Editor: Finbar Flynn Colaboradores: Pedro Arzillier, Imelda Aguilera Taylor, Jorge Luis Álvarez, Ulises Flores Hernández, Alejandra Gil, Joel Chitica, Rafael Mejía, Mike Mejía, Siniestro Sexual, Montag. Diseño Editorial: biCéfalo - Comunicación visual Fotografías: Diversas fuentes de internet y proporcionadas por algunas distribuidoras. Celuloide Digital es una publicación mensual gratuita hecha por amantes del séptimo arte sin ninguna finalidad de lucro bajo el sello de Migala Editorial. El contenido de los artículos es responsabilidad de sus autores. Las personas mencionadas, así como las marcas e imágenes utilizadas en la revista son utilizadas únicamente para fines editoriales, para ilustrar los artículos o noticias de los filmes, de los cuales sus derechos de autor pertenecen a las casas productoras de las cintas aquí mostradas y no se pretende infringir nungún derecho.
Jeanne Dielman (Delphine Seyrig) es una joven y solitaria ama de casa que, tras enviudar, se ocupa rutinariamente de las labores domésticas en su departamento mientras su hijo adolescente Sylvain (Jan Decorte) se encuentra en el colegio, y por las tardes ejerce la prostitución de manera ocasional. Catalogada por The New York Times como "la primera obra maestra de lo femenino en la historia del cine", la cineasta belga desarrolla con esta simple premisa una tesis de casi doscientos minutos de viñetas con aletargados planos fijos de extremo minimalismo pero con una gran carga alegórica que nos permite indagar sobre el estado psicológico de una mujer que, aunque es libre e independiente, se enfrenta a la ansiedad provocada por la soledad, el vacío y el duro proceso de transformación de su hijo en hombre... lo que sea que eso signifique. Se trata de un esencial alegato feminista sobre el papel de la mujer en la sociedad contemporánea que puede englobarse en una sola frase (o confesión) de la protagonista a su hijo cuando éste le pregunta sobre su padre: "No sabía si quería casarme, pero era lo que la gente hacía".
Cléo es una joven y guapa cantante que espera impaciente los resultados de un examen médico; y cuando una adivina percibe en la lectura de cartas que la chica tiene cáncer y podría morir, ella se inquieta aún más. Preocupada por ocupar su mente con cualquier distracción, conoce fortuitamente a un joven soldado que pronto partirá hacia su servicio militar en Argelia, y al único el que puede confesarle su miedo a morir. La obra maestra de la cineasta belga, considerada como una de las pioneras de cine feminista y llamada la 'abuela de la Nouvelle Vague', toma a la protagonista -una fantástica Corinne Marchand- para presentar es una disertación sobre la vida y la muerte desde la perspectiva de un ángel caído, una chica inicialmente frívola y aburguesada que recibe una lección de amor y humildad al verse amenazada por el cáncer y lo efímero de la existencia.
El nazismo y las parafilias sexuales se dan cinta en la célebre y polémica película de la cineasta italiana. El drama erótico-psicológico Portero de noche es una melancólica y oscura pieza de arte fílmico que presenta a un antiguo oficial nazi (encarnado por Dirk Bogarde) que, doce años después de haber culminado la guerra, decide reanudar la relación sadomasoquista que sostenía con Lucia (la siempre estupenda Charlotte Ramoling), una de sus prisioneras a la que gustaba torturar. Un clásico de culto del cine mundial y del subgénero 'nazisploitation' que involucra nazis y crímenes sexuales.
A principios de la década de los noventas, la directora británica Sally Potter puso sobre la mesa el tema de los roles de género en el cine con Orlando, libre adaptación fílmica de la novela de Virginia Woolf en la que la siempre andrógina Tilda Swinton encarna al personaje central que recorre más de cuatro siglos con recurrentes cambios de sexo. Obra imprescindible, no solo del cine trans, sino del cine mundial.
Ganadora del Oscar a la Mejor Película Exteanjera, la cinta dirigida por la cineasta holndesa Marleen Gorris es una fábula social feminista llena de ternura y humor, pero a la vez emocionalmente dura y violenta. Contada a manera de flashback, la nonagenaria protagonista que se encuentra a las puertas de su muerte recuerda en su apacible granja holandesa los mejores sus años de juventud, así como las vidas de su progenie -hijos y nietos-. La cineasta nos presenta un galería de variopintos personajes que desfilan por la pantalla, habitando la granja de Antonia a través de los años, y mediante ellos, compone una oda a la feminidad, la tolerancia y al amor.
Se trata de uno de los más potentes y elegantes dramas de la historia del cine que encontró en su minimalismo erótico y calidad histriónica sus mayores virtudes que le llevaron a resultar ganadora de la Palma de Oro a la Mejor Película –premio que compartió con Adiós a mi concubina, de Chen Kaige– en el Festival Internacional de Cine de Cannes y recibir tres premios Oscar –Mejor Actriz; Mejor Actriz de Reparto y Mejor Guión Original–. Bajo la batuta de la directora australiana Jane Campion, la película nos traslada a mediados del siglo XIX para acompañar a Ada, una mujer viuda que es muda desde que pequeña y que ha concertado un nuevo matrimonio con un próspero granjero en Nueva Zelanda, por lo que debe abandonar su natal Escocia en compañía de su hija y con su pertenencia más preciada: su piano. Sin embargo, su futuro esposo se niega a llevar a casa el enorme instrumento, el cual es abandonado en la playa y luego rescatado por un vecino de la nueva pareja, y con quien Ada establece un inusual pacto: él permitirá que ella toque el piano a cambio que ella se deje tocar por él.
Una cinta animada en la que la realizadora iraní Marjane Satrapi adapta al cine su propia serie de novelas gráficas (editada en cuatro tomos entre los años 2000 y 2003) de carácter autobiográfico en la que retrata la represión que vivió durante su infancia/adolescencia cuando su país se encontraba bajo el régimen de Shah y su posterior paso a la república del Ayatola. La película mantiene la estética sencilla y monocromática del original en papel que brinda mayor dramatismo a la dura represión que se vivió en Irán cuando los Ayatolas llegaron al poder y a la agridulce juventud de Marji durante su estadía en Viena donde continúo con sus estudios entre crisis de identidad y el rechazo y la discriminación por provenir de un "país de barbarie". Persépolis es una de las 30 obras fílmicas esenciales de lo que llevamos del siglo XXI.
Alex es una adolescente de 15 años que guarda el secreto de su condición hermafrodita (biológicamente nació con ambos sexos); poco después de haber nacido, sus padres decidieron mudarse de Buenos Aires y residir en una cabaña a las orillas del mar, alejados de prejuicios y del estúpido miedo/rechazo de la sociedad hacia lo diferente/desconocido. El momento en el que Álex debe decidir con cuál de los dos sexos quiere (¿debe?) continuar por el resto de su vida, ha llegado a la par que un médico cirujano (acompañado de su esposa y su hijo adolescente, Álvaro) al que han recurrido sus padres para ayudarles en el proceso de transición sexual. XXY es uno de los filmes más brutales que he visto, y no hablo de una brutalidad gráfica, pues la maestría y falta de prejuicios con la que la directora Lucía Puenzo pone en escena el relato que ella misma escribió, esquiva todas las posibilidades del morbo en el que pudo haber caído muy fácilmente; la brutalidad a la que me refiero es a la del mismo relato en sí, es una historia sobre la opresión a los seres distintos, diferentes. La protagonista Inés Efrón (a quien hemos visto en El Niño Pez -también de Puenzo- y Medianeras) entrega una interpretación desquiciante, perturbadora; su personaje, así como la historia, no llegan a una conclusión precisa, los sucesos en la anécdota hacen que todo se desmorone y la desesperanza se haga presente hacia el final de la película. XXY es un crudo relato sobre las atrocidades cometidas, bajo los prejuicios de la sociedad, hacia alguien que es completamente normal/natural, aunque sus obtusas mentes aún no terminen por comprenderlo.
La ópera prima de Kimberly Peirce, escrita de manera conjunta con Andy Bienen inspirándose en hechos reales, nos traslada a la profundo de Estados Unidos donde vive Teena Brandon, una chica que siempre ha deseado ser un chico, por lo que un día toma la decisión de transformar su apariencia radicalmente: se corta el pelo, disimula sus pechos con un vendaje ajustado, se viste como "cowboy" e invierte el orden de sus nombres para hacerse pasar como Brandon Teena. Así comienza a cortejar a una chica, pero el secreto no tarda en salir a la luz y las consecuencias en la homofóbica localidad son brutales. Hillary Swank se llevó un merecido Oscar como mejor actriz por este fenomenal filme que, sin caer en lo panfletario, se convirtió en toda una declaración contra la violencia hacia la comunidad trans.
Laure y su familia acaban de mudarse a un nuevo barrio. Ella tiene inquietud en cuanto a su sexualidad, así que aprovecha que nadie la conoce y se hace pasar por un niño, presentándose a los demás como Michael. Es así que, mientras está en casa, sigue siendo Laure, pero en el barrio se convierte en un chico: juega fútbol, se mete en peleas a puño limpio y le gustan las niñas. Michael logra conquistar a una linda niña llamada Lisa. Laure entonces comienza a ser Michael también en su casa, su madre se niega absolutamente pero su padre, parece asimilarlo de manera más rápida, y poco a poco comienza a apoyar a Laure en su cambio de identidad a Michael.
En este peculiar drama, la cineasta Susanne Bier nos presenta a Jacob, un hombre maduro de origen danés que se encarga de sacar adelante un orfanato en la India pese a los graves problemas financieros. Pero la situación económica parece estar próxima a resolverse cuando Jorgens, un hombre de negocios, le ofrece la cantidad suficiente para que el orfanato siga funcionando; pero para poder recibir la generosa donación Jacob debe viajar a Dinamarca en donde Jorgens le invita a la boda de su hija. Pronto Jacob descubre que el encuentro con Jorgens no ha sido casualidad y que ha planeado todo a la perfección con un solo motivo que lo enfrentará con algunos fantasmas del pasado y con revelaciones inesperadas que cambiarán su vida para siempre.
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o es importante cómo lucían las hermanas Lisbon. Lo importante es cómo los adolescentes de la vecindad creían que se veían. Hay un tiempo en la adolescencia de cada niño cuando una chica en particular parece haberse materializado en sus sueños, con retroiluminación del cielo. The Virgin Suicides es narrada por un adulto que habla por "nosotros" - para todos los niños en un barrio suburbano de Michigan hace 25 años, que amaba y codiciaban a las chicas Lisbon. Sabemos por el título y las primeras palabras que las niñas se suicidaron. La mayoría de las críticas se han centrado en las niñas. Echan de menos el otro tema: el anhelo desagradable e inseguro de los chicos. La película es tanto sobre esos chicos, como sobre las chicas Lisbon. Sobre cómo trip Fontaine (Josh Hartnett), el líder de la manada, se convierte en un joven stud que es blindsided por el sexo y la belleza, y deslumbrado por Lux Lisbon (Kirsten Dunst), que de las chicas Lisbon Es la más perfecta. En cada clase hay una pareja que tiene sexo, mientras que los demás solo hablan de ella, y Trip y Lux hacen el amor en la noche del baile. Pero ese no es el punto. El punto es que se despierta a la mañana siguiente, sola, en medio del campo de fútbol. Y el punto es que Trip, como narrador adulto, recuerda no sólo que "ella era el punto muerto del mundo girando entonces" y "la mayoría de la gente nunca sabía ese tipo de amor", sino también, "me gustaba mucho. Allá afuera en el campo de fútbol, era diferente”. Sí lo era. Era el final de la adolescencia y el comienzo de toda una vida de compromi-
sos, desencantos y cosas reales. El primer sexo es ideal sólo en leyenda. En la vida es sobre, los fluidos, los gropings, los fumblings y el dolor a lo que era hace apenas una hora un ideal platónico. Y cuando las niñas Lisbon se suicidan, no culpes a sus padres extraños por sus muertes. Llora por el paso de todo el mundo que sabía y todo el mundo que conociste en el último verano antes del sexo. Llora por el idealismo de la inexperiencia. The Virgin Suicides proporciona razones superficiales por las que las chicas Lisbon podrían haber sido infelices. Su madre (Kathleen Turner) es una histérica tan desconcertada por la sexualidad floreciente de sus hijas que añade tela a sus vestidos de baile hasta que aparecen en "cuatro sacos idénticos". Su padre (James Woods) es el profesor de matemáticas de la escuela secundaria bien intencionado pero in voluntad, que termina charlando sobre la fotosíntesis con sus plantas. Estos padres nos parecen espantosos. Todos los padres se ven horribles a los niños, y todos sus intentos de disciplina parecen irrazonables. Los años de adolescencia de las niñas Lisbon no son mejores ni peores que la mayoría de los años de adolescencia. Esta no es la historia de las hijas conducidas a sus muertes. The Virgin Suicides es la primera película de Sofia Coppola, basada en la tan discutida novela de Jeffrey Eugenides. Ella tiene el valor de jugar en una clave menor. No martillea las ideas y las interpretaciones caseras. Está contenta con el aire de misterio y la pérdida que cuelga en el aire como poesía amarga. Tolstoy dijo que todas
las familias felices son iguales. Sí, pero debería haber añadido, apenas hay familias felices. Vivir en un grupo familiar con paredes a su alrededor no es natural para una especie que evolucionó en tribus y pueblos. Lo que se resolvería en el dar y recibir de una comunidad se hace grotesco cuando se le permite crecer en el invernadero de una casa unifamiliar. Sus hijas se ven a sí mismas como cautivas de estos padres, quienes histéricamente proyectan su propio fracaso sobre los niños. La adoración que las muchachas reciben de los chicos del vecindario los confunde: si son perfectas, ¿por qué son vistos como tales criaturas defectuosas y peligrosas? Y entonces la realidad del sexo, demasiado joven, despoja al inocente idealismo y revela su motor secreto, animal y brutal, lujurioso y despreciable. En cierto modo, las chicas Lisbon y los muchachos del barrio nunca existieron, excepto en sus propias imaginaciones adolescentes. Eran criaturas imaginarias, esperando que el sueño terminara con la muerte o la adultez. "Cecilia fue la primera en irse", nos cuenta el narrador desde el principio. La vemos hablando con un psiquiatra después de que ella intenta cortar sus muñecas. "Ni siquiera tienes edad suficiente para saber lo difícil que es la vida", le dice. "Obviamente, doctor", dice, "nunca has sido una niña de 13 años". No, pero su profesión y cada vida adulta es hasta cierto punto una búsqueda de la felicidad que ni siquiera sabe que tiene.
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l quinto largometraje de Mia Hansen-Løve llega a las salas mexicanas tras haber ganado el Oso de Plata a la Mejor Dirección en la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Berlín. En El Porvenir, la ex actriz firma el guión en el que desarrolla una elegante tesis sobre las secuelas del tiempo en la vida de una mujer madura que creía tener la existencia resuelta por el resto de sus días; pero el arribo de los inevitables estragos del tiempo a su vida convierte su zona de confort en un entorno inhóspito que la obliga a replantearse sus decisiones, responsabilidades e identidad. La protagonista de El Porvenir, Nathalie Chazeaux (interpretada por la siempre extraordinaria Isabelle Huppert), es una profesora de filosofía casada y con dos hijos, que se desenvuelve sin contratiempos mayores a los que se enfrenta cualquier otra profesionista de su edad. Sin embargo, el futuro llega intempestivamente y se instala en su vida a través de una secuencia de tragedias –pérdidas familiares, traiciones sentimentales y declives laborales– que van demoliendo uno a uno los pilares que sostenían su vida. Si ya con su película anterior, Eden (2014), la directora había entregado un trabajo notable en el que, por cierto, tomaba como excusa la carrera como DJ de su hermano Sven para abordar el tema del paso del tiempo, la nostalgia por lo perdido y la idea de la vida que nunca tendremos, ahora con El Porvenir va mucho más allá y dedica su radiografía emocional a la antesala de la tercera edad a través de algunas de las experiencias de vida de su madre. Se trata de una pieza cinematográfica soberbia en todos los aspectos; un antes y después en la filmografía de una de las directoras más interesantes no sólo del cine francés, sino de toda Europa;
un trabajo de gran honestidad y madurez en el que permite a la cámara de Denis Lenoir abandonar a un lado toda clase de artificios narrativos y pretensiones formales para centrarse en llevar un registro con la mayor naturalidad posible de la vida de Nathalie, quien representa la encarnación de la máxima existencialista: «la existencia precede a la esencia». El Porvenir es un ejercicio nostálgico que voltea la mirada desencantada hacia el pasado para poder hacer un recuento de lo que se perdió y lo que fuimos, tan sólo para después regresar la vista al frente y obligarnos a sobreponernos ante la premonitoria visión de lo que nunca seremos. Sin embargo, Nathalie, pese a lo perdido, a lo que ya no es y jamás será, no guarda resentimiento alguno o se deja guiar por una actitud autoindulgente; sí, claramente se ve afectada emocionalmente, pero en medio de esta crisis, el reencuentro con Fabien (Roman Kolinka), un antiguo ex alumno con el que desarrolló una fuerte complicidad intelectual durante su etapa mentor-aprendíz, le permite darse cuenta de que ahora es poseedora de una libertad que jamás había tenido. En el resto la vida de Nathalie no hay ataduras ni compromisos de ningún tipo, por el contrario, ahora existe un infinito horizonte de oportunidades para comenzar de nuevo, de seguir adelante con mayor fortaleza, y tal vez, mucho mejor que nunca. Y es que las pérdidas, lejos de ser un desolador punto final, son un melancólico punto y aparte, tal como lo deja ver HansenLøve en el epílogo con el que cierra los cien minutos de concienzudo análisis del ser humano frente al paso del tiempo y el desconcierto que provoca el desconocimiento de lo que nos espera durante el tiempo que nos resta.
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l título de la primera pieza documental de María José Cuevas hace referencia a la película homónima de 1975 que, bajo la dirección de Miguel M. Delgado y con Sasha Montenegro y Jorge Rivero como protagonistas, adaptó cinematográficamente la puesta teatral Las Ficheras (1971), de Víctor Manuel «El Güero» Castro, pero que tuvo que cambiar su nombre debido a la censura de la época. Sin embargo, Bellas de Noche, el documental de la hija menor del pintor mexicano José Luis Cuevas, es un homenaje a cinco mujeres que, como vedettes durante las décadas de los '70 y '80, fueron símbolos sexuales emblemáticos de la vida nocturna en distintos cabarets de la Ciudad de México y de la producción cinematográfica nacional del llamado «cine de ficheras» –inaugurado precisamente con el filme setentero de M. Delgado que se mantuvo por veintiséis semanas en la cartelera. Wanda Seux, Lyn May, Olga Breeskin, Rossy Mendoza y Princesa Yamal son las integrantes del quinteto femenino que, sin pudor alguno –faltaba más–, brevemente testifican ante la cámara sus logros alcanzados cuatro décadas atrás, pero sobre todo, dan fe de la fama como un cruel espejismo, de los inexorables estragos del paso del tiempo y del olvido del público que éste trajo consigo. Con una labor de filmación que se extendió durante siete años y reuniendo casi doscientas horas de material –además de la relación casi familiar que logró construir con sus protagonistas–, María José Cuevas logra en tan sólo noventa y tres minutos presentar un sensible retrato de cinco mujeres que, tras haber estado en los cuernos de la Luna con los personajes que crearon para enfrentarse a la titánica labor que representaba su trabajo frente a las cámaras o sobre los escenarios al estar expuestas al más difícil de los públicos, ahora viven olvidadas por una sociedad que, practicando el culto a la juventud y la belleza, jamás les ha perdonado el pecado de envejecer.
