Letra Muerta 5C

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Letra Muerta

Fotografía por Karen Denisse Vergara Parque de Lota, febrero del 2012

Nº5 C, Concepción, abril 2012

Este trabajo está licenciado bajo la Creative Commons Atribución, No comercial y Sin obra Derivada. Licencia Internacional 3.0


Quiénes Somos • Karen D. Vergara Estudiante de Periodismo de 4to año y Bachiller en Humanidades en la UdeC. • Ha vivido en casi todas las ciudades de la “La Exiliada Del Sur”. Su familia parece gitana. • Es inmune a las arañas de rincón. • Tiene una fijación por las máscaras. • Fundadora de la revista • Cecilia Ananías • Estudiante de Periodismo de 5to año en la UdeC. • Mesera a medio tiempo en el bar rockero El Averno y aprendiz de danza árabe. • Tiene alrededor de 4 alter egos, todos con distintos nombres • Madre de una gata • Fundadora de la revista. • Alan Basaure • Estudiante de 4to año de Periodismo en la UdeC. • Ha vivido en las dos puntas del país: Coquimbo y Puerto Montt • Fanático de la RAE y la música a todo chancho.

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• Matías Fuentes • Dejó una carrera de Odontología por Pedagogía en Castellano en la USACH. • Hace tantas cosas que el listado no cabe aquí. • Editor de EL6A • El santiaguino


Participaron en esta edición POESÍA • La Barroca/ Chile/ Psicología Social • Coteshe Flores/ Chile/ Lic. en Lengua y Literatura • Nelson Sepúlveda/Chile/ Trabajador • Yanet González Ricardo/ Cuba/ Escritora • Paolo Orozco/ Chile/ Trabajador • Guillermo Quiroga • Washington Gorosito/ UruguayMéxico/ Periodista, escritor • Sayén/ Chile/ Estudiante de Trabajo Social • Rodrigo Moreno Garrido • Francisco Vásquez • Ramón Orostegui • Lumpen Lover/ Lumpenlover. wordpress.com • Matías García • Noir Desir • Rodolfo Yertin • Jeferson González • Ricardo García/ México/ Lic. en Sociología • Berenice Pacheco/ República Dominicana • Fernanda Mulin/ Abogada y profesora universitaria • César González Zuarth • María Isabel Bugnon/ Argentina • Yanet González Ricardo • Sebastián Vergara/ Chile/ Estudiante • Joaquín Parada/ Chile/ Semi reponedor de empaque • Pedro Toro • PROSA • José Repiso Moyano / España/ Escritor • Naiomy Ponce Caces/ Chile/ Estudiante Química y Farmacia • Alexander Dickinson/ Chile/ Mantenido Social • Mario Rodríguez/ España • Leonardo Miranda/ Chile/ Contador,

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Estudiante de Auditoría Padmé Quinzel/ Chile/ Egresada de Com. Audiovisual Digital Mayte Gómez Molina/ España/ Estudiante de 1ro Esteban Barbera Víctor Olivera/ Argentina/ Redactor Enzo Llanos Sánchez/ Perú/ Estudiante Elena Martínez/ España / Administrativa Bru Kuref/ Estudiante Obstetricia Lorena/ España/ Diseñadora Gráfica Graciela Olave/ Chile/ Colegiala. Adrián Barahona Pablo Díaz Marenghi / Argentina/ Escritor Gloria Gallardo José Rodríguez Leudo/ Colombia/ Médico Gabriel Bonetto/ Argentina Noir Desir/ Chile León Carona Urquizo/ México/ Estudiante universitario Eva María Medina Moreno/ España/ Profesora de inglés Carlos Montecinos Marcelo Munch Sebastián Mateus/ Colombia/ Universitario Azahara Olmedo/ España José Carlos Ruíz/ Colombia Sebastián Navarro César González Zuarth María Jesús Juan Meseguer/ España/ Profesora de secundaria Sergio Saavedra/ Australia Pedro Toro Julio Dalton/ Perú Matías Fuentes/ Chile/ Estudiante de Ped. en Castellano Cristián Tenorio/ Chile

FOTOGRAFÍA • J. Uri Colodro • Cecilia Ananías

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Poesía


Santigüado Ciudad trashumante que observa desfiles dantescos de máquinas derrotadas arrastrando nuestros inviernos hacia palomicos lugares por palomicos quiero decir palomas por palomas quiero decir palos de más y por palos de más quiero decir eso no más.

Entremés Mientras la vida se muere a pausa huyo de las certezas acepto el error que va de paso su derecho a ir despacio no legitimo la búsqueda de la verdad ni certifico la búsqueda de nada me divierte adivinar los mecanismos del tormento mientras pido que no me regalen flores que el destino final sea mi pijama que me den el misterio de los días ausentes.

Poemas de La Barroca Desde Santiago de Chile Ocupación: Psicología Social

Con-ciencia Se ha demostrado que los árboles y paraguas mojan en ángulo recto el corazón, que la lluvia es más apática que el sol se ha demostrado que mientras trabajas, las sillas duermen que modular en flaite regula el estrés.

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Carta de una abuela Por Coteshe Flores, 18 años Desde Santiago de Chile Ocupación: Lic. en Lengua y Literatura de la U. Alberto Hurtado.

¿Me amas? Cuídame. Despierto cada día como tú, no me gusta la rutina, pero ¿qué haré en este estado? No sabes cómo espero tus visitas. No sabes cómo tu presencia puede cambiar mis días.

¿Por qué es tan difícil? ¿Acaso mi aspecto no ilustra que solo tú haces que mi vida sea vida?

Perdóname, pero te necesito, pues no puedo sola.

Quiero que sepas que te amo profundamente y que te lo perdono todo.

Quisiera hablarte, decirte lo que siento, pero enfermedades han apagado mi voz. Escucha mi corazón, siente mi mirada, dijiste que me amabas, ¡¿por qué me abandonas?!

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Hoy, una vez más desperté esperándote, ¿será que moriré con ese deseo?

Por favor, no llores sobre la madera. La poca conciencia que comencé a tener por los años, me ayudó a reducir la espera y el dolor. Tu conciencia tendrá muy presente el tiempo, pues la inconsciencia se esfumó en el momento de mi muerte.


Quizás sólo un tiempo Podrás caer infinitas veces hombre del espacio, pero renacerás en cada estela del mar, son tus sendas libertarias que avanzan en las cabalgatas utópicas del barrial. Cada huella que se pierde entre tus manos es esperanza terrenal, cada mirada resistida es la luz de proyectos remotos. Te sobran providencias, tierras y líneas fugadas, son nuestros espacios oníricos y tus años infinitos. Si me llevaras en tu espalda habrían viajes luminosos, otros mayo del '68, hombres nuevos con empanada, chicha y canto nuevo, sin propiedad ni violencia. Quizás (tic-tac) sólo un tiempo en el tiempo (tic-tac) pétalo de maravilla y rocío de lucidez (tic-tac, tic-tac)

Poesías de Nelson Sepúlveda Desde Chile Ocupación: Trabajador

Gatos

Cansado en las 7 vidas ¿fácil sobrevivir? atrapado entre maullados laberintos con patas de titanio menea su mirada horizontal. Eterno saltante de barrios, negro para racistas, mala suerte para charlatanes, roñoso gritan los siúticos. No nacimos en chalet nos acomodamos en manta roída por escarnios públicos, años de cantos en la fatiga, a veces alimentos sonríen entre nosotros quedamos pocos en la basura con pulgas que se trazan juegos. El aburrimiento pasó la reja, la madeja de lana cayó donde los vecinos hoy la mañana, brisa atenta los focos puestos sobre el techo para manutención instante nuestro, amigos: ¡nos clonamos!

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Muchedumbres y ciudades Por Yanet González Ricardo Desde Cuba Ocupación: Escritora Está en ti la ventura como la primavera en la hoja nueva. Ya casi no soy nadie, soy tan solo ese anhelo que se pierde en la tarde. Jorge Luis Borges. La muchedumbre se pierde soñolienta en una ciudad que dejó de serlo. Hay luz, es cierto, pero es mayor la oquedad del silencio; las hojas inertes de los árboles que esperan ser arrancadas. Existe una guarida pequeña y pródiga en la mente de los que se fingen locos: ¡Tan astutos! La hermosura de su espacio supera la libertad. Hemos vivido, o hemos simulado vivir, en un sueño que no cicatriza, y que se ensancha como la calle que aún no hemos recorrido. La valentía aguarda. Y un arcángel mentiroso se refugia en mi ciudad. La muchedumbre se pierde soñolienta. Nosotros... Nosotros esperamos el amanecer.

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Presente en tarde Por Paolo Orozco Desde Chile Ocupación: Trabajador Pareciera que el día no acabará nunca, sólo cambiará de color, De brisa, de aromas. Una bóveda transparente flotando se posará como cansancio sobre la cama. Ligutrinas, será la puerta hacia el vacío tenue de los azares, y crujidos mudos darán aviso de una silueta fría, en un pequeño solsticio de vahído.

A esa señora de esquina Por Paolo Orozco A esa señora de esquina que con virtud de héroe griego escoge a diario la marraqueta. Que no ha leído a Lope de Vega Ni le interesa la muerte de Rimbaud; Que desconoce el amor pasional de Lord Byron; Que nunca supo que fue de Sancho Y don Quijote; Que Cortázar le es indiferente Y Borges,… Neruda no le es más importante Que el cruce por el paso de cebra. A esa señora de esquina se debe inspirar poesía, sea en la cima del Kilimanyaro o en la profundidad más absoluta de un mar de tierra.


La mujer que silba de apellido Silva Por Guillermo Quiroga Tú me agradas porque me sonreíste aunque ibas apurada y te sonaba el celular tú me agradas porque siempre terminas apostando al mismo caballo que sangra después de cada carrera tú me agradas porque sueles mirar un árbol desojado y sin pájaros. Tú me agradas porque no chocas en el metro o al menos lo intentas Si, tú me agradas porque a menudo compras queso fresco y una marraqueta muy crujiente que masticas a ojos cerrados como la niña del comercial.

Dejarse llevar Asomados antes de enemistarse con el mar ahora que romper copas es nuestro deporte predilecto perseguir trenes en la madrugada pero lo uno trajo lo esencial: tu cabello enredado de pétalos una danza hacia el sol que idea bastarda y sucia la de esquivarse con los años este no es un vals ni menos un tango tampoco es una confesión es lo más parecido a un arrebato como suelen decir las escrituras ya no creemos en nada pero sí en alguien que es siempre mucho mas complejo cuando hay dormires con precipicios sucede que abandonarse es señal de viaje enebro una aguja a ojos cerrados

Tú me agradas porque también te he visto silbar canciones del Vitoco Jara si, tú me agradas porque siempre andas sola como algo desaparece y no sabemos... yo.... y es un agrado te confieso alguien solloza mientras plancha sentirme menos solo cada vez que te dejándose llevar... veo pasar.

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Primera linea Mientras trato de escribir, mastico un poco de sol. Las hojas sueltas me rodean. Pasan poco a poco los minutos y expulso lentamente, la primera línea de un poema. Escritura escarpada, ambigua e infinita. Plasma historias de pesimismo maldito, y soledades humanas, que conducen a una batalla, de final incierto.

Palabras perdidas Me envuelvo en las palabras como un manto protector. La poesía me separa del áspero mundo de las manipulaciones mecánicas y normalizadas. Desciendo recordando el abismo del destino. Me faltan las palabras redentoras, para alumbrar las tinieblas humanas, sacudidas por el estruendo de los monstruos industriales, las bombas, el dolor, que no dejan percibir el triste susurro del alma. No me puedo sorprender que me falle una y otra vez, el lenguaje para pintar la realidad.

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Poesía por Washington Daniel Gorosito Pérez Desde Uruguay- México Ocupación: Catedrático Universitario, Periodista, Poeta, Ensayista e Investigador.

Se busca poema Ayer escribí un poema magnífico. Hoy lo perdí. Hablaba del fuego, el agua, el aire y la tierra, elementos de vida y destrucción. No sé, lo perdí en la memoria o en el entresueño. Lo perdí y punto. Si un hombre no tiene miedo, es un héroe, si tiene miedo es porque tiene conciencia del peligro y es un sabio. Al leerlo me dio miedo de perderlo, arte que entra por los ojos, y es maravilloso por el solo hecho de verse y sentirse. Yo, con el egoísmo de poseer algo que otro no posee, pienso en el gozo de sentir ese poema y no lo comparto, de sentir ese miedo al leer, y no lo comparto, de sentir ese miedo de perderlo, y lo perdí.


Antes...!

Por Sayén Desde Chile Estudiante de Trabajo Social

A un metro de ti Por Rodrigo Moreno Garrido

¿Cómo harán el amor los recuerdos? ¿Cómo se sentirá otro cuerpo? ¿A qué te recordará otra piel? ¿A dónde van a ir ahora mis ganas si ya no quiero recordarte?

Disfrutando del prometido progreso, Llevo deformados mis huesos

¿Cómo conocer el amor después de la duda? después de tu influencia ¿Después de los viajes hasta nosotros mismos? ¿Disfrutaré de las caricias de tus recuerdos? ¿Se estará mejor sola? no lo sé. Bueno Aprenderé. Déjame estar mientras disfruto de tus quejidos. Yo creía que jamás sabría gemir en otro cuerpo. y Que mis recuerdos se podrían desparramar por las noches y que al masturbar mi pasado mi boca se llene de tu nombre.

Mis obreros construyen mansiones, Todas muy alejadas de sus habitaciones

Fui feliz con la poesía del parque, y me dejé caer sobre los labios de ese ser que imagine. Sin pasado, con presente, pero sin futuro. El dejar de ser chiquitita para convertirme en un ser andante, caminante, disfrutando rocinante de la belleza marginada de tu piel, esa piel seca y áspera Voy a regalar un poco de mí sin soberbia sin trucos, sin esquinas peligrosas sin sonidos, sin guitarras ni malos cantos Con ganas de empezar de nuevo. Voy a regalar caricias y malos tratos felicidad y llanto alegría y algo de magia rezagada Es falso, que conservo varios nombres y un surtido de amantes.

"Deje bajar antes de subir al tren"

"Próxima estación Los Dominicos" Emergentes bocas citadinas con precisión, Vomitan gentes con locura y descontrol "No impida el cierre de puertas" La estrechez genera violencia, ¿La violencia llevará a la desobediencia? "A esta hora comienza el horario punta" Te jactas del mejor transporte ser, Avergüénzate del dinero que robas a nuestro haber "Estación terminal, todos deben descender del tren" Eres asqueroso pero necesario para el obligado vivir, Me gustaría estar a más un metro de ti

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Debimos notar hace mucho tiempo... Debimos notar hace mucho tiempo cómo tu vida y la mía dan giros una al rededor de la otra, sin tocarse. Cuando el cielo tiene su cara vuelta al espacio, nosotros somos los primeros embriagados de las estrellas. Sé que encantada le harás canciones hasta entrar en su cuna marquesa de agua. Vida, juntémonos al fin. Vida, salgamos a la calle esta noche, busquemos a los viejos amigos, tomemos cerveza con ellos. Y hagamos brindis que olvidemos con la mañana. Y olvidemos las asperezas de las palabras, lo literal de las miradas y los contactos. Las risas, las historias, los juegos… Olvidemos todo lo real y lo irreal, lo imaginario, lo objetivo, lo subjetivo, los recuerdos... Olvidemos todo lo que no es esencialmente esencia.

Quedémonos sólo con lo que no podamos nombrar. Lo que mañana, o cualquier otro día, nos haga sonreír sin razón. Extrañarnos. Vida, hagamos que esta noche nos arrastre a un mejor día. Por Francisco Vásquez

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El vacío, un Fáustica labor del animal poético susurro primigenio Yo soy la realidad Tú eres la realidad Pero el sol es la única semilla -Gonzalo Rojas Diminuta y viscosa, roja sanguijuela: me adhiero a mi espalda blanca y me chupo. -Gonzalo Millán Dipsomanía del obseso, sé que el balbuceo es una sílaba en ruinas que sin letargo talla su sombra en la sombra, pero no temo al mandamiento del abismo, la bestia soy yo que se busca en el hombre, se huele en el laberinto de sus ojos que lamen la celda infesta del mundo. El cerrojo es el auriga que mi propia sangre hurta para batirse a duelo, pues soy el hambre frente a un espejo que inventa sus tripas para comerse. ¿Pero que nadie nunca te dijo que el hambre es la costra infinita del hambre, que no existe ciencia que bruña el temblor de lo oscuro? ¿Pero que nadie nunca te dijo que siempre se es un niño en la jaula infesta del mundo cuando el mosquerío apesta sobre lo que torpemente arroja la razón? Fáustica labor del animal poético, mi credo está en tus ojos y sé que el balbuceo es una sílaba en ruinas que nada toca sino con la baldía sonrisa de la Nada, pero busco al hombre que se oculta tras la apariencia de los sus simples ojos fósiles de furiosa funesta farsa.

Tengo verguenza de mi boca triste de mi voz rota y mis rodillas rudas G. Mistral Esto es la soberbia retórica del aparente que reclama para sí el asombro de los sofismas, la sonrisa que pende de la cómica pretensión del burgués y su ademán, la ira que acampa en los nocturnos zigzagueos de las avenidas, la miseria que solicita sus tripas a la piedad del dextro, el poderoso que inaugura su festín con los coros de la ignorancia. Es la belleza aturdida que panteona sus ojos en la vitrina del capitalista, la flor ridícula que adorna el traje del snob y su fraudulenta aristocracia, el cerrojo del aire a los que mueren porque no mueren en el oscuro susurro de su celeste cilicio. Esto es un susurro primigenio, el hueso que escarba la raíz o la raíz que escarba al hueso, los labios abiertos del mendigo a quien sólo el osario besó, la esperanza del suicida y su temor a la noche y su incógnita, la tragedia de la sirena y su tatuaje de sal que bucea en las sombras. Esto es todos los hombres y su miseria puestos frente al cóncavo espejo de la verdad. El vacío un susurro primigenio, único fósil del animal humano.

Poesías de Ramón Orostegui

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Poesías de Lumpen Lover Lumpenlover.wordpress.com

Sin Sentido El sin sentido de la vida Se olvida Cuando lames choros humedos Y te comes los pelos Disimulando asco Disimulando nauseas.

Despecho

Dos semanas De tetazos en mi cara Y no digamos que eran manzanas Sino dos melones que tenía la guarra. Dos semanas Y me cambió Por uno que plata le dio ¡Que en auto la paseó! Dos semanas Y su pololo nunca se enteró ¡Tres hombres en un mes recibió! ¡Tres picos variados la sidosa se comió! Dos semanas Austeras de pobreza le di ¡Su vagina me comí! Ahora sufro Por un chancro en el pico: Dolor bruto Que ahora reivindico.

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Miedo al

Por Matía Sonrisas que se antojan rígidas y ajenas, como dolorosas, se mantienen despiertas pasada la medianoche en la ciudad de la poesía. Jugando al miedo en un tiempo de poetas borrachos que bailan con la muerte entre sorbos de licor barato. Durmiendo a pierna suelta sobre el cuerpo azotado que inspira, tratando de conquistar las ruinas de un teatro olvidado (a pasos del parque Ecuador), arrancando las espaldas de una ciudad insatisfecha, fumando la literatura de un porro que sella la locura. Rompiendo los estándares establecidos de la poesía, de la belleza mortífera de una bienhechora musa; desterrado a beber día tras día en la habitación, en la entrepierna de alguna prostituta, en la parada de autobús, en el escritorio de su bohemia, en el tiempo extraviado... Quizá no esté haciendo lo que se supone que debería hacer, quizá su debilidad es mucho más que un día en una habitación, con un cigarro como lápiz y una botella como hoja, quizá ha sido desterrado a la noche, de por vida,


infierno

as García quizá flota en el vacío de la belleza, con la cabeza llena de estupefaciente, o sencillamente, se está embriagando de orgullosa muerte. En las profundidades de su carpeta, de su mundo subterráneo lleno de infinito misterio y erotismo, en donde la rebeldía camina a la par con su adolescencia, en donde el infierno conseja amores lejanos, se encuentran unos pechos desnudos que oscilan al viento donde se posan las miradas vacuas de unos niños despiadados (con una ligera brisa a lo flaite), en compañía de un terror romántico que, por mucho tiempo, se quedará pintando las paredes de su anfitriona la poesía. Pero siempre quedará algo: una mirada distante, una palabra torcida, un pene dibujado en la portada de un cuaderno, un maniquí de sastre, una lúgubre adolescente desnuda y borracha en la playa, con un melón con vino en la mano, con una cajita de condones en el bolsillo trasero, con unos colmillos sedientos se sangre fresca, con una ternura de incesante paranoia, con una monstruosidad muerta, con una voz de otoño.

Un día, una habitación, un poema: He sido desterrado a la noche de la poesía por la botella de licor barato que se cobija en el corazón de mi musa; asesinando la realidad que se escribe en los ojos marchitos, sin estándares ni maestros a seguir, ni siquiera un lugar en donde nutrirme con letras, (solo un basurero lleno de ensayos y una libreta con mil hojas nuevas) sencillamente, por miedo al infierno que me espera, aquel antro de mala muerte donde lo macabro se entrelaza fiel a su naturaleza, donde lo mediático estalla en una fiesta, donde la silueta parda de mi musa será opacada por las lágrimas subterráneas que penetran en el tatuaje de su cintura titilante, donde los abstemios escritores se manoseen la entrepierna, donde el exceso será limitado por la oscuridad, donde escapar del laberinto será malditamente difícil, donde el contacto humano sea la última frontera. He sido desterrado a la noche de la poesía, por miedo al infierno que me espera.

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Tango del adiós Por Noir Desir Empieza la música a caminar por mis oídos, Lentamente tus pies siguen mi recorrido, Al compás de aquel silencio de miradas, Que esconde un cofre de lágrimas derramadas. Damos vueltas y vueltas sobre un punto infinito, Para darle vida a lo que estuvo escrito, Nuestras manos sudan bajo el mismo desdén, Y sólo existe nuestro amor a pasos de aquel andén. Somos cómplice de un absurdo imposible, Que prepara su adiós de una forma intangible, Pero si una mirada a mantenido ardiendo al fuego, El calor de aquella llama vivirá por mi recuerdo. Fueron ellos, les dieron a nuestro amor un sepulcro, Y llevaron por siglos nuestro amor oculto, Por tierras, por mares, por inviernos y primaveras, Para cobijarlo de aquel amargo día que lo espera. Junto a la sinfonía que se pierde cada noche fría, El violín compone ángeles de medio día, El piano que no deja de pedirle amor a Dios, Nos compusieron amor, nos compusieron el tango del adiós….

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Poema a mi amada Por Rodolfo Yertin Te quiero matar Y con la fortuna Y con mi vida Me puse a jugar Calvario y asfixia No me dejaban vivir Calvario y asfixia Tu recuerdo Crea en mí Un .38 deje a la fortuna Un revolver cargado Al capricho de la fortuna Apunta tus recuerdos Suena un clic Y me sigo viendo En el espejo La desdicha se ríe Al no morir por ti Y con tu olor impregnado Sin tus labios y caricias Tendré que vivir

Idéntico

Por Jeferson González Desde Grecia, Costa Rica

En el agua nace el reflejo de todo aquello que se pierde en el no hacer, de las victorias sin moldear que cazan y quieren ser cazadas. Ese retrato oscuro es pura impotencia, es cultivo de los años que pasan llevándose el calor de toda piel. La imagen se niega a desvanecer. Los golpes solamente la provocan más y más, y ella se burla decepcionada y empapa todo de su propio fracaso.

Se va Por Jeferson González La calle sufre sus pasos al alejarse. Las piedras se ablandan, se doblan en tristeza. Todo lo verde se enferma se convierte en polvo negro. Ella se va, en sus pies se lleva la vida

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Grietas Insobornables Por Ricardo García Desde México Ocupación: Lic. en Sociología

I Buscas ruegos en palabras marcadas en el aire Días teñidos en silencio Escapas de los días, horas e instantes Las heridas inesperadas quedan en besos tardíos Extrañas los días donde, Ahogado entre muros de cristal, mordisqueabas tus recuerdos pedazos de papel, palabras rotas, escrituras sin recuerdo. II Bajo el alcohol buscas pruebas asignadas escuchas sentencias, bebes los días enteros y lo que en ellos se encuentra El humo tranquiliza al sol, te acercas de noche al amanecer. III Sobre los labios, hojas secas quedan, el verano no ha terminado, el invierno se acerca, la lluvia sobre los ojos, el teatro cierra, la obra de los amantes empieza, lágrimas en silencio, llantos confundidos,

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almas fracturadas por el misterio del tiempo.

recuerdo, sin cuestiones ni reglas.

