CELULOIDE DIGITAL - ESPECIAL GUILLERMO DEL TORO

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usto a la mitad de la década de los 80s, el mexicano Guillermo del Toro (Guadalajara, Jalisco; 9 de octubre de 1964) realizó su primer cortometraje, Doña Lupe (1985), un bizarro thriller policiaco inspirado por la obra literaria de Paco Ignacio Taibo II. Dos años más tarde, con su brevísimo cortometraje Geometría (1987), el director exploró por primera vez en una de sus producciones el género del terror y se sirvió de éste trabajo para demostrar su talento en el área de maquillaje al lado de su amigo Rigo Mora. La incursión de del Toro en el mundo del cine se dio gracias a la creación de su compañía ‘Necropia’, especializada en la creación de maquillaje de efectos especiales que formó con Mora tras haber participado en un curso de esa especialidad impartido, ni más ni menos, que por la leyenda del maquillaje en el séptimo arte Dick Smith (fallecido apenas el 30 de julio pasado en Los Ángeles, California), reconocido por su trabajo en una infinidad de películas entre las que podemos citar El Padrino (partes I y II) de Francis Ford Coppola, Taxi Driver de Martin Scorsese, Scanners de David Cronenberg y El Exorcista de William Friedkin. ‘Necropia’ les permitió en un principio entrar al mundo de la televisión, donde se encargaron de realizar los trabajos de maquillaje para La Hora Marcada, el serial mexicano de culto con historias de terror y suspenso en el que el director de Titanes del Pacífico participó como director de cinco capítulos (entre 1986 y 1989) y trabajó como guionista y responsable de maquillaje de efectos especiales en otros tantos. Pero fue con Cabeza de Vaca (1990) de Nicolás Eche-

varría que surgió la gran oportunidad para entrar al mundo del celuloide, Mora y del Toro se encargaron del maquillaje en esta cinta icónica para la industria fílmica mexicana de la década de los 90s. A sus 28 años y con su primer largometraje como director, La Invención de Cronos (1992), Guillermo del Toro irrumpió en la escena cinematografica nacional, estableciendo precedentes dentro del cine fantástico de nuestro país y reinterpretando elementos del subgénero vampírico a nivel mundial con una propuesta visual llena de simbolismos y referencias al mundo del cristianismo y a la producción fílmica internacional. Su ópera prima obtuvo el Premio del Jurado de la Semana de la Crítica en el marco del Festival de Cine de Cannes y le permitió al mexicano emigrar al extranjero en una especie de exilio autoimpuesto ante una realidad cinematográfica nacional muy poco esperanzadora para continuar con la creación de su obra. Ya en Hollywood, de donde ha salido ocasionalmente para filmar en su idioma y para compartirnos una de sus obras más personales (El Espinazo del Diablo; 2001) y su obra maestra (El Laberinto del Fauno; 2006), el director tuvo que permitirse ciertas concesiones y cumplir con encargos caprichosos de los productores (entiéndase la realización de Mimic; 1997 y Blade II; 2002) para hacerse de renombre como realizador en la meca del cine y ganarse la confianza necesaria para realizar proyectos más personales y anhelados desde años atrás, como la adaptación del cómic Hellboy de Mike Mignola.



Director, productor, guionista y novelista, Guillermo del Toro ha logrado, como muy pocos, conjugar arte con industria; es autor, artesano y artista cinematográfico. Su obra está conformada mayoritariamente por relatos protagonizados por monstruosas criaturas, son bizarros cuentos de hadas con los que ha creado microcosmos personales de lúgubres atmósferas que no son otra cosa que metáforas y parábolas sobre nuestra compleja y contradictoria naturaleza como hombres/bestias, como seres aptos de concebir la mayor de las bellezas, pero a la vez, como entes capaces de perpetrar los más terroríficos y violentos actos en contra de sus semejantes. Creador y cronista de lo fantástico, de las fábulas y los cuentos de hadas en su más clásico estilo (ayudado casi siempre por su recurrente director de fotografía, el también mexicano Guillermo Navarro); amante de los insectos, de los cómics y fanático hard core de los monstruos de los estudios Universal Pictures y de los filmes de la casa productora inglesa Hammer Films, de esas