Bellas de Noche le da voz a cinco vedettes multifacéticas que, aunque ahora son ignoradas por la industria del entretenimiento, en su momento representaron un grito en contra de la represión moralina que satanizó la belleza como parte de un espectáculo, que se pronunció en contra de ejercer con libertad su sexualidad y también en contra del uso de su cuerpo como instrumento de trabajo –para los que creen que Gloria Trevi fue transgresora, échenle un ojo al video de Wanda Seux en un programa de televisión y presten atención a su interacción con el público masculino–, y que ahora finalmente nos dejan espiar su aspecto menos conocido, el de las mujeres detrás de los reflectores. Las historias personales de este explosivo quinteto –entre las que podemos encontrar matrimonios fallidos, fallecimientos de parejas, injustos encarcelamientos, diagnósticos de violentas enfermedades, adicciones a las drogas, radicales transformaciones religiosas y un larguísimo etcétera– se muestran sin amarillismo ni juicios mo-rales condenatorios, pero sí con una gran carga melancólica aunque también desde una perspectiva de vida en plenitud; y de esta manera va adquiriendo forma un potente discurso de dignidad, felicidad, fortaleza y reinvención femenina. Se trata de una carta de amor escrita con un elegante lenguaje cinematográfico –la fotografía de la misma directora junto con la de Mark Powell y la curaduría musical en la que no podía faltar La Sonora Santanera– que reivindica no sólo a estas mujeres que sobre los escenarios o frente a las cámaras ofrecieron su lozana belleza al México de finales del siglo pasado, sino también a todas aquellas mujeres que, por su edad y apariencia actual, sobreviven el día a día en una cruel sociedad que las castiga con la indiferencia, el rechazo e inclusive el desprecio que provoca el permanente culto a la juventud y la belleza de las nuevas generaciones.
Escrita y dirigida por la cineasta argentina Lucrecia Martel, la sugerente y audaz La mujer sin cabeza es protagonizada por Verónica (María Onetto), una mujer accidentalmente arrolla algo en la carretera y que luego de unos días finalmente le confiesa a su marido lo ocurrido, temiendo haber matado a alguien; juntos, entonces, deciden recorrer la ruta en busca del cadáver, pero sólo encuentran el de un perro y las amistades que tienen allegadas a la policía les revelan que no han recibido información de accidente alguno. Lentamente todo vuelve a la normalidad y parece que el episodio será superado... hasta que un hallazgo macabro trae de vuelta la insoportable incertidumbre.
Con una impresionante sensibilidad, la cineasta española Isabel Coixet adapta de manera hermosa y conmovedora para la pantalla grande el relato corto Pretending the bed is a raft (Pretendiendo que la cama es una balsa) y con el apoyo de un gran reparto -en el que encontramos a Sarah Polley, Scott Speedman, Mark Ruffalo, Amanda Plummer, Leonor Watling, Deborah Harry, Maria de Medeiros y Alfred Molina- nos cuenta cómo la gris existencia de Anne -con 23 años es madre de dos hijas, un esposo que trabaja en la construcción, una madre que odia a todo el mundo, un padre en prisión y un trabajo nocturno como intendente en una universidad a la que nunca podrá asistir- se ve trastocada luego de serle diagnosticado un cáncer terminal; un desolador e inesperado acontecimiento que, paradójicamente, le inyecta un impredecible placer de vivir y una necesidad de preparar todo de manera metódica antes de su muerte, llevándola incluso a realizar una lista con las "10 cosas que hacer antes de morir". Un drama poético imprescindible.
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on la extraordinaria Arcelia Ramírez y las jovensísimas Nancy Gutiérrez –elegida en un casting posterior a un taller de actuación en el Barrio de Santo Domingo de la Ciudad de México– y Ximena Ayala como protagonistas, la directora Maryse Sistach materializó en pantalla el guión que su esposo, José Buil, escribió inspirado por un caso criminal publicado en una nota roja publicada en 1985 sobre dos menores que robaban un perfume. Perfume de violetas gira en torno a Miriam y Yessica, dos adolescentes que comienzan una forjar una profunda amistad para combatir la soledad en la que se encuentran en sus respectivos y diametralmente opuestos ambientes familiares: mientras Miriam vive sobreprotegida por su madre soltera que debe trabajar todo el día en una zapatería para poder mantenerse, Yessica debe enfrentar la perpetua hostilidad en un hogar con una madre despreocupada, un padrastro que la odia, y un hermanastro que la vende al mejor postor. Una violación desata la tragedia entre las amigas. En este su quinto largometraje y primera parte de su trilogía sobre la violencia de género –conformada por Perfume de violetas (nadie te oye), 2000; Manos libres (nadie te habla), 2004 y La niña en la piedra (nadie te ve), 2006– la cineasta Maryse Sistach se apoya no sólo en el excelente guión de Buil y su detallado trabajo en la creación psicológica de los personajes adolescentes, sino también en la frescura con la que ambas chicas aportan una riqueza expresiva como pocas veces se veía en el cine patrio de principios de siglo; de esta manera va to-mando forma una cruenta fábula de la violencia cotidiana en el corazón del país que intenta ocultarse bajo la esencia de un perfume.
La siempre sensacional Isabelle Huppert es acompaĂąada por Miou-Miou para protagonizar esta pelĂcula nominada al Oscar como Mejor PelĂcula Extranjera. Se trata de un filme profundamente feminista que tiene lugar luego de la Segunda Guerra Mundial en el que un par de mujeres casadas entablan una rara amistad y juntas buscan en coraje para desafiar las normas morales de la conservadora sociedad de su tiempo y con ello escapar de sus vidas desconcertantes mientras se enfrentan a la violencia y los celos del esposo de una de ellas.
Cuando un ambicioso y celoso diseñador de envases llamado Julius Armbrust decide espiar a su mujer, éste descubre que ella mantiene un tórrido romance con otro hombre: Stefan, un artista sin empleo, dinero o ambición. Pero cuando Julius planea transformar a Stefan en un tipo más parecido a él para que su mujer ya no lo encuentre atractivo, el paso del tiempo juntos entre el esposo y el amante va propiciando la gestación de una inesperada relación que deviene en profunda amistad. Hombres, hombres es una interesante propuesta que muestra desde la mirada femenina las relaciones de amistad entre hombres; la película que sobresale por su humor inteligente, convirtió a sus actores protagonistas poco conocidos -Heiner Lauterbach y Uwe Ochsenknecht- en grandes estrellas del cine alemán.
Este potente drama escrito y dirigido por Margarethe von Trotta transcurre en la República Federal Alemana durante el determinante año de 1968, cuando las hermanas Marianna y Julianne, hijas de un sacerdote, han dedicado su vida a procurar un cambio social en el que se reivindique la legalidad del aborto; no obstante, para conseguir esos objetivos, ambas se enfrentan entre sí al tomar caminos muy distintos: una, mediante la denuncia periodística; y la otra, mediante el terrorismo. Ganadora del León de Oro a la Mejor Película y del premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Venecia, Las hermanas alemanas ehca mano de una magistral puesta en escena y portentosas actuaciones para recrear una atmósfera dolorosa con la que propone una tesis de estudio de los ideales revolucionarios en medio del dolor y la culpa.
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esde un punto de vista lógico, llegar a la vejez significaría gozar de plenitud en la mayoría de los aspectos de la vida, pero el retrato de la vejez de una actriz retirada, alcohólica y con perdida de la memoria, muestra una realidad distinta del adulto mayor. No la única, pero si una ocasional. No quiero dormir sola, de Natalia Beristain, premiada como Mejor Largometraje Mexicano en el Festival Internacional de Cine de Morelia, cuenta la historia de dos mujeres, una abuela y su nieta unidas por la soledad que se ha instalado en su vida. Una mañana, Amanda, mujer de unos 30 años de edad que vive sola en la casa de su padre, recibe una llamada en la que le informan que su abuela está sola y desde hace días los vecinos no la ven salir de su hogar. Dolores, la abuela, cercana a los 80 años, es descubierta por la nieta en estado de ebriedad; por el aspecto de la casa: desordenada, sucia y obscura, se puede notar que lleva días encerrada en su recamara, bebiendo y escuchando música. Lola, como la nieta le dice a la abuela, consume cantidades de alcohol para poder conciliar el sueño, acto que denigra su aspecto, su salud, su vida. Amanda, desempleada y sin dinero, traslada a su abuela, con el dinero de su padre cineasta, a un asilo de actores en el que recibe los cuidados que su hijo y nieta no pueden brindarle. Ahí comienza a vivir a través de sus glorias pasadas como actriz.
Si antes conciliaba el sueño con el alcohol, ahora lo hace con pastillas; la compañía ocasional de su nieta, que al igual que ella no logra conciliar el sueño, le hacen menos difícil el abandono porque disfruta lo poco que tiene de una persona para sobrevivir con ello los largos tiempos de ausencia. Tanto abuela y nieta se descubren y unen sus soledades para hacerse compañía, situación que las lleva a alcanzar cierta paz cuando están juntas, como la del sueño. La cinta es un retrato de muchos adultos mayores y de actores también, dejados al olvido por sus familias, por los hijos principalmente, haciéndose cómplices de la soledad y el silencio, esperando que llegue el final, porque como suele suceder, esa soledad difícilmente es reemplazada por el afecto y amor de los familiares. Natalia Beristain, que hace un homenaje a su finada abuela, la actriz Dolores Beristain, logra cautivar con la realización de un guión redondo, en el que concluye de manera inesperada y controversial. Las ejemplares actuaciones de Adriana Roel (Dolores) y Mariana Gajá (Amanda) hacen que la historia cobre fuerza y dinamismo con el ritmo de momentos lento pero eficaz del filme.
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on un guión y dirección de Claudia Sainte-Luce, la producción de Geminiano Pineda, la producción ejecutiva de Ruby Castillo, Christian Kregel y Geminiano Pineda y las actuaciones de Ximena Ayala, (Claudia) Lisa Owen (Martha), Sonia Franco (Alejandra), Wendy Guillén (Wendy), Andrea Baeza y Alejandro Ramírez Muñóz, llega una historia con un nutrido paquete de emociones. Tiene una trama difícil de plasmar en pantalla por la emotividad, pero sin caer en lo cursi o exagerado, por el contrario, manejado muy ágilmente, donde de la risa puedes pasar al llanto en cuestión de minutos. Claudia es solitaria y trabaja en un supermercado, un día va a dar al hospital por una apendicitis, ahí conoce a su vecina de cama, Martha, quien tiene una familia muy peculiar compuesta por cuatro hijos, de los cuales, todos acuden a visitarla todos los días. Son tres hijas y un niño con roles muy marcados: Alejandra, la mayor, encargada de administrar y mantener el orden en la familia; Wendy, un poco desubicada y profundamente honesta y los pequeños Mariana y Armando en su etapa de adolescentes. Todos con personalidades muy diversas pero con mucho amor entre ellos. Claudia interactúa con la familia de manera cordial, pensando en situaciones pasajeras, pero a partir de este encuentro, su vida cambiará, ya que a la familia la integran de manera veloz, con-
trario a la quietud y soledad que Claudia vivía sus días antes de conocerlos. Inicia entonces una gran complicidad entre Claudia y Martha, esta última es amorosa, cálida y divertida, sabe que su enfermedad es terminal y en poco tiempo dejará solos a sus hijos; ella trata de disfrutar al máximo el tiempo restante e intenta que su familia también lo haga para que así su partida sea más ligera. Claudia por su parte trata de que en los momentos de conflicto familiar se aminore el problema, es su forma de contribuir a la nueva vida, que le permite estar en el seno de una familia con los líos habituales de todos miembros, cosa que Claudia no había vivido antes. Wendy es parte importante de la historia, ya que ella interpreta su propio papel, cosa muy complicada, por el choque real de vivir de nuevo situaciones tan dolorosas como la pérdida. Pero ella logra una frescura y un realismo con su manera desenfadada de ver al mundo, aligera la carga dramática de la cinta. La directora sentía que todos los integrantes de la familia eran únicos en su especie, como justo dice un recorte que parece en una pecera: Los insólitos peces gato, por eso el título del filme. Una historia de pérdida, de amor y de conexión, donde la pérdida es irremediable, el amor infinito y la conexión es darle luz y vida a un alma que transitaba sin rumbo ni dirección; una excelente película, con un guión dinámico, y buenas actuaciones. ¡Es Divertidamente Conmovedora!
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Todas las mujeres tienen eso que llaman 'instinto maternal'? Tal vez Necesitamos hablar de Kevin no ofrezca una resolución concreta a este cuestionamiento, de hecho, lo más probable es que nos deje con la duda o con más dudas sobre la 'maternidad' porque, para empezar, la cinta no busca ofrecer respuestas, todo lo contrario, busca debatir sobre esa parte de la condición humana femenina. Basándose en el libro homónimo de Lionel Shriver, la directora Lynne Ramsay (quien ya ha abordado exitosamente a las familias disfuncionales en su filme Ratcatcher) nos presenta la historia de Eva, una mujer independiente, madura y de un más que buen nivel socioeconómico, que deja de lado las cosas en las que ella creía para darle paso a la maternidad sin estar plenamente convencida de que sus ganas por traer un hijo al mundo son genuinas. El filme va del presente al pasado sin advertirnos, engarzando los momentos que (dicen) deberían ser los más felices para una mujer, hasta los momentos más terroríficos por los que una progenitora podría atravesar; es un retrato familiar punzante que puede resultar doloroso, especialmente para quienes tienen una forma idílica de ver la maternidad. Y es que ver en pantalla grande el hecho de que una madre no tiene ninguna conexión con su hijo adolescente Kevin (que desde su nacimiento ha sido un ser sumamente problemático y ha llegado a convertirse en un sociópata) puede ser intensamente incómodo. La ya de por si densa trama de Necesitamos hablar de Kevin se ve reforzada aún más con las actuaciones de Tilda Swinton como Eva, Ezra Miller como Kevin y John C. Reilly como el esposo de Eva y padre de Kevin, al que siempre ha visto como el hijo perfecto hasta que éste hace algo imperdonable. Un filme que seguramente hará pensar más de una vez a las mujeres sobre si sus deseos de ser madres son genuinos o meramente consecuencia de la presión social.
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l año pasado pudimos ver en la cartelera mexicana El Juicio de Vivian Amsalem (Gett, 2014), un gran drama judicial que los directores hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz utilizaron como documento de denuncia social a través de la historia de una mujer a la que le es negado su derecho al divorcio y que lucha por su libertad en una cultura falocéntrica con graves vacíos legales que perpetúan la inferiorización del sexo femenino en el privilegiado patriarcado del Medio Oriente. En una línea similar llega ahora Mustang: Belleza Salvaje (Mustang, 2015), un drama rural con el que la directora debutante Deniz Gamze Ergüven presenta testimonio de su natal cultura turca basada en tradiciones retrogradas y castrantes donde las que las mujeres no tienen decisión alguna sobre su cuerpo o su sexualidad; una sociedad en la que, por ejemplo, la virginidad es obligatoria al momento del matrimonio, y aún se mantiene la tradición de mostrar la sábana con la mancha de sangre como prueba de que el himen ha sido roto durante la noche de consumación. Esta sobresaliente ópera prima está situada en un pequeño poblado al norte de Turquía donde crecen las protagonistas del relato: cinco hermanas huérfanas con edades que van de los 12 a los 16 años, y que literalmente se ven atrapadas en su propia casa por su
estricto tío y abuela abnegada durante el verano tras difundirse rumores de comportamiento inmoral en la playa mientras festejaban el fin de curso. Como adición al castigo, los planes para sus matrimonios pactados se aceleran. Deniz Gamze Ergüven sorprende con una obra contundente sustentada por un guión sólido –escrito por la misma realizadora junto con Alice Winocour– donde las situaciones, los diálogos, los silencios y las acciones fuera de cuadro, configuran un fresco un movimiento sobre la represión que sufren las mujeres por su simple condición de género. Con una puesta en escena sobria y un trabajo fotográfico elegante –labor preciosista de la dupla David Chizallet y Ersin Gok–, logra recrear el cerrado ambiente que llega a niveles claustrofóbicos para las chicas desesperadas ante la rutinaria cotidianidad sin contacto con el exterior y ante la angustiante espera del destino que les ha sido impuesto; a la vez, la película logra dotar agilidad y emoción al relato con la minúscula revuelta juvenil en el microcosmos familiar que tendrá un gran alcance, adquiriendo un matiz social más marcado. En este sentido, es inevitable hacer las conexiones con otras obras como Las Virgenes Suicidas (The Virgin Suicides, 1999), de Sofia Coppola, o la muy reciente Las Elegidas (2015), del mexicano David Pablos. En este caso, como en las cintas recién menciona-
mexicano David Pablos. En este caso, como en las cintas recién mencionadas, las interpretaciones de las protagonistas resultan esenciales para la cabal eficacia del discurso del filme: sus personajes están perfectamente delineados, cada una de ellas posee una personalidad perfectamente delimitada que se diferencia a la del resto de sus hermanas a pesar de haberse criado en el mismo limitante entorno. Es así como, pese a la corta edad de las actrices, sus cualidades histriónicas logran crear un abanico de caracteres que reaccionan de desigual manera a la represión bajo la que viven, y esta discrepancia de perspectivas permite tener un panorama social más amplio respecto al tema, aunque principalmente es el punto de vista de la menor de las hermanas la que lleva el relato. Mustang: Belleza Salvaje se erige orgullosa como una atrevida y estimulante oda al individualismo, una declaración contra las sociedades represoras que coartan los derechos humanos más elementales; tal es el cuestionamiento que el filme hace sobre las tradiciones turcas, que su realizadora ha recibido gran cantidad de amenazas en su país natal. De esta manera tenemos, entonces, que la película no sólo es en un trabajo imprescindible como obra cinematográfica, sino como un propositivo documento testimonial sobre un problema social que lamentablemente sigue vigente.
