamar a su novia, decirle que aún tardaría. Al colgar vio en el cielo tres luces circulares que orbitaban entre sí y se habían empezado a acercar a la misma velocidad de un avión surcando cielos internacionales. Casi sin pensarlo activó la cámara de su teléfono celular y disparó un par de veces, siguió su trayectoria con la mirada y entendió que las luces viajaban al lugar que había dejado atrás. Les deseó suerte y rezó porque el viejo aún tuviera la flexibilidad de 1973.
Fotografía de Karen Vergara
Solsticio de a dos Por Julieta Troielli Un día llegaron a donde el horizonte violáceo amaga con desaparecer. Una gaviota los guió media indecisa y sus huellas fueron contando su historia al cielo. El tiempo les había limado las uñas. Las almejas, sus testigos bajo arena. Una envión anónimo, el beso que les arrebató los labios descarnados. Él abrazó su esencia buscando una niña que le temió a la oscuridad. Sus escápulas se volvieron plastilina. Ya no existían extremidades. Ella lo miró desnudando al veterano, dejando a un lado las carnes que el sol con cautela curtió. Apareció frente a ella el as del yo-yó. Una mano llena de barro y canicas tornasoladas. Esa fragilidad vacilante le encadenó la mirada. Olas en coro arrimaron el yodo que dibujó el contorno de su amor en la orilla. No hizo falta nada, el mundo se había reducido a una sola sombra. Una mejilla se perdió en un pecho blando. No hubo espuma capaz de apagar tal ardor en esos cuatro hombros que se volvieron un solo par. Palabras inoportunas nadaron lastimosamente contra la corriente. Él fue ella en otra piel y ella jugó a ser miles de mujeres en un mismo cuerpo. Juntos fueron la marea, y hasta hoy los marea la idea del amor. Osaron escapar -a toda costa u orillapero los dedos de sus pies estaban enredados como los filamentos de una medusa, eran algas multicolores.
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Fotografía de Cecilia Ananías
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Manual para Llorar Autor: Matías Fuentes Ocupación: Estudiante de Castellano USACH
Bien sabes que llorar, es más que simplemente echar agua por los ojos. Sirve para demostrar un sentimiento o emoción negativa o positiva. Naturalmente, llorar es algo espontáneo debido a algo, pero ... ¿ cómo podrías llorar o simular hacerlo cuando lo desees ? Esta pregunta, quizás con muy poco sentido común y de escasa importancia, hasta que encuentras la razón para realizarlo. Llorar nos sirve para chantajear, influir en las decisiones de los otros, obtener lo que deseas ... Así que la acción de echar agua por los ojos, no es tan fútil como para dejarla de lado y descartarla, sobre todo si puede abrirte muchas puertas ... Puedes hacerlo de diversas formas, poniéndote algo irritante en los ojos, no mostrando tu rostro y poniendo voz obstruida . Aunque lo anterior podría resultar, es menos efectivo ya que es una mentira. La mejor forma, aunque perniciosa, es evocar el recuerdo más triste de tu vida y darle vueltas y vueltas, hasta que te corrompa la psiquis y termines inevitablemente por quebrarte. Se pueden obtener fabulosos resultados, pero no es recomendable ocupar este último método en exceso, te podrías deprimir mucho y terminar llorando de verdad cuando no lo necesites ...
¡Muchas gracias a todos los que participaron! Pueden seguir enviando sus trabajos al mail: letramuerta.revista@gmail.com ¡Cada mes una nueva edición! Encuéntranos en: Facebook: Letra Muerta Twitter: @RLetraMuerta Web: http://revistaletramuerta.wordpress.com/