D
urante su infancia, Alfonso Cuarón fue un pequeño que recorría las calles de la Ciudad de México para visitar las distintas salas de cine donde pasaba tardes completas asistiendo a esas maravillosas funciones dobles para admirar la magia del cine comercial que todos disfrutamos a esa edad. Pero fue hasta que vio El ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette; 1948), de Vittorio De Sica, que conoció la existencia de otra clase de cine; en ese momento cuando supo que tenía que dedicarse a esto. Y casi 40 años después, ese pequeño niño regresa a su país siendo el primer mexicano y latino en ganar el Oscar a mejor director y convertido en uno de los grandes exponentes del cine mundial. En esta ocasión, Cuarón quiere hacer historia de nuevo, ahora acompañado de Netflix en la producción de este nuevo proyecto que espero casi 12 años para realizar. El cineasta regresa a sus orígenes, a su México, a esos lugares que lo vieron crecer para filmar su película más personal a la fecha: Roma. Para la creación del film, Cuarón no solo se remontó a su país, sino también a lo más profundo de los recuerdos y su corazón para sacar de ellos la historia de este proyecto que, si bien esta basada en su experiencias, no habla precisamente de él, sino de las mujeres de su vida, sobre todo de una en especial: Libo, la mujer que trabajó con su familia como empleada doméstica en su niñez y que, junto a su madre, se encargaron de su crianza. Roma es la muestra del profundo amor de Cuarón hacia ella y a su país México. Estas palabras fueron dichas por el propio director al recoger su León de Oro en la pasada entrega del Festival de Cine Venecia.
La cinta cuenta la historia de Cleo, una joven humilde de origen oaxaqueño que trabaja realizando las labores del hogar para una familia que vive en pleno corazón de la Ciudad de México en la colonia Roma. Su patrona, Sofía, se dedica al cuidado de sus cuatro hijos, mientras su marido, Antonio, viaja constantemente por cuestiones de trabajo. La pareja se encuentra en una fuerte crisis matrimonial pero Sofía hace el esfuerzo porque esto no afecte a sus niños. Por su parte, Cleo y Adela, quien es su compañera de oficio en la misma casa y además su mejor amiga, se concentran totalmente en su trabajo para que todo esté perfecto en el hogar. Sofía y sus hijos son muy agradecidos con ellas y les tienen un gran cariño, sobre todo a Cleo, quien prácticamente se convirtió en una segunda madre para los niños, y la tratan como parte de la familia. Cleo es una joven como cualquiera, que sale a divertirse por la ciudad, a caminar por sus calles, va al cine, a tomarse unos tragos y también a buscar el amor. Pero también tiene problemas, ya que la vida está a punto de ponerle duras pruebas ocasionadas precisamente por cuestiones amorosas que se complican aún más debido a la situación por la que atravesaba el país en la década de los 70, momento en el que está ambientado el film. Muy a pesar de los problemas de ambas partes el lazo entre Cleo, Sofía y la familia de esta se convierte en la mayor fortaleza para luchar contra la adversidad.
Con esta historia Cuarón enaltece la labor de la empleada doméstica tan denigrada y discriminada en el mundo –y tan mal retratada en el cine mexicano– convirtiéndola en la gran protagonista de este relato tan personal e íntimo, pero que a su vez nos muestra uno de los momentos políticos y sociales más complicados que ha tenido el México moderno, marcado por los movimientos estudiantiles y los conflictos con el gobierno. Aunque a simple vista no lo parezca, Roma es una mega producción de esas que pocas veces se ve en el cine nacional, llena de avances técnicos de primer nivel. Para empezar, la dirección de arte de Eugenio Caballero (ganador del Óscar por El Laberinto del Fauno) fue una labor titánica; para Cuarón era importante que la trama fuera situada donde ocurrieron realmente los hechos y, obviamente, la ciudad ha cambiado con los años. Es así que Cuarón y Caballero recrearon decenas de lugares que ya no existían basándose en fotografías y recuerdos; enormes sets donde cada detalle, por mínimo que fuera, era cuidado para que coincidiera con la época –es por todos sabido que Cuarón es extremadamente perfeccionista–. Su espectacular diseño sonoro envolvente hace que nuestro oído alcance a percibir hasta el más mínimo detalle de lo que está sucediendo. Roma también cuenta con una espectacular fotografía blanco y negro rodada en 65mm que en esta ocasión corrió a cargo del mismo Cuarón, ya que Emmanuel 'Chivo' Lubezki, su habitual colaborador, no pudo en esta ocasión acompañarlo debido a su saturada agenda. Cuarón, con su ya conocida maestría para los planos secuencia, nos adentra a la intimidad de la familia, la cámara se mueve lentamente por cada rincón de la casa y de sus vidas, plasmando una poética cotidianidad. La elección de casting en esta ocasión fue muy singular ya que Cuarón se basó específicamente en que el intérprete se asemejara lo más posible al personaje de la vida real en el que estaba basado, tanto en lo físico como en su personalidad. Es así que, tras meses de audiciones, fue armando su gran elenco donde se destacan las dos protagonistas que encabezan este
elenco: una Yalitza Aparicio que desborda frescura y que es respaldada por la experiencia de su coprotagonista Marina de Tavira, quien proviene de una familia dedicada al teatro, y tras años de carrera, encuentra en Roma la gran oportunidad que su nombre sea conocido mundialmente. La actriz nos da un gran trabajo interpretando a Sofía, papel basado en la madre del director, una mujer vulnerable pero que saca fortaleza por el amor a sus hijos. Por su parte, para elegir a quien daría vida a Cleo, la heroína de esta historia, el casting se trasladó a comunidades rurales de Oaxaca para buscar a la mejor candidata, eligiendo a Yalitza Aparicio, quien es la gran revelación de este proyecto. Una chica que nunca pensó dedicarse a esto de la actuación –es maestra de profesión– pero que gracias a su increíble talento natural nos ha dado lo que para muchos es la mejor actuación de este 2018. Con una gran sencillez Yalitza agradece a Cuarón la gran oportunidad y disfruta los frutos de su trabajo, siendo uno de los nombres más comentados en la industria del cine este año pero que, increíblemente, aún no sabe si continuará dedicándose a la actuación. Sea cual sea la su decisión, el personaje de Cleo, así como su interpretación, están destinadas a pasar a la historia del cine mundial; y digo mundial porque Roma y su lenguaje cinematográfico sobrepasan las barreras del idioma, contiene escenas magistrales e impactantes por su belleza y violencia, pero son esos pequeños momentos cotidianos y discretos los que le dan fuerza y corazón y que la convierten en una experiencia indeleble en la mente del espectador. Podría escribir hojas y hojas enteras de porqué Roma es la mejor película de año, pero ninguna palabra se comparará con lo majestuoso y conmovedor de la experiencia que resulta esta historia. Si tienen la oportunidad de verla en cines, no dejen pasarla; después podremos revisarla una y otra vez en Netflix, revivir la experiencia y compartirla; porque esta fue precisamente la razón por la que Cuarón optó por el apoyo de Netflix: para que su historia derribara fronteras y llegara a todos los rincones del mundo.
E
l sexto largometraje del director griego Yorgos Lanthimos nos abre paso a la corte de la Reina Anna de Estuardos (Olivia Colman) donde dos mujeres se enfrentan descarnadamente por conseguir la predilección de la monarca británica en los albores del siglo XVIII: Lady Sarah Churchill (Rachel Weisz), la amante y consejera que aprovecha la precaria salud física e inestabilidad emocional y psicológica de la soberana para manipularla y favorecer su posición dentro de la corte y la de su esposo, el Duque de Marlborough (Mark Gatiss), como general al frente de las fuerzas armadas inglesas en la guerra contra Francia; y Abigail (Emma Stone), prima caída en desgracia de Sarah y devenida sirvienta que busca recuperar su status aristócrata a cualquier precio. La anecdótica premisa de su tercera cinta de habla inglesa tras The Lobster (2015) y The Killing of Sacred Deer (2017), sirve al cineasta como un pretexto para tomar la excentricidad de la burguesía como la materia prima que le permite bordar una extravagante sátira política haciendo uso de su acostumbrado cáustico e hiriente humor y su excéntrico y retorcido sentido de la sensualidad para llevarla con precisión y astucia hasta niveles de ridículo inimaginables. Por primera vez Lanthimos no trabaja con su guionista de cabecera Efthimis Filippou y se arriesga con el guion de estructura capitular de la debutante Deborah Davis escrito en conjunto con Tony McNamara, desarrollando a partir de éste un relato feminista en clave de drama de época. Si ya con algunas secuencias de The Lobster, y sobre todo, con The Killing of a Sacred Deer nos había remitido a la obra maestra del horror The Shining (1980), en esta ocasión el griego recurre a otra de las obras maestras de Stanley Kubrick: el ultrasofisticado drama de época Barry Lyndon (1975), y al igual que el genio neoyorquino experimentó en su arriesgada puesta en escena para conseguir su particular estética en la cinta protagonizada por Ryan O'Neal, Lanthimos se apoya en la iluminación de interiores exclusivamente con velas y en la cámara del inglés Robbie Ryan, cuya labor cinefotográfica sobresale por la deformación de los espacios s través de su audaz juego de enrarecidos encuadres contrapicados capturados con lentes gran angular y ojo de pez para colocarnos así en el privilegiado lugar de un voyeourista oculto que atestigua esta retorcida e hilarante historia de delirio y perversión.
Lo más sonado en la prensa internacional con respecto a The Favourite ha sido la sobresaliente labor histriónica del trío protagónico, y no es exageración decir que las actrices dan una muestra de su poderío interpretativo. Rachel Weisz está espléndida como una sombría y viperina consejera real, mientras que Emma Stone sorprende con el papel más arriesgado de su carrera y con el que finalmente le hace honor a su Oscar como mejor actriz –¿alguna vez se imaginaron ver a Stone masturbando a su amante mientras su mente maquina las intrigas para quitar del camino a su enemiga? Pues aquí la verán ejecutar con maestría esa escena y varias más–. La película, sin embargo, pertenece de forma absoluta a Olivia Colman; la británica que ya había trabajado a las órdenes de Lanthimos como la gerente del bizarro hotel en The Lobster –que por cierto fue recientemente agregada al catálogo de Netflix– ofrece aquí uno de los tour de force más sobresalientes del año al bordar magistralmente un personaje que en manos de otra actriz pudo haber sido fácilmente una caricatura burda de una monarca desequilibrada y caprichosa que ha sustituido con diecisiete conejos a la misma cantidad de hijos que perdió en labor de parto. Pero la cinta es mucho más que un simple vehículo de lucimiento histriónico para las actrices, es toda una tesis sobre la deshumanización de la guerra, aunque no la que libra Inglaterra –con la alianza española– en contra de Francia, sino la que con intrigas palaciegas que devienen en la batalla campal se libra en el interior de la corte entre Sarah y Abigail por el amor y la predilección de la Reina Anna. El más brillante logro de Lanthimos con The Favourite radica en haber dotado a su obra de una aparente ligereza que la convierte en su película más accesible hasta la fecha, pero que, sin embargo, bajo esa falsa banalidad mantiene oculto un complejísimo estudio de la feminidad que no carece del poder de provocación que ha marcado su filmografía ni de su capacidad para incomodar a la audiencia con sus ácidos cuestionamientos sobre el absurdo y patético comportamiento humano, particularmente con su desenlace que es, por decir lo menos, fatalista, rabioso y brutal, pues con una serie de lentísimas disolvencias –culmen del fenomenal trabajo de montaje a cargo del editor Yorgos Mavropsaridis– el cineasta lanza su apabullante veredicto: en los juegos de poder y dominación nadie tiene la victoria absoluta.