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l cine de terror industrializado lleva ya varios años -¿décadas?con una parálisis creativa lamentable. De la numerosa lista anual de producciones de este género, la gran mayoría son filmes que van de lo mediocre Unfriended, el remake de Poltergeist: Juegos Diabólicos, etc.- a lo realmente patético -Annabelle, Exorcismo en el Vaticano, y otro largo etcétera-. Sólo algunas cintas logran sobresalir, y por lo regular, no son producciones estadounidenses las que sorprenden de una manera propositiva, sino cintas modestas en su presupuesto que lo compensan con gran imaginería y autenticidad -la cinta australiana The Babadook, por mencionar algún título, es uno de los ejemplos más recientes-. Y para confirmarlo, la película que hoy nos ocupa no proviene de territorio yanqui, sino directamente desde el viejo continente; desde Austria, para ser más precisos -aunque si se anunciara un remake gringo en los próximos meses no nos sorprendería en lo más mínimo. La historia de Dulces Sueños, Mamá (Ich seh Ich seh, 2014), se desarrolla casi en su totalidad en el cotidiano y veraniego microuniverso hogareño que se crea entre las cuatro paredes de una lujosa casa localizada en la campiña austriaca, un tanto aislada de la civilización. En ella vive Die Mutter, una madre soltera y estrella televisiva local con moderada popularidad, acompañada de sus hijos gemelos Lukas y Elias. La trama de la
cinta detona casi de inmediato cuando la madre regresa a casa tras haberse sometido a una cirugía estética facial; pero casi de manera inmediata, los pequeños comienzan a sospechar que quien ha regresado a casa con la cara oculta tras los vendajes podría no ser su madre. Un errático comportamiento y la implementación de nuevas reglas en la casa, son sólo algunos indicios que hacen sospechar a Lukas y Elias que su madre está siendo suplantada. Este elegante thriller psicológico parte de esta premisa y pone a cocer a fuego lento una fascinante historia sobre los juegos de poder mientras se explora la estabilidad emocional de los personajes infantiles -que por lo regular son retratados bajo un halo de inocencia- y cuestiona de manera punzante la maternidad. Además, el filme trastoca dos figuras importantes en las que el ser humano, por naturaleza, busca refugio: el Hogar y la Madre. Y es que, cuando estos dos elementos se ven alterados ¿a quién se puede recurrir? Con el respaldo de Ulrich Seidl responsable de la trilogía Paraíso: Amor (2012), Paraíso: Fe (2012) y Paraíso: Esperanza (2013), que hemos podido ver aquí en México el año pasado- quien ejerce como productor de la cinta, y un formalidad visual similar a la fenomenal Funny Games (1997) de Michael Haneke, la dupla de realizadores Severin Fiala y Veronika Franz, construyen un filme sustentado en atmósferas taciturnas
y un espléndido uso del suspenso -recurriendo como apoyo a la limpia fotografía de Martin Gschlacht y el inquietante score de Olga Neuwirth, elementos que consiguen hacer más aprehensiva esa atmósfera que ya de por si presenta la minimalista residencia-, añadiendo esporádicamente ciertas dosis de violencia, en algunos casos bastante gráfica, pero en otros tantos -la mayoría- brutalmente emocional. El guión -escrito por los mismos realizadores- rehúye de cualquier efectismo y artificio para representar con maestría un juego de personajes pasivo-agresivos que se va retorciendo conforme avanzan los minutos y culmina con un interesante giro de tuerca que permite apreciar la historia con un prisma distinto. Las actuaciones de los tres protagonistas (Susanne Wuest como la Madre/Monstruo, y Lukas Schwarz y Elias Schwarz como los gemelos) representan otra de las principales bazas del filme, pues estos transmutan de una manera muy orgánica a lo largo del relato al tiempo que se plantean, desenvuelven y cierran las situaciones que van engarzando los capítulos que dan forma a esta perturbadora anécdota. Dulces Sueños, Mamá es un drama familiar que va transfigurando su estructura para terminar como una salvaje y macabra fábula de ritmo lento y sombrío; un ejercicio sobresaliente que refresca al género y ofrece una experiencia que es, al tiempo, inquietante y formidable.
Documental filmado durante la mayor parte de la década de los 80 que retrata las problemáticas y el estilo de vida de un grupo de personas transgénero y drag queens en lo más bajo de la ciudad de Nueva York. La mayoría de ellos latinos y afroamericanos, iniciaron un interesante moviemiento social y cultural para escapar de los peligros y la pobreza de la epoca. Llenas de glam, cultura pop, mucha lentejuela y baile. Durante esos moviemientos se crearon muchos estilos de baile que hasta las fecha continuan vigentes, entre ellos el famoso "voguing" (tan popularizido por madonna en la decada de los 90).
El guionista estadounidense Harvey Pekar creó en 1976 el cómic autobiográfico American Splendor en el que retrataba la monótona vida de un trabajador promedio en una sociedad estadounidense que se encontraba concentrada en historias de corte fantástico. En 2003, Shari Springer Berman y Robert Pulcini, adaptaron y dirigieron la versión fílmica protagonizada por Paul Giamatti como un gris empleado de un hospital de Cleveland que, carente de talento para el dibujo, pero ingenioso para la escritura de guiones, ve en el arte de su amigo Robert Crumb la oportunidad perfecta para crear American Splendor, donde expondrá de manera irónica la vida clasemediera norteamericana.
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n la víspera de la llegada del Siglo XXI, Lenny Nero, un ex agente de la policía, se dedica ahora a traficar minidiscos cargados con percepciones visuales/sensoriales que pueden ser experimentadas a través de unos artefactos que transmiten los datos hacia la corteza cerebral del usuario; mientras escapa constantemente por la ilegalidad del producto/experiencia que ofrece, llega a sus manos un disco que contiene la grabación de el asesinato de una mujer a manos de un enmascarado, mientras sigue las pistas del asesinato, se ve involucrado en un caso de impunidad, conspiración y corrupción policial. Días Extraños es una cinta de ciencia ficción escrita por James Cameron (quien se inspiró en los levantamientos de Los Ángeles en 1992 conocidos como la 'Revuelta de Rodney King' -taxista conocido por haber sido brutalmente agre-
dido por la policía en marzo de 1991-) cargada de una ligera crítica politico-social durante la espera de la llegada del nuevo milenio y el nerviosismo que se vivía ante la llegada del año 2000, ya saben: el fin del mundo, el Y2K, la segunda venida de Jesús, etc. Con un sorprendente plano secuencia inicial filmado en primera persona, la historia que se presenta bajo la dirección de Kathryn Bigelow y protagonizada por Ralph Fiennes junto a Angela Bassett, se enfoca también en la importancia de la memoria imperfecta y la duración limitada de los recuerdos. “Memories are meant to fade. They're designed that way for a reason", dice la protagonista femenina al obsesionado personaje central de este thriller psico-cinéticosexual.
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l primer documental de la directora de anuncios publicitarios Crystal Moselle nos abre la puerta de un mundo con tintes surrealistas delimitado por las paredes del departamento en Nueva York de la familia Angulo, conformada por el padre Óscar, la madre Susanne, y los siete hijos —seis hombres y una mujer— cuyas edades van desde los 16 hasta los 24 años: Bhagavan, los gemelos Govinda y Narayana, Mukunda, Krsna, Jagadisa, y la hermana mayor, Visnu, quien padece una enfermedad que ha afectado su crecimiento. Lo que distingue a los Angulo de otras numerosas y disfuncionales familias, así como a su particular entorno, es que los siete hermanos varones han pasado prácticamente toda su vida entre las cuatro paredes de dicho departamento ubicado en el décimo sexto piso de un edificio de ayuda social en el Lower East Side de Manhattan, y conociendo el mundo exterior a través del cine al que tuvieron acceso gracias a películas en VHS y DVD. La decisión de uno de los hijos de salir al exterior, cimbra los cimientos de la familia y se tambalea la figura autoritaria del padre de familia. Con una premisa tal, no es de extrañar que inmediatamente vengan a nosotros los recuerdos de cintas como Canino de Yorgos Lanthimos desde la lejana Grecia, o El Castillo de la Pureza de Arturo Ripstein desde unas latitudes que nos son más familiares, tanto por la manufactura mexicana de la cinta como por el caso real en el que estuvo inspirado —el del jalisciense Rafael Pérez Hernández
y su familia en la ciudad de México en la década de los 50—. Pero más allá de estas similitudes, Wolfpack: Lobos de Manhattan (The Wolfpack, 2015) es una obra que toma un rumbo muy distinto. Y es que a pesar que el documental sí se aproxima a la relación padre-hijos que se va debilitando tras la decisión de uno de ellos de salir a la calle y que luego es secundada por los demás hermanos en clara decisión de rebeldía ante el otrora dominante patriarca, Moselle resuelve encaminar su trabajo hacia un enfoque más luminoso y alejado del morbo en el que hubiera sido extremadamente fácil caer. El protagonismo de la historia, entonces, recae en la forma en la que el cine ayudó a los hermanos Angulo a conocer y tratar de concebir un mundo que les fue negado a causa de las desvirtuadas creencias religiosas y filosóficas del padre de familia basándose en la filosofía hinduista Hare Krishna y en varios preceptos New Age —de ahí que todos sus hijos tengan nombres sánscritos—; creencias que lo llevaron a recluir a sus hijos en su departamento para protegerlos de la moralmente corrupta sociedad occidental. Es así como los hermanos Angulo se vieron obligados a forjarse una cosmovisión retorcida e ingenua del mundo exterior —que sólo podían ver desde su ventana— a través de las miles de películas que vieron durante los dieciséis años de encierro; años en los que descubrieron clásicos como Ciudadano Kane (Orson Welles) o Lo que el viento se llevó (Victor Fleming), u otros clásicos ya corres-
pondientes al cine contemporáneo como la trilogía de El Señor de los Anillos (Peter Jackson) y la correspondiente a Batman (Christopher Nolan), así como cintas de culto como Perros de Reserva (Quentin Tarantino). Miles de títulos que apreciaron y revisitaron una y otra vez; títulos de los que transcribieron los diálogos y —como si se tratase de la película Originalmente Pirata de Michel Gondry— recrearon las escenas emblemáticas de sus películas favoritas caracterizándose con materiales improvisados y grabándolas con su austera videocámara. Así encontramos a uno de los hermanos encarnando al Caballero de la Noche con una armadura de cartón y a otro maquillado como el Payaso Príncipe del Crimen amenazando con un ultimátum al héroe de Gotham; en otro momento tenemos a uno de los hermanos bailando al ritmo de "Stuck in the Middle with You" de Steelers Wheel, mientras interpreta a Mr. Blonde (Michael Madsen) en la legendaria escena de tortura y mutilación en la también mítica Perros de Reserva. Cinematográficamente hablando, Wolfpack: Lobos de Manhattan puede ser considerado como un trabajo narrativamente convencional, pero es en sus personajes, en su insólita experiencia y en la manera en que se aproxima a la experiencia cinéfila como mecanismo de defensa y salvación en el particular microuniverso de los Angulo, que el trabajo audiovisual se hace poseedor un gran valor como documento fílmico.
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l reciente caso del tiroteo en Ferguson, Missouri donde Michael Brown, un joven afroamericano de 18 años, murió por los disparos de un policía ("recibió ocho disparos y el policía lo remató", señaló un testigo), deja claro que la discriminación racial en Estados Unidos aún está latente y hay un largo camino que recorrer (¿años? ¿décadas?) antes de que la tensión racial sea cosa del pasado. Con este lamentable contexto histórico socio-político, llega una película que se vuelve por demás necesaria: Selma: El Poder de un Sieño (Selma; 2014), de la directora Ava DuVernay, quien debutara hace poco más de un lustro con su documental This is Life (2008) sobre la historia del movimiento hip-hop en Los Ángeles a partir de los años 90s, y que ahora se ha colocado como una de las más prometedoras cineastas afroamericanas en la meca del cine al colocar su tercer largometraje en las contendientes por el Oscar de este año como Mejor Película. La película da fe de la lucha social del pastor, político y activista Martin Luther
King Jr., en un relato que se ciñe a la campaña de tres meses y a la histórica marcha que el icónico personaje encabezó desde Selma hasta Montgomery en Alabama para defender su derecho al voto que, teóricamente, ya había sido aprobado por la Ley de los Derechos Civiles, pero que la blanca burocracia se negaba a respetar, impidiendo mediante trámites absurdos el registro de los afroamericanos, despojándolos de esta manera de su posibilidad de votar. Con este movimiento se logró asegurar la Ley de Derecho al Voto para los afroamericanos, firmada por el presidente Lyndon B. Johnson en 1965. El trabajo de DuVernay resulta excepcional en esta propuesta que está muy lejos de ser una convencional biopic hollywoodense, pues además de optar por una narrativa en la que se conjugan eficazmente los pasajes personales e íntimos del protagonista con su crucial participación como líder y estratega en el movimiento, es sin duda alguna la inteligencia del guión de Paul Webb lo que resulta la pieza imprescindible para la tri-
dimiensionalización del hombre central, y para la exitosa construcción de esta formidable pieza cinematográfica cuya sobria fotografía se combina a la perfección con la cuidada edición y musicalización para darle a la película un exquisito toque artesanal que le resta artificialidad, viéndose también reforzada por la inmensa y elegante actuación de David Oyelowo como el arrasador protagonista. Con Selma estamos ante un complejo, poderoso y valiente documento histórico, un testimonio emocional y conmovedor (jamás sensacionalista o manipulador) que es preciso revisar a la brevedad ante la inquietante injusticia racial, pues su mensaje sigue tan vigente como relevante hoy en día, a pesar de que ya pasaron cinco décadas de los hechos aquí retratados. Selma es una evidencia del gran logro político alcanzado por Luther King, pero en perspectiva, también permite apreciar lo poco que se ha avanzado como sociedad.
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os hermanos Ronit Elkabetz y Shlomi Elkabetz presentan la última entrega de su trilogía dedicada a la familia y sus tradiciones que comenzaron a ensamblar hace una década con Ve'Lakhta Lehe Isha (2004), para continuar con Shiva (2008) y cerrar ahora con El Juicio de Viviane Amsalem (Gett, 2014), representante oficial de Israel para competir por una nominación en la pasada edición del Oscar como Mejor Película Extranjera, categoría en la que sí alcanzó nominación en los premios Golden Globe y que ha sido la única del tríptico en estrenarse en México. La protagonista de este relato, interpretada por la propia codirectora del filme (Ronit), es una mujer madura que lleva ya varios años separada de su esposo Elisha (Simon Abkarian), pero busca el divorcio definitivo para no padecer la marginación social en la que la coloca esta situación. El problema es que en Israel todavía no existe el divorcio civil, por lo que la separación debe hacerse a través de las leyes religiosas que
los unieron y que colocan al hombre como el único que puede conceder o no la disolución del matrimonio, y Elisha no quiere divorciarse. Su mujer, entonces, inicia un juicio ante un Tribunal Rabínico para obtener la libertad que ella considera como un derecho inalienable. Sin embargo, y como era de esperarse, los vacíos legales israelíes juegan en su contra y el proceso se extiende por varios años antes de llegar al veredicto, lapso durante el cual se llegará al borde de lo absurdo del desgaste físico y emocional en esta batalla por mantener la dignidad... o lo que la sociedad le permite mantener de ella a Viviane. La calidad histriónica de todos y cada uno de los miembros del elenco -aunque destacando la exquisitez, sensibilidad y el magnetismo que transpira la protagonista por cada poro- potencian el impacto del ya de por si emocionante y demoledor drama que se cimienta en los mordaces diálogos -el ritmo se sostiene en gran parte a la agilidad de los filosos juegos verbales entre los involucrados en el
caso-, el sorpresivo guión que guarda giros hasta el último momento, y en la impecable puesta en escena de esencia teatral que sabe sacar todo el provecho del limitado espacio del juzgado -que se manifiesta claustrofóbico y asfixiante en más de una ocasión- en el que transcurre la totalidad del filme durante los días, semanas, meses y años que se extiende el litigio. El juicio de Viviane Amsalem es una propuesta eficaz como drama judicial y como documento de denuncia social al exponer la retrógrada sociedad de Medio Oriente a través de la historia de esta mujer que lucha por recuperar su libertad en una cultura falocéntrica con graves vacíos legales que perpetúan la inferiorización de la mujer en un privilegiado patriarcado. El trabajo de la dupla israelí es una profunda y violenta tesis reflexiva sobre la falsa ideología que en pleno 2015 sigue considerando a la mujer menos capacitada en todos los ámbitos sociales.
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a actriz australiana Jennifer Kent debuta como directora con una historia de terror al más puro estilo de la vieja escuela con un efectivo guión escrito por ella misma y que no es otra cosa que la expansión de la historia de su cortometraje Monster (2005), dando como resultado una de las mejores películas del género de los últimos años y un excelente inicio de lo que promete ser una interesante carrera cinematográfica tras las cámaras. Posiblemente, ante la premisa de The Babadook (2014) podríamos quedarnos un poco escépticos, ya que la historia de una madre viuda y su hijo que repentinamente se ven acechados por una extraña fuerza paranormal -el coco, el hombre del saco, el hombre de la bolsa, o como sea que en su región le llamen a esa leyenda urbana que se lleva a los niños que se portan mal-, aparentemente no ofrece nada novedoso, sin embargo, a pesar de que argumentalmente no hay nada nuevo bajo el sol (o las penumbras, en este caso), no es la anécdota que relata sino la manera en la que la plasma y en cómo desarrolla la historia, lo que convirtió al filme en todo un suceso el año pasado, siendo muy bien recibida en Sundance y resultando ganadora del Premio del Jurado y a la Mejor Actriz en Sitges. The Babadook se centra en Amelia (Essie Davis), una mujer en perpetuo estado depresivo tras la pérdida de su esposo en un accidente cuando se dirigían al hospital para que ella diera a luz a su hijo Samuel (Noah Wiseman) que ahora tiene ya seis años y con graves trastornos de comportamiento que conti-
nuamente le acarrean problemas escolares. La relación madre-hijo, que nunca se caracterizó por ser precisamente la ideal, se deteriora aún más cuando aparece en su casa un extraño libro infantil con ilustraciones y diseño pop-up que, de acuerdo con el título de la portada, cuenta la historia de Mister Babadook; como si de una versión alterna del Necronomicón se tratase, al leerlo para Samuel antes de dormir, Amelia se da cuenta de la macabra historia entre sus páginas y decide deshacerse de él tirándolo a la basura. Pero ya es demasiado tarde, pues en su casa ha quedado libre el protagonista del cuento y paulatinamente comienza a apoderarse de todo a su alrededor. El gran acierto de la directora es la manera en la que nos presenta la historia: pone bajo la lupa/cámara el microuniverso de esta fracturada familia disfuncional cuyo trauma por la por la pérdida de la figura masculina (conyugal y paternal) en el hogar, resulta clave para el empoderamiento del ente antagónico de la cinta que se alimenta de sus miedos e inseguridades. La puesta en escena es de una elegancia apabullante y la narrativa es llevada con oficio y precisión en la que se sabe sacar partido de los limitadísimo del presupuesto (apenas 2.5mdd). Otro gran acierto es no recurrir al derroche de efectos digitales, sino guiarse por un estilo apegado al del cine de horror clásico, por lo que tanto para la creación de la criatura antagónica como para la construcción de las atmósferas siniestras, son recurrentes en la elegante dirección artística y el sofisticado manejo de cámara las referencias visuales a los
clásicos silentes del expresionismo alemán como Nosferatu (1922) de F.W. Murnau o El Gabinete del Dr. Caligari (1920) de Robert Wiene. The Babadook utiliza los miedos más profundos del ser humano (reforzados con elementos como la oscuridad, las pesadillas, los ruidos extraños y sus macabros orígenes, y personajes complejos y tridimensionales) y el instinto primigenio de la supervivencia como materia prima para la construcción de esta impecablemente técnica apuesta cinematográfica de carácter orgánico, enfocada en un terror psicológico dramático e íntimo que hacen mucho más cercana y personal la experiencia del miedo a lo desconocido que se plantea en la trama. Es un thriller angustiante bajo cuya atmósfera sombría se oculta toda una tesis familiar/social sobre la soledad, la marginación, la culpa, el luto y el miedo; se trata de un ejemplo de terror inteligente en el que es el talento de Kent como guionista y directora es lo que hace que la historia funcione, que se mantenga efectiva de principio a fin en cuanto a las atmósferas escalofriantes, que seamos testigos de un horror puro y duro en un ambiente doméstico, y en el que no hay necesidad de galones y galones sangre o gore gratuito. The Babadook está llamada a convertirse en un clásico de culto instantáneo que sorprende de principio a fin con su astucia narrativa de la que la vaca sagrada de Hollywood, James Wan (Insidious, The Conjuring), tiene mucho que aprender.