escalofriantes piezas clásicas de terror que se convirtieron en referente obligado en la creación de su cine, ese que comenzó a fabricar desde temprana edad con su cámara Super 8 y acompañado por los monstruos que habitaban debajo de su cama. Como alumno de un colegio jesuita, asimiló fervientemente conceptos religiosos como el miedo, la culpa y la redención, preceptos todos presentes en su versátil filmografía, sin importar si se trata de fantasmagóricas anécdotas en los tiempos de la Guerra Civil Española o apocalipsis interdimensionales en un futuro cercano. En el cine de Guillermo del Toro comulgan por igual, y sin problema alguno, la creación artística y la manufacturación industrial cinematográfica de la maquinaria hollywoodense, son documentos fílmicos de un realizador que nos ha transportado a lugares inimaginables y que nos ha demostrado una y otra vez que aún podemos creer en la fantasía, que es real, que existe y es casi palpable a través de la pantalla.



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ace 25 años, un tapatío sorprendió con su ópera prima: La Invención de Cronos ¿Su nombre? Guillermo del Toro, uno de los realizadores mexicanos que ahora cuenta con una de las filmografías más personales y sobresalientes a pesar del aún breve número de títulos que la conforman (diez con la reciente y fantástica The Shape of Water). La historia de su primer largometraje (con un guión que él mismo escribió) sigue a un alquimista que, en el México colonial de 1535, ha logrado construir una pequeña maquinaria con el poder de otorgar la vida eterna a cambió de alimentarse de sangre humana; el alquimista es perseguido por la Santa Inquisición pero antes de morir logra ocultar el objeto en una reliquia que, varios siglos después, termina en la tienda de un anticuario (interpretado por Federico Luppi con quien trabajaría nuevamente años más tarde en su tercera producción: El Espinazo del Diablo), quien al descubrir el objeto, activa accidentalmente su mecanismo proveedor de la inmortalidad, viéndose obligado a someterse al ansia que le provoca la sangre humana con la que debe alimentarse si no quiere 'morir' ahora que se ha convertido, sin proponérselo, en un vampiro. Con La Invención de Cronos, del Toro moderniza y reinterpreta el mito vampírico con una producción modesta en la que, si bien aún no se muestra completamente su particular estilo visual (sólo se ven atisbos de ello precisamente por lo limitado del presupuesto para crear un diseño de arte en extremo detallado y de gran calidad) sí evidencia sus toques personales en el terreno argumental, como su aproximación a los terrenos de lo sobrenatural, a la búsqueda de la inmortalidad, al vampirismo (ya incluso escribió, junto con Chuck Hogan, una trilogía vampírica -muy recomendable, por cierto-) y su gusto confeso por los insectos (el mítico artefacto creado por el alquimista es un letal bicho dorado). Con su primera cinta, del Toro deja huella en el cine, y no sólo en el nacional, al erigir una pieza fílmica clave dentro de la cinematografía vampírica postmoderna, un filme de culto que en su innegable originalidad e imaginación lleva la mayor de sus virtudes.



