CELULOIDE DIGITAL - ESPECIAL FICM2014

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a cantera rosa volvió a servir de albergue para el celuloide nacional e internacional que se instaló entre las calles de la capital michoacana en el 12° FICM encuentro cinematográfico más importante de México. Como cada año (desde 2003), Morelia se convierte en el punto de encuentro entre personalidades del cine y el público cinéfilo, quienes se dan cita para compartir experiencias fílmicas enriquecedoras y que amplían el panorama cinematográfico de quienes se aventuran a adentrarse (por diez días, en este caso) en el fantástico mundo que representan los festivales de cine. La parte medular del Festival Internacional de Cine de Morelia continuó siendo la Selección Oficial en competencia: Sección Michoacana, Cortometraje Mexicano, Documental Mexicano y Largometraje Mexicano. En esta ocasión se recibieron más de 750 trabajos (30% más que el año pasado). Dentro de la competencia mexicana se contaron 87 títulos en total, de los cuales, 41 fueron cortometrajes, 24 documentales, 10 obras michoacanas y 12 largometrajes de cineastas de distintos estados de la República como: Sinaloa, Oaxaca, Yucatán, Jalisco, Chihuahua, Nuevo León, Campeche y el Distrito Federal. Además, por primera vez el festival presenta la Selección de Cortometraje Mexicano en Línea, la cual estuvo compuesta por 19 cortometrajes de la Selección Oficial del 12º FICM, cuyos títulos estuvieron disponibles en línea y gratis para todo el mundo a partir del 17 de octubre hasta el 9 de noviembre, fecha en que finalizó la extensión del festival en la Ciudad de México. Y así, comenzó la aventura anual del FICM, con Alejandro González Iñárritu como invitado especial, cuya enorme película Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) fue la encargada de inaugurar el festival. La alfombra roja de la función de apertura se vio engalanada por personalidades del mundo del cine, tanto nacionales como internacionales, comenzando por supuesto con el mismo González Iñárritu, quien amablemente posó con una postal especial de la portada de nuestra edición de noviembre; además, estuvieron presentes Jorge Sánchez, director del IMCINE; Guadalupe Ferrer, directora de la Filmoteca de la Universidad Autónoma de México (UNAM); Mauricio Maille, director de Artes Visuales de Fundación Televisa; el actor José María Yazpik; la actriz Johanna Murillo; la productora Lynn Fainchtein; la actriz Gabriela de la Garza; el compositor de música para cine Michael Nyman y el agregado audiovisual de Francia en México JeanChristophe Berjon. También asistieron el Invitado de Honor Pierre Rissient y la Invitada Especial Lina Todd, así como algunos de los jurados, entre ellos el actor Daniel Giménez Cacho. www.facebook.com/celuloidedigital

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La glamorosa Juliette Binoche fue la invitada de honor junto al cineasta israelí Amos Gitai, el polaco Pawel Pawlikowski y del reconocido investigador y defensor del cine Pierre Rissient; todos estuvieron en Morelia para presentar retrospectivas de sus trabajos como protagonistas (Binoche) o realizadores (Gitai y Pawlikowski) o de documentales que los homenajean y otros filmes importancia (como en el caso del Pierre Rissient, estuvo presente en la función especial de Pierre Rissient: Man of Cinema (2007) de Todd McCarthy). Pero la más reciente edición del Festival Internacional de Cine de Morelia, también se vivió enmarcada por un ambiente político y social más que intenso, donde tanto actores como cineastas (encabezados por Daniel Giménez Cacho) se unieron al llamado de apoyo por la desaparición de los 43 normalistas en Ayotzinapa, condenando los eventos ocurridos en Iguala, Guerrero, y demandando al presidente Enrique Peña Nieto la pronta aparición con vida de los desaparecidos. La denuncia de las personalidades invitadas al festival ante el crimen ocurrido en Ayotzinapa el pasado 26 de septiembre, se hizo presente desde los primeros días, pero cobrando fuerza el miércoles 22 de octubre y durante la ceremonia de clausura y premiación donde las celebridades nuevamente alzaron la voz: "Antes que nada, ¡los queremos vivos!", señaló el cineasta oaxaqueño Rigoberto Perezcano antes de recibir el premio por su película Carmín Tropical, la cual resultó la contundente ganadora de la noche al llevarse el premio a Mejor Largometraje Mexicano. Y como cada año, la gran oferta fílmica que ofrece el festival impide apreciar todas las propuestas que uno quisiera, pues tan sólo en la sección de estrenos nacionales e internacionales se proyectaron alrededor de cuarenta títulos, y a ésos hay que sumarles las retrospectivas, los ciclos especiales, los títulos de la Semana de la Crítica en Cannes, el Premio Jean Vigo, las proyecciones gratuitas en el Aula Mater de la Universidad Michoacana o la Casa Natal Morelos; y si a esto le añadimos que, por la enorme cantidad de proyecciones, los horarios de dos (o más) propuestas interesantes se empalman, esto limita aún más el que se pueda devorar todo el cine que uno quiere. Tratar de ver la mayor cantidad de filmes resulta una odisea por demás difícil en cualquier festival, pero los visionados conseguidos muchas veces logran compensarnos un poco que hayamos dejado de lado muchas más películas sin revisar. Glamour, icónicos invitados especiales internacionales, charlas, conferencias, presentaciones especiales, encuentros con realizadores, y sobre todo, muchísimo cine, fue lo que nuevamente se pudo vivir en Morelia, un lugar que, año con año, cada mes de octubre se convierte en la ciudad de cantera y celuloide.

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on este extracto del último poema de Raymond Carver, el mexicano Alejandro González Iñárritu abre Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia), su nueva película con la que, por vez primera, se adentra en los terrenos de la comedia (negrísima, por cierto) para retratar a una sociedad actual enferma de búsqueda de popularidad que confunde el verdadero amor trascendental con la efímera admiración Riggan Thomson (Michael Keaton en un desempeño tal, que parece que su papel fue escrito ex profeso para él) es el personaje central de la cinta, un actor maduro con crisis de identidad que aún no ha podido superar personalmente al icónico y súper heroico personaje que interpretó hace ya algunas décadas en la gran pantalla en una trilogía de filmes basados en un famoso cómic, y viviendo aún bajo la magnánima sombra de ese personaje que da nombre a la película. Para regresar a la fama, pero siendo reconocido como un actor serio y deshacerse de una vez y para siempre del papel en el que fue encasillado por el público ("¡Birdman!", le gritan cuando se lo encuentran en la calle), el histrión que se encuentra en la etapa crepuscular de su vida y su carrera, pretende montar en Broadway la obra 'What we talk about when we talk about love', precisamente basada en un texto de Raymond Carver, pero a sólo tres días del gran estreno, sus esfuerzos por recuperar a su familia se juntan con una devastadora crisis de identidad que lo llevan a enfrentamientos directos con su ego y pondrá en peligro el futuro de la obra. Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es un tratado sobre una parte de la actual idiosincrasia humana universal, caracterizada por su obsesión por la popularidad, por un pavor terrible a no ser nadie ante la mirada del otro; una humanidad con personas enfermas y ávidas de validación por parte del prójimo con el que interactúan día con día, ya sea de manera directa o virtual, basando también su propia valía humana en cuantos 'likes' tienen sus estados en facebook, cuántos 'followers' han logrado conseguir en twitter, o cuantos 'me gusta' han alcanzado sus fotos 'instagrameadas'.

