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Jung y el escenario interior
El escenario interior
Por Marién Espinosa Garay
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El inconsciente es el gran guía, amigo y consejero de lo consciente. C.J. ¿ Cuántas rupturas entre maestro y discípulo han sucedido porque el más joven encuentra nuevos caminos que el viejo mentor se niega a explorar? Quizás Carl Gustav Jung recordó los conflictos entre Platón y Aristóteles cuando — en 1909, mientras viajaba con su maestro, nada menos que Sigmund Freud—, sucedió que las desavenencias tomaron un cariz alarmante.
Jung relata uno de estos desacuerdos. Durante el largo viaje, entre unas y otras conferencias que ambos brindaron en la Universidad de Clark, Massachusetts, solían compartir sus sueños y los analizaban mutuamente. Sin embargo, el alumno relata que uno de ellos inició la grieta que resquebrajaría para siempre esa relación.
Jung se había visto en una casa antigua, cuyo mobiliario contaba cien o doscientos años. Sin embargo, bajando las escaleras, las habitaciones parecían aún más viejas. Descendió hasta la bodega, donde las paredes parecían de aspecto romano, pero en un rincón encontró —formando parte del suelo—, una losa con una argolla. Al tirar de ella, arribó a una cueva prehistórica, quizás una tumba, con calaveras, huesos y algunas vasijas rotas.
Se necesita algo más que la razón como ayuda orientadora en los atolladeros de la vida; es necesario buscar la guía de fuerzas inconscientes que surgen, como símbolos, de las profundidades de la psique. (C.J.)
Freud hubiera deseado analizar este sueño utilizando su célebre método de la asociación de ideas. Tarde o temprano aparecería algún conflicto de índole sexual. Para él, que había descubierto ese gran depósito de material reprimido y olvidado, el inconsciente, que late en algún oscuro pozo de lo que llamaba la psique, los sueños eran aproximaciones a las experiencias ignoradas, pero vivas, de cada individuo. Sin embargo, Jung no estaba de acuerdo. Había vislumbrado una grieta aún más honda en el inconsciente, a través de las innumerables experiencias de pacientes que relataban sueños donde aparecían personajes de las mitologías universales. Estos casos definitivamente iban más allá de las experiencias personales y no encajaban en los esquemas del psicoanálisis de su mentor. De hecho, Jung consideró que este sueño suyo representaba un descenso a estratos abismales de una gran memoria universal, no meramente individual. Jung comenzó de esta manera a desmadejar un hilo que, al revés de la mítica Ariadna, lo llevaría cada vez más hasta el fondo del laberinto, donde encontraría no una, sino muchas figuras míticas, sombras y minotauros acechantes en cada rincón. Jung estaba a punto de descubrir un lugar aún más arcaico, que permanece silencioso dentro de todos los corazones humanos, de cualquier geografía y de todos los tiempos, el inconsciente colectivo.
…los arquetipos crean mitos, religiones y filosofías que influyen y caracterizan a naciones enteras y a épocas de la historia. (C. J.)
Muchos años después, John Freeman, reportero y presentador del programa Face to Face en la BBC en Londres, se entrevistó con el ya viejo profesor Jung en Suiza, en la hermosa residencia de éste junto al lago en las afueras de Zurich, durante la primavera de 1959. El reportero quedó fascinado con la sabiduría, la experiencia y las novedosas aportaciones del psicólogo, quien había madurado sus teorías desde aquellos días de viaje con su mentor, más de cuarenta años atrás. Pero había sucedido lo que el entonces joven Jung temía: en 1913, Freud le envió una carta que solicitaba el cese de cualquier relación entre ellos. Después de un colapso ner
vioso, el alumno continuó su camino, y llegaría a establecer una psicología tan innovadora como la de su maestro.
