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a obsesión de Martin Scorsese (Nueva York; 1942) por el universo cinematográfico, nació durante su infancia cuando se refugiaba en los cines ante la imposibilidad, marcada por su asma, de jugar al aire libre como todos los otros niños. Su educación, con base en el catolicismo, lo marcó de tal manera que su obra se ha visto repercutida por dicha religión. Por eso no es extraño encontrar en sus filmes claras alusiones a la fe, la culpa y la búsqueda de redención, ya sea en la iglesia o en las calles que han sido también exploradas como un entorno hostil en muchas de sus cintas, como las que marcaron su irrupción en los terrenos cinematográficos de las grandes ligas a finales de la década de los sesentas y durante la primera mitad de la década de los setentas; filmes violentos y sin concesiones a la hora de plasmar en las pantallas las contradicciones de la sociedad estadounidense, así como algunos de sus más oscuros pasajes en su historia: ¿Quién toca a mi puerta? (Who's that knocking at my door; 1967), El Tren de Bertha (Boxcar Bertha; 1972) y Calles Peligrosas (Mean Streets; 1973). Y posiblemente sea esa muy particular irónica visión de los Estados Unidos, lo que lo ha llevado a ser menospreciado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas en no pocas ocasiones, al ignorar olímpicamente sus obras (pero sobre todo a él como director) al momento de conceder las nominaciones a los premios Oscar. El caso más evidente de esas omisiones quizá sea el de Taxi Driver (1976), filme que tan sólo fue nominado en 1977 en los rubros de mejor película, mejor actor, mejor actriz de reparto y mejor banda sonora, sin brindarle al director si quiera una nominación en el apartado de dirección, a pesar que ya se había llevado la Palma de Oro en Cannes un año antes. Scorsese siempre se ha caracterizado por ser un cineasta arriesgado que se ha atrevido a explorar distintos géneros, como el musical, en su muy personal visión del clásico New York, New York (1978), y hace poco más de un lustro también se atrevió a explorar el formato de la tercera dimensión con el entrañable relato La Invención de Hugo Cabret (Hugo; 2011), donde utilizó la muy socorrida estereoscopía fílmica para, al igual que otros gran-
des directores como Werner Herzog, Alfonso Cuarón y Ang Lee, potenciar exponencialmente el alcance de la historia y convertirla en una experiencia audiovisual, más que en una simple película -además que representó su carta de amor al Cine con un homenaje al gran Georges Méliès-. En 2013, Scorsese regresó a lo grande con una gran película en la que, nuevamente, se aproximó a su personaje central de una forma tanto o más polémica que los ya revisados Howard Hughes -El Aviador (The Aviator; 2004)-, el Dalai Lama -Kundun (1997)- y el propio Jesucristo -La Última Tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ; 1988); en es ocasión, la figura que colocó bajo su lente fue el corredor de bolsa Jordan Belfort, quien terminó envuelto en crímenes de corrupción en la década de los setentas y que en El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street) fue diseccionado por el cineasta para hablar, entre otras cosas, del enfermizo culto al dinero. Ahora, tres años después, el maestro nos ofrece uno de sus proyectos más personales -Silence (2016)- y el que más injustamente ha sido tratado por el público, pues pese a los buenos comentarios de la prensa especializada, la película protagonizada por Andrew Garfield, Adam Driver y Liam Neeson fue ignorada por el público, logrando reunir en su fin de semana de estreno tan solo poco más de $130, 000 dólares, mientras que al cierre de esta edición especial -10 de febrero-, la cinta sólo había recaudado $6.977.590 luego de ser producida con un presupuesto de $40mdd. Pero además demás del desprecio del público por Silence, también es justo señalar que la Academia sólo la contempló en una nominación -la de Rodrigo Prieto por la extraordinaria labor de cinefotografía-, pese a ser una pieza cinematográfica mayor dentro de la filmografía de Scorsese y muy superior a muchas de las que sí están nominadas en la categoría principal como como Fences, Lion y -sobre todo- la muy mediocre Hidden Figures. Desde esta nuestra humilde trinchera solo podemos invitar al público cinéfilo a no perderse Silence cuando arrive a las pantallas mexicanas este próximo 24 de febrero, estarán presentes ante una lección de cine imprescindible.