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Para elaborar esta tesis sobre la aprobación del prójimo, Iñárritu deja de lado a su director de fotografía habitual, el mexicano Rodrigo Prieto, para trabajar por primera vez con el no menos talentoso Emmanuel 'Chivo' Lubezki, también mexicano y recién ganador del Oscar por su trabajo en otra ambiciosa cinta internacional con otro compatriota como artífice: Gravity de Alfonso Cuarón. Juntos (Iñárritu y Lubezki) idean una propuesta formal en su gramática cinematográfica que merece subrayarse por crear la ilusión de hacer parecer que la cinta fue filmada en una sola toma, un sólo plano secuencia que recorre los tres días previos al estreno de la ansiada obra. Con una cámara en permanente movimiento, con cortes invisibles en la edición y una musicalización que utiliza casi únicamente una batería como instrumento de creación para el fantástico y enérgico score muy cercano al blues y jazz que acompaña las transiciones físicas y emocionales de los personajes, la acción nunca se detiene, desde el minuto uno de la cinta, en donde encontramos a Riggan en su camerino, comenzamos a vivir con él su gran odisea para salir avante en ese gran riesgo que supone montar una obra basada en un texto de gran magnitud como lo es el de Carver y alcanzar su consagración como actor serio y de alto rango. La cámara no sólo funciona como la sombra que sigue ineludible a Riggan, sino que por momentos permite colocarnos desde su perspectiva, aunque la cámara también se da el lujo de poder seguir momentáneamente a los otros personajes con los que ensamblará la obra sobre el escenario o que harán funcionar la maquinaria teatral detrás del telón. Es así como conocemos a Sam (Emma Stone), la hija de Riggan que vive resentida por la ausencia de su padre en permanente búsqueda de admiración y reconocimiento tanto del público como de crítica; Jake (Zach Galifianakis), el mejor amigo de Riggan y productor de la obra que le aguanta todos sus caprichos para poder llevar a buen puerto el estreno del montaje; Lesley (Naomi Watts), actriz protagónica de la obra con nula autoestima que aún no sabe si en realidad ha alcanzado el éxito como intérprete en Broadway o aún sigue siendo esa niña ingenua que sueña con triunfar sobre el escenario; Mike Shiner (Edward Norton), un cínico y reconocido actor que bajo una máscara de intelectualidad esconde la más patética de las superficialidades; Laura (Andrea Riseborough), también actriz de la obra y actual novia de Riggan que vive desilusionada porque éste es incapaz de ver más allá de sus narices, y nunca ha sabido brindarle amor, vaya, ni siquiera un poco de compasión o un mínimo de empatía más allá del sexo; y finalmente, Sylvia (Amy Ryan), la ex esposa de Riggan que tiene una de las mejores frases de la cinta y que reafirma el discurso que busca Iñárritu con su propuesta: "siempre has confundido el amor con admiración". www.facebook.com/celuloidedigital

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Iñárritu disecciona el proceso cognitivo de auto juicio y comienza por el suyo propio a manera de catarsis, lo realiza observándolo desde una distancia prudente, desde atrás de la cámara, la cual funciona como un microscopio que le ofrece la oportunidad de verse a sí mismo en Riggan luchando con su propio ego, con esa vocecilla dentro de su cabeza y que en determinado momento logra materializarse en su famoso personaje Birdman (encarnado por Benjamin Kanes). Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia) es una experiencia cinematográfica única; es profunda, compleja, muy divertida y sobre todo, muy humana. Estamos frente a un acontecimiento como pocas veces se puede (y se debe) apreciar en estos días en el cine para su cabal experimentación audiovisual, y en consecuencia, también emocional; es un análisis exhaustivo sobre nuestra obsesiva y contradictoria naturaleza a través de un mosaico de personajes que resultan ser tan patéticos como adorables, es decir, así como cualquiera de nosotros, porque en mayor o menor medida, todos buscamos simplemente un poco de amor y a veces también lo confundimos con la admiración. La naturaleza y la crisis de nuestra identidad, la necesidad de validación, el dejar que otros decidan quienes somos de manera independiente a nuestra única y verdadera esencia, y la lucha constante con nuestro propio ego, son tan sólo algunas de las premisas que se esconden en este laberíntico recorrido por la mente de Riggan Thomson, que a la vez, es la mente de cualquiera de nosotros.

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a nostalgia y el enamoramiento son las dos principales veredas que recorre Carmín Tropical, el nuevo trabajo del director Rigoberto Perezcano (Norteado, 2009), un filme que tiene como protagónico a Mabel, un personaje muxe que regresa a Juchitán, su pueblo natal en Oaxaca, al enterarse del violento asesinato de su mejor amiga Daniela -también muxe. El viaje que realiza con el propósito de encontrar al asesino de su amiga se convierte también en una íntima travesía llena de melancolía al reencontrarse con sus viejos amigos, los familiares de Daniela y el micro universo de cabarets y shows travestis que abandonó por amor varios años atrás para seguir sus sueños de convertirse en cantante. En Carmín Tropical, escrita por el mismo Perezcano con ayuda de Édgar San Juan, se apuesta por una historia de atmósferas y por una anécdota intimista que por momentos coquetea con el film noir -o más bien 'pink noir', en palabras del propio director- y el thriller con desbordadas pulsiones psicosexuales. Sin embargo, la investigación criminal para encontrar al asesino de su mejor amiga -y original leitmotiv de Mabel, interpretada extraordinariamente por el actor José Pescina- pasa a un segundo plano para darle una mayor importancia al reencuentro de su protagonista con su propia historia, con sus amores, sus amistades, la culpa y las traiciones, con esa nostalgia que se hace presente desde el momento en decide que regresar a su pueblo natal del que nunca se despidió y que ha estado esperando su regreso.

Y en esas secuencias en las que se juega un poco con el cine negro y el thriller, el secreto de la identidad del asesino serial de muxes resulta ineludible en la historia y se logra mantener la incógnita de manera sobresaliente durante buena parte de la película, y cuando la identidad de éste queda expuesta ya en el tercer acto de la cinta, también resulta extraordinario el desempeño del actor encargado de darle vida a un personaje tan complejo psicológicamente, pues se trata de un psicópata sexual que deambula entre el deseo y la repulsión a lo diferente, lo cual no es otra cosa que la atracción y rechazo hacia sí mismo y su naturaleza sexual no asumida. El caso pasional de Carmín Tropical es psicológicamente violento, sexual y sangriento, aunque hábilmente se rehúsa a caer en el morbo al que se podría entregar fácilmente en un relato de esta naturaleza, y por el contrario, le película termina por ser una mixtura eficaz de géneros en donde tampoco están ausentes las reflexiones sobre los roles de género y la doble moral sexual del mexicano, todo ello con una narrativa hipnótica y atmosferas con reminiscencias lynchianas -logradas en gran parte gracias a la ayuda de la poderosa, sugestiva y por momentos claustrofóbica fotografía de Alejandro Cantú- que culmina con una secuencia musical sublime, un desenlace que, aunque se torna previsible, no deja por ningún momento de ser arriesgado, desconcertante y poco complaciente, además de rebosado de una profunda y oscura psicología que tendrá alcances inimaginables.

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a película de Alonso Ruizpalacios cuenta ya con el respaldo de no pocos premios internacionales entre ellos el de Mejor Ópera Prima en el Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale) y los de Mejor Fotografía y Mejor Nuevo Director, así como una Mención Honorífica del Jurado en el Festival de Cine de Tribeca- y a éstos hay que sumarle ahora los obtenidos en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Morelia -Mejor Primer o Segundo Largometraje, Mejor Actor (premio compartido por los tres protagonistas Tenoch Huerta, Sebastián Aguirre y Leonardo Ortizgris) y Premio 'Guerrero' (otorgado por la prensa)- donde tuvo su estreno nacional previo a su lanzamiento oficial en cines que se realizará durante el primer trimestre del próximo año. La trama de Güeros (2014) -filmada en contrastante blanco y negro y en formato 4:3- detona cuando Tomás (Aguirre), incapaz de ser controlado ya por su madre, es enviado por la misma al D.F. para que viva un tiempo indeterminado con su hermano Fede 'el Sombra' (Huerta), quien vive con su mejor amigo y colega universitario Santos (Ortizgris) en un departamento de una unidad habitacional en Copilco. La vida de estos dos personajes que se han declarado en huelga de la huelga de estudiantes de la máxima casa de estudios en México -en una referencia más que clara a la famosa huelga del '99 en la UNAM-, transcurre en una especie de limbo existencial donde no saben bien qué decisiones tomar respecto a sus vidas y su futuro. La llegada de Tomás brinda una suerte de propósito a sus vidas: encontrar a Epigmenio Cruz, una legendaria figura

musical que, dicen, una vez hizo llorar a Bob Dylan y que pudo haber salvado al rock nacional, pero que ahora se encuentra agonizando en un hospital de la ciudad de México. A partir de este punto -que no tarda más de 20 minutos en llegar-, el filme se transforma en una road movie -a la que eventualmente se une la única mujer protagonista, Ana (Ilse Salas)- dentro de los límites del D.F., una travesía de auto(re)descubrimiento para todos y cada uno de los personajes. Pero no únicamente los personajes de Güeros pasan por un proceso de auto(re)descubrimiento, la película en sí misma es un redescubrimiento de un formato y un lenguaje cinematográfico en desuso y casi olvidado. Bajo este experimento presentado de manera monocromática y con el ratio de aspecto equiparable al de las televisiones de antaño, los encuadres, paneos, travellings, la iluminación, las texturas, los cortes y las interpretaciones, tienen un sabor fílmico añejo, pero a la vez potente, refrescante, divertido, atrevido, y por no pocos instantes, propositivo. La sencilla anécdota de la película da bastante hilo para soltar una que otra reflexión respecto a la realidad nacional, y no sólo a la educativa, sino también a la realidad que corresponde al descompuesto tejido social e incluso a la realidad fílmica de México; reflexiones necesarias, puntuales y carentes de fecha de caducidad alguna. Güeros es una película sencilla y honesta, y estas dos cualidades son también sus mayores virtudes, porque mucho más allá de su fantástica y cuidadísima producción para la puesta en escena, se encuentra una película con personalidad propia que sólo ha podido alcanzar gracias a su honestidad.