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a realizadora mexicana Lucía Carreras hace mancuerna con la guatemalteca Ana V. Bojórquez para la realización de La casa más grande del mundo (2015), la historia de crecimiento de Rocío, una pequeña niña maya mam que vive con su madre y abuela en las montañas del altiplano guatemalteco donde subsisten gracias al pastoreo de ovejas, y que debido al avanzado embarazo de su madre, se ve obligada a hacerse cargo del rebaño sola por primera vez en su vida; pero lo que en un comienzo parece que será una emocionante aventura por los pastos montañosos, se convierte en una amarga odisea al enfrentarse a la búsqueda de una oveja perdida y al escape del resto del rebaño. Rocío entonces debe encontrar la manera de hacerle frente a este reto a la vez que enfrenta sus peores miedos. La sencillez de la premisa podría haber dado como resultado una propues-
ta tediosa, sin embargo es una de las experiencias más satisfactorias del año en el cine patrio debido a su extraordinario guión -escrito a cuatro manos por la propia Bojórquez y Edgar Sajcabún- que va engarzando la historia con secuencias de gran carga alegórica Rocío cruzando el puente en medio de la niebla, por ejemplo, representando la superación de sus miedos- que retratan la metamorfosis de la heroína bajo la talentosa lente de Álvaro Rodríguez quien nos regala poderosas postales en movimiento acompañadas por los también remarcables acordes de Pascual Reyes. La propuesta de Carreras y Bojórquez es profundamente femenina, no sólo por el hecho de que dos mujeres están detrás del proyecto como realizadoras, sino porque la heroína del filme -interpretada con soltura por la pequeña Gloria Lopez-, así como los roles centrales de la cinta -su amiga,
su madre y su abuela- son también mujeres. Aquí los hombres tienen una presencia meramente anecdótica a través de dos personajes -un niño travieso y un anciano solitario- que hacen acto de presencia por breves momentos claves pero que desaparecen de la narración rápidamente. La casa más grande del mundo es una película con una historia de corte "coming of age" en la que no puede faltar por supuesto la exploración de la pérdida de la inocencia y el relevo generacional con la entrada al mundo de las responsabilidades de los adultos: el lidiar con la pérdida del patrimonio familiar -las ovejas- en los sinuosos caminos del altiplano guatemalteco cuando todavía se quiere solamente jugar todo el día. Una entrañable cinta con toques de fábula imprescindible.
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a realizadora Yulene Olaizola toma un relato ocurrido en la casa de huéspedes de su abuela para realizar este documental sobre Jorge Riosse, un joven carismático pero con un aura de 'artista maldito' al que conoció cuando apenas tenía diez años y que gustaba de cantarle y pintarla en sus cuadros, para poco después revelarse su verdadera identidad en un episodio policial que sacudió a la familia. Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo se convierte en un título imprescindible pues no sólo se vuelve un logro narrativo del cine de suspenso que atrapa al espectador en una intriga insuperable, sino que también se presenta como una historia íntima sobre el seno familiar.
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l cine vampírico está más vivo que nunca y continúa ofreciendo propuestas frescas y auténticas de este muy mancillado subgénero en el que se cree que ya todo está dicho. Apenas el año pasado atestiguamos en las salas mexicanas una de las más fascinantes cintas de vampiros: Sólo los Amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013), de Jim Jarmusch, con Tom Hiddleston y Tilda Swinton como la milenaria y melancólica pareja vampírica protagonista. Ahora, el ejemplo más reciente, A Girl Walks Home Alone at Night (2014), llega desde latitudes improbables: Medio Oriente. La realizadora iraní Ana Lily Amirpour firma el guión de su primer largometraje, un western vampírico presentado en blanco y negro que se ubica en el ficticio pueblo fantasma de Irán llamado Bad City, donde en un entorno de sordidez, muerte y soledad, germina un peculiar romance entre Arash (Arash Marandi), un soñador narcomenudista, y La Chica (Sheila Vand), una vampiro que vaga por las calles en busca de sangre. A través de un estilo videoclipero bajo la propuesta monocromática de Lyle Vincent, conocemos a los dos personajes centrales: Arash, un joven que, vía narcomenudeo, intenta subsistir y a duras penas logra mantenerse a él y a su padre Hossein (Marshall Manesh); y La Chica, una vampiro que por las noches sale a cazar por las fantasmales calles de la ciudad. La pareja se conoce una noche que él se cree un verdadero vampiro mientras se encuentra bajo los efectos de alguna droga que él mismo mercadea e hipnotizado por la luz de una lámpara en alguna calle por la que merodea la verdadera vampiro sobre una patineta que acaba de robarle a un pequeño incauto (Milad Eghbali) al que ha "persuadido" de ser un buen chico so pena de regresar una noche a devorarlo si no lo hace. En esta historia también se hacen presentes Saeed (Dominic Rains), un exitoso criminal que se ha cobrado con el flamante
automóvil clásico de Arash la deuda que su padre tiene con él; y Atti (Mozhan Marnò), una benévola prostituta cuya presencia estará íntimamente ligada con la pareja central. En A Girl Walks Home Alone at Night, Amirpour se decanta por utilizar los silencios más que los diálogos para contarnos esta historia de amor improbable entre un humano y una vampiro; dos seres solitarios y perdidos que súbitamente se encuentran el uno frente al otro. Pero la ópera prima de Amirpour está lejos de ser una historia de amor vampírico convencional, pues el relato se aleja diametralmente de las comunes historias románticas que tanto la literatura barata juvenil, así como la industria hollywoodense y televisiva se han encargado de maquilar en los últimos años. La película, por el contrario, es una oda al terror lynchiano y a los duelos de los spaguetti-westerns, sólo que ahora es la damisela quien rescatará al que en esta ocasión es el vaquero en desgracia. La película es una sofisticada mixtura de géneros y estilos con una sorprendentemente versátil banda sonora que funciona como el elemento determinante con que se termina por refrescar una vez más a este subgénero y, de paso, se empodera también al género femenino que tan desdeñado ha sido dentro de este tipo de cine. Con este su primer largometraje, Ana Lily Amirpour ha conseguido un clásico de culto instantáneo, un sólido ejercicio de estilo que deviene en una fascinante pieza vampírica donde la estética y atmósferas logran momentos verdaderamente escalofriantes; la sencillez de su premisa y la apabullante puesta en escena son sus principales puntos a destacar, sin olvidar por supuesto el formidable trabajo actoral con el que se sostiene este enrarecido cuento de personajes marginales y amores vampíricos. A Girl Walks Home Alone at Night es una de las imprescindibles del año.
Esta 'rara avis' que mezcla los géneros del Terror, el Suspenso y el Western posee un alto grado de cinismo y está ligeramente salpicada de comedia negra; un gran reparto que incluye a Guy Pearce, Robert Carlyle, David Arquette, Jeremy Davies y Jeffrey Duncan Jones se ponen a las órdenes de la británica Antonia Bird para trasladarse al siglo XIX durante la guerra entre México y Estados Unidos, en donde el capitán John Boyd comete un grave error en la batalla y, como castigo, es enviado a un fuerte remoto en Sierra Nevada, en donde un día aparece un extraño personaje que se hace llamar Colqhun y dice, junto a otros colonos, haber sobrevivido gracias a la práctica del canibalismo durante un largo tiempo en una cueva tras quedar atrapados por una avalancha. Pero la anécdota de Colqhun no muestra los matices de la verdadera historia que se esconde tras la antropofagia en pos de la supervivencia, pues según la leyenda del 'wendigo', cuando se devora a otro ser humano, se apodera de su fuerza, su espíritu y su esencia; el hambre es ahora insaciable y mientras más se come, más se quiere; y mientras más se coma, más se acerca a ser el más fuerte. De esta manera, si nunca es suficiente, nos acercamos a la gran encrucijada en la que quedará atrapado el protagonista: ¿devorar o ser devorado?
En este título de culto, la cineasta parisina Claire Denis domina la brutalidad caníbal sin caer en el tremendismo y en el gore gratuito, y así nos comparte la devastadora historia de Shane Beown (Vincent Gallo) un reconocido científico que viaja en su luna de miel a París con su esposa June (Tricia Vessey ) para prepararse a comenzar una vida juntos. Sin embargo, hay complicaciones debido a un secreto que guarda Shane: años atrás, junto con su colega Leo Semeneau (Alex Descas), desarrolló una serie de experimentos con la libido humana; la fórmula resultante fue probada tanto en el mismo Shane como en Coré (Béatrice Dalle), esposa de Leo. Sin embargo, el resultado fue demencial: la excitación se eleva a tal grado que el organismo demanda la inmediata ingesta de sangre y carne humana de manera paralela a la experiencia orgásmica, por lo que en el clímax de las relaciones sexuales asesinan y devoran con fervor a su pareja en turno. Shane aprovecha el viaje a Paris para buscar a su antiguo amigo, ahora sumido en el infierno que implica cuidar permanentemente a su esposa para que no escape y satisfaga sus instintos caníbales/sexuales; mientras tanto, Shane se hunde en una frustración sexual provocada por no poder tocar al amor de su vida.
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l largometraje debut de Julia Ducourneau se alzó con el premio FIPRESCI –entregado por la prensa internacional– en la Semana de la Crítica de la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Cannes. Y es que la película, que recurre al tema del canibalismo como la excusa perfecta para tomar algunos elementos del cine de terror para con ellos dar forma a una salvaje historia de corte coming of age sobre el despertar sexual, el miedo a la soledad y el violento proceso que supone la entrada a una universidad, es una las más inteligentemente provocadoras propuestas del cine de terror de la década pasada. Justine (Garance Marillier), nuestra protagonista, es una chica de 16 años que ha sido educada bajo un estricto y casi radical estilo de vida vegetariano y con valores sobre el amor a los animales, de ahí que en su familia también se encuentre con una recientemente inaugurada tradición de estudiar veterinaria. Pero cuando entra a la Universidad, y pese a que allí está acompañada por su hermana mayor Alexia (Ella Rumpf) ya con algunos grados por encima de ella, es víctima de las crueles pero tradicionales novatadas
que incluyen una serie de rituales iniciáticos, como por ejemplo, comer hígado de conejo. El hecho no sólo golpea emocionalmente a la chica y fracturan sus convicciones sobre el vegetarianismo, sino que le provoca un apetito voraz por la carne... carne cruda... carne fresca... carne humana. Julia Ducourneau se sirve de una sofisticada fotografía y potente banda sonora para configurar este hipnótico drama juvenil y, con el uso constante de primeros planos –que atienden cuidadosamente a la muy particular mirada de Justine–, va retratando su paulatina transformación de inicial chica ingenua a mujer devorahombres... literalmente hablando. Abrevando directamente de títulos clásicos como Carrie (1966) –con todo y un homenaje del baño de sangre de cerdo– y Suspiria (1977), así como de propuestas más recientes como la canadiense Ginger Snaps (2000) y el brutal drama social The Tribe (2014) en lo que respecta a la vida dentro de las instituciones educativas, además dportar la escatología y lo grotesco como estandartes, la cineasta habla del apetitoso despertar sexual y del violento proceso que supone la entrada a la Universidad, ese
nuevo estrato que es al mismo tiempo social y educativo, y que de igual manera que la industria del modelaje profesional a la que inocentemente se adentra Jessie (Elle Fanning) en la reciente The Neon Demon, o devoras o te devoran... también literalmente hablando. Con su capacidad de concebir el maridaje perfecto entre drama juvenil universitario y el canibalístico horror gore con ingeniosos diálogos inyectados de negrísimo humor y secuencias sanguinolentas, Julia Ducourneau convierte al instante su opera prima en un clásico del género, y seguramente, también será a partir de los próximos meses en un título de culto. Ganador de tres premios en el festival de SITGES –Premio Citizen Kane a la mejor revelación de director; Premio del Jurado del Carnet Jove a la Mejor Película y el premio Méliès d'Argent a la Mejor Película Europea– este poderoso e inteligente drama juvenil psicosexual y antropofágico con un giro de antología en la secuencia final, será referente en la venidera producción de cine de género a nivel mundial.
Toni Erdmann Por Jorge G. Ă lvarez
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ecordemos ese ya clásico monólogo citado en la cinta de Todo sobre mi madre (1999): "Cuesta mucho ser auténtica, y en estas cosas no hay que ser rácana, porque una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma". Y nuestra entrañable 'Agrado' no podría tener más razón: nos esforzamos tanto por impresionar que olvidamos que nuestra esencia es lo que nos hace únicos y distinguirnos del montón. El ámbito laboral actual se encarga de crear máquinas perfectas dedicadas exclusivamente a velar por el beneficio de una empresa, la cual poco a poco nos va extirpando todo rastro de humanidad posible, creando a la vez un equivocado concepto de lo que es el éxito y la felicidad. En el mundo abundan las personas como Ines Conradi, quien trabaja en una importante empresa alemana de consultoría internacional con sede en la ciudad de Bucarest. Es una mujer muy dedicada en su trabajo, bastante competitiva y enfocada en lograr un mayor crecimiento laboral, pero sólo ocasionalmente mantiene contacto con su padre Winfried, un hombre sencillo y bonachón, no muy refinado pero con un enorme carisma que lo convierte en una persona que difícilmente puede pasar desapercibida. Él es de los que disfruta el momento y de los simples placeres de la vida, todo lo contrario a su hija, una "workaholic" determinada a lograr un mejor puesto en su empleo y que trabaja día y noche para conseguirlo. Winfred, en cambio, decidió tomarse unos días para visitar a su hija, después de la pérdida de su único compañero, su perro, que lo había acompañado desde el fallecimiento de
su esposa. Creyendo que podría hallar un poco de consuelo al lado de su hija, lo que en realidad encuentra es a una mujer demasiado ocupada incluso para su propio padre, y que aunque intenta incluirlo en sus actividades, tal pareciera que lo hace más por obligación que por el gusto de estar con él. Y es que a pesar del éxito profesional y una solvencia económica envidiable, Winfried cuestiona a Inés sobre si de verdaderamente es feliz. Se trata de una sencilla pregunta que sacude fuertemente el aparentemente perfecto mundo de Ines. Su padre regresa a casa días después, por lo que Ines planea volver a su cotidianidad, sin imaginarse que un excéntrico personaje comenzará a inmiscuirse en todos sus asuntos. Se trata de Tonni Erdmann, el alter ego de Winfried pero con un gracioso peluquín, dentadura postiza y ropa "elegante", que se presenta como un influyente hombre que seguirá a Ines por todas partes con el fin de ayudar a su ahora fría hija a abandonar ese frívolo entorno en el que se encuentra sumergida. La directora y guionista de esta cinta es Maren Ade -originaria de Karlsruhe, al oeste de Alemania-, quien ya contaba con unos cuantos títulos que circularon por festivales del mundo teniendo bastantes reconocimientos; pero con Toni Erdmann -estrenada en la 69a edición del Festival Internaciona de Cine de Cannes- se colocó bajo los reflectores al obtener el premio FIPRESCI de la prensa internacional, lo que convirtió en una de las cintas imperdibles de este año y la más fuerte contendiente, hasta el momento, en la carrera por el Oscar como Mejor Película Extranjera. Los protagonistas son los hasta ahora desconocidos de este lado
del mundo Peter Simonischek y Sandra Hüller, quienes encarnan con maestría y gracia los roles del hombre excéntrico pero divertido y de la hija seria, estirada y petulante. Y aunque Winfried/Tonni erdman es el corazón de la cinta, Inés es la verdadera protagonista al reflejar la realidad de nuestra cultura laboral actual, que moldea seres que sólo buscan el poder, el prestigio y aumento de sus cifras bancarias por sobre la verdadera felicidad. La cinta también expone el evidente machismo laboral que aún existe en nuestros tiempos y en entornos progresistas, y que en cierta forma nos hace comprender el porqué del obsesivo comportamiento de Ines. Con casi tres horas de duración y un audaz guión que no deja ni un segundo desperdiciado al plagarlo de situaciones altamente divertidas e impredecibles que resultaran "raras" para muchos pero para nada inverosímiles mención especial para la más original fiesta de cumpleaños en los últimos años que se han plasmado en pantalla grande-, Tonni Erdmann logra movernos a la reflexión de una manera tan orgánica, que en ningún momento resulta aleccionadora, y sí, en cambio, emociona y conmueve profundamente. Y aunque lamentablemente no todos tenemos a alguien con peluca y dientes postizos que nos jale las orejas para hacernos ver que estamos por el camino equivocado, afortunadamente existe el cine y los filmes deliciosamente absurdos como este que nos recuerdan que la sencillez, la autenticidad y el nunca perder el humor son las mayores armas para encontrar la felicidad... la verdadera felicidad.
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e trata de la ópera prima de Catalina Aguilar Mastretta, con un duelo de actrices desde la joven pero con sobresaliente actuación de Cassandra Ciangherotti, hasta las ya reconocidas Maria Rojo, Isela Vega, Arcelia Ramírez y Evangelina Martínez, así como Julio Bracho e Isabel Camil; juntos conforman las divertidas y en ocasiones dramáticas actuaciones de este filme. Las Horas Contigo muestra los diferentes matices de las tan diversas generaciones que constituyen una familia, desde la nieta que quiere ser independiente, que cree no necesitar de una pareja y no se siente convencida de querer ser mamá; la mamá, que sabe que cometió muchos errores al tratar de educar a su hija, que la quiere con todo su corazón, pero que también se permitió vivir y cometer errores en este proceso; y la abuela, que fue el centro de la familia, que dio dirección y les dejó lo más importante: el lazo familiar que las unirá toda la vida. La historia se desarrolla desde el sentir de Emma (Cassandra Ciangherotti), la nieta, todo gira desde su perspectiva, ella tiene un vínculo muy fuerte con su abuela de muy avanzada edad quien ya está enferma y muy cercana a abandonarlas. La mamá (María Rojo) tiene una visión muy divertida de la vida, ella no se complica y tiene un lenguaje muy atinado al llamar las cosas como son. Emma se encuentra en un momento muy deci-
sivo en su vida, pues tiene una pareja y sospecha estar embarazada, ella tiene todas las dudas que puede sentir una mujer a su edad y en su etapa: "¿seré buena mama?", "¿sabré educar a mis hijos?", "¿no perderé mi independencia?", "¿el papá será mi pareja para toda vida?", "¿realmente quiero compartir esto con él?". Por otro lado, la mamá está tratando de aceptar y buscando que la partida de su madre sea lo menos dolorosa para todos, y a pesar de su sentido del humor, a ella la encontramos disculpándose y reconociendo los errores que cometió. Y la abuela (Isela Vega) tratando de seguir físicamente con ellas, dejando enseñanzas y uniendo a todas las generaciones. Sobresale que no hay un malo es este filme, tú y tus propios miedos son quien te atoran y no te dejan o limitan el seguir tu andar. Es una película con divertidas vivencias, con un toque emotivo donde cualquier persona se puede ver reflejada, tanto hombre como mujer. Ya que el pasar de una etapa a otra crea incertidumbre, el que la sociedad cada vez exija más sobre el papel que se supone nos corresponde nos puede poner en duda constante sobre nuestras decisiones ante la vida. Realmente vale la pena ver el filme, el lenguaje es divertido y se presta para que la disfrutes con amigos, novio, familiares. Es apta para todo público ya que cuenta con una sensibilidad cautivadora y catártica. Altamente recomendable.
