E
l quinto largometraje de Mia Hansen-Løve llega a las salas mexicanas tras haber ganado el Oso de Plata a la Mejor Dirección en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Berlín. En El Porvenir, la ex actriz firma el guión en el que desarrolla una elegante tesis sobre las secuelas del tiempo en la vida de una mujer madura que creía tener la existencia resuelta por el resto de sus días; pero el arribo de los inevitables estragos del tiempo a su vida convierte su zona de confort en un entorno inhóspito que la obliga a replantearse sus decisiones, responsabilidades e identidad. La protagonista de El Porvenir, Nathalie Chazeaux (interpretada por la siempre extraordinaria Isabelle Huppert), es una profesora de filosofía casada y con dos hijos, que se desenvuelve sin contratiempos mayores a los que se enfrenta cualquier otra profesionista de su edad. Sin embargo, el futuro llega intempestivamente y se instala en su vida a través de una secuencia de tragedias –pérdidas familiares, traiciones sentimentales y declives laborales– que van demoliendo uno a uno los pilares que sostenían su vida. Si ya con su película anterior, Eden (2014), la directora había entregado un trabajo notable en el que, por cierto, tomaba como excusa la carrera como DJ de su hermano Sven para abordar el tema del paso del tiempo, la nostalgia por lo perdido y la idea de la vida que nunca tendremos, ahora con El Porvenir va mucho más allá y dedica su radiografía emocional a la antesala de la tercera edad a través de algunas de las experiencias de vida de su madre. Se trata de una pieza cinematográfica soberbia en todos los aspectos; un antes y después en la filmografía de una de las directoras más interesantes no sólo del cine francés, sino de toda Europa;
un trabajo de gran honestidad y madurez en el que permite a la cámara de Denis Lenoir abandonar a un lado toda clase de artificios narrativos y pretensiones formales para centrarse en llevar un registro con la mayor naturalidad posible de la vida de Nathalie, quien representa la encarnación de la máxima existencialista: «la existencia precede a la esencia». El Porvenir es un ejercicio nostálgico que voltea la mirada desencantada hacia el pasado para poder hacer un recuento de lo que se perdió y lo que fuimos, tan sólo para después regresar la vista al frente y obligarnos a sobreponernos ante la premonitoria visión de lo que nunca seremos. Sin embargo, Nathalie, pese a lo perdido, a lo que ya no es y jamás será, no guarda resentimiento alguno o se deja guiar por una actitud autoindulgente; sí, claramente se ve afectada emocionalmente, pero en medio de esta crisis, el reencuentro con Fabien (Roman Kolinka), un antiguo ex alumno con el que desarrolló una fuerte complicidad intelectual durante su etapa mentor-aprendíz, le permite darse cuenta de que ahora es poseedora de una libertad que jamás había tenido. En el resto la vida de Nathalie no hay ataduras ni compromisos de ningún tipo, por el contrario, ahora existe un infinito horizonte de oportunidades para comenzar de nuevo, de seguir adelante con mayor fortaleza, y tal vez, mucho mejor que nunca. Y es que las pérdidas, lejos de ser un desolador punto final, son un melancólico punto y aparte, tal como lo deja ver HansenLøve en el epílogo con el que cierra los cien minutos de concienzudo análisis del ser humano frente al paso del tiempo y el desconcierto que provoca el desconocimiento de lo que nos espera durante el tiempo que nos resta.
