PEDRO MAIRAL
“ANTES ME HACÍA MÁS RUIDO SER EL POBRE DE LA FAMILIA” EN 1995, HIJO
SU NOVELA
UNA NOCHE CON SABRINA LOVE
SACUDIÓ TANTO A LA BOHEMIA CULTURAL COMO AL ESTABLISHMENT.
DE UN CLAN PATRICIO, LAS CONTRADICCIONES ENTRE SU CLASE DE ORIGEN Y SUS BÚSQUEDAS LITERARIAS SON EL SECRETO DE UN ESTILO QUE, CON
LA URUGUAYA,
VOLVIÓ A UBICARLO ENTRE LOS BEST-SELLERS.
Txt: Cecilia Filas ra de crónicas y de columnas me permitió acercarme a un personaje propio, medio antihéroe y observador de la época, de lo que está flotando en el aire. Más que nada, es una mirada de intriga frente al gran misterio de qué carajo es estar acá y circular por el día. Entonces, me parece que esos 10 años de haber hecho otras cosas se conjugaron en el estilo de La uruguaya.
DESCARRIADO ENCARRILADO Lucas Pereyra nació a comienzos de la década del ‘70. Es un escritor porteño, con una familia joven, que viaja a Uruguay –para franquear las restricciones en épocas de cepo cambiario– como si viajara a una dimensión fantástica, donde la situación cada vez más agobiante de su vida en Buenos Aires, queda suspendida. Pereyra es, además, “el hijo sensible de la alta burguesía” que se dio “el lujo” de hacerse el artista bohemio, de descarriarse del sendero familiar... Todo parecido con la realidad no es mera coincidencia sino el ejercicio, calibrado, de una forma de escribir. “Si hubiese querido trabajar de abogado, capaz tenía algún contacto para empezar, ¿no?", ironiza el hijo de Héctor Mairal, socio del estudio Marval, O’Farrell y Mairal. “Pero no en la literatura. En ese sentido, me tuve que inventar a mí mismo, autodidacta total. Todo el tiempo la obra se está cruzando con tu vida, no podés evitarlo. Me parece que hay una dinámica en la lectura, que se da siempre, y es que el lector inventa al autor. Cada uno construye al autor cuando lee, con cositas que sabés de la biografía, cosas que te gustan de las fotos y los videos que encontrás en YouTube, más lo que proyectás ahí y lo que vos pensás que es autobiográfico. Me parece que es totalmente legítimo. Y uno no tiene que influir mucho en esa construcción porque así es como das más libertad para que te inventen. De alguna forma, sos un personaje más para el lector”. El paralelismo entre el protagonista de La uruguaya y su propia vida, ¿es un resultado intencional o una consecuencia natural? Sí, sin duda juego un poco con esta cosa un poco histérica –o del todo histérica– de “muestro pero no muestro, soy pero no soy”. Los seudónimos también tienen que ver con eso: muestro y oculto.
Entonces, en La uruguaya estoy jugando con eso: hay una parte de acá que soy yo y una parte que no soy. ¿Qué partes son inventadas? No lo digo porque arruino el libro. Todo el tiempo estoy trabajando no sólo con lo que me pasó, sino con lo que casi me pasó también. La experiencia tiene toda una periferia de esas especie de destinos que no suceden –no sé cómo llamarlo, son como variables que no se dan en tu propia vida– que, para escribir, son muy valiosos, y tenés que estar alerta para ver si funcionan en una historia. El deseo y el miedo, sería. De golpe, no te animaste a hacer algo, pero en el libro el personaje se anima. Así que uso mucho mi vida, pero con ese borde raro del plano de lo imaginario, de lo que casi sucede. ¿Por qué suele decir que, como escritor, tiene que maltratar a los personajes? A mí no me cae muy bien este personaje... Por supuesto, hay cosas mías ahí que las llevé mucho más lejos. Por ejemplo, a mí me costó escribir lo que dice sobre los hijos. Creo que soy bastante buen padre, me ocupo de mis hijos, los disfruto mucho, estoy con ellos... Pero eso no aparece mucho en el libro porque tenía que mostrar el costado más oscuro de un tipo que se siente muy frustrado por todo lo que implica ser padre. Por eso, el personaje no me cae necesariamente muy bien: hay como un yo exacerbado, multiplicado, llevado a unas direcciones a las que me doy cuenta que podría ir si no fuera por la literatura. Escribir sobre un personaje me libera de ser ese personaje. El protagonista se da “el lujo de hacerse el descarriado”. ¿Ese sí es un dato autobiográfico? Cada fin de semana, cuando me encuentro con mi familia de origen, me siento así. No me arrepiento. Ahora convivo bien con eso. Antes, por ahí me hacía más ruido eso de ser el pobre de la familia (ríe). Hay como una actitud un poco melancólica cuando estás como exento de la vida, del mundo real, de ganar plata. “Sos el artista, estás al margen”. Por suerte, la vida te empuja a escena, y la ilusión esa de que estaba exento se difumina. Entonces, sí, todo el tiempo me doy cuenta de que “me descarrié”, pero ese no era mi camino. Hubiera sido muy infeliz si hubiera tratado de tener una carrera que no fuera la vocación literaria. Claramente es algo que tenía que hacer, porque la
MANIOBRAS DE EVASIÓN Este año, Grupo Planeta lanzará Maniobras de evasión, donde Mairal, apela nuevamente al tono intimista para dejar entrever los puntos oscuros de la trastienda de la escritura.
