RENATA SCHUSSHEIM
“EL DESEO, BIEN PUESTO, FUNCIONA”
28 > CLASE
TEATRO,
ROCK, ÓPERA, DANZA,
PLÁSTICA, FOTOGRAFÍA.
NO
HAY
ARTE QUE LE SEA AJENO A SU MULTIFACÉTICO TALENTO RENACENTISTA.
SU
SECRETO PARA
CONVERTIRSE EN UNA MARCA REGISTRADA SIN RESPETAR LOS CÓDIGOS DEL MERCADO NI LA ACADEMIA.
Txt: Cecilia Filas
menajear cuando ya el otro está con un pie en la tumba o muerto. Acá es muy raro que se homenajee en vida a la gente, se la premie o se la apoye, eso no es muy habitual. Hará el vestuario de las reposiciones de Sugar y de Escenas de la vida conyugal. ¿Con cuánto tiempo de anticipación empieza a trabajar para evitar conflictos de agenda? Depende, porque el vestuario de Obra de Dios fue bastante acotado: al ser un espectáculo que viene de los Estados Unidos, había determinadas cosas que se tenían que respetar. Pero, por ejemplo, con Sugar, que sería para abril, estoy trabajando hace meses porque, como es mucho volumen, requiere un trabajo más largo y también mayor atención en las pruebas, para organizarse con los bailarines y los solistas. Como cada uno tiene varios cambios de ropa, hay muchos realizadores y rubros, de zapatería a sombreros... ¡No sé hace cuántos meses que estoy trabajando en Sugar! Después hay como un pequeño stop –para mí, no para mis asistentes, quienes siguen comprando materiales y todo– mientras los realizadores producen. Luego ya empieza todo de nuevo. En dibujo tuvo grandes maestros, como Carlos Alonso y Ana Tarsia, y siguió una educación académica desde sus 9 años. ¿Cómo logró trasladar ese aprendizaje al teatro? ¡Me hice solita! (se ríe). Aprendí con la experiencia: al principio, en Romeo y Julieta, un bailarín que era fantástico, Freddy Romero, cayó medio desmayado al costado del escenario ¡porque bailaba con un peso...! Le había puesto unas pieles y
aprendí que no hay que abrigar a los bailarines. Siempre le decía: “Fuiste mi conejillo de Indias”. Aprendí mucho de la experiencia. Dibuja en soledad, pero el teatro es puro trabajo en equipo. ¿De qué modo maneja esa dualidad? En el teatro, el momento creativo ya está. Pero no me gusta que me miren mientras dibujo, porque ese momento es más personal. Antes tenía el cigarrillo, que era mi compañero: dibujar, parar y prenderme un pucho. Ahora no lo hago. Es que me costó tanto dejar de fumar... Por suerte ya no pienso en eso, pero al principio fue tremendo. Ahora tiene a sus perras como compañía... Sí, sí, por supuesto. ¡Pero no las puedo fumar! Su nombre ya es una marca registrada del vestuarismo. ¿Cuál fue la clave de su éxito? Que fui más multidisciplinaria, digamos. Fui más –como dice un amigo mío– renacentista, o sea, tuve como muchas patas puestas en cosas muy distintas: en el teatro, en la música, en el rock, en la producción de fotos... Entonces, todo eso genera un conocimiento de otros ámbitos también. Me llamó justo un chico que está haciendo un libro sobre Charly (García) para preguntarme dónde había sido un reportaje en el que estábamos Silvia Fernández Barrios, Charly y yo –de una juventud los dos, porque era en los ‘80, fue antes de Bicicleta– y no tengo la menor idea. ¡Si me acordase, sería un milagro! Me conoce mucha gente por Charly también, por esa relación que tuve con el rock. Y en la danza, por todo lo que hice con Julio Bocca... Fueron muchos focos ¿no? ¿Fue una decisión estratégica ocuparse de la imagen de Charly y otros rockeros? Fue planeado en el sentido de querer conocer y trabajar con la gente que a una le gusta. Y eso es bastante privilegiado. Encontrarse con esa gente, coincidir y disfrutar de trabajar juntos... O sea, poder complementar. Eso es lo que más me gusta en la vida: hacer algo con alguien que te guste mucho, que lo respetes, que lo valores en su profesión, poder adosarte y hacer algo juntos. Dados sus inicios, fue un salvoconducto. Porque podría haberse quedado... (Interrumpe, adivinando el final de la pregunta) ¡Toda la vida en una galería de arte! No. Nunca me lo imaginé, porque cuando empecé a hacer dibujo ya me gustaba muchísimo el teatro. No sabía
OBRA DE DIOS
cómo meterme en ese mundo, porque estaba claro que actriz no quería ser. Pero me acuerdo que, por ejemplo, con Martín Lobo, el papá de la exmodelo Natalia Lobo, que tenía una agencia de publicidad, hicimos el programa para una obra que se llamó Vietrock. Yo no sabía por dónde, pero quería entrar: estaba por ahí, en los camarines, en los ensayos, haciendo la gráfica, haciendo producción. Después apareció lo del vestuario. ¿Considera que, por ser multidisciplinaria, se quedó afuera del mercado del arte tradicional? Soy un bicho raro. No cumplo el parámetro del artista que va al cóctel y que pipirripipí... No me interesa. En un momento sí me sentí diferente, de alguna manera. ¡Pero tampoco se puede todo! Y me siento muy feliz haciendo lo que me gusta. Aparte, cuando empecé a exponer, ya hacía las cosas un poco distintas: ponía música, metía lo teatral o hacía una instalación. Siempre me gustó mezclar el teatro con la plástica, no el cuadro solamente colgado con todo lo convencional que tiene la galería. Una sola vez tuve una reunión con pin-