IV Voces muertas, abandonadas en el camino donde Amantes falsos cantan y ríen En tu mente el insomnio inadecuado te confunde Besos rojos, ojos abiertos el caos es atropellado entre alas caídas Susurros describen los oídos de tu alma Versos y besos consumados, en su logar ojos fruto de un dulce sueño Visitas tus sueños…

VI Abraza tu corazón Los días incoloros se vuelven, las noches desgarradas quedan sobre la luz tu silueta se vislumbran amores desiguales, caminos disímiles en abstinencia de evocación Olvida aquellos soles de sueños engendrados en melancolía de extraños suspiros deja de las inhibiciones generacionales engendra imaginaciones rítmicas.

V Montas aquella aventura de tu mirar, tus deseos se proclaman en ánimos heridos El abismo del deseo te seduce al acercarse a aquellas deudas de disimulado apego Pasados huérfanos en angustias de soledad los días de asombro ennegrecidos se gestaran si tú... amor cálido se gesta en el

VII Los días suenan, los violines lloran, acuerdos lánguidos sobre el viento del corazón Los sueños se deslizaran entre la tormenta de tu ser y su incomprensión, tus paisajes quedaran en espejos reposados dentro de sueños de últimos besos.


Madre, tele, catecismo Por Berenice Pacheco Salazar Desde Rep. Dominicana Madre, tele, catecismo ninguna nos present贸, sin embargo tocaste y para recibirte hermosa lav茅 mi cabellera. Desde aquel septiembre una vez al mes me llamas me bajas me llegas y me ha tocado descubrir, entre yo y ustedes, el misterio milagroso sanador de su presencia, disfrutando de ir al mar, danzar con las plantas, hacer el amor y usar pantalones (si me dan las ganas).

Con un gesto Por Fernanda Mulin Abogada y profesora universitaria Con un simple gesto de poesia soltar la voz callada por canhones, ouvir la gloria pura de la vida silenciar las bombas de los aviones. Con un simple gesto de escribir traer del exilio un verso de lamento, no tener las manos lavadas por el consentimiento. Pudiendo ser, al fin, capaz de dejar fluir una ultima plegaria, componiendo un verso solo de paz!

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La Fedayín de los ojos dátiles Por César González Zuarth La Fedayín de los ojos de dátil, de rizos bereberes, de piel mora y pasión desbordada. Condenada por su sangre nómada, A vivir un éxodo sin fin. Guerrera indómita, sofista implacable. Mártir de sus paradojas, sobrevive a sí misma reinventándose a cada instante. La fedayín de los ojos de dátil, Sometida a los caprichos de su corazón, Camina sin cesar. Diseminando estrellas en el desierto, Quetzales en la selva, y tormentas en la mar. Me gustaría detener sus pasos y decirle: Comparte conmigo el queso y la miel, Tomemos juntos el té y vivamos para siempre en el oasis de nuestra sexualidad. Pero sé que el paraíso sería efímero. Que no puedo impedirle partir. En búsqueda de una Yihad por la cual pelear, de una utopía extraviada en un zoko de Marraquech, de un sueño enredado, tal vez, entre las alas de una golondrina de mar.

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Organito arrabalero Por María Isabel Bugnon Desde Argentina El organito llegó muy despacito, Hay sonrisas picarescas, Llegó como siempre, llorando Abatido, se diría cansado. Lo he esperado por noches enteras, Sentada en el umbral de mi puerta. Evoco con nostalgia Aquel amor lejano, Aquel que un día me juró Amor eterno junto al organito. Con pasos suaves elegía A esa esquina arrabalera en Donde se mezclaban las luces De la calle, con la de la luna brillante. Con sus ruedas enlodadas, Se va alejando el último organito, Llevándose mis sueños arrabaleros, Esos que en algún momento Marcaron largas horas de dolor Por ese amor lejano, que un día Decidió alejarse de mi vida Dejando solo el recuerdo de aquel Organito, que nos regalaba con Solo ponerle una moneda el más Hermoso tango, zarzuelas o valses. Organito arrabalero ¡cuántos recuerdos! Esos que nunca se alejan, Esos recuerdos que persisten En mi corazón, pensamientos Esas ilusiones pérdidas, Ese amor que todavía espero.


Señuelos

Por Yanet González Ricardo He soñado contigo. Te encuentro cada noche de esta y de todas mis existencias. Siempre a la hora exacta. -EstásDebo conservarte en mi mente hasta que llegue la mañana. O hasta que toquen a la puerta y te desvanezcas ante aquella imagen vieja y repetida. O hasta que acabe el invierno y tus esperanzas cálidas caigan desde la Cordillera hasta tu cama. He soñado contigo. Mis pupilas han adolecido en la quimera de estos días hechos de viento y risa. Y de nuevo llega la noche, el recuerdo, la espera, la mañana. No importa. Prefiero tenerte ahí: Intacto, incólume, exacto; como una foto vieja en mi mente y jugar con tu imagen en silencio, como juegan los niños. Con el temor de que se escurra algún gemido apenado por entre mis labios y puedas escucharlo, sospechar. Ese es mi señuelo: encontrarte en cada noche de ésta Y de todas mis existencias. Y luego verte en la mañana, con la frialdad de quien mira a un extraño, y dejarte ir.

Ropaje Negro Nombre: Sebastián Vergara Desde Chile Ocupación: estudiante Vestía de luto y no sabía por qué, Veía al difunto, Luego de ver a su vida podrida. De vez en vez estiraba a la mano, Que volvía enriquecida, Perlas, oro, plata, Todo, todo sellaba un ataúd. Iba como quien camina a un funeral, Como quien camina para llorar, Pero su mano, ¡su mano! No podría tocarlo así sin más. Caminaba gacho, como orando, Eran tan fáciles rezar, Que se tomó la molestia de dormir, Soñar con un rosal, Un ramo de espinas, Sus manos ensangrentadas, Como arrepentidas, Ahogándose en el ataúd. ¡No lo haría, no lo haría! Pero estaba sentado, Esperando a ser crucificado, Porque vestía de luto, Tan oscuro, tan tibio, Que quedaba sin difunto, Sin ataúd, sin riquezas, Lloraba como niño, Como quien pierde la razón, El cobro por un difunto.

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Maldad Por Joaquín Parada Desde Chile Semi reponedor de empaque

Puede ser que me fije o no me fije.

Y (es que nunca

supe separar) Puede que me fije en los relatos cortos del baño. Puede que no me fije en que te estoy (ni comenzar) quemando con el cigarro. (ni terminar… Puede que me fije en los picos rayados del asiento. ESTROFA AL-GU-NA Puede que no me fije en el escote sutil. Pero NO Importa Desde arriba las palomas se fijan en (¿Come torta?) mí, Aunque puede que no todas se fijen Total, me las arreglo con una talla/ en mí. verso fácil Como aquella descarada que no se Para sacarte LA sonrisa, y es que fijó ESA sonrisa no lo sabes tú Y me tiró su mojón con todo el Hace que me fije en cómo tu labio corazón. aprieta el otro. Pero nunca te fijas qué labios son Puede que te fijes en mis espinillas Y yo si lo sé, nuevas. Puede que no te fijes que me cambié Pero no te lo digo (dirán que soy malito) los calzoncillos. Porque Puede que te fijes en la rima chanta Puede ser que me fije o no me fije. anterior Que te recuerde a un slogan lindo de la teletón.

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Quédate Por Pedro Toro

Quédate, siéntate sumérgete en tus libros eternos de conocimientos vacios. Aplica tus teorías de verdades inmersas en abismos profundos, juega con tus barcos de papel en el charco de tu conciencia, y finalmente refuerza tus castillos de arena, con mas arena. Critica, ríe Sin tener propuesta que supere tu ego hermoso. No tengas miedos a mis palabras vacías ni a ninguna siempre estarás arriba, superior inalcanzable de ideas perfectas y de amores podridos. Duerme, sueña El perro rabioso aunque no lo veas, existe y te espera, el hambre está comiendo a la vuelta de tu endeble muralla, el sonido de las maquinas romperá tu tímpano sordo. Y finalmente te atrapará tu palabra no dicha, en silencio.

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Por J. Uri Colodro


Prosa


El corazón lo sabe José Repiso Moyano Desde España Ocupación: Escritor

Te digo: ¿adónde vamos con esta pobreza vaciándonos de lágrimas a la hora de la pordiosera desdicha, cuando ya no regresa ni una vendimia de ratas? ¿Adónde, vida mía?, ¿adónde vamos con todo, con este mando desesperado, con esta soledad, incluso con este estiércol luminoso hacia la inoportuna tempestad y hacia el oleaje de las frías piedras como… supervivientes? Sí, vida mía, intento ver, elucubro además con sueños solemnes, ¡los más solemnes porque quiero al fin luz!, ¡quiero ya luz!; no sé…, juego con grietas afiladas de caos y perros desengañados y grito como un dios que a amor arranca esas superórdenes establecidas, ¡siempre ahí! Pero dímelo, vida mía, ¿adónde vamos? , ¿a dónde? Nunca más el desamparo, ¡oh nunca!, puesto que… ¿con cuántas lágrimas se tiene ya que decir, ante esa tirantez, ante ese hartazgo, ante esos demonios gordos que se

disputan cualquier dignidad, ante los gigantes siempre de la mala sangre que escriben nuestros nombres para simplemente… olvidarlos, olvidarlos junto al silencio, junto al de los gatos equivocados, nerviosos de pesadilla, y también al de esos tristísimos niños con las manos mordidas por el barro y por el dolor?; ¡oh!, nunca más el desamparo –te juro- como la fiebre caída o negro frío a ojos desvariados de murciélago. ¿Qué somos?, ¡oh sí!, ¿somos nosotros algo piadosamente de la pequeñez logarítmica de uno u otro olvido? Nunca por una ilusión, nunca más el desamparo porque tantas cosas, tantas ya… acorralan cuando solamente no esperan; y, después, se aplastan, sí, se niegan porque van con el ansia hacia fuera -a todo riesgo-, porque van a amor desmigajándose por un desorbitante y ausente destiempo, ¡perdido y perdido!, porque van fermentando ceguedad y dulcísima esperanza.

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Contraste inesperado Naiomy Ponce Caces Desde Valparaíso, Chile Estudiante Química y Farmacia, U. de Valparaíso

Me impaciento, palabras escritos inconclusos, párrafos deseando escapar de mi boca, revueltos en ahumado ocaso de mar ocultándome tras un rostro a cielo. caricaturizado, me lamento, disfrutando sentir veneno en mi No quisiera lamentos pecho, hielo cálido q atraviesa las confeccionando absortos momentos, gargantas, ¿ oscuridad es la que mi alimento, calma, la noche no siento?, caminos miles, me fundo, siempre se revela oscura, ¿a dónde me disuelvo agarrando superficies de vas?, es tarde, quédate a llorar un falso cielo. poco, soltando penas por pavimentos helados, pasillos retratados, Corriendo, voy corriendo, nuevamente ocultando mi vergüenza corazón en sangre, un poco que parece tonta, ajena. tenso, preguntas agolpadas en las sienes, miradas desconcertantes, Luna colándose entreabierta reveladoras, estremeciendo mi por las corneas extasiadas de quien cuerpo está la pupila ajena, sin es guiado como un loco, quisiera darse cuenta de mi respuesta a su probar tan solo un poco para no aceptado estímulo. volver muy herida, sangre había en mis sumisas palabras, crueles Desaparecer del plano por relatos de princesas felices, amargo difusos momentos, cuadros acuarela, chocolate envuelto en nada, tú voy tan lejos, casi al vacío, me me miras creyendo adivinar el precipito a soltar sensaciones antes pensamiento, quédate quieto sin anuladas, disfrutando panorámicas arrebatar mi alma que se retuerce angustiosas, recelosa noche de y danza sobre espontáneo e intenso latidos ocultos bajo piel humana. fuego, vivir momentos pariendo poesías, melancolía cuando ocultas Cintas sobre firmamento, líneas tus tristes ojos y escapas a mi textuales pintadas en sombra, mi impaciente calma, tu piel examina voz no te toca, a ratos te nombra de mi danza en silencio, asesino forma sutil e imperceptible. Giro sin siniestro, violento, arranca el saber hacerlo, momentos se mezclan sentido de mi cuerpo dejando la en oscuros pensamientos, adivino huella de quien se ha ido y no ha tus tormentos, designios complejos, vuelto.

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Pensamientos de domingo Por Naiomy Ponce Caces Golpes secos sobre la fría pared, cortina de espanto cubriendo el silencio, ojos finos que no quieren ver como ventanas empañadas por el deseo oculto. Una lágrima valiente se desliza sobre restos de sucio maquillaje, eco abrumador que corta los espacios, daga invisible recorriendo recorriendo pensamientos aislados, extraterrestres. Fascinante escenario en la cumbre del dolor, quien fuera artista pintor, creando un nuevo cuadro sobre el insoportable pasado. Pesa, las horas pesan, así como el sol calienta las espaldas de los sin sombra, conteniendo el aliento que desea ser desparramado, anhelado entre labios ajenos que enmudecen tras su ausencia. Y llega la noche, esa que calla, ni una sonrisa cruza la senda, se desesperan los latidos y bajo la vida hay una dulce letra de canción desconocida, seductora que afina sus notas con el pasar de los años, así yo callo.

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Definiendo la fornicación Por Alexander Dickinson Desde Isla Grande de Chiloé, Chile Ocupación: Mantenido Social Limité al tiempo para poder escribirte mil palabras en un segundo, y combatí en encrucijadas de mi métrica para poder narrarte mis poemas proscritos a morir; navegué tus labios con mis desolados riscos virginales; dialogamos sobre tus oscuros ojos abisales embetunados por el cielo y corrompí una a una el espacio de tu cuello; anclamos ruidosamente los quejidos a la eternidad inmensurable; azoté tu fértil vientre el cual estaba compuesto de la más fina porcelana, e imprimimos tono a tono la blancura de nuestras manos encima de nuestros excitados cuerpos; me diluí en tu espalda como el recuerdo de llevar un tibio vaso de leche hacia la boca, promulgando tus besos como tormentas que saturaron la agonía y la volcaron en una eyaculación del más febril de los placeres de nuestro sexo; enlazaste tus piernas a mi cuerpo, más sólidas que una planta enredadera que escala en elipses los postes de una cerca, pudiéndome así regocijar tembloroso ante la suavidad de tus caderas, mientras tus pequeños montes se elevaban sutiles y firmes sobre tu pecho, y el sabor que deambulaba en el aire junto a mi nariz es el plácido aroma de flores de tus rizados cabellos. Y con todo esto y mucho más fue como a la separación por fin pusimos fin, con la unión de nuestros sudorientos, inmaculados y verdaderos ropajes, con lo inherente de este sistema de conexión: La fornicación.-

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La Súper-Especie Por Mario Rodríguez Desde España Él tiene clase. Una flor en la solapa y sombrero recién lustrado, zapatos todoterreno. Un ente socialmente sofisticado, observador, sobre todo si es por encima del hombro. Un cuerpo recio, erguido, acabado en hábiles extremidades. Un cráneo preñado de ideas y sentimientos, hablante de un lenguaje capaz incluso de romper el hielo. Tiene intactos y despiertos los cinco sentidos, y millones más: el de la justicia, el del humor, el de la amistad… Es superior, una especie en peligro de expansión, la súper-especie. Pero algo le desacredita: cuando la luz incide sobre él, también proyecta una sombra. Él, que es creador y verdugo al mismo tiempo, poderoso por naturaleza. Él que ha estado en la luna y puede analizar universos. Él que ha matado a conciencia y ha ganado la lucha contra los instintos. Él, que habla de vivir en lugar de sobrevivir. Él, que nada sin aletas, que caza sin zarpas, que vuela sin alas…Él proyecta la misma sombra que las cabras, o los pinos, o las rocas...

Prefiere no pensar que son el mismo barro cocido en diferente molde. Caduca como sus alimentos, sufre como sus víctimas, se agota como sus recursos. Tiene que soñar para estar despierto. Tiene que inventar escaleras para salir de su cárcel. Depende de tantas cosas que le duele el individualismo. Se esconde en espacios cerrados para perder de vista su sombra. Se enrolla en telas y prejuicios, se viste de seda para ocultar la vergüenza de venir del mono. Se llena los bolsillos de tierra y corta la mano del que intenta tocarla, clasifica y archiva el mundo para sentirse dios, y luego se aterra si ve brotar una gota de sangre o caer una lágrima. Finge clase. Un crisantemo en los talones y calcetines para ocultar uñas sucias. Una sonrisa violenta y huracanes de superioridad. Creyéndose dueño del mundo porque no puede ser dueño de su propia vida. Abusando de su poderosa ignorancia. Con una conducta artificial desmerecedora de un cerebro.

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Narrativa


La Caída El frío viento le golpeaba los ojos, pero ya no sabía si las lágrimas que corrían por su rostro eran el producto del frío o por el insoportable dolor. La camisa desabotonada dejaba su pecho al descubierto y la cicatriz se percibía con toda claridad con las primeras luces de la mañana. Daría lo que fuera por volver a oír su voz pronunciando su nombre, por la noche, en la complicidad del silencio, en la urgencia de las manos y en los cálidos susurros. Volverla a oír, desde la noticia fue lo primero que pasó por su mente, ahora, con sus manos firmemente aferradas al gélido metal, es lo único que lamenta. Inspiró con dificultad, entre lágrimas y sollozos, las piernas temblaron y por un momento dudó de su decisión. Pero ya no hay vuelta atrás, no para él. ¿Para qué? Si

Cuentos de Leonardo Miranda Desde Santiago, Chile Ocupación: Contador, Estudiante de Auditoría

ya no hay por quien continuar adelante, y la maldijo con angustiosa frustración culpándola de lo único que no era culpable. Cerró los ojos con fuerza, y como un vendaval dejó salir un grito que se ahogó en el frío matinal de Santiago, un grito que llamó la atención de los pocos transeúntes que dieciocho pisos más abajo se dirigían a sus particulares destinos, obligándolos a mirar a las alturas. Entonces dejó que sus manos soltaran las barandas del balcón y se precipitó en caída libre al suelo con su blanca camisa flameando al viento. Matías, de seis años de edad, apretó la mano de su madre y le apuntó a las alturas, al tiempo que decía "Mira mamá, un ángel". Luego su madre cubrió sus ojos.

Origami Cada trozo de papel era una potencial criatura de su imaginario personal. Un ave. Un pez. Un gato. Un dragón. Recordaba como al inicio de su aprendizaje los modelos eran complejos a simple vista y los resultados prácticamente inalcanzables. Pero era persistente y la persistencia dio paso a la técnica y la técnica a la experticia y la experticia a la maestría. Ya no quedaba un rincón de su casa que no albergara alguna de sus creaciones. Era difícil precisar en que momento comenzó con esta afición, y cuando esta se transformó en una pasión. Con el paso del tiempo llegó a plegar mentalmente los trozos de papel hasta completar los diseños sin necesidad de utilizar sus manos, perfeccionándolos en un ejercicio

de imaginación llevado al límite. "Convertir una cosa en otra", era su lema y plasmaba la satisfacción de su creación. Luego, cuando su mundo personal se volvió más satisfactorio y cómodo, comenzó a plegar mentalmente todo a su alrededor, árboles que se transformaban en estatuas, edificios que se convertían en castillos o montañas, incluso las personas de acuerdo a sus características tomaban la forma del animal que mas los representaba. Sus creaciones le parecían perfectas, su mundo le parecía perfecto. Y cuando ya no quedó nada más que plegar, se plegó a sí mismo en un ave y voló por su universo de papel.

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El imp

Escrito por Pa Desde Viña d Egresada de Comunicac Ella sonreía traviesa e ingenua. Miraba las palabras escritas en el libro una y otra vez. Las palabras que no significaban algo más que letras sin sentido, pero ella prefería creer que eran importantes. Nadie las entendía más que ella. Llevaba el libro a la escuela, a la peluquería, a la playa, a las fiestas con sus amigos, en el taxi, en un ascensor, caminando por la calle: así sucedió que por estar leyendo en la calle, se pasó una luz roja. Pero ella adoraba leer, sobre todo aquel libro, aquellas palabras, aquel instante en que podía sentirse reflejada en los ojos de alguien. En los ojos ambiciosos de la escritora. Ella es la escritora. Un ente amargado, oscuro, siniestro, sin vida y sin deseos de tener una. No tiene nada de humano, excepto los atributos que sus letras suelen darles a sus personajes, los que tampoco son del todo humanos. Las letras no son humanas y por tanto, los libros no son humanos, son cosas, son algo, son objetos que se atribuyeron los humanos. Que ella se atribuyó al leerlo, al reencarnar en las páginas, al atrapar la información y masticarla. Pero el reflejo de la escritora se humaniza con la creatura siniestra del narrador. La escritora no puede soportarlo, bebe, se toma unas pastillas, saca una pistola y apunta su cabeza. Soy el narrador, el que dice lo que la escritora piensa y tengo tiempo verbal. Estoy en presente y ahora estaba en pasado y ahora estaré en futuro. La

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escritora siempre se piensa dios, pero en realidad, ¿quién controla a quién? Soy el que habla, soy muchas veces el que piensa, el que dice cosas ingeniosas, el poeta, el oscuro, el torturado, el dramático, el enamorado o el gracioso. Soy todas aquellas cosas que la escritora no puede ser, porque no es humana, tiene que crear a un humano para sentir y para respirar. Soy en realidad su verdadero mundo. Soy yo el que desea, el que tiene sueños, el que ve el futuro, el que conoce a cada uno de los otros personajes en estos mundos perfectos o siniestros. Tengo tantas vidas. Pero sin la escritora no soy nada, soy aire, soy humo, soy niebla. Además sin el lector no respiro, nadie puede quererme u odiarme, y entonces soy una cosa podrida en algún lugar olvidado. Por favor no se mueran. La única forma que tiene ella de salvarse, es leerlo en su libro. La única forma de leerlo en su libro es que yo lo diga. La única forma que tengo de decirlo, es que la escritora no decida matarse. Estamos todos atrapados en el mismo juego. Tengo tanta vida que puedo meterme a la cabeza de la escritora para pensar por ella. —No lo hagas. Ella morirá. —Lo sé, estoy escribiendo sobre eso —me responde. —No puedes escribir sobre eso. Ella nos está leyendo. —No. Ella no existe. ¿No entiendes? Nadie existe realmente.


pacto

admé Quinzel del Mar, Chile. ción Audiovisual Digital —Yo no existo, pero ella existe, y va a morir. —Ella es un personaje del que tú hablas y del que yo escribo. —No quiero que muera. —Por supuesto que no. Yo tampoco quiero que muera, pero alguien debe morir. Siempre alguien debe morir. —Ella no puede morir. Sin ella nadie leerá el libro. Nadie tendrá historia. —Sin ti ella no existe. —Y sin ti escritora, ninguno respira. —¿Quién debe morir, entonces? Ambos sabemos la respuesta, entonces seguimos con la historia. Ella siguió leyendo el libro con preocupación. Un auto se acercó, el chofer que hablaba por teléfono; era yo. Estaba conversando disgustado con la escritora, ambos sabíamos que nuestro destino estaba trazado y debíamos prepararnos para aquel preciso momento, donde todos chocaríamos y nuestras mentes se confundirían con el sonido estridente del impacto. Ella seguía leyendo, las líneas que venían eran las más importantes y reveladoras del libro. La escritora en boca del narrador le estaba dedicando unas palabras y éstas decían así: “Tengo que sacrificarme para que la historia siga. Tienes que matarme, por favor”. Ella no entendía. Por primera vez no entendía nada. Confundida levantó la vista y nos miramos. Su mirada me petrificó y entonces la escritora entendió la importancia que tenía toda la historia.