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usana Le Marchand (Verónica Langer) es una ama de casa de clase acomodada que vive junto con su marido (Fernando Becerril) en la Ciudad de México y que está en busca de una nueva empleada doméstica, pero ninguna parece "dar el ancho". Un día, su ex jardinero Francisco (Eduardo Mendizábal) le entrega un presente de parte de su esposa Hilda (Adriana Paz), éste amable detalle encanta a 'la señora de la casa' y decide ofrecerle trabajo como empleada doméstica y como nana del bebé recién nacido de su hijo Beto (David Gaitán), un aspirante a escritor recién graduado en Estados Unidos que llegará a México en los próximos días con la intención de buscar quien le publique su primer libro. No obstante, la llegada de Hilda a la casa provoca en Susana una especie de despertar a la vida, echando un viaje a su revolucionaria juventud cuando era idealista, luchadora y activista, aunque con el paso del tiempo se fue 'acomodando' -en toda la extensión de la palabra- dentro del sistema capitalista. Al chocar de frente con su acaudalado presente y rebelde pasado, se crea en ella una fuerte crisis que poco a poco la lleva a perder el juicio sobre su propia identidad hasta llegar al grado de torturar psicológicamente a Hilda. El maltrato comienza sutilmente cuando le pide a su nueva empleada doméstica que se quede el fin de semana con ella a cambio de una nada despreciable -y sí muy necesaria- remuneración económica para Hilda, negándole con ello la oportunidad de salir de la casa para ver a su esposo y sus hijos. Desde esta aparentemente sencilla e inofensiva petición, Hilda queda prácticamente secuestrada tras los altos muros de la casa de la familia Le Marchand y al pendiente de cualquier capricho que pueda tener la señora de la casa, pero no se trata de caprichos que requieren labores domésticas -para eso ya tiene a otras

dos empleadas que le ayudan con las cuestiones de la cocina o de limpieza-, sino que requieren de su compañía como una amiga inseparable, una confidente, al grado de no tardar en querer transformarla en una copia exacta de ella. Pero esto es tan sólo el inicio de la retorcida odisea interna de Susana que presenta el director Andrés Clariond Rangel en su ópera prima, Hilda (2014), adaptando él mismo la obra teatral homónima de la francesa Marie NDiaye que presenció en Nueva York en 2005 cuando era estudiante de cine. El debutante cineasta, que creció en el seno de una familia acomodada en su natal Monterrey donde a lo largo de su vida vio las incongruencias sociales de esta élite social, echa mano de una fantástica obra arquitectónica -la Casa Eduardo Prieto López, creada por el reconocido arquitecto Luis Barragán a mediados del siglo pasado- y de un conjunto de géneros que en teoría deberían estar enfrentados -pero con los que logra una habilidosa mezcla- pera construir sólidamente una ácida crítica social sobre la desigualdad, el racismo, el clasismo y la esclavitud social en pleno siglo XXI. El complemento del melodrama y el humor -a veces negrísimo, a veces más ligerofunciona para presentar una serie de situaciones que rayan en lo absurdo, pero que mantienen un nivel de realismo y verosimilitud que en ningún momento traspasa los límites de la farsa, permitiendo que la película funcione perfectamente, que no se sienta exagerada y que se mantenga alejada lo más posible de los clichés de la crítica a esa peculiar parte de la burguesía que dice tener ideologías de izquierda. Hilda es un inteligente y sólido primer ejercicio de un director que da muestras ya de un futuro prometedor, esperemos que siga por este camino del cine con conciencia social.

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iete años después de haber presentado su ópera prima en el 5° Festival Internacional de Cine de Morelia -Párpados Azules (2007) con Cecilia Suárez y Enrique Arreola-, el cineasta veracruzano Ernesto Contreras presenta también en el festival de la capital michoacana su segundo largometraje en el que, de nuevo, se aproxima al tema de la soledad en la Ciudad de México. En esta ocasión, Pina (Irene Azuela) e Igor (José María Yazpik), sus dos protagonistas principales, son arrastrados -y nosotros junto con ellos- por una intempestiva e inevitable atracción; sin embargo, ninguno es libre para dar rienda suelta a esta novedad sentimental. Ella tiene a Lorenzo (Hayden Meyenberg), hijo de diez años de su anterior matrimonio y se encuentra atravesando por la difícil etapa post-divorcio. Él está casado con Flora (Cecilia Suárez), una mujer sumisa y fría, casi indiferente, a la que Igor está atado pero a la que no desea a pesar de seguirla amando... ¿o será que sólo ya se acostumbró a ella? Frente a la frustración de no poder iniciar libremente una relación, cada uno intenta a sobrellevar sus desencuentros de la mejor manera que pueden: Pina decide comenzar confeccionar un disfraz de león para Lorenzo, que actuará en la próxima representación escolar del Festival de la Primavera; Igor le compra a su mujer -con el dinero de los ahorros de ella misma- una fotocopiadora para ayudarla en la carente situación financiera por la que atraviesan y la instala en su austero departamento. Ambos buscan

labrar su propio camino para poder entablar esa irresistible relación, buscan, de una u otra manera, romper las cadenas que los atan. La llegada de la Primavera traerá consigo las oportunidades para que los amantes logren su liberador cometido y poder dejar atrás la oscuridad de sus días invernales. Como en su anterior trabajo de ficción, Ernesto Contreras juega con la soledad física y emocional de sus personajes, pero ahora fortalece su narrativa a través de una fotografía más fría, oscura y plomiza -cortesía de Tonatiuh Martínez Valdéz- con la que consigue atmósferas invernales cargadas de gran preciosismo, además, echa mano de un score penetrante, hipnótico y melancólico compuesto por Emmanuel del Real de Café Tacvba con el que se complementan a la perfección los estados anímicos de los personajes en pantalla. La película es un sutil y preciso acercamiento a la rutina hogareña que comienza a asfixiar a los protagonistas que buscan una válvula de escape para sus pasiones violentamente reprimidas que están al borde de la explosión. Finalmente, las crisis emocionales terminan por estallar y llevan a los personajes a tomar decisiones que cambiarán el rumbo de sus vidas para siempre. Las Oscuras Primaveras es una fábula dramática urbana sobre relaciones humanas contemporáneas, de pasiones reprimidas y de actos sexuales como única forma de conseguir el desprendimiento de las frustraciones, actos de comunión y liberación.

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ras cinco años de retiro de los largometrajes tras su última película, Rabioso Sol Rabioso Cielo (2009), el director mexicano Julián Hernández regresó este año con su cuarto largometraje, Yo soy la felicidad de este mundo (2014), una película que toma su título de un proyecto homónimo inconcluso de Rainer Werner Fassbinder, y parte de una premisa casi anecdótica, pero que gracias al oficio forjado a través de la experiencia de los años, se convierte en un poema visual de 122 minutos donde constantemente convergen las pasiones y deseos que logran fundir la fantasía cinematográfica pura con una trastocada realidad que guía los múltiples encuentros -aunque sobre todo los desencuentros- de personajes en la eterna búsqueda del amor. La trama de la cinta, en la que se advierten inmediatamente no pocos elementos autobiográficos -que luego fueron confirmados por el mismo cineasta en el más reciente Festival Internacional de Cine de Morelia- sigue a Emiliano (Hugo Catalán), un director de cine que se encuentra filmando un documental sobre danza contemporánea, lo cual le permite conocer a Octavio (Alan Ramírez), un talentoso bailarín que está en proceso de recuperación de una lesión en la rodilla y que busca impacientemente regresar pronto a los escenarios. Los dos quedan prendados, y de manera inmediata e inevitable, comienza entre el experimentado cineasta y el inocente bailarín una aventura que, también de manera irremediable, culminará en un trágico amorío. La experiencia multisensorial que resulta Yo soy la felicidad de este mundo, es la consecuencia del arduo trabajo de uno de los directores mexicanos más propositivos, provocadores, arriesgados y valientes dentro de nuestra doble moralina industria fílmica, un cineasta inte-

resado en explorar las manifestaciones sexuales -hetero y homo- como pieza intrínseca del ser humano, sin buscar el escándalo por el escándalo con escenas de sexo explícito -¿pensaron en Lars von Trier? Sí, a él me estaba refiriendo. Manteniéndose fiel a su ya muy reconocible estilo, Julián Hernández nos comparte su trabajo más personal y honesto al atreverse definitivamente a retratar parte de sus fallidas experiencias amorosas por su profunda incapacidad de entregarse a través de su proyección en Emiliano. La sencillez de su premisa y escases de diálogos -porque, como todo buen cine, puede prescindir de ellos sin mayor problema- se ve complementada por la complejidad y riqueza simbólica de su minuciosamente cuidada puesta en escena, donde los recurrentes juegos visuales y la fantástica expresividad física de todo el reparto -y aquí es preciso señalar también el fantástico trabajo de Gabino Rodríguez, Andrea Portal, Iván Álvarez y Emilio von Sternenfels, hipnotizan inmediatamente al espectador. El notable conocimiento de la narrativa cinematográfica que posee Hernández, queda en evidencia en cada una de las secuencias que dan cuerpo a Yo soy la felicidad de este mundo; el cineasta mexicano conoce a conciencia las herramientas que el lenguaje cinematográfico tiene para ofrecer y no duda en tomarlas para continuar experimentando en su cine con la exploración de la sexualidad, como lo ha hecho desde hace poco más de una década con su primer acercamiento a los largometrajes - Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor (2003)-, hasta llegar a este punto de su carrera donde logra, con Yo soy la felicidad de este mundo, presentar una pieza de Cine -así, con mayúscula- en estado puro, cine mexicano imprescindible.