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élanie Laurent fue catapultada a la fama internacional por su papel de Shosanna en la extraordinaria Inglorious Basterds (2009), de Quentin Tarantino, aunque para ese entonces ya había participado en varias películas europeas y había llamando la atención de los críticos, recibiendo varios reconocimientos por su trabajo. Dos años después descubriríamos también su talento musical con su primer disco, En t'attendant, en el que participó con el cantante Damien Rice; ese mismo año nos enteramos que como directora era también bastante competente y presentó su ópera prima, Les Adoptés, la cual también protagonizó al lado de Marie Denarnaud y Denis Ménochet. Con Respira (Respire, 2014), su segundo largometraje, confirma que tras la cámara tiene una prometedora carrera. La película es una adaptación libre de la novela homónima de Anne-Sophie Brasme, y explora la intensa y peligrosa relación de amistad entre dos jóvenes adolescentes -y el despertar sexual de una de ellas- en Francia. Charlie (Joséphine Japy) es una chica de 17 años que padece asma y que, a pesar de ser una buena estudiante y tener a su grupo cercano de amigos en el colegio, vive desilusionada por su situación familiar y los problemas maritales que enfrentan sus padres, quienes se separan y se reconcilian constantemente, una situación que parece estar transformándose en una malsana costumbre. Sarah (Lou de Laâge) es la chica nueva en el colegio, una adolescente guapa, sensual y atrevida, todas las cualidades que Charlie siempre ha querido tener. Entre ambas se establece una amistad que irá creciendo y fortaleciéndose hasta convertirse en algo más, una relación que los secretos y las mentiras irán transfiguran-
do en algo trágico, algo que nos permiten intuir desde una de las primeras clases en el colegio donde hablan de los vicios y las virtudes de la pasión según Nietzsche, de su carácter liberador pero también (y sobre todo) esclavizante. El segundo trabajo de Laurent tras la cámara resulta verdaderamente remarcable, es con maestría narrativa (apoyada por la lente prodigiosa de Arnaud Potier y el score de Marc Chouarain) que crea atmósferas frías y sofocantes para colocarnos al frente de esta profunda relación de amistad que se transforma, poco a poco, en algo más íntimo pero también más peligroso. El ritmo pausado nos permite acompañar íntimamente a estas nuevas amigas en su gradual acercamiento emocional, sobrellevando sus respectivos problemas familiares: Charlie no soporta que su madre siempre perdone a su padre abusivo y violento -"¿por qué siempre lo perdonas?", pregunta finalmente la retraída adolescente, "porque no sé hacer otra cosa", responde resignada su madre-. Por su parte, Sarah dice sentirse agobiada por el distanciamiento físico y emocional de su madre, aunque su realidad sea mucho más grave que un simple desapego materno-filial. A las chicas las vemos ayudarse mutuamente de cierta manera, y entonces, Laurent también nos permite una mirada cercana al paulatino resquebrajamiento de la relación cuando atestiguamos la codependencia de Charlie hacia Sarah, y cuando los abusos psicológicos de Sarah hacia Charlie también se dejan ver. Esta tóxica relación se logra gracias al formidable trabajo de las dos chicas protagonistas, cada una haciendo propio su rol de una manera sorprendente, tanto Joséphine Japy en su papel de la introspectiva y frágil Charlie, como Lou de Laâge en-
carnando a Sarah, entregan una trabajo potente, con bríos, pero también con una ternura desbordante que nos recuerda inevitablemente a esa otra gran pareja fílmica de la cinematografía francesa contemporánea que supuso la dupla de Adèle Exarchopoulos y Lèa Seydoux de 'La Vie d'Adele' (2013). Cada secuencia de la película es testimonio de que la polifacética Laurent es poseedora de una gran sensibilidad y una envidiable destreza narrativa; para corroborar esto no hace falta más que revisar el plano secuencia que sigue a Sarah a casa, el cual es transformado poco a poco en un travelling, para luego permanecer finalmente como una toma fija que descubre la opresiva realidad del entorno familiar en el que vive la adolescente y que propicia el giro que se presenta en la trama en su tercer acto. Respira es una cinta que se va cocinando a fuego lento, que comienza de una manera pausada, que se toma su tiempo para diseccionar el tema de la amistad adolescente y la inmadurez emocional para, entonces, transmutar en un demoledor tratado sobre las relaciones codependientes a través de estos personajes de carne y hueso que se complementan pero que también, en esencia, no sólo se repelen, sino también se destruyen. Un trabajo sobresaliente que va más allá de explorar la amistad en esta particular etapa de la vida, sino que estudia la pasión y la violencia reprimida que invariablemente terminará por estallar. El resultado es una propuesta de alta sensibilidad artística, una película íntima, inteligente, desequilibrada, arriesgada y emocionalmente rebosante que aunque se deja evidenciar su desenlace, éste no deja indiferente a nadie.
Miriam es una mujer encarcelada injustamente tras ser acusada de tráfico de personas. Adela es una mujer payaso en un circo ambulante y lleva más de diez años buscando a su hija desaparecida aún cuando ha sido amenazada de muerte. Este profundamente doloroso trabajo de virtuosa manufactura y belleza lírica se ciñe a las normas más elementales del cine documental, y con ellas, la responsable del sobresaliente El lugar más pequeño (2011) toma a estas dos mujeres víctimas de la violencia y la impunidad para realizar un retrato de la situación social que se extiende a lo largo y ancho del país.
La fotógrafa Maya Goded expande su proyecto fotográfico homónimo a través de un documental en el que, con la ayuda de la editora Valentina Leduc, profundiza en el tema de la prostitución de mujeres mayores que ejercen su profesión en la plaza ubicada frente al templo de la Soledad en el corazón de la Merced, en la delegación Venustiano Carranza de la Ciudad de México. Plaza de la Soledad utiliza la voz testimonial de un grupo de mujeres prostitutas para dar forma a una crónica sensible, humilde y respetuosa con la que reivindica la vida de estas valientes mujeres mexicanas.
Homero (Sergi Mateu) es un reconocido pintor español de 48 años que reside en México y que descubre ser heredero de una extraña enfermedad que priva paulatinamente de la visión a quienes la padecen. Esta inusual condición degenerativa se caracteriza por eliminar la capacidad de percibir los tres colores de la luz, terminando por sumergir a los enfermos en una ceguera blanca. Así, Homero termina debatiéndose entre la resignación y el dolor por perder aquella capacidad con la sublimaba el sentido de su vida mediante el arte y la belleza. La historia de confinamiento a la ceguera blanca se entrelaza en el desierto mexicano con la historia de Mei (Marisol Centeno), una chica que se ve obligada a trabajar como sirvienta en un burdel a cambio de conseguir hospedaje y comida para ella y sus abuelos. La última mirada, expansión y refinamiento de la historia presentada por la misma cineasta en su cortometraje La Nao de China (2004), es un drama romántico cargado de metáforas filosóficas sobre la vida, la muerte, la pérdida, los obstáculos en la vida y el replanteamiento de una forma de vivir ante la aparición de una nueva y terrible realidad.
Uno de los primeros clásicos internacionales del nuevo milenio nos colocaba en medio de los preparativos de una elegante boda en Nueva Delhi que durará cuatro días. El guión firmado por Sabrina Dhawan utiliza esta premisa para interconectar cinco historias que, echando mano de un humor ligero pero inteligente que se combina de manera orgánica con elementos dramáticos, reflejan los conflictos generacionales, los enfrentamientos entre las conservadoras tradiciones y las perspectivas modernas sobre las relaciones amorosas e interpersonales, los miedos personales y los secretos familiares.
Nominada a cuatro premios Oscar -incluyendo Mejor Película Extranjera-, esta amarga y pesimista comedia negra escrita y dirigida por la italiana Lina Wertmüller nos traslada a Nápoles durante la década de los años 30 para seguir los pasos de Pasqualino (un fantástico Giancarlo Giannini), un oportunista y seductor de poca monta al que irónicamente apodan 'Settebellezze' (siete bellezas) por las deficiencias faciales de sus hermanas, y que busca hacerse de los medios para alcanzar una posición sobresaliente dentro de su clan, por lo que decide recuperar el honor y la dignidad de su familia mediante amenazas hacia el hombre que ha obligado a prostituirse a una de ellas.
La cineasta Amy Hackerling se acercó al mundo adolescente femenino para satirizar con mordacidad y en su máxima expresión la frivolidad de Cher (Alicia Silverstone) y su mejor amiga Dionne (Stacey Dash), dos chicas de Beverly Hills cuya vida gira en torno al dinero, la moda y la popularidad. Clueless llegó para refrescar el subgénero de la comedia adolescente y su éxito la convirtió en un atípico clásico de culto entre la juventud de finales de siglo y obligó al desarrollo de una serie de televisión que continuaba con las aventuras sociales y académicas de las protagonistas. La huella que dejó este clásico noventero es tal que sin ella no tendríamos otros clásicos teens como American Pie (1999), 10 things I hate about you (1999), Bring It On (2000) Mean Girls (2004) y Legally Blonde (2001) o Easy A (2010).
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ara su ópera prima, la actriz, guionista y directora Eva Husson se inspira en una anécdota ocurrida en una preparatoria estadounidense: un gran número de estudiantes se contagiaron de una enfermedad venérea a causa de las orgías que practicaban. Tiempo después descubrió que lo mismo había ocurrido en distintos puntos de Francia. Adaptando la historia a la ciudad de Biarritz durante un particularmente caluroso verano, Husson pone bajo la lupa a un quinteto de adolescentes que se ve envuelto en un juego sexual que se sale de control, y mediante esta sencilla premisa procura un acercamiento a la grave apatía, el hastío, las frustraciones y la vida sexual de la juventud contemporánea. En Bang Gang: Una Historia de Amor Moderna, Alex (Finnegan Oldfield) es un adolescente que vive solo en Biarritz tras la separación de sus padres; su madre se ha ido a Marruecos para trabajar durante nueve meses y lo ha dejado a cargo de su gran casa, la cual aprovecha para beber cuanto y cuanto le apetece –es decir, casi todo el tiempo–, llevar chicas y divertirse con su mejor amigo Nikita (Fred Hotier). Sus más recientes «victimas» son George (Marilyn Lima) y Laetitia (Daisy Broom), dos mejores amigas que se dejan llevar por la emoción del momento, pero mientras Alex consigue que George se entregue completamente a él, Laetitia, siempre mucho más tímida, dice a Nikita que ella sólo preferiría observar el acto sexual de su mejor amiga. Los días transcurren y mientras
George busca la compañía de Alex de quien ha quedado enamorada desde su primer encuentro sexual, éste la evita e inventa pretextos para estar lo menos posible a solas con la chica de la que ya ha obtenido el sexo que deseaba. La desesperación de George por llamar la atención del presuntuoso Casanova hace que se involucre en un juego sexual al que denominan «Bang Gang» –una suerte de «Verdad o Reto» pero con excesos alcohólicos y sexuales– y al cual paulatinamente se van sumando nuevos jugadores del colegio hasta que cada encuentro se convierte en una verdadera orgía al ritmo de música electrónica y bajo la influencia del alcohol, la cocaína y otras drogas psicoactivas. Paralelamente, Alex ahora lleva su juego de seducción hacia Laetitia, quien halagada porque alguien la encuentre atractiva y sexy no duda en involucrarse con él, traicionando la confianza y la amistad con George, quien a su vez busca refugio/consuelo con Gabriel (Lorenzo Lafebvre), el vecino de Laetitia con aspiraciones musicales. Husson utiliza la historia de estos jóvenes de clase media-alta para representar a la juventud contemporánea, mientras que la gran casa de Alex sirve para representar el oscuro y enrarecido microuniverso que alberga el voraz universo sexual de los chicos, capturándolo de manera preciosista por el sofisticado lente de Terry Richardson y sonorizado por la música de White Sea –el proyecto como solista de Morgan Kibby–. La película retrata las actividades sexuales de los adolescentes
sin pudor alguno, pero en ningún momento pretende shockear o provocar al espectador de manera gratuita; el acercamiento hacia los protagonistas, aunque íntimo y explícito, se mantiene alejado de cualquier juicio o condena moral y nos coloca como voyeuristas agentes externos que contemplan a una generación cuya única consigna es el placer. Con ecos del cine de Sofia Coppola –The Virgin Suicides (1999) y The Bling Ring (2013), principalmente– y Larry Clark –Kids (1997)–, con un valor artístico muy cercano al de la exploración adolescente de Gus Van Sant –My own private Idaho, (1991)– y emparentada también con The Rules of Attraction (2002) de Roger Avary –con base en la novela del ácido Bret Easton Ellis– y The Dangerous Liaisons (1988), de Stephen Frears, el resultado final es un erótico relato sobre la banalidad de los encuentros sexuales casuales cuyas consecuencias se pueden borrar con un tratamiento antibiótico o la interrupción de algún embarazo no deseado; los juegos de poder a través del sexo, las traiciones, el tedio y las frustraciones adolescentes que propone Husson rompen con estereotipos y maniqueísmos mediante el trazo en pantalla de personajes perdidos que buscan en el hedonismo un bálsamo para las insatisfacciones y el desencanto, dando forma así a un análisis sociológico sobre la actividad sexual de los adolescentes para quienes el sexo deviene en el más mediocre de los pasatiempos.
El primer documental realizado por la periodista Jacaranda Correa es una aproximación a la vida de un luchador social que, durante su juventud, se encargó de crear un personaje, un modelo similar al de el 'Che Guevara' pero a la mexicana; esto pese a su enfermedad degenerativa que desde niño lo mantiene postrado en una silla de ruedas. Pero después de ser un rebelde social, y consciente de las limitaciones que le impone discapacidad y la discriminación que sufrirá, comienza una revolución personal al tomar la decisión más importante de su vida: cambiar de sexo.
E
n este documental, la directora Dalia R. Reyes realizó un trabajo asiduo de confianza, y esto se ve reflejado en el resultado del documental: sus personajes se muestran al natural sin filtros, realizando una catarsis de sus vidas al estar limpiando sus cuerpos. Felipe es el encargado de los baños desde 1984. Es una persona alegre pero a la vez solitaria, su vida son los baños pues aparte de trabajar, vive en uno de los cuartos de la finca, sus días transcurren entre limpiar y cantar, éste es su hobby. Él se sabe muchas historias de tanta gente que ha pasado por el lugar, ellos le confían lo felices o tristes que están. Juana es barrendera del centro de la ciudad de México. Vive sola y es una mujer muy fuerte que lucha por salir adelante ante la intempestiva vida que le ha tocado, desde la dolorosa perdida de seres queridos hasta abusos sexuales. Pese a todo esto, ella está en pie, luchando por tener una vida mejor. La Sra. José es clienta de los baños desde hace más de 40 años.
Su vida es menos trágica que la de Juana, pues ella vive en familia, pero en algún momento de su historia, descubrió infidelidades de su pareja. Ella sigue con la tradición y hace lo posible por que sus hijas y nietos compartan esta experiencia: el baño, aparte de limpieza, es de convivencia, pues en los baños comunales puede entrar toda la familia. El documental Baño de Vida tiene puntos dramáticos, pero sus protagonistas, a través de sus historias, nos hacen reír con la filosofía con la que ven la vida, aceptando lo que les tocó pero no decayendo, al contrario buscan ser más felices aceptando su pasado y aprendiendo de él. Se trata de un relato que nos muestra la vida de tres personajes muy peculiares, su directora logra un estupendo juego metafórico cuando éstos escarban en sus más hondos recuerdos de lo que ha sido su vida y que comparten lo mucho que les ha ayudado el cuarto de vapor; quizás para limpiar, además de sus cuerpos, sus almas.
G
ran año para el cine 1966. Los verdaderos cinéfilos recordarán que 1966 fue el año en el que se estrenó Persona, la obra maestra de Ingmar Bergman. También muchos se acordarán de que en dicho año Sergio Leone se ganó un hueco en la historia del cine con El bueno, el feo y el malo. Incluso los que tengan mejor memoria (eufemismo de “los más frikis”), sabrán que fue el año en el que John Ford rodó su último filme, 7 mujeres; y en el que Truffaut se levantó rarito y le dio por hacer una película de ciencia ficción, Fahrenheit 451. Pero por lo que seguro que no será recordado 1966, es por ser el año del estreno de una de las películas más innovadoras, atrevidas y divertidas que ha dado el cine europeo: Las margaritas (Sedmikrásky). Como suele ocurrir en las grandes obras maestras, la trama es sencilla (incluso absurda): las jóvenes Marie I y Marie II se encuentran tomando el sol en bikini cuando llegan a la conclusión de que “si en este mundo todo está corrompi-do, estaremos corrompidas nosotras también”. A partir de este pretexto, empieza a rodar el engranaje que pone en marcha la película. Así, lo que el espectador se encontrará a continuación serán 74 minutos de escenas inconexas (en el amplio sentido de la palabra) en las que las dos protagonistas se aprovechan y se ríen de todo lo que se les pone por delante: engañan a hombres ricos para pegarse comilonas a su costa, boicotean un número de baile de una cabaret y se apropian de un banquete preparado para otros. La directora checoslovaca Vìra Chytilová sorprendió a propios y extraños con una atrevidísima cinta tanto en la forma como en el fondo. Desde un evidente feminismo, Chytilová nos sumerge en un mundo fragmentado donde la coherencia no tiene lugar y los colores brillan por doquier. No hay lugar para esquemas narrativos típicos. Las margaritas es un auténtico y ge-
nuino collage de imágenes, colores y sonidos que representa la faceta más innovadora y experimental de la conocida como “Nueva Ola checa” (una nueva corriente que creció al amparo de los movimientos cinematográficos europeos de los 60 como la Nouvelle Vague). El filme es toda una oda a la anarquía y a la desobediencia. Lo que en principio parece una “inofensiva” película experimental más, acaba convirtiéndose en una bomba de grandes dimensiones. A pesar de la utilización del lenguaje cinematográfico de manera poco seria y, a ratos, más cercana al videoarte; Las margaritas encierra una crítica social mordaz a partir del comportamiento de dos florecillas aparentemente alejadas de la política. No es de extrañar, pues, que abolido en 1969 el intento de liberalización que supuso la Primavera de Praga, el cine irreverente y transgresor de Chytilová dejase de ser admitido por el gobierno comunista y su actividad fuese prohibida hasta 1975. En conclusión, ¿por qué recomiendo Las margaritas? La principal razón es que me parece la película experimental más asequible que he visto nunca. A pesar de sus rarezas formales, Las margaritas es una película que no aburre, no cansa y se deja ver. Y no sólo eso. Es, como ya he dicho, un filme divertidísimo y tremendamente gracioso. Las imágenes atractivas, los colores, el desbordante montaje, el uso de la banda sonora (no sólo la música)… todo hace que el acompañar a las dos simpáticas Marie en su corto pero intenso viaje, sea una experiencia única. Vìra Chytilová decidió terminar su filme con una frase que suena más a advertencia: “Esta película está dedicada a aquellas personas que sólo se indignan ante una lechuga pisoteada”. Quizá debería haber colocado este aviso al comienzo, pero Chytilová posiblemente respondería parafraseando a Schopenhauer: “La rebeldía es la virtud original de la mujer”.
asi ocho décadas después de su primera aparición en las viñetas, la superheroína de DC Comics creada por el psicólogo William Moulton Marston –quien también desarrolló el precursor del polígrafo– hace su primera aparición fílmica en solitario con un soporte femenino tanto delante como detrás de las cámaras. La modelo y actriz de ascendencia israelí Gal Gadot es quien carga sobre sus hombros con todo el peso protagónico como Diana, la Princesa Amazona de Themyscira –una paradisíaca isla que Zeus ocultó de la vista de los hombres y, en particular, de Ares, el Dios de la Guerra– que es acompañada durante el primer tercio de la cinta por Connie Neilsen como su madre la Reina Hippolyta y Robin Wright como su tía Antiope, la general del ejército de la isla a la que llega accidentalmente Steve Trevor (Chris Pine), un espía que se ha infiltrado en las filas del ejército alemán con el fin de detener la amenaza de la Primera Guerra Mundial. Con un guión firmado por Allan Heinberg –partiendo de una historia co escrita con Zack Snyder y Jason Fuchs– la película se ciñe al ya conocido viaje del héroe cuando Diana decide traspasar los místicos confines de Themyscira para ayudar a detener la gran guerra que, aparentemente, está siendo causada por el mismo Ares. Con esta sencilla premisa Patty Jenkins muestra su oficio cinematográfico y sorprende con su convicción al sacar adelante con una gran autenticidad, frescura y fidelidad al espíritu del cómic original un producto cinematográfico comercial prediseñado por Warner Bros. para que embone con las otras piezas de su universo superheroico.