Nos miramos con ella tanto tiempo que me dio un escalofrío. Ella igual sintió nuestra conexión. El impacto no dejó a nadie en el limbo. Ella gritó y el libro voló en los cielos, en el absoluto vacío. Yo la miré con simpatía y nos dedicamos una sonrisa. Después del impacto los dos nos acercamos y nos besamos. El libro cayó en manos de otra lectora, una niña pequeña, ojos azules de mirada inocente, cabellos rubios, ropas pobres y sonrisa repleta de ternura. Aquella niña tomó el libro y leyó la primera página que decía “escrito por Padmé Quinzel”. —¿En serio vas a terminar la historia así?—le pregunto a la escritora. La niña después de leer el nombre de la escritora, levanta la mirada hacia su madre y dice con cierto resplandor en su mirada, que su madre jamás había visto: —Mamá, escribí un libro… La mujer de edad madura, pero con actitud jovial, la abraza con fuerza. Entonces después de aquello, el escritor de esta historia decide morir. Se escucha el impacto del disparo a varias cuadras. Ella también lo escucha y terminamos de besarnos para mirarnos como dos extraños. Nos damos cuenta al mismo tiempo, que la persona que acaba de morir, no es en realidad la escritora. ¿Entonces quién sigue escribiendo esto? —¿Y así vas a terminar la historia? —vuelvo a preguntar. -No. La voy a terminar así:

Escrito por Padmé Quinzel

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El reloj d Los hay que nacen con la coordinación de un músico y golpean con ingenua violencia la cuchara contra la papilla, formando una sinestesia de comida por los aires y música primitiva, que no prehistórica; sino elemental y original. Los hay que nacen con curiosidad de genio y miran al móvil sobre su cuna girar con fascinación mientras desentrañan el vaivén de las orbitas planetarias. Los hay que nacen con oído de matemático y oyen dónde caen los números antes de saber donde deberían caer sus propios pies. Los hay que nacen con corazón de artista, y miran con deseo los mechones de pelo, pinceles en potencia, que caen sobre el suelo en su primer corte de pelo. Pero también los hay que nacen con ojos transparentes. Todo lo ven, sus retinas están condenadas a errar por el paisaje eternamente. A pesar de tener el privilegio de ver cada ápice de belleza, cada salpicadura de arte en lo pequeño del sol a sol, la injusticia y la hipocresía les martillean el globo ocular sin piedad continuamente. El sol se retira a tierras oníricas al caer la noche y los nombrados no pueden acompañarla con sus parpados, ya que en la ausencia de los mismos arden; sin poder descansar. Esta categoría se divide en dos grupos. El primero contiene a los que a desesperan con los años y caen junto con su dignidad frente a los tobillos de ese gran cirujano plástico que es el conformismo; suplicando por un trozo de piel de cualquier parte del cuerpo que nos les deje ver nunca más, vendiendo su naturaleza para pagarse una ceguera artificial. Ella se encontraba en la segunda. Sus ojos cansados enmarcaban dos pozos sin fondo, en los que se libraba

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una batalla de colores. Un ejercito verde, portavoz de la esperanza, se erguía contra aquellos soldados vestidos de marrón que traían la tristeza por bandera; en una disputa reñida e interminable. Había veces en las que se levantaban tormentas de arena oscura formando un desierto de desconsuelo sobre la fronda, dejando los tallos enterrados como reliquias de un pasado mejor. Días, semanas, meses, en los que las lágrimas de esa guerrera veterana no podían limpiar de su corta existencia las huellas de alienación; el rastro de la soledad. Pero también había días, incluso semanas, en los que la fuerza ganaba terreno; su iris brillaba como una aceituna sin cortar, impulsada por la brisa a seguir creciendo. Aun así, una guerra es una guerra, y tenía los músculos resentidos, sobre todo ese del lado izquierdo del pecho. Pero esos ojos no eran más que una de las piezas del puzzle de su cara. La joven se encontraba en uno de los asientos finales del autobús, mirando por la ventana, ofreciendo al que la mirara el perfil estoico de una esfinge. Se refugiaba en esa expresión de desinterés que mostraba al mundo, como si estuviera perdida entre pensamientos, mientras una pequeña parte de ella deseaba haber tenido la suerte de nacer desorientada. Aquel que resolviera el acertijo que ofrecían sus facciones sabría que su visión no estaba extraviada, sino atrapada entre los engranajes de aquel reloj gigante al que llamaban ciudad; que se le antojaba como un intento del hombre de parar el tiempo. Ademán fallido en su opinión, ya que al atrapar tanto el espacio, las sombras se juntaban en un laberinto espectral que le


de alpiste recordaba que el periodo en el que cada uno tenía derecho a ocupar un pedacito de mundo se extinguía a fuego lento; sin prisa pero sin pausa. Un recordatorio de que un día al año celebramos nuestro cumpleaños, pero que otro día seríamos una fecha en una esquela; de que teníamos un final, como las cosas materiales que compramos compulsivamente en un intento desesperado de llenar nuestro vacío infinito de necesidades creadas. Ella lo veía todo, victima de ese fenómeno ambiguo que cabalgaba entre lo maldito y la mayor de las bendiciones. Ella veía la ciudad rodeada de limitaciones, de espejos nuevos, que reflejaban una vanidad que dejaba los sueños rotos; con edificios tan altos que le daban a la urbe aspecto de jaula. Una jaula llena de pájaros que en algún momento de la historia habían renunciado a volar, y que construían coches ligeros como plumas por no poder querer, por no querer poder usar las alas. Una jaula llena de pájaros que se creían libres, que proclamaban que los barrotes no eran más que meras representaciones conceptuales de límites, una medida de seguridad. Pájaros que estaban contentos con colorear sin salirse de la línea, porque han aprendido a olvidar como preguntarse que pasaría si colorearan fuera de los límites. Cientos, miles de millones de pájaros que se creían seres superiores mientras hundían la cabeza en alpiste con la violencia de la gula animal. Pájaros que solo ella veía. Pájaros con la cabeza llena de humanos.

Mayte Gómez Molina, 18 años Desde Granada, España. Estudiante de 1ro, facultad Alonso Cano de Bellas Artes

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La casa

Por Esteba

¿Qué termina siendo uno, si no tiene una casa? Un lugarcito donde pone los huesitos, se acomoda vértebra por vértebra, donde se libra del mundo, así, como está organizado. En la casa de uno, cada cual pone sus reglas, horarios, leyes, bemoles y sostenidos. Puesto que el universo termina donde uno puede ver, nuestro universo, o al menos la parte más importante, era nuestra casa en el barrio Rawson. Aquel triángulo entre la Avenida San Martín, la facultad de Agronomía y el Club Comunicaciones. ¿Cuántas personas de este mundo pueden darse el lujo de decir que su barrio tiene forma de triángulo? Ha de ser uno de los pocos lugares del mundo que tienen esa forma y no la de un rectángulo o un cuadrado aburrido. Lo cierto es que el destino le hizo una mala jugada a nuestro padre. Es raro este mundo. Hasta donde puedo entender, lo propio es de uno y a menos que lo regale, ¿cómo es posible que pierda la potestad? Me acuerdo que una vez me olvidé el oso que me había regalado mi abuela en una casa de la costa. Bueno, eso lo entendí. Ese oso ya no era más mío, a partir de ese momento era de quien lo encuentre, por más que llore y patalee, está claro. Lo que uno pierde, ya no es de uno. Pero ¿de qué manera puede perder mi padre una casa? Una casa es algo muy grande para andar perdiéndola por ahí. No es algo que uno puede olvidarse en el banco de una plaza o en la parada del colectivo.

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Esa tarde, papá estaba triste como cuando se murió la abuela. No lloraba, pero tenía los ojos con cristales humedecidos y hablaba bajo, más grave que de costumbre. Nos juntó con mi hermano y mi mamá en el comedor y nos dijo que no podíamos pagar la hipoteca y que íbamos a perder la casa. A partir de ahí, vivimos con la casa tapiada. La música apagada, las ventanas cerradas, espiando. Mirando para bajo. Esperando. Las instrucciones eran simples: el teléfono no se contestaba, la puerta de casa no se abría, sin excepciones. Si al llegar a la puerta de casa había alguien, debíamos seguir de largo. Desayunábamos miedo con café, almorzábamos guisos con terror y cenábamos pollo relleno de tristezas y desesperanzas. Me asustaba perderla. ¿Quién quiere perder lo de uno? La necesitaba, la necesitábamos. ¿Que sería de nosotros, sin ese patio enorme, donde la luz pasaba como por la hendija de una alcancía? Ahí mismo, mi hermano había armado y desarmado sus castillos de juguetes y yo lo empujaba con mis muñequitas, mis princesitas sin príncipes. ¿Qué sería de mi risa si no rebotará más en las paredes de esa casa? ¿Dónde quedaría Julio, nuestro gato, sin poder rasparse contra las paredes o tirarse junto a la heladera en el piso frío de la cocina? ¿Qué haría mi madre sin poder sentarse en el living, junto a la biblioteca a leer los cuentos de Chéjov, dibujada por los pétalos de la luz de la lámpara, casi muda, casi sorda?


a de uno

an Barbera Uno nunca comprende a lo que esta expuesto, lo que es capaz de perder, y el saber que un simple papel te puede poner del otro lado de la puerta de tu casa, bueno, eso es el miedo. Eso es el terror. ¿No es acaso el miedo más enorme, más dominante, el que espera, el que sorprende, el que anida en la mente de uno, agazapado, mirando el reloj? El miedo de perder la casa de uno, es como la telaraña de las esquinas de los techos, esta ahí, crece, y crece, hasta que uno sin darse cuenta, termina atrapado y por más esfuerzo que haga por zafarse, no puede. Así pasamos un año, seis meses y 13 días, resistiendo, esperando, atentos, detenidos, con miedo, con terror, sin saber cual sería el último día en la casa. Hasta que pasó. Tocaron el timbre y mi padre se tomó un minuto frente a la puerta, agarrado a la perilla, en silencio y abrió la puerta. Recibió la carta, saludó amablemente y entró. La dejó sobre la mesa y se fue afuera, al patio, a fumar. No lo entendí. Mi madre salió tras él. Primero lo miró, después le habló despacio, luego normal, y terminó por gritarle. Mi padre la miró, no dijo nada, ni una palabra se le escapó. Mi madre luego me contó que, simplemente, él se cansó de esperar. Que toda trama tiene un desenlace y que vivir así, era estar atrapado en la telaraña, esperando para ser atacado. Simplemente, había llegado el momento, nos teníamos que ir, era así, el miedo había desaparecido. Porque el miedo

muere, cuando desenlaza su trama de telaraña rinconera. Uno se muda por motivos especiales. Por valentía o cobardía. Nadie se muda por motivos tontos. ¿Y nosotros? No podía dejar de pensar que éramos mudados a la fuerza. Antes de irnos, mi padre tomo un martillo y golpeó todo. Rompió los vidrios de las ventanas, las puertas, las baldosas del patio, los muebles de la cocina. Me acuerdo el día que nos fuimos, estaba en la puerta, con mi valija. Uno no sabe que espacio ocupa lo suyo hasta que tiene que mudarse. Me quede mirando a Julio. Ahora nos mudábamos a provincia, a Santos Lugares, a la casa de la tía. Había lugar para Julio, pero no era justo. Nosotros no éramos libres. Estábamos obligados, dirigidos, pero un gato es libre, puede elegir donde ir todo el tiempo. Tuve el impulso de tomarlo, de llevármelo, pero mi hermano me detuvo. -Él es libre. Nosotros no, por lo menos que él se quede en este barrio, en esta casa. Por supuesto que me pareció bien. Sólo necesitaba que alguien me lo dijera. Julio se quedó, ahí, en nuestra casa, en nuestro barrio, cuidándolo. Desde el taxi, la casa se hizo chiquita, luego la calle, luego el barrio, hasta que finalmente, nos fuimos. No volví, nunca, no me hizo falta. ¿Quién necesita una casa que no es de uno? ¿Qué termina siendo una casa, sin uno? Un puñado de paredes tontas, aburridas.

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FotografĂ­a de J. Uri Colodro


El Séptimo Sello Por Víctor Olivera Desde Argentina Redactor en la revista de arte y cultura Gato Blanco

Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos. Apocalipsis 9:6

Es el fin del mundo, y mis hijos duermen. Caen las bombas en torno. Los fusiles han silenciado lo que creía imposible. La tierra calla ante el plomo y las voces de unos pocos. El último y el primer grito se superponen. No hay —pero soy fiel testigo de que lo hubo— hombre que no haya deseado ser árbol y, más aún, piedra. Lo que queda de aquellos hombres son figuras sin forma, tal como lo fueron los primeros hombres que un Dios filántropo creó. Apenas tienen fuerzas para agonizar, para aferrarse un poco más a este dolor que les está quitando la vida. Las bombas que caen nunca lo hacen dos veces en un mismo lugar. Creo haber visto entre las cortinas a mis vecinos enlistarse hacia un destino que desconozco. Pero no me preocupa: el miedo fue una de las primeras cosas que perdí. Mis hijos son tan hermosos. Duermen, y es el fin del mundo. Despertarlos no puedo. Eso sería descortés de mi parte. Un poco irresponsable, también. Mas, si lo hiciese, ¿qué se supone que se les dice a los hijos de uno en una situación como esta? “Chicos, despierten, es el fin del mundo. Pronto estaremos muertos. Pero no se preocupen, papá está acá. Todo va a estar bien”. No podría. No sé mentir. No sé decir la verdad. Quisiera, entre las tantas cosas que quiero, poder reescribir esta realidad. En un cuento de ficción, tal vez. En un escenario donde yo soy la mano hacedora y no un intérprete secundario y hasta casi terciario. Pero sé que no puedo. Que alguien que no soy yo

mueve los hilos. Que no morirán nuestros cuerpos, sino mis hijos y yo. Ellos, al menos, duermen. Son tan afortunados. Tienen la dicha de que el humo vele la luz solar. En cuanto a mí, mis ojos se fatigan y me siento demasiado cansando como para dormir. Mi mente divaga. Me pongo a recordar cuando eran jóvenes. Es decir, cuando aún tenían infancia. Lo hago y veo en sus rostros dormidos lo que fue y lo que pudo haber sido. Me asombro. ¿Quién iba a sospechar hoy que el ayer iba a resultar tan distante como el mañana? Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para rememorar el pasado tal como supo serlo y no como yo hubiese querido que fuera. Si todo lo que sucedió fue para llegar a este momento, entonces no valió la pena. Por el contrario, lo otro me resulta más sencillo. Imaginar los tiempos venideros se ha convertido en el mayor entretenimiento de las últimas horas. Por ejemplo, he visto que el más chico de mis hijos será abogado como su madre. Madre cuyo rostro no recuerdan más que por fotografías: murió al dar a luz. La vida, a veces, nos acecha con magnífica ironía. Por lo demás, caen las bombas; ya sin ruido, como por inercia. El cielo, de a poco, se serena. Los ángeles guardan silencio. Tanto hombres como bestias se miran, sin verse. Unos ríen, nerviosos; otros, no menos nerviosos, lloran. El resto hace lo que puede. Yo quisiera poder dormir. Las sombras de mis hijos se levantan. Por fin han despertado.

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Sangu

Enzo Llano Desde Ocupación: Sí, debo decir que probablemente yo tenga la culpa de todo. Pero qué iba a saber yo cómo acabarían las cosas, ni que fuera adivino; puede que sea mi culpa, sin embargo, siento que no merezco lo que me pasó… Mi ocaso empezó por una simple y sencilla petición: Rubén, mi compañero de toda la vida, mi amigo fiel, había tenido una pelea con sus padres y a consecuencia de ello fue expulsado de su casa; nos teníamos mucha confianza, y él, inocentemente, me pidió pasar unos días en la mía. Yo le dije que sí, sabes que somos hermanos, ¿tú, cuántas veces me has hecho favores? ¿Lo recuerdas? Pues porque habría de negarme, era mi amigo, después de todo. La primera noche para que, la pasamos bien. Cenamos juntos, con mis padres y mis hermanos, les cayó bien, y él a ellos. Él me lo dijo, tu familia es chévere, compadre, te envidio. Yo asentí apenado, lamentando que él haya tenido aquel altercado con los suyos; verás que las cosas van a pasar, pronto, lo consolé, ellos vendrán a rogarte que vuelvas y tú te harás el terco, un poco de castigo, él rió, para luego decirles que sí vas a volver, y lo harás por la puerta grande como tiene que ser, camarada. No entendía las razones del pleito con su familia, y mi incredulidad tenía fundamento. Rubén era un buen chico, de verdad, el mejor de la clase, siempre notas altas, siempre impecable imagen.

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No conocía a sus viejos, pero por las referencias que me daba Rubén, me los imaginaba cual dictadores déspotas. Pensaba ¿no les basta que el chico sea tan bueno, desean más? Y luego la indignación me invadía y el cariño que le tenía a mi amigo aumentaba. Y entonces no sabía, ni siquiera imaginaba…. Le decía constantemente a Rubén que sus padres vendrían, se lo repetía incansablemente, y el asentía, me sonreía. Mientras tanto, él se acoplaba bien en mi familia. Cada día se ganaba el cariño de mis padres, mis hermanos, hasta de la tía Julia, esa vieja roñosa que ni a mi me simpatizaba… eso me agradaba y reafirmaba la buena imagen que tenía de mi amigo. Se lo decía a mi vieja: oye mamá, a que Rubén no es un chico chévere, y ella asentía, con los ojos que le brillaban. Luego iba a donde mi padre y le decía: papá Rubén es divertido ¿verdad? Y él decía que sí, y sonreía. Finalmente le interrogaba a mis hermanas: oigan que tal les cae Rubén, y ellas empezaban a hablar maravillas, y no paraban hasta que me iba. Y con todo eso, yo no lo veía venir, ni en sueños me lo imaginaba. Pasaron dos meses y el teléfono nunca sonó ni nadie llamó a la puerta. Para entonces, Rubén había pasado a ser un miembro muy importante de la familia, tan importante que ya no dormía en el sofá, sino en mi cama. Mis padres me habían


uijuela

os Sánchez e Perú Estudiante pedido que se la cediera y que pasara mis noches en los duros muebles, pobrecito le está yendo mal, me decían. Yo accedí de buena gana, justificando a mi amigo con su temporal y triste orfandad. Tampoco me amargué la vez que se olvidaron de darme la cena, lo siento hijo, Rubén tenía tanta hambre y pensaba que tú comerías en la casa de algún compañero. Ni cuando salieron todos a la feria y no me llevaron, ay hijo, no había modo de comunicarte, tu celular estaba apagado, además Rubén necesitaba distraerse, no para en las noches de llorar, si lo escucharas, se te rompería el corazón. Ni siquiera el día de mi cumpleaños que caía casualmente la misma fecha que la de mi amigo y en la que no recibí ni un abrazo, ay hijo lo siento, se nos olvido, creíamos que Rubén eras tú, gracioso ¿verdad? Entonces recién comprendí que algo pasaba… Pronto mi familia se fue olvidando de mí, ya no recordaban servirme la cena, ni me invitaban a ver películas en el mueble. Hasta mis parientes lejanos que venían de visita corrían hacia Rubén y le decían “Cuánto has cambiado, estás tan guapo”. Y mamá les decía que no era yo, que era un amigo que estaba pasando unos días por un pleito con sus padres, ¿ah, si? qué mal, con lo dulce que es. Me daba cuenta en esos encuentros que mis padres aclaraban las confusiones con un poco de desencanto, como si quisieran que esas

equivocaciones de personas fueran ciertas. Sí, hasta ese punto se agravaron las cosas, y no engaño en decir que pronto ya no se molestaron en aclarar que Rubén era un invitado si lo confundían conmigo, decían que sí, que era yo. Hace poco fui a la casa de Rubén para hablar con sus padres. No fui con intención de reclamarles su dejadez con su hijo, no nada de eso, sólo fui con el propósito de hacerles reflexionar. Toqué la puerta, una mujer de dulce aspecto me atendió. Buenas tardes señora, venía hablarle de Rubén, le dije. ¿Rubén? ¿Quién es Rubén?, pues su hijo quien más va a ser. Disculpa pero mi hijo se llama Flavio y justamente por ahí viene. Entonces apareció un muchacho de apariencia apacible, al verme el niño me sonrió, pero no de un modo amigable, fue lo contrario, su sonrisa se torno cruel, podría decirse que diabólica. Me alejé de la casa con la imagen del adolescente en mi cabeza; al llegar a mi casa llamé por el timbre. Mi mamá abrió la tranquera. Al verme, su entrecejo se frunció, luego me preguntó que deseaba. Pues pasar, le dije. Ella me miró de pies a cabeza, luego sin decir nada me cerró la puerta en la cara. Estuve tocando un buen rato, pero nadie me abrió. Decidí que lo mejor sería pasar la noche en la casa de un buen amigo que yo tenía. No creo que se niegue, pensé, después de todo éramos amigos.

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La tierra delos sueños rotos Nombre: Elena Martínez Desde España Ocupación: Administrativa Los ojos de Amarau apenas mienten, lo justo para un viajero de la ruta de los sueños rotos. Ha pagado un costoso peaje de sueños y esperanzas para poder llegar a la tierra deseada. Salió de su país, orgulloso, en busca de un sueño. Nadie le advirtió lo duro que sería conseguirlo. El hambre y el miedo le enseñaron estrategias para sobrevivir. Hubo días que las fuerzas se agotaron y pensó regresar. Se sintió como un guerrero que volvía a casa después de una amarga derrota y borró de su mente esa imagen. El poco orgullo que le quedaba no le dejó volver.

Un libro con las páginas en blanco empezaba a escribirse. Atrás dejaba otros dos con un principio y un final. Libros impresos en su memoria que cada noche releía. ¿Qué quedaba de su aldea? Imágenes y personas congeladas en el tiempo. Con ellos escribió su primer libro. Imágenes que vuelven a él en momentos de desesperación y le ayudan a seguir adelante.

El viaje marcó el comienzo de un nuevo libro. Los meses hasta llegar a la tierra deseada fueron muy duros y Amarau aprendió a convivir con la nueva persona en la que se iba transformando. Persona que nada tenía que ver con aquel muchacho que salió de su aldea con La primera vez que pisó la tierra la inocencia marcada en el rostro. deseada, lloró por los compañeros que se habían quedado por el Ha comprendido que cada camino. A las pocas horas de estar etapa de su vida es como un libro allí se dio de bruces con la realidad. con un principio y un final. Algún día Nadie comprendía su idioma, por le gustaría plasmarlos en un papel lo que terminó refugiándose en las porque tiene miedo que el tiempo imágenes. Imágenes de riqueza y desvanezca las imágenes de su prosperidad. Tan cercanas y a la vez memoria. tan lejanas.

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Aquí, desde el Abismo Por Bru Kuref Estudiante Obstetricia y Puericultura, USACH Me senté tranquilamente mientras una foto tuya estaba entre mis manos... Me senté sin mirar el gran abismo bajo mis pies desnudos, fue entonces que sentí tus manos sobre mis hombros, manos grandes y blancas, suaves y firmes. Me acomodé mejor en tu fantasmal aroma, mientras mis piernas ondulaban al vacio. Respiré tu tranquilidad, me sentí menos vacía, pero a la vez insatisfecha.

fotografía tuya que mis manos tocan se hará parte de mi alma y tendré las fuerzas para buscarte en el otro mundo que me espera. ¿Cuánto más puedo amarte? No lo sé... Deseo entre mis miedos, entre el infierno y cielo que me mezclo y empapo, extrañarte con mi ser. Tomo tu foto y la hago parte de mí, respirándola, tocándola, saboreándola. Hasta que desaparece y sólo quedan mis manos, sintiendo tus dedos recorrerlas, sonrojándome hasta las venas de mi cuerpo... al sentir tu dulce avance.

Me faltas tú y, aunque veo esa imagen en el espejo de mis mundos, tu no estás ahí, pues estás sumergido en este mundo, un En esa ternura es que decido mundo extraño alejado de la muerte. abalanzarme al abismo. Siento que la muerte es este abismo en el que me siento para recordarte. Porque sé que al mirarte, aunque muera, serás mi ultima visión y esa

¿Por qué? Porque tú sigues conmigo.