Cuando el memorable programa de televisión fue transmitido 1 , brindando al público una larga reseña de la vida y obra del personaje, una oleada de cartas de todo el mundo inundó la residencia junto al lago Zurich, pero también la BBC se vio arrasada de correspondencia. Gentes de todas clases y linajes querían saber un poco más de aquellas entonces extrañas teorías, apenas descubiertas al común y corriente de los mortales. A diferencia de Freud, cuyos trabajos sobre el psicoanálisis eran ya del dominio popular, el doctor Jung era casi un desconocido, a pesar de toda una vida dedicada a la construcción de la psicología analítica. Sus obras eran leídas y discutidas únicamente en los exclusivos círculos de las más importantes universidades del mundo.
Un editor librero de Inglaterra, después de ver el programa de la BBC y deslumbrado por las nuevas propuestas, llamó al reportero Freeman para proponerle que volviera a Suiza con la consigna de convencer a Carl Jung de una tarea: escribir un libro sencillo, una obra de divulgación, dedicado a las miles de almas ignorantes de los vericuetos de la psicología profunda, nosotros, que llenamos los confines del planeta y que seguramente obtendríamos herramientas para tratar de desenredar los nudos inextricables de pensamientos, obsesiones y locuras en lo profundo de nuestras cabezas.
Al igual que una planta produce sus flores, la mente crea sus símbolos. (C. J.)
El periodista volvió a la casa del lago y presentó el proyecto a Jung, quien después de pensarlo minuciosamente, ofreció una atenta negativa: tenía ya 84 años, una delicada salud y escasas fuerzas para emprender una aventura tan ambiciosa. Consideró que ya era autor de muchas obras que estudiaban los eruditos, junto a los textos de Freud, Adler y otros pioneros de la nueva ciencia, la psicología, por lo que, sin mayor trámite, decidió vivir en paz su retiro.
Sin embargo una noche, el gran analista tuvo un sueño trascendental, tan importante para su obra como el que relatara a su maestro muchos años atrás, en aquel viaje de su juventud. Se vio en una gran plaza pública, hablando a una interminable multitud de desconocidos. Entonces él mismo, para quien los sueños eran sin duda irrenunciables apremios del inconsciente, captó el mensaje. Quizá era hora de tomar en cuenta la enorme correspondencia de tantos inexpertos pero ansiosos profanos, que llegaba como un oleaje interminable hasta la casa del lago. En consecuencia, obligado por la lealtad a sus principios y su sólida congruencia, Jung llamó al reportero, aceptando la invitación a la escritura de una obra introductoria a su pensamiento.
En beneficio de la estabilidad mental y aún de la salud fisiológica, el inconsciente y la consciencia deben estar integralmente conectados… a este respecto, los símbolos oníricos llevan los mensajes del instinto a la razón. (C.J.)
De esta forma nació el libro El Hombre y sus símbolos, el primer paso que ha de dar cualquiera que desee un atisbo de la psicología jungiana, escrito y realizado especialmente para nosotros, los no iniciados. Jung redactó personalmente el primer capítulo, con los trazos básicos de sus enseñanzas. Sus alumnos compondrían magistralmente el resto.
Pero es tarea imposible siquiera intentar resumir en tan breve espacio los pormenores de la psicología analítica de Carl Jung. Tracemos entonces algunos esbozos, como si de un tráiler de película se tratase. Asegura el maestro que, antes de conceptualizar, el cerebro humano aprendió a simbolizar, y en lugar de ideas, generaba imágenes cargadas de significado, que quedaron inmersas en las capas más profundas de nuestros cerebros, un lugar de la psique donde se esconde aquello que la consciencia ignora, y que Jung llamó, como se ha dicho, el inconsciente colectivo. Sin embargo, ese lugar está habitado por poderosas fuerzas que mueven nuestros hilos —y a veces, logran sacudirnos como marionetas—, sin que apenas podamos darnos cabal cuenta de ello. Nuestros ancestros lidiaron con estas energías personificándolas, poniéndoles nombres, adivinándoles intenciones benignas o perversas, y así aparecen como personajes en todas las religiones primitivas y las mitologías, en coreografías que son universales y eternas. Más aún, son las mismas imágenes y presencias que aparecen en nuestros sueños.