La ópera prima de Scorsese, que originalmente llevaba por título I Call First, gira en torno a J.R. (Harvey Keitel en su primer protagónico), un joven italoamericano que, a pesar de estar desempleado, está conforme con la vida que lleva al lado de sus amigos en su barrio de la ciudad de Nueva York: la 'Pequeña Italia'. Pero las cosas cambian cuando conoce a una chica (interpretada por Zina Bethune) de la cual se enamora perdidamente y con la cual decide sentar cabeza, incluso llegando a rechazar la oferta de la chica para tener sexo, pues él piensa que ella es virgen y quiere esperar hasta el matrimonio, aunque pronto se ve obligado a replantear su vida y su relación, pues tiene que lidiar con el hecho de que ella le confiesa que alguna vez fue violada por su antiguo novio. La culpa y la religión, temas muy presentes en muchos de sus filmes, ya se hacían presentes en este romántico drama, haciendo evidente su educación católica que alguna vez lo llevó a querer ser sacerdote. Gracias a Dios que recapacitó.
El segundo largometraje de Scorsese parte de la novela autobiográfica de Bertha Thompson (escrita por Ben L. Reitman), una joven que durante la Gran Depresión y tras la muerte de su padre, se une a Big Bill Shelley, un controvertido líder sindical. La vida de Bertha se convierte en una espiral de permanente huida, pues la pareja se ve envuelta en acusaciones de comunismo por parte de grupos ultraconservadores y son perseguidos por una corrupta compañía ferrocarrilera que busca venganza contra el joven revolucionario. El Tren de Bertha es un drama romántico con toques de acción protagonizada por Barbara Hershey y David Carradine, en el que el director hace una mordaz crítica a ese particular trozo de la historia de los Estados Unidos y a su sistema económico; con una ácida ironía muestra la miseria y desesperación social ante la insostenible situación económica y la insuficiencia de salarios. La religión también hace acto de presencia a través de diversos paralelismos entre las figuras de Bill y Bertha con las de Jesucristo y María Magdalena en algunos pasajes bíblicos como el de la crucifixión.
El tercer largometraje de Scorsese vuelve a utilizar la religión y la búsqueda de la redención, y también vuelve a utilizar el barrio 'La Pequeña Italia' de Nueva York como escenario para su historia. Allí, Charlie Cappa vive entre la aparente estabilidad del 'negocio' de su tío (un mafioso de poca monta, sin dinero ni poder alguno) y el caótico mundo de su amigo Johnny Boy. Otra vez, siguiendo la tradición de sus filmes, los personajes se ven atrapados en una espiral que los arrastra a un mundo del cual no hay escapatoria. En Calles Peligrosas, Harvey Keitel se reencuentra con Scorsese, ahora para dar vida a Charlie Cappa, y Robert De Niro trabaja por primera vez con el neoyorquino, marcando el origen de una larga serie de colaboraciones y el nacimiento del primer personaje de culto creado por la mancuerna Scorsese-De Niro: Jhonny Boy, al cual se le unirían años después Jake LaMotta, Max Cady, y por supuesto, el legendario Travis Bickle.
Alejado del mundo criminal que envolvió sus primeros filmes, Scorsese se traslada a los terrenos enteramente dramáticos para narrar la historia de Alice Hyatt, una mujer que tras quedar viuda (su marido, repartidor, muere en un accidente de tráfico) decide marcharse junto con Tommy (su hijo rebelde y malhablado de tan sólo once años), para dejar atrás su mediocre vida y probar suerte intentando hacer su sueño realidad: cantar. Alicia ya no vive aquí, nominada al premio de la Academia en el rubro de Mejor Guión Original, bien hubiera podido ser un capítulo más de algún drama televisivo, pero gracias a la astucia y talento de Scorsese se transformó en una emocionante e intensa historia sobre los avatares de la vida, aunque justo es mencionar que también se debió a la estupenda actuación de la gran Ellen Burstyn como la protagonista Alice, quien resultó ser el alma de la cinta y que fue reconocida con el Oscar como Mejor Actriz por este trabajo.