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En las nubes perm

Por Lo Desde E Ocupación: Dise

Mamá llegó del mercado, con el carrito a sus espaldas toda la santa cuesta que había que subir hasta llegar a nuestro portal: el nº 48 de la calle Alegría. Pero mi madre subía muy seria y con los ojos acuosos. Otra vez había estado llorando. Se puso la bata. Una bata primaveral que parecía un mantel de los que se extienden en un campillo para celebrar un picnic. Y del bolsillo sacó un pañuelito blanco bordado por ella misma. Con él se secó las lágrimas que ya empezaban a caer y recorrer sus mejillas ligeramente arreboladas por el calor de la chimenea recién encendida. Yo me calentaba al fuego de aquel salón acogedor, con cuadros prerrafaelistas en las paredes y cubertería de plata en las vitrinas. Yo no sabía por qué lloraba esta vez mi madre, pero debía ser muy grave, pues estalló en sollozos creyendo que yo dormía en mi cuarto. Después una llamada telefónica y entre suspiros un “pero no puedo tener otro. Todavía estoy muy débil...” Mamá acababa de superar una infección de estómago que la había dejado muy débil. Llegó a estar tan grave que su cuerpo no absorbía los nutrientes, por lo que adelgazó mucho y al mismo borde de la muerte estuvo. Le costaba respirar todavía y se la veía desmejorada. Lo entendí enseguida. Hablaba con el médico. Iba a tener otro bebé. La noticia recorrió mi columna vertebral como si fuera un cubito de hielo en pleno invierno, con las habitaciones enfriadas por la noche y sin un fuego que calentase las manos. Se me

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debió poner una mirada temerosa pues noté que arrugaba mucho la frente y las comisuras de mis labios se curvaban hacia abajo en una mueca de total desagrado. Lo que vendría después, ya me imaginaba, serían múltiples atenciones a ese pequeño y vulnerable ser que, sin duda, se convertiría en el rey de la casa. Un rey egoísta, egocéntrico y narcisista que me quitaría todo el protagonismo. Por su puesto esto no lo pensaba conscientemente. Yo solo sentía como si un pedazo de mi corazón se hubiera muerto. Cuando llegó mi padre se produjo una fuerte discusión en la cual yo intenté mediar empujando a mi padre, pues él era el que gritaba fuerte y levantaba las manos con gesto amenazante. Pero después del sofoco vi a mi madre sonreír, escondida en un rincón, mientras pasaba el paño a su figura favorita: una niña bebiendo de una fuente. Al día siguiente, hurgando en el bolso de mi madre, como acostumbraba a hacer sin que ella me viera, descubrí un cuaderno. Las cubiertas eran blancas y en su interior reconocí la letra de mi madre escribiendo a una tal Rosita. El texto era muy largo. Por lo menos de dos páginas y en un lateral de la hoja ponía la fecha con rotulador rojo. La letra de mi madre era muy bonita. La minúscula redondita y cuidada como la de mi profesora del colegio y la mayúscula elegante y afilada como una vampiresa de verdad. Al principio no lo entendí, pero según iba leyendo me di cuenta que se trataba de


manece tu recuerdo

orena España eñadora Gráfica cartas a su futura hija. Mi madre todavía no sabía lo que iba a ser, pero en su fantasía se imaginaba a la niña de la fuente y la canción que inventó para ella, en otros tiempos, cuando papá todavía la besaba con ímpetu y le hacía el amor con ternura. En esa canción la llamaba Rosita. Me sentí tremendamente enfurecida pues a mí, durante su embarazo, no me había escrito cartas o, al menos, yo no las había visto. Sentí deseos de matar a esa niña. La usurpadora de mi amada, pues en mi fantasía yo estaba enamorada de mi madre y aquello no podía ser más que una traición. Fue pasando el tiempo y mamá tejía jerséis diminutos y compraba patucos y demás prendas infantiles. Incluso hablaron de comprar la cuna y algunos utensilios para el cuidado del próximo hermano. Yo, me moría de envidia. Como siempre, aquella noche me mandaron pronto a la cama. No hubo pasado ni una hora. Siempre atenta al pequeño reloj, iluminado por una vela, que parecía un diamante perdido en una cueva. Cuando mis padres empezaron a hacer el amor. Mi madre gemía simulando placer y mi padre la embestía como descargando en ella toda la agresividad contenida de un día de perros. Yo los espiaba tras la puerta de mi dormitorio. Entonces mi madre me vio y yo corrí a la cama temiendo que en su vergüenza me abofeteara la cara. Pero calló y continuó con el acto que yo sabía que para ella era un suplicio. En mi cama envidiaba a mi padre y su falo. Con él poseía a mi madre, la hacía suya y a la par

a esa niña, Rosita, que iba a nacer. Yo no podía poseer a mi madre porque no tenía falo. Me habían castrado, por mala. Por desear la muerte de la hermanita y por muchos otros pecados que cometí siendo muy niña. Por otro lado temía que mi padre con su falo matara a la hermanita pues lo imaginaba fuerte como una barra de hierro y doloroso dentro del sexo de mi madre. La iba a matar. Los oía gemir, se revolcaban, se chupaban y olisqueaban como animales. Entonces me convertí en mi padre, ya me había quedado dormida, ahora tenía falo y podía poseer a mi madre. Mi pelo, dorado y lacio como un sauce, seguía siendo el mismo, pero el rostro era el de mi padre. Sin embargo era yo y estaba haciendo el amor con mi madre. Por fin estábamos juntas. Llenas de un ardiente deseo, disfrutando la una con la otra, amándonos como dos enamorados donde no cabían ni hermanos ni progenitores. La embestí con mucha fuerza. Y entonces deseé la muerte de esa niña. La que estaba dentro de su vientre. El feto. Y con mi falo intenté asesinarla. Al día siguiente me levante enferma, agotada por un sueño tan abrumador. Me sentía muy mal por mi deseo y mi libidinosa fantasía. Me acerqué a la cama de mis padres. Mi madre aún se hallaba dormida con el semblante relajado lo que le aportaba cierta sensualidad espiritual. Como una virgen pecadora. Quise meterme bajo las mantas, a su lado. Que el calor de su cuerpo envolviera el mío en una

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evanescencia que me adormeciera. Entonces vi el charco de sangre. Creo que papá también lo sabía pero hacía como si nada. Se encontraba desayunando tranquilamente junto a la ventana de la cocina, mirando el jardín y tal vez pensando que había que cortar algo de la maleza que había crecido a un lado de la verja. Yo me levanté y me puse a jugar con mis muñecas. No sé por qué no se lo dije, tal vez porque sabía que él ya se había dado cuenta y tal vez porque con su silencio me daba a entender que no había que decir nada, que no se podía hacer nada. Supe que la niña había muerto. Yo la había matado con mi falo la noche anterior. Yo era la culpable. Me puse a jugar con mis muñecas. Eran dos. Las dos de trapo. Una estaba embarazada y la otra le golpeaba el vientre. Cogí unas tijeras y le acuchillé la tripa a la muñeca embarazada. Sólo salió espuma esponjosa, como la que se utiliza para rellenar algunos cojines. Entonces mi madre se despertó. Tuvo que marcharse a toda prisa al hospital, ella sola, mientras mi padre leía el periódico y se mesaba los bigotes, indiferente. Aún quedaba en mi la esperanza de que mi madre hubiera vuelto a enfermar y que no se tratara más que de una afección que para nada tenía que ver con su embarazo. Esperé mucho tiempo. Mucho. Esperé a que naciera esa niña. Pero la niña no nació. Un día mientras mi madre limpiaba a la niña de la fuente, en la cocina, me atreví a preguntarla por la hermanita, a lo que ella me contestó que si miraba el cielo en la claridad del día podría ver su rostro en las nubes. Yo me asome a la ventana y la vi. La nube mostraba un rostro infantil con grandes ojos y pelo con bucles de humo. Me fijé bien. Estaba profundamente triste.

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Quebrantos Nombre: Graciela Olave Ocupación: Colegiala. País: Chile

Le quiero decir que la quiero, pero las palabras se están ahogando en mi boca. Articulo garabatos junto a palabritas tan pequeñas como sus pies. Pienso en las palabras. Hubo un tiempo en que me dio por escribir. Las palabras me combinaban con los ojos, era una máquina que procesaba y estampaba en un par de estrofas su cuerpo. Pero eso fue hace mucho. Cuando tenía su cuerpo a mi lado, entibiando mi presencia tímida. Cuando un día su cuerpo no sólo me entibió, sino que floreció en mí, en mis manos. Vuelvo a intentarlo. Produzco un idioma que sólo yo entiendo. Siento que el agua me moja los pies y me tambaleo mientras la sigo, sin que se dé vuelta. Las risotadas del resto me cuelgan de los oídos como aros inútiles que no siento. En cambio ella, sigue contorneándose sin zapatos y con un vestidito negro que le queda demasiado entallado. Su pelo corto está tieso, peinado. Antes dejaba que se lo desordenara hasta terminar gritándonos cuánto nos queríamos, sin llegar a ser de espanto nuestros alaridos. No sé como el alcohol me subió tan rápido a la cabeza. Me mareo más al ver las olas ir y venir. Le alcanzo el hombro con un brazo tiritón, ella da vuelta un rostro que parece ser feliz. Sólo nosotros dos sabemos que algo extraño se interpone entre sus ojos claros y la felicidad. Hay algo vidrioso en sus pupilas. Vidrios que se rompen cada vez más rápido. Puedo sentir las botellas y un par de combos a mis espaldas. Pero sus ojos me atrapan cada vez que la miro y va quebrando el mundo exterior en su totalidad. Me toma las manos como a un niño, me las besa y me dice que me va a cuidar. Pone su brazo sobre sus hombros y me agarra de la cintura con una fuerza de niña que dejo que me conduzca. “La cagué”. Ella sigue mirando el tumulto de carpas donde estamos alojando. Hay un largo trecho en el que puedo seguir pidiendo perdón inútilmente. Me mira y me besa la mejilla. La hago parar. Siento que las estrellas bajan a su frente blanca. Quiero decirle de nuevo que la quiero, pero en vez de eso, vomito en sus pies. Vomito color vino en sus pies de niña. Sus pies de niña que ensucié de todo. Parece un Jesús a media luz, sangrando y abrazándome. Un Jesús que ha bajado nuevamente de la cruz para perdonarme.

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La prim

Por Adrián

Llegamos donde el Pelado junto a varios amigos. Recorrimos el largo camino que había entre la reja de calle y su casa, como siempre, riéndonos de cualquier estupidez. A diferencia de otras oportunidades, el Pelado no se reía con nosotros. Al llegar a su casa supimos por qué. En el patio, asoleándose, con una enorme mancha café en el centro, su colchón. Cuando lo vimos, bajó la cabeza y esperó las burlas. Llegaron de inmediato: ¡Te cagaste, Pelado! Después que la tormenta se detuvo, el Pelado, con la mirada todavía baja, nos contó lo que le había pasado: –Anoche me quedé con la Ale después de la fiesta–, nos dijo introductorio. La Alejandra era su polola, a la que como a toda quinceañera de los ochenta, no había podido meter mano, ni otra cosa, aún. Llevaban varios meses juntos y a lo sumo había llegado a conquistar algo de sus tetas. –Estaba medio curada y nos vinimos con su hermana a la casa. Cuando veníamos llegando pasaron unos locos en un auto y nos gritaron “échate una cacha con dos”. La Alejandra, que es enferma de cuica, les gritó el peor insulto que pudo articular en ese momento: “rotos”. Llegaron a la casa y la hermana, casi cómplice, se acostó en otra habitación y los dejó compartir la cama. El Pelado,

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enfermo de caliente, empezó a meter mano a su polola, que a esta altura, estaba ya dañada por la borrachera. No importa, pensó. Soltó los botones de la blusa y descubrió bajo los sostenes los pezoncitos que varias veces había podido chupar. Con dificultad, por el peso muerto de la mina, logró separar el broche trasero del sostén. Liberó las tetas y las besó sin que su novia soltara gemido alguno. Aprovechándose de la circunstancia, soltó el botón del jeans. Nunca antes lo habían dejado llegar tan lejos. Con cuidado deslizó el cierre y con la misma o incluso más dificultad de la que tuvo con el sostén, pudo desplazar el pantalón, primero hasta las rodillas, y con un poco más de esfuerzo, hasta que pasara entre los pies. Se detuvo a mirarla sólo un instante. Faltaba quitarle el calzón. Quizás porque era más pequeño y flexible o porque en las maniobras anteriores se había expertizado, casi sin dificultad lo tuvo entre sus manos. Como un aprendiz de fetichista, buscó el lugar de la tela que se impregna con los jugos y lo olió. Sólo faltaba acometer el delito final. El Pelado se puso sobre Alejandra y con el pene hinchado la penetró. Le dolió un poco porque, obviamente, ella no estaba preparada. De todas formas se dio cuenta que le había mentido: no era virgen. La embistió un tiempo y otro más.


mera vez

n Barahona

Era la segunda vez que estaba dentro de una mina, pero la primera en que no tenía que pagar. La inexperiencia era absoluta. Sin darse cuenta acabó dentro de Alejandra y se derrumbó sobre ella. Intentó besarla pero ella no respondió. Se quedó así, quieto, inmóvil, hasta que ella lanzó un pequeño gemido. El Pelado la miró esperando que despertara, pero nada. Luego otro pequeño gemido, y más tarde un peo. Él se rió. Luego otro peo y varios más. Hasta que el olor lo inundó todo. La mina se había cagado. Cuando el Pelado se dio cuenta, era demasiado tarde. La pudridera casi líquida impregnaba las sábanas, el colchón, la ropa que se había desparramado por todas partes. Él, todavía penetrándola con el pene fláccido, recibió también buena parte del churrete. Como pudo se limpió con la sábana y avergonzado fue a pedirle ayuda a la hermana. Alejandra no ayudó en la limpieza porque seguía casi inconsciente. Por la mañana, muerta de vergüenza, partió con su hermana hacia su gueto precordillerano. El Pelado terminó el relato. Nosotros estábamos mudos. El colchón seguía ahí intencionalmente. Era cierto. Se habían cagado en su cama y en su verga, pero más importante que eso era que se nos había adelantado a todos en tirarse a la polola.

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Asf

Pablo Díaz Desde Ar Ocupación: Escritor / Redactor fijo

El hecho que voy a narrarles ocurrió hace no más de una semana. Me creerán dichoso por seguir vivo después de escuchar mi espeluznante relato. Pero, yo les aseguraría que el estado en el que actualmente me encuentro no podría jamás considerarse vida o algo similar. Sin más preámbulos, me remito a los hechos en cuestión. Estaba yo sentado en el andén de la estación Once del ferrocarril Sarmiento. Hasta ese momento, todo era normal, yo diría que en demasía. Tomo el tren todos los días a la misma hora al salir de mi trabajo, pero les juro que aquella vez, ya comenzaba a gestarse algo diferente, inusual, inquietante. El aire a penas se podía respirar. Se me dificultaba tragarlo. Una calma poco habitual en ese horario reinaba, convirtiendo al andén casi en un altar de Iglesia, cautivo del más sepulcral de los silencios. El cielo corrompido por la noche arremetía contra la tarde furtiva. Las personas a mi alrededor también portaban un aura de misterio. Nadie hablaba. Ninguno emitía sonido. Y eso que el andén estaba repleto. Sí, la quietud era solo perceptible allí mismo, ya que cualquier ser ajeno a la situación, con solo ver la foto de aquel entonces, habría imaginado el más desmesurado desorden. –Qué raro- pensaba para mis adentros. El silencio podría haberse cortado con una navaja de tan denso que era. Poco después el tren arribó, repleto como de costumbre, al andén número

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4 donde me encontraba. Acto seguido, se desató lo que para mí ya se había convertido en rutina, pero que no por esto dejaba de sorprenderme. Una batalla descarnada se inició entre las personas que intentaban escabullirse de esa hojalata llamada vagón, y aquellos que a puño limpio se abalanzaban en busca del preciado asiento, como si fuesen campesinos abriendo camino entre la maleza a machetazos. Un amable y robusto señor, gordo bueno dirán algunos, me ayudó a subir al tren sirviéndome su enorme porte cuasi de escudo romano. Había logrado sobrevivir una vez más a semejante contienda. –Otro tranquilo retorno a casa, Pensé. Jamás creí que aquel aire, esa bruma espesa y tétrica que sentía en el andén, aún perduraría dentro del vagón. Pues, de hecho allí estaba. Las personas dialogaban, pero de forma escasa. Unas pocas palabras surcaban perdidas como mensajes arrojados al mar. Todo me resultaba extraño, pero intentaba pensar que eran delirios productos de una ardua jornada de trabajo y no más que eso. Me apoye contra un poste de metal helado y comencé a contar las paradas, para matar el. Caballito, Flores, Floresta…iban pasando como fichas de dominó que caen en hilera uno tras otro. Al mismo tiempo, el tren se cargaba en cada parada. Villa Luro, Liniers, Ciudadela…ya casi no había espacio alguno. Si antes el aire era difícil de digerir,


fixia

z Marenghi rgentina o en la revista online Alrededores

en esos momentos ya lo sentía como si fuera agua y el tren un océano en el cual debía contener mi respiración lo más que pudiese hasta salir a la superficie. Ramos Mejía… al llegar se encendió una alarma en mi mente. Me encontraba a varios metros de la puerta, prisionero entre veintenas de cuerpos que cercaban mi ruta de escape lejos de esta asfixiante atmósfera. Debía bajar en la próxima parada, y el final de mi viaje era realmente incierto. Entré en pánico. Tomé coraje y comencé a bracear contra la corriente de humanos que impedían mi paso. Preso de un total ahogo, con escaso aire en mis pulmones, logré colocarme frente a la puerta que me conduciría hacia mi salvación: Haedo, la estación donde debía descender de aquel tren fantasma. La oxidada máquina se detuvo de manera pesada y brusca soltando toda una serie de chirridos. Junto a mí, dos señoras de bastantes años se encolumnaron a mi lado, supuse que con las mismas intenciones que las mías. En aquel momento sentí que mi mente se apagó. Cualquier pensamiento que antes pude haber dibujado en mi cabeza se evaporó, todo se desconectó de allí. Pensé que el mundo, Dios, o quién sea que maneja los hilos del destino se había complotado en mi contra, para convertir mi retorno en una de mis peores pesadillas. El tren como paró, volvió a arrancar, y ahora a mayor velocidad que nunca. Jamás abrió ninguna de sus puertas. Las personas comenzaron a desesperarse, golpeaban las paredes

del vagón con inusitada furia. Yo habría reaccionado igual, de no ser porque había quedado totalmente paralizado, incrédulo de lo que estaba sucediendo. –Podría ser un tren rápido y jamás avisaron. Esas cosas pasan. Pensé para tranquilizarme. Sin embargo, al llegar a la próxima estación ocurrió lo mismo. Y lo mismo, y lo mismo, y lo mismo. El tren estaba próximo a llegar a Moreno, la última de las estaciones del servicio regular. Todos se encontraban presos de la más colérica ira, junto con un espanto de película. Se oían gritos en cada rincón del tren, golpes, desesperación. Yo seguía atornillado al suelo, frente a la puerta, en igual posición que minutos antes. No era capaz de emitir reacción alguna. El tren aparentemente había terminado su recorrido. Si era cierto que se trataba de un rápido y nunca habíamos sido avisados, en aquel momento lo sabríamos. El silencio más crudo jamás imaginado nos envolvió. El tren no se detuvo. Es más, continuó aún con más potencia, como si alguien lo hubiese inyectado del combustible más poderoso sobre la tierra. Avanzó a todo galope y el pánico desbordó aquel tren de la muerte. Lo único que alcanzaba a ver por las ventanas era campo abierto, pastizales secos y yuyos. Ni una pizca de civilización allí presente. De golpe, todo se volvió oscuridad. Era como si nos encontráramos en un túnel, o algo parecido. La gente corría y saltaba desesperada como vacas

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rumbo al matadero. Por fin el fatídico viaje había llegado a su fin. Las puertas se abrieron y todos descendimos casi de manera inconsciente, escapando de nuestra prisión y sin tener idea de donde estábamos. Gritos, uno tras otro, laceraban mis oídos. No había andenes, ni estación, ni guardas, ni boleterías ni nada. Aquél lugar donde nos detuvimos era lo más parecido a un calabozo medieval. Paredes de ladrillos negros y gastados, humedad y musgo entre grietas del cielorraso. Esqueletos encadenados al piso, -Quizás así terminaríamos, pensé. Me distraje observando manchas de sangre seca en el piso cuando de pronto, una voz tomó preponderancia por sobre los gritos desgarradores de todos los pasajeros. Fue en ese instante cuando se coronó en mi interior el más absoluto terror. –Bueno muy bien, se colocarán en fila y uno por uno irán ingresando por esta puerta sin hablar porque si no, morirán en el acto. Aquel ser que nos dirigió la palabra queda fuera de toda posible descripción. Sólo podría decir que el miedo que me impuso su presencia superaría con creces aquello a lo que mayor terror le tuvieron de niños, a lo que más les aterra de grandes, y a lo que más los horrorizó en vida. Hicimos caso al que parecía ser, a esa altura, nuestro verdugo, y entramos todos en fila por la puerta señalada a lo que parecía ser una inmensa cárcel. Consistía de un pasillo interminable con celdas a diestra y siniestra. Estas eran lúgubres

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y grises, con barrotes viejos y oxidados pero que no parecían brindarnos la más mínima posibilidad de escape. Como nuestro anfitrión, fueron apareciéndose más y más, hasta el punto de haber uno de esos por cada uno de nosotros, que éramos cientos. Nos condujeron hacia las celdas y nos prometieron que no nos haría daño si respetábamos sus reglas. Me senté en el húmedo piso de mi calabozo mientras masticaba mis propias lágrimas y aguardaba mi destino. Hacía rato que la esperanza se había escapado de mi mente. Resultó ser que estaba en lo cierto cuando creía que aquellos serían nuestros verdugos. Según mis cálculos, alrededor de una vez cada seis meses, se llevaban a uno de nosotros a un cuarto que quedaba al final del pasillo. Alaridos espeluznantes, casi bestiales, escapaban de aquella sala. La fortuna hizo que yo sea uno de los últimos que aún sobrevivimos en esta estremecedora prisión. Pero asfixiado en estas ruinas sufro el castigo de ver como uno a uno nos arrastran a la tumba. No podría decirles cuanto tiempo pasó desde aquel viaje fatídico. Sólo puedo arriesgar que por mis arrugas y mis canas supongo que demasiado. Hoy en día soy una masa amorfa de carne maltrecha que desolada espera que su existencia se acabe. Momento! ¿Eso es una puerta que se abre? ¿Están liberándonos? ¿El martirio se acabó? Perdonen, estoy delirando, debe ser el encierro, y que aquí adentro casi no tenemos aire.


Ausencia Por Gloria Gallardo

Me despierto, en mi memoria hay todavía restos de un sueño que no puedo recordar. Al salir de casa comprendo cuan bello será el día de hoy, en mi corazón siento un peso. Deseo tanto verle y al mismo tiempo, quisiese que se fuera ya. Las cosas entre nosotros, han sido siempre así. Llego al colegio, hay sol, pero el frio me cala hasta el tuétano, todos están dentro del aula, todo menos yo. Yo le espero sentada en la banquita que se encuentra fuera de mi sala. Espero callada, mientras miro hacia los grandes edificios que se alzan a mí alrededor. Fijo mi atención en una mujer que aparece entre uno de los grandes ventanales del decimo piso. Ella corre las cortinas y abre las ventanas, camina de aquí allá, seguida siempre por un niño pequeño. Entonces suspiro y pienso, “¿cuántas vidas más fluyen a mí alrededor?, todos cambian. Yo sigo siempre igual”. Y aquí estoy, quieta y esperándolo. Otro suspiro nace desde mi corazón para perecer en mi boca, mi aliento se puede ver frente a mi rostro, y yo lo observo. Escucho voces a lo lejos, sé quiénes son, pero no quiero mirarlos. De pronto escucho una nueva voz, de inmediato mi corazón salta rebosante de alegría. “¡A llegado!” pienso, y luego me digo “No deberías alegrarte tanto por eso”. Vuelvo a tomar el control de mi, dejo de pensar, la expresión de mi cara en ningún momento cambio, muevo mis ojos, le busco con fervor, agudizo el oído, el reconozco la risa, aquella dulce risa. Y entonces, no puedo evitar sonreír yo también. Él está ahí, a cincuenta metros de mí, al igual que siempre. Sonríe a sus amigos, me da la espalda, pero no importa, comienza a gustarme al igual que él. Habla a los

gritos, siempre con demasiada alegría, con demasiado entusiasmo. La sonrisa se expande sobre mi cara sin que yo nada pueda hacer, pero miro de nuevo hacia los edificios. De pronto noto que el sol brilla más y el ambiente se torna más cálido. *** Intento concentrarme en el rápido ritmo de la música, juego con mis dedos, mantengo la vista fija sobre la pantalla del reproductor, pero sin ver nada en realidad. Miro mis manos, frías y blancas, tan alejadas de la gracia de Dios. Sonrío de lado con cansancio, me compadezco de mi misma. No hay nada que hacer, medito. Alzo la vista cuando advierto que alguien mueve la silla frente a mí. Observo dos ojos castaños clarito, tan llenos de cariño y paciencia. Le sonrío de corazón. Me quito los audífonos, mientras ella se sienta y acomoda la bandeja entre nosotras. El ruido a mi alrededor, como un mar de voces, siento que me ahogo. Y me ahogo porque sigo intentando encontrar de pronto su voz entre un mar de desconocidos. - Espero que tengas hambre.-dice entre risitas. Yo rio también, no porque su frase fuese mortalmente graciosa, sino por el deseo de compartir aquel acto y unirme aun más a la melancolía que nos acompaña. Pasamos el resto de la tarde juntas, hablando. -hoy se cumple un año-. Menciono luego de un rato en que nos quedamos calladas mirando las olas. La arena estaba seca bajo nosotras. Yo tome una porción en mi mano, y la deje caer entre mis dedos muy suavemente. La compare con el tiempo. - Sí-respondo, y mi voz suena penosa. Muerdo mi labio, busco las fuerzas para continuar.- hoy se cumple un año desde la primera vez que lo vi.- me golpeo

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internamente por el tono de mi voz. Aquello no era algo por lo cual quisiese estar triste ¡al contrario! Siendo él tan hermoso. -Te enamoró a primera vista.-La miro. - Así es. El auto sube por una calle, y mientras lo hace pudo ver el cielo lleno de una capa continuas de nubes, de pronto el sol aparece entre ellas, baña la mar, brillan los cristales, y el firmamento se torna anaranjado y rosa. Entonces todo se lleno de vida y todo se lleno de color en el último aliento del astro. Como si antes de irse quisiese regalar un último bello esplendor para todo aquel que lo sepa apreciar. Y los rayos de luz, brillando dorados entre las nubes, cautivan mi atención. *** Los meses pasan iguales e insensibles unos tras otros desde la última vez que le vi. Ya había vivido siete meses en su ausencia. Comienza el invierno. Las cosas para mi van bien, y por lo mismo, no podrían ir peor. En el mismo lugar, a la misma hora, siempre cumplo la cita que jamás acordamos. Y no importa donde fuese que él estuviera, yo siempre lo tendría a mi alrededor, y él está, siempre discutiendo en un rincón de mi conciencia, siempre ahí, casi imperceptible y a la vez muy claro. Yo siempre cumplo. Continuo encarnando mi papel asignado, nadie se entera, así es mucho mejor, sigo con todos mis pendientes. Todo bien, todo igual. Más que importa, comenzó el fin ya hace mucho. Me parece no terminar. *** Recojo mis cuadernos y los ordeno dentro del bolso. Me retiró sin mirar atrás, extraño el leve dolor que me producía irme sabiendo que él aún estaba ahí. No obstante, también me alegra. Extrañarlo me asegura que en verdad paso. Ya se acerca el fin del semestre. Me ocupo, me canso hasta el límite sabiendo bien que demasiado tiempo libre no es saludable. Mientras la cabeza se me hace más estrecha de tantos problemas, las voces de la gente no dejan de llamarme.