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Wonder Woman juega con la fórmula del cine de superhéroes, y sin descubrir el hilo negro nos presenta la historia de los orígenes de esta Princesa Amazona que eficazmente cumple con su misión como producto de entretenimiento ligero, pero que se da el lujo de presentar un debate –por supuesto todo ello con la profundidad que caracteriza a un blockbuster– sobre la naturaleza humana, su libre albedrío y la ambivalencia de luz/oscuridad que reside en el corazón de cada ser humano. La película, además, funciona como un sólido pilar y episodio de expansión del Universo Cinematográfico de DC, y aunque no está exenta de inconsistencias se adapta perfectamente a los moldes tanto del género de superhéroes como del estilo visual que ha creado Zack Snyder con Man of Steel (2013) y Batman v Superman (2016), pero lo hace de una manera equilibrada entre aventuras bélicas con secuencias de acción estimulantes y con una solemnidad heroica que es combinada a la perfección con un humor elegante que toma como principal materia prima la contraposición de mundos de la pareja protagonista –quienes por cierto generan una gran química en pantalla– y utiliza la profunda descontextualización e ingenuidad de Diana en el violento entorno de la Primera Guerra Mundial para exponer con ello lo absurdo de las guerras.
La propuesta fílmica de Jenkins inteligentemente aprovecha el heroísmo innato y la preocupación genuina por la humanidad de su protagonista y plasma en pantalla de manera certera la manera en la que el sufrimiento del hombre causado por el hombre mismo la golpea emocionalmente y la hiere más que cualquier arma o deidad maligna a la que se enfrente. En este sentido, cabe señalar que el espíritu del Superman de Christopher Reeve se percibe en varias escenas y no sólo en el claro homenaje que supone la escena de los disparos en el callejón donde Diana salva a Steve Trevor. Cargada con un discurso pacifista y humanista y echando mano de un muy necesario mensaje feminista que cuestiona –aunque muy ligeramente– el imperio de la cultura falocéntrica y le hace responsable del fatídico destino al que se ha sentenciado a la humanidad por la ambición y el odio, la película se corona como la mejor película del aún incipiente Universo Cinematográfico de DC que se consolidará o desmoronará con la primera película de la Liga de la Justicia en noviembre próximo.
U
n joven afroamericano visita a los padres de su novia blanca. Planteada así, la premisa de la ópera prima de Jordan Peele parece la versión moderna de Guess who's coming to dinner (1967), la película dirigida por Stanley Kramer en la que el doctor John Prentice (el gran Sidney Poitier) visitaba a los padres de su caucásica prometida Joey Dreyton (Katherine Hoghton). La pareja conservadora encarnada por Spencer Tracy y Katherine Hepburn, teóricamente de ideologías liberales, quedaba en shock al descubrir que su futuro yerno sería un hombre de color, aunque intentaba disimular su incomodidad de la mejor manera que podían. Sin embargo, la secuencia que sirve como prólogo del debut de Peele es mucho más que una advertencia de que nos enfrentaremos a algo completamente diferente; su introducción es toda una declaración de intenciones. La mencionada escena inicial muestra a un nervioso afroamericano buscando una dirección en un lujoso barrio blanco; pero justo cuando ha decidido desistir en su búsqueda, el chico se ve sorprendido por un hombre blanco encapuchado que logra dejarlo inconsciente para luego meterlo a la cajuela de su lujoso automóvil que, por supuesto, también es de color blanco. El protagonista de Get Out es el joven fotógrafo Chris Washington (protagonizado por un sorprendente Daniel Kaluuya), quien junto con su novia Rose Armitage (Allison Williams) pasarán un fin de semana en la casa de campo de sus padres, la exitosa psiquiatra Missy Armitage (Catherine Keener) y el renombrado neurocirujano Dean Armitage (Bradley Whitford). Y aunque inicialmente el comportamiento del matrimonio resulta extremadamente complaciente, con el correr de las horas se van presentando una serie de
extrañas situaciones que van transformando un fin de semana incómodo en una inquietante experiencia. La película se presenta como una oscura sátira de la realidad social a la que podemos emparentar con The Stepford Wives (1975) de Bryan Forbes –adaptación de la novela homónima de Ira Levin–, The Truman Show (1998) de Peter Weir e incluso con el thriller Arlington Road (1999) de Mark Pellington, y para ello resulta esencial recalcar que Jordan Peele tuvo su popular origen en la escena cómica de Estados Unidos a través de suprograma Key and Peele, y por ello no resulta nada extraño que eche mano del humor en esta propuesta de tono macabro. De esta manera el debutante nos comparte una efectiva mixtura de géneros que van desde el terror puro y la ciencia ficción con corrosivas pinceladas de humor que audazmente utiliza para deslizar mordaces críticas hacia la hipocresía social y su presunta postura ideológica progresista que, sin embargo, no es más que una máscara que esconde el racismo y la discriminación en su máxima expresión. El audaz guión consigue de manera pausada pero firme dar forma a una atmósfera enrarecida que ocupa muy pocas explosiones de violencia a lo largo de la trama para transmitir el terror puro, mientras que las estupendas actuaciones del elenco –especialmente la revelación de Daniel Kaluuya y Betty Gabriel como la desconcertante sirvienta– son el complemento perfecto para el funcionamiento cabal de esta aguda y cáustica crítica social y política que, sin concesiones, desenmascara el cruel ilusionismo que ha resultado ser el «american way of life» de la era post Obama. Get out es un debut potente, escalofriante, incómodo, pero sobre todo, necesario.
A
l momento de su muerte en 1987, el escritor James Baldwin se encontraba trabajando en un compendio de sus encuentros con tres de los activistas más importantes en la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos: Martin Luther King, Malcolm X y Medgar Evers. El manuscrito inconcluso legado por Baldwin, Remember This House –en el que empezó a trabajar en 1979 y que pretendía ser una trilogía literaria–, apenas constaba de 30 páginas, pero el cineasta haitiano Raoul Peck dedicó una década de su vida a darle continuidad a su trabajo y transformarlo en el documental I am not your negro que, a cinco voces, desenmascara el mito de la era posracial en Estados Unidos. Echando mano de fragmentos del manuscrito narrados por Samuel L. Jackson, la extraordinaria prosa testimonial de Baldwin encuentra en la casi irreconocible voz del actor el complemento ideal para exponer a una nación retrógrada incapaz de reconocer el odio que corre por sus venas y el miedo al otro como germen de dicho desprecio.
El documental hace un formidable trabajo de paralelismos históricos del Estados Unidos actual con los orígenes de la esclavitud, la segregación racial y la infame manera en la que los medios -particularmente Hollywood- retrataban a las minorías –el personaje inferior que sólo sirve a los blancos o como el exótico y/o salvaje–. De esta manera, mientras se narran crímenes de odio ocurridos décadas atrás, visualmente se complementan con imágenes de archivo de sucesos recientes, como el asesinato del adolescente de 18 años Michael Brown el 9 de agosto de 2014 en Ferguson –en las afueras de San Luis, Misuri– y las protestas de la comunidad afroamericana ante este brutal crimen racial perpetrado por el agente de la policía Darren Wilson. Más que un repaso a los errores del pasado, la descorazonadora propuesta de Raoul Peck pone en evidencia la ingenuidad del ilusionismo posracial en el presente y la incertidumbre sobre el futuro. I am not your negro es una pieza fílmica imprescindible tanto cinematográfica como socialmente.
H
ace cinco años, Ridley Scott volvió a los terrenos de la ciencia ficción con una precuela que exploraba los orígenes de aquel mítico Space Jockey que tripulaba la nave varada en el planeta LV-223 que albergaba a la criatura que daría caza a la tripulación de la nave Nostromo al acudir en respuesta a una señal de auxilio. Prometheus generó altas expectativas y no pudo cubrirlas; planteó muchas más incógnitas de las que resolvió, aunque fue una más que decorosa precuela de la saga. Ahora Alien: Covenant llega para intentar enmendar los errores y regresar a la franquicia a los terrenos del terror cósmico que caracterizó al filme original que vio la luz el último año de la década de los 70. La película nos transporta diez años después de los sucesos ocurridos en Prometheus y nos coloca en el interior de la Covenant, una nave colonizadora que se dirige al planeta Origae-6 con el fin de establecer la primera colonia humana al otro lado de la galaxia; sin embargo, un accidente obliga a despertar a la tripulación siete años antes de llegar a su destino, y mientras se llevan a cabo las reparaciones de la nave para continuar su camino, una misteriosa señal de posible origen humano llega desde un planeta que se encuentra a tan sólo unas semanas de desviación, por lo que deciden dirigirse a lo que parece una suerte de paraíso inexplorado ideal para albergar a la colonia humana. Sin embargo, lo que inicialmente se presenta como un planeta idílico se revela pronto como un mundo hostil que pondrá en peligro la misión entera. Con Alien: Covenant el ya casi octogenario cineasta recupera el espíritu de la película original; la propuesta de Scott está dedicada a acercarse más hacia el terror que a la ciencia ficción, aunque desde luego no olvida dar continuidad a la historia de la raza de los Ingenieros que nos introdujo en Prometheus. La película plantea ideas interesantes sobre la (in)existencia de un Dios como fórmula para el origen de la vida y la ultra desarrollada inteligencia artificial a través del encuentro del nue-
vo modelo sintético Walter (Michael Fassbender) con el personaje de David y el sorpresivo desarrollo de características humanas como el orgullo y la egolatría, planteando con ello la tesis del moderno Prometeo de Shelley con sus inherentes pinceladas de romanticismo gótico-necrofílico y hasta el incesto sintético. Pero lamentablemente la película se queda en eso; en ideas que no logra desarrollar a profundidad, no entrega nada que no hayamos visto antes en la saga original y además se da el lujo de olímpicamente destruir la historia de los Ingenieros en menos de cinco minutos. Se trata de una propuesta que refresca la franquicia al inyectarle una gran carga de tensión y adrenalina, pero no posee la originalidad que, aunque con sus múltiples defectos, caracterizó a cada una las secuelas a cargo de Cameron, Fincher y Jeunet. Alien: Covenant, aunque presenta a una nueva criatura –el muy inquietante «neomorfo», variación más humanoide que el monstruo original de H.R. Giger– en un ecosistema distinto y con los momentos más sanguinolentos de toda la saga, no se arriesga en la exploración de nuevos terrenos, dedicándose únicamente a la complacencia de aquellos acérrimos fans que reclamaron la ausencia de los xenomorfos en la cinta previa como una traición a la esencia de la saga. Scott ha escuchado esas voces y ha dado forma a un entretenido y por momentos escalofriante filme de terror con su tradicional puesta en escena hipersofisticada, pero ha dejado de lado el trasfondo filosófico y el desarrollo de personajes –inexplicable resulta que se haya eliminado del corte final la secuencia de la cena y que haya sido lanzada de manera virtual semanas antes de su estreno–. Aún así, la película es un eslabón lo suficientemente sólido en esta cadena de precuelas que esperemos sepa equilibrar mejor el entretenimiento con la reflexión en las futuras entregas ya confirmadas por el mismo Scott.
P
aterson es un chofer de autobús, enamorado de la poesía, de su rutina, de las pequeñas cosas que le dan sentido a su vida. Jarmusch decide mostrarnos la vida de Paterson durante siete días: siempre despertando a la misma hora, junto a su pareja, desayuna siempre el mismo cereal, se prepara para ir a su trabajo y antes de iniciar su jornada laboral, toma su libreta y empieza a escribir, o escribe sobre una caja de cerillos un poema a su pareja o cualquier otra cosa. Sigue escribiendo en su tiempo libre mientras come lo que Laura, su pareja, le ha preparado. Regresa a casa para pasear a su perro y tomar una cerveza todos los días en el mismo bar. Sería muy fácil juzgarlo como un hombre sin ambiciones, aburrido, un total fracaso, pero esta misma rutina es la que le da sentido a su vida, el tomar las pequeñas cosas de la vida y escribir sobre ellas. ¿Cuánto tiempo pasamos en el transporte público, atrapados en el tránsito, pensando sobre la escuela, el trabajo, nuestras relaciones, escuchando involuntariamente la vida de los demás, pensando en lo aburrido de nuestra existencia? Paterson nos demuestra que aunque sigamos una monotonía los días no son iguales, siempre hay
una variante. Una variante al escuchar a Method Man rapeando en una lavandería, al observar y ser parte de las peleas de pareja dentro de un bar; el mismo que visitas todos los días, en esa interacción que poco a poco vamos perdiendo en la modernidad, siempre ocupados en nuestras redes “sociales”, atrapados en nuestro teléfono. Paterson es un amante de la vida, alejado de los teléfonos, de la tecnología. Él solo necesita una libreta, una pluma para ser feliz, ser feliz con Laura, una mujer atrapada en su estilo, artista, amante de la repostería y de los colores blanco y negro, la misma que desea ver los poemas de su pareja impresos, siempre apoyándolo, tan segura de ella como pocas personas. La dirección, la fotografía, la música y las actuaciones todas conviven de la manera más hermosa durante 2 horas. No pude evitar pensar en el cine de Aki Kaurismäki, con historias sencillas, muy austeras, pero muy humanas, eso es Paterson, una de las películas más humanas, sobre la existencia y la hermosura de la vida, que he visto en los últimos años, que nos invita a la reflexión emocional. Paterson es honesta, exquisita, aire nuevo en el mundo del cine.
E
n la nueva comedia de Ivan Calbérac, el cineasta francés presenta una historia de amistad improbable entre Constance, una joven estudiante que necesita un lugar para vivir en París mientras estudia la carrera de Ciencias y Humanidades, y su casero el Sr. Henri, un arisco anciano de clase acomodada que por su inestable salud no puede continuar viviendo solo en su apartamento parisino. Y aunque al principio se muestra renuente a tener que aceptar que una inquilina rompa con la armonía de su soledad, pronto encuentra la oportunidad de utilizarla en un plan que provoca un verdadero caos familiar y que involucra a Paul, el hijo de Henri, y su esposa Valérie. La estudiante y el Sr. Henri es una adaptación de la obra de teatro homónima escrita por el mismo Ivan Calbérac en la que sobresalen las disparatadas situaciones y los personajes entrañables que dan forma a una de las más agradables y elegantes comedias del año; se trata de una cinta de tono ligero que hace pasar un muy buen rato al espectador, pero que además posee un subtexto muy interesante respecto a varios aspectos de carácter social que no es tan común que se vean en el gé-
nero de la comedia, tal como la crisis de vivienda en París, la marginación económica de los jóvenes estudiantes que se sacrifican para seguir adelante con sus estudios, y la marginación social de la que son víctimas los ancianos que van siendo relegados a sus grandes casonas y que, en ocasiones, pasan semanas enteras sin interactuar con otro ser humano. En un ejercicio temático un poco similar al propuesto por Bernardo Arellano en su película El comienzo del tiempo (2014), pero mediante una propuesta formal radicalmente diferente, Ivan Calbérac plantea una historia sobre el implacable paso del tiempo, el encuentro de la vocación, el desmarcarse de las imposiciones sociales, y sobre todo, sobre la solidaridad intergeneracional. La estudiante y el Sr. Henri es una comedia inteligente cuya convencional puesta en escena y previsible desarrollo y desenlace, son detalles negativos mínimos que se ven sobrepasados por lo entrañable, sensible y comprometido del relato y el gran carisma del reparto, apartado en el que sobresale el veterano Claude Brasseur y la joven Noémie Schmidt, cuya química y complicidad sobrepasan la pantalla.
C
uarenta días después de la muerte del patriarca –y tan sólo tres días después del atentado contra Charlie Hebdo–, una familia rumana de clase media alta se reúne en su memoria en el departamento donde ahora vive solamente la madre viuda. A la espera del sacerdote que oficiará los ritos correspondientes, la convivencia de la numerosa familia se va tensando y los ánimos se calientan. Larry, un neurólogo de 40 años e hijo mayor de la familia, funge como personaje central de la trama y guía de la narrativa de espíritu teatral con la que el cineasta rumano Cristi Puiu nos introduce en la intimidad del hogar para desarrollar una tesis sobre las dificultades de las relaciones humanas, especialmente en el núcleo familiar. Con una sobresaliente puesta en cámara logísticamente complicada –pues a excepción del prólogo y una suerte de intermedio todo sucede dentro del departamento familiar con una gran cantidad de personajes e imbatibles diálogos sorprendentemente naturales– el cineasta rumano que hace poco más de una década nos sorprendió con el sobrecogedor drama intimista La muerte del señor Lazarescu (Moartea domnului Lazarescu; 2005) continúa puliendo su sobrio estilo neorrealista sin florituras ni artificios formales. Puiu se vale del apoyo del cinefotógrafo Barbu Balasoiu, cuya audacia combina orgánicamente planos fijos y cámara al hombro, para crear sublimes planos secuencia que, aunados a un pulido trabajo de edición, es capaz de colocarnos en la privilegiada posición de etéreo testigo que espía a la familia en los reducidos y concurridos espacios arquitectónicos del departamento en los cuales podemos entrar y salir con la libertad de un fantasma durante las horas previas al ritual religioso con el que se recordará al difunto padre de familia. Y así, convertidos en un intruso invisible, atestiguamos una de las tantas crisis de una familia tremendamente disfuncional... como todas.
Con una gran carga dramática pero también con un humor negro filtrado –una combinación distintiva del registro narrativo de la nueva ola de cine rumano fundada por cineastas formados luego de la revolución y derrocamiento del gobierno dictatorial de Nicolae Ceausescu–, Puiu desarrolla su tesis con la cada vez más tensa interacción de los personajes, colocando en el centro de la tormenta a Larry, quien se ve obligado a enfrentarse con sus miedos y los fantasmas de su pasado, mientras toda la familia se ve envuelta en discusiones que van desde los debates incansables en torno a las presuntas conspiraciones en los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos hasta la disyuntiva de si es mejor un gobierno totalitario o uno monárquico, pasando también por reproches por infidelidades conyugales, choques generacionales, luchas de clases sociales, la sexualidad, el terrorismo, la unión europea, y las eternas pugnas de posturas políticas e ideologías religiosas, seguidas por un largo etcétera. Por sus casi tres horas de duración y su principal sustento en los diálogos, la propuesta de Puiu nos remite inmediatamente a un ejercicio cinematográfico muy cercano en el tiempo: Sueño de Invierno (Kis uykusu; 2014), de Nuri Bilge Ceylan; no obstante, aunque ambas representan dos de las mejores experiencias fílmicas en los últimos años, el cineasta rumano procura un discurso muy distinto al del cineasta turco, pues mientras Sueño de Invierno giraba en torno a la integridad, la ética y lo cuestionable de la moral del ser humano, Sieranevada utiliza los conflictos del núcleo familiar para dar forma a una metafórica visión de los conflictos de la humanidad entera; se trata de un sensacional análisis de un microcosmos familiar particular que deviene en retrato costumbrista de un país y un fresco del ser humano en sociedad, un trabajo antropológico en el que todos se sentirán identificados, o por lo menos, aludidos.