F
ascinado por la historia original de William A. Wellman y Robert Carson llevada ya a la pantalla grande en tres ocasiones –1937, 1954, 1976–, el actor Bradley Cooper incursiona como director con la cuarta versión de Nace una estrella, relato sobre dos cantantes que, estando en posiciones opuestas en sus carreras musicales, inician un romance tormentoso mientras sus historias toman caminos contrarios. En esta versión, la historia sigue a Jackson Maine (Cooper), una leyenda del country que llena cualquier estadio en el que se presente y que sobrelleva con dificultad sus problemas de alcoholismo, y a Ally (Lady Gaga), una talentosa cantautora que no ha tenido la oportunidad de brillar y, mientras tanto, trabaja como mesera y se presenta regularmente en bares de drag queens. A pesar de no ofrecer nada nuevo al género, el debut tras las cámaras por parte de Cooper es sorprendente en términos formales, y en gran medida es gracias al trabajo del cinefotógrafo Matthew Libatique y a un fenomenal trabajo de edición por parte de Jay Cassidy (Silver Linings Playbook, American Hustle, Fury, Into the wild, Foxcatcher). Con la ayuda de ambos, Cooper consigue revitalizar la historia con un discurso audiovisual lleno de frescura y autenticidad que se destaca por méritos propios con respecto a las otras versiones; aquí podemos ver secuencias musicales verdaderamente electrizantes, como la que abre la película –un Jackson Maine hipnotizado por la música frente a miles de personas– o la que presenta por primera vez a Ally –interpretando La vie en rose en un bar de drag queens–, e incluso aquella donde ambos cantan juntos frente a miles de personas. Tanto Brad-
ley Cooper como Lady Gaga ofrecen interpretaciones extraordinarias con una gran naturalidad; él consigue dotar a su personaje de matices tanto vocales como dramáticos nunca vistos en su carrera, mientras que ella logra deshacerse de su aura de megaestrella internacional para dar vida a una chica ingenua, insegura y acomplejada por su físico, en específico por su particular nariz. Pero pese a su impecable factura, al ahora demostrado talento de Cooper como cineasta, y a las demás virtudes ya mencionadas en las líneas anteriores, la película tiene una grave falla en su fondo, pues ni siquiera se preocupa por replantear los clásicos y conservadores valores moralinos de la mujer abnegada que hace grandes sacrificios en su carrera en nombre del amor por su marido –en algún momento, Ally está dispuesta a dejar de lado su gira mundial por estar al lado de Jack recién salido de una clínica especializada en adicciones–; esto es algo que incluso la edulcoradísima La La Land (2016), de Damien Chazelle, sí se propuso cambiar. Nace una estrella es una película que entretiene y emociona a la audiencia con una «historia de amor» bajo una propuesta audiovisual de primer nivel, pero preocupa que su discurso con ese subtexto misógino donde el «macho» es siempre superior a la «hembra» –sólo chequen la condescendencia con la que Jack trata siempre a Ally, incluso con aleccionadores discursos de superioridad artística cuando ella comienza a alcanzar la fama con canciones pop de muy cuestionable calidad musical–, se haya mantenido intacto en esta era en la que Hollywood clama #MeToo.
L
a biopic sobre el prodigioso vocalista de la legendaria banda Queen se materializa finalmente en las pantallas tras un largo y tortuoso camino. El proyecto sufrió no sólo un cambio de protagonista –originalmente Sacha Baron Cohen interpretaría a Mercury pero por diferencias creativas fue reemplazado por Rami Malek–, sino que nunca se aprobó la participación como director de Tom Hooper –responsable de Los Miserables (2012) y La Chica Danesa (2015) o de David Fincher –Red Social (2010) –, y acabó siendo dirigido por Bryan Singer, cineasta que ha entregado Sospechosos Comunes (1995) y Superman Regresa (2006), pero que a su vez fue sustituido por el anodino Dexter Fletcher cuando faltaban unos cuantos días para terminar su producción debido a acusaciones en contra de Singer por acoso sexual. Además, el proyecto también sufrió una transformación conceptual de lo que inicialmente sería un punzante acercamiento a la figura de Freddie Mercury para terminar siendo una cinta biográfica convencional y condescendiente tanto con el público como con su protagonista. Bohemian Rhapsody abre con los instantes previos a la legendaria presentación del cuarteto en el megaevento de Live Aid en 1985 y con un súbito corte nos transporta 15 años al pasado para conocer los supuestos acontecimientos que llevaron a la banda a ese emblemático escenario. Partiendo del guion del siempre tibio Anthony McCarten –entre cuyos trabajos previos se encuentran los cursis guiones de las sosas The Theory of Everything (2014) y Darkest Hour (2017)–, la película recorre la vida y obra de Farrokh Bulsara antes de adoptar el nombre de Freddie Mercury, desde sus inicios musicales con la alineación de la fracturada banda Smile –el guitarrista Brian May (Gwilym Lee) y el baterista Roger Taylor (Ben Har-
dy), así como la posterior inclusión del bajista John Deacon (Joe Mazzello)– y su romance con Mary Austin (Lucie Boyton), hasta su meteórico ascenso a la fama internacional, su consolidación como una las agrupaciones más influyentes de la historia musical y su declive en los inicios de la década de los 80, coincidiendo con la aparición de la pandemia del VIH. Desafortunadamente en la propuesta de Bryan Singer no existe rastro alguno de la provocación o la disrupción que caracterizaron a la banda y especialmente a su líder vocal. Auspiciada por y con la bendición de los ex integrantes Brian May y Roger Taylor, la película apuesta por lo seguro y, con el propósito de preservar una versión edulcorada de su historia, se somete a los convencionalismos más rampantes de las típicas cintas biográficas hollywoodenses que buscan sólo agrandar la leyenda de su sujeto de estudio. En este sentido es necesario señalar que Rami Malek hace una excelente imitación –que no interpretación– de Freddie Mercury, pero al igual que con el resto de los personajes y de las situaciones, éste carece de matices y claroscuros. En cuanto a su forma, Bohemian Rhapsody es apenas un solvente ejercicio fílmico con ciertos momentos brillantes; sólo por momentos hay un discurso audiovisual artístico y conceptual sobresaliente –las escenas musicales donde se expone cómo fueron concebidos los mayores éxitos del grupo serán las delicias de los fans, y sobre todo, la extensa secuencia final que recrea casi en su totalidad la ya mencionada presentación de la banda en 1985 hará vibrar las fibras de la audiencia-, pero el resto del metraje posee una propuesta completamente genérica en donde resulta imperceptible la impronta de su artífice. Pero es en su fondo donde la película posee sus mayores problemas; y es que debajo de la
atractiva carcasa creada por la fotografía de Newton Thomas Siegel y la edición y musicalización de John Ottman no hay más que un discurso moralino que sigue condenando la libertad, particularmente la sexual. Esto queda evidenciado al señalar casi de manera inquisidora cómo la decadencia de Mercury comenzó con su descenso a los infiernos cuando se asumió homosexual –sólo chequen los tonos rojos que acompañan estas secuencias y a su novio Paul retratado por la cámara como un villano demoniaco que aprisiona el alma y la voluntad del cantante–, mientras que su redención fue alcanzada hasta que escapó de esos bajos mundos de degeneración, hasta que dejó de lado su experimentación con una imagen andrógina transgresora y cuando se consiguió un novio angelical, bien portado y varonil –Jim Hutton (Aaron Mc Cusker)– para formalizar una relación heteronormada con la que hasta su conservadora familia de origen persa y tradición zoroástrica vio con buenos ojos. Bohemian Rhapsody es un producto que está inteligentemente diseñado como un extenso fan service que apela a la nostalgia de los admiradores veteranos con el fin de que se entreguen sin pensar a una experiencia musical superficial para perpetuar la memoria de una leyenda pero sin darle espacio a los aspectos más oscuros de su vida. Y es que más allá la nostalgia musical no hay nada profundo en su propuesta, no se puede encontrar siquiera algo ligeramente significativo o trascendente en una película tan moralina, mojigata y puritana sobre una de las figuras más disruptivas de la historia musical. Sin duda una oportunidad que, por miedo a provocar escozor en las buenas consciencias, resulta completamente desaprovechada para dar forma a un retrato genuino y humano de un genio musical.
A
sus 61 años, el director Spike Lee se revela en plena forma con su más reciente cinta: El infiltrado del KKKlan, un híbrido de thriller sociopolítico y comedia negra que narra la historia de un policía afroamericano que, junto con su amigo judío, se infiltra en la infame organización del Ku Klux Klan en la década de los setentas. La premisa podría sonar absurda, pero la realidad ha demostrado una y otra vez que siempre supera a la ficción y el relato está respaldado por Black Klansman, el libro de memorias del ex policía Ron Stallworth publicado en el que relata los detalles de su inicio en las filas del Departamento de Policía de Colorado Springs y su posterior infiltración en la ya mencionada organización segregacionista con la ayuda de su amigo y colega judío Flip Zimmerman. La historia de Stallworth y Zimmerman (encarnados en la ficción por John David Washington y Adam Driver respectivamente), sirve al director de Do the right thing para dar forma a un extravagante relato echa mano del humor como una suerte de Caballo de Troya para deslizar con mayor eficacia una serie de comentarios sociopolíticos que evidencian la imbecilidad de los argumentos de estos grupos radicales y de la sistematización del odio desde los grupos políticos. Ovacionada por diez minutos en la pasada edición de Festival Inter-
nacional de Cine de Cannes, la cinta no sólo posee un potente mensaje antiracista sino que también muestra cómo la peligrosa misión provoca en los protagonistas una revisión de su propia identidad. Al verse obligados a atestiguar los discursos de ideología racista de los miembros del Ku Klux Klan, tanto Ron como Flip se cuestionan quiénes son, y mientras el primero lo hace desde su etnicidad, su colega hace lo propio desde su religión. Aunque ambos reflexionan sobre cuáles son sus compromisos con su comunidad –negra y judía–, la cinta particularmente se enfoca en Ron, quien al comenzar una estrategia para conquistar sentimentalmente a Patrice (Laura Harrier), activista y una de las integrantes de la organización Black Panthers, también comienza a ser fuertemente cuestionado sobre su compromiso con la lucha social afroamericana. Por supuesto el Clan… perdón, quise decir la Organización, es completamente ridícula, y sus argumentos de superioridad genética son, por decirlo amablemente, pendejísimos; sin embargo, sus estratosféricos niveles de estupidez e ignorancia son lo que los hace más peligrosos. Y es que hay escenas que parecen insólitas –la detención y acoso de los activistas Patrice y Kwame (Corey Hawkins) por parte de la policía, o el tiro al blanco con unas aberrantes caricaturas de unos personajes africanos–, pero
éstas no sólo son el atroz reflejo de una sociedad retrógrada que eventualmente logró algunos avances en materia de derechos humanos de la comunidad afroamericana, sino que son hechos que resuenan hoy con mayor fuerza ante el ascenso de la ultraderecha y la llegada de Trump a la Casa Blanca. El infiltrado del KKKlan no viene cargada con un mensaje antiblancos –como muchos ofendidos han expresado– pero tampoco tiene el menor pudor al exponer abiertamente todo su repudio y desprecio por aquellos que llevaron al fascismo al poder. Lee elabora una oportuna y necesaria carta de indignación ante la violencia y el racismo que sigue padeciendo su comunidad de forma sistematizada, pero lo hace rehuyendo de los discursos aleccionadores con una impresionante capacidad de combinar tonos, un ritmo dinámico sostenido a lo largo de las poco más de dos horas de metraje, y presumiendo su amplio conocimiento del lenguaje cinematográfico. El director consigue hacer del humor su mayor arma subversiva: cáustica, provocadora y atrevida, su nueva producción es una obra fílmica que refleja el apasionado y aguerrido estado de ánimo de su artífice con un discurso serio, feroz y quizá el más comprometido con la comunidad afroamericana hasta la fecha, pero es también su propuesta más accesible para el gran público sin renunciar a su sello autoral.
on ocho nominaciones a los premios Oscar bajo el brazo –incluyendo mejor película, mejor director, mejor actor y mejor actriz de reparto– llega a la cartelera nacional la nueva película de Adam McKay, reconocido guionista del programa televisivo Saturday Night Live por más de un lustro y que como director de cine labró una carrera con base en la comedia absurda hasta sorprender con The Big Short (2015), una sofisticada, ingeniosa e incisiva visión sobre la crisis inmobiliaria que sacudió los Estados Unidos a mediados de la década pasada y que, al igual que la cinta que hoy nos ocupa, logró varias candidaturas a los premios de la Academia. Ahora con El Vicepresidente: Más allá del Poder –anodino título con el que se distribuye en México y que echa por tierra el ingenioso y mordaz juego de palabras que admite el título original –«vice» lo mismo significa «vicepresidente» y «vicio», expresión que es al tiempo una característica inherente a la clase política– McKay disecciona a una de las figuras más influyentes de la historia política estadounidense en las últimas décadas: Dick Cheney (interpretado aquí por un formidable Christian Bale), un hombre principalmente recordado por ocupar el cargo de vicepresidente en la infame administración de George Bush (un Sam Rockwell inmejorable) y quien, ante la ineptitud e inexperiencia del mandatario, en silencio y desde las sombras orquestó las movilizaciones militares que se dieron a partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. La película revela el trasfondo político de la Casa Blanca durante la controversial invasión a Iraq.