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ace algunos meses llegó a nuestras carteleras la cinta Paraíso: Amor (Paradies: Liebe; 2012) del director austriaco Ulrich Seidl. Esta primera parte de su trilogía Paraíso -que se complementó con Paraíso: Esperanza (Paradies: Hoffnung; 2012) y Paraíso: Fe (Paradies: Glaube; 2012)- se centró en el tema del turismo sexual en las playas de Kenya, donde un grupo de jóvenes ofrecían a las turistas su compañía e intimidad a cambio de algunos dólares. En una línea similar en cuanto a su temática, se estrenó Dólares de Arena (2014) en el Festival Internacional de Cine de Morelia, la tercera película de la dupla Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán (Cochochi; 2007), en la que nos presentan a Noelí (Yanet Mojica), una joven de República Dominicana que se gana la vida en las playas de las Terrenas recibiendo dólares de los turistas que compran su compañía. Anne (Geraldine Chaplin), una mujer francesa de edad madura que ha encontrado en la isla un refugio ideal para pasar sus últimos años, es una de esas turistas que desde hace un tiempo ha establecido una estrecha relación con Noelí, quien junto con su novio (Ricardo Ariel Toribio) ha ideado un plan para que Anne se la lleve de viaje a París y le envíe dinero cada mes. Sin embargo, la fecha de par-

tida se aproxima y la relación entre Noelí y Anne se va estrechando, tornándose bastante ambigua, y cuando el viaje es ya inminente, Noelí toma una decisión que cambiará su vida. Dólares de Arena se presenta formalmente con una puesta en escena oscura y nebulosa que contrasta con la paradisiaca isla; con cámara en mano y excedida en close ups de sus dos fantásticas protagonistas, pretende ser un exhaustivo análisis y busca generar una profunda reflexión sobre la soledad humana y la explotación sexual. Sin embargo, el escaso y lento desarrollo dramático -tanto de la historia como de los personajeshacen que la cinta se quede varada a la mitad de su trayecto y no logre concretar su llegada a su destino -cualquiera que éste fuera. Y nos es que Dólares de Arena sea una mala propuesta o una cinta completamente fallida -porque es verdad que presenta buenas ideas aunque las despliega con, apenas, aceptables resultados- sino que se estanca muy pronto, se refugia en sí misma y se vuelve reiterativa, le falta contundencia al momento de presentar un desenlace que no sea el obvio final al que la audiencia, desde media hora antes que llegue ese momento en pantalla, ya se ha anticipado.

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n una noche nevada en Dublín, Irlanda, Bono (Pavel Sfera), el mismísimo vocalista de la banda U2, descubre en una tienda de discos un vinil de Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero, una banda mexicana de rock ochentero; escuchando el disco, queda fascinado por uno de los sencillos, "Cheve en la Fiesta", por lo que decide comprar los derechos de la canción para hacer una versión en inglés. Esta simpática y muy inspirada introducción, dispara la trama y marca el tono que seguirá Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero (2014), el segundo trabajo de Gustavo Moheno tras la -muy- desastrosa reinterpretación de Hasta el Viento tiene Miedo (2007). La trama, entonces, se traslada a México, donde los ahora cincuentones ex miembros de la banda -Eddie (Damián Alcazar), el vocalista, que ameniza bautizos, bodas, quince años o cualquier otro evento que requiera musicalización en vivo; Fernando (Jorge Zárate), que sigue como bajista en eventuales conciertos de figuras reconocidas como "la Trevi"; y Ulises (Álvaro Guerrero), dueño de una modesta farmacia- son contactados por Tony Rivas (Sebastián Zurita), el director de una importante disquera que quiere proponerles un trato por la venta de los derechos de la 'rola' que Bono quiere versionar; sin embargo, para poder vender los derechos de la canción, se necesita la autorización del coautor, Santos (Arturo Ríos), otro integrante de la banda que se exilió resentido y culpando a Eddie de la separación de la banda. Y es así como comienza esta aventura de reencuentros en donde ya no sólo importa que Bono haga un cover de "Cheve en la Fiesta", sino que se busca resucitar a la banda para poder vivir nuevamente los años de gloria del Rock & Roll y dejar atrás sus desencantadas existencias, todo esto con la ayuda de Lucía (Vico Escorcia), la hija de Ulises, quien les ayuda a refrescar su

imagen para el gran regreso de la banda de culto. Con Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero, Gustavo Moheno da un salto cuántico respecto a su anterior trabajo, pero a pesar de ello, su nuevo filme aún tiene ciertas fallas graves, como los varios huecos en el guión y el descuido de la puesta en escena -sobre todo en las secuencias musicales. Sin embargo, y esto es lo que se debe rescatar, es que no obstante los constantes tropiezos en el guión -amén de algunos chistes repetitivos que llegan a cansar y que siempre tocan la misma canción-, el filme jamás pierde el ritmo ni deja ir la atención del público. La cinta es una comedia ligera en la que se agradece su falta de pretensión -aunque no le vendría nada mal un poco de ambición-, buscando única y exclusivamente el agrado y entretenimiento del público, y visto desde esta perspectiva, la película cumple con creces, y para lograr esto, Moheno echó mano de una historia ingeniosa y de grandes actores que no le tienen miedo al ridículo de interpretar a estos extravagantes personajes, perdidos en una industria musical que ya no conocen. Las múltiples referencias a grandes íconos musicales, tanto nacionales e internacionales -desde Alex Lora hasta The Beattles, pasando por Carlos Santana y hasta Jim Morrison-, siempre a manera de parodia y farsa, dan un toque de frescura e inspiración a la película que nunca cae en el error de tomarse en serio a sí misma, como pasa en otras muchas comedias; por el contrario, aquí se es consciente de sus limitaciones y si bien es verdad que la cinta tenía material para dar más -mucho más- de lo que finalmente ofreció, el resultado último de Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero es más que aceptable y su éxito en taquilla -cuando se estrene el próximo año- está garantizado.

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S

ebastián(Waldo Facco), un joven documentalista, llega a la muy apartada comunidad -minera años atrás- de La Estancia, en Guanajuato, con el propósito de registrar las vidas de los dos últimos habitantes del lugar: Don Chuy Vallejo (Jesús Vallejo) y su hijo Juan Diego (Gilberto Barraza). El paso de los días va estrechado los lazos entre el documentalista y los dos solitarios hombres, ésto hasta que Sebastián debe regresar a la Ciudad de México, no sin antes dejar la propuesta de su pronto regreso a La Estancia. Las semanas pasan y se convierten en meses y éstos en años antes que Sebastián regrese al pequeño poblado y descubra un pueblo fantasmal muy diferente al que dejó atrás varios años antes, una comunidad completamente abandonada y sin el rastro de los dos únicos personajes de su historia. Con este relato, el director Carlos Armella -co director de Toro Negro (2005) junto al también documentalista Pedro González Rubio-, se aventura por vez primera a los terrenos de la ficción, aunque sin dejar completamente de lado al género con el que inició, pues aquí lo fusiona con la ficción con gran destreza, manejando la transición entre géneros y el cambio de tono de la historia -en tres partes muy marcadas: Espacio, Tiempo y La Estancia- de una manera sobresaliente. En la primera parte de En la Estancia (2014) -Espacio-, Armella logra un entrañable relato sobre relaciones paterno-filiales -a través de los personajes de Don Chuy y Juan Diego, así como de sus extraordinarias y fascinantes anécdotas

con las que se recuerda a sus otros hijos- y los lazos fraternales que se crean ante la convivencia de dos desconocidos -el a veces muy narcisista Sebastián y el siempre inocente Juan Diego. En la segunda parte -la más breve, denominada Tiempo-, somos testigos del paso de los años en la comunidad guanajuatense, cómo la muerte y las lluvias han ido magnificando el carácter fantasmal de La Estancia. Ya en la tercera parte La Estancia- acompañamos a Sebastián en su regreso al pueblo junto con su novia Luisa (Natalia Gatto) Y es precisamente en su cambio de tono y de estilo ya adentrándose en el tercer acto -esa abrupta transición y fusión de géneros que ya dijimos logra sacar avante de manera sobresaliente-, que la historia se pierde; desde el momento del regreso de Sebastián a La Estancia, se dejan de lado las motivaciones de los personajes -o son explorados de manera muy parca-, los cuales cambian repentinamente sus naturalezas por circunstancias no muy verosímiles o no muy bien justificadas. Además que el final de la historia -que resulta un tanto sorpresivo por el momento en el que Armella decide insertarlo- y el destino último de los personajes, se intuía ya desde el inicio de esta última parte. En la Estancia es un ejercicio que apenas sale bien librado, un trabajo en el que a pesar de combinar diestramente el documental con la ficción, su historia no posee la fortaleza narrativa -el ritmo cae y se la historia se siente desorientada- y carece de contundencia en la ejecución de su tercer y último acto.