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*** Pierdo el recuerdo de cómo había llegado allí. Pero nuevamente me encuentro camino a la parada, me detengo de pronto con un sobre salto, el cuerpo no comparte la desorientación de la mente, contengo el aliento, nadie a mí alrededor. Un intento fallido por recordar el día en que estaba me sume nuevamente en la torpe marcha hasta la esquina de la calle. Sin ser consciente del frío que existía, se desdibuja la diferencia entre el calor y el frío. Tampoco me di cuenta cuando comenzó a llover. Mientras yo continuaba igual, siempre igual. Me detengo en la esquina, miro el suelo, intente pensar sin desearlo en realidad y finalmente no logre pensar en nada. Con los labios apretados y la vista perdida me quedo de pie mientras la lluvia me moja. El sonido aumento, tan diferente al ruido humano, lo percibo lejos. Lo agradezco. Comienzo a sentir la presión nuevamente, de pronto temo que el cielo se caiga sobre mí más no puedo moverme, me pregunto si eso es lo que en verdad deseo. Y la nada me inunda. Esta vez no salto, solo alzo la vista y observo. Y ahí está, otra vez el recuerdo, la imagen producto de mi memoria, observándome tan fijamente como en mis sueños. Algo me alerta del error. Me duele, y su rostro es demasiado hermoso para ser solo producto de un recuerdo, el corazón acelerado, la respiración se corta. Pestañeo. Explota la presión en mi cabeza. De pronto me reconozco de pie, a treinta metros de su real cuerpo, ambos mojados, ambos serios, ambos ahí, detenidos mirándonos hace quizás demasiado tiempo, y nadie en las calles. Solos mojados por la lluvia y envueltos en ella. Sus dos ojos verdes clavados en los míos, me ardían las manos, martillando el corazón me aturdía la mente, no podía pensar. Los dos a cinco metros, en el medio de la calle, sin autos, sin testigos. Solos sus ojos verdes, “¿En qué momento me acerque?, ¿En qué momento se acerco él?, ¿Qué se supone que está haciendo?


¿Qué se supone que hago yo?” Comencé a disparar en mi mente luego de un momento, sobreponiéndome al sopor, luchando contra las ganas de delinear sus labios con la yema de mis dedos. Con el rostro absorto alzado hacia arriba, lo observo detenidamente. Resbalo escurridiza la mirada por su rostro, noto al momento un cambio, la expresión suavizada casi de ternura, me arden los labios por besarlo, el entrecejo se frunce, en un intento de controlar mis impulsos. Sus ojos se abren, me observa, su boca se mueve, espero, deseando escuchar su voz. Nada. Tiemblo “¿Nunca nos hablaremos? ¿Nunca te dirigirás a mi?” Y me golpea el recuerdo de su partir, y las lágrimas de entonces me duelen el doble ahora “Ha vuelto…, pero también se ira” Me golpeo de pronto el frio, y ya no sentí más ardor ni calor, porque él tendría que irse, y me dejaría a mí de nuevo sumida en este vacío tan agobiante, sin cambiar sin reaccionar, tan controlada, tan acostumbrada. Y él se ira y se llevara todo. Las lágrimas se acumularon en los ojos, pero no serian distinguidas de la lluvia que corría ahora por mi cara. Su rostro cambio, preocupado, un paso en falso. Un paso hacia mí. Me tenso. Mis labios tiemblan, no puedo dejar de ver sus ojos. -¿Qué haces aquí?-. Exijo, desconozco la voz, sin dejar de mirarlo, sin cambiar mi expresión, intento descubrir quien habla y finalmente comprendo que aquella voz femenina no podía ser de otra persona sino mía. Sus ojos, como dos platos enormes, mirándome atónitos, sus labios se separaran un poco. La acusación implícita en mi pregunta lo había choqueado. Me observaba. Sin hacer nada, como ignorándome. La rabia resurgió luego del dolor “¿Qué estaba haciendo él aquí?, ¿Por qué no se iba?, ¿Por qué yo no me iba?, ¿Qué quería lograr?, ¡¿Qué demonios intenta demostrar?! ¡¿Qué más quieres de mi?!” Y así continuo mi mente, gritando y refunfuñando, pero ni mi corazón ni yo le hacíamos caso. Solo miraba sus ojos verdes.

Al momento siguiente, toda la situación cambio. Me quede el blanco, seguía ahí de pie, él observaba con cierta paciencia y una sonrisa aparecía sin querer en sus labios, me deje querer por sus ojos “Te amo” susurre en mi mente, me callé. Y sentí ese amor cada vez más real. Como tonta perdone su ausencia. Nada más que yo pudiese hacer. El calor, el calor subió por mi rostro. Comprendí de pronto al reconocer el movimiento, que eran sus manos sobre mi cara, y la última imagen que me regalo fue de aquella sonrisa de lado que tanto me encanta. Cerré los ojos. Por un segundo pensé que despertaría del sueño, y entonces, me despertó la tibia suavidad de sus labios. Tímidos, rosando los míos, desaparecieron de pronto, avance buscándolos. Choque contra ellos, me vi envuelta en el burbujeante placer que recorría mi cuerpo, el calor de sus labios insistentes y tiernos contra los míos. Giré mi cara, él la suya, me apretó a sí. Como coordinados, nos alejamos lentamente, y nos miramos. Él me observo atento, y yo luego de mirarlo, me separe de sus brazos, que trataron demasiado tarde de contenerme. Había acabado, y yo sabía que pasaría después. Él se iría y yo no era capaz de soportarlo. Comencé a correr calle arriba con toda la fuerza que tenia, corría, intentando alejarme del dolor, sintiendo que me atravesaba el pecho, la espalda y me ataba a él. Las lágrimas surgieron, comprendí demasiado tarde mi desesperación al reconocer el ruido de unas pisadas detrás de mí. Intente correr más fuerte. Y luego nada. Solo oscuridad. *** La brisa tibia de verano roza mi piel, cierro los ojos un momento, y suspiro. Siento de pronto dos manos grandes que tomándome de la cintura me dan vuelta con rapidez, contra el muro del mirador y su cuerpo, me quedo tranquila y deslizo mis brazos hasta su cuello. Sonrío al escuchar su risa, recibo su corto besos en los labios. Abro los ojos para alcanzar a ver aquella sonrisa. Por fin, ya estaba de vuelta.

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Condenado Aquel lugar maldito quedaba a las afueras de la ciudad. Había que atravesar una trocha angosta y pedregosa que se aleja de la urbe internándose en el bosque. El cochero apenas se atrevía a mirar hacia la carrocería cubierta por un tafetán negro. Dentro, por medio de las rendijas, no sólo ingresaban tenues rayos de luz, sino que por aquellos pequeños orificios triangulares se podía ver hacia fuera, hacia la ciudad, que se hacía diminuta a medida que avanzaban, perdiéndose en los recovecos del camino. Los pastizales mecidos por el viento se confundían en una marejada de danzas inciertas. Con el transcurrir de los minutos todo se hizo repetitivo. El lento andar de los caballos viejos, el cochero silencioso, su gran espalda cubierta por una capa negra; el vaivén de la carrocería, la ciudad a los lejos, pequeñísima, sumergida en una nube de humo engendrado por las primeras fábricas que le daba un tinte grisáceo al cielo. Adelante, el campo vivo, verde, solitario, monótono, adornado por florecillas de colores que enseñaban al mundo su espectáculo. Al final del camino se erigía esa casa grande, rodeada por un bosque de pequeños arbustos, envuelta en un panal de mallas metálicas. Antes de llegar, y mientras trataba de controlar una acceso de tos que le ahogaba, pensó en la ciudad que dejaba atrás, en sus calles grises y concurridas, en los bares, en los prostíbulos, en las noches de licor y juegos. Y ese olor extraño, pero dulce, que inundaba el ambiente. Ahora estaba tan lejos, y al comprenderlo, se sumía en la nostalgia y el miedo. El carruaje se detuvo un momento ante una puerta de hierro. El cochero descendió y abrió con parsimonia, volvió y puso los caballos en marcha; circulaban ahora por un camino de adoquines. Los pastizales estaban bien cuidados, los jardines florecían entre homb– res y mujeres lánguidos, como si hubieran regresado de la muerte. Observaban fijamente hacia el carruaje, quietos, impávidos, como si apenas tuvieran aliento para admirar la caja

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Por José Rodríguez Leudo Desde Colombia Profesión: Médico negra que se movía al compás de las ruedas; la misma caja en que tiempo atrás llegaron ellos, la misma que día a día arribaba con sus dos caballos, el anciano cochero y el tafetán negro, que ocultaba a un desgraciado más. Sus caras delgadas y pálidas, sus ojos hundidos, sus músculos atrofiados, su respiración rápida, jadeante y forzosa; la tos sangrienta, sus cuerpos débiles bajo el sol. Arreglaban los jardines, cuidando las flores que adornarían las tumbas después de su muerte. A la distancia se levantaba el edificio blanco repleto de ventanas cerradas. Por mucho tiempo fue la hacienda de un terrateniente, ahora nada era igual. No evitó pensar en los muchos que habitaban allí, y en los muchos que llegarían después de él, todos condenados al exilio perpetuo, al claustro, a la muerte… El carruaje lo dejó en la segunda puerta; cuando volvió la mirada se alejaba por el camino para regresar a la ciudad, con su ritmo perezoso, sin palabras de despedida ni de agradecimiento. Cruzó la entrada y oyó aquel rumor, el llanto, el quejido, las voces, la tos, los pechos desgarrándose, los pulmones saliendo en medio de los borbollones de sangre. Una mujer que llevaba una mascarilla abrió una tercera puerta, un pasillo amplio con habitaciones a lado y lado se dibujo ante él; decenas de almas calladas y tristes fijaban sus ojos sin esperanza en el recién llegado, que ahora también hacía parte de ellos. La mujer avanzó tras cerrar con llave. Siguió su espalda, soslayando la impresión que le causaba esa atmósfera enrarecida; el olor a peste, a alcanfor, a medicinas, a sudor, a orín… Le fue dada una cama en el primer piso porque no estaba tan grave. Por ahora tenía prohibido subir las escaleras. Observó a sus compañeros con lástima y con asco, si aquellos estaban tan flacos, tan débiles, tan ojerosos, no quería imaginarse los que moraban en los pisos de arriba. Y odió saber que cada día daría un paso, subiría un escalón más, hasta terminar en el último piso, de donde lo bajarían oculto en una caja negra.


Desamparo Por Gabriel Bonetto Desde Buenos Aires, Argentina Rígida la postura del militar. La silla es de mimbre y a pesar de su fragilidad lo sostiene con solidez. Ese rostro demuestra tenacidad –especula en su pensamiento Hilda-, una firmeza del derrotado que posee la sabiduría del futuro triunfador. Parece un muñeco de cera que sentado en el museo espera ser visto por la muchedumbre. El militar respira y pestañea. Solo eso. No responde las preguntas de los que lo acompañan. Las preguntas no son tales, son verdaderas bromas convertidas en cobardes degradaciones -vuelve Hilda a pensar-. Superioridad es lo que demuestra el militar cuando fija su mirada hacia Hilda y a los otros tres jóvenes que se encuentran con ella. La mujer vuelve a preguntarse en su interior: ¿Por qué que no parece abatido, por qué disfruta la agonía? Uno de los jóvenes toma mate. El termo aferrado con su brazo derecho, abrazándolo con tenacidad. Realiza una vista panorámica por la pequeña habitación. Las paredes son blancas, con un gris de polvo que se observa mejor en los ángulos que se unen con el techo. No hay muchos muebles, solo un sillón marrón gastado por el paso del tiempo, y una pequeña cajonera beige. El joven que toma mate habla. Se dirige hacia el militar y le convida agua. Con un leve movimiento de cabeza el militar acepta el ofrecimiento. La mujer es la más joven del grupo. Es rubia de pelo lacio. Parece molesta con su pelo. Un nuevo disfraz, uno más –piensa y protesta Hilda-. ¿Cuánto más tengo que soportar estas cosas? ¿Cuánto más tengo que estar alerta a que alguno cante y me vengan a buscar? Todo eso se pregunta

Hilda, mientras observa al hombre atado a la silla de mimbre. Javier lo llaman los demás. No importa su verdadero nombre, nadie tiene que saberlo. Su nombre anterior fue borrado y quién sabe cuando podrá volver a utilizarlo. Es un joven alto y corpulento. Su voz concuerda perfectamente con su físico. Una voz imponente cargada de fortaleza. Fuma, despide una bocanada de humo espeso. Imagino que sabe porque está aquí, pregunta. Después de producido el silencio, tan esperado como lógico, el militar carraspea y lanza una respuesta corta pero vehemente: Soy un soldado preparado para la guerra. Los jóvenes ríen. Cada vez que escuchan la palabra guerra no aguantan la risa. Hilda no lo hace, solamente los mira. No entiende las risas que se van desplegando por toda la habitación. El eco suena impetuoso, como si un largo desamparo hubiera sensibilizado su vibración. Sirve mate Javier, se lo acerca a la joven rubia, quien lo toma y enseguida estudia el contenido de la infusión. Piensa Hilda. Los recuerdos la acechan sin escrúpulos y la trasladan al pequeño jardín ubicado en la parte de atrás de la casa familiar. Allí solían reunirse sus padres y el tío Alberto. La parrilla era el lugar ideal para compartir la mejor carne del barrio, como decía siempre su padre. Los domingos empezaban con mate. Lo seguían los quesos y salamines que acompañaban al vermouth. Las charlas de los hombres comenzaban con la previa de la fecha de futbol. La memoria es tan selectiva como enigmática. Recuerda Hilda nombres como Amadeo Carrizo y Pipo

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Rossi, piezas claves en el equipo de River campeón, según el tío Alberto. La chica con bucles escucha a su padre y a su tío discutir. No polemizan sobre futbol. Unos bombardeos en una plaza son el motivo de la pelea. Son los insultos que se propagan sin parar y el plateado del arma de mi tío Alberto brilla en el rostro pálido de mi papá. La memoria es selectiva y misteriosa- piensa Hilda. El sonido de una voz interrumpe el recuerdo de la joven. Pablo, que también utiliza un nombre falso, parece el más tranquilo de los jóvenes. Tiene estatura mediana y el pelo ondulado. Es flaco. Pablo manejó el auto que los trajo hasta esta casa fuera de la ciudad. También es el máximo responsable de la operación, el más preparado. Es un tipo engreído, altanero –dice para si misma Hilda- pero también valiente e idealista, capaz de dejar su vida por una causa. ¿Acaso –insiste la joven que sigue arreglando su pelo rubiola vida y la muerte sean lo mismo para esta gente? Siente desprecio: por Javier, Pablo y por el militar que continúa en silencio. También conmigo misma –se compadece Hilda- que no soy capaz de asumir la verdadera responsabilidad. Todos saben que la noticia ya está en los titulares de los diarios. Nadie en esa casa siente curiosidad sobre las repercusiones. El militar continúa integro, inquebrantable. En un mínimo movimiento del parpado parece decirles a sus captores que todo está bien, que no tiene rencor, que va a aceptar cualquier represalia. Javier sonríe. Poco importa lo que piense, señor, le dice. La palabra señor suena ridícula, recargada de burla -piensa Hilda. Pablo lo desata. Lo hace con movimientos lentos y pacientes. El tiempo parece suspenderse, un tiempo cercenado que dura hasta que el militar se pone de pie. La ceremonia comenzará en unos minutos. La habitación contigua ya

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estaba preparada: un sillón de pana roja; un pizarrón que tapa una vieja pared; tres sillas que enfrentan, perfectamente equilibradas, al sillón; un cuadro en blanco y negro de una fotografía de un antiguo presidente. Observa Hilda el retrato, lo recorre por todos los contorno. Sus dedos se trasladan a la foto y la bordean con delicadeza. El antiguo presidente parece estudiar a todos con su mirada. Se sospechan sus discípulos –especula en su pensamiento- , sus adictos que se creen los dueños del mundo. Ya estoy acá –continúa- entre la espada y la pared, encerrada entre cuatro tipos que no saben que todo, indefectiblemente, terminará de una sola manera. Todos están sentados. Los jóvenes enfrentan al militar. Pablo tiene un libro entre sus manos, lo golpea suavemente con la punta de los dedos. ¿Cuándo claudiqué, cuándo me di cuenta del simulacro de revolución –vuelve a preguntarse Hilda-. ¿Quizás cuando llegué a esta casa deshabitada, cuando olí la humedad insoportable que había empezado a quemar mi cuerpo? El encargado del trabajo es Pablo, quién luce un arma que le da una seguridad inquebrantable, una automática que ostenta con desdén y desparpajo. No lo puedo permitir –concluye en su pensamiento la joven de pelo rubio. Pablo comienza a leer. El discurso transcurre repleto de palabras formales y religiosas. Son palabras vacías, carentes de significado, silenciosas. Ya no tengo dudas, es el momento indicado -asegura Hilda. La memoria es selectiva y enigmática –piensa. El arma tiene un brillo plateado, como el arma de mi tío Alberto –recuerda Hilda. La toma con una seguridad que ni ella misma reconoce. En voz baja cuenta hasta tres y oprime el gatillo sin misericordia.

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La Sopresa Por Noir Desir, 18 años Desde Santiago, Chile Sí, aquí estoy. El frío consume mis ansias y hace florecer mis temores, pero sí, aquí estoy. La incertidumbre ronda por mi cabeza, y no logro recordar. Hay algo, son trozos de momentos, algunos inútiles, y otros más que significantes. Soy yo, te miro hacia arriba, siento una debilidad y una pureza incomparable. Es mi infancia, claro. Siguen apareciendo, pero no recuerdo nada lógico. Sólo restos de un ayer inconcluso. Estoy rodeada de tierra, pero su olor y su dureza no me perturban, lo que me perturba, es que no la siento, la imagino. Imagino lo que produce en mí. Estoy de pie, al costado de donde está mi cuerpo. Necesito entender. Al torcer el rostro a mis espaldas, hay un bosque. Es hermoso, la luz que se fusiona contra el cielo me produce sentimientos, estoy volviendo a sentir o al menos eso creo. Caminaré en línea recta, quizás por ahí encuentro la salida de este lugar, tan poco apacible. Veo ángeles volando sobre mí, debe ser el cansancio, debo estar delirando, o quizás he bebido algo y he parado aquí. Qué alivio, allí está la puerta.

Las personas se ven tranquilas, pero no felices. Tomaré la micro, para ir a casa. Hay cosas que pierden sentido, es como si yo fuese invisible para todos. Estoy tan acostumbrada a los ojos de cualquiera sobre mí. A veces me pregunto, ¿qué ven?, porque por lo menos yo sólo trato de descifrar que dicen un par de ojos, que piden un par de labios, que siente una nariz. Por eso esa fascinación mía, de perpetuar mi mirada sobre la de cualquiera. Ahora estás en mis recuerdos, mi vida, tu mirada… jamás he podido arrancar de ella. Me pierdo en tus ojos del color del grano del café. Sabes tan amargo, pero tienes algo que me hace adicta a ti. Causas todas las catástrofes conocidas, y aún no descifradas, cuando tus faros se posan sobre mí. Me siento tan débil, frente a ti. ¡Mi casa!, debo bajarme. Toco el timbre, pero al parecer no sonó, al menos yo no lo escuché. De todas formas hay gente, hay gente queriendo subir a la micro, no habrá problema entonces. Esa tropa de seres no me permite bajar. Tendré que ser imprudente, cosa que aborrezco ser. Los traspaso,

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no produzco nada en ellos, por Dios, creo que tengo miedo. No hay respuestas a lo que está pasando, pero debo encontrarlas. Camino por la vereda hacia mi casa. Busco la llave para poder entrar, pero ando sin nada. Miro hacia abajo intentando encontrar los bolsillos de mi pantalón, pero no están. No hay absolutamente nada. En ese preciso instante, sale una persona vestida de negro, llorando. Sale de la puerta, yo estoy en frente, pero no me ve. Tampoco sé quién es. Decido ir a ver qué pasa dentro de la casa. Algo inimaginable me espera. Allí estoy, sí. Mi cuerpo está tirado sobre un sillón. Hay un montón de gente rodeándome, algunos visten de blanco, pero no sé quiénes son. Trato de hablarles, de decirles que aquí estoy, pero no me oyen. ¡Ayúdenme! Dibujo mis lágrimas sobre mi rostro, porque no las tengo. Me duele algo, sí. Es como si algo se apagara. Alguien diferente me está mirando, detrás de la cortina. Quiero arrancar, pero algo instintivo me lleva hacia él. Es una sombra negra. Tengo miedo. Debo irme. Sí, me iré. Corro por las calles, me persigue él detrás, pero no me alcanza. El silencio me consume. Estoy en el bosque, no puedo creer que llegué hasta aquí. Allí estás amor, llorando sobre

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...Por Dios, sobre mi tumba, sí. Estoy muerta. Imposible. Esto no puede estar pasando. No he hecho ni la mitad de las cosas que quiero. No puede ser por Dios, no no, no, no..... Iré a abrazarte, sé que me sentirás. Te toco el hombro, y miras atrás buscando a alguien. Observo tu cara. Acaricio tu mentón. Seco tus lágrimas. Sé que no me oyes, siento una impotencia tan grande. Tus labios están intactos, no he podido descifrar su magia, ni tampoco podré hacerlo, ya no hay tiempo. Tu mano está tendida sobre mi lápida, pongo la mía sobre la tuya. Siento que me sientes. Te sacudo desesperadamente, pero no reaccionas. ¡Te amo! ¡Te amo! -Te grito a la cara. Mientras agachas tu cabeza, y besas mi tumba. Me dices: ¡Te amo! Sé que no puedo hacer nada, ¡oh! Mi vida, no puedo hacer nada, nada. Hay otro de esos, pero este no es negro, es blanco. Me persigue, intenta atraparme. Te doy un beso en la frente y comienzo mi huida, no llegué muy lejos… él me atrapó. Mis manos, o lo que sea que soy, no tienen la fuerza para escapar. Veo borrosa una neblina blanca. Sí, debo confiar. Es una paz. Algo incomparable. Es perfecto, tal como lo imaginé.