C
Como el excepcional humorista político que ha demostrado ser en más de una ocasión, el director consigue equilibrar los aspectos políticos y privados de Dick Cheney abordando ambas facetas con su habitual irreverencia y mordacidad, desmenuzando detalladamente el funcionamiento de la maquinaria política estadounidense y la traicionera personalidad de Cheney, trascendiendo así lo que pudo haber sido no más que extenso y tendencioso reportaje de denuncia. Para llevar a cabo esta empresa McKay apuesta por una extraña pero eficiente mezcla de tonos y estilos que se fusionan para dar forma a un filme versátil con tintes tragicómicos. Y es que “Vice” lo mismo nos ofrece algunos momentos de hilarante sátira política, otros de ácida metaficción, otros más de potente intensidad dramática y algunas secuencias con aires de tragedia shakespeariana –ojo a esa escena de alcoba entre Cheney y su esposa Lynne, encarnada por una Amy Adams cubierta por un aura evocadora a Lady Macbeth y que nos remite inmediatamente a su también extraordinario rol en The Master (2012), de Paul Thomas Anderson. La gran capacidad histriónica de Bale, el ingenioso trabajo de montaje, la mordacidad e irreverencia del guión y la astuta dirección de McKay son las principales bazas que hacen de Vice un atípico y sobresaliente biopic que logra capturar y mantener cautiva a la audiencia pese a centrarse en la figura de un político estadounidense muy poco conocido por las masas fuera de Estados Unidos, pero que cambió tanto la política de su país que aún hoy se siguen padeciendo las consecuencias de sus maquiavélicos planes.
L
a amistad que surge entre un hosco y racista chofer italoamericano y un virtuoso pianista negro a comienzos de la década de los 60 es la premisa de Green Book, la cinta con la que el director Peter Farrelly –responsable, junto con su hermano Bobby, de cintas como Dumb and Dumber (1994) y There's something about Mary (1998)– se ha colado a las nominaciones de los premios Oscar en varias de las categorías principales, incluyendo mejor película, mejor actor y mejor actor de reparto. El filme está inspirado en la historia real de Tony 'Lip' Vallelonga (Viggo Mortensen como nunca lo habíamos visto... y no es halago), un racista italoamericano que, tras quedarse sin el empleo de cadenero en un centro nocturno, acepta trabajar como chofer para Don Shirley (Mahershala Ali), un virtuoso pianista negro que requiere de la asistencia de un conductor para recorrer parte sur de los Estados Unidos donde la segregación racial es mucho más violenta. Por supuesto, como toda road movie que se precie, el camino físico recorrido por los protagonistas es la metáfora del camino íntimo que también transitan y que les conduce a un crecimiento personal, transformándoles finalmente su visión del mundo. Aunque se trata en esencia de una película bienintencionada con respecto a su mensaje de inclusión racial, respeto y entendimiento mutuo, Green Book presenta una serie de problemas desde su concepción en papel que sólo consiguen, por decir lo menos, ser desconcertantes. Y es que el principal gran problema del filme no radica en si la historia es absurdamente predecible,
en si sus trucos sentimentaloides son burdos, o en si se presenta de una forma también absurdamente edulcorada –como ya lo hicieron hace algunos años cintas como The Help (2011) y Hidden Figures (2016)–, lo grave de la cinta es que traiciona su propio discurso al lanzar mensajes contradictorios y haciendo uso de estereotipos ramplones; son el tono y la aproximación que desde el guión se hace de los personajes lo que echa por tierra todo el potencial de la historia. La película enarbola un mensaje de inclusión y respeto pero lo hace partiendo de una gran variedad de aberrantes estereotipos, ya no digamos de raza –contra los que supuestamente se opone la película–, sino también de clases sociales, de niveles educativos e incluso hasta de género. De esta forma Green Book no sólo no supone un avance en la representación de la problemática raciales en Estados Unidos, sino que por el contrario, es una cinta que retrocede y se estanca en un discurso rancio y facilón que se muestra condescendiente tanto con sus personajes como con el público. La superación de los problemas raciales se da aquí de una manera tan absurda que podríamos emparentar su resolución con la del tan infame pensamiento mágico. Y es que es incluso risible la facilidad con la que Tony Vallelonga supera su odio racial hacia la comunidad afroamericana: el personaje pasa de ser un hombre engreído y cerrado que tira a la basura los vasos en los que su esposa ofreció agua a dos trabajadores negros a aceptar ser chofer de un músico negro en cuestión de minutos. Por otra parte, mientras que
por un lado se trata con pinzas la apenas sugerida homosexualidad de Shirley para no incomodar a las buenas conciencias de la audiencia, el chofer blanco recibe oportunidad tras oportunidad para convertirse en el héroe rescatista del pianista negro y, por supuesto, de la historia; sí, otro tramposo y condescendiente recurso que juega en contra del presunto discurso progresista de la cinta. Si en estos último años cintas como Selma (2014), Get Out! (2017), I am not your negro (2016) y Blackkklansman (2018) –por cierto, también nominada al Oscar como mejor película del año– problematizaron de verdad la discriminación racial en Estados Unidos y desenmascararon la farsa de la supuesta era pos racial, la película de Farrelly transita derroteros que la llevan hacia la dirección completamente opuesta: evade cobardemente incomodar al público con respecto a la vigencia y gravedad del racismo –el de entonces y el actual– y no se atreve tampoco a señalar las actitudes discriminatorias en las que absolutamente todos solemos caer. Green Book, la película que seguramente ganará el Oscar este próximo 24 de febrero, pudo haber sido una tesis sobre el entendimiento humano pero desde el inicio adopta la forma de un panfleto elemental sobre la segregación; lo que debió haber sido una bofetada al espectador no es más que un absurdo y edulcorado intento de crear la ilusión de que el racismo se superó a inicios de los 60 gracias a que un racista italoamericano y un virtuoso pianista negro sellaron su relación con un fraterno abrazo navideño.
L
a decimonovena película del Universo del Universo Marvel y la última antes del megaevento fílmico Avengers: Infinity War es la primera de una trilogía que se tiene planeada para Black Panther, personaje prácticamente desconocido para las masas que ya fue introducido en la exitosa Captain America: Civil War (2016) y que aquí explora sus orígenes bajo la dirección de Bryan Coogler, responsable del muy bien recibido drama social Fruitvale Station (2013), película basada en hechos reales sobre el asesinato de un joven afroamericano víctima del racismo y el abuso de la violencia por parte de la policía, y del drama pugilístico Creed (2015), la secuela/spin-off de la saga Rocky con Sylvester Stallone en un rol secundario. Black Panther cuenta la historia del rey T'Challa (Chadwick Boseman) y su ascensión al trono de Wakanda luego de la muerte de su padre en un atentado terrorista a manos del Barón Helmut Zemo (Daniel Brühl), para enfrentarse a una disyuntiva ética y moral: continuar con su nación oculta para el resto del mundo y mantenerse al margen del resto de las naciones o abrir sus puertas para compartir su riqueza tecnológica basada en el mineral extraterrestre conocido como vibranio. Sin embargo, su ascenso se ve en peligro cuando reaparece un desconocido enemigo, Erik Killmoger (Michael B. Jordan), quien también reclamará el trono de Wakanda y pondrá en riesgo el destino del mundo entero con sus planes de dominio total. La película cuenta con un muy numeroso reparto secundario conformado por Angela Basset como Ramonda, la Reina Madre de Wakanda hasta la muerte del rey T'Chaka; Daniel Kaluuya como W'Kabi, el jefe de seguridad de Wakanda y uno de los más viejos amigos de T'Chaka; Danai Gurira como Okoye, la general de las Dora Milaje, la guardia personal del rey; Letitia Wright, la princesa y hermana de T'Challa, una chica brillante que se encarga de desarrollar la tecnología que usa Black Panther a partir del vibranio; la ganadora del Oscar Lupita Nyong'o como Nakia, una espía, guerrera de élite y ex novia de T'Challa que se ha exiliado para ayudar a su comunidad fuera de Wakanda; Martin Freeman como el agente Everett K Ross; y Andy Serkis como el contrabandista Ulysses Klaue, y ha logrado comentarios muy favorables de la mayoría de la crítica estadounidense. Y el fenómeno es comprensible, pues la película inserta comentarios políticos que apuntan hacia la discriminación que la comunidad afroamericana vive en la era Trump y propone una serie de acciones ideales de unión entre todas las naciones y razas del planeta. No obstante, estos comentarios son superfluos y están insertados en un guión deficiente y apenas coherente. Black Panther no es ni transgresora, ni subversiva, ni vanguardista, ni feminista... vaya, ni siquiera
es original. Su tan difundida reivindicación de la comunidad negra, así como su muy comentada crítica política, están presentadas de una manera ligera y superficial dentro del guión firmado por Joe Robert Cole, el cual sigue al pie de la letra la fórmula del surgimiento, caída y renacimiento del héroe que ya hemos visto en cantidad de títulos del cine de superhéroes, pero que aquí ni siquiera se desarrolla de una manera innovadora o por lo menos con una personalidad propia como sí lo logró el Thor «shakesperiano» de Kenneth Branagh o el Dios del Trueno psicodélico y juguetón de Taika Waititi. Y es que, pese a que la película cuenta con un diseño de arte muy atractivo y cuidadísimo al detalle que luce mucho gracias a la fotografía de Rachel Morrison, a final de cuentas se trata de una representación de la ficticia Wakanda como una amalgama de todas las subculturas africanas, logrando con ello una mezcla de un estilo exótico –«african curious»– con una utopía hipertecnológica de carácter genérico sacada de algún relato perdido de ciencia ficción; y si bien es cierto que cuenta con algunos momentos de humor realmente ingeniosos y posee algunas secuencias de acción que alcanzan un nivel de dinamismo visual que no habíamos visto en otras cintas de Marvel –como la pelea y persecución en Corea del Sur–, la película no logra esquivar los lugares comunes y clichés, incluyendo no pocos diálogos ridículos. Vaya, ni siquiera el villano que, pese a ser interpretado con solvencia por el talentoso Michael B. Jordan y que en un principio pareciera tener motivaciones genuinas que nacen de ideales justos, puede escapar de convertirse en un personaje caprichoso y cobarde, pues pronto se revela como un rencoroso hombre que sólo busca venganza y dominio mundial. En otras palabras, Erik Killmonger borra todos los matices de un verdadero buen villano y se transforma en el típico antagonista de las películas de Marvel. Black Panther es un producto que cumple con ofrecer entretenimiento escapista, pero está muy lejos de colocarse entre lo mejor del Universo Marvel y mucho menos de elevar la barra de calidad de sus películas anteriores; es sólo un engrane más en la maquinaria de esta exitosísima franquicia superheroica que busca ensanchar sus ya llenos bolsillos. Se trata de una película bienintencionada que, sin embargo, consigue muy pocos logros con una corrección política exasperante –aunque es comprensible si pensamos que es un producto Disney y que en realidad sería absurdo esperar lo contrario de ellos– y una historia súper elemental y ya completamente desgastada que se tarda más de dos horas en ser contada. Esta nueva gran oportunidad de refrescar el Universo Cinematográfico Marvel como en su momento lo hizo Guardians of The Galaxy (2014) resulta fallida.