I
ncluso aquellos que se habían declarado amantes del estilo surreal e idiosincrático establecido por David Lynch en películas como Eraserhead, como el director Quentin Tarantino, se vieron decepcionados por Twin Peaks: Fire Walk with Me, una precuela fílmica para la serie Twin Peaks, un hito de los años noventa. La cinta tuvo su estreno en Cannes y fue abucheada y casi unánimamente odiada en la crítica; a veinticinco años de su estreno y con Twin Peaks volviendo con una nueva serie/temporada en 2017, ya con Lynch consolidado como unos de los grandes artistas de la época, la película ha sido reevaluada al punto de ser vista por algunos como la obra maestra de Lynch. Desde mi punto de vista, la verdad está en algún punto a la mitad: no es mala, pero tampoco es una obra maestra. Ambas reacciones se me hacen muy emocionales, y la inicial es un producto lógico de la decisión de Lynch de usar el fime para contar la historia que quería sin tener consideración alguna por aquellos que desconocían la serie o para los que esperaban una continuación directa y explícita del cliffhanger de la segunda temporada. Fire Walk with Me es una obra extraña, una precuela con algunos juegos temporales que apuntan al futuro y establecen algunas tramas que iban a ser exploradas en secuelas que, obviamente, jamás sucedieron. Por ello, la estructura es bastante extraña, y demanda mucho de la audiencia: a menos que el espectador siga atentamente el prólogo, lo verá desconectado tanto de la película como de la serie. La investigación del agente Chet Desmond (Chris Isaak) sobre el asesinato de la joven Teresa Banks en el
pueblo de Deer Meadow da inicio al filme, y parece que su única función es invertir toda la imaginería carismática del pueblo de Twin Peaks: las meseras son viejas y antipáticas, la gente es grosera, la policía no es confiable sino corrupta, y el café es amargo. Al parecer, Desmond está investigando a lo que el director del FBI Gordon Cole (David Lynch) le llama un caso de blue rose (roza azul). Encuentra un anillo perteneciente a Teresa, y desaparece. La trama luego brinca hacia las oficinas del FBI, donde Dale Cooper (Kyle MacLachlan), Albert Rosenfield (Miguel Ferrer) y Cole se desconciertan por el regreso de Philip Jeffries (David Bowie), un agente desaparecido por dos años que regresa diciendo incoherencias sobre una tal Judy y “vivir dentro de un sueño”. Cuando finalmente la acción llega a Twin Peaks, este es un lugar diferente. Bueno, es el mismo, pero la perspectiva es diferente: estamos viendo a través de los ojos de Laura Palmer, una muchacha sobre la cual en la serie aprendemos dos cosas: es amada por todo mundo, y al parecer está involucrada en muchas ondas sucias, como drogas y prostitución. Al ver Twin Peaks es bastante fácil juzgarla, incluso de manera inconsciente. Fire Walk with Me la revela como un alma torturada que ha sufrido abuso sexual desde los doce años de parte de su padre, cuyas cicatrices emocionales la han llevado a un infierno hacia el cual no quiere arrastrar a sus amigos. Tomen en cuenta que todos los personajes jóvenes son menores de edad que aún van en preparatoria, y dejen que la gravedad de los eventos de la película y la serie los impacten con toda su fuerza. La actuación de Sheryl Lee es mag-
nífica y resulta desconcertante como es que no se volvió una estrella de cine de talla internacional: cada expresión en su rostro, cada grito, cada lágrima, cada rictus forzado y libidinoso es tan creíble y natural que uno casi se siente voyeurista. Fire Walk with Me es una película muy pesada y difícil de ver, no solo por las imágenes violentas y grotescas y las secuencias de horror, sino por la tragedia de Laura. De esta forma, Twin Peaks adquiere un realismo mágico en el que los demonios que agobian a una muchacha no son solo metafóricos; su padre, Leland (Ray Wise), es también tan creíble en su lucha personal entre su legítimo amor y oscuros deseos sexuales por su hija, que merece una mención. De las escenas eliminadas en The Missing Pieces (la hora y media de escenas eliminadas que fueron reveladas en 2014), las únicas que hubieran mejorado la película son las de la familia Palmer teniendo una buena convivencia, pues añadirían peso emocional y un contraste con la completa disfuncionalidad que se ve en el filme. Twin Peaks: Fire Walk with Me arroja luz y peso emocional a un evento que en la serie parece un mero catalizador. En los últimos siete días de vida de Laura Palmer no hay tiempo para café, pay, ni comedia entre una plétora de personajes coloridos. Esta es una película que se tiene que ver con una mentalidad adulta, y muy en sincronía con el estilo cinematográfico de David Lynch. Varios de los hilos que se pensaban explorar en secuelas serán resueltos en la nueva Twin Peaks, lo cual vuelve a esta película esencial en el canon, a pesar de funcionar por cuenta propia como un drama bastante resonante.
L
a perla nos hará ricos”, frase que nubla la mente de Pedro Armendáriz al tener la codiciada perla, mientras la observa minuciosamente entre sus dedos. Sin embargo, su ‘ambición’ no era mal encaminada ni mal pensada, para él representaba todo aquello que no podía alcanzar ni obtener. Quino (Pedro Armendáriz) y su esposa Juana (María Elena Marqués) viven a escasos metros del mar, un mar tempestuoso y salvaje cuyas olas golpean con dureza la desértica playa (¿quién podría olvidar esa escena?). Ellos viven de la pesca, lamentablemente no han tenido buena suerte. Un día su hijo es herido con la picadura de un alacrán orillando a Quino y Juana a recurrir a todo con tal de salvar a su bebé; recurriendo al médico del pueblo, éste les niega el servicio, acudiendo así, a una curandera que afortunada-
mente lo salva. Quino en un arranque de desesperación al ver sus condiciones de vida, se lanza al mar en busca de una perla. Al encontrarla, los seres maliciosos que les negaron ayuda, ahora acosan a la pobre pareja con el fin de arrebatarles la perla. Emilio Fernández, John Steinbeck y Jackson Wagner adaptan maravillosamente la historia de esta familia de pescadores; el propio Fernández afirmó que fue él quien ayudó a Steinbeck a escribir su novela a partir de la película terminada, el resultado es glorioso. La película se llenó de una serie de imágenes preciosistas nunca antes vistas (el mar picado, las escenas bajo el agua, la fiesta del pueblo, los pantanos); todo complementándose para crear una de las joyas rurales más completas de nuestro acervo nacional. Desde el par de actores ‘americanos’ Fernando Wagner y Charles Rooner
quienes encarnan a los perfectos villanos extranjeros, hasta el mismo Gilberto González que completa la tercia de ases negros dentro de esta historia; la banda sonora ayuda a ambientar la tragedia que estamos por ver. María Elena Marqués y Pedro Armendáriz logran un par de actuaciones protagónicas espléndidas, tanto así, que Pedro recibió su primer premio Ariel como Mejor Actor. Una de las cintas clave dentro de la filmografía de Emilio, ganadora de 5 premios Ariel en su tercer entrega, estuvo llena de anécdotas y contratiempos, algunos tan trascendentales como el accidente de la ‘volcadura’ de la Marqués por la ola, las piernas lastimadas de la actriz y las constantes repeticiones de escena dentro de los pantanos. Ningún amante del cine mexicano puede dejar de verla.
Y
a hace casi dos meses que esta serie llegó a Netflix y comenzó a ser el tema del momento, las críticas eran muchas, lo mismo que la gente que la veía, no noté en ningún momento que alguien fuera indiferente a ella, y eso vaya que llama la atención. Por lo que decidí verla pero que terminé mucho tiempo después de haberla empezado, no precisamente porque no quisiera hacerlo, sino por cuestiones del internet de mi casa. La serie nos cuenta a través de 13 capítulos las razones por las que Hannah Baker, una estudiante de preparatoria norteamericana, se suicidó, no sin antes dejar su testimonio en audio cassettes en los que cada lado está dedicado a una persona que ella considera responsable de su muerte. Episodio a episodio nos vamos dando cuenta de las situaciones desafortunadas que, encadenandose, van haciendo cada vez más difícil la vida de Hannah, quien tampoco era una blanca palomita. Todas estas narraciones las escuchamos y vivenciamos desde el punto de vista de Clay, un amigo no tan cercano pero que siempre estuvo enamorado de ella, grabación a grabación somos testigos de la impotencia, desesperación y las ganas de enmendar los errores suyos y de los compañeros de escuela que aparecen en las cintas. Todo este enredo melodramático tiene muy preocupados a sus padres porque no tienen absoluta idea de las cintas (así como cualquiera que no aparezca en ellas) y tiene muy preocupados a los compañeros de Clay porque creen que en cualquier momento puede revelar el contenido de estas que no les resulta para nada favorecedor. Una vez que las personas comenzaron a ver la serie, sucedieron fenómenos bastante curiosos, primero salieron las personas defensoras de los desamparados que prometían cambiar su actitud para ya no dañar al prójimo gracias a que la serie les había abierto los ojos, vieron en esta a una serie magnífica y se atrevían a decir que sería la mejor serie del año por el mensaje que mandaba, como si, desde el inicio de los tiempos, no supieran que el hacer alguna agresión a alguien puede provocar secuelas bastante graves como el suicidio de esta persona. Tal como sucede con los personajes de la serie, esta reflexión se hizo de dominio público, se agradece la noción de cambiar un poco el trato hacia los demás, pero es algo que en realidad yo no he visto
que haya cambiado y que los mismos personajes tampoco cambian. Poniéndome en el lugar de quienes la amaron, los aspectos que me parecieron sobresalientes fueron en un primer momento la edición y el ritmo, ya que si bien la trama central no resulta del todo intrigante, logran darle una carga de suspenso que te hace querer seguir viendo la serie hasta terminarla lo más pronto que puedas, la edición es maravillosa, intercalando escenas de la línea de tiempo actual com muchos de los recuerdos del protagonista, los otros personajes y la narración de Hannah. El soundtrack es maravilloso, a pesar de ser una serie dedicada al público joven, tiene muy buenas dosis de canciones de antaño, así como propuestas más recientes, la selección se agradece bastante. Las actuaciones son convincentes, sobresaliendo Dylan Minnette, el protagonista, a quien no me molestaría ver en las próximas entregas de premios importantes que vienen. Posterior a la ola de amor y reflexión que rodeó a la serie, llegaron los abucheos y el odio, bastante intenso también, no solo porque les parecía una serie mala (algunas veces mencionando esto sin haber visto más allá del primer episodio), sino porque “enaltece a quienes se suicidaban”, es decir, todos aquellos que desde siempre se han generado juicios bastante superficiales hacia las personas que deciden suicidarse, decidieron correcto emitir estos juicios sin fundamento ocultándose en que “criticaban a la serie”, el resultado, de nueva cuenta, solo fueron habladurías, porque en nada cambió la forma en la que se tratan las personas. Resulta curioso también que en la serie los personajes hacen lo mismo, juzgan a la persona que murió, justifican sus actos y quieren callar a quienes tienen algo que decir al respecto. Poniéndome en el lugar de los que la odiaron, puedo decir que el punto débil de la serie es el guión de varios capítulos, la serie empieza muy bien, vamos conociendo poco a poco que los que tienen una grabación destinada para ellos, son de verdad personas que comparten algo de responsabilidad en la forma que se tornaron las cosas para la protagonista, pero se llega a un punto en el que ya no saben qué inventar para que efectivamente sean 13 las grabaciones que hizo Hannah, llegando a pasar por momentos ridículos y de sobra que son tan prescindibles que
incluso me llegué a equivocar y vi un capítulo más adelante del que debería haber visto, y no pasó absolutamente nada, después lo vi y me di cuenta de que aún así pude comprender de qué iba todo, por fortuna a partir de la cinta de Clay (el mejor capitulo, sin duda), la serie agarra un rumbo que no suelta hasta el final. Lo que me lleva a la reciente confirmación de que habrá segunda temporada, misma que “develará secretos que no se vieron en la primera”, lo cual no me puede parecer mas absurdo, el final de la serie es bastante redondo, los personajes llegan a puntos que si bien no son conclusivos, por ello no quiere decir que sea necesario que lo sean, las mismas exigencias de la trama hacen que tengamos suficente de Hannah Baker, para el resto de la eternidad, pero como todos sabemos, lo lucrativo de la serie es la principal razón por la que se atrevieron aceptarlo, sin pensar que, si la segunda temporada no resulta convincente, será bastante odiada por los fans que ya se ganó, y dará argumentos para odiarla más a quienes ya lo hacen. Puedo concluir esto diciendo que, a final de cuentas no es una mala serie, está bastante bien y cumple, no es la mejor serie, ni siquiera de su mes, pero resulta algo digno de verse. Después de todo, con tanta polarización de opiniones, no somos más que un personaje más de esa serie, tomando posturas, como ellos lo hacen, de un suceso significativo.
P
ara apaciguar la espera, los creadores de Sense8 tuvieron a bien el lanzar un episodio especial de temporada decembrina, así es como, después de dos años, por fin estrenaron la segunda temporada, una cargada de mucha más acción y suspenso, con un desarrollo más inteligente de sus personajes y la introducción de muchos otros personajes bastante interesantes que aportan mucho a la trama, pero sobre todo, con muchas menos escenas compartidas entre todos los protagonistas que no aportan absolutamente nada. Para esta temporada nos encontramos centralmente con la cacería que “Whispers” sigue haciendo de este grupo de 8 sensantes que fueron traídos al mundo por Angelica, ahora que Will tiene contacto directo con el villano, puede también entrometerse en la vida de este y lo que el grupo veía como una amenaza, eventualmente se convertirá en un arma que utilizarán a su favor. A la par de esto vemos mas eventos del pasado de Angelica y de otros sensantes de su grupo, cosa que aportará bastante para saber qué se trae BPO entre manos. Ahora sabemos que estos dos grupos no son los únicos que existen o existieron en el mundo, sin embargo todos tienen sus reservas para relacionarse entre sí debido a que no tienen idea si serán aliados o enemigos, conforme los vamos conociendo se descubre una forma bastante eficiente de estar todos conectados y en completa comunicación entre ellos a lo largo y ancho del mundo. Justo como pasó con la temporada pasada, el hecho de que hubiera 8 protagonistas representaba un reto no solo para filmar la serie, sino para desarrollar a todos estos personajes de manera que cada uno tuviera una historia interesante y que aporte a la trama, lamentablemente fallaron en eso pero en esta segunda temporada trataron de enmendarlo y echarle un poco mas de
ganas a cada una de las historias, si bien sigue sin ser suficiente, pudimos ver más nutridas las subtramas de Will, Ryley y Kala, resultando por demás interesante la relación y constante huída alrededor del mundo de los dos primeros, vemos en ambos personajes un poco más de complejidad así como con Kala, quien tiene que pasar por decisiones difíciles pero siguen fallando al darle soluciones sencillas a todos sus problemas. Nomi, Wolfgang y Capheus siguen presumiendo tener de las mejores subtramas y enredos que aportan bastante a que esta temporada te mantenga bastante al pendiente y no quieras dejar de verla hasta terminar, desde hackeos, narcotráfico y una carrera política en ascenso, estos tres personajes reafirman lo vitales que resultan para todo el equipo y de paso se rodean de varios personajes nuevos a los que se les puede sacar mucho provecho en temporadas próximas. Los polos opuestos vienen por parte de Sun y Lito, la primera me sigue pareciendo el mejor personaje de toda la serie, no solo por su construcción y desarrollo, sino porque se sustenta tan bien que pueden hacer una serie de ella sola sin problemas y puede resultar igual de buena y emocionante, Doona Bae actúa maravillosamente y es partícipe de escenas de acción de calidad cinematográfica. Por su parte Lito es relegado a una subtrama cursi de chick flick y aceptación de la diversidad sexual que resulta bastante molesta en ocasiones y por demás innecesaria, se debe trabajar mucho con ese personaje si quieren seguir justificando su permanencia en la serie. Como mencioné al principio, algo que polarizó bastante las opiniones respecto a la primer temporada es el conjuntar a todos los personajes en una escena para realizar actividades que no aportan absolutamente nada a la trama y que sirven solo como eye candy. Si bien en esta segunda temporada hay
mayor número de escenas que conjuntan a todos los personajes, a excepción del capítulo decembrino y una que otra escena de capítulos posteriores, en el resto de la temporada son justificables y necesarias para el desarrollo de las escenas y solucionar los problemas que entre ellos se pueden generar. De nueva cuenta es la edición el aspecto técnico más sobresaliente de la serie por obvias razones, el ritmo también es un elemento favorable para que no quieras perderte un solo segundo de los capítulos que conforman la temporada, como ya mencioné antes, las escenas de acción, ya sea de peleas o persecuciones, son geniales y tienen calidad de una película de acción de gran presupuesto. Como conclusión puedo decir que me resultó una temporada mucho mejor que la anterior, pero se tiene que trabajar más en la construcción de los personajes protagonistas para comenzar a darle más intensidad a sus historias y así ya no parezca que el número 8 es solo para cubrir una cuota de personajes específica. Lamentablemente cuando la trama exigía mas atención del espectador, cuando el desarrollo de los personajes había llegado a un punto climático, la temporada termina y con ella las esperanzas de ver finalizada o continuada la historia debido a la cancelación de la serie, con todo y el fanatismo que generó alrededor del mundo en muy diversos sectores de la población, es exasperante que una serie termine de esa manera y que de tajo retiren la decisión de siquiera darle una última temporada para cerrar las historias, sin embargo yo no puedo saber la carga en el presupuesto o ña respuesta que Netflix esperaba que haya devenido en cancelar la serie, esperemos que por lo menos hagan una película que resulta en una sana conclusión de esta historia, de cualquier manera la factura cinematográfica se ve a cada minuto de esta segunda temporada.
D
iecisiete años después de haber encarnado por primera vez al más cool de los mutantes en la película responsable de la marejada de cine de superheroes que gozamos/padecemos actualmente -XMen (2000; Bryan Singer)-, y luego de haber aparecido en siete de las películas de la saga de «los hijos del átomo», el australiano Hugh Jackman se despide del personaje que lo catapultó a la fama con la tercera película en solitario del mutante y en la que éste cierra un ciclo narrativo al igual que el actor pone punto final a nivel interpretativo. Logan ocurre en un 2029 que resulta escalofriantemente parecido al mundo actual, pero en el que se percibe la dominación de la humanidad por las corporaciones tecnológico-científicas. En este mundo en el que se han cumplido ya dos décadas desde el nacimiento del último mutante, el otrora Hombre X es ahora un patético chofer de limusinas que se consume lentamente en el alcohol mientras que, con sus poderes diezmados y con la ayuda del mutante Caliban (Stephen Merchant), esconde y protege en fronterizo territorio mexicano a un senil Charles Xavier (nuevamente el gran Patrick Stewart) cuya enfermedad cerebral degenerativa ha convertido su poderosa psique en un peligro mortal para la humanidad. Pero en medio de ese oscuro destino mutante surge una esperanza con la aparición de una enfermera al cuidado de su hija Laura (una sorprendente Dafne Keen en la que suponemos será la revelación del año), una pequeña mutante de once años conectada con Logan de una manera que jamás se imaginó. Con inspiración en la estética de la serie impresa Old Man Logan escrita por Mark Millar e ilustrada por Steve McNiven, el director James Mangold firma junto a Scott Frank y Michael Green un guión que coloca al antihéroe en un contexto homologable al de los héroes del cine de vaqueros, particularmente al del protagonista de Shane: el desconocido (Shane; 1953), el clásico de George Stevens que, en la habitación de un hotel en Las Vegas, Charles
Xavier mira en televisión con melancolía y añoranza mientras la pequeña Laura aprende lecciones de moral y ética asesina, y que nos permite intuir cómo es que marchará esta historia de forajidos que, aunque sean poseedores de sorprendentes superpoderes, será el disparo de un revolver lo que definirá la batalla. Mangold se empeña en que su película no parezca una película de superhéroes, y aunque no siempre sale bien librado de tal empresa -la batalla final es, en todo sentido, un clímax típico del cine de superhéroes- sí logra hacer que el filme transite con audacia por varios géneros que van desde el western crepuscular, hasta una melancólica road movie, pasando por el frenético cine de acción y aventuras y, por supuesto, por el pesimismo de la ciencia ficción de distópicos futuros. En esta arriesgada y certera mezcla de géneros podemos percibir cuan largas han permanecido las sombras de Children of Men (2007; Alfonso Cuarón), Mad Max: Fury Road (2015; George Miller) y Midnight Special (2016; Jeff Nichols), tres instantáneos clásicos contemporáneos que podemos percibir como referencias u homenajes en este ahora también clásico del cine de superhéroes. Logan es la película que el personaje debió que protagonizar desde su primera incursión en la pantalla grande; se trata de un sanguinolento y brutal filme en el que la solemnidad es la primera en ser aniquilada. Mangold, aunque le niega al personaje encrucijadas morales reales que, por el contrario, sí caracterizan al protagonista en sus aventuras impresas, entrega un estudio con la suficiente profundidad para el público masivo sobre el envejecimiento y la mortalidad de un personaje que se suponía inmortal. El resultado final es un muy inspirado ejercicio que mezcla emotividad con potente acción pura y dura; entretenida y cargada de un humor cínico, la película es una suerte de documento fílmico testamentario con el que Hugh Jackman se despide en tono elegíaco del personaje y pasa la estafeta a las nuevas generaciones tanto de mutantes como de público.