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na vez obtenido un gran reconocimiento con su ópera prima (La Invención de Cronos; 1993), el mexicano dio el salto hacia Hollywood, terreno donde debutó con una historia a la que el cineasta logró revestir con su inconfundible estilo tanto en forma como en fondo, a pesar de las presiones por hacer un producto meramente comercial. La trama de Mimic sigue a una pareja de jóvenes científicos entomólogos, la Dra. Susan Tyler y el Dr. Peter Mann (es decir, Mira Sorvino y Jeremy Northam), que se esfuerzan por combatir una epidemia que se encuentra diezmando a la población infantil de Nueva York ¿La solución? Una nueva raza de cucarachas genéticamente alteradas que pueden exterminar a las cucarachas comunes (principales transmisoras de la desoladora plaga). La plaga es finalmente controlada, pero los nuevos insectos predadores no han cumplido con el ciclo de vida señalado por su modificación genética y, años más tarde, éstos han evolucionado en diversas especies que incluso son capaces de mimetizarse (¡Ah, de ahí el nombre del filme!) con el género humano al cual comienzan a devorar. El filme funciona y cumple a la perfección como vehículo de entretenimiento con un buen guión (sobre todo los dos primeros actos) y a través de una claustrofóbica puesta en escena en la que destaca su cuidado diseño de producción, tanto en las atmósferas que logra crear, como en las detalladas criaturas que llevan impresa la marca 'del Toro' (¡Insectos tenían que ser!); además cabe señalar las agradables, aunque breves, participaciones de Giancarlo Giannini y el entonces jovensísimo Josh Brolin. Mimic es un homenaje al Cine de Serie B sobre monstruos devora hombres, una historia en la que si bien cambia un poco de tono en el último acto (de eficaz cine de horror pasa a ser de acción -manteniendo su eficacia, cabe aclarar-), es un filme que conserva aún así toda la esencia de su realizador; de hecho, si ponen atención, podrán ver muchos elementos que después usó en su Trilogía de la Oscuridad (Nocturna, Oscura y Eterna).



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ras su incursión en Hollywood con Mimic (1997), Guillermo del Toro decide regresar al cine hablado en su idioma y acepta la oferta de Pedro Almodóvar (hecha años atrás con el estreno de Cronos) para financiarle su siguiente proyecto a través de su compañía productora El Deseo. El resultado de esta magnífica colaboración fue una fantástica historia fantasmal contextualizada en medio de la Guerra Civil Española. La trama de El Espinazo del Diablo (2001) tiene lugar en el orfanato Santa Lucía, ubicado en medio de la desolada campiña española a finales de los años 30, lugar en donde la llegada de Carlos (Fernando Tielve), un nuevo alumno que ha sido abandonado por su tutor tras la muerte de sus padres republicanos, propicia las condiciones adecuadas para que un Santi (Junio Valverde) fantasmagórico infante pueda, finalmente, cobrar su venganza en ese microuniverso lúgubre y hostil. Con esta su cuarta película, el mexicano se consagró como un gran cuentacuentos, un narrador con una madurez tal, que por primera vez pudo ostentar con derecho el título de cineasta. En El Espinazo del Diablo, del Toro conjuga con maestría la cruda realidad española durante la guerra civil con los elementos sobrenaturales que salpican una historia llena de desolación y desesperanza en un entorno visual poéticamente melancólico cargado con secuencias terroríficamente hermosas: una bomba cayendo en el patio del orfanato durante un ataque aéreo en una noche de tormenta; una fantasmagórica y acuática figura infantil que deambula por los corredores del orfanato; una violenta muerte acompañada por un hermoso verso poético; una venganza añorada finalmente alcanzada y una de las más hermosas respuestas a la eterna pregunta '¿Qué es un fantasma?'. Y es que más allá de esto, la cinta juega con diversos géneros como el horror, la fantasía y algunos destellos de western, y disecciona a través de la mirada de los niños la pérdida de la inocencia, los horrores de la guerra y la fractura social que acarrean los conflictos civiles, una pequeña gran joya de la cinematografía hispana colmada de un gran elenco entre los que podemos mencionar a Federico Lupi, Marisa Paredes y Eduardo Noriega.