L
a familia natural ha dejado de ser una norma establecida en la sociedad y poco a poco abre paso a la diversidad. Hoy en día no todos los padres están casados, o son del mismo sexo, o comparten algún lazo sanguíneo. Las familias no tradicionales muestran que lo natural debe de ser el amor. Y aunque el ser humano va abriendo su mente, instituciones como el gobierno o la iglesia, con ideologías bastante arraigadas al pasado se resisten al cambio y se ciegan ante una humanidad que está cambiando. Este tema tan actual tarde o temprano tenía que caer en manos del realizador japonés Hirokazu Kore-eda, quien es un maestro en retratar los lazos familiares en su cine. Su nueva cinta, Shoplifters, habla precisamente de esto, de cómo se llegan a construir vínculos emocionales tan fuertes que van más allá de compartir el mismo código genético. El film se presentó en el pasado Festival de Cannes donde se hizo acreedora a la Palma de Oro. La cinta también fue seleccionada por Japón como su representante en la próxima entrega de los premios Oscar en la categoría de mejor película de habla no inglesa. En Shoplifters conoceremos la historia de Osamu, quien a pesar de tener un modesto empleo que le da lo necesario, se dedica también a robar tiendas con la ayuda de su hijo Shota. Pero ellos sólo roban cosas necesarias para su hogar, en su mayoría alimentos; al fin de cuentas no hacen gran mal, porque según Osamu las cosas que se venden aún no son de nadie. Una noche tras hurtar algunas tiendas se encuentran a una pequeña de nombre Yuri, quien aparentemente está abandonada, por lo que Osamu opta por llevarla a casa. La decisión pone a prueba a la familia entera,
sobre todo a Nobuyo, la “matriarca”, quien se muestra en contra de quedarse con la niña, pero Yuri le roba el corazón y termina por aceptar que se integre a la familia. Ella trabaja en una fábrica para ayudar a Osamu en sus gastos, pero aun así no les alcanza el dinero. Osamu y Nobuyo también reciben el apoyo de otros dos miembros de la familia: la abuela, quien recibe una misteriosa 'pensión' que los saca de apuros económicos; y su nieta, una bella joven que trabaja en unas cabinas donde satisface el voyerismo de los hombres que la visitan. A pesar de las adversidades todos ellos logran crear un núcleo familiar bastante sano y lleno de amor. Desgraciadamente un altercado accidentalmente sacará a la luz los secretos de esta familia. Con Shoplifters Kore-eda nos obsequia un drama familiar que evade a toda costa el sentimentalismo, un relato de gran sencillez en sus imágenes, pero no por eso carente de profundidad en su guion. Es increíble cómo el director puede mostrarnos en sus escenas tanta ternura desde una mirada infantil, pero a su vez la crudeza y desesperanza que nos produce la pobreza en la que viven nuestros protagonistas que, a diferencia de otras de sus cintas, se mantienen optimistas; en esta ocasión la felicidad plasmada en pantalla es devorada abruptamente por la cruel realidad, donde lo que está bien y mal ya está escrito y no hay un punto medio. Kore-eda nos enseña que lo establecido no tiene que ser precisamente lo correcto, que la familia es más una necesidad de conectarse con otros, una necesidad de amor, apoyo incondicional y armonía que una simple cuestión social.
P
awel Pawlikowski presentó en el Festival Internacional de Cine de Morelia su más reciente filme, un drama de posguerra donde la inmisericorde opresión comunista y la pureza del folklore rural conviven para amalgamar una historia de amor tan minimalista como conquistadora. Inspirada en los padres del director pero basada materialmente en dos personas reales, Cold War hace un viaje por la cultura polaca a partir de los momentos posteriores a la Segunda Guerra mundial, cuando Polonia se encontraba devastada y en ruinas. La llegada del comunismo trae al país una reavivación del nacionalismo y un rechazo a lo occidental. Es así que una comisión cultural del gobierno envía a Wictor para reunir danzas y canciones populares aportados por gente común. Wiktor, conoce a Zula, una rubia de belleza no del todo eslava pero con una actitud desafiante y un nato talento para el escenario. Se conforman números musicales y una compañía de baile. La atracción nace. El proyecto se desarrolla con giras y presentaciones por toda Europa, llevando la cultura polaca a ojos occidentales. Las tensiones y obstáculos del rígido régimen crean desencuentros entre Wiktor y Zula. Su historia se cuenta por pequeños y esporádicos episodios en que su relación toca puntos clave, dejando grandes lagunas de tiempo que el espectador ha de llenar. La fotografía es uno de los aspectos que primero cautivan la atención. Además de presentar un aspect ratio de
4:3, la cámara de Lukasz Zal –que ya hemos conocido desde Ida y en Loving Vincent– encuadra los escenarios con composiciones horizontales; los personajes muchas veces aparecen en el segmento inferior de la imagen mientras arriba hay escenarios y ambientes, dando una sensación de tridimensionalidad; una plástica construida con naturaleza, callejones oscuros y puestas en escena. Pese a ser visualmente cuidadosa, la ambientación es austera; el contraste del blanco y negro hace resaltar lo principal: la complementariedad de la pareja. Sus visiones distintas del mundo y de la situación política los hacen interesantes uno para el otro. La vigilancia de los burócratas que controlan el proyecto artístico y el peso omnisciente de un gobierno obsesionado con la fidelidad de sus ciudadanos, vuelven a Wiktor y Zula aún más necesitados entre sí, su naturaleza artística se contrapone con los dictados del bloque comunista para quien el arte solo es útil cuando engrandece a un partido, a un líder y a una idea de sociedad donde no existe la individualidad. El choque ideológico se evidencia con imágenes perturbadoramente bellas como la de un coro de angelicales voces cantando frente a una gigantesca imagen de Stalin. Otro factor notable es la narrativa escueta que transita por espacios de varios años. Desde antes de la función, Pawlikowski advertía de que el espectador debía llenar los espacios, construyendo interiormente los procesos
políticos y las vidas de los personajes, evitando las explicaciones innecesarias o la documentación histórica que no viene al caso en una historia donde lo que importa es la conexión humana y la comunión cultural. Aunque esto no impide encontrar un eco de esta cinta en la Polonia actual en la que un nacionalismo xenófobo y anti-occidental se vale de la revaloración étnica y racial en favor de una clase política. Difícil saber si se trata de un análisis involuntario o no. Es de resaltar que siendo una película básicamente romántica, prescinde de todo ornamento lírico que pueda forzar el romance. Hay una honestidad cabal por parte de Pawlikowski que confía plenamente en la química de sus personajes y en esa narrativa que el espectador elabora dentro sí, para hacer de esta una historia que conquiste y conmueva. Tal efecto no es sin embargo tan potente, pero que haya esa consideración y ausencia de manipulaciones es para agradecer enormemente. Cold War es una película de contrastes e ironías; la belleza nacional es usada al servicio de la represión, y el terror burocrático es coadyuvante para desarrollar un relato de amor. Se crea así una película simpática y desoladora, bella e indignante, donde no hay cortapisas pero tampoco politización (no forzada al menos), donde el cliché de “el amor no conoce obstáculos” pareciera estarse inventando, en lugar de estarse usando una vez más.
L
uego de darse a conocer como Jim Halpert en la versión estadounidense del popular serial británico The Office (20052013) y tras ofrecernos la extrañísima comedia dramática Brief interviews with Hideous Men (2009) y la maternal y entrañable The Hollars (2016) como sus primeras incursiones como director, John Krasinski nuevamente se coloca tras la cámara con una propuesta radicalmente opuesta a sus acostumbrados proyectos televisivos y cinematográficos tanto en los terrenos actorales como en el de sus inquietudes como cineasta. A Quiet Place es una cinta de terror y ciencia ficción que, en más de un sentido, rompe con lo establecido dentro del cine de género hollywoodense y se erige como una de las mejores cintas de terror de la década y por supuesto de este aún joven año. Su premisa nos traslada a una época incierta en un mundo desolado por la invasión de monstruosas criaturas alienígenas que, pese a ser ciegas, responden de manera sensible al sonido y devoran todo a su paso. La anecdótica historia tiene como protagonistas a los miembros de la familia Abbott –el padre Lee (Krasinski); la ma-
dre Evelyn (Emily Blunt); la hermana mayor Regan (Millicent Simmonds); el hermano mediano Marcus (Noah Jupe); y el pequeño Beau (Cade Woodward)– y la cinta se enfoca en su lucha por sobrevivir y la eterna amenaza por la emisión de algún sonido que pueda atraer a las criaturas hasta su refugio. Cuando gran parte del cine de terror se sustenta en el ordinario recurso de los sonidos estridentes e inesperados para provocar el sobresalto del espectador, llega A Quiet Place, un sólido ejercicio fílmico que recurre al silencio y la constante amenaza de su interrupción para causar tensión a niveles insoportables. El audaz manejo de cámara y el cuidadoso diseño sonoro logran crear una experiencia cinematográfica inmersiva bajo una atmósfera aprehensiva y muchas secuencias verdaderamente angustiantes. Pero Krasinski, apoyado por sus coguionistas Brian Woods y Scott Beck, no sólo logra sostener el suspense de manera magistral a lo largo de toda la película sino que también consigue una sólida construcción de sus personajes, pues pese a que podríamos considerarlos arquetípicos,
están delineados con conflictos personales –la hermana mayor con discapacidad auditiva, su sentimiento de culpa por el trágico destino de su hermano menor, el miedo excesivo del hermano mediano, el embarazo de la madre, el nacimiento inminente del nuevo bebé, la impotencia del padre ante la constante amenaza de las criaturas y el riesgo de no poder proteger siempre a la familia– que se van revelando a lo largo de la trama y que van tomando su correspondido lugar como piezas clave para las resoluciones en el clímax de la historia. La solidez argumental de A Quiet Place y el sensacional uso de las herramientas que el lenguaje cinematográfico ofrece para narrar una historia que es 95% sin lenguaje hablado, la colocan junto a 10 Cloverfield Lane (2016) y Don’t breathe (2016) en la lista de los prodigios del suspense que el cine de género hollywoodense nos ha obsequiado en años recientes y de los que Hitchcock se sentiría plenamente orgulloso. Un instantáneo clásico del género por parte de un director que se revela más interesante de lo que sospechábamos y al que deberemos seguirle la pista.