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n la nueva comedia de Ivan Calbérac, el cineasta francés presenta una historia de amistad improbable entre Constance, una joven estudiante que necesita un lugar para vivir en París mientras estudia la carrera de Ciencias y Humanidades, y su casero el Sr. Henri, un arisco anciano de clase acomodada que por su inestable salud no puede continuar viviendo solo en su apartamento parisino. Y aunque al principio se muestra renuente a tener que aceptar que una inquilina rompa con la armonía de su soledad, pronto encuentra la oportunidad de utilizarla en un plan que provoca un verdadero caos familiar y que involucra a Paul, el hijo de Henri, y su esposa Valérie. La estudiante y el Sr. Henri es una adaptación de la obra de teatro homónima escrita por el mismo Ivan Calbérac en la que sobresalen las disparatadas situaciones y los personajes entrañables que dan forma a una de las más agradables y elegantes comedias del año; se trata de una cinta de tono ligero que hace pasar un muy buen rato al espectador, pero que además posee un subtexto muy interesante respecto a varios aspectos de carácter social que no es tan común que se vean en el gé-
nero de la comedia, tal como la crisis de vivienda en París, la marginación económica de los jóvenes estudiantes que se sacrifican para seguir adelante con sus estudios, y la marginación social de la que son víctimas los ancianos que van siendo relegados a sus grandes casonas y que, en ocasiones, pasan semanas enteras sin interactuar con otro ser humano. En un ejercicio temático un poco similar al propuesto por Bernardo Arellano en su película El comienzo del tiempo (2014), pero mediante una propuesta formal radicalmente diferente, Ivan Calbérac plantea una historia sobre el implacable paso del tiempo, el encuentro de la vocación, el desmarcarse de las imposiciones sociales, y sobre todo, sobre la solidaridad intergeneracional. La estudiante y el Sr. Henri es una comedia inteligente cuya convencional puesta en escena y previsible desarrollo y desenlace, son detalles negativos mínimos que se ven sobrepasados por lo entrañable, sensible y comprometido del relato y el gran carisma del reparto, apartado en el que sobresale el veterano Claude Brasseur y la joven Noémie Schmidt, cuya química y complicidad sobrepasan la pantalla.
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n su tercer largometraje, el director Fraincois Favrat, en colaboración especial con Emmanuel Courcol, adapta para la pantalla grande la novela Boomerang de Tatiana de Rosnay, autora francesa responsable de La llave de Sarah, ficción que también contó con una exitosa adaptación fílmica en 2010 con la siempre extraordinaria Kristin Scott Tomas como protagonista, y de Moka, otra novela cuya adaptación al cine podremos ver a principios del próximo año. Boomerang tiene como historia medular la imperiosa necesidad del protagonista Antoine Rey (Laurent Laffite) por conocer más acerca de su madre, y sobre todo, saber el porqué su misteriosa muerte, ocurrida tres décadas atrás en la isla de Noirmoutire en la que solían vacacionar durante sus vacaciones de verano, se ha convertido en un tema tabú para su padre y abuela, quienes se rehúsan siempre a ahondar en el tema bajo la excusa de ser un recuerdo bastante doloroso. Antoine es ahora un ingeniero emocionalmente discapacitado que no atraviesa por su mejor momento ni en lo profesional ni en lo personal: la obra en la que se encuentra trabajando es un completo caos y su esposa ha decidido separarse de él y llevarse a sus hijas a vivir con ella. Para animarlo, su hermana Agathe (Mélanie Laurent) le propone festejar su cumpleaños 40 en aquella isla de Noirmoutire para recordar su infancia; pero la esquiva actitud de un par de personas que conocieron a su
madre en la isla, un accidente automovilístico que sufren cuando regresaban de la isla a París, y la llegada a su vida de una doctora forense llamada Angèle (Audrey Dana) con la que tiene una conexión emocional inmediata por un pasado también trágico, se convierten en los catalizadores que finalmente le impulsan a llegar al fondo de los secretos familiares. Cobijado por una impecable manufactura y un nivel actoral de primer nivel, Francois Favrat entreteje con ingenio esta dramática odisea personal en clave de thriller mediante un mosaico familiar que ha quedado paralizado por los secretos del pasado que inevitablemente regresarán con una fuerza imparable, como la del objeto al que alude el título. Boomerang, pese a padecer ciertos atropellos en la narrativa de su primer acto –¿era realmente necesario jugar con la línea temporal de la narrativa mostrando primero el accidente automovilístico que sufren los hermanos?– y dispersarse de la intriga central con subtramas que resultan intrascendentes o que dejan numerosos cabos sueltos –el caótico trabajo de Antoine en la obra de la que finalmente es despedido o la revelación de la orientación sexual de su hija– es un solvente filme de suspenso y un potente drama sobre el peso del pasado en las situaciones del presente y la importancia de la reconciliación emocional con las tragedias del pasado para poder avanzar hacia el futuro.