La obra maestra de Scorsese es una ácida y mordaz crítica a la sociedad estadounidense y a las secuelas psicológicas de la guerra en los veteranos de Vietnam. La trama sigue a Travis Bickle (con un trabajo encomiable de Robert DeNiro) quien, tras su regreso de la guerra, intenta ganarse la vida como taxista nocturno en medio de la decadencia social de la ciudad de Nueva York, pero las cicatrices de su experiencia bélica en Asia lo han transformado en un ser oscuro obsesionado con la violencia y la pornografía. Taxi Driver se convirtió en toda una película de culto, una obra icónica del Siglo XX que, a pesar de ser ninguneada por el Oscar, se llevó la Palma de Oro en Cannes y lanzó al estrellato a la entonces jovensísima Jodie Foster, quien recibió una nominación a los premios de la Academia como Mejor Actriz de Reparto.
Apenas un año después de su obra maestra, Scorsese dio un giro radical en su carrera y cruzó las fronteras del cine musical con su propia versión del clásico de este género en Estados Unidos: New York, New York, donde nos contaba la -en apariencia- cándida historia de amor entre un ególatra saxofonista y una joven cantante (Robert De Niro y Liza Minelli respectivamente), pero en realidad se trataba de una historia donde los personajes estaban envueltos en un acoso permanente por parte de sus demonios internos y sus costumbres autodestructivas. Aquí se hace evidente que para Scorsese, lo suyo lo suyo no es el cine musical -y tampoco para De Niro- pero el director logra hacer de New York, New York una solvente exploración a la autodestructiva naturaleza humana, a la vez que ofrece una melancólica mirada a esa era musical dorada.
Tres años después de haber debutado en los terrenos musicales con New York, New York, Martin Scorsese y Robert De Niro se reúnen nuevamente para consumar otra de las obras maestras del cineasta y dar vida a otro icónico personaje de De Niro. La película, basada en la autobiografía de Jake LaMotta, gira en torno a un gran boxeador cuya personalidad temperamental y violenta lo han llevado a la cúspide de su carrera arriba del ring, pero han destruido su vida fuera de éste. Apoyado por una sorprendente fotografía en blanco y negro y la soberbia actuación de De Niro, Scorsese retrata sin condescendencias las auto destructivas costumbres humanas, haciendo de esta exploración a nuestra naturaleza, un filme clásico y de culto de manera instantánea.
Un par de años después de asombrar con otra de sus obras maestras, Toro Salvaje, Scorsese y De Niro se vuelven a encontrar para probar suerte en el género cómico a través de esta amarga comedia que narra la historia de Rupert Pupkin (De Niro, por supuesto), un comediante obsesionado con convertirse en el mejor de su rubro, a tal grado, que es capaz de secuestrar, con ayuda de su un poco psicótica amiga Masha (interpretada por Sandra Bernhard), a su ídolo Jerry Langford (el gran Jerry Lewis) una vez que éste le ha negado una oportunidad para aparecer en su talk show. El Rey de la Comedia es otra de las grandes películas del Scorsese valiente y arriesgado que, a través un humor negro que resulta en varias ocasiones hilarante, aborda el tema del culto a las celebridades y el poder manipulador de los medios de comunicación.
Scorsese dio continuidad a su incursión en el género cómico tras El Rey de la Comedia con Después de Hora, donde sigue a Paul Hackett, un solitario empleado de una compañía informática que, tras perder el último metro de la noche tras su jornada laboral, se ve envuelto en una neurótica y nocturna aventura al tratar de encontrarse con una chica en el barrio de SoHo, al que el director transforma en un laberinto kafkiano oscuro y desértico con una fauna urbana tan fascinante como peligrosa. A pesar de que Después de Hora es una cinta fársica, enérgica y con una edición rápida, cuenta con un humor bastante sofisticado y muy bien ejecutado por su protagonista Griffin Dunne (al que posiblemente muchos recordarán más por su participación en Un Hombre Lobo Americano en Londres), quien es acompañado por la muy alocada Rossana Arquette (quien, por cierto, fue nominada al BAFTA como Mejor Actriz de reparto).