E
stá claro que vivir del arte -cualquiera de las 7- no es nada fácil, y más cuando se es verdaderamente apasionado y lo que se intenta es ser auténtico, pues siempre hay grandísimos obstáculos que incluso ocasionan que el artista considere (o logre) cambiar de profesión. Sólo piensen en cuántas grandes mentes, cuántos talentos natos, se pierden por tener que escoger una profesión que te dé de comer. Sin embargo, hay quienes a pesar de todas esas dificultades se arriesgan y se aventuran a ir por sus pasiones. Can you ever forgive me? es la biopic de la escritora Lee Israel, quien ante la desesperación de ver su carrera al límite de la extinción, se vio en la necesidad (y facilidad) de hacer falsificación literaria, crimen que la llevaría a la fama, más que por sus propias obras. Uno primeramente pensaría que cualquier crimen por más “ingenuo” que pueda parecer- debe ser castigado de acuerdo a la gravedad del asunto, pero a veces la justicia suele ser muy imparcial e irónica, refiriéndose que a grandes crimines que han pasado en la vida en ocasiones quedan sin resolver, y otros que son un tanto más entendibles son juzgados muy injustamente, tal vez no por la condena, sino por la imagen eterna que queda grabada. Esta película nos cuenta cómo la famosa escritora tomó la decisión de cometer dichos delitos, por los cuales entró a la lista negra en la industria. Se dice que más de 400 cartas de celebridades, personajes históricos, artistas, etc., fueron falsificadas por ella para ganar dinero, pues su carrera prácticamente había
terminado al no tener ese “olfato” comercial necesario para seguir vigente, y todavía sumemos su difícil carácter, muy antisocial, y su alcoholismo. Melissa McCarthy encarnando a la escritora se apodera del papel y nos entrega la que es para muchos su mejor interpretación en su carrera histriónica, los matices en su interpretación son tan precisos que logra capturar la esencia de la escritora, muy bien merecida tiene la nominación al Oscar, aunque considerando cómo está la competencia en la categoría de mejor actriz, difícilmente ganará el ansiado premio. Por otro lado, su coprotagonista Richard E. Grant tampoco se queda lejos, pues tanto su actuación como su papel del mejor amigo de Lee son sublimes, incluso me atrevo a decir que se roba la película. Richard E. Grant también está nominado al Óscar en la categoría de mejor actor de reparto, aunque pasa la misma situación que con McCarthy. El tratamiento que el director le da a la cinta es el de una comedia dramática, y la película triunfa precisamente por las actuaciones de Melissa y Richard, en la que uno empatiza con los personajes, teniendo momentos de mucha diversión y otros de compasión. Al final Can You Ever Forgive Me? se siente como una carta de arrepentimiento, no tanto de la escritora, sino de los errores que todos podemos llegar a cometer y cómo nos puede afectar; pero oigan, incluso Pablo Picasso una vez dijo: “los buenos artistas copian, los grandes roban”. Cuánta razón hay en eso, ¿no?
E
l nombre de Paul Schrader puede ser reconocido por el cinéfilo promedio como guionista de algunos de los más grandes títulos del maestro neoyorquino Martin Scorsese como Taxi Driver; Raging Bull, The Last Temptation of Christ y Bringing Out the Dead; todos ellos tienen como protagonistas a personajes atormentados en busca de redención, algunos de ellos incluso presentan comportamientos violentos y/o autodestructivos. Sin embargo, como director de cine el estadounidense posee una filmografía con casi una veintena de títulos que, aunque con irregularidades, tiene presentes algunos ejercicios fílmicos contundentes, tal es el caso de la seminal Blue Collar (1978) en la que desmontó rabiosamente el sueño americano, Hardcore (1979), American Gigolo (1980), el sobresaliente biopic Mishima: A Life in Four Acts (1985), la delirante, lisérgica y casi experimental Dog Eat Dog (2016), y su más reciente trabajo: First Reformed, un inquietante drama religioso protagonizado por Ethan Hawke dando vida a Ernest Toller, un pastor evangélico de una antigua parroquia al norte del estado de Nueva York y ex capellán del ejército con un pasado dolorosamente marcado por la muerte de su hijo en la Guerra de Iraq, y a quien un encuentro con Michael (Philip Ettinger), un desesperanzado activista ecológico, y su esposa embarazada Mary (Amanda Seyfried), provoca en él una suerte de radicalización ideológica con respecto a su fe y al papel que juega Dios y la iglesia cristiana en el destino del mundo. El tema de la redención como una constante en el cine de Schrader tanto como guionista como director obedece a la especialmente estricta educación recibida por su padre, Charles, un miembro de la comunidad calvinista que, al no poder terminar sus estudios para convertirse en ministro de la congregación, vio la posibilidad de cumplir sus sueños a través de sus hijos Paul y Leonard, planeando los estudios de ambos en la Universidad Calvinista para convertirse en sacerdotes. La educación bajo la que se crió Schrader fue tan estricta que no pudo ver una película sino hasta que cumplió 15 años cuando desobedeció las reglas familiares y eclesiásticas y, junto con un amigo, se escapó al cine para ver el ahora clásico de las comedias familiares The Absent-Minded Professor; 1961) de Robert Stevenson; tiempo después, y ahora bajo el amparo de sus tías menos ortodoxas, asis-
tió a la función del drama musical Wild in the Country; 1961) de Philip Dunne con Elvis Presley como protagonista. Sin embargo, no fue sino hasta que, ya con el permiso de su madre, atestiguó en la gran pantalla la historia del mártir en Spartacus (1969), de Stanley Kubrick, que el joven Paul se adentró también en los terrenos de la rebeldía y el sacrificio además de la ya mencionada redención. Cómo conciliar su fe cuando la iglesia a la que pertenece es más una empresa preocupada por capitalizar la devoción de los feligreses que un refugio espiritual y de culto cristiano y que, además, es subsidiada por una de las compañías que generan más contaminación a nivel global; esa es la gota que rebasa el vaso, es el dilema que detona la serie de crisis existenciales que llevan al pastor a un estado de radicalización ideológica que apenas encuentra consuelo con la presencia de Mary –no podría llamarse de otra forma la mujer que lleva en su vientre la esperanza en alusión a la madre del redentor–. En un formidable ejercicio de contención formal y dramática que se aleja de sus anteriores producciones, Schrader propone una suerte de reelaboración y relectura del guion de la mítica Taxi Driver, y al igual que el mítico taxista encarnado por De Niro en la película ganadora de la Palma de Oro en 1976, el pastor Toller se ve arrastrado por una espiral de muerte, dolor, ira y frustración que tiene como únicas esperanzas de escape a la justicia y la redención. Con una propuesta impecable tanto en forma como en fondo –su estética y narrativa presentan claros ecos temáticos y estilísticos de las obras de Bresson, Bergman y Tarkovski–, el director Paul Schrader ofrece un denso, violento y sórdido ensayo existencialista centrado en la fragilidad del hombre y con un sobrecogedor «tour de force» por parte del gran Ethan Hawke como carta de presentación ante el público. El director, afortunadamente, no ofrece respuestas a las interrogantes éticas y morales que plantea, sino que utiliza la monumental experiencia sensorial que supone First Reformed para depositar el germen que con el paso de los días –tal vez semanas, incluso meses– da paso a una serie de dolorosas y abrumadoras reflexiones sobre el futuro de la humanidad y sobre nuestros actos en consecuencia a partir de estas reflexiones.
A
unque en 2004 el cine de superhéroes no era la megaindustria que es hoy en día y no se encontraba en el estancamiento creativo que vive hoy, la dupla Disney/Pixar ofreció frescura y renovación al subgénero a través de una historia original y arriesgada con Los Increíbles. La cinta que ganó el premio Oscar a la mejor película animada fue dirigida por Brad Bird y tenía como protagonistas a la familia encabezada por Bob Paar, quien alguna vez había sido conocido como ‘Mr. Increíble’, uno de los más grandes y queridos superhéroes del mundo junto a ‘Elastigirl’, su ahora esposa con quien tuvo tres hijos con habilidades: Violeta (con poderes de invisibilidad y campos de fuerza), Dash (con la habilidad de la supervelocidad) y el bebé Jack-Jack (entonces con poderes desconocidos). Pero la familia se vio obligada a vivir en el anonimato luego de que los superhéroes fueran prohibidos en todo el mundo, y el patriarca tuvo que trabajar en la burocracia de los seguros; sin embargo, su siempre vivo deseo de regresar a combatir el crimen hizo que se dejara envolver por una misteriosa oferta para encargarse de una misión secreta en una isla remota, terminando por poner en riesgo su propia seguridad y la de su familia, obligándolos a salir del anonimato para enfrentar a un psicópata supervillano. Los Increíbles fue una de las primeras cintas que sorprendió por la sofisticación y perfección técnica que podría conseguirse con una animación computarizada, además de contar con un guion redondo que con originalidad y frescura retrató la vida íntima de una familia de superhéroes retirados, replanteando así algunas de las ideas pre-
concebidas que comúnmente se encontraban (y se siguen encontrando) en este subgénero. Los Increíbles 2 llega a los cines catorce años después, pero su trama tiene lugar apena unos instantes después de aquel sorpresivo epílogo con una nueva amenaza que surge de las profundidades de la tierra. Aquí comienza la acción en la cinta que nuevamente tiene a Brad Bird como director y guionista, y que coloca en esta ocasión a Elastigirl como el pivote de la trama: luego del enfrentamiento con El Subterráneo en el que este logra escapar, la familia superheróica se enfrenta a la justicia y es confinada a un hotel mientras se decide su situación como infractores de la ley; pero los hermanos Evelyn y Winston Deavor, hijos de un viejo benefactor de la causa de los superhéroes antes de su prohibición, buscan traer de vuelta a estos personajes a la luz pública y ofrecen a la matriarca de los Parr un plan para cambiar la opinión pública sobre los superhéroes y ser considerados nuevamente como salvadores y no como amenazas. Así inicia una campaña mediática para limpiar la reputación de los héroes, pero la aparición de un villano que se autonombra Raptapantallas pone en riesgo la misión. Aunque la película es completamente predecible en su argumento y todos sus giros de tuerca se ven venir desde mucho antes, el guion de Bird es sólido y ofrece un par de discursos sobresalientes sobre la realidad social del nuevo milenio. Por un lado, la premisa subvierte los roles de género al colocar a Elastigirl como la madre que sale a trabajar/salvar al mundo, mientras que Mr. Increíble se convierte en amo de casa y queda al cuidado
de los niños –la adolescente con problemas amorosos, el preadolescente impetuoso, y un bebé incansable que comienza a dar muestras de sus habilidades sobrehumanas–, y a través de ello aborda temas como la mujer sobresaliente exitosa en su trabajo y la fragilidad masculina. Por otra parte, la revelación de la desquiciada fuerza antagónica de la película nos ofrece guiños a la era Trump y su discurso de odio hacia lo diferente; el mensaje de Raptapantallas sobre el exterminio de los superhéroes en la sociedad es un paralelismo con el secuestro de medios para diseminar los aberrantes mensajes de xenofobia, homofobia y misoginia que han caracterizado a la actual administración del gobierno de Estados Unidos. Los Increíbles 2 es una secuela por la que ha valido la pena esperar; es una cinta que, aunque se dedica a replicar lo que hizo exitosa a su antecesora y no presenta sorpresa alguna en su trama, sí nos ofrece una película equilibrada con un gran ritmo y momentos divertidos, emocionantes y conmovedores que funcionan de manera genuina; además, cuenta con un lenguaje narrativo sofisticado con el que construye tanto escenas de suspenso que harían sentirse orgulloso a Hitchcock, así como escenas de acción deslumbrantes que hacen palidecer a las mejores secuencias de cualquier película de Marvel. Todo ello, aunado con su discurso político y social en contra de cualquier tipo de autoritarismo –ya sea familiar o gubernamental–, eleva a la cinta por sobre la media, convirtiéndose en una de las propuestas más sobresalientes dentro del cine animado del nuevo milenio.