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uando de hacer una crítica a un constructo o un sistema social se trata, la comedia ha probado ser una de las herramienta más eficaces para lanzar comentarios punzantes camuflados de bromas inofensivas; de ahí que la sátira política sea tan exitosa y tan poderosa para mostrar los vicios culturales. En esta ocasión, la comedia romántica "Un hombre a la altura, de Laurent Tirard –remake de la película argentina Corazón de León (2013), de Marcos Carnevale, reconocido por ser escritor y director de aquella entrañable historia de amor Elsa & Fred (2015) que también fue víctima de una reelaboración fílmica en Estados Unidos hace un par de años– cuestiona mordazmente el estereotipo de la pareja ideal comenzando con la socorrida anécdota de chico conoce chica, pero que va desarrollándose poco a poco no sólo con fluidez narrativa sino con un pulso certero en sus apuntes sobre la "normalidad" del cuerpo y del ser humano en general. Diane (Virginie Efira) es una guapísima, inteligente, independiente y exitosa abogada que olvida su celular en un bar tras una discusión con Bruno, su ex esposo y socio en el buffette jurídico que ambos sostienen. Cuando llega a casa recibe la llamada de un hombre llamado Alexandre (Jean Dujardin) que le pide una cita para conocerse y, de paso, entregarle el celular que ha encontrado en la barra del mencionado bar. Diane acepta la propuesta un tanto intrigada por la atractiva y seductora personalidad que el desconocido logra transmitir tan sólo con su voz; pero al día siguiente, la persona que se presenta ante ella no corresponde del todo a la imagen mental que ella elaboró del sujeto. Sí, Alexandre es un hombre
inteligente, culto, carismático, muy atractivo y con un gran poder de seducción... pero sólo mide 136 centímetros de altura. Esta premisa, planteada con destreza en los primeros 15 minutos de la película, es tan sólo el comienzo de una serie de situaciones que, aunque permiten prever cuál será su desenlace –no olvidemos que se trata de una comedia romántica de manual y no logra escapar de los clichés–, también van permitiendo agudos cuestionamientos hacia el culto a la perfección del cuerpo y la discriminación de todos aquellos quienes no encajen en sus moldes de los convencionalismos estéticos de las sociedades occidentales. A través de un humor sutil, la película lanza filosos comentarios sobre los estereotipos de la "normalidad" de los cuerpos de los machos alfa que socialmente se implantan en la sociedad desde edades tempranas mediante el superficial discurso que impera en los medios masivos –la idea del príncipe azul perfecto es tan sólo uno de los ejemplos más evidentes. Un hombre a la altura es una cinta que encuentra su principal baza en la gran química que alcanza su tándem protagonista y que juega con un humor ligero con ciertos toques de incorrección política con los que logra dar un fuerte golpe a las ideas preconcebidas y derribar ciertos paradigmas sociales; se trata de una propuesta en la que el humor pone de manifiesto el que nuestros prejuicios se mantienen aletargados y a la espera de vernos enfrentados a una situación que de pie a que emerjan de la oscuridad que les ha sido provista por nuestra rancia corrección política que hemos adoptado por presión social.