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L

a pareja de ancianos Antonio (Antonio Pérez Carbajal) y Bertha (Bertha Olivia Ramírez Misstilipiss) -interpretada por actores no profesionales- se ven enfrentados a una fuerte crisis financiera cuando a él le retiran inesperadamente su pensión. Para hacerle frente a la situación y ante la necesidad de subsistir sin apoyo alguno de sus hijos a los que no han visto en muchos años, la pareja se ve obligada a montar un bazar improvisado en su casa para vender sus pertenencias, a emprender un negocio de tamales en un puesto ambulante o a robar alimentos básicos en el supermercado. Un reencuentro fortuito e inesperado con su hijo Jonás (José Sefami) y su nieto Paco (Francisco Barreiro) da un giro a la situación. El comienzo del tiempo (2014) es el segundo largometraje de Bernardo Arellano y como en su ópera prima, Entre la noche y el día (2012), vuelve a colocar a la vejez como eje central de su propuesta. En esta ocasión, Arellano busca confrontar a la audiencia con los dilemas morales del abandono de los mayores, el desamparo y su vulnerabilidad ante una sociedad que los ve como una carga, al igual que ocurría ya con su ópera prima y su relegado autista protagónico. En esta ocasión, muestra las dificultades por las que atraviesan los adultos mayores de nuestro país, pero sin ser jamás moralino, sin aspavientos, sin morbo y si un discurso aleccionador. Así, vemos a Antonio buscando refugio ante su situación en sus amigos -también de la tercera edad- Raúl, peluquero y poeta frustrado con un libro dedicado al amor de su vida, y Marcos, un idealista que sigue pensando que con marchas y manifestaciones se podrá derrocar a este gobierno. Mientras tanto, Bertha se refugia en la lectura de cartas que se practica de vez en cuando con la esperanza de que en ellas aparezca la situación a los problemas, tanto así, que comienza a aprender a realizar la lectura de cartas ella misma.

El nuevo trabajo de Arellano es sobresaliente a la hora de contrapuntear la situación de los ancianos y los jóvenes los primeros, muy cansados para llevar a cabo sus planes emprendedores y salir adelante; los segundos, con todas las capacidades para hacerlo pero con muy poco compromiso consigo mismos, o con sus convicciones... si es que las tienen. No obstante la carga de comentarios económico, político y sociales que logran reflejar la situación del país, el filme se decanta más por un tono de humor ácido para sobrellevar la historia que por un discurso de denuncia social directa. El resultado general del filme resulta un tanto irregular en su narrativa, ya que a la mitad de la película no sabemos a ciencia cierta lo que pretende ni a dónde se dirige; en otras ocasiones pierde demasiado el tiempo con los personajes amigos de Antonio -especialmente con el peluquero- y acorta el tiempo necesario para desarrollar, por ejemplo, la situación del nieto Paco en su repentina -y obligada- estadía en la casa de sus recién descubiertos abuelos. Y es que si bien el personaje -interpretado estupendamente por Barreiro- va evolucionando de una manera pausada y ésta transición logra ser completamente verosímil al no tratarse de un cambio instantáneo de un momento a otro o de una epifanía, bien se hubiera podido ahondar más en el personaje que, finalmente, viene a ser el hombre joven que cambia la situación, según lo vaticinaron las cartas. El comienzo del Tiempo quizá no sea una película completamente redonda y se pueda catalogar como un filme tibio en su propuesta, pero es innegable que se ha hecho con toda la honestidad del director y directamente desde el corazón de todo el equipo de producción -la pareja protagónica de actores no profesionales dan todo en la pantalla y se nota-, y únicamente por eso, la película vale la pena, más que muchas otras que se ahogan en sus pretensiones.

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artiendo de una premisa -demasiado- elemental, Santiago Mohar Volkow presenta Los Muertos (2014), su segundo largo de ficción tras Dios nunca muere (2012)-, el cual gira en torno a un grupo de jóvenes de la clase acomodada de la Ciudad de México que van de fiesta en fiesta durante un fin de semana hasta que un mortal accidente los enfrenta con la realidad y los despierta de su apatía ante un mundo violento. Al mismo tiempo que el título de Los Muertos hace referencia a las muertes literales que tienen lugar a lo largo de la trama -la de un personaje central y la de unos cuerpos que encuentran encerrados en un auto en un paraje de Tepoztlán-, también se refiere a los personajes protagónicos que se encuentran muertos en vida, hundidos en los excesos del alcohol, las drogas y el sexo, y con una profunda incapacidad de distinguir cabalmente entre las cosas que les pasan a ellos y las situaciones por las que atraviesa el país. Y esta metáfora no sería del todo fallida si no estuviera hecha de

una manera tan burda y obvia, además de ser presentada desde la mirada de un grupo de personajes míseros y deleznables, así como formalmente bajo una narrativa con rigor cinematográfico inexistente. Más que a un ejercicio cinematográfico, Los Muertos está más cerca de un simple capricho adolescente; es una aburrida, presuntuosa y, sobre todo, vacía propuesta que pretende compartir una mirada diferente de la realidad nacional a través de una serie viñetas -mal conectadas y peor actuadas- interpretadas por personajes patéticos y ruines además de clasistas y racistas a un nivel alarmante- que desprecian al país del que quieren huir porque la violencia domina las calles y porque "en cada esquina hay un prieto que te quiere secuestrar". Los Muertos es una cinta fallida en todos los sentidos, un trabajo que termina por ser de una frivolidad espeluznante, cayendo también en todos los lugares comúnes habidos y por haber dentro de las aparentes reflexiones y críticas hacia la sociedad.

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lan Sexenal (2014) es la historia de Juan (Harold Torres) y Mercedes (Edwarda Gurrola), pareja que después de una fiesta para celebrar su mudanza a su nuevo hogar, se ven acechados por un hombre que se mantiene afuera de su hogar mirando directamente hacia su ventana, y cuando piden la ayuda de las autoridades, estas son ineficientes y los vecinos, que viven guiados por la total indiferencia de lo que está aconteciendo, no son de ninguna ayuda para la pareja que se enfrenta a la peor de sus pesadillas, encarnada por ese extraño que pretende irrumpir en su nuevo hogar. Un México violento, con noches que transcurren bajo toque de queda y aparentemente al borde de una inminente situación política pre apocalíptica; marchas, manifestaciones, caos, inseguridad, anarquía; un microcosmos que es reflejo de la situación de descontento social a nivel nacional. Así es el contexto que propone Santiago Cendejas en Plan Sexenal, su ópera prima producida por Gerardo Naranjo (Miss Bala). Se trata de una historia oscura y arriesgada sobre esta pareja -casi anónima porque sólo conocemos sus nombres y nada más- que debe sobrevivir una noche en

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su nuevo hogar al comenzar a ser acosados por ese misterioso personaje cargado de peligrosos secretos y ante la falta de ayuda de las autoridades y la feroz indiferencia vecinal. Sin embargo, la película no logra escapar de los errores comunes de la mayoría de las óperas primas: la falta de consistencia, pues tanto algunas situaciones como las acciones de los personajes -desdibujados en ciertos momentos, aunque bien interpretados-, en ocasiones se sienten forzadas, inverosímiles o pobremente sustentadas. Y es que a pesar de tener un arranque algo pausado y que no da explicaciones de ningún tipo -y eso ya será una virtud o un defecto, dependiendo de la perspectiva subjetiva del espectador-, el desarrollo de la historia se vuelve intenso y por momentos logra la construcción formidable de atmósferas opresivas y angustiantes; Cendejas maneja -por momentos, nuevamente- el suspenso con gran audacia y en algunas secuencias decide inteligentemente no mostrar gráficamente la violencia, nos la niega y nos obliga a completar el brutal rompecabezas en nuestra cabeza, ofreciendo así un eficaz, sutil y elegante horror. Pero no obstante estas virtudes, en su recta final

Plan Sexenal pierde el rumbo, queda a la deriva y naufraga irremediablemente en su pretensión de ser una crítica a la situación actual de México donde nadie ayuda nadie, una metáfora del sistema político y social donde se vive en la completa indiferencia hacia el prójimo y sólo se busca el bienestar personal. Los secretos que carga el misterioso hombre que los acosa son revelados de una manera fragmentada y a cuentagotas, su relación con Juan queda al descubierto pero no del todo clarificada; éste hecho funciona en parte para brindar algunas respuestas pero también genera otras dudas aún mayores y se vuelve más desconcertante. Plan Sexenal no tiene la contundencia necesaria para dar como resultado un thriller redondo al que le faltó darlo todo -o saber cómo darlo-, le faltó seguir con la ambición con la que planteó, y sobre todo, desarrolló la trama, faltó dar ese salto final para lanzarse al vacío, atreverse a todo y, sobre todo, tener una mayor ambición formal, puesto que su carencia de rigor cinematográfico es uno de los puntos más débiles de esta no tan lograda propuesta fílmica y por el contrario, sí muy desencantada.