tores, para un proyecto. ¡Eran peores que el peor actor de telenovelas! Es un mundo de muchos celos... Tuve amigos también, gente que quise y sigo queriendo como (Rómulo) Macció –que se murió hace poco, y que era un pintor hermoso y una persona hermosa también–, (Guillermo) Roux, (Carlos) Alonso, Mildred Burton, con Marta (Minujín) me llevo bien. Son buena gente como colegas.... Pero hay otros que no. ¿Qué trabajo la enorgullece más? ¡Mi piaccio no tutti! Es como que te digan: “Tenés varios hijos, ¿cuál preferís?”. No hay uno mejor que otro. Son tan distintas los mundos y es tan divertido cambiar o estar en dos cosas tan diferentes al mismo tiempo... Eso me parece que es lo más excitante, porque te permite divertirte. Por eso siempre hago muchas cosas al mismo tiempo y todas muy distintas. ¿Se permitiría bajar un poco el ritmo? Sí, pero lucho con eso. Es tema de mis debates internos, porque el asunto es que pueda parar y no deprimirme. Poder descansar realmente... Eso me
Mientras espera el estreno en abril de Sugar, Schussheim celebra la repercusión de su diseño de vestuario para la pieza que protagonizó Humberto Tortonese en el Maipo. “Estuve bastante en el teatro, viendo los ensayos. Parece que no, por su simpleza, pero definir la ropa de ese espectáculo fue bastante complicada. ¡Y las alas! Hubo que ensayarlo bastante. Pero fue muy placentero y divertido”. An act of God debutó en Broadway en 2015 con Jim Parsons (Sheldon Cooper en The Big Bang Theory), y en 2016 tuvo una segunda temporada sold out con Sean Hayes (Will and Grace).
cuesta mucho, porque me deprimo. ¡Mucho psicoanálisis! Ahora, por ahí, me permito bajar. Pero, en general, como la paso bien, cuando desacelero me quedo como un trompo girando... Pienso mucho, lo cual no es bueno. Cuando estoy trabajando, no es que no piense, pero lo asocio a la energía y de golpe, cuando parás, pensás en cosas que tampoco sé si me entretiene pensar. ¿Qué significa, para Renata, ser una artista multifacética? Un año solo, hace muchísimo, tuve un trabajo fijo con un sueldo. Nunca más. Y eso que hubo muchos años de incertidumbre, con un hijo, teniendo que mantener a mis padres, ya geriátricos, durante mucho tiempo. Pero lo hice. Creo que el deseo, bien puesto, funciona.◆ CLASE
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Ph: Antonio Pinta
S
e necesita energía para escuchar a Renata Schussheim repasar sólo la lista de sus últimos trabajos. “Hice un calendario para perros con Nora Lezano (NdR: A beneficio de Viva la Vida por el Bienestar Animal); lo de Elena Roger y Pipi Piazzolla, donde me ocupé de la dirección de arte (NdR: El recital del Teatro Coliseo donde Roger y el sexteto Escalandrum, liderado por el nieto de Piazzolla, presentaron su disco, 3001); después lo de Humberto (NdR: Obra de Dios, la comedia que protagonizó Tortonese en el Maipo); enseguida la muestra de Gianni Mestichelli como curadora (NdR: La exposición de fotos Íconos Argentinos en el Ce tro Cultural Recoleta); ahora estoy dibujando lo de Copi (NdR: Dos obras que se estrenarán en el Cervantes) y en breve me voy a hacer lo de El cantor de México (NdR: Reposición española de la pieza protagonizada por Rossy de Palma)”, enumera. Schussheim habla entre decenas de caras de piedra. Literalmente: rostros grises, serios, de ojos grandes y bocas cerradas que dibujó sobre rocas, suvenires de sus viajes que ahora están prolijamente ordenadas sobre la base de una mesa ratona. Habla entre las réplicas de Renatas rosadas que refleja un espejo enorme, mezcla de tríptico y biombo, que ocupa casi la mitad de la pared de su living y va de techo a piso, una marca de agua setentosa de Gogó Rojo, la vedette que vivió antes en ese departamento ahora ocupado por cuadros y pequeñas esculturas; por Zelda –una westy blanca, tranquila– y Mora –una scottish renegrida e inquieta–. Schussheim es así: blanco o negro. Incansable, intensa, dinámica, con el deseo “bien puesto” y una check list de cosas por hacer. Una pasajera en estado de tránsito permanente. Íconos argentinos, la muestra de fotos que curó en el CCRecoleta, fue uno de los hitos del verano porteño. ¿Cree que los argentinos somos injustos con nuestros ídolos populares? No. Toda la gente es así, no es un problema de la Argentina. Sí, es un poquito más acá porque afuera, como dice Gianni Mestichelli –que fue el fotógrafo de la muestra–, un boxeador como Ringo Bonavena hubiese tenido un reconocimiento, no te digo como Cassius Clay (NdR: Mohamed Ali), pero un poquito más que el olvido en el que cayó, porque fue una figura, de alguna manera, mítica. Siempre hay como una ingratitud... O eso de ho-