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l segundo acercamiento del mexicano al cine hollywoodense (y también al cine vampírico) se trató de esta cinta 'por encargo', una secuela del personaje comiquero interpretado por Wesley Snipes, una suerte de vampiro cazador de vampiros. Blade II (2002) continúa con las aventuras del protagonista que diera el salto del papel de Marvel Comics al celuloide con Blade (1997) de Stephen Norrington, cuando las películas de superhéroes aún no se hacían de manera tan industrializada en la meca del cine. En esta ocasión, el personaje central debe aliarse con el concejo vampírico para enfrentar a una nueva raza de chupasangres mutados que, a causa de una sed de sangre tan inmensa, se alimentan tanto de humanos como de sus congéneres comunes. Se trata de una cinta bastante inconsistente en cuanto a su guión y no ofrece más que acción espectacular y excelentes efectos especiales; pero aunque es verdad que no podemos considerarla como un logro artístico del director, es innegable también que del Toro supo cómo insertar elementos propios de su estilo, como por ejemplo, la manera de llevar la narrativa (auxiliado por su recurrente cinefotógrafo, el también mexicano Guillermo Navarro), el manejo del terror, la inclusión de actores recurrentes como el español Santiago Segura o Ron Pearlman y la apariencia física de algunos vampiros con rasgos fisiológicos que después retomaría para la creación de las criaturas de su trilogía literaria: Nocturna, Oscura y Eterna, de la cual ya se ha estrenado la primera temporada (de un total de cinco que se tienen planeadas, aunque todo dependerá de su éxito) de la serie The Strain inspirada en esta serie de novelas escritas en conjunto con Chuck Hogan. Blade II es sólo para fans acérrimos del director o seguidores fervientes del héroe afroamericano de las historietas.



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racias a que aceptó hacerse cargo de Blade II (2002), el cineasta tapatío pudo alcanzar su sueño (perseguido por más de cinco años) de trasladar a la pantalla de plata a otro personaje de las viñetas: Hellboy. La adaptación del personaje creado por Mike Mignola sigue a un niño/demonio traído a nuestro universo a través de un portal por parte de un grupo de nazis liderados por el legendario Grigori Rasputín (Karel Roden) al final de la Segunda Guerra Mundial; su plan es estropeado por la intervención de las fuerzas estadounidenses quienes crían y entrenan al pequeño para convertirlo en un miembro de la Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal, un anónimo protector del mundo que combate contra las fuerzas paranormales que habitan en la oscuridad junto con su padre adoptivo, el profesor Trevor "Broom" Bruttenholm (John Hurt), la guapa Liz Sherman (Selma Blair), el agente y hombre pez Abe Sapien (Doug Jones) y el novato John Myers (Rupert Evans). El contar nuevamente con un elevado presupuesto le permitió consolidar su técnica cinematográfica en el cine estadounidense y también le otorgó la posibilidad de desarrollar sus propias criaturas inspirándose indudablemente por el clásico estilo de H.P. Lovecraft (¿recuerdan al monstruo Sammael?). Ayudado por unos personajes con un carisma arrollador (especialmente por el demoniaco protagonista encarnado por Ron Pearlman con una gran capacidad de matizar al personaje), del Toro construyó una pieza de fantasía, romance y acción que entretiene de manera eficaz e inteligente en un mundo donde las producciones basadas en cómics comenzaban acercarse a su gran auge. Hellboy (2004) es el cine de entretenimiento de alta calidad que se conjuga con el cine de autor con detalles muy personales.