FotografĂ­as de J. Uri Colodro


Prélude a

Por León Car Desde M Ocupación: Estudi El ambiente estaba perfumado con aloe de playas europeas. El cielo fulgente de bermejo, las aves volando entre los árboles con sus ecos percibiéndose a los lejos y, las nubes moviéndose lentamente, arrastrando tonos opalescentes que se diría una aurora boreal. La sombra augusta de la noche cubría la tierra con un manto de misterio y expectación. Fredrika observaba desde el balcón de su habitación del hotel, cuando dos bellas manos la tomaron por el talle y, se volvió y, se encontró con Baltasar Ferreri cara a cara; sus cuerpos temblaron al sentir la temperatura corporal del otro, y, una música de sitar enajenaba los sentidos y, los excitaba. Baltasar reconocía la imagen por encima del vestido; imagen perfecta, imagen invicta, acendrada; en su piel blanca se asomaba, sobre sus mejillas, el carmesí virginal de su cuerpo y, de su alma. Fredrika había cumplido los dieciocho años apenas unos minutos antes del atardecer, su cuerpo núbil y bello, reclamaba la sed pasional de un hombre. Viajaba con Baltasar por tierras mediterráneas; él, poeta de treinta años, sentía que la pasión se escapaba de su vida hasta que conoció a Fredrika; solitaria, misteriosa, de una belleza extraña e indomable; albura su piel, acendrada su alma, su mirada conducía al abismo, ella era; la locura y, la inocencia. Cuando se conocieron Fredrika era una niña, aún virginal, soñadora, inocente; contaba diecisiete años. Cuando Baltasar la vio pasar su imagen fue irredimible y, fatal, y, su poesía decadente se tiñó de pasión, semejantes a cielos incendiados, atardeceres misteriosos. Y, él conquistó

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el corazón virgen de Fredrika; una sola poesía fue suficiente porque; era autentica, había sido producida del genio irreductible del poeta, amante de la belleza, colmado de idealidad, y, Fredrika aparecía en esas páginas como una imagen superlativa, invicta, indómita, sublime y, perfecta. Él, siempre combatido, siempre exiliado, halló su reposo en el alma de Fredrika y, la llevó a los mirajes del arte; de la belleza y, allí se posaron ambos; fue en las tierras del ideal donde los labios de aquella niña fueron marcados con el cauterio del amor; el beso del poeta, eterno, e, hiriente; y, ambos viajaron por América y gran parte de Europa, hasta posarse en tierras mediterráneas. Fue ahí, en el estío europeo, que sus cuerpos se incendiaron, ya agonizaban de pasión y, se consumían en deseo. Ya estaban frente a frente, los cuerpos excitados, la respiración acelerada; su aliento tenía el aroma de la pasión y el deseo. Las manos del poeta ascendían por el delicado talle de la jovencita y, se detuvieron en su pecho. Pronto, Baltasar desnudó del vestido los dos senos perfectos, semejantes al marfil, y brotaron indómitos, inconmensurables; bellos, y, ella, lo dejó hacer. Ella, era semejante a Angélica de Pino Daeni; belleza artística, belleza real, sublime, ideal, impoluta; sempiterna. Y él, era un guerrero, la palabra aguda era su lanza y, su genio; su bastión. Él, era Aquiles y Héctor, y, Orlando el furioso, era; un loco, era, un artista. Ellos eran el uno y el otro; uno mismo, el ideal de Nietzsche; “El hombre para la guerra, y la mujer para


au Porno

rona Urquizo México iante universitario el deleite del guerrero; todo lo demás son tonterías”. Fredrika se daría a su señor, su cuerpo era el altar donde inmolaría su virginidad, el madero donde crucificaría a ese Cristo de pasión y lujuria; y las palabras del poeta Aimé Césaire llegaron hasta su memoria como la sombra ingente de un águila desplegando las alas; et la beaute anarchiste de tes bras mis en croix et la beaute eucharistique qui flambe de ton sexe au nom duquel je saluais le barrage de mes levre violentes Baltasar la tomó y, holló con sus besos aquella piel virgen como un conquistador que ha posado su pie sobre una tierra nueva, y; le parecía magnifica, excelsa, misteriosa. Una emoción ingente lo superó; lo ahogó. Parecióle una experiencia poética y, se miró dentro de un poema; Je suis devant ce paysage féminin Comme un enfant devant le feu Souriant vaguement et les larmes aux yeux Devant ce paysage où tout remue en moi Où des miroirs s'embuent où des miroirs s'éclairent Reflétant deux corps nus saisons contre saisons Había leído L'extase de Paul Eluard en su juventud y, al leerlo habíase mostrado como un niño delante del fuego; misterioso, hipnotizado. Y ahora, muchos años después, ya adulto, esas palabras, esa belleza, ese ideal;

se le mostraba como carne; el verbo transmutado; la palabra perfecta; Fredrika. Baltasar tomó a la jovencita, la cargó, y la condujo así, desnudo su pecho semejante al mármol; hasta la cama. Y allí, desgarró las ropas femeninas con tal violencia que se diría un Sansón colapsando las columnas filisteas del palacio donde yacía prisionero, para ahogar en aquel cuerpo aún invicto; su pasión romántica. Y Fredrika, con el alma encendida, se hundió en aquella cama inmensa y bella, semejante al dormitorio de un sultán a quien esperan todas sus mujeres; y, su cuerpo se confundió entre la seda de las sábanas blancas. Por fin, rendida ante aquel hombre; separó sus piernas ya desnudas y mostró su sexo, el poeta se acercó lentamente, con parsimonia y, el aroma virginal de la pasión llegó hasta su rostro. Cansado y sediento, como un guerrero extraviado en el desierto que ha hallado un oasis, el poeta se arrojó hacia esas aguas puras, aguas vírgenes y, bebió de ellas y, se satisfizo. Le pareció un bello jardín; la tierra primigenia; vuelta a la infancia; diálogo consigo mismo y con el otro; diálogo con el todo; sombra augusta bajo palmeras edénicas; muerte prematura; encarnación en otro cuerpo; el de ella y, viceversa. Entonces; se besaron, un beso más; cerrados los ojos, los poros abiertos. El sabor de sus cuerpos yacía en su saliva, corriendo como el cauce de un río que se une al ingente y misterioso mar. Sus cuerpos se entrelazaban al ritmo lento de

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una música hindú; el sitar y sus ecos, la marea allá afuera en el mar ascendiendo con mayor fuerza, y, en la cama, el furor de sus pasiones golpeando sus cuerpos… todo era uno mismo; una misma imagen. El artista hundía su falo en el sexo de la jovencita con la fuerza de un toro que embiste a su retador en el ruedo; con rabia, con desesperación, intentando dar la estocada asesina al sentir que la vida misma se le escapa a cada respiro. Sabe que va a morir, pero quiere morir acompañado. Era también; la imagen de Pasifae satisfaciendo su fantasía con el toro de Poseidón. Ambos, estaban escribiendo un mito, el de su romance. Su discurso sensual lo estaban escribiendo con sudor, saliva, besos, miradas, palabras, silencio, piel y, sangre; la sangre virginal de la jovencita. Y, el sexo de ella, era delicioso; suave como la seda, y de un color rosa al mirar sus labios desplegados y abismarse en sus profundidades. Las manos amantes acariciaban el cuerpo ajeno, sus bocas mordían los labios ajenos y sus lenguas, se extraviaban en los abismos de la garganta ajena. Se miraban a la cara disfrutando sus rostros extasiados, una mirada era el tiempo de un siglo; los parpadeos no existían. Y, durante aquellas miradas, al transcurrir de los siglos; se amaron, y, la noche avanzaba mientras sus cuerpos se incineraban en pasión con movimientos que el poeta, experimentado en el arte de amar, nunca había llevado a cabo. Sus cuerpos desnudos se deslizaban el uno sobre el otro; sus sexos unidos, y, sus bocas abiertas, se posan en un beso misterioso oculto en la noche. La piel ajena siente los labios calientes recorrerla toda. Movimientos de cadera, vaivén pélvico. Sus ojos no dejan de mirarse, sus brazos y piernas no quieren separase del otro; sus sexos arden. Ahogan sus gemidos en un beso y el placer grita al interior de sus cuerpos. Sus sexos, desbordándose de pasión, habían hallado su lugar original de residencia, el instante primigenio y, perpetuo. El sexo contrario y ajeno, no era más eso; era el mismo y el único. Las luces apagadas…sus ojos encendidos de pasión, era toda la luz que necesitaban, y, en aquella noche europea, Baltasar Ferreri se dirigió a Fredrika diciéndole; Te amo… Te deseo…

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Redada

Por Eva María Medina Moreno Desde España Ocupación: Profesora de inglés

Íbamos con palos a terminar con el ruido traidor. Vimos a un niño escondido detrás de los contenedores de basura, con un reloj pequeño en su mano. −Dame el reloj −le dije. −Es mío, yo lo encontré. −Su mecanismo se ríe de ti, de todos nosotros. Hay que terminar con ellos, nos están contaminando con sus minutos, nos adormecen con sus cuartos, las horas nos ahogan. Créeme, tú eres pequeño y sabes menos de la vida, yo ya he pasado por muchas dictaduras de esferas y manillas que ahora estarán oxidadas. −¡Libertad, libertad! −gritaban los aliados−. ¡Abajo los relojes, muerte a los relojes, muerte al tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo! Mis manos se acercaron al niño, hacia sus manos, luego subieron al cuello. El niño gritaba. Rodeé su cuello con suavidad. Gritos más profundos. Las manos se desligaron de la mente, y ya no sabía si presionaba o no. La voz débil de su garganta infantil me contestó. No la escuché, seguí, seguí, hasta oír un cuerpo contra el suelo. Cogí el reloj, lo tiré al suelo y lo pisé, oyendo mi grito: ¡Relojes, harpías del tiempo! ¡Relojes, harpías del tiempo!

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Producto del estrés Por Carlos Montecinos

El sendero se dibujaba estrecho, cuesta arriba y con tantos baches que hacía imposible el seguirlo sin tropezar y caer. Verdaderamente un camino difícil de seguir. Pero esa noche la luna estaba ahí: se la veía grande, brillante, majestuosa, una verdadera soberana del firmamento que con misericordia alumbraba el camino de quienes estaban dispuestos a viajar por el. “Gracias Padre, porque cuando mis fuerzas flaquean, cuando mi fe decae y mis ojos ya no pueden ver, tu piedad se hace manifiesta y me brindas nuevas esperanzas”. Debajo de un grueso mechón de cabello un par de ojos vidriosos miraron al astro, contemplaron su forma y admiraron su esplendor. Una lágrima cayó solitaria hasta sus labios. Así, la delgada y endeble figura encontró, como si de la luz pálida que lo impregnaba se tratara, las fuerzas que por un instante creyó perdidas. Concentró su energía, irguió su espalda, y ahogando un grito de dolor llevó a sus ensangrentadas rodillas a dar un paso más, después de todo, la misión había sido encomendada por el mismísimo Grande, no podía fallar.

Y nada ni nadie podía detenerlo.

Pero debía permanecer atento y vigilante, porque aunque frente a los ojos de las masas pudieran parecer simples seres humanos, él conocía la oscura verdad que se ocultaba tras el sonriente rostro de los niños y el aparente andar rutinario de los adultos...

Y el fuego del señor encendió su ira.

La imagen de los ancianos y niños de su pueblo poseídos por cientos de demonios desfiló una vez más frente a sus ojos, pudo nuevamente oír las sacrílegas burlas brotando a borbotones y sentir, cuales puñaladas por

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la espalda, sus frías miradas de desprecio. Entonces desaparecieron, y como por arte de magia se encontró nuevamente así mismo ante el camino, volvió a sentir las punzadas de su espalda y el dolor de sus rodillas. Turbado trató de dar un paso más, pero debido a las heridas se tambaleó y rodó pesadamente cuesta abajo hasta el comienzo, y al contemplar como la luna se iba oscureciendo, supo que había fallado. Como cada sábado a las cuatro de la mañana, la señorita Pamela cruzó el largo pasillo que unía las dependencias del personal de planta con el internado. Estaba cansada y de mal humor, y es que le parecía increíble que el estúpido de Lavero halla engañado a la Lilu con la Turca, osea, todos sabían Lilu era tierna y que lo amaba, y era también de conocimiento público que lo único que diferenciaba a la Turca con una ramera barata era lo nulo de su tarifa... sumida en sus profundas cavilaciones llegó a la puerta que separaba las dependencias, sacó su llavero y abrió las cinco cerraduras de la pesada puerta de metal. Una vez adentro se dio cuenta que una ampolleta había quedado encendida. “Estúpido Rubens” pensó, “que ni siquiera seas capaz de apagar la luz”, y “probablemente producto del estrés”, como más tarde se lo contara entre risitas culpables a sus amigas, agregó: “aweonao”. Tres pasos más alcanzó a andar antes de caer al suelo y colapsar, y es que a menos de un metro se encontró con el paciente de la habitación 4, desnudo, de espaldas, con las rodillas destrozadas y la sien contra el canto del primer escalón. Pero aún más que el cuerpo aparentemente mutilado y el gran charco de sangre disperso en el suelo, fué más bien la expresión de los ojos, que perdidos y rodeados de lágrimas, miraban fija y perturbadoramente la bombilla de luz... al tope de la escalera.


Theo

Por Marcelo Munch Cuando entre amigos sale a conversación la escena que más recuerdo de una película, sin duda alguna es la estatua de Lenin siendo trasportada por el río en "El viaje de Ulises", de Theo Angelopoulos, una escena que admito para algunos, o para muchos, puede ser insostenible, en la que puedes levantarte, ir al baño, pasar a comprarte un café, pedir una pizza, que te la preparen, comértela entera, tomarte el café, fumarte un cigarrillo, y volver a sentarte y la escena no iría ni en la mitad. Y sin embargo esa lentitud eterna, ese encuadre invisible de una honestidad abismante y de una sutileza sin tapujo, todo, la composición, el simbolismo, la cantidad de adjetivos que ni me preocupa pronunciar, el significado del relato, la narración no narrada sino extendida, esa pausa imponente, el dibujo total, silente, en fin, no puedo evitar encontrarla absolutamente brillante, por último como rebeldía ante tanta visualidad de poster, tanta parada comestible tipo carátula para pegar en el iPad.

Sí, me es muy difícil pronunciar otra escena, he ahí un hombre que creyó en la nostalgia, que reconstruir la memoria es sublime, que el marchitarse en silencio no debía entristecer a nadie. Y ahora, que la noticia de su muerte ha pasado sin pena ni gloria, una muerte diríase absurda pero eso no tiene cabida pues los ángeles y poetas tienen derecho a transitar en el aire pues están benditos con el don de ser reconocidos por nosotros los mortales, y somos nosotros los que hemos de detenernos, somos nosotros los que debemos esperarlos, somos nosotros los que debemos admitir su distracción y su eterno silencio, ahora, que la noticia de su muerte apenas aparece y casi no existe, como un susurro de lejos, como esas noticias viejas que se dicen al oído, así, pienso que de esta callada manera resulta tal vez el mejor homenaje que podría hacérsele, casi en sigilo, como un rito de dos. En secreto, en tanto, una pena me hiere porque pienso que se nos fue un poeta que el mundo no escuchó lo suficiente.

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Reta

Por Sebast Desde C Ocupación: Estudiante de Periodis

Han sido veinte años de incertidumbre. Siempre en los días de verano he procurado buscarme entre los pinos y las aguas inciertas de mi apócrifa Santa María. No sé si las medidas precisas del tiempo caminando hacia atrás, mientras los árboles se deshojan, no me han persuadido de mi rostro en la madera. El gendarme sigue espiando hasta las bocanadas de humo que me salen de la nariz. No respira. No se mueve. Me mira con desdén. ¿En dónde estoy? Le temo mucho a la posibilidad de que apenas lo sepa deje de saberlo. Me calcina este frío helado que me sopla en los oídos. Digan lo que digan, yo no me acostumbro a cargar por otros veinte años la muerte sobre mis hombros, golpeándome el trasero, rebotando en mi espalda: no. Es difícil brillarla con los calcetines que llevo puestos desde los días del nuevo orden. ¿Cuál orden? El pasto seco me abre camino entre los ruidos de los grillos y el bostezo de las bestias. Me gustaría entender las bestias para entender mi bestia; la misma que se encarama sobre los picos de las colinas y me mira con enojo porque me voy perdiendo en los vacíos tan poco diáfanos. Ni siquiera me hallo entre los pañuelos níveos ni entre los gritos ni en las palabras elocuentes de los actores del Variété, porque esto de Combray tiene poco. O mejor, tiene mucho, pero al revés. Aquí no está Pacho con los carritos de colección haciendo de mis brazos su pista. Aquí no se consigue

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té ni panecillos de queso. Cigarillos sí, de los mentolados que se disputan los más nuevos cual trofeo de guerra. Yo los miro y pienso…no sé qué pienso, pero los miro. Sus rostros, sus cuerpos claros, las ropas que gritan cambio. A veces se quitan las botas y mueven los dedos como si buscaran oxígeno. Yo sí estoy cansado, ellos parece que simplemente tienen sueño. Ni siquiera miran las nubes que pasan como el contentillo para la madre de aquella hija que quiso ser cielo. Es verdad que ya ni siquiera esperan mucho del fin del mundo. Pero yo sí espero, yo sí lo veo venir entre los caudales del río y la palabra amor, entre la lenta máquina del desamor…yo sí, aunque no esté seguro si me tope con él, ni siquiera estoy seguro de toparme conmigo. Yo nunca he visto un topo. Me gustaría ser un topo y llegar hasta el centro de la tierra y mirar…no sé qué vería, pero mirar. Mucho mejor si me encuentro con un espejo. Cóncavo. Sereno. ¿Por qué nos vemos en ellas mejor que en el espejo? Yo a veces me veía en Ana. Acaso ya mecánicamente. Pero aquí no hay espejos y es mejor porque me daría miedo verme ahora, después de veinte años. ¿Hace veinte años no veo mi rostro? Veinte años. Yo no sé si ellos se han visto en mí y no me importa porque yo no quiero que se vean en mí, yo dejé de ser mí hace tiempo, dejé de ser hombre hace tiempo. Y en los hombres está el secreto. ¿Cuál secreto? No precisamente el de cómo ser hombres,


azos

tián Mateus Colombia smo, Literatura y lengua francesa

pero sí el de disfrutar de las camas desechas por los niños, ora las tazas de Nescafé, ora los besos. Viene el peso de la noche, pero el viento no gira en el cielo ni canta. Sólo cae. Me aplasta como un montón de frutas frescas y no puedo sino salvar las manos peludas que parecieran no tener líneas de vida o que estuviesen bifurcadas. No sé cuántos cayeron hoy. Ni de aquí ni de allá. Se me revuelca el estómago si miro los rostros de los que vienen conmigo. Si los rememorara vería sus madres, sus esposas. Veinte años. Veinte. Me dicen que lo he conseguido todo pero ellos no entienden qué es un todo. Todo no es el dolor en mi dedo índice ni en los estómagos de los más pobres. Me aflige mucho esto…los micos fritos del Putumayo, los arrozales pisoteados, esto que tampoco sé qué sea…hoy no sé nada. Hace veinte años creía saber nimiedades que lograban desve…ya ni siquiera me apresuran las alertas. Me levanto y ya siento que estoy fuera de mí, y de ellos, los que se tapan la cara con las cachuchas. A estas horas, aquí. En algún lugar de esta inmensa vértebra. Aquí. Otro día. Bonita cosa: sigo perdido. Todos, arriba, hasta el gendarme. Hasta la muerte que no me despego ni para mear. Hasta las botas embarradas que empiezan a pudrirme los pies. Pero la culpa es de uno. De los corrompiditos valores morales que nos ocultan las vistas y nos guían por el sendero. Por los setos inexistentes.

Aquí todo se pilla en el caos de las nuevas gentes y los nuevos heroísmos. Yo no soy un héroe. Que no me digan nunca que soy un héroe. Yo no vuelo como las águilas. Tampoco tengo mucha fe. Ésa se me fue acabando como el agua de mi cantimplora. Y ya mi cantimplora sólo escupe polvo. Ahí quedó mi fe. En la causa. En este sol que me ha vuelto otro. Supongo. Igual a como el Temple fue otro, aunque no de otros. Ya empiezan a sudarme las manos. Todas estas llagas, hinchazones y heridas viejas, me alejan cada segundo de los demás, hasta del gendarme. Porque los dolores de la cabeza, no los encefálicos, sino los de más allá, distancian los orbes de cualquier firmamento, hasta de uno mismo. Hasta de las fotografías de las madres sonrientes. Pero yo sigo esperando. Espero curarme, aunque tampoco sepa de qué. De mis estados de ánimo, tal vez. De la onomatopeya de los fusiles. O de ésos que se pierden entre los troncos cuando los cuerpos se arrastran sobre la tierra y se inundan en ese inhóspito intersticio. Entre la vida. Entre la muerte. Y yo sé que suena irónico, eso sí lo sé. Que nosotros la llevemos todo el tiempo respirándonos en la nuca y en un santiamén le huyamos como cóndores saciados, con la camisa caída y las piernas tiritando sin importar el recuerdo que va y viene como un perfume del siglo pasado, como el silencio. De pronto todo calla. Los pájaros a la espera de quién susurra. Suenan los regimientos por segunda vez y vuelve la calma. Son

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horas de este juego inútil. De este fuego inútil. En veinte años no he ganado. En veinte. Evito el devaneo de mi cabeza que se estalla de melancolía y mejor me quedo sentado. Mirando las hormigas. Cómo trabajan, las pobres. Ellas sí que trabajan. Desde niño siempre me gustó acortarles el camino. Agarrarlas por las hojitas trituradas que atenazaban con todas sus fuerzas y ponerlas unos cuantos metros más arriba del árbol, o más arriba de la pared. Estiro mis piernas. Seco el sudor de mi frente y bebo un poco de agua estancada en una astilla muerta. Ahora sé que debo inventar otras cosas. Una vida. Mi vida, quizá. Aunque eso se haga allá afuera. Aquí no se puede. Aquí todo retumba como si la eología me ocupara los espacios que tengo libres para respirar, para no pensar mucho. Todo es eco y eso me molesta…si alguien supiera cuánto me molesta. El gendarme ordena avanzar y prepararnos. ¿Para qué?, me pregunto. Es que aquí uno nunca sabe algo. Las cosas más obvias son del olvido o de la nada, ni siquiera de la orden. El sol ya está insoportable y me quema las heridas. Un aire pesado me cachetea el rostro. Veinte años sin verme. Y avanzamos. Los morrales llenos de ropa vieja y camas inflables nos giban las espaldas. La muerte de acero nos pesa sobre las manos y algunos pierden el equilibrio. Corremos. ¿Hacia dónde? Por el sendero de rocas húmedas por el musgo. Patino. Siempre he querido patinar sobre el hielo. Hemos cruzado el obstáculo y ninguno ha caído. Los animales en los árboles nos miran extrañados. Seguro quieren preguntar algo. Las ramas secas nos lastiman los ojos perdidos en ese mar de pus de la adrenalina. Ya no sé ni cómo

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sigo pensando. Otra vez empiezo a no saber nada. Todo pasa veloz y se queda zumbando en mis oídos. Cada paso es igual al anterior. Todo lo que veo es igual. El mismo verde. Mi mismo rostro perdido entre los pinos. Allá van, grita alguno, y capturo el sonido de esas palabras como si fueran mariposas. Ya no pienso. Sólo corro. Corremos. Suena el peso del regimiento rompiendo el silencio de la selva. Unos se alejan a la derecha. Otros hacia la izquierda. Yo continúo en la misma dirección y mi dedo índice tiembla. No se decide a apretar el gatillo. Son hermanos, pienso. Seguramente allá estará Pacho. Y yo aquí. Y él estará corriendo por su vida. Y yo aquí. Las botas de caucho le dejarán ampollas en los dedos. Cargará el fusil sobre su pecho, dando media vuelta para rociarnos. Y yo cargo también la muerte entre mis manos y pienso que definitivamente esto no es Combray, ni Santa María. Aquí no estoy. Éste que se subleva ante la imperiosa necesidad de sobrevivir es sólo un cobarde. No es un héroe, no. Ni si quiera sabe quién es y no imagina su rostro junto al de Ana sonriendo entre violetas. Sabe que matará, pero mata. Sabe que el remordimiento le destrozará el pecho, pero mata. Dispara. Las balas despedazan los pensamientos que le pululan en la cabeza cada nuevo cruce. Traspasan troncos y átomos y moscas y zancudos. Y esperanzas. Las gotas de sudor le nublan las vistas pero se limpia con la manga diestra, pues dada su edad no precisa movimientos infructuosos. No es un neófito en esto de no pensar para matar. De matar para pensar. Lleva el fratricidio latente entre sus manos. En estas manos. Veinte años. Veinte.


Amigas Por Azahara Olmedo Desde España Carmela es una ruda mujer del sur. Su pelo corto y rizado reposa descuidadamente sobre su cabeza y ya no esconde unas canas, que sólo hacen aumentar la sensación de haber vivido mucho, lo que demuestra el conjunto de su anciano rostro. Su pesado cuerpo se resiente a cada movimiento, las rodillas son su punto débil. Las mismas piernas que le han acompañado y trabajado con ella toda su vida, ahora fallan por el peso de los años. Amalia es una menuda mujer manchega. Deja ver sus pequeños ojos a través de unas enormes gafas sin las que no podría apreciar las maravillas que se le presentan. Su oscuro cabello corto, siempre con un perfecto arreglo de peluquería y ni un pelo fuera de su sitio, hace que sus arrugas resalten incluso más si es posible en su delicada y blanca cara. Sus labios, resecos y entrecortados emanan poco a poco el aire que se permiten inhalar sus pulmones, cada vez menos cantidad y de forma más difícil. Las dos amigas se conocen desde hace años. Hoy como cada día, sentadas en un banco de color marfil, ven pasar la vida y comentan lo sucedido en la jornada. Normalmente hablan de los suyos, pero hoy ambas tienen algo nuevo que contar.