Porque nos encontramos que muchos sueños presentan imágenes y asociaciones que son análogas a las ideas, mitos y rituales primitivos. (C.J.)
De esta manera, estas configuraciones internas han quedado inscritas en todas las religiones, los cuentos infantiles, la literatura, el arte y toda actividad creativa. Por consiguiente, todos poseemos un mismo lenguaje simbólico profundo y olvidado, que nos habla a partir de imágenes que, aunque parecieran sencillas o cotidianas, pueden activar fuerzas inimaginables: los arquetipos.
…los arquetipos son una tendencia tan marcada como el impulso de las aves a construir nidos. (C.J.)
Resumiendo, Jung afirma que el inconsciente individual está conectado a otro, antiquísimo y universal, poblado de fuerzas personificadas como símbolos arquetípicos. Son personajes que cambian de máscara en cada sueño, que aparecen también en las mitologías de todos los pueblos, para acompañarnos en cada etapa de la vida. Pero los actores de nuestro teatro interno son tantos, que quizá podamos traer a la escena solamente algunos de ellos, y con un poco de empeño, seamos capaces de rastrear sus pasos en nuestros escenarios más profundos.
El más ignorado de estos histriones es La Sombra, un depósito de imperfecciones, instintos, venganzas y malas intenciones que tratamos de ignorar por completo en nuestros afanes de inocencia. Sin embargo, la Sombra, disfrazada de mil maneras, acecha para saltar en el momento de una distracción, dejando ver la escandalosa vergüenza de todo aquello que no somos capaces de mirar de frente en el interior propio.
El concepto de “sombra” (…) Contiene los aspectos escondidos, reprimidos y desfavorables (o execrables) de la personalidad. (…) La sombra puede ser vil o mala, un impulso instintivo que hemos de vencer. (C.J.)
Pero el asunto se complica cuando la Sombra nos auxilia con su fuerza en labores benignas. ¿Cómo lograr la maravillosa alquimia de transformar las perversidades en virtudes? Esta es la gran aventura del héroe eterno.
Y además de la susodicha Sombra, otros avatares pueblan nuestros interiores. Los varones se ven auxiliados por una figura femenina, y que Jung llama el Ánima. Las mujeres tendrán un príncipe azul interno llamado el Ánimus. Pero… ¿Para qué tanto alboroto? ¿Cuál es la finalidad de esta multitud carnavalesca que puebla nuestros abismos?
El proceso de individuación se simboliza frecuentemente con un viaje de descubrimiento a tierras desconocidas. (C.J.)
El propósito de todo este entramado es el logro de la autorrealización. Según Jung, toda personificación del incons
1 https://www.youtube.com/watch?v=2AMu-G51yTY
ciente —la Sombra, el Ánima, el Ánimus—derivan como planetas en caída gravitatoria hacia el Sí-mismo, la fuerza más poderosa pero a la vez más escondida de la psique. Ése Sí-mismo que nos muestra un proceso de individuación que hemos de seguir como el peregrino que busca un tesoro escondido, o el héroe que enfrenta dragones para reunirse al fin con su dama, y completarse en ella. Es un proceso que ha de transformarnos en lo que fuimos llamados a ser. El Si-mismo moverá a todos los demás para lograr poner en vigor las posibilidades que laten dormidas en nuestro interior.
Insistimos: la realización de la unicidad del hombre individual es la meta del proceso de individuación ( M.L. von F)
En 1961 Carl G. Jung murió días después de completar ésta, su última obra, que ha sido leída por multitudes de profanos. Desde entonces, las investigaciones sobre los arquetipos se han multiplicado. Y quizá de esta manera, seamos capaces de entender los mensajes de aquellos que habitan nuestro escenario interior. Tropo
REFERENCIAS Jung, Carl. El hombre y sus símbolos, Biblioteca Universal Contemporánea. http://revistagpu.cl/2016/GPU_junio_2016_PDF/PSI_Freud_Jung.pdf http://unpocodesabiduria21.blogspot.com/2018/02/el-hombre-y-sus-sim bolos-1964-carl-jung.html