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ntre la primera película del carismático demonio creado por Mike Mignola y su secuela pasaron cuatro años debido a los problemas financieros que llevaron a la productora Revolution a la quiebra, aunque no vale la pena ahondar en este momento en ellos; en ese lapso intermedio, el director mexicano regresó a la producción cinematográfica hablada en su lengua materna y retomando uno de sus tópicos favoritos: La Guerra Civil Española, y al igual que lo hiciera con El Espinazo del Diablo (2001), agrega elementos de otros géneros (en este caso la fantasía principalmente, aunque también utiliza ingredientes del cine de terror e incluso el gore) para explotar su discurso sobre la supervivencia en el oscuro episodio de la España franquista. El Laberinto del Fauno (2006) se ubica en 1994 y es la historia de Ofelia (Ivana Baquero), una pre adolescente con ferviente devoción por la lectura fantástica que se ve obligada a mudarse a una casa/cuartel en la campiña española para estar al lado de Carmen (su madre embarazada encarnada por Ariadna Gil) y el Capitán Vidal (su nuevo padrastro interpretado por Sergi López), un militar franquista que busca retomar el control de una zona ocupada por un grupo de resistencia en contra de la dictadura de Francisco Franco. El entorno violento obliga a Ofelia a refugiarse en un mundo de fantasía (si es real o no, eso depende ya del espectador) donde conoce a un Fauno (el maestro de la caracterización Doug Jones) que le revela que ella es la reencarnación de una princesa que escapó de su verdadero hogar hace varios siglos, también se entera que su padre, añorando el regreso de su princesa, abrió portales alrededor del mundo para que pudiera volver, pero el tiempo se agota y sólo uno se mantiene abierto.... aunque no por mucho tiempo. Guillermo del Toro, a través del exquisito nivel cinematográfico alcanzado aquí (un gran logro en cuanto a su calidad artística y narrativa), demuestra que es un cineasta mucho más profundo de lo que muchos se empeñan en señalar. Más allá de su poderoso estilo visual logrado con las fantásticas locaciones y el extraordinario trabajo artesanal para la creación de los sets, El Laberinto del Fauno es una oscura fábula sobre la imaginación y su poder protector ante la violenta realidad de los ideales fascistas, es un viaje onírico entre lumino-sos sueños y perturbadoras pesadillas, una historia local que se transforma (cómo sólo las piezas artísticas permiten hacerlo) en una metáfora universal; el mexicano consigue armar una pieza melancólica desprovista de un final feliz, pero con algunos rastros de esperanza para el renacer del mundo de la fantasía donde habitan hadas y faunos.



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uego de consagrarse internacionalmente con su obra maestra, El Laberinto del Fauno (2006), del Toro regresa a Hollywood para darle continuidad a la historia de nuestro demonio favorito con Hellboy II: El Ejército Dorado (Hellboy II: The Golden Army; 2008), en la que tras la fractura de una tregua milenaria entre los humanos y los primeros hijos de la Tierra, podría desatarse la mayor de las catástrofes que acabarían con nuestra especie. El príncipe Nuada (Luke Goss) es quien ha traicionado a su propia raza y pretende despertar a un legendario ejército de máquinas para que acaben con los humanos y retomar el control de lo que alguna vez perteneció a las fuerzas del mundo subterráneo, pero su hermana gemela, la princesa Nuala (Anna Walton) no comparte su sed de venganza y su carácter compasivo hace que busque la ayuda en el mundo de la superficie, encontrándose con Hellboy y compañía, quienes serán los únicos capaces de impedir que el infierno se desate en la Tierra. Con esta secuela, del Toro encamina sus esfuerzos hacia la exploración más profunda de sus personajes y sus relaciones, retoma los dilemas del protagonista y su lucha interna al no tener un lugar al cual pertenecer y encajar completamente, aunque particularmente hace hincapié en las complicadas relaciones entre Hellboy (Ron Pearlman) y Liz Sherman (Selma Blair) y en el platónico romance entre Abe Sapien (Doug Jones) y la princesa Nuala, en ambos casos, la amorosa melancolía los lleva a protagonizar una de las escenas más divertidas y personales de la película: una peda con cerveza Tecate ante la desilusión amorosa. Todo esto en una cinta que supera y mejora en todos los aspectos a su antecesora, hay más monstruosas y hermosas criaturas, más fantasía bizarra, más acción, más sets monumentales con un exquisito diseño de producción, y por supuesto, mucha más imaginación por parte de su artífice. Hellboy II: El Ejército Dorado fue en su momento la cinta más fastuosa de del Toro, una película que dejó de lado los conflictos sobrenaturales entre los nazis y los norteamericanos, para dar paso a una fábula sombría que logra llegar a un público más amplio y que vuelve a ofrecernos ese entretenimiento de calidad que conjuga los elementos de los blockbusters con los del cine de autor, algo que pocos directores logran manejar a la perfección.