La trama sigue a Eddie Felson (Paul Newman), aquel talentoso -pero amoral y autodestructivo- jugador de billar que conocimos en la gran El Audaz (The Hustler; 1961), de Robert Rossen, y que ahora vive retirado encargándose de su negocio de licores; eso hasta que un día conoce a Vincent (jovensísimo Tom Cruise), un también talentoso jugador de billar quien parece no encontrar a un rival de su talla, en el que se ve reflejado y le recuerda sus días de gloria, por lo que decide ofrecerle todos sus conocimientos y 'apadrinarlo' para convertirlo en el mejor. El Color del Dinero, a pesar de ser una de las obras menores del cineasta neoyorquino, es una muy atinada reflexión generacional sostenida por excelentes actuaciones, lo que llevó a Paul Newman a hacerse del Oscar en 1987 como Mejor Actor.
La obra cinematográfica más polémica de Scorsese llegó con la adaptación al cine de la novela homónima de Nikos Kazantzakis, una cinta que sacudió las telarañas en las 'buenas' conciencias alrededor del mundo, tanto así, que fue prohibida (y sigue estándolo) en varios países del globo, incluso en México jamás se estrenó de manera oficial hasta el 2004; sí, 16 años después. La Última Tentación de Cristo es una cinta que muestra las dos caras de Jesús: la divina y la humana; expone a un 'hijo de Dios' (Willem Dafoe) que cree que el camino hacia un 'nuevo mundo' es indudablemente el Amor, pero también se le muestra confundido y atraído por los conceptos de Judas (Harvey Keitel), un revolucionario israelita que cree más en 'el camino violento' para liberar a su pueblo y sacar a Roma de Palestina. Una reflexiva cinta que más allá de ser una aproximación a esa mítica figura bíblica, es una metáfora de la contradicción humana y sus propias 'tentaciones'.
Scorsese se unió a Francis Ford Coppola y Woody Allen para relatarnos tres historias -cada director tomaba el mando de una de ellas- ocurridas en un hotel neoyorquino. Life Lessons, la anécdota dirigida por Scorsese y escrita por Richard Price, gira en torno al artista Lionel Dobie (Nick Nolte), quien se ve inspirado para sus pinturas por los estímulos que recibe al escuchar música de Puccini a todo volumen, pero sobre todo, por la compañía de su joven y salvaje asistente/novia/modelo/musa Paulette (Rossana Arquette). La tensión sexual se apodera de la pantalla en el episodio más provocador del largometraje, explorando las frustraciones sexuales del torturado protagonista.
Inspirándose en la biografía del mafioso Henry Hill, Scorsese inicia la década de los 90 regresando a sus raíces con una historia que conjuga equilibradamente la sangre, la violencia y mucho humor negro con las magníficas actuaciones de Robert DeNiro, Joe Pesci y Ray Liotta. Una obra más de culto del genio neoyorquino que marcó un nuevo estilo (imitadísimo después) para el cine en el subgénero de la mafia, tanto así, que ha sido referencia obligada en otras cintas gansteriles como en la reciente Una familia peligrosa (Malavita; 2013), protagonizada también por DeNiro.
Después de haber cumplido 14 años de sentencia, el psicótico violador Max Cady (otro legendario personaje encarnado por Robert De Niro), es liberado de prisión y comienza a acosar a la familia del abogado Sam Bowden (Nick Nolte), al que considera responsable de su encierro. En este thriller psicológico, remake del filme original de 1962 dirigido por J. Lee Thompson, Scorsese desdibuja las líneas de la moral y la ética bajo las que se rigen los protagonistas, de tal manera que el criminal se convierte en un personaje por demás carismático por el que es fácil sentir empatía sin titubear, y por el contrario, el personaje del abogado resulta desagradable por su comportamiento antiético. Aunque no supera al filme original, la versión de Scorsese tiene un suspenso extraordinariamente manejado y el clímax del filme es uno de los mejores realizados por el genio neoyorquino junto a su entonces actor fetiche.
Se trata de la tercera adaptación cinematográfica de la novela homónima escrita por Edith Wharton (publicada en 1924), y a pesar de que en los 139 minutos de su metraje jamás escuchamos una sola mala palabra, no podemos contradecir al genio neoyorquino cuando la ha descrito como la más violenta de sus cintas. La elegante y pasional historia de un amor prohibido en la alta sociedad neoyorquina del siglo XIX (un joven abogado se enamora de una mujer casada, además de estar comprometido con la prima de ésta) posee una alta dosis de violencia contenida, reprimida, pues era necesaria para mostrar ese retrato fiel de la doble moral de la cínica e hipócrita burguesía. Solventes, para el terreno melodramático, resultan las actuaciones del trío protagónico: Daniel Day-Lewis, Michelle Pfeiffer y Winona Ryder.