N

icolás Pereda es uno de los cineastas más prolíficos de México y ya tiene una amplia trayectoria en el Festival Internacional de Cine de Morelia donde, en 2007, ganó con su ópera prima, ¿Dónde están sus historias?, el reconocimiento a Mejor Largometraje Mexicano. Este año, en la décimo segunda edición del festival, el director nacido en la Ciudad de México, presentó su séptimo trabajo de ficción bajo el título Los Ausentes (2014), un relato sobre un septuagenario (Guadalupe Cárdenas) que vive solo en una sureña provincia costera de México y que, al no tener papeles que validen la posesión de su humilde casa -o de la tierra donde está fincada de una manera improvisada-, tiene que presenciar cómo es demolida. Ante la tragedia, el hombre se ve obligado a las montañas boscosas, un lugar donde comienza a perder la cabeza, donde los recuerdos y los ecos de otros tiempos comienzan su viaje de regreso junto con su otro yo (Gabino Rodríguez), uno más joven y combativo. Los Ausentes es una película llena de sutilezas que apela a la participación activa del espectador que debe ser paciente y desenmarañar la historia que se está proponiendo en pantalla, una historia de una realidad existente en México -el desalojo de comunidades rurales a favor

del avance del entorno urbano/turísticopero a la que no estamos acostumbrados a mirar de frente. Una cinta construida con silencios y atmósferas como sus pilares más importantes. Con poquísimos diálogos, Los Ausentes nos cuenta una pequeña historia de grandes dimensiones y mayores alcances sobre la memoria y nuestro entorno, una historia donde el pasado se instala en la rutina diaria del septuagenario a quien los ecos del pasado lo confunden en el día a día. De acuerdo con el guionista del filme, Alejandro Mendoza, Los Ausentes gira en torno al descenso a los infiernos del personaje principal, un recorrido, una búsqueda en la que se quiere encontrar a sí mismo. El argumento sencillo, Pereda lo extiende al máximo a través de su radical propuesta -como toda su filmografía-, con tomas largas donde la cámara flota y avanza cautelosa, o donde en otras ocasiones permanece estática, para regalarnos largos planos que registran la gran belleza natural y cotidiana en esta historia de corduras alteradas ante las muy comunes injusticias de la realidad nacional. Los Ausentes es una historia donde se alternan el pasado y el presente, y donde también ambos convergen finalmente en compañía del alcohol, los cigarros y un viejo revolver.

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A

natolia vuelve a ser el escenario natural donde el director turco Nuri Bilge Ceylan (Tres Monos; 2008) coloca a los personajes en su más reciente filme, Sueño de Invierno (Winter Sleep / Kis uykusu; 2014), producción que le mereció la Palma de Oro en la más reciente edición del Festival Internacional de Cine de Cannes tras casi dos décadas de haber debutado en el festival con su cortometraje Koza (1995). Con Sueño de Invierno, Ceylan nos comparte una serie de personales y crudas reflexiones con fuerte carga existencial a través de esta adaptación de varias historias de Antón Chéjov (realizada junto con su esposa Ebru Ceylan), creando un entramado de relatos que comparten un personaje central, Aydin (Halik Bilginer), un actor teatral retirado de los escenarios (y orgulloso de jamás haber participado en ninguna telenovela) que ahora vive gracias a la regencia de varias propiedades logradas gracias a una herencia familiar y de la administración de un cálido hotel (Hotel Othello) en la estepa de Anatolia junto con su joven mujer Nihal (Melisa Sözen) y su hermana recién divorciada Necla (Demet Akbag). La religión, los celos, la lucha de clases, la culpa, el rencor, la creación artística, la naturaleza de la mujer y su lugar sociocultural, son sólo algunos de los asuntos que tienen pendientes por resolver los personajes de este introspectivo cuento que supera las tres horas de duración (196 minutos), un cuento casi netamente conversacional y de espíritu teatral, pues el filme prácticamente se sostiene a través de los diálogos en pantalla y evita casi por completo las acciones físicas para desarrollar las historias de Aydin y el resto de los personajes; como por ejemplo, la del enfriamiento sentimental en su matrimonio, situación que se ha vuelto casi insostenible para su esposa Nihal que busca un poco de refugio emocional dedicándose a causas de caridad; o la de su conflictiva relación con su hermana con quien se reprochan constantemente sus errores personales a pesar de compartir, sin percatarse, las mismas debilidades; o la del no menos cortés trato con una familia de inquilinos a los que les renta uno de sus inmuebles.

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Ceylan prefiere mantener casi todo el tiempo a los personajes encerrados en salas, cocinas, habitaciones, estudios, coches, etc., limitando con ello sus movimientos como si se tratara de la filmación de un trabajo actoral sobre el escenario de un teatro y confiriendo a los diálogos todo el peso de la obra, obteniendo con ello uno de los mayor logros del filme, pues sostener una propuesta con un metraje tan dilatado a través de los diálogos casi de manera exclusiva, no es una tarea sencilla. Pero la arriesgada labor la realiza no sólo con gran aplomo sino también obteniendo un excelente resultado, en donde no sobra ni falta nada, todo es exacto, preciso, esto a pesar de contar con un arranque pausado y tomarse su tiempo para plasmar detalladamente el contexto y establecer las personalidades y relaciones de los personajes, pues llegado este punto, la trama consigue un ritmo que resulta imposible de parar hasta que final e inevitablemente nos golpea con un pesimista desenlace. En Sueño de Invierno nos vemos ante un gran número de líneas profundas y existenciales sobre los múltiples tópicos colocados ingeniosamente a lo largo de la trama para ser desarrollados con sorprendente soltura y naturalidad por un guión que se nota pulidísimo; los temas, que principalmente se relacionan con la integridad, la ética y lo cuestionable de la moral del ser humano, son insertados en las subtramas de la cinta de tal manera que resultan despojados de todo artificio, remontándonos inmediatamente (y guardando todas las distancias, debo aclarar) a la manera en que Richard Linklater también delegó todo el peso de su trilogía del amor (Antes del Amanecer, Antes del Atardecer y Antes de la Medianoche) al fantástico y naturalista trabajo actoral de sus protagonistas (Ethan Hawke y Julie Delpy) y sus conversaciones fluidas y sin aspavientos de ningún tipo. Nuri Bilge Ceylan nos estrega una lección de cine y un clásico instantáneo del cine europeo, un notable y profundo análisis sobre la oscuridad y contrariedad de la condición humana que se apoya principalmente en un cuidadísimo trabajo de guión y ataviado con la fascinante fotografía de Gökhan Tiryaki. Sueño de Invierno es una inteligente, arrebatadora y vibrante obra maestra que nadie se debe perder. www.facebook.com/celuloidedigital

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a actriz Juliette Binoche se pone nuevamente a las órdenes de su compatriota Olivier Assayas, con quien trabajó en Las Horas del Verano (L'heure d'été; 2008), y en esta ocasión, la mancuerna deja al descubierto el mundo íntimo de una reconocida estrella del firmamento cinematográfico internacional en medio de una fuerte crisis profesional. La historia de Las Nubes de María (Clouds of Sils Maria; 2014) es la historia de la actriz Maria Enders (Binoche), actriz reconocida internacionalmente que se encuentra en el pináculo de su carrera y que es buscada por un famoso joven director que honrará la memoria de un mítico autor teatral recién fallecido, montando nuevamente su obra más famosa, 'Maloja Snake', un trabajo de corte lésbico que Maria protagonizó cuando apenas tenía 20 años en el papel de Sigrid, la joven y manipuladora amante de Helena (coprotagonista de la obra) que la llevó al suicidio. Pero en esta ocasión, el personaje que quiere el joven director que interprete es el de Helena, por lo que la actriz se debate entre aceptar o rechazar un papel que a pesar de ser complejo y representar un reto interpretativo, no tiene nada en común con ella y le parece de lo más patético. Maria, que en un comienzo se encuentra aún más renuente a aceptar el papel cuando se entera que el personaje de Sigrid lo encarnará JoAnn Ellis, una problemática joven del Hollywood más frívolo (interpretada por Chloë Grace Moretz), termina por aceptar la oferta, por lo que para preparar debidamente su 'nuevo' papel decide refugiarse junto con su asistente Valentine (Kristen Stewart) en la casa del recientemente fallecido autor de la obra que está a punto de volver a protagonizar y de quien era una amiga muy cercana. La casa, ubicada en medio de los Alpes suizos, le ofrece un refugio de gran perfección y tranquilidad, es un espacio aislado donde año con año tiene lugar un extraño fenómeno meteorológico conocido como la Serpiente de Maloja (inspiración para el nombre de la obra), donde una extensa formación de nubes arriba a las laderas de las montañas como un rep-