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n sólido y audaz guión que en tan sólo ochenta y siete minutos de metraje se las ingenia para mezclar eficazmente elementos del thriller con el drama social y que se aleja del morbo inherente que a la macabra historia de la vida real en la que se basa, es el principal de los muchos aciertos del nuevo largometraje del cineasta Vincent Garenq. Una mañana de julio de 1982 aparece el cuerpo sin vida de la adolescente de 14 años, Kalinka, en su habitación de la casa cercana lago de Constanza –en Alemania, cerca de la frontera con Austria y Suiza– donde vivía junto a su hermano menor, su madre y su padrastro, el doctor alemán Dieter Krombach. Desde el primer instante en el que se entera de su muerte, su padre biológico, el empresario André Bamberski, duda de la versión oficial que en un primer momento señaló que la muerte de la chica fue provocada por un golpe de calor mientras dormía, y al descubrir que la autopsia realizada dos días después del fallecimiento de la chica y con la presencia de Krombach es dudosa, incoherente y que además no enuncia pruebas contundentes sobre las causas del fallecimiento, se obsesiona con la idea de que el médico es el responsable del crimen. Con base en el libro escrito por el mismo Bamberski, En el nombre de mi hija, la adaptación cinematográfica homónima recrea en pantalla la odisea de tres décadas en las que el padre de la
menor (interpretado por el reconocido actor Daniel Auteuil) tuvo que moverse con todo en contra –especialmente su esposa y el incompetente sistema penal– para encontrar la justicia en el caso del asesinato de su hija y que el crimen no cayera en el olvido. La perseverancia y determinación de este hombre que pasó prácticamente la mitad de su vida tras el asesino de su hija es plasmada mediante un ágil guión que, mientras nos va presentando una cascada de datos relevantes, también juega de manera sorprendente con la creación de una atmósfera angustiante que nos intriga sobre lo que está por venir; el resultado es un filme que se aleja de la sensiblería y el sensacionalismo con los que comúnmente el cine comercial reviste este tipo historias biográfico- criminales, y por el contrario, la película se presenta bajo la forma de un atípico thriller que se fusiona con un sofisticado docudrama en un contexto socialmente relevante que expone los intrincados caminos de los sistemas de justicia penal. En el nombre de mi hija es la historia de un hombre que se ve forzado a convertirse en un improvisado investigador privado y que se mueve sólo por el impulso de la promesa que le hizo a su hija de llevar ante la justicia a su asesino, interpretado soberbiamente por el actor germano Sebastian Koch, a quien hemos visto en La vida de los otros. Una propuesta imprescindible.
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iolette (Julie Delpy), es una mujer parisina madura y sofisticada inmersa en el superficial y, en no pocas ocasiones, cruel mundo de la moda que se encarga de producir eventos para los más reconocidos diseñadores de toda Europa pero que no ha sido tan exitosa en el apartado amoroso como lo ha sido en el ramo profesional. Una tarde, durante una charla típica con sus mejores amigas mientras toman café en la ciudad costera de Biarritz muy al estilo Carrie Bradshaw y compañía, Violette conoce a Jean-René Graves (Dany Boon), un ingeniero en informática con un lamentable estilo para vestir y una sofisticación prácticamente nula, pero con quien comienza una suerte de romance de verano que pronto se transforma en una relación formal cuando él se muda de manera definitiva a París por cuestiones de trabajo. El idílico aunque atípico romance va avanzando de manera estable hasta que en escena irrumpe Eloi (aka Lolo, encarnado por Vincent Lacoste), el hijo de 19 años de Violette con complejos edípicos no resueltos que decide borrar del mapa al nuevo prospecto de padrastro. Con esta premisa, la actriz francesa Julie Delpy –a la que seguramente la gran mayoría recordará por dar vida a Céline en la trilogía Antes de... junto a Ethan Hawke y bajo la dirección del gran Richard Linklater– presenta su sexto largometraje como directora, y con un guión escrito en colaboración con Eugénie Grandval, da forma a una comedia bastante peculiar que ha-
ce uso de un humor bastante oscuro para enmascarar el trasfondo social de este romance atípico que se ve obstaculizado un tanto por los prejuicios de las clases sociales, pero sobre todo, por otra relación también aparentemente atípica, pero más común en la realidad de lo que podríamos pensar. Lolo: el hijo de mi novia es una romántica comedia negra que resulta mucho más punzante de lo que deja ver su humor guarro y neurótico. Por una parte, Julie Delpy presenta de manera certera y sin concesiones el esnobismo rampante que presentan las grandes ciudades y la discriminación hacia el provinciano carente de la sofisticación necesaria para formar parte de la elite capitalina y cosmopolita; mientras que por otro lado, permite entrever, a través de una elegante serie de sugerencias visuales, una muy bizarra relación edípica con el engreído, malcriado y casi sociópata Lolo, al que no tiene reparo en compararlo con los mismísimos infantes villanos manipuladores de El pueblo de los Malditos (1960), de Wolf Rilla; se trata de una criatura edípica que se aprovecha de la madre liberal y consentidora para darse la buena vida que un 'artista' como él se merece. La nueva producción de Delpy es la más cercana al cine comercial hasta ahora, y aunque toma elementos del cine cómico estadounidense como el humor irreverente de Judd Apatow, mantiene la sofisticación y sensibilidad europea y eso la convierte en una propuesta más que recomendable.