L
a cinta que abre la 16a edición del Festival Internacional de Cine de Morelia es un logro para Chazelle que recupera la esencia de ese “tour de force” de Whiplash y sublima la acción angustiante de Gravity de Cuarón, dotándola de un fondo emocional mucho más rico y complejo. Algo tienen las películas sobre historia norteamericana. Por supuesto en primer lugar está la forma en que nos las suelen narrar, y con tantos años de influencia cinematográfica y televisiva, realidad y ficción se alimentan una a la otra y es difícil no pensar que todas los relatos populares americanos no ocurrieron con el dramatismo y la emocionante sucesión de hechos que vemos en el cine. Pero aunque la nueva cinta de Damien Chazelle se vale de algunos de los toques narrativos que hacen tanto de sus historias como de las anécdotas estadounidenses un emotivo transitar de la incertidumbre al éxito y de la crisis a la apoteosis, hay en ella un espíritu desromantizador que pone a conversar a la historia oficial del alunizaje con los cuestionamientos del siglo XXI, aunque sin llegar con contundencia a las respuestas. First Man se centra en el primer ser humano que puso un pie en la luna, Neil Armstrong, desde los difíciles momentos de la muerte de su pequeña hija Karen en 1962, hasta su ingreso al proyecto que culminaría con la misión Apolo 11, responsable del alunizaje en 1969. Armstrong es interpretado por Ryan Gosling, un hombre serio cuyo propósito en esta historia parece ser cargar estoicamente con el dolor, la presión, el estrés y las complicaciones propias de una empresa de astronómicas proporciones. Los ojos de Gosling es una de las primeras imágenes que vemos en pantalla, sacudiéndose por la turbulencia tras un casco, reflejando determinación y preocupación, habilidad y temor, en un filme de 16 milímetros que nos transporta a un momento en que la tecnología empezaba a avanzar a grandes saltos pero donde aún se ven texturas y artilugios que hoy llamaríamos vintage. El retrato que Chazelle nos ofrece de la NASA, los cohetes y los astronautas no glamouriza ni
maquilla, más bien contempla, con cercanía y simpleza, a base de primeros planos filmados con una cámara que tiembla, explorando la verdad, con una intención visual que apunta más al intimismo que a la espectacularidad. La trama desarrolla los tropiezos por los que pasó la misión de la llegada a la luna, en pos de ganar la carrera espacial. Muertes y fracasos; fallas y sacrificios; enormes gastos y duras críticas; conforme avanza, se va formulando la pregunta de para qué buscar tal hazaña, de si vale la pena, y particularmente, cuál es la motivación de Armstrong. El Primer Hombre es de esas películas que no recurre a los formulismos típicos ni a las frases del manual para construir su argumento. Gracias a eso no vemos discursos “salidos del alma”, que en realidad saben más a caprichos de un estudio para evitarle complicaciones al público. Pero no por ello es una cinta difícil de ver o un reto intelectual, y sin embargo, transmite cosas honestas y plantea temas valiosos tanto para las reflexiones que hoy se dan en el mundo como para la interpretación de la historia del alunizaje, siempre vista como uno de los símbolos del orgullo gringo. Armstrong no es tratado como un héroe, ni su determinación vista como el romántico sueño de alcanzar altas cumbres, él es ajeno a los discursos de John F. Kennedy, el contexto social y político no es de gran apoyo ni su situación familiar la más perfecta, vamos, en el momento del alunizaje *PEQUEÑO SPOILER* ni siquiera se ve el famoso clavado de la bandera *FIN DE SPOILER*. Asimismo la película no pretende la espectacularidad que muchos esperarían; muy pocos planos amplios y pocas de esas vistas increíbles desde el espacio que nos hacen sucumbir reverencialmente ante la grandeza del cosmos. El que busque aquí una historia inspiradora, un filme de acción para desconectarse o la típica película nacionalista gringa en turno, se verá (gratamente) decepcionado. Pero atención, que no hay que olvidar que es Damien Chazelle con quien
estamos tratando, y el canadiense no renuncia a su vocación por emocionar y estrujar con las admirables hazañas humanas, con la lucha y la evasión de los obstáculos. Tampoco suelta su amor por las composiciones musicales y brinda una banda sonora apoteósica y brutal, que apabulla y a la vez sumerge, transmitiendo la tensión de estar en una situación de delicadísimos componentes. Y finalmente está su ya acostumbrada secuencia final que es un crescendo de lágrimas y sudor, que en esta ocasión nos regala un interesante juego con el manejo del aspect ratio y de la cámara, una libertad técnicacreativa que como un sorpresa nos hace reflexionar, quizá más que todo el melodrama y los parlamentos previos, sobre la gran significado de la llegada del hombre a la luna. Es finalmente un filme redondo, con actuaciones sólidas y correctas, que recupera la esencia de ese “tour de force” de Whiplash y a la vez sublima la acción angustiante de Gravity de Cuarón, dotándola de un fondo emocional mucho más rico y complejo. El guión sencillo y poco pretencioso de Josh Singer no acapara el discurso y permite que los rostros y las circunstancias digan todo. Pero quizás, algunas palabras hicieron falta para terminar de responder a esas preguntas que para el final de la cinta siguen provocando. ¿Vale la vida de un hombre la gloria de otro? ¿Son aceptables las soñadoras ambiciones frente a una realidad de pobreza e injusticias? Retomar el valor humano es parte del debate del 2018, y esta cinta no lo ignora, sin embargo tampoco se anima lo suficiente a tomar una postura (no hay que dejar de lado que la imagen de respetadas personalidades va de por medio). Pero tal vez no es tan necesario, el simple hecho de que haga de la historia del alunizaje algo diferente al típico relato oficial con sesgo propagandístico que promueve los llamados “valores norteamericanos”, es para agradecerse en estos tiempos en que todo es herramienta para una agenda.
B
eale Street está localizada la ciudad de Memphis, Tennessee. Es una calle de gran tradición, llena de música blues donde leyendas como Louis Armstrong, Muddy Waters, B. B. King, entre otros, tocaban todas las noches antes de convertirse en leyendas. También era una zona habitada en su mayoría por gente afroamericana que ubicaba sus negocios a lo largo de la calle; personas trabajadoras que luchabas por salir adelante y a su vez batallaban por las cuestiones raciales que aquejaban a la comunidad. Es por eso que es considerada una pieza de historia para la cultura afroamericana en Estados Unidos. Cuántas historias de lucha, injusticias y amor se habrán vivido en esas calles. Todo esto inspiró al escritor James Baldwin a crear una de las novelas más emblemáticas: If Beale Street Could Talk, lanzada en 1974 y que en 2018 fue adaptada al cine dirigida y adaptada por Barry Jenkins, siendo este es su primer proyecto después de haber sido el ganador del Óscar a mejor película por Moonlight. En If Beale Street Could Talk conocemos la historia de Tish (una prometedora KiKi Layne) y Fonny (Stephan James), una joven pareja que se conocen desde su niñez y siempre se han querido y cuidado mutuamente, así que conforme van creciendo terminan inevitablemente enamorados. El amor entre los dos es incondicional, incluso comienzan a vivir juntos. Pero cuando todo marcha de maravilla, repentinamente Fonny es acusado injustamente de violar a una chica puertorriqueña y es encarcelando sin prueba definitiva alguna, sólo la palabra de un oficial de policía y una perturbada víctima que creen haberlo visto. Al poco tiempo de ocurrido esto Tish descubre que está embarazada; esta situación martiriza más a Fonny por no poder estar su lado, pero a ella le da la fuerza para no doblegarse y seguir luchando por la libertad de su amado. Afortunadamente no están solos, las familias de la pareja se unen para tratar de demostrar a toda costa la inocencia de Fonny; pero el caso es complicado de resolver y durante el proceso el gran amor entre ellos es puesto a prueba.
Como lo hizo con su anterior trabajo, Jenkins logra combinar el cine de denuncia con el drama romántico; el director consigue empatar imágenes de bellísima estética con el realismo y la crudeza de la situación social apoyándose en la elegante fotografía de James Laxton y la emotiva banda sonora de Nicholas Britell. Kiki Lane y Stephan James, los encargados de protagonizar esta historia, nos transmiten sus sentimientos en esas tomas directas a su rostro donde apreciamos sus mirada de amor, de deseo, de compasión y de vulnerabilidad, ya sea mientras caminan por la calle o cuando los divide un cristal penitenciario. A Lane y James los acompaña un talentoso elenco de rostros no tan conocidos pero no por ello menos talentosos, y con algunas breves participaciones de actores más reconocidos como Diego Luna y Dave Franco en roles pequeños. Pero si alguien destaca del elenco a parte de sus protagonistas es Regina King, con su corto pero contundente papel como la madre de la protagonista, fuerte, entregada, que da la cara por sus hijos y lucha por la felicidad de estos; es un rol secundario con pocas escenas en pantalla pero son extremadamente lucidoras para la actriz, muy similar a lo ocurrido con el personaje de Mahershala Ali en Moonlight, un rol pequeño pero determinante para la historia. Narrada paralelamente durante el antes y el después de dicho acontecimiento, en If Beale Street Could Talk somos testigos de la evolución de la relación de nuestros protagonistas pero a la vez también apreciamos la vida de la comunidad afroamericana en la década de los 70, llena de injusticias, donde tu color de piel hacía que tu opinión valiera menos, que tus derechos fueran pisoteados por cualquiera, que tu vida valiera menos que la de alguien de tez clara. Por historias cómo estas vemos que el mensaje de inclusión que existe en la industria del cine actualmente no es exagerado, sino necesario.
C
on 29 años de edad, Steven Spielberg cambió la forma de hacer y consumir cine. Con el estreno de su tercer largometraje, Jaws (1975), rompió récords de taquilla y se inauguró la era de los estrenos veraniegos; de esta forma, la película del esqualo asesino se convirtió en el primer blockbuster de la historia, abriendo el camino a los filmes caracterizados por su consumo masivo, la comercialización de memorabilia y la producción industrializada de secuelas, dando como origen las franquicias que hoy acaparan los complejos cinematográficos no sólo en temporada veraniega, sino casi durante todo el año. Ahora, el llamado «Rey Midas de Hollywood», ha recorrido prácticamente todos los géneros a lo largo de su carrera y regresa por todo lo alto a los terrenos de la ciencia ficción –género que no exploraba desde su remake War of the Worlds (2005)– con el que es también su proyecto más ambicioso hasta la fecha: la adaptación cinematográfica del best-seller juvenil Ready Player One, de Ernest Cline. Ambientada en un decadente 2045, la historia tiene como protagonista a Wade Watts (Tye Sheri-dan), un adolescente que, como el resto de la humanidad, se evade adentrán-
dose en OASIS, una realidad virtual global donde podemos, a través de nuestros avatares, 'vivir' una vida alterna llena de emociones y escapar del ordinario y doloroso mundo desolado. Cuando muere Halliday (Mark Rylance), el millonario e introvertido creador del utópico metaverso, revela que ha escondido un 'easter egg' en las entrañas de su creación, y quien lo encuentre heredará su imperio tecnológico y el total control de OASIS. Así es como da inicio la competencia a muerte entre usuarios civiles y corporaciones para 'heredar' la gran fortuna en el mundo real y el poder ilimitado sobre el mundo digital. Adaptada para la gran pantalla por el mismo Cline junto al guionista Kal Penn, Ready Player One es una cinta de acción y aventuras que nos ofrece un alucinante y nostálgico viaje de más de dos horas repleto de tantas avalanchas referenciales a la cultura pop de los años 80 que ni el más sesudo sería capaz de reconocerlas todas en un sola apreciación. Aunque con una historia que dista mucho de ser original o novedosa –de hecho, la historia de amor es algo sosa– y protagonizada por personajes completamente unidimensionales, es el gran talento y la versatili-
dad de Spielberg lo que coloca a esta experiencia cinematográfica por sobre la media de los blockbusters que Hollywood produce de manera genérica. Y es que Ready Player One no sólo es una muestra del cine de entretenimiento puro de mayor calidad que Hollywood nos puede ofrecer, pues la pre-misa de la cinta le permite al cineasta dar forma a una estridente alegoría del mundo del entretenimiento y de las posibilidades que tanto la televisión, el cine, la música, la literatura y los videojuegos nos ofrecen para el conocimiento propio y del mundo que nos rodea; es una metáfora del escapismo como conducto hacia el autodescubrimiento, pero también de los peligros que representa la alienación tecnológica. Spielberg toma la oportunidad que le brinda Ready Player One y a través de su historia sobre el poder de atracción y seducción que ejercen las oportunidades de vivir en un mundo alterno –pero también sobre las conexiones físicas y emocionales que se pierden por escapar de la realidad– da forma a una estilizada carta de amor al mundo del entretenimiento que, al igual que para millones de personas alrededor del globo, le ha servido como salvavidas en el mundo real.