En la década de los 70s, el apostador profesional Sam 'Ace' Rothstein (Robert De Niro), es director del importantísimo casino 'Tangiers' en Las Vegas, por lo que debe controlar el funcionamiento del 'negocio' para garantizar que el dinero siga fluyendo y vaya a parar a manos de sus jefes: un grupo de mafiosos, quienes, tras quedar asombrados con el excelente trabajo desempeñado por Sam, envían a su amigo de la infancia Nick Santoro (Joe Pesci) para que proteja a Sam y al redituable negocio, idea que no es del total agrado de Sam. El ascenso, apogeo y decadencia en un espiral de drogas y violencia de este par de mafiosos que Scorsese nos muestra en 178 minutos, está basado en la historia real de los capos Frank Rosenthal (quien dirigió casinos como Hacienda, Fremont y Stardust) y Anthony Spilotro. El glamour que cubría la corrupción quedó al descubierto con esta cinta en la que el cineasta se atrevió a contar sobre la ciudad del pecado, algo que era un secreto a voces, pero que nadie se había dispuesto a plasmar en la pantalla. La cinta se ha convertido en un clásico del cine negro estadounidense, un estupendo thriller por el que Sharon Stone (quien interpreta a la esposa de Sam) recibió un Golden Globe como Mejor Actriz en Drama, así como le fue otorgada una nominación a Mejor Director en los mismos premios.
Scorsese nuevamente da un giro en su carrera, y de manera muy impersonal, realiza ésta cinta que, a la par que retrata la invasión de China al Tíbet, narra la vida del Dalai Lama, alejándose por completo de su condición mítica y subrayando su carácter humano. Kundun sigue al niño tibetano que en 1937 fue elegido por un grupo de monjes para convertirse en el decimocuarto Dalai Lama, representante y líder tanto político como espiritual de su pueblo. La película es cuidadosa y respetuosa con la más alta figura del budismo, y en los apartados técnicos resulta una verdadera maravilla, convirtiéndola en una película visualmente hermosa, pero que resulta un tanto plana en su fondo.
La melancolía y el humor mordaz se conjugan en Vidas al Límite, adaptación de la novela Bringing out the Dead de Joe Conelly en la que resumió lo más espantoso de su vida: el transcurso de tres noches en la ambulancia donde atendía como paramédico. Nicolas Cage encarna convincentemente a Frank Pierce, el paramédico del servicio nocturno de ambulancias en Nueva York que vive bajo el estrés y la soledad de su trabajo, convencido totalmente de que la mejor droga es salvar la vida de las personas. Pero en ocasiones la muerte es inevitable y el compromiso de Frank hacia la vida del prójimo es tan poderoso, que las personas a las que no ha podido alejar de la muerte, es decir, 'sus muertos', comienzan a aparecer frente a él como fantasmas, lo cual lleva al paramédico a obsesionarse con salvar, aunque sea, una sola vida para poder redimirse, y encontrando en Mary Burke (hija de un paciente) un poco de tranquilidad en su atormentada existencia. Scorsese nos ofrece un vertiginoso retrato psicológico y a través de los intensos diálogos nos brinda una sutil mirada al alma del torturado Frank.
Nueva York vuelve a ser el marco de una de sus historias, pero en esta ocasión, el realizador la sitúa en 1863, donde un joven inmigrante irlandés llamado Amsterdam Vallon (en la primera colaboración de DiCaprio con Scorsese) busca vengarse de Bill 'The Butcher' Cutting (Daniel Day-Lewis), el hombre que mató a su padre. Muertos, brutales revueltas, violentas guerras entre pandillas y la búsqueda de venganza guiada por el honor (o sea que no es cualquier venganza) son retratados de manera clásica por el neoyorquino, y con un ritmo eficiente a lo largo de la cinta, vuelve a hacer patente esa fascinación que tiene por sacar a la luz los oscuros episodios de la historia de nuestros vecinos del norte, en esta ocasión, un magnífico retrato político social del Manhattan del Siglo XIX.