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on base en la novela de Gérard Noiriel, el actor y director Roschdy Zem lleva a la gran pantalla la historia de Rafael Padilla, pionero del entretenimiento circense parisino que, tras su trágica muerte en 1917, cayó en un injusto olvido histórico del que afortunadamente es rescatado en este entrañable –aunque históricamente poco riguroso– filme biográfico. Señor Chocolate se sitúa a finales del siglo XIX y comienza cuando George (James Thierrée), un hombre que presenta espectáculos como el payaso Footit con un éxito cada vez menor, conoce a Rafael Padilla (Omar Sy), quien participa en un espectáculo circense interpretando a un supuesto caníbal. George ve en este extraordinario hombre el talento y la capacidad de convertirse en algo mucho más que un salvaje africano que atrae y repugna a la audiencia por igual; así que le propone realizar un espectáculo cómico en el que los dos participen como payasos protagónicos: un hombre blanco y un hombre negro como pareja indisoluble en la pista es algo insólito en el mundo del entretenimiento ambulante. La fama de la dupla en un modesto circo provinciano crece y llega a oídos de Joseph Oller (Olivier Gourmet), dueño del circo más importante de París a donde les ofrece mudarse para presentarse permanentemente bajo se célebre circo; en este lugar, la mancuerna de un payaso 'carablanca' y su 'augusto negro' alcanza un éxito sin precedentes, pero la fama, la fortuna y las envidias no son nada fáciles de asimilar para ninguno de los dos comediantes.
Apoyado por un extraordinario diseño de arte que recrea a la perfección la Francia progresista de la Belle Époque, el cineasta presenta un tratado sobre la peligrosa ambición que representa querer ser uno mismo en el claroscuro mundo circense en el que contrastan la luminosidad, el colorido y la alegría del entretenimiento para la masas con la oscuridad y el lamentable escarnio social que se vivía en el momento. Este biopic representa un estudio sobre el precio psicológico que cobra la fama, ese que finalmente pide a cambio el convertirse en "alguien" y la difícil asimilación del éxito cuando se proviene del anonimato y se ha nacido en la vergonzosa esclavitud. Pero lejos de presentar un relato de glorificación de sus protagonistas y convertirlos en víctimas martirizadas, hace un retrato humano al trazarlos no sólo con sus evidentes virtudes, sino también con sus numerosos defectos. Señor Chocolate es una cinta biográfica convencional en su propuesta cinematográfica a la que formalmente le falta ser más propositiva; sin embargo, este drama costumbrista sale avante gracias al estupendo trabajo actoral de la dupla Sy/Thierrée, una mancuerna cuya química y complicidad no únicamente se ve reflejada en el éxito alcanzado en las pistas circenses, sino que trascienden la pantalla para crear grandes momentos mágicos que el cine/espectáculo ya ha perdido, y que además nos permiten apreciar momentos de la vida de un personaje que está ligado a la historia del cine de una manera más significativa de lo que podríamos imaginar.