literatura me formó como persona. Lo que leí y lo que encontré en la literatura, que fue una manera de atar mis cabos sueltos, de entenderme un poco y convivir con las dudas, con las preguntas, con la incertidumbre, con muchas cosas. La palabra me ayudó a ser. Sin eso, no sé qué hubiera sido de mí. No me puedo imaginar. Igual, para mí fue difícil lanzarme, porque me tuve que inventar mi camino –y mi persona, en ese sentido– y plantarme. De modo inverso, ¿provenir de una familia tradicional le jugó en contra a la hora de insertarse en la bohemia cultural? Lo que sentís es que todo el mundo en el ambiente cultural tiende a hacerse un poco más lumpen de lo que es, más peronista de lo que es, más callejero
de lo que es, ¿no? Gente que por ahí te corre por izquierda y, cuando escarbás un poco, son unos malcriados con dos mucamas a los que todavía la mamá les lava la ropa (ríe). Es una pose. Nadie quiere figurar como de derecha porque es como el ostracismo en el ambiente cultural. La cosa se pone interesante cuando asumen de dónde vienen sus raíces. Quizás no sea un solo momento, sino que te vas asumiendo paulatina y sucesivamente, muchas veces. Entonces, vos te asumís, te amigás con lo que sos, te peleás con lo que sos, sos crítico del lugar de dónde venís, querés pertenecer, te animás a no pertenecer... En mí es una cosa que está siempre dinámica (ríe). Depende cómo me agarrás: hay días que escucho un tonito así, medio Barrio Norte, y se me crispan un poco los pelos, pero porque por ahí se parece a mí. Y hay días en que estoy sin conflictos con eso. Me parece que es algo interesante para definir a un personaje: ¿se lleva bien con su ambiente social o está peleado? ¿Cree que temas como las clases sociales, el dinero o la paternidad hoy son más tabú en la literatura que el sexo, como tópicos? A mí me parece interesante que un personaje diga:
“Bueno, voy a agarrar esta guita de acá y voy a poner esto”. Los personajes de (Roberto) Arlt están siempre buscando el mango o el invento que los va a sacar de su situación horrenda. Otro tipo que sabía, por lo menos, cuánto valían las cosas era (Rodolfo) Fogwill, quien estaba metido dentro de las dinámicas económicas y la transacción comercial. Pero después, el personaje literario promedio, argentino, es un tipo de a pie, porque no maneja –cuando la mayoría de los escritores por ahí sí lo hacen–, que no se sabe bien cuál es su trabajo, que no tiene un oficio claro... Es verdad que no se habla mucho de la plata. Igual, el sexo no sé si está muy mostrado en la literatura... Y cuando está edulcorado, no me convence mucho.◆
Ph: Antonio Pinta
A
lgunos podrían leer La uruguaya (Emecé) –una “larga confesión mental” hecha novela, según su autor– como el regreso de Pedro Mairal, después 10 años de desierto literario. Sin embargo, en todo este tiempo, Mairal estuvo experimentando con columnas, crónicas de viaje, sonetos, cuentos, ensayos, poemas y posteos. Apareciendo y desapareciendo entre sus personajes. Camuflado en seudónimos (Miguel U., Ramón Paz, Adriana Battu), algo que empezó como coartada para una serie de sonetos “medio guarros, incluso vulgares”, que publicó en la cooperativa editorial Eloísa Cartonera. Y terminó siendo una forma de liberación: “Fue una manera de salirme de mí y sacarme de la tiranía esa de ser siempre el mismo: la información de solapa, con esa carucha, y el ‘nació en tal lugar, en tal año, publicó tal cosa’... Esa info previa en los lectores a veces no me gusta tenerla”. ¿Por qué se tomó tanto tiempo entre novelas? No fue una cosa tan voluntaria. No me surgía escribir una novela, la verdad. No se me ocurría nada. Hasta que no encuentro una historia fuerte, un motor que me mueva, no me siento a escribir, porque soy bastante vago para los libros largos. La ficción implica que tenés que inventar cosas, ¿no? Para que se decante la experiencia, me parece que tiene que pasar tiempo, no se puede acelerar eso. No es que voy a escribir una novela cada 10 años ¡Espero que no! (ríe). Pero es verdad que me metí en otros formatos: las columnas, las crónicas, los ensayitos. Y nunca los consideré géneros menores. Entonces, me doy cuenta ahora, habiendo escrito La uruguaya, que en esos textos ensayé mucho el tono del libro. Hay como un tono coloquial –un tipo que parece que está medio hablando– y eso está practicado del tono que surgió a través de los blogs en 2005 ó 2006. ¿Asume que los blogs marcaron su estilo a la hora de volver a la literatura? Sí, claro. Me permitieron bajar un cambio. Si vos estás haciendo literatura cada vez que te sentás a escribir, eso te puede amordazar un poco. Me parece que hay que liberar a la palabra de ese superyó de lo prestigioso y hacer que recupere su fuerza natural, cotidiana. Por otro lado, la escritu-
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