Una polémica figura vuelve a ser el objeto de estudio en una obra cinematográfica del neoyorquino. En esta ocasión, la locura creativa, así como la degenerativa mentalidad del polifacético Howard Hughes, son retratadas en las características tres horas de película con las que al cineasta le gusta jugar. Hughes, llegó a Hollywood con el poco dinero que heredó de su padre, pero en la Meca del Cine se convirtió en uno de los productores más destacados, logrando amasar una gran fortuna, llegando a ser uno de los hombres más poderosos y acaudalados en Estados Unidos. La figura del magnate es retratada el más puro estilo del cineasta, logrando escarbar muy profundo en la naturaleza enfermizamente obsesiva con la limpieza que padecía Hughes, pero sin olvidar jamás mostrar esa otra cara del millonario, esa inigualable pasión inventiva en su faceta de aviador y que lo llevó no sólo a alcanzar sus sueños, sino a compartirlos con el mundo. Es necesario también señalar que El Aviador logra por momentos aproximarnos a esa época dorada de Hollywood durante las décadas de los 30s y 40s. Leonardo DiCaprio, en su segunda colaboración con Scorsese, encarnó a Hughes, y se vio acompañado en pantalla por un enorme reparto que incluyó a Cate Blanchett, Kate Beckinsale, Alec Baldwin, Alan Alda, Willem Dafoe, Jude Law, John C. Reilly, Gwen Stefani, Ian Holm, Brent Spiner, Rufus Wainwright, Amy Sloan, Danny Huston, Adam Scott, Matt Ross, Kelli Garner, Frances Conroy, Stanely DeSantis, Edward Herrmann, Kenneth Walsh, J.C. Mackenzie, entre muchos más.
Scorsese regresó (otra vez) a sus raíces y recurrió nuevamente al entorno gansteril para su gran película de la década pasada. En Los Infiltrados, un policía encubierto se infiltra en la mafia irlandesa, mientras que un miembro de ésta organización criminal hace lo propio al infiltrarse en las fuerzas policiacas para descubrir al soplón que se ha unido a la pandilla. Con un elenco envidiable (Leonardo DiCaprio, Matt Damon, Jack Nicholson, Mark Wahlberg, Martin Sheen, Alec Baldwin, Ray Winstone, Vera Farmiga, entre otros.) y su característico tono violento y sórdido, los personajes de la cinta buscan a toda costa ser fieles a sus ideales, pero el mundo no permite ver claramente las líneas que marcan la diferencia entre el bien y el mal, pero lo que el final del filme es completamente desesperanzador, y donde la idea de la justicia se desvanece para siempre ante nuestros ojos. Con Los Infiltrados, la Academia de Hollywood finalmente le otorgó al cineasta el Oscar como director, que tenía merecido desde su trabajo por Taxi Driver pero que, durante décadas, le había sido negado; además la cinta se llevó tres reconocimientos más: Mejor Película, Mejor Guión Adaptado y Mejor Edición, sin duda una de las imprescindibles del genio neoyorquino.
Scorsese comenzó esta década con su cuarta colaboración con DiCaprio en La Isla Siniestra, un oscuro relato enmarcado en los años 50 (basado en la novela Shutter Island de Dennis Lehane) y donde el actor encarna al agente judicial Teddy Daniels, quien junto con su compañero Chuck Aule (Mark Ruffalo), investigan la desaparición de Rachel (Emily Mortimer), una peligrosa asesina recluida en un hospital psiquiátrico ubicado en una remota isla del puerto de Boston, marginada de la civilización y bajo el control del doctor John Cawley (Ben Kingsley). Pero mientras más tiempo pasa Teddy Daniels en el centro psiquiátrico, los secretos que va sacando a la luz, le hacen casi imposible percibir las fronteras entre la verdad y la mentira, entre la realidad y una ilusión perfectamente maquinada por su trastornada psique. Con La Isla Siniestra, Scorsese demuestra una vez más por qué es considerado como uno de los mejores directores vivos; el filme es un hipnótico thriller psicológico altamente eficaz con altas dosis de paranoia y no pocos giros de tuerca; es mucho más que clara su influencia del cine noir clásico y de filmes como El Gabinete del Dr. Caligari. DiCaprio se desenvuelve de manera extraordinaria bajo las aprensivas atmósferas que imperan en la enfermiza y retorcida narración de la cinta.