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a demostrado su talento tanto en el cines industrial hollywoodense (la dupla de Hellboy) y en el autoral (Cronos, El Espinazo del Diablo o El Laberinto del Fauno), el mexicano entra de lleno a los terrenos de la ciencia ficción con un homenaje a las cintas niponas sobre descomunales robots (jaegers) enfrentados a mastodónticas criaturas (kaijus). Titanes del Pacífico (Pacific Rim; 2013) comienza con el surgimiento, desde un portal en las profundidades del mar, de enormes bestias interdimensionales que comienzan a arrasar con la población de nuestro planeta, por lo que los gobiernos de los países más poderosos comienzan un contraataque con la creación de gigantescas máquinas de guerra que buscan cancelar el Apocalipsis al que nos han condenado los monstruos. Y así, con esta premisa como telón de fondo, Guillermo del Toro construyó uno de los mejores blockbusters de la temporada veraniega en 2013. Con un prólogo que explica todo el origen de los feroces 'kaiju' y el plan de defensa global a través de los 'jaegers', el cineasta planta las bases de una historia que habla completamente de la condición humana (sí, la monstruosidad no es exclusiva de los 'kaiju' y así lo demuestran los políticos y traficantes de los restos de los 'kaiju' derrotados). Concede el mayor protagonismo no a las máquinas de guerra, sino a sus tripulantes y sus conflictos (tanto internos como externos) y a un par de científicos (de personalidades opuestas pero complementarias) que estudian a los seres interdimensionales, cada quien a su manera claro está, para encontrar sus puntos débiles y encontrar una manera de acabar con ellos de una vez por todas. Y aunque del Toro dio mayor protagonismo a las cuestiones humanas de la historia (como es costumbre en su filmografía), éste no deja del lado las secuencias de acción, porque las hay, hay muchas y de muy buena manufactura. Los mastodónticos enfrentamientos son francamente espectaculares (el 3D ayuda en ocasiones pues es muy bueno no como ocurrió con World War Z) y destacan los extraordinarios diseños de arte, desde los sets, el diseño de los 'jaegers' (cada uno con su identificable estructura física y con su marcado estilo de pelea -ambas características correspondientes al país que representan-), y obviamente, de los 'kaiju' (temibles, tenebrosos, verdaderamente amenazantes y aterradores); en todos ellos se nota la influencia innegable del director. Con Titanes del Pacífico, del Toro entregó una película esperanzadoramente apocalíptica en la que 132 minutos le son suficientes tanto para evidenciar algunas anomalías de la naturaleza humana, como para hablar también de las virtudes de la misma; pero a la vez, entrega un blockbuster en toda regla que emociona y recuerda la esencia de que el cine, como parte de la industria del entretenimiento (porque para eso surgió originalmente), puede muchas veces transportarnos a universos inimaginables, que es un espectáculo que, cuando está bien hecho, vale la pena verlo en cine, y mucho más si tiene también el sello autoral y de calidad de uno de los mejores directores de la industria cinematográfica actual que ha logrado, por lo menos en esta cinta, cancelar el apocalipsis.