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tante animal que anuncia el inicio del mal tiempo y las tormentas que se avecinan. Este remoto, pacífico e indescriptiblemente hermoso lugar, se convierte rápidamente en un territorio donde las líneas de la realidad y la ficción se van des-dibujando a medida que Maria ensaya su personaje y va encontrando más y más detalles en común con su personaje Helena. Esta nueva propuesta del director de Après mai (2012), encuentra en sus dos actrices centrales su principal basa; en este juego narrativo y dramático, son las magnéticas interpretaciones de Binoche y Stewart lo que ponen aún más en alto el ya de por si complejo discurso del guión escrito por el mismo Assayas sobre la creación artística, la simbiosis arte/artista, el arte como espejo, su efímera naturaleza, y las inseguridades de la protagonista frente a la marejada de jóvenes figuras (con o sin talento, pero jóvenes) del universo cinematográfico y teatral. La película posee también una serie de reflexiones sobre las banalidades del mundo del cine; una de ellas tiene lugar las escenas donde Maria y Valentine van al cine a ver una película protagonizada por Jo-Ann Ellis y luego discuten, con cerveza en mano y otras tantas ya ingeridas, las 'complejísimas' psicologías de los mutantes súperheroicos que tiene como personajes protagónicos la cinta que acaban de visionar. Con Las Nubes de María, Assayas y Binoche elaboran con gran sensibilidad una cinta que permite el acceso total al interior de una verdadera estrella cinematográfica, una Maria al desnudo se nos presenta gracias a la naturalista encarnación de la actriz francesa que no tiene temor alguno de mostrarse con todas las debilidades humanas que posee su personaje y que, en ciertos momentos, podría estar refiriéndose a ella misma en el mundo extrafílmico; es una película deslumbrante y fantástica, filmada elegantemente y bordada con más subtextos de los que se pueden captar en una primera y rápida lectura, por lo que más visionados serán necesarios y muy recomendados para apreciar esta obra en su totalidad.


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ara que ustedes vean y se enteren de que en México también existió Cine de Alta Calidad, y Distinto Amanecer entra en este círculo de las grandes joyas de la llamada 'Época de Oro' del Cine Mexicano. El día de hoy he tenido la fortuna de ver por vez primera esta película que un viejo amigo me recomendó ya hace varios ayeres, y me alegró encontrarme con una gran película. Un líder sindical se disponía a recoger unos documentos comprometedores para el Gobernador -corrupto, ¿novedad?-, el líder es asesinado por órdenes del más alto mando, aquellos documentos guardaban relación con la próxima huelga sindical. Octavio, al enterarse de esto se dirige a la búsqueda de dichos documentos, una vez en su posesión emprende la huida y termina en un cine, sitio donde se encuentra con su antigua compañera de colegio Julieta, es aquí donde surgirán viejos recuerdos y emociones. La industria cinematográfica nacional daba saltos enormes hacia la calidad y madurez que ésta buscaba, pasando del campo a las ciudades como escenarios

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principales de la nueva 'etapa' del cine mexicano. De ahí que cintas como ésta y otras -por ejemplo: Campeón sin Corona, Sensualidad, Salón México, Un Rincón Cerca del Cielo, por mencionar algunas-, sean consideradas como grandes representantes del 'México de Noche', al mostrar el crecimiento de una de las urbes más grandes del mundo. Mientras el mundo miraba hacia Europa y la Guerra, México se dedicó a enaltecer sus 'bellas artes'. Bracho casi estaba iniciando su carrera cuando logra este gran acierto -en el género- (un guión extraordinario), rodeándose de lo mejor que había en aquellos años, por un lado el gran par de actuaciones de la hermosa y enigmática Adrea Palma y del poderoso Sr. Pedro Armendaríz (ambos con diálogos estupendos); el gran papel que juega la música es de resaltarse (Agustín Lara de fondo); Gabriel Figueroa y su gran fotografía. Una película que hace competencia a grandes producciones a nivel mundial, demostrando que el 'Cine de la Época de Oro' tiene los altos estándares que demanda la industria del cine. Imperdible.


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n fantástico halo post-apocalíptico-distópico-desértico al estilo de Mad Max (George Miller; 1979) combinado con el estilo narrativo de las historias de Cormac McArthy y las excelentes interpretaciones de Guy Pearce y Robert Pattinson (sí, el mismo de la saga Twilight) como la improbable pareja protagónica, son las credenciales más importantes con las que se presenta The Rover (2014), basada en una historia escrita por David Michôd y el actor Joel Edgerton, y dirigida por el primero de ellos. Una debacle económica, ocurrida diez años atrás, ha sido el detonante del postapocalíptico futuro en el que se encuentra hundida la sociedad global, aunque en Australia algunas minas siguen operando, atrayendo hacia esas latitudes a los hombres más codiciosos y también a los más peligrosos. Este es el contexto en el que transcurre la sencilla pero poderosa y violenta anécdota del filme. Por las carreteras desérticas de Australia, tres hombres armados huyen velozmente en una camioneta que repentinamente, y como consecuencia de una acalorada disputa al interior del vehículo, pierde el control y se vuelca a las afueras de un bar; el trío se recupera de la mejor manera que puede y terminan robando el coche de Eric (Pearce), un hombre solitario que había parado en el establecimiento para calmar su sed con alcohol; el hombre se hace de la destartalada camioneta que los sujetos no pudieron echar a andar y comienza la persecución a través del desierto australiano. En su implacable búsqueda, el hombre se topa con Ray (Pattinson), un joven con una ligera tara mental que no es otro que el hermano de uno de los sujetos que robaron su automóvil, por lo que decide secuestrarlo y obligarlo a que lo lleve hacia donde se dirige su hermano. Así, lentamente nos vamos acercando al destino junto con los protagonistas, dos hombres destrozados (cada uno a su mane-

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ra) a los que seguimos en sus descubrimientos personales y en la improbable pero estrecha relación que construyen sin proponérselo. Esta odisea en busca de venganza se presenta como una efectiva mezcla de western y ciencia ficción social que engancha desde la estrepitosa secuencia inicial y mantiene la tensión durante todo el metraje, es imposible zafarse de su densa atmósfera creada por la polvorienta y agreste fotografía de Natasha Brier (XXY y La Teta Asustada) y el hipnótico score a cargo de Antony Partos (también responsable de las composiciones para Animal Kingdom, la aclamada cinta anterior de Michôd). Y no es que The Rover sea una película completamente original, pues hay muchas películas post-apocalípticas similares como El Libro de los Secretos (The Book of Eli; 2010) o El Último Camino (The Road; 2009), pero sobresale porque el sencillo y sobresaliente guión ofrece una cruda exploración a la mente del protagonista, y a lo largo de este acercamiento psicológico, se las ingenia para ir sembrando más dudas en la mente del espectador en lugar de ofrecer respuestas fáciles; por el contrario, no es hasta la secuencia final cuando sabemos cuál era la verdadera motivación del protagonista por encontrar a los ladrones de su auto y cuál es la gran importancia de recuperar su vehículo. Si a esta suerte de western con depósitos de existencialismo le añadimos que las excelentes actuaciones de ambos protagonistas son verdaderamente excepcionales (sobre todo de Robert Pattinson quien sorprende con se encarnación del retrasado Rey) y logran una fascinante química y complicidad en pantalla, y además le sumamos el ya demostrado talento y gran capacidad de su director, tenemos entonces que nos encontramos ante un viaje evocativo, una refrescante, auténtica y muy personal propuesta de cine puro y duro.