Carmela se ha levantado mucho mejor que de costumbre, nota las piernas como nuevas, cuando era joven y trabajaba en el campo con su madre. Amalia también está mucho mejor, respira bien, ya no nota que se ahoga; como si sus pulmones, secos desde hace años hubieron vuelto a la vida. Pasan los días y las amigas, casi sin dar importancia a su mejoría física, siguen yendo al parque cada tarde. De vez en cuando, el sobresalto de una pequeña discusión hace revolotear a las palomas que esperan las migas de pan a sus pies. Al atardecer hay de repente unos minutos de silencio, mientras ven como el sol se esconde y da con su ocaso paso a la resplandeciente luna. Sienten estar esperando algo, como una reunión que desean tarde mucho en acontecer. No obstante ahí están ellas, sentadas en su viejo banco de color marfil mientras continúan riendo con viejos recuerdos, anécdotas y chismes. Su tiempo pasa, pero ya no se contabiliza en días, es sólo tiempo y las hojas del calendario siguen cayendo, aunque para ellas el día siempre es el mismo. Pero no pueden hacer más que encogerse de hombros, ya lo sabían cuando llegaron allí, el cielo es así…

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Diseño In

Por José C Desde C Muhamad y Lee se reclinaron en sus asientos mientras bebían sus copas de champaña. Muhamad reflexionaba la reacción física que convertía azúcar en alcohol durante el segundo proceso de fermentación creando el CO2 que formaba las burbujas, mientras que Lee calculaba los minutos que le quedaban al planeta Tierra hasta que el hoyo negro microscópico se asentara en su núcleo, después de haber oscilado como un péndulo a través de esta, tragando todo a su paso. 34, era el resultado. Habían movido la Estación Espacial de Bioingeniería (EBI) más allá de la órbita de la Luna sólo por seguridad ante la catástrofe en el CERN, pero ahora sabían que debía comenzar su camino a Marte aprovechando un poco la gravedad de nuestro satélite y la posición del planeta rojo en esta época del año. No tenían prisa pues pensaban aprovechar los 14 meses de viaje refinando y perfeccionando el trabajo que desarrollaban desde hace varios años y que era el motivo que los había enviado a la EBI: Crear y alterar microorganismos de vida aptos para sobrevivir en ambientes espaciales, partiendo de una estructura genética similar a las

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arqueas. Increíblemente habían tenido éxito con una bacteria que llamaron LUCA2. -Creo que si alteramos la secuencia del codón 5...– Comenzó Muhammad, pero fue rápidamente interrumpido. -Acaban de morir más de ocho mil millones de personas, no me siento con ganas de hablar de trabajo en este momento – Argumentó Lee. -Ciento ochenta y cinco mil años de silencio. -¿Qué? -Un minuto de silencio por cada víctima, ciento ochenta y cinco mil años. -Seguro el universo podrá dedicarles mucho más cuando tú y yo nos hayamos ido – Pronunció el japonés mirando nostálgicamente los últimos instantes del planeta tierra, mientras reducía su tamaño al de un balín de menos de 9 milímetros que orbitará el sol, una vez los vapores del micro agujero negro se desvanezcan al no encontrar más energía de la cual alimentarse. Mentalmente, Muhamad hizo un recuento de los recursos y la renovabilidad de estos: oxígeno, alimento, energía y combustible


nteligente

Carlos Ruíz Colombia primario. Recursos programados para 10 años de trabajo en el EBI si se quedaran orbitando la tierra, pero teniendo que invertir tanta energía en el desplazamiento, primero hasta Marte y luego hasta Europa, se reducirían a poco más de 6 años. Un nuevo cálculo le hizo dudar si alcanzarían. Muhamad tecleó varias cifras en el ordenador un poco asustado. Cuando Lee entendió lo que hacía, le puso la mano en el hombro y apuró el último trago de champaña. -No estás teniendo en cuenta que la energía solar es menos aprovechable una vez que pasemos Marte, pero no te preocupes, yo pienso descender en una sonda y esparcir manualmente a LUCA2 en varios puntos. -No podrías volver a EBI. -No, pero así te alcanzarían a ti los recursos para llegar a Europa y hacer lo mismo. -¿Y ser yo el último humano de la galaxia? No sé si aguante el saber que estás muriendo mientras te abandono. - Muhamad hizo una pausa – ¡Y vagar por el sistema solar otros 5 años! ¡Solo! Lee no le prestó mucha atención, estaba absorto pensando en los extremistas religiosos que

ocasionaron el accidente en el CERN. Le parecía increíble como la estupidez y el fanatismo podía llevar a la extinción, no solo a la especie humana, sino a toda la vida del planeta. Fanatismo codificado naturalmente en nuestros genes. - ¿Sabes? - le dijo Lee a su amigo – Hemos trazado posibles caminos evolutivos en el ADN de LUCA2 al punto de que en menos de cinco millones de años, seguramente, llegue a parecerse a nosotros. - ¿A nuestra imagen y semejanza? Jajajaja, no seas ridículo. - Solo piénsalo un segundo – Añadió Lee, extrañado por la insensibilidad de Muhamad. - Somos Brahma y Kami-sama. - Una pequeña sonrisa afloró en la cara de ambos. Entendiendo en un segundo la cantidad de trabajo que tenían por delante, volvieron a sus puestos en el laboratorio para perfeccionar la bacteria. - ¿Crees – Agregó el indio con sincera duda – que fuimos diseñados...? Por primera vez, desde la adolescencia de Kenkuyi Lee, no supo con seguridad la respuesta.

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Cuento sobre catalepsia Por Sebastián Navarro

(Sobre un caso de catalepsia que apareció en un diario temuquense) Desde el principio de los tiempos, cuando el hombre no era sino una bestia peluda gruñendo en una cueva, ha evitado por todos los medios el desagradable acto de morirse. Sin saber siquiera qué es la muerte, la intuimos como lo peor que le pueda pasar a uno, y hemos construido una sociedad sobre el miedo que le tenemos. La cultura humana ha inventado los chalecos de kevlar, el bloqueador solar y la quimioterapia en su nombre, la medicina se ha desarrollado a niveles en que un médico puede enchufarte células madre y hacer que te crezcan orejas en cualquier parte. O sin ir más lejos; sacarte el corazón y ponerte otro. Nuestra expectativa de vida ha aumentado considerablemente con respecto al granjero que debía casarse a los 15 para alcanzar a procrear antes de la muerte, pero todavía le tenemos un miedo indiscutible. Entonces, nos hacemos los lesos acrobáticamente, olímpicamente; escondemos la muerte debajo de la alfombra, maquillamos a los muertos para que parezcan vivos, decimos “finado” o “difunto” pero nunca fiambre. Antes los mandaban hasta con vianda pal otro barrio y el cementerio (camposanto en eufemístico) tenía lápidas y mausoleos; ahora es un prado verde con baldositas en el suelo -Lindo-, como si no hubiera muerto nadie. Hay, en todo caso, distintas formas de enfrentar la muerte. Y es que en la vida, (o sea, en el lado de acá), hay dos tipos de personas; los que quieren vivir y los que quieren morir. Los primeros hacen dietas saludables, van al gimnasio, evitan el tabaquismo y cruzan la calle con verde. Se los puede reconocer también porque llevan registros de lo que han vivido; son fotógrafos compulsivos y escriben diarios de vida, pero curiosamente, miran la vida de lejos como a un niño en la orilla del mar “donde mis ojos te vean”. Los otros buscan la muerte o la

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esperan. Es decir; hacen carreras ilegales de autos, se andan tirando en bungee o haciendo “africanos” con una caña de ron en el hocico; o andan lloriqueando de la vida triste que les toca y escriben poemas viendo morir la jornada. El cuento es que no importa si usted es de lo uno o lo otro, porque al final del dia al que le toca le toca y cuando llega la hora, llega. Y como dice un viejo blues: don't care how big you are /. I don't care what you were, when it all is up, you got to go back to mother earth. Sin embargo, de vez en cuando (pasa cada doscientos años), aparece un hombre excepcional, un ser de otra tierra y de otro mundo. Y este hombre tiene la extraordinaria facultad de burlar a la pelá. En la historia hemos conocido a varios. Yo por el momento recuerdo a Rasputín, Jesucristo y Tom Sawyer, Cada uno con su gracia. Pero tengo otro; uno que acaba de hacer su aparición-desaparición por acá cerquita, en Angol, hace unas semanas. Don Filiberto se llama y ya tiene varios seguidores. Don Fillo, como le dicen, metió hace poco la segunda pata en el cajón, la familia resignada prendió unas velitas y empezó con el lloriqueo. La sala estaba oscura y todos hablaban de la bondad del viejo cuando este decidió apersonarse en la ceremonia. Así como si nada, se sentó en el cajón pidiendo agüita a los dolientes para su sorpresa (llámese desmayo, infarto o susto). Pero como es lógico, nadie puede sacarle así la lengua a la negra huesuda y librar tan fácilmente como Tom Sawyer que -digámoslo-, tenía hartos años menos que don Fillo, quien ahora se apaga sin más espectáculos. Vaya un saludo para él, que ya se acerca al final del camino (a ver si se devuelve de repente pa’ contar cómo es la cosa) y buen viaje caballero y que no se les ocurra a los deudos poner en su lápida un “Voy y vuelvo” que ya está bueno de bromas. Esperando noticias, se despide: Sebastián Navarro C


El soldado El soldado caminaba lentamente entre los arbustos, los tenemos completamente rodeados, pensó. A pesar de su camuflaje, no dejaba de moverse con extrema cautela para no ser descubierto. Su corazón palpitaba desenfrenadamente. Por fin participaría en su primera batalla y emanaba adrenalina por cada uno de sus poros, sudaba copiosamente. Después de media hora de camino, llegó al lugar en que su sargento le indicó que debía colocarse. Ninguno saldrá vivo de aquí, se dijo a sí mismo. Todos van a pagar con sangre la muerte de sus amigos: Pedro, Juan, Antonio ¡Malditos perros! Los mataron a la mala, en una emboscada, ni tiempo les dieron de defenderse. Armó su rifle y apuntó hacia su objetivo. Excelente posición, pensó. Desde aquí tengo control de todo el lugar. Desde esta distancia y con este M1 que me regalaron los gringos, no voy a malgastar balas. A través de la mirilla pudo ver que en el campamento rebelde la noche transcurría con normalidad. Perfecto, no sospechan nada. Los estuvo observando largo rato ¿A quién le dispararé primero? Me gustaría que mi primer difunto fuera el comandante, pero seguro que el hijo de puta está escondido en un lugar donde ni su madre podría encontrarlo. No importa, tarde que temprano me lo voy a topar, y por la virgencita santa que de esta no se libra el cabrón, y se persignó. Continuó observándolos, uno a uno a través de la mirilla. La verdad es que se ven bastante chavalos, ninguno debe tener más de 25 años. La misma edad que tenía Juan cuando lo venadearon. Recordaba sus sueños de construir su casita ¡Ya verá compa! con los ahorritos que tengo me voy a comprar una buena parcela, me daré de baja en el ejército, y voy a sembrar de todo para que mis hijos se atraganten de tanto comer. También voy a criar gallinas y guajolotes ¡Ni se imagina qué rico mole sabe hacer mi mujer! Lo malo es que no se pudo salir porque sus ahorros solamente le alcanzaron para comprar un pedregal, donde lo único que crecía eran las barrigas de sus hijos a causa del hambre y las lombrices. No todo estuvo mal, le sirvió para enterrar a tres de

Por César González Zuarth ellos. Todos, desde el sargento hasta el capitán creían que Juan era el mejor soldado. En su velorio, el mismísimo General Rojas dijo un discurso. Habló sobre el amor de Juan por su patria y del gran agradecimiento que el señor Presidente le profesaba por haber ofrendado su sangre en aras de la libertad del país. Lo malo es que aparte del discurso, la viuda del héroe solo recibió una chula medalla al valor ¡Cómo si con eso se pudiera comer! Ahora a menos que encuentre petróleo o se meta de puta no sé cómo le va hacer para vivir. La verdad es que está re buena la Carmelita, yo si pagaría unos 300 pesos por pasar una noche con ella. El tiempo de espera parecía interminable ¿Por qué no dan la orden de iniciar el ataque? Deseaba matar a todos esos cabrones lo más pronto posible porque conforme los seguía observando su odio se iba desvaneciendo. Ya no eran los seres sanguinarios que imaginó en un principio. Les recordaban tanto a sus amigos y a él mismo, que se le dificultaba verlos como enemigos. No, no eran iguales. Si los comunistas toman el poder, me ha dicho mi teniente, olvídese de sus hijos porque se los llevan a escuelas especiales y no los vuelve usted a ver nunca. Si los comunistas toman el poder, repite todos los domingos el cura de mi pueblo, nadie podrá bautizar a sus hijos y cuando mueran se van a pudrir en el infierno. Por todo eso valía la pena pelear contra ellos ¿O no? Después de todo, en mi pueblo, no es raro que nuestros hijos mueran no mucho tiempo después de haber nacido: de frío, de hambre o de sólo Dios sabe qué. ¿Que ya nos los veremos? Pero si de por si uno se muere de tristeza al ver sus caritas tristes por el hambre, porque tienen que trabajar casi igual de duro que sus papás, porque les han robado el derecho a soñar. Del bautizo mejor ni hablar. Con lo que cobran los curas por cada chamaco, cualquier familia come tres días. O sea que con comunistas o sin ellos, de todas maneras estamos jodidos. Pedro, a él lo recordaba con especial cariño porque fue su primer amigo en el ejército. Como en esos días no conocía a nadie, acostumbraba comer alejado de los

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demás. Por eso me extrañó cuando noté que alguien se aproximaba a mi mesa. Se sentó y me dijo: me llamo Pedro Gómez y soy de Jalisco. Y te voy a pedir de favor que no vayas a empezar con chistes de que todos los de por allá somos mariachis o putos porque te rompo la madre. Así era Pedro, siempre prefería pelear que discutir. Tal vez era así porque apenas había terminado el tercero de primaria. Y seguramente el profesor de la escuela rural donde estudió, era apenas un poco menos ignorante que sus alumnos. De lo que no tengo la menor duda es que sí Pedro era bueno en algo que no fuera pelear, era para tener hijos. A cualquier pueblo que íbamos se quería coger a cuanta mujer conocía, grandotas o chaparritas, güeritas o prietitas, feas o bonitas, a todas. Eso sí, nadie lo podía acusar de ser un desobligado porque con todas se casaba y a todos su hijos los registraba con su apellido. Creo que si en los directorios telefónicos de este país hay tanto Gómez, en buena parte es mérito de Pedro. ¿Y si al que le toca morir hoy es a mí? Al menos mis amigos tenían esposa e hijos, yo no tengo a nadie. Estoy solo desde que murió mi mamá cuando yo tenía 14 años. A mi papá solamente lo conozco por una foto que mi mamá nos mostraba de tiempo en tiempo. No quiero que te olvides de él porque algún día regresará del otro lado, él me lo prometió, y entonces nunca más pasaremos hambre. Me traerá de regalo un vestido nuevo y juntos iremos a la plaza donde te comprará todos los dulces que siempre se te antojan. Pobre de mi viejecita, el cabrón de mi papá no se apareció ni en su velorio. Y de mi hermano lo único que recuerdo es la cajita de madera en la que se lo llevaron y de todas las noches que pasé en vela esperando inútilmente que volviera. Así que si hoy me toca las de perder, nadie llorará mi muerte, nadie asistirá a mi entierro, ni visitará mi tumba con una ofrenda cada año en el día de los muertos. La noche era perfecta, soplaba un viento muy agradable, el cielo estaba cuajado de estrellas. Solamente el canto de los grillos rompía el silencio de la noche. Entre las ramas de los árboles centelleaban miles de luciérnagas que hacían del bosque un lugar mágico ¡Cuánto lo hubiera disfrutado Antonio! Se pasaba horas viendo el cielo. Durante el día, las nubes, la aves y las mariposas; durante la noche las estrellas y las luciérnagas ¿Te has fijado en cuantos colores tiene un arco iris? Yo

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ya los conté y son siete. Me dijeron que si sigo el canto de los clarineros encontraré el camino que me lleve al lugar donde todos los arco iris del mundo nacen. Y cuando podía se largaba a caminar días enteros por el monte ¿Tú sabes Tomás por qué paso tanto tiempo observando a las aves? Porque algún día voy a aprender a volar. No te rías, es verdad, y si lo logro te llevaré volando hasta el mar ¿No lo conoces verdad? Ya verás que te va a gustar. Lo decía tan convencido que ahora estoy seguro de que si no lo hubieran matado, lo habría conseguido. Y yo hubiera conocido el mar. Algún día iré, y entonces, podré ver cómo las nubes se forman de la espuma de mar y escucharé el dulce susurro de las sirenas cuando me ponga una caracola en el oído. Tal vez esos tipos tienen los mismos sueños que tenían Juan, Pedro y Antonio. Quizá lo que los obligó a alzarse contra el gobierno es su desesperación al ver crecer a sus hijos con hambre, enfermos y sin poder ir a la escuela. Después de todo ¿No es verdad que muchos de nosotros nos alistamos en el ejército más que por vocación por necesidad de dinero? ¿No es verdad que si tuviéramos otras opciones preferiríamos dedicarnos a otra cosa? Pero no las tenemos. Así que seguiremos enfrentándonos unos contra otros por la misma razón, porque somos pobres. Por eso estoy aquí, a punto de empezar a disparar y destrozarles los sueños a estas personas tal y como ellas terminaron con las ilusiones de mis amigos ¿Tengo derecho de hacerlo? ¿La tenían ellos? De pronto escuchó el canto de un búho que lo hizo volver a la realidad, y como si hubiera sido un presagio, alcanzó a escuchar por su radio ¡Inicien el ataque! El silencio de la noche se hizo pedazos a consecuencia del silbido de las balas y las explosiones causadas por los morteros. Después de un momento de confusión los rebeldes respondieron de manera no menos violenta. El único que no disparó fue Tomás. Guardó con mucho cuidado su rifle, se levantó y empezó a alejarse del campo de batalla. No había dado más que unos pasos cuando un golpe brutal en la espalda lo hizo rodar ladera abajo. El pecho se le empezó a llenar de sangre, un frío intenso que le llegaba hasta los huesos se apoderó de él. Y le empezó a invadir el sueño. No, no tenía miedo, solamente una inmensa tristeza, nunca conocería el mar.


Microcuentos de María Jesús Juan Meseguer Desde España Profesora de secundaria

Fidel

A mi hermano siempre le fascinaron los cuchillos. Cuando mi padre rebañaba el jamón navideño él ya salivaba desde su silla de comer, no por el resultado que vendría después al saborear aquel manjar en la boca más bien porque andaba absorto y perdido en la hoja del objeto metálico que mi progenitor empuñaba. Los ojos de Fidel brillaban firmes y parecía que el dormido que habitaba en el interior de su cerebro podría ser capaz de salir aunque nunca se atrevió a asomar del todo. Hoy, treinta y tres años más tarde, al contemplar la imagen que han sacado los periódicos nacionales de mi hermano me avergüenzo sabiéndolo sangre de mi sangre. El maldito ha aflorado por fin con toda su saña y se ha cobrado la primera de sus víctimas: una adolescente menuda y con gafas que luce en la abominable estampa de la misma manera que San Juan Bautista, sesgada su inocencia por el cuello y en bandeja. Es un monstruo.

Indicios Cuando abrí la caja me di cuenta de que las puntas de las ramas de mi “maravilloso” abeto artificial habían amarilleado con la humedad del trastero. En medio del proceso decorativo las bolas acabaron estrellándose contra el suelo provocándome incómodas heridas. Los plomos saltaron infinitas veces hasta que salió mi vena ecologista y decidí ahorrar energía. Mi gato perdió una vida asfixiado con la estrella de Belén… Si estas no son señales para que me pierda en algún lugar remoto donde no sepan lo que es un villancico, que baje el Niño Jesús y lo vea. ¡Odio la Navidad!

Momento Volvieron a encontrarse entre el bullicio de una gran ciudad que les asfixiaba a ambos demasiado. Cruzaron un “Hola” y un “Hasta luego” que a ninguno de los dos les sirvió de mucho. Sin embargo los ojos del contrario bucearon velozmente y sin pudor en el fondo de los del otro como si necesitaran verificar mecánicamente que continuaban siendo uno desde la distancia y el silencio: cierto tintineaban todavía. Tras esto siguieron amándose de manera furtiva y sin querer acercarse, anclados a un pasado que les privó de un presente y un futuro. Infelices por cobardía para siempre.

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Los

Por Sergio Saavedr

Temprano, 6 am, mi cara esculpida en el espejo, la ducha suave esperando que mi cuerpo reaccione y despierte de una buena vez, agotado de nada y de todo, la rutina que pareciera trepar en mis sentidos e impulsarme a lo mismo, desayuno un tanto frío, mi bolso en el maldito orden de siempre, las llaves, las puertas que abro y que cierro; el botón verde del ascensor, las llaves que conectan mi auto, y la música... Pensando, el día, el trabajo, mi país, mi pareja, el camino, la velocidad, los semáforos, el frío, el viento y la lluvia, absorto, pero sin perder la concentración.... Todo bien, de pronto, rápido y sin capacidad de reaccionar un ciclista salido de la nada se cruza y solo alcanzo a ver sus ojos, y en ese momento nuestras miradas se auscultan y se piensan; lo atropellaré, pienso; no puedo evitarlo, estoy frenando, mis pies han reaccionado, mi cuerpo está rígido, mis músculos funcionando, sin embargo sé que no puedo evitarlo, sus ojos continúan mirándome, yo a los suyos; él lo sabe, sus músculos se preparan para el golpe, reacciona tratando de cubrirse, pero sin perderme de vista, sus ojos y los míos siguen enredados como pidiendo y dando explicaciones, el golpe!!... El agua está fría y las luces parecieran entrar ella y guiar mis brazos hacia el fondo, me gusta esta sensación, siempre me ha gustado, aguantar la respiración, hundirse mas y mas en la profundidad de esta agua clara, transparente, que roza mi cuerpo, que roza mis sentidos, que roza mi alma, y

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estoy solo, y gozo intensamente de este sentimiento, ... aguanto, y aguanto, hasta mas no poder, siento que mis brazos pueden volar en cámara lenta, y miro hacia arriba y es como ver un espejo flotante, lleno de luces en movimiento y logro ver mi cuerpo reflejado, hermoso, libre, con miles de impulsos que me llenan de energía para seguir gozando todo esto.... y siento algunas voces, las de siempre, es mi hermana que me llama, que vuelva a salir, que ya es tiempo, que no me vaya a ahogar, - ya sale ! - , y trato de mantenerme unos segundos mas, ese es el desafío particular, que nadie conoce, que sólo yo me planteo, y es durar mas bajo el agua, más que todos, y tener para mi solamente este trofeo de gozar el mar hasta todo, hasta la ebriedad que provoca el placer de sentirse libre... y voy de regreso y me impulso y voy en dirección de las luces, esos espejos marinos que parecieran lejanos, les doy alcance y puedo verme antes de salir impulsado y llegando hasta las luces.... Y estoy de nuevo en la carretera, todo es caos, las luces rojas y amarillas, el ruido de la sirena, los ojos, esos ojos, los veo y están ahí, son lejanos, no son míos, pero estoy ahí, - qué es esto? - no logro retenerlo, no me pertenece, está ahí, lo se, y es frío, es lejano, no me pertenece, pero logra atraparme, me transporta a su propia profundidad, cómo evitarlo es algo que nadie me enseñó, el dolor me atrapa, y me desliza a sus recovecos más intensos, ahí viajo, sin querer, sin estar... No quiero que me pase a mí, quiero volver a la profundidad del


Ojos

ra, desde Australia

agua, ahí donde nadie puede tocarme, ahí donde pongo cuidadosamente todos mis secreto. Pero trato y no lo logro, los gritos me hacen reaccionar y volver. El policía no entiende cuando lo explico, cuando le digo que sus ojos me miraron todo el tiempo, que vi su cara rogándome no dañarlo, que no quiero estar aquí, que me voy, que quiero ir al mar, adonde sea. Mi cuerpo se eriza completo, mis labios están fríos, mis manos tiritan, mi respiración se hace intensa y pareciera ahogarme, no quiero nada que no pueda controlar, qué hago quiero volver todo atrás. Y caigo nuevamente en la luz, voy saliendo y mi hermana está molesta y yo feliz, mi récord personal ha sido superado y el océano hoy me parece más feliz, nadie sabe, nadie lo imagina, mi mundo esta ahí debajo en esos pocos segundos donde puedo hablar con mi alma.... -No vuelvas hacer eso, un día de estos le contaré a mamá-, - Bueno, está bien, no le digas a nadie -, es el diálogo que tenemos siempre, ella me observa como no entendiendo, pero su expresión siempre me deja entrever que ella lo entiende, -Ya vayámonos a casa, nos esperan todos, no todos los días estás de cumpleaños-. Caminamos y caminamos, con la sal secándose en el cuerpo, con la sensación de sequedad profunda que provocan esos pequeños cristales que por millones van cayendo y tratando de adherirse a mi cuerpo una vez mas, la misma sal que me da un brillo especial... y caminamos y caminamos y hablamos de cosas que no entiendo muy bien, ella me dice que tengo que entender, que hasta cuando me

quedo en mi pequeña estatura si mi edad es más de lo que los demás piensan, -ya tienes que entender, ya es tiempo, todos lo saben y nosotros lo sabemos, es tiempo, es tiempo-. A veces no logro entender del todo, pero ella sabe y yo sé y todos en mi familia saben que lo sé, pero decirles?... es un camino que sólo logro entender debajo del agua, cuando no respiro, cuando soy feliz, cuando mi cuerpo puede volar y moverse sin ningún control, sin nadie que le ordene, sólo ir y venir, estar ahí, desplazarme, moverme, jugar, volar, volar... Todos están aquí, mi madre me mira entremedio de todos, su cara es la de siempre en estas fechas, entre reprobación y risa, como diciendo - es el único que tiene algo mío de verdad -, siempre es igual, todos ríen por mi cara, todos me saludan y aprietan mi mano y me dan abrazos, que - cómo creces -, - que ya te queda poco -, - que grande que estás - y cosas así... Río y sonrío, muestro mis diente amigablemente y todo repiten lo de siempre, - que lindos tus labios-, -que lindos tus dientes-, - y cómo es que tienes 13 años, pareces de 10-, y yo miro como si no estuviera, sólo sonrío sin decir nada, sin sentir nada... solo queriendo volver a mi playa, volver a mis luces, volver a mi particular forma de enfrentar mis días, cada segundo cuenta, cada segundo de placer comparado con lo que me espera afuera, prefiriendo ese contacto, ese misterio, esos sonidos inenarrables e inentendibles para nadie mas, solo para mí.... Sentí el impacto, -Oh mi Dios, lo