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a aspirante a escritora feminista Edith Cushing, protagonista de la nueva película de Guillermo del Toro, La Cumbre Escarlata (Crimson Peak), no está de acuerdo con que su primer manuscrito sea considerado como "una historia de fantasmas" sino como una historia con fantasmas en ella. Esta misma descripción aplica a la más reciente obra fílmica del realizador tapatío, no se trata de una historia de fantasmas y tampoco es una película de terror al uso, sino un homenaje al cine inspirado en la literatura del género de romance gótico, al cual violentamente salpica de sangre y horror, por lo que encontramos elementos de historias de Mary Shelley, Jane Austen, Charlotte Brontë, Emily Brontë, Horace Walpole, Edgar Allan Poe, e incluso del detectivesco Sir Arthur Conan Doyle a los que les añade elementos fantásticos y sobrenaturales propios de sus historias como los fantasmas atormentados o los insectos de los cuales es profundo admirador confeso -en esta ocasión las mariposas y las polillas son las elegidas por el mexicano para hacer una analogía de la angelical protagonista y los antagonistas de la historia-. La trama sigue a la ya citada Edith (Mia Wasikowska), una joven que aún lidia con el profundo trauma infantil que significó la muerte de su madre -así como su visita macabra durante la noche posterior a su fallecimiento- y que ahora se ve atraída por un hombre enigmático llamado Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston) sin casi notar que su gran amigo de la infancia, el ahora doctor Alan McMichael (Charlie Hunnam), siente una profunda devoción hacia ella. El atractivo Sir Thomas es un aristócrata inglés heredero de una ruinosa mansión encumbrada en una montaña de tierras color sangre que busca explotarlas al máximo para devolverle el esplendor a su casona y el honor al nombre de su familia, pero para ello necesita maquinaria especializada que no puede costear solo, por lo que está en busca de apoyo económico de varios socios, entre ellos Carter Cushing (Jim Beaver), el padre de la protagonista. Los planes de obtener ayuda financiera fracasan pero Edith y Thomas contraen nupcias y él la lleva a vivir a su mansión donde también vive Lucille Sharpe (Jessica Chastain), la solterona y perturbada hermana de Sir Thomas. Pronto, nuestra heroína descubrirá que tras las paredes se ocultan muchos secretos, que su esposo no es lo que aparenta y que sus intenciones son mucho más macabras de lo que imaginaba.


Después de que cancelara el Apocalipsis con la megaproducción Titanes del Pacífico (Pacific Rim, 2013), el cineasta mexicano regresa a sus orígenes fílmicos con La Cumbre Escarlata, una eficaz mixtura de géneros en la que dentro de la trama romántica gótica central se hacen presentes los elementos fantásticos y sobrenaturales que invariablemente nos remiten a El Laberinto del Fauno y El Espinazo del Diablo, solo que con una propuesta visual más elegante y sofisticada. Se trata de un trabajo de autor al 100% y su impronta se nota en cada fotograma marcado por sus peculiaridades artísticas como artífice, logrando con astucia construir enrarecidas atmósferas y captar los macabros espectros que acechan a la protagonista. Lamentablemente, pese a ser un universo personal totalmente reconocible en la pantalla y que técnicamente no se le pueda reprochar absolutamente nada, esta vez del Toro flaquea en el guión de su historia, pues es absolutamente predecible, deja un poco que desear en cuanto a su originalidad y no alcanza la trascendencia de sus dos icónicas cintas citadas en los renglones superiores. Y es que si bien es cierto que el director de Cronos siempre ha antepuesto la forma al fondo, nunca había dejado de ofrecer una alta calidad en este último apartado; y no es que estemos comparando su nueva película con la ola de una basura yanqui que comúnmente llena la cartelera del cine comercial, sino que la calidad de la historia está muy lejos de equipararse a la que nos tiene acostumbrados, aquí los personajes no quedan detallados del todo y sus acciones no quedan completamente justificadas a pesar del desempeño solvente del reparto que en ocasiones se limita a replicar diálogos reiterativos. Tenemos también una trama que avanza lento y a la que, como público, ya hemos podido anticiparnos a su desenlace, robándonos de esta manera toda la emoción que sus anteriores propuestas nos habían brindado precisamente por ser hasta cierto punto impredecibles o no saber de qué manera se resolvería el conflicto. La Cumbre Escarlata es uno de los trabajos menos afortunados de Guillermo del Toro, pero pese a sus graves tropiezos argumentales es una cinta que se sitúa sobre la media de las producciones estadounidenses y por su propuesta visual es una digna opción para disfrutarse en cines.