En algún momento de sus carreras, los grandes cineastas han decidido declarar su amor por el Cine a través del cine mismo. Scorsese lo hizo en 2011 a través de la adaptación del libro infantil 'Hugo Cabret', donde un pequeño huérfano que vive en la estación de trenes de París y vive asombrosas aventuras al lado de pintorescos y entrañables personajes, como el mismísimo director de cine Georges Meliés. Una odisea en la que el cineasta utilizó el formato 3D como una herramienta para hacer más eficiente la narración de la ya muy conmovedora historia.
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a nueva obra cinematográfica de Martin Scorsese nos sumerge en el abismo del sueño americano, ese oscuro y perverso rincón de la tierra de las oportunidades que muy pocos se han atrevido a exponer, como Oliver Stone en su maravillosa El Poder y la Avaricia (Wall Street; 1987) con Michael Douglas. El Lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street; 2013), por su parte, está basada en la autobiografía homónima de Jordan Belfort y nos narra la historia de este cínico y amoral corredor de bolsa que en muy poco tiempo logra crear su propia empresa, Statton-Oakmont, dedicada a la venta de acciones de empresas mediocres o ficticias (pues a veces ni siquiera podrían considerársele como empresas) y destinadas al total fracaso. El relato de El Lobo de Wall Street es audaz y vertiginoso, y hay que agradecerle eso al guionista Terrence Winter (Los Soprano), pues la estructura del enérgico guión no da respiro sobre los excesos del mundo bursátil y la corrupción en la glorificada cultura del dinero en Estados Unidos; son 179 minutos de prostitutas (desde las baratas hasta las más selectas), drogas de todo tipo, salvajes orgías, lanzamiento de enanos como si fueran dardos, mansiones, autos de lujo, costosísimas joyas, viajes en helicóptero y en avión estando completamente narcotizado, y una gran lista de etcéteras, que son sólo algunos de los 'placeres' que se puede brindar Belfort (extraordinariamente interpretado por Di Caprio en ésta su quinta colaboración con Scorsese) o que puede brindarle a su segunda esposa Naomi (Margot Robbie), una exuberante rubia por la que dejó a su primera esposa: Teresa Petrillo (Cristin Milioti).
Y lo mejor de todo lo anterior, es que se nos cuenta sin ningún rastro de moralina ni juicio de valor sobre su protagonista y su decadente estilo de vida; olvídense de dedos inquisidores señalando los 'errores' de Belfort, aquí no encontrarán nada de eso. Al principio de la cinta vemos sus pueriles intentos por adentrarse en ese feroz mundo bursátil y por el cual es devorado, pero lo vemos seguir adelante gracias a ese motor que lo impulsa: su totalmente consciente avaricia, "yo siempre quise ser rico", señala en algún momento su protagonista, el cual comparte cierto paralelismo con los protagonistas de los thrillers gansteriles de Scorsese, sólo que trasladando la acción de las peligrosas calles neoyorquinas, a las oficinas bursátiles. El Lobo de Wall Street es, entonces, una experiencia entretenida, divertida, pero sobre todo honesta, de esas honestidades brutales que inclusive llegan a doler y lastimar el 'orgullo americano' al gritar las verdades de la tierra de los corredores de bolsa, por lo que no nos sorprende que, hasta ahora, no haya obtenido muchas nominaciones a los premios más gordos como los Globos de Oro donde sólo ha obtenido su nominación como Mejor Película Musical o Comedia y Mejor Actor en Musical o Comedia para Leonardo DiCaprio. Bien dicen que "la verdad no peca pero incomoda", y Scorsese incomoda, e incomoda mucho, por lo que no esperemos verla nominada a los premios de la Academia, pues a ésta nunca le ha gustado que les exhiban sus trapitos sucios de la tierra de las oportunidades; sin embargo, prevalece la completa certeza de que el neoyorquino nos ha puesto frente a nuestras pupilas una de las mejores cinco películas de 2013.