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a más reciente cinta del maestro David Cronenberg llega a manera de sátira del mundo de Hollywood del Siglo XXI y muestra sin concesiones las viciadas costumbres, la estupidez humana, el patetismo, la superficialidad y las más retorcidas obsesiones de la estela de famosos y de los aspirantes a habitantes de la Meca del Cine, ese psicótico lugar donde un dorado galardón antropomórfico (clara alusión al Oscar) sirve para que un humano pueda destruir el cráneo de su desafortunado congénere o donde te alegras de la muerte del hijo de una colega pues ese trágico suceso te ha dejado el camino libre para que tú te quedes con el proyecto que tenía en puerta. Presentada en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Cannes, el filme dividió opiniones pero obtuvo el merecidísimo Premio a Mejor Actriz para la (casi) siempre excelsa Julianne Moore. Esta brutal crítica por parte del director de Crash: Extraños Placeres (Crash; 1996) hacia el Hollywood moderno se presenta vía el seguimiento cercano de las vidas de seis personajes principales: Stafford Weiss (John Cusack), padre de familia, terapeuta físico y guía espiritual que ha construido un imperio literario de numerosos textos de autoayuda; su abnegada esposa Christina Weiss (Olivia Williams), madre sobreprotectora y manager de su hijo Benjie (Evan Bird), un actor adolescente protagonista de la exitosa serie Mal Niñero (Bad Babysitter) que acaba de salir de rehabilitación por consumo de drogas; Agatha Weiss (Mia Wasikowska), hija despreciada de Stafford y Cristina, es una chica desfigurada por un incendio provocado por ella misma cuando era muy pequeña, por lo que fue internada en un hospital psiquiátrico en Florida del que recientemente fue dada de alta al haber cumplido ya la mayoría de edad y busca entrar en el ambiente fílmico a través de un guión semi-autobiográfico en el que podrían salir a la luz varios secretos de su familia. A los miembros de esta bizarra familia se unen un chofer de limusinas (Robert Pattinson) que alterna su profesión sobre elegantes y brillantes ruedas con la de actor secundario (eufemismo para extra) y la de aspirante a es-

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critor de cine, y Havana Segrand (Julianne Moore en estado de gracia), una actriz en decadencia que vive bajo la sombra de su madre, una actriz reconocida en el Hollywood de antaño; Havana busca revivir su carrera a través de un remake de la película que consagró a su madre y quiere interpretar el mismo papel que la lanzó a la fama durante la década de los 60. Maps to the Stars es una oscura fábula perversamente divertida en la que el Hollywood moderno es puesto bajo la lente del Cronenberg más cáustico que no duda en hablar sin tapujos de la industria cinematográfica estadounidense y señalar sus obsesiones con nombres y apellidos. El canadiense vuelve a dejar de lado sus películas en las que experimenta con el cuerpo humano y con la psique humana, para nuevamente centrarse en la crítica hacia la cultura occidental como ya lo hizo con su filme anterior, Cosmópolis (Cosmopolis; 2012). Aquí presenta un estudio detallado de esas oscuras y retorcidas mentecillas consumistas de las estrellas del cine industrial y la enfermiza obsesión social hacia la cultura de las celebridades en la que no faltan las referencias a figuras como Emma Watson y Ryan Gosling, así como las apariciones de famosos como la de la mismísima Carrie Fisher. El guión, a cargo del estadounidense Bruce Wagner, toma a los personajes y los enfrenta (literalmente) con los fantasmas de su pasado en situaciones que van de lo oscuro a lo cómico y en ocasiones hasta lo absurdo, por lo tanto algunas interpretaciones, como la de John Cusack se sienten excedidas. El presenciar la idiosincrasia de la nobleza hollywoodense es una experiencia que resulta incómoda, pues si es verdad que la realidad supera a la ficción, resulta perturbador imaginar las posibles situaciones e historias que ocurren bajo las deslumbrantes luces de la Meca del Cine. Maps to the Stars es una oscura, violenta y despiadada muestra de lo que se ha convertido la industria del entretenimiento; es tan retorcida, fascinante y perturbadora que jamás veremos una película 'made in Hollywood' o a alguna estrella de su firmamento de la misma manera.


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l binomio Dardenne (Luc y JeanPierre) ofrece un mosaico social a través de su nuevo largometraje, Dos días, una noche (Deux jours, une nuit; 2014), protagonizado por la casi siempre excelsa Marion Cotillard, quien aquí da vida a Sandra, una trabajadora que busca regresar a su trabajo después de estar inactiva debido a un episodio de profunda depresión; sin embargo, debe convencer a la mayoría de sus dieciséis colegas para que renuncien a su prima extraordinaria (mil euros) y que ella pueda ser reinsertada a su antiguo puesto, pues la empresa no puede costear a la vez la prima y el sueldo de Sandra. El filme aborda el fin de semana previo a la votación en la que sus compañeros deberán elegir entre su bono y el regreso de su compañera, y muestra las visitas individuales que Sandra realiza a cada uno de los otros trabajadores para exponerles su situación. Y es precisamente a través de estas visitas que la protagonista hace a sus compañeros durante los días sábado y domingo, así como la noche de este último día, que el filme ofrece un amplio panorama sobre el abanico de circunstancias sociales por las que atraviesa la clase proletaria de un país europeo con la fuerte crisis económica aún sin superar completamente (un tema en el que México parece ya ser experto). Sin llegar en ningún momento a ser inquisitiva o moralina, la cinta explora la crisis ética y moral que se vive en el sector proletario de un país (Bélgica en este particular caso) que ha atravesado, igual que todo el continente, por una debacle

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monetaria, ese sector en el que Sandra (sobre)vive día a día; la película da fe de la decadencia social donde la solidaridad y el apoyo entre los mismos compañeros es, muchas veces, inexistente, y ésto no es más que un síntoma de una sociedad que ha sido golpeada fuertemente por la falta de oportunidades en donde cada uno tiene que ver por sus propias necesidades. Sandra, a través del soberbio trabajo actoral de Cotillard (atención en su mirada, sensible y profundamente expresiva), se mueve entre la angustia y desesperación de poder perder de manera definitiva su empleo (y posiblemente su casa) y la vergüenza al sentir que 'está mendigando por trabajo', como ella misma señala en una de las escenas más emotivas del filme, en la que Cotillard se enfrenta actoralmente a Fabrizio Rongione, actor belga que da vida de manera extraordinaria a Manu, el esposo de Sandra. Dos días, una noche, a pesar de su aparente simplismo, es un poderoso drama social/laboral en el que, con gran naturalidad y verosimilitud, la integridad ética y moral es puesta a prueba, y no únicamente la de los compañeros de Sandra, sino la de ella misma cuando repentinamente se ve obligada a tomar una última decisión final en la historia, por lo que, de manera congruente, sobrepone sus principios antes que su bienestar económico. Es un filme social intimista de gran calibre, poseedor de una exquisita narrativa y un discurso que sacude conciencias sobre la necesidad, la dignidad y la ética en tiempos de crisis. Imprescindible.


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a sociedad actual está para sacar de quicio a cualquiera. Día a día nos encontramos con situaciones que nos llenan de angustia y estrés, situaciones que no están en nuestras manos controlar pero que afectan por completo nuestros vida, la complican. Nuestro empleo, la familia, los problemas con los vecinos, el tráfico, la economía, la corrupción, la inseguridad, etc.; todos esos elementos son como piedritas que van directo al riñón, pero qué se le va a hacer sino tratar de sobrellevarlo, aunque por dentro estés que te mueres de coraje y quisieras mandar todo al carajo, pero en fin... ¿Qué le vamos a hacer? Un grupo de pasajeros en un avión, una mesera que se encuentra con un hombre de su pasado, una simple discusión de carretera que alcanza niveles insólitos, un hombre promedio al cual parece que la gran ciudad tiene algo personal en contra de él, un costoso acuerdo para ocultar un crimen, y una pareja que festeja su muy peculiar boda. Relatos Salvajes (2014) trata de esto, de personaje comunes y corrientes que se dejan llevar por la furia y la sed de venganza, explotando violentamente. Son historias diferentes que cuentan con un común

denominador: la ira. Se trata de una comedia con grandes dosis de violencia y humor negro en dosis iguales; la cinta completa es una galería de los más oscuros y perversos sentimientos del ser humano, que los tenemos ahí ocultos pero hay veces que sólo es necesario una pequeña chispa para que estalle y se salga de nuestras manos. Es así como el director Damián Szifrón vuelve a poner al cine argentino en la mira del mundo, con un gran recibimiento en festivales de todo el mundo y rompiendo records de taquilla en su país. ¿Y es que acaso nadie se ha topado con este tipo de problemas en la vida diaria? Aquí nos damos cuenta que éstos no son exclusivos de nuestro país, sino de toda Latinoamérica, y probablemente, la mayor parte del mundo también pasa por esto, lo que hace a la cinta aún más universal. En Relatos Salvajes, uno no puede evitar el ponerse en los zapatos de los protagonistas, y te hace pensar como actuaríamos en su lugar, ¿haríamos lo mismo? Esa es la clave del tremendo éxito de la cinta, todos somos salvajes por naturaleza, todos somos 'bombita'. www.facebook.com/celuloidedigital

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