L
a más reciente entrega de la exitosa franquicia que busca expandir el universo creado por George Lucas –y de paso engrosar la ya muy gorda billetera de Disney– nos transporta algunas décadas antes de que Han Solo (Harrison Ford) se encuentre con Luke Skywalker (Mark Hamill) y Obi-Wan Kenobi (Alec Guinness) en la cantina de Mos Eisley y nos invita a descifrar el pasado del encantador canalla que enamoró a la princesa Leia (Carrie Fisher). Solo: A Star Wars Story, llega bajo la dirección de Ron Howard, contratado para reemplazar a la dupla de Phil Lord y Chris Miller, quienes fueron despedidos del proyecto cuando se encontraban a mitad de la filmación. Nueve meses luego de que la producción fuera detenida, Howard llegó para concluir la segunda etapa del rodaje, aunque se especula que tuvo que volver a filmar entre el 70% y 80% de lo que ha habían preparado los directores originales. Con el prácticamente desconocido para las masas Alden Ehrenreich al frente del reparto –quien finalmente se quedó con el papel por sobre otros actores como Ansel Elgort, Jack Reynor, Milles Teller, Scott Eastwood, Logan Lerman y Blake Jenner–, la cinta nos presenta a un atractivo, cínico, confiado, rebelde y experimentado ladrón que, junto con su novia Qi'ra (Emilia Clarke) busca salir de su planeta Corellia, pero se ve obligado a escapar del planeta sin ella y a tomar el camino difícil en busca de autonomía y libertad para obtener los medios necesarios para poder regresar y sacarla de ese mundo hostil. A partir del guion firmado por Lawrence Kasdan –reconocido guionista recurrente de la saga– acompañado por su hijo Jonathan Kasdan, la cinta ensambla las aventuras y desventuras del joven Han Solo en compañía de ladrones, estafadores y rebeldes, todos formando parte de la construcción de la futura personalidad
sinvergüenza del personaje, y de paso, propiciando las condiciones para que se gesten una que otra rebelión, tanto de una variopinta lista de especies interplanetarias, como de robots con conciencia de especie, raza y género. En este típico viaje del héroe que no quiere serlo, Han Solo conoce de manera inesperada a una bestia que se convertirá en su mejor amigo: el entrañable Chewbacca (interpretado por Joonas Suotamo, sustituyendo al legendario Peter Mayhew), al experimentado bandido y contrabandista Tobias Beckett (un carismático Woody Harrelson) que se convertirá en una suerte de guía criminal y mentor, a su intrépida novia Val (Thandie Newton continuando su veta de empoderamiento junto con su papel en el serial Westworld), al piloto Rio Durant (con la voz de Jon Favreau), al ególatra dueño del Halcón Milenario y estafador maestro Lando Clarissian (el polémico actor y músico Donald Glover), a su copiloto androide L3-37 (con la voz y los movimientos en motion-capture de Phoebe Waller-Bridge), al gánster intergaláctico Dryden Vos (Paul Bettany reemplazando a Michael K. Williams, el actor que lo interpretaría cuando la dupla Lord y Miller aún estaban a bordo del proyecto), y finalmente su anhelado pero inesperado reencuentro con Qi'ra, transformada en una sobreviviente femme fatale. Todos y cada uno de ellos aportan algo a la construcción de su identidad como contrabandista con cuestionable ética y moral, pero con valores y principios que lo llevan a tomar la decisión correcta en el último momento, aprendiendo en el camino algunas lecciones sobre la amistad, el desamor y la traición. La película no alcanza todo su potencial al ceñirse demasiado a la fórmula tradicional sin atreverse experimentar riesgos de ningún tipo; carece del arrojo, la tenacidad y el atrevimiento que sí
han tenido algunas propuestas de esta nueva etapa de la saga como Rogue One: A Star Wars Story (2016) y Star Wars: The Last Jedi (2017). No es tan salvaje, irónica y rabiosa como cabría esperarse de una cinta que tiene como objetivo contar la historia de origen de un sinvergüenza contrabandista. Sin embargo, pese a sus inconsistencias narrativas, se mantiene entretenida de principio a fin ofreciendo muchas escenas de acción y dosis de buen humor. Además, algunas de sus secuencias llegan a ser genuinamente estimulantes; las espectaculares secuencias de acción resultan emocionantes al estar fenomenalmente rodadas, la película ofrece una montaña rusa de emociones acudiendo constantemente a los recursos visuales y temáticos tanto del cine bélico como de los westerns y el cine negro. Solo: A Star Wars Story funciona como cinta de aventuras del salvaje oeste pero en un plano intergaláctico; combinando acción, comedia y romance consigue un balance perfecto que se ve apoyado por la gran química entre todo el reparto que ofrece interpretaciones consistentes, y pese a que Alden Ehrenreich no logra estar al nivel del legendario Harrison Ford –quien interpretó al personaje hasta Star Wars: The Force Awakens (2015)–, el joven actor posee el carisma y el encanto suficiente para llevar la película sobre sus hombros en todo momento. Este segundo spin-off de la saga es un producto veraniego de calidad y un digno nuevo episodio de la franquicia de ciencia ficción más famosa del universo; se trata de un juego inteligente con la nostalgia que inserta elementos ya conocidos de su cosmogonía –incluyendo un inesperado cameo de un emblemático villano– pero a la vez con la frescura de aventuras juveniles necesaria para interesar a la audiencia por las próximas aventuras de este cowboy espacial.
P
asa muy seguido en el mundo del espectáculo que, cuando un artista logra llegar a lo más alto de la disciplina en la que se desenvuelven, buscan nuevos desafíos incursionando en otras áreas. Y aunque no a todos se les dé bien el aventurarse, algunos de ellos sí han logrado sorprendernos. El ejemplo más reciente de ello es la cantante Lady Gaga. Gaga siempre tuvo la inquietud de ser actriz, pero inesperadamente el éxito en la música llegó primero... ¡y de qué manera! Sin embargo su amor por la actuación perduró y aprovechó su fama para participar en pequeños cameos en cintas como Machete Kills y Sin City 2, aunque sin lograr destacar. En 2015 el productor Ryan Murphy le dio la oportunidad de integrarse en la serie American Horror Story donde comenzó a llamar la atención como actriz. Tiempo después apareció Bradley Cooper, quien vio en ella a la protagonista perfecta para su primer proyecto como director: una nueva versión de A Star Is Born. En esta cinta Gaga interpreta a Ally, una talentosa joven que anhela lograr en una carrera como cantante. Con este personaje Gaga enamora tanto al público y la crítica con una interpretación muy natural, humana y emotiva, apoyada de la gran química con su coprotagonista, demostrándonos que detrás de esa mujer de privilegiada voz se encuentra una prometedora actriz lista para crecer. Gaga logró llevarse varios premios como mejor actriz incluidos en los National Board of Review y en los Critic's Choice, así que por estadísticas en cuestión de triunfos Gaga sería la tercera en discordia detrás de las dos grandes favoritas: Colman y Close. En el caso de que Gaga no ganara el Oscar en esta ocasión no significaría del todo una derrota (ella prácticamente tiene asegurado el Oscar en otra categoría: canción original); esta nominación y su gran paso por la temporada de premios es la manera en que la Industria del cine le da la bienvenida a la cantante con los brazos abiertos.
S
u llegada al cine fue una afortunada casualidad, pero su talento nato la coloca en donde está ahora. Yalitza Aparicio es el nombre más sonado en México en los últimos meses; y no es para menos, la joven de origen indígena proveniente de una zona humilde del estado de Oaxaca ahora se codea con los grandes de la industria de Hollywood en un sueño que nunca creyó pudiese ser posible para alguien como ella. Aparicio es la protagonista de la cinta más comentada del año; Cleo una joven humilde de origen oaxaqueño que trabaja realizando las labores del hogar para una familia que vive en pleno corazón de la Ciudad de México, en la colonia Roma, y a la que la vida está a punto de ponerle duras pruebas ocasionadas por cuestiones amorosas y que se complican aún más debido a la situación por la que atravesaba el país en ese momento. El director Alfonso Cuarón saca ese talento oculto que la joven tenía para darnos con un personaje que sin duda pasará a la historia del cine mundial, una actuación tan mágica que muchos profesionales nunca serían capaces de lograr. Yalitza se ha convertido en un fenómeno mediático, una figura que representa a las minorías, que inconsciente has sacado a relucir lo mejor y peor de nuestros país, siendo una mujer de gran admiración para muchos y blanco del racismo y clasismo que no deja de presentarse en México. La nominación de Yalitza no es menos merecida que la de las demás nominadas; ha sido considerada en múltiples listas y tops de las mejores interpretaciones del año, y aunque en las premiaciones previas al Oscar no figuró –seguramente fue por no tratarse de una actriz profesional–, la millonaria campaña por parte de Netflix hacia Roma terminaron por impulsar su tan me-recida nominación. Por más trillado que suene, para Yalitza el mayor triunfo no es precisamente el premio, sino todo lo que ha logrado: romper estereotipos, motivar sueños y enseñarnos que no importa de dónde vengamos, todos podemos lograr cosas grandes.
H
ay actores a quienes les cuesta más trabajo triunfar en los Oscar que otros; y no por su falta de talento, sino porque las circunstancias no se presentan a su favor. Este año la Academia puede saldar una deuda histórica que tiene con una de las más grandes intérpretes de Hollywood, a quien durante años le ha dado la espalda. Glenn Close es la actriz viva con más nominaciones al premio Oscar sin ningún triunfo, acumulando ya 7 nominaciones. Close está a una nominación del Actor con más derrotad en la historia de la Academia: Peter O'Toole, quien se hizo de un Oscar honorario pero que falleció sin ganar en competencia. Este año la actriz tiene más oportunidades que nunca de llevarse el triunfo gracias a su protagónico en The wife donde interpreta a Joan Castleman, una mujer que vive a la sombra de su marido, siendo la esposa modelo pero que sacrifica sus propias ambiciones por el bien de su matrimonio. Una interpretación contenida basada en miradas y gestos que elevan el papel de Close a otro nivel. Al comienzo de la carrera por el Oscar se posicionaban como las favoritas Colman y Gaga, por pertenecer a dos de las citas más aclamadas del año –“The wife” no recibió tan buenas críticas– e incluso estuvieron predominado en esta cagegoría durante los reconocimientos de la crítica, pero Close tomó más fuerza después de su emotivo discurso en los Globos de Oro, donde ganó el premio en la categoría de drama. Ahí la pudimos notar genuinamente sorprendida, emocionada y agradecida; y para rematar terminó por ganarnos totalmente al contar las grandes similitudes que la historia de su personaje tenía con su madre en la vida real. Independiente de que la película haya tenido un recibimiento regular, la naturaleza del personaje en una época donde se lucha por el reconocimiento para la mujeres que durante décadas ha dejado de lado su individualidad por atender y apoyar plenamente los logros de sus parejas o hijos, hace de su desempeño la oportunidad perfecta de reconocer a la actriz. Todo parece indicar el que el momento ha llegado, y es que nunca antes el factor “se lo deben” había tenido tanta fuerza como en esta ocasión.