E
l dramaturgo Kenneth Lonergan tiene una corta carrera como director y guionista: su primer cinta con Puedes contar conmigo (2000) -la historia de dos hermanos que se reúnen tras la muerte de sus padres- generó excelentes críticas y nominaciones al Oscar al mejor guión original y a la mejor actriz para Laura Linney. Su segunda película, Margaret, protagonizada por Anna Paquin, fue afectada por disputas entre él y los productores que retrasaron por años el estreno de la cinta que terminó con buenas críticas pero aún así pasando algo desapercibida para la audiencia. Entre sus trabajos como guionista más destacados están Analyze this (1999) y Gangs of New York (2002) por el que fue también nominado al Oscar. Ahora Lonergan vuelve a colocarse en la silla de director con otro drama familiar escrito él mismo: Manchester by the sea. El personaje principal de la cinta es Lee Chandler (Casey Affleck), un taciturno hombre que trabaja como conserje en Boston. Es un empleado excepcional pero su irascible carácter lo mete a menudo en problemas con la gente que lo rodea; y a pesar de haber decidido alejarse de su familia, siempre estuvo al pendiente de ella. La enfermedad de su hermano Joe (Kyle Chandler) hacía que regresara constantemente a su pueblo natal para hacerse cargo momentáneamente de su sobrino Patrick (Lucas Hedges), ya que su madre los abandonó a él y su padre causa del alcoholismo que padecía. Pero ahora Lee recibe la noticia de la muerte de su hermano, quien sufría una enfermedad crónica y quien estaba completamente consciente que su muerte podría llegar en cualquier momento, por lo que dejó todo listo para que Lee se instale permanentemente en su casa y así poder hacerse cargo de su hijo. Lee no está muy de acuerdo por no considerarse apto para cuidar de sobrino, un chico en plena adolescencia, todo un Don Juan, miembro del equipo de hockey de la escuela y miembro de una banda de rock. Patrick tiene prácticamente todo lo que un chico podría anhelar a esa edad, pero extraña a su padre y a su madre, por lo que disfraza su dolor con rebeldía. Afortunadamente la relación entre Lee y Patrick siempre ha sido buena y la convivencia entre ellos crea una fuerte relación de camaradería. Sin embargo, a Lee le causan muchos conflictos estar de vuelta porque el regresar es tam-
bién reencontrarse con Randi, su ex mujer de la que se separó a consecuencia de una tragedia que dejó desgarrado el corazón de ambos. Lee no se siente preparado para regresar al lugar que tantas tristezas le ha causado, por lo que quiere regresar a Boston pero llevándose a su sobrino, situación que comienza a fracturar la relación. Originalmente la cinta iba a ser protagonizada por Matt Damon, pero por problemas de agenda rechazó el papel aunque se mantuvo involucrado en el proyecto como productor. El personaje cayó finalmente en manos de su gran amigo Casey Affleck, y a estas alturas podemos especular que probablemente Damon debe estar arrepentido de haberlo rechazado, y es que aunque dudamos que lo hubiera podido hacer tan bien como lo hace Casey, se trata de un rol que le ha generado innumerable elogios; pero siendo honestos, no es sólo el personaje, sino el enorme talento de Casey, quien desde los inicios de su carrera no ha podido evitar que los reflectores siempre apunten a su hermano mayor Ben, probablemente por ser más atractivo y con el porte de estrella hollywoodense, pero ahora es el momento de Casey, quien demuestra una vez más ser el Affleck con mayor talento para la actuación. Y es que ya nos había sorprendido con su personaje antagónico en el western El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford" que le otorgó su primera nominación al Oscar; pero ahora con su protagónico en Manchester by the sea nos ofrece la más impresionante actuación de su carrera, un personaje bastante complejo, marcado por el dolor y la pérdida, introvertido por todo lo que carga, pero a la vez altamente violento. En un comienzo desconocemos el porqué de la conducta de Lee, pero por medio de flashbacks que unen su pasado y su presente vamos descubriendo los motivos que lo han transformado en un ser tan desdichado. La siempre estupenda Michelle Williams cuenta aquí con un personaje muy pequeño, pero que posee un par de formidables escenas -como, por ejemplo, aquella donde confronta a su ex esposo- que sacan a relucir el ya conocido talento de la actriz a pesar de su corto tiempo en pantalla. La gran revelación, sin embargo, es Lucas Hedges, quien con escasos 20 años ha tenido ya pequeñas participaciones en cintas de grandes directores como
Moonrise Kingdom (2012) y El gran hotel Budapest, ambas de Wes Anderson y en The Zero Theorem (2013), de Terry Gilliam, y que ahora en su primer papel coprotagónico, logra un trabajo que es el gran soporte a la interpretación de Affleck, creando juntos grandes momentos tanto de tensión, como de emotividad e inclusive cómicos. Y aunque les sorprenda leer que hay humor en esta historia, el guión Lonergan captura tan bien la esencia de la vida misma, que no duda ni por un instante en insertar momentos de ligereza en situaciones cotidianas para crear de esta manera un balance entre el drama y el humor que hacen que el espectador descanse un poco del dramatismo en el argumento central de la historia: la fraternidad que surge en la relación tío-sobrino. Manchester by the sea es una pieza atípica y sobresaliente en la producción de dramas en la Meca del Cine, una película en la que las bellas y heladas locaciones, de la mano de las partituras compuestas por Leslie Barber, son el escenario perfecto con el que se refleja el viaje emocional por el qué pasa Lee, quien sólo con su voluntad podrá superar su pasado o definitivamente dejarse arrastrar por el mar de tristeza y soledad que lo persigue.
H
ace un par de años la novelista Catalina Aguilar Mastretta –hija del historiador Héctor Aguilar Camín y la escritora Ángeles Mastretta– debutó tras las cámaras con Las Horas Contigo (2015), un notable drama familiar en el que a través de su protagonista Emma (Vanessa Ciangerotti) –cobijada con por un elenco entrañable que incluía a Isela Vega y María Rojo, entre otros– exploraba temas como la maternidad, la soledad y la muerte con un toque sensible y bajo una perspectiva femenina que, ahora, también permea su segundo largometraje: Todos queremos a alguien, una chick flick poco común dentro de los estándares que rigen este género, especialmente el producido en México. Y es que la nueva propuesta de Catalina Aguilar Mastretta se sitúa más allá de una convencional comedia romántica, ya que se enfoca principalmente en el viaje emocional de una mujer al encontrarse en la encrucijada que le supone la presencia en su vida de dos hombres importantes románticamente hablando, pero que representan caminos distintos e incompatibles. Todos hemos experimentado en carne propia –o por lo menos tenemos a alguien cercano que sí lo ha hecho– un amor que se ha ido o hemos dejado ir, pero cuya entidad emocional se niega a abandonarnos completamente –o no le permitimos hacerlo de manera inconsciente–. El hecho de «no poder/querer dejar ir» a una persona, hace que su ausencia transmute en presencia etérea que hace las veces de ancla, impidiéndonos seguir adelante y terminamos por existir –que no vivir– en un círculo vicioso cuya salida somos incapaces de percibir, y si milagrosamente vemos el umbral hacia la libertad, la incertidumbre e inseguridad nos provoca demasiado miedo para intentar al menos cruzarlo. Esta amarga experiencia es un conflicto recurrente en nuestras vidas y no sólo forma parte de las relaciones amorosas del ser humano, sino de las relaciones interpersonales
en general; y es precisamente por lo común de este conflicto en la sociedad que se genera una identificación y/o empatía con quien atraviesa una situación similar, una situación que es el gancho que Catalina Aguilar Mastretta aprovecha para hacer contacto con el espectador a través de Clara Barrón (Karla Souza demostrando una vez más su versatilidad y sus registros para la comedia y el drama que la han llevado a trabajar con la gran Viola Davis en el serial How to get away with Murder), una exitosa ginecóloga mexicana instalada en Los Ángeles que repentinamente se ve atrapada entre Daniel (José María Yazpik), un amor del pasado que ha regresado luego de casi una década de haberse marchado, y Asher (Ben O'Toole), un atractivo médico australiano que, poco a poco ha ido venciendo el desencantado romanticismo de Clara y fracturando su gruesa coraza que, como un mecanismo de defensa, ha ido construyendo en torno a sus emociones. Con una evidente intención más comercial que su ópera prima –la película es hablada en español y en inglés con el fin de capitalizar el éxito en taquilla tanto en México como en Estados Unidos– y con la intención artística dejada un poco de lado –hay momentos que se sienten complacientes para con la audiencia y se extraña enormemente la delicadeza con la que ejecutó su discurso sobre la soledad, el amor y la vejez en su filme anterior–, Todos tenemos a alguien echa mano de un ritmo ágil pero más pausado que el de la gran mayoría de las exageradas películas mexicanas que tanto han malacostumbrado al público al chiste imbécil y al lagrimeo chantajista; y así, con una mayor carga dramática y romántica que humorística –aunque la tiene y es muy buena–, la película apela a la naturalidad y sinceridad de situaciones y diálogos –que muchas veces se intuyen autobiográficos– para buscar una genuina conexión emocional del espectador con los personajes, y no pretende obtener reacciones efímeras y fáciles.
De esta manera, la directora se propone plantear una historia de personas que se ven obligadas a lidiar con los fantasmas del pasado, permitiéndoles tomar cabalmente las decisiones con las que, finalmente, definirán el presente en el que construirán su futuro, y de la importancia de nuestros seres queridos –padres, hermanos, parejas, amigos, etc.– en la construcción de nuestra propia identidad. Sin estar exenta de escenas rebuscadas y que caen que lo redundante del discurso, la película posee sólo fallos menores que ni siquiera se pueden equiparar a su gran eficacia como comedia romántica. Poseedora de una impronta propia, así como de una honestidad y autenticidad que siempre se debe agradecer en cualquier propuesta cinematográfica, la cinta se coloca muy por encima de la media de las nefastas comedias que anualmente se producen en México y Estados Unidos. Todos queremos a alguien es una de las opciones más recomendables si se quiere disfrutar una buena representante este género en la cinematografía contemporánea de nuestro país.
B
asada en la obra de teatro In moonlight black boys look blue (A la luz de la Luna los chicos negros se ven azules) de Tarell Alvin McCraney –de ahí que se presente de manera episódica–, el director Barry Jenkins ofrece con su segundo largometraje una intimista aproximación a la vida del afroamericano Chiron. Narrada a través de su propia voz, pero prescindiendo de descripciones verbales que comúnmente resultan reiterativas, el protagonista nos permite acompañarle e involucrarnos en tres episodios decisivos en distintas etapas de su vida: infancia, adolescencia y madurez. I. Little Con nueve años de edad «Little» (Alex Hibbert) se enfrenta al acoso escolar y a la adicción a las drogas de su madre Paula (Naomie Harris), encontrando como únicos refugios una incondicional amistad con su compañero Kevin (Jaden Piner), quien intenta enseñarle a defenderse de los chicos mayores, y en la inusitada la relación paterno-filial que entabla con Juan (Mahershalla Ali), un inmigrante cubano y narcotraficante local que lo acoge en su casa junto a su novia Teresa (Janelle Monáe). Sin embargo, no tardamos en descubrir que Juan, es un personaje contradictorio, pues mientras por un lado se convierte en una suerte de mentor/protector, por otro lado se descubre altamente responsable del violento entorno en el que vive Little. II. Chiron A los 15 años de edad Chiron sigue lidiando con las adicciones de su madre y encuentros casuales con desconocidos; además, sigue como víctima de bullying al ser acosado ahora por ser gay. En esta etapa tiene su primer contacto homosexual con su mejor/único amigo Kevin (Jharrel Jerome), pero una inesperada y
violenta tragedia cambia el destino de ambos y Chiron se enfrenta al primer cisma de su vida. III. Black Muchos años después, Chiron (Trevante Rhodes) se ha transformado radicalmente, ahora es un musculoso y respetado narcotraficante que se hace llamar «Black» y ha adoptado el estilo de vida de su otrora protector Juan en las calles de Georgia, Atlanta; sin embargo, la apariencia pronto se delata una simple coraza, aún continúa acechado por los fantasmas del pasado y ocasionalmente aún se asoman atisbos de su retraída personalidad que le impide expresar sus sentimientos. Una noche recibe una inesperada llamada de Kevin (Andre Holland). Moonlight viene catalogada como «una película gay», pero Jenkins va mucho más allá de presentar una historia sobre el despertar homosexual de un chico afroamericano; nos ofrece un dedicado estudio del protagonista, y a través de éste, desarrolla una tesis que, bajo la forma de un sensible melodrama, transforma la personalísima anécdota de la construcción de la personalidad de Chiron a lo largo de su vida, en un retrato universal sobre la familia, el perdón y soledad del ser humano en la perpetua búsqueda de identidad y de un lugar al cual pertenecer. Se trata de un sofisticado relato intimista que comparte el nostálgico espíritu de otros dramas de parejas homosexuales como Happy Together (1997), Brokeback Mountain (2005), Weekend (2011), y más recientemente la excelsa Carol (2015). La fotografía del experimentado James Laxton, con quien Jenkins ya había trabajado en su opera prima Medicine for Melancholy (2008), da como
resultado una propuesta formalmente impecable. El resultado estético es una radical separación de las folclóricas postales de la Florida y, por el contrario, retrata los violentos barrios bajos de Miami mediante un elegante y sofisticado uso del claroscuros y colores vibrantes que, junto con el melancólico score compuesto por Nicholas Britell y la muy inspirada curaduría musical –tenemos desde Mozart hasta, Caetano Veloso, pasando por Boris Gardiner y Barbara Lewis– funcionan a la perfección como muletas emocionales de las experiencias de Chiron. Con el recurrente uso de close ups, la lente de Laxton captura gestos, miradas y largos silencios que tienen más resonancia que cualquier palabra enunciada, y la gran carga pictórica que posee su preciosista estilo visual logra integrar secuencias con alto grado de lirismo entre su predominante tono realista y sombrío. Moonlight es una película cruda, dura y sin condescendencias, pero a la vez romántica y emocional que busca alejarse de los clichés y derribar estereotipos relacionados con las minorías afroamericana y LGBT. Plagada de personajes complejos trazados con delicadeza pero con contundencia, Jenkins ha creado mucho más que un ejercicio de estilo, una pequeña gran joya cargada de alegorías sobre la soledad que se vive cuando se busca de un lugar en el mundo, y con sutileza alcanza una brutal potencia emocional hasta el desenlace más humano y emotivo en años recientes. Sin duda alguna estamos ante el imprescindible melodrama del año y que llega ya a nuestras pantallas con decenas de reconocimientos, entre ellos el Globo de Oro a la Mejor Película (Drama), y ocho nominaciones al Oscar –incluyendo Mejor Película– bajo el brazo.
E
l director Pablo Larraín es actualmente el representante cinematográfico de Chile más reconocido a nivel mundial. Su breve pero contundente filmografía ha procurado impedir el olvido del daño causado por el régimen dictatorial de su país; su «trilogía de la dictadura» pone el dedo sobre la llaga para recordar con amargura pero no sin toques de optimismo –recordemos su celebrada No (2013)– las heridas político-sociales dejadas por la represión militar. Como su primer proyecto alejado temáticamente del Chile dictatorial, Larraín presentó el nebuloso thriller El Club (2015), e inmediatamente después se volcó sobre dos biopics alejadas de los convencionalismos que suelen caracterizar a este tipo de cine. Por un lado, Neruda, cinta protagonizada por Luis Gnecco y Gael García Bernal, relata la persecución del poeta acusado de comunista por parte de un frustrado detective –Óscar Peluchonneau, un personaje completamente ficticio–; y por otra parte, Jackie, la película que hoy nos ocupa y cuya protagonista, Natalie Portman, está nominada por la Academia como mejor actriz precisamente por este rol. La película que representa el debut de Larraín en el cine norteamericano es una propuesta especulativa sobre los momentos más íntimos de la legendaria primera dama Jacqueline Kennedy durante las horas previas y los días posteriores al asesinato de su esposo y presidente de los Estados Unidos: John Fitzgerald Kennedy. Acudiendo a una fragmentación del relato que da constantes saltos en el tiempo pero que es guiada por una trama medular en la que la recién viuda concede una entrevista a un periodista que tiene la misión de redactar un artículo para la
revista LIFE –y que aunque sin nombre en los créditos sabemos está inspirado en Theodore H. White y es encarnado por Billy Crudup–, es la manera en que el chileno va diseccionando emocionalmente a la emblemática mujer con su elegante y firme pulso característico, humanizando así a la leyenda sin sensiblerías ni condescendencias para con su protagonista y mucho menos para con el público. Larraín juega con las emociones tras la tragedia del magnicidio y utiliza con astucia las piezas que brinda el guión de Noah Oppenheim para desarrollar la complejidad emocional de una mujer devastada, y en este aspecto el talento de Natalie Portman es esencial para tal empresa; ella sostiene el drama del filme sobre sus hombros con sorprendente entereza. La actriz vuelve a dar muestra de las capacidades histriónicas que nos sorprendieron con su debut a los doce años como Mathilda en Léon (Luc Besson; 1994) y que luego la llevarían a ser reconocida con el Oscar por Black Swan (Darren Aronofsky; 2010) hace poco más de un lustro. Y es que pese a que no estamos ante un personaje psicológicamente atormentado como el de la prima ballerina Nina Sayers, el desmoronamiento emocional de la primera dama tras el asesinato de su esposo es sensiblemente transformado por la intérprete para ser proyectado en la pantalla y arrastrarnos con ella en su sufrimiento. Portman domina cada escena al estar presente prácticamente en cada fotograma de la película; ella trabaja con la mirada, las gesticulaciones y la increíble modulación de su voz para acercarse a la fiel representación de Jacqueline Kennedy en diversas situaciones y con una variedad de registros –altiva, cariñosa, sensible, devas-
tada, frustrada, enfurecida– y en todos ellos hace un trabajo de contención y mesura emocional extraordinario, saliendo airosa de tan difícil prueba. Jackie mantiene el estilo cercano al documental de atmósfera enrarecida que ha caracterizado al cine de Larraín; los sobresalientes recursos visuales que recrean al detalle la época y el cuidado diseño sonoro permiten de manera discreta la estilización formal de la obra con el fin de remarcar notablemente el sentido de veracidad de los hechos desde la perspectiva de la protagonista. El filme funciona como una íntima y dolorosa deconstrucción de una leyenda vital en la historia reciente de los Estados Unidos; con el uso constante de flashbacks que brindan dinamismo a la narrativa, se va dando forma al retrato de una mujer fascinante que, en medio de la confusión por lo acontecido y agobiada por la incertidumbre respecto a su futuro, se mantuvo estoica y se enfocó en la laboriosa tarea de crear mitos y leyendas, de contar los cuentos de hadas que a la gente le gusta escuchar; es por ello que, durante el último acto de la cinta, nos ofrece una alegoría en la que se compara la presidencia de los Estados Unidos con el mágico reino de Camelot, y al recién asesinado presidente con el mito artúrico. En resumen, Jackie es un logro sorprendente en la aún breve carrera de Larraín al ser su primera película en una lengua extranjera, su primera película que explora el universo femenino, y podríamos considerarla también como su película menos personal al no estar directamente relacionada con la historia y sociedad chilena; y pese a todo ello, el cineasta ha dado forma a una sobria y elegante oda a la mujer.