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uego de su pieza gótico-romántica Crimson Peak (2015), el mexicanísimo Guillermo del Toro está de regreso con una nueva historia original, pero sobre todo, llena de autenticidad: La forma del agua, una oscura y melancólica –pero finalmente también muy optimista– propuesta sobre la marginación y el poder del amor en todas sus variantes. La película es protagonizada por la siempre extraordinaria Sally Hawkins, quien da vida a Elisa Esposito, una conserje de limpieza en un laboratorio gubernamental de Estados Unidos durante la Guerra Fría; en ese lugar entabla una relación profundamente afectiva con hombre anfibio (el fantástico Doug Jones en un nuevo personaje del universo de del Toro) al que el gobierno norteamericano ha capturado en Sudamérica –donde era venerado como una deidad– para estudiarlo y descubrir los secretos de su desconocida especie, y aprovechar éstos como ventajas en la implacable carrera espacial contra los soviéticos. Con esta singular premisa, el cineasta jalisciense da un giro al clásico de los Monstruos de Universal, El monstruo de la Laguna Negra (Creature from the black lagoon; 1954), de Jack Arnold, y de paso presenta su carta de amor al cine clásico de Hollywood. Es mediante esta inesperada mezcla que del Toro lanza entre líneas una serie de mensajes sobre la aceptación de la diversidad en todas sus expresiones y en contra del machismo, el racismo, la xenofobia, y todas aquellas formas de discriminación que se han gestado en el seno del fanatismo religioso (representado aquí en el villano magistralmente encarnado por Michael Shannon) y la imbecilidad de la ideología de ultraderecha que imperaba en la época en la que sucede la historia y que lamentablemente sigue vigente hoy en día debido al potente resurgimiento del radicalismo en varias partes del globo (ahí tenemos a Donald Trump y Vladimir Putin como los más claros y desafortunados ejemplos).

Apoyado por la lente del cinefotógrafo Dan Laustsen –con quien hizo mancuerna en la ya mencionada Crimson Peak– y con las sinfonías compuestas por el gran Alexandre Desplat, el director de El Laberinto del Fauno (2006) presenta sus ya conocidos ambientes enrarecidos y configura una nueva reivindicación de los marginados mediante sus personajes discriminados ya sea por su género (Elisa), raza (Zelda), edad (Giles) o especie (el hombre anfibio), lanzando con ello un claro y contundente mensaje de aceptación de la diversidad. Y por si fuera poco este discurso, del Toro también se da el lujo de escribir con luz y movimiento una carta de amor al mundo del celuloide, al cine musical especialmente y a su poder evocador y de ensoñación. Ganadora del León de Oro a la Mejor Película en el pasado Festival de Cine de Venecia, The Shape of Water es la pieza de del Toro más sofisticada y madura hasta la fecha, pues no sólo vuelve a presentar a un personaje femenino como absoluto protagonista, sino que lo delinea psicológicamente con más complejidad. Estamos ante una heroína con delicadeza y sensibilidad aunada a su fortaleza y tenacidad, y por primera vez en su filmografía, el cineasta se arriesga a explorar la sexualidad de su protagonista sin tapujos; de ahí que podamos ver a Elisa masturbándose en su bañera como parte de su rutina hogareña antes de alistarse para ir a trabajar, y por otro lado tenemos el contacto sexual que ésta tiene con el hombre anfibio en una de las secuencias más hermosas jamás filmadas bajo el agua. The Shape of Water es una tierna historia romántico-fantástica encapsulada en un bizarro cuento de hadas para adultos; un nuevo homenaje a los freaks, a los raros, a los inadaptados, a los perdedores y a la clase trabajadora bajo el incomparable estilo del mejor y más talentoso cuentacuentos cinematográficos que nos ha dado nuestro país.



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