SILENCIO Silence | 2016
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a fé, el perdón y la redención son elementos que, en mayor o menor medida, han configurado el linaje fílmico de Scorsese desde su primera obra cinematográfica, ¿Quién toca a mi puerta? (Who's that knocking at my door; 1967), hasta Silence, su más reciente producción, la cual es considerada como la última pieza de su extraoficial «trilogía religiosa», conformada por la película de culto La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988) y Kundun (1997), en las que ha deconstruido respectivamente las figuras de Jesucristo y el Dalai Lama. Silence también representa uno de los filmes más personales del cineasta neoyorquino: se trata de la adaptación de la novela ¿homónima? escrita por Shûsaku Endô, una obra literaria que había querido llevar a la gran pantalla desde que la descubrió hace ya más de tres décadas; sin embargo, por diversas circunstancias el proyecto no había prosperado. Pero Silence es finalmente una realidad y en ella su artífice propone un ejercicio espiritual similar al de sus cintas religiosas ya mencionadas, y para ello nos traslada a la segunda mitad del siglo XVII donde seguimos los pasos de Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), dos misioneros portugueses de la orden jesuita que se adentran en territorio japonés con el fin de encontrar al desaparecido padre Ferreira (Liam Neeson), de quien se rumora ha negado la fe cristiana y ha asumido la cultura y religión de aquel país tras ser capturado y torturado. Al infiltrarse con la ayuda de un guía japonés en busca de redención, los dos jesuitas viven en carne propia la barbárica cacería y tortura de predicadores
cristianos y de nativos que se han convertido a esta religión, ordenada y comandada por un despiadado inquisidor japonés. Scorsese abandona momentáneamente la sordidez gansteril de los títulos más emblemáticos de su filmografía y regresa a su sensibilidad más metafísica. Con una producción ambiciosa, cuidada y razonada hasta el más mínimo detalle –sobresalientes resultan el meticuloso diseño de arte y vestuario, el score de Kim Allen Kluge y Kathryn Kluge, y desde luego la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto–, el director logra una puesta en cámara que recrea el ambiente y captura la atmósfera del cine clásico nipón entretejiéndolo al tiempo con las mejores características del tan menospreciado cine épico religioso. Pero el mayor logro de la cinta no está en la gran producción, sino en el retrato del dilema de fe del misionero protagonista que, en gran parte, logra ser plasmado gracias a la actuación de Andrew Garfield repitiendo como un personaje de profundas convicciones religiosas tras su participación en la renovación de la historia de Jesucristo en clave bélica con Hasta el último Hombre (Hacksaw Ridge; 2016), de Mel Gibson, y que ahora logra hilvanar un personaje mucho más complejo, un predicador en un principio decidido al que poco a poco los tormentos, la culpa y la decepción ante la figura de su Dios lo van resquebrajando hasta el catártico climax de la cinta. Silence es la manera en la que Scorsese filtra hacia el lenguaje cinematográfico todas sus dudas y críticas como católico; esa tremenda lucha espiritual de Rodrigues en donde se contempla genuinamente
su apostasía para detener el sufrimiento de campesinos torturados es una analogía de la propia crisis de fe de Scorsese, de sus perpetuos cuestionamientos hacia la figura de Dios y su silencio ante el sufrimiento de la Humanidad. Scorsese es un cineasta que ya se ha asentado más allá del bien y del mal; es un creador cinematográfico que ya no tiene nada que demostrarle nada a nadie. Y así, sin buscar rendirle cuentas a nadie más que a sí mismo y a sus convicciones religiosas, ha creado con Silence una obra maestra en la que cada secuencia, cada plano, cada encuadre y cada detalle son muestras de la enorme evolución que ha tenido su artífice como un verdadero autor cinematográfico que ha dado siempre un paso más allá tanto en lo temático como en lo formal. Tan hermoso como brutal, este ambicioso y arriesgado drama histórico-religioso de poderosas y evocadoras estampas es un sofisticado juego dialéctico entre religiones y culturas en relación a sus respectivas perspectivas sobre la fe, el hombre y la relación de este con la figura de un ser supremo. Desafiante e incisivo, y con un estilo visual más depurado que nunca, Scorsese no ofrece concesiones al plantear de manera elegante y profunda, pero a la vez dolorosa, reveladoras interrogantes sobre la fe del espectador a través de los debates filosóficosteológicos que buscan derrocar la fe del enemigo. Sin esos montajes inyectados de adrenalina que han caracterizado a su obra, nos ofrece una lección de cine sobre el origen de la fe, su inquebrantabilidad y lo que somos capaces de hacer en su nombre.