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atropellé!-, pero cómo fue, de dónde apareció, de dónde, y en la carretera? ... Quiero saber cómo está, quiero saber, lo digo y lo grito en sollozos, - no a mí, no lo quiero, no lo merezco, soy una persona que hace siempre lo correcto; el policía sigue sin entender, hablo en español, qué mas podría decir, no me sale su idioma nativo en una tragedia así, le dí, lo arrollé, lo atropellé, vi sus ojos, sé que está muerto, le dí y lo vi volar por los aires antes que el airbag explotara en mi cara y me dejara las marcas de mis gafas en las nariz y los ojos, pero eso no importa, no quiero vivir esto, quiero estar en mi casa, quiero volver a mi playa, a la profundidad de mi océano. No quiero sentir esto, no quiero vivir esto, es la peor pesadilla que se aparece en mi cara y me da una bofetada para despertarme de esta vida, adecuada, normal, con sentido sólo para mi.... El policía me ametralla con preguntas, -cómo se siente, míreme a los ojos-, no entiendo, no me pide mis documentos, no me pide hablar, no me hace preguntas, no me odia y no me mira con reproche, solo quiere saber si lo veo, si lo escucho y yo se que soy culpable, aunque mi velocidad era normal, no quise estrellarme con el ciclista, y sus ojos, no quise, no quise.... Y finalmente todos se van, un respiro, un alivio, y mi madre sólo sonríe y limpia, y lava y barre y yo termino de abrir

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mis regalos, que no son nada y son todo, esos son mis días por aquí, si no estoy en el borde del mar, cercano a su profundidad no siento nada, solo espero cada día lanzarme al agua y despertar de esto que vivo todos los días y que no me gusta y que no me parece bien... Y vi sus ojos, los vi debajo de sus gafas, su cara tratando de no darme, tratando de no estrellar su auto con mi cuerpo, parecía ser igual que yo, su cara no denotaba terror, solo podía ver sus ansias de evitar mi cuerpo del impacto, sus ojos hablándome -por favor corre!, por favor no te estrelles- .. Y no pude evitarlo, parecía hablarle a sus ojos, -no puedo evitarlo-... y escuché el golpe del auto con mi cuerpo, fue como que me sacaran mis ojos y las luces se fueran para siempre, pero no sentía dolor, veía todo mas lento, veia como mi cuerpo volaba en un salto descontrolado, me veía moviendo mi cuerpo sin control, mis piernas despidiendo extrañamente mis zapatillas, mi casco casi desgarrándome el cuello, mi brazo dando una vuelta hacia atrás que no entendía, mis rodillas doblándose a mas no poder y mi cabeza dando botes en el pavimento desplazando mi cabello hacia todos lados, y seguía viendo todo, el cielo con las gotas de lluvia cayendo en mi cara, las luces y los gritos atravesando mis oídos, las bocinas y luego un silencio....


Manual para fracasar Por Pedro Toro Fracasar hoy en día parece ser muy importante y no solamente hablamos del fracaso económico (quien piense así debería buscar y leer un manual más avanzado que este), el fracaso puede ser mucho más amplio que eso, incluso en ocasiones puede llegar a ser independiente de este tema. El siguiente manual está dirigido para aquellos que quieran fracasar en todo lo que se propongan, muchos de ustedes, creerán que nadie puede hacer un manual así, yo como autor de este, tampoco lo creo y creo en lo más interno que fracasaré en el intento. De todas formas aquí van las instrucciones consideradas por mí, (claro está, esto es redundante) para avanzar en esta senda del fracaso. Primero, hable y hable todo lo que más desea, no haga nada de lo que dice, solo hable hasta por los codos. Hable sobre todo, como si tuviera en sus manos y en su cabeza esa verdad absoluta que todo el mundo necesita. Si cree que es necesario puede llegar a escribir sus ideas e incluso llegar al nivel de realizar conferencias o participar en foros sobre el fracaso, la inconsecuencia debe ser su arma más potente en todos estos casos, por lo que debe practicarla de manera profusa y hasta profesional. Luego, lea arto, mucho, muchísimo y acumule conocimientos a montones, hasta que se le confundan, le crezcan ideas propias (por lo tanto lo bastante estúpidas). Dichas ideas, debe intentar usted siempre imponerlas en su hablar y como ya había indicado antes, no importa su actuar que puede mantenerse independiente. No debe olvidar nunca que usted tiene la verdad, por lo tanto los demás estarán equivocados, así

que no debe realizar tanto esfuerzo, además tendrá la ventaja, que muy pocos lo intentarán contradecir. Algunos simplemente no dirán nada porque no les interesa, otros porque no tienen tiempo y otros porque no entenderán lo que usted dice. Una vez que tenga todo el conocimiento y las ideas propias usted las crea únicas e inéditas, no escuche a nadie, haga como que escucha, pero en la interna consigo mismo (que es lo único importante), no los escuche. Asienta con la cabeza o solo sonría cuando intenten complementar sus ideas. Para finalizar y esto es lo más importante, olvide su pasado, su discurso debe ser. Yo solo vivo el momento, el pasado no importa y el futuro que venga lo que venga. Como usted tendrá la verdad siempre y usted es lo único que importa, le irá bien en esta tarea. Lo que haya dicho en el pasado, como es parte de este, olvídelo y si llega a recordar, y como ya la inconsecuencia la manejará a su antojo, ahora puede decir todo lo contrario. El pasado no le enseñará nada, esto debe grabárselo como un discurso dentro de sus verdades absolutas. Espero de verdad haber ayudado en sus intentos de fracasar, pero tengo que indicar que este documento no garantiza que, siguiéndolo paso a paso, usted vaya a ser un fracasado de tomo y lomo, recuerde que el manual es escrito por un fracasado y ya se lo había advertido antes que este no tiene la seguridad de conseguir lo esperado, pero sin dudar le ayudará un sus primero pasos, para lograr lo que muchos ya han logrado. No prometo un segundo capítulo, ya que como un fracasado dejaré este manual a medias.

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Liber

Por Julio Dalto

La abuela Harriet es gorda, fea y malvada. Tiene ojos de cajero automático y las axilas le apestan a centro comercial. Se alimenta de todo tipo de grasa y caga tarjetas de crédito. Cuando ha terminado de comer, toma con delicadeza su copa de vino tinto, bebe un discreto sorbo que lleva de un lado al otro de la boca con cierta finura y, luego de pasarlo, comienza a eructar, espaciadamente, libros de autoayuda. La abuela Harriet vive con sus tres nietos. Átomo, deforme y con cabeza de cerdo. Ciertos problemas de incontinencia no le permiten llegar a tiempo al baño, debido a esto se pasa la mayor parte del día embarrado en sus excreciones, habiendo aprendido con el tiempo a convivir con ellas. Cuando no es regañado por la abuela, Átomo escribe algo que sólo él conoce. Cada semana tiene una libreta nueva que, al terminarla, amontona junto a las demás debajo de su cama. Esencia tiene escamas sobre el cuerpo y sólo se le ve piel humana en sus cuatro hinchados brazos, blancos como la leche, con las venas a punto de estallar. Los mechones de su cabello, negro y rizado, apuntan en diferentes direcciones. Sus dientes son televisores que sólo transmiten “utilísima”. Cuando no está escuchando las lecciones de moral, que la abuela Harriet suele darle todos los días y a todas horas, Esencia toma un arpa entre sus cuatro manos regordetas, e inventa melodías que se esparcen por toda la casa, excepto en el cuarto de la abuela, donde únicamente se escucha el latir, acompasado y veloz, de mil corazones excitados sobre el coro infantil de alguna iglesia de barrio. Dulce es el nieto más pequeño. Su cabeza es cuadrada y grande como un dado

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siniestro. Una malformación de nacimiento lo condenó a vivir con una nariz de pequeñas alas negras como las de un cuervo diminuto. Dulce es el engreído de la abuela Harriet, que constantemente lo llama para observarlo y reír. Con el pequeño frente a ella, la abuela suelta estruendosas carcajadas mientras acerca su rostro al del niño, para jalarle la nariz que comienza a aletear desesperada. Cuando la función ha terminado y la abuela seca las lágrimas que le brotaron de tanto reír, Dulce vuelve a su habitación y hace lo único que aprendió a hacer en su corta vida: dibujar. El nieto menor dibuja siempre calles vacías, rostros extraños, pero sobretodo, le encanta dibujar a la abuela Harriet. Tiene muchos dibujos de ésta, ya sea bebiendo su copa de vino después de comer, o eructando los libros de autoayuda, que los tres nietos aprenden de memoria y recitan luego a la venerada anciana. La abuela Harriet gusta mucho de divertirse con sus nietos, y estos a su vez son muy felices cuando ven la alegría en el rostro de la anciana. Una larga y delgada varilla de metal, tiene adherido un corcho en la punta. Lo llaman “Atracador”. Cuando Átomo escucha esa palabra en la voz de la abuela, sabe bien lo que tiene que hacer. Se baja los pantalones hasta los tobillos y apoya las manos sobre la pared, como si se prestara a ser registrado por un policía, aunque ligeramente inclinado, mostrando sus partes nobles a la abuela. Entonces esta grita ¡Atracador! Y, desde su cama –La abuela nunca sale de su cama- va introduciendo lentamente la punta de la varilla entre las nalgas de Átomo, que comienza a acomodarse buscando el encaje perfecto.


ración

on, desde Perú

Entonces la abuela mira el reloj y controla el tiempo que Átomo puede estar, gracias a Atracador, sin cagarse en los pantalones. En ese momento, de espaldas a la abuela y con el corcho perfectamente encajado en el recto, Átomo saca su pequeña libreta y escribe. Las lecciones de moral que la abuela imparte a Esencia, comienzan a las cuatro de la mañana con la nieta desnuda. Hay un balde con sangre a un costado de la habitación, con esa sangre, Esencia tendrá que pintarse la mayor cantidad de cruces sobre las escamas, mientras la abuela recita inconexas frases en latín al tiempo que se masturba. La entonación de las frases se hace más fuerte conforme avanza la excitación de la abuela, llegando ambas al paroxismo. Entonces las frases son gritadas a voz en cuello, como los gritos de alguien que está en presencia de la muerte. La abuela tiene una mano en su sexo y con la otra se da de manotazos en la cara. Esencia comprende que todo está por terminar y piensa en algunas nuevas melodías para tocar en su arpa. Cuando la abuela se extiende por completo sobre la cama, presa de pequeños e intermitentes temblores en el cuerpo, Esencia se retira sin hacer ruido. La abuela dormirá un par de horas. Al ser el engreído, Dulce no la pasa tan mal. No tiene más que ponerse en presencia de la abuela cuando ésta lo llama, y escuchar las risotadas que la vieja suelta mientras le toca la nariz. Aunque cada cierto tiempo, a la abuela se le ocurre sacar algunas de las pequeñas plumas, para evitar que la nariz de Dulce se vaya volando. Esa idea es uno de los pocos tormentos que la abuela Harriet tiene. Ten todas las alas que quieras –dijo una vez al nieto engreído- en el lugar que quieras,

mientras no vuelen estará bien. Cierto día la abuela Harriet llamaba a sus nietos pero ninguno aparecía. Comenzó a desesperar. Golpeaba furiosa el colchón de su cama con los puños al gritar, en una rabieta ridícula y atemorizante. Se llevaba a la boca botellas llenas de vino tinto, derramando el líquido rojo hasta sus enormes pechos adornados con collares de perlas y rosarios. Ninguno de los nietos aparecía. Dulce estaba entregado a la contemplación de sus dibujos y miraba con especial fijación aquellos en los que aparecía la abuela. Átomo leía en voz alta todo lo que llevaba escrito hasta ese momento. No escuchaba nada, sólo aquellas frases sin sentido o descripciones de lugares extraños que llenaban sus libretas. Esencia tocaba el arpa cada vez con más fuerza, sin que por eso sus melodías dejaran de ser cautivantes. Cuando Átomo escuchó las melodías del arpa, sintió que sus escritos habían encontrado un complemento perfecto en la música. Esencia descubrió que sus dedos se deslizaban como encantados sobre el instrumento, mientras miraba los dibujos de Dulce, que a su vez, veía en su mente más y más dibujos en cada frase que Átomo leía. En su habitación, y siempre sobre la cama, la abuela Harriet lloraba desconsolada la ausencia de sus nietos y comía enormes cantidades de grasa animal, con las que además se embadurnaba la cara. Los nietos aparecieron en el cuarto de la anciana, pero la abuela no estuvo contenta de verlos. Comenzó a tirarse pedos que concentraban el olor de una cloaca mundial, una fetidez insoportable se esparcía por toda la habitación. Tomó la abuela la varilla de

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fierro, miró a Átomo y gritó: ¡Atracador! Pero su nieto, envuelto en una nube verde que le ascendía desde las piernas, continuaba leyendo, cada vez con voz más alta, las frases anotadas en su libreta. La abuela Harriet comenzó a masturbarse y recitar frases en latín esperando alguna reacción de Esencia, pero esta seguía entregada a las melodías que creaba en el arpa, mientras observaba los dibujos de Dulce, que rompía todos aquellos en los que la abuela aparecía. Sin dejar de recitar sus frases, Átomo sacó del bolsillo de su pantalón un pene de madera, con dimensiones sobre humanas, que mostró a la abuela. Acercándose a ella, la puso boca abajo y le encajó el artefacto en el ano, en aquel único intento que emblanqueció los ojos de la anciana. Luego repitió esto varias veces. Las melodías del arpa que Esencia tocaba, se convirtieron en rosas que caían sobre la espalda desnuda de la abuela Harriet. Cuando el cuerpo de la abuela estuvo cubierto por estas rosas, la nieta subió a la cama y, parándose sobre la espalda de la anciana, continuó tocando, haciendo crujir tallos y espinas sobre la piel de la vieja, que miraba a Dulce pidiéndole piedad. El pequeño se limitaba a observar el rostro de la abuela con gran atención. Inmóvil. Su nariz aleteaba incesante. Sacó un lápiz, de punta gruesa y fina, y comenzó a dibujar, repasando las líneas con vehemencia, un girasol sobre la frente de la anciana. La abuela Harriet no se mueve. Átomo continúa metiendo y sacando el pene de madera que ahora está algo ensangrentado. Esencia salta y baila sobre la espalda lacerada de la abuela, y el pequeño Dulce continúa repasando con el lápiz las líneas de su girasol. Ahora se han detenido, hay silencio en toda la casa. Los tres nietos se miran por primera vez, tienen un extraño y seductor brillo en los ojos.

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Lluvia en Semana Santa Por Matías Fuentes, desde Chile Estudiante de Ped. en Castellano USACH

Desde que tengo razón, ha llovido en Semana Santa. No sé si será una coincidencia o la necesidad de relacionarlo con que el cielo estaba triste conmemorando la muerte Cristo, pero por lo menos para mí, tenía un sentido más agradable que el de encerrarse en el hogar y prescindir del influjo de la radio y la televisión, salvo por supuesto, para escuchar o ver relatos bíblicos. Nuestra costumbre familiar era quedarnos todos en la cama grande mi padres, luego de haber preparado comida de invierno el día anterior, buscando en algún canal de televisión abierta, la alternativa a lo cliché del momento: "Vida, pasión y muerte de Jesús". Tal vez sea obvio para el lector, pero creo necesario indicar la razón de que los "Domingo de Resurrección" fueran de gran júbilo: en la mañana salíamos al jardín a recoger los "huevitos de Pascua" e inexplicablemente nos percatábamos que el día amanecía

radiante y precioso luego de dos días de intenso aguacero. Pero el transcurso del tiempo no solo trajo algunos cambios en mi vida (me fui de mi querida Valdivia), sino que me dio las razones para no relacionar la arbitrariedad del clima con los acontecimientos que se conmemoran de acuerdo a las fechas. Con respecto a lo anterior, tal vez lo más decepcionante fue percatarme que exageré al decir que mis "Pascuas de Resurrección" han sido siempre llovidas, pero dado que mis padres no eran muy católicos y era mi única explicación razonable de niño ante tanta presión religiosa de mis abuelos, siempre quise creerlo de ese modo. No es que me haya convertido en un escéptico, pero creo que ahora, viviendo en Ciudad de Panamá, ni siquiera tengo las razones suficientes para hacerle verosímil a mis hijos, la existencia de Papa Noel.

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Mundo de

Por Cristián Te Desde el su

Llevo dos años, tres meses, quince días y siete horas en el espacio, desde mi infancia soñé y perturbe mi calma llevándola al desenfreno, tan sólo con el hecho de querer escapar de mi tierra y surcar los cielos, en medio de la oscuridad iluminada del universo en su juego costero, mar simulado por estrellas embarcadas como navíos a la mar. Mi preparación fue extensa, completa y perfecta, para hacerme parte del mejor programa planetario, el proyecto “Searching”. Fui elegido entre una extensa gama de inútiles, serios, perdedores y profesionales, para representar al planeta, todo por la necesidad de encontrar de una vez por todas un lugar habitable, pues la tierra se pierde en su propio juego, pierde su cuerpo por sus habitantes que son verdaderos parásitos que carcomen su esencia física, para perderse en la nada que ellos mismos generan en su ambiciosa existencia. Durante cinco años estudié lo impensado y de mi mente creé la mejor máquina para el análisis biológico de cualquier ser viviente o estructura natural. Salí de la tierra con infinidades de ojos presenciando mi viaje, un astronauta experto que salía de la ironía terrestre, de la vida ficticia e irreal que se sumerge entre sueños para desvanecerse, ojos deseando el éxito del proyecto, porque dependían de mis vivencias, de mi astucia, de mi capacidad de sobrevivencia, esas hormigas laboriosas que veía a través de un grueso vidrio e invisibles por el fuego

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del motor de la nave, fingían interés al verme salir del Centro Espacial hacia lo desconocido. Luego de todo este tiempo orbitando en espesura y negros ambientes, continentes aéreos y nebulosas desafiantes, aprendí a vivir solo, a luchar contra los sentimientos y deshacerme de ese dolor del recuerdo familiar que como una herida en alguna parte de mi cuerpo me punzaba cada vez que la olvidaba, comiendo de lo que realmente era para un año y medio sobrevivía sin pesares, pero con la mayor decepción de que al planeta que me enviaron jamás logré regalarle un paso, un verso, una burla, ni una mirada, recorrí kilómetros, millones de ellos perdiéndome en mis anhelos y sueños truncados, en guillotinas mis esperanzas se fueron al sentir que a cada terreno que descendía veía perderse toda la vida en las estrellas que de mi se jactaban por mi labor insensata. El “Searching” ha fracasado conmigo siendo parte de su error, y mi nave, mi hogar era un miembro del tren que planeaba viajar por los rieles estelares y descansar en el terminal terrestre, en la estación ”Planeta tierra” para decirle a los humanos que no hay vida en ninguna parte del universo, en ningún cuerpo celeste existe la chispa de vida que ni por inercia se deleita y expone, pues ni mis estudios sirvieron para encontrar la salvación, la tierra ya se acaba y mi vida también porque un astronauta perdido en su desilusión transitaba en las horas diurnas de la nubosidad nocturna del


esconocido

enorio, 18 años ur de Chile

universo sin completar su misión, la tierra era mi camino, la sorpresa mi destino. Durante muchas horas no dormí, por ello ahora dejé que las tuercas trabajen y me dejé llevar por el sueño, descansaron mis neuronas y fui dominado por la debilidad de mi inteligencia, sin saber que el viaje fallaría su curso, que la mano del destino me extraería de todo lo establecido, los motores fallaron porque las moléculas espaciales vestidas de terroristas atacaron mis metales, mis fuentes de energía perecieron y la nave terminó en el planeta tierra, cruel viaje de incierto aterrizaje, pero al fin mi travesía terminó, el viaje fue extenso, la caída fue mucho más dura. Desperté entre fierros torcidos, centenares de piezas destrozadas por el impacto, a pesar de todo lo que se oponía a mi mente, la nave sobrevivía y tenía la capacidad de emprender nuevo vuelo, pero de que serviría si según el satélite había caído en la parte sur del globo, seguramente en Sudamérica, por lo menos me encontraba en la casa que hace tanto tiempo dejé y que solo cuando llegué comencé a extrañarla. Mis pies dormitados envueltos en tela blanquecina portaban como todo mi cuerpo el uniforme roído por el aire, en plena oscuridad descendía de mi vehículo espectral y dejando a sus ansias, mis ojos vacilaron observando el entorno, en medio del fin del bosque y una especie de cordillera, veía lo que menos esperaba encontrar, pues entre el mar y mi terreno camuflado de observatorio

observé las ruinas de una ciudad que para mi parecía tan cercana y fraternal, pero la tierra había cambiado completamente, el suelo árido y tajado por su propio filo, dejaba ver una sustancia verdosa y espesa entre lo que parecían musgos, las rocas negras al absorber las frecuencias completamente absorbían la vida del lugar, los árboles enormes y sin energía dejaban adornar su tronco grueso, grisáceo y sólido tal cual cemento, con sus negras e independientes hojas que se movían espesas y putrefactas sobre sus ondas, como si cada rama llena de partículas tuviera vida propia y un millón de insectos bailara en sus tallos. El fin del bosque estaba limitado por una quebrada que en sus pies dejaba ver cientos de casas mal destruidas, que entre sus ruinas trataban de mantenerse en pie ante la oscuridad sin luna, o quizás con muchas de ellas sobre la escena oscura de la inmensidad pisando mi cabeza. Pensé en mi familia, mis seres queridos que dejé a la deriva, ahora nadie estaba ahí, llegué a mi lugar de origen, lo programé así, así lo propuse a la mecánica, pero esta me entregó un mundo destruido, ¿Cuál habrá sido la razón de la destrucción de mi tierra?, mi ciudad rural entre lo urbano había surgido de la naturaleza, pero ahora compartía con ella la tumba, caminé hasta el borde del abismo, rodé bruscamente entre las rocas viscosas, merodeé por la costa hasta llegar a la fosa de cemento de antiguas casas habitadas, extraña atmósfera se vivía, el aire me traía gritos y estupor,

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el sudor era mi única bebida, para ver entre mis pies formas extrañas de vida, serpientes con patas más alargadas que su cuerpo, aves escamadas como peces, y estos mismos con garras que salían de la mar a relucir su pelaje, ¿Qué pasó con mi tierra?, recordé mi fracaso al no poder encontrar el planeta vivo, al regresar a mi casa sin esperanza y que aún en ella pierda lo perdido, cuando divisé en una fogata cuatro individuos, que serenos comían carne de algún desafortunado animal, desnudos y casi pálidos se miraban, de enorme cabeza y cuerpos corpulentos estos hombres me hicieron alterar mi recuerdo de la anatomía humana, pues sus manos alargadas, extensas y fuertes despedazaban la carne sin mayor esfuerzo, me acerqué a ellos, a pedir explicación, ayuda y comida, a saber porque la tierra había cambiado tanto, pero al verme entre su área tomaron de mí mis extremidades y con brutal fuerza me hicieron parte de su cena, parte de su comida, para luego seguir sin mayor arrepentimiento con su desvelo y yo terminar con mi viaje, no me hubiera ido sin fuerza y sin esperanza, si hubiera sabido que aquel planeta donde llegué no era el Planeta tierra, era el mundo que siempre busqué, el objetivo mayor de mi travesía, la existencia paralela de seres que también existen en la realidad misma a la que pertenecemos, logré mi meta, encontré un nuevo planeta donde finalmente descubrí vida a costa de la mía.

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Por Cecilia AnanĂ­as


Aquí termina la 3ra parte de la quinta edición

¡Gracias a todos los que colaboraron!


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