L
a encantadora comediante, quien recientemente había estado estancada en comedias simplonas, vuelve a enamorarnos como logró hacerlo en 2011 con su papel en Bridesmaids, que la hizo acreedora a su primera nominación al Oscar como actriz de reparto. Ahora da el salto a la categoría principal con su papel protagónico en esta cinta dirigida por la prometedora Marielle Heller: Can you ever forgive me?. McCarthy interpreta a la escritora Lee Israel, quien está en una crisis económica y creativa al no poder volver a tener y una obra exitosa en el mundo literario. Tras meses de desesperación la escritora encuentra la manera de hacer dinero fácil: falsificar cartas dirigidas a personalidades importantes ya fallecidas para venderlas a coleccionistas que atesoran este tipo de piezas. McCarthy logra una transformación increíble, nos da un personaje imperfecto y humano, demostrando un dominio increíble para pasar de la comedia al drama en cuestión de segundos. Como dato curioso Melissa McCarthy no sólo obtiene la nominación al Oscar como mejor actriz este año, sino también es nominada a los Razzies como peor actriz por The Happytime Murders, que le dio las peores críticas de su carrera. Este récord sólo lo había logrado Sandra Bullock cuando fue nominada al Oscar por The blind side como mejor actriz y a los Razzies por All About Steve como peor actriz. Bullock se llevó ambos premios. McCarthy está lejos de igualar esta 'hazaña', pues en los Oscar es la que tiene menos posiblidades de ganar esta en esta ocasión. A pesar de la calidad de su interpretación y de múltiples nominaciones por este trabajo, no ha logrado un triunfo importante que la respalde. Colman y Close llevan la delantera y en caso de que la Academia quisiera dar la sorpresa las opciones serían Gaga o Aparicio. Desgraciadamente en los Razzies sí es la gran favorita para ganar tan penoso reconocimiento, lo que es señal de que tal vez debería dejar trabajar con su marido por un tiempo (quien es director de sus trabajos recientes) y dedicarse a elegir papeles más complejos que le resulten desafiantes como actriz.
C
olman es una actriz prácticamente desconocida en el continente americano, desarrollando la mayor parte de su carrera en la televisión inglesa. A partir de este año Colman será reconocida por todos: está lista para conquistar también la televisión americana recibiendo la estafeta de manos de Claire Foy para interpretar a la reina Isabel II en la nueva temporada del éxito de Netflix The Crown; pero antes, la actriz hace su entrada triunfal a Hollywood con su papel en The Favourite, donde interpreta a la reina Anne, una reina caprichosa, tirana e infantil, pero a la vez divertida, vulnerable y patética. Una inestable mujer que, consciente de su situación, cede todo su poder a manos de Lady Sarah (Rachel Weisz), su leal compañera a quien da la capacidad de tomar decisiones sobre su reino; la llegada de Abigail a la corte desencadena una lucha por el cariño de la reina entre ambas mujeres. Colman borda un fascinante personaje con tanta complejidad y extravagancia que podría llegar a lo caricaturesco, pero el talento de la actriz consigue un inolvidable personaje con tantas facetas y estados de ánimo que cambian de uno a otro en cuestión de segundos. Tan magistral actuación le ha valido reconocimientos como la Copa Volpi, el Globo de Oro a la mejor actriz en comedia y el premio Bafta. En un comienzo se consideró promover al personaje de Colman como secundario y al de Stone como principal (que sería lo más adecuado por el tiempo en pantalla de los personajes), pero creyeron que probablemente Stone tendría menos posibilidades en la categoría principal por su reciente triunfo, así que las intercambiaron de categoría. Sin embargo la estrategia sólo le complicó las cosas a Colman, ya que no contaban con que Close viniera con tanta fuerza a reclamar ese Oscar que se le debe desde hace décadas. Ambas actrices van a la cabeza de la categoría y el triunfo se disputa entre ellas, pero Close lleva algo de ventaja por el prestigio que tiene en la Academia y sus derrotas previas. Colman definitivamente hubiera arrasado en la categoría de reparto, pero ahora le tocará competir con Close por ver quién es la favorita de la Academia este año.
P
asa muy seguido en el mundo del espectáculo que, cuando un artista logra llegar a lo más alto de la disciplina en la que se desenvuelven, buscan nuevos desafíos incursionando en otras áreas. Y aunque no a todos se les dé bien el aventurarse, algunos de ellos sí han logrado sorprendernos. El ejemplo más reciente de ello es la cantante Lady Gaga. Gaga siempre tuvo la inquietud de ser actriz, pero inesperadamente el éxito en la música llegó primero... ¡y de qué manera! Sin embargo su amor por la actuación perduró y aprovechó su fama para participar en pequeños cameos en cintas como Machete Kills y Sin City 2, aunque sin lograr destacar. En 2015 el productor Ryan Murphy le dio la oportunidad de integrarse en la serie American Horror Story donde comenzó a llamar la atención como actriz. Tiempo después apareció Bradley Cooper, quien vio en ella a la protagonista perfecta para su primer proyecto como director: una nueva versión de A Star Is Born. En esta cinta Gaga interpreta a Ally, una talentosa joven que anhela lograr en una carrera como cantante. Con este personaje Gaga enamora tanto al público y la crítica con una interpretación muy natural, humana y emotiva, apoyada de la gran química con su coprotagonista, demostrándonos que detrás de esa mujer de privilegiada voz se encuentra una prometedora actriz lista para crecer. Gaga logró llevarse varios premios como mejor actriz incluidos en los National Board of Review y en los Critic's Choice, así que por estadísticas en cuestión de triunfos Gaga sería la tercera en discordia detrás de las dos grandes favoritas: Colman y Close. En el caso de que Gaga no ganara el Oscar en esta ocasión no significaría del todo una derrota (ella prácticamente tiene asegurado el Oscar en otra categoría: canción original); esta nominación y su gran paso por la temporada de premios es la manera en que la Industria del cine le da la bienvenida a la cantante con los brazos abiertos.
E
l interpretar a un personaje de la vida real siempre será un gran reto que muchos actores no se atreven a enfrentar, y mucho menos cuando se trata de una leyenda de la música, de un personaje que tan guardado en la memoria popular como lo es Freddie Mercury. Es así que desde la producción de Bohemian Rhapsody sabían que la clave para el éxito de este proyecto era la elección del actor perfecto, es por eso que el casting estuvo bajo supervisión de los integrantes de la banda Queen y tardó varios años para poder encontrar al mejor candidato. En un principio el actor Sacha Baron Cohen iba a darle vida a Freddie Mercury pero debido a diferencias creativas el actor decidió no participar en el proyecto, después se manejó el nombre de Ben Whishaw quien también abandonó el proyecto. Por estas razones el proyecto se estuvo postergando en varias ocasiones... hasta que llegó Rami Malek. Malek venía de hacer pequeños papeles en cine y televisión hasta que llegó el proyecto que le dio reconocimiento mundial: Mr. Robot, serie que le dio excelentes críticas y reconocimientos como el Critic's Choice y el Emmy. Malek enfrenta el mayor reto de su carrera interpretando al legendario vocalista de Queen en Bohemian Rhapsody, cinta en la que podemos ver la vida de Freddie desde sus inicios con la banda hasta su llegada a la cúspide de su carrera y su trágica interrupción por el virus del VIH que acabó con su vida. El actor se dedicó a estudiar presentaciones y entrevistas para estudiar cada uno de sus movimientos y se apoyo en los miembros de la banda Queen para la creación del personaje. Malek es el único novato en la categoría, pero conforme fue avanzando la carrera fue dejando a sus contrincantes atrás arrasando con todos los reconocimientos a su paso. Con su reconocimiento en los Golden Globe, los Critic's Choice, Bafta y Sag respaldándolo, hace que su triunfo sea casi un hecho. Si Bohemian Rhapsody ha sido un éxito en gran parte se debe a la actuación de Malek, él lleva todo el peso de la película, así que su triunfo sería la mejor manera de premiar a la cinta que a pesar de sus evidentes fallas, logró ganarse el amor del público y de la Academia.
S
u larga trayectoria en cine lo hacen un actor de renombre; su carrera se ha destacado por ser un intérprete que no le teme a los riesgos. En esta ocasión Dafoe protagoniza At Eternity's Gate, la película del director Julian Schnabel donde le da vida al pintor Vincent Van Gogh en sus últimos días de vida. El Interpretar personajes tan celebres te ponen inmediatamente en la mira, y Dafoe tiene bastantes escenas desgarradoras que son interpretadas con mucha humanidad. Este año el actor logra su cuarta nominación y su segunda consecutiva: el año pasado estuvo nominado en la categoría de reparto por su trabajo en The florida project, partiendo como gran favorito pero terminado por perder contra Sam Rockwell. Desde su triunfo en el Festival de Venecia, Dafoe se perfilaba como un gran aspirante al Oscar, pero mientras pasaban los meses sus opciones parecían disminuir y otros nombres comenzaron a despuntar llevándose las palmas. Esta cuestión puso en peligro su nominación, pero su prestigio le ayudó a alcanzarla superando a otros actores como John David Washington e Ethan Hawke que poco a poco cobraban fuerza. Este año la Academia parece apostarle a la juventud, ya que Rami Malek tiene prácticamente el triunfo asegurado; la nominación es claramente un reconocimiento a su trayectoria, una forma de decirle que no se olvidan de él, que reconocen su trabajo, pero que aún no será su momento; aunque para un actor con la carrera de Dafoe es algo que tarde o temprano debe llegar.
B
ale es un verdadero actor camaleónico que no sólo recurre al uso del maquillaje para lograr grandes cambios en su apariencia, sino que es un histrión que llega más allá con sus tan arriesgadas transformaciones físicas que hacen parecer que el subir y bajar de peso fuera pan comido. Claramente estos radicales cambios nos demuestran el gran compromiso que el actor tiene a la hora de interpretar un personaje; pero todo esto no valdría nada si no estuviera acompañado de un buen trabajo interpretativo, y esa es la gran cualidad de este actor: hacer cada uno de esos personajes totalmente diferente al resto. En esta ocasión no es la excepción logrando su cuarta nominación por su personaje en Vice. Bale ha estado nominado anteriormente por sus trabajos en The big short y American Hustle como actor principal, y en The Fighter en la categoría de reparto, que fue la que lo hizo acreedor a su primer premio de la Academia. En Vice interpreta al ex vicepresidente Dick Cheney, polémica figura de la política estadounidense que fue gran influencia detrás de las decisiones del ex presidente George W. Bush durante su gobierno y en los momentos críticos post 9/11. La transformación de Bale va más allá; se dedicó a adentrarse en la mente de su personaje, estudiándolo detenidamente hasta tratar de llegar a pensar como él, de entender el porqué de cada una de sus acciones. Estamos ante un extraordinario trabajo que se aleja a toda costa de mostrar a Cheney como un villano. Si hay alguien que podría dar la sorpresa y arrebatarle el Oscar a Malek sería Bale, que no deja de sorprender con cada papel que interpreta. Honestamente sería algo difícil tomando en cuenta el dominio de Malek en la temporada de premios mas no imposible, la Academia podría no resistirse en volver a premiar a unos de los mejores actores de su generación y de la actualidad.
V
iggo es un artista en toda la extensión de la palabra: es poeta, pintor, músico y por supuesto actor. Su gran éxito en el cine llegó ya a una edad madura al interpretar al rey Aragorn en la monumental aventura fantástica que fue The Lord of the Rings. Sus capacidades artísticas y gran habilidad en idiomas (Viggo domina alrededor de cinco lenguas incluyendo el español y danés) le ha permitido trabajar en toda clase de proyectos alrededor del mundo. En Green Book interpreta a Tony Lip, un hombre de origen italoamericano, de carácter violento, rudo, con ideologías racistas y lleno de toda clase de prejuicios, pero que irónicamente se convierte en el chofer personal de Don Shirley, un pianista afroamericano que se encuentra de gira por el conservador sur de Estados Unidos a inicios de la década de los 60. Durante su recorrido ambos personajes irán forjando una entrañable amistad y Tony replanteará sus ideales y su forma de pensar. Viggo, aunque cae completamente en la caricatura, logra con su personaje una gran empatía con el público gracias a su encantadora actuación de tintes cómicos y que logra una extraordinaria química con su coprotagonista Mahershala Ali. Viggo obtiene con esta su tercera nominación al Oscar, pues ya estuvo anteriormente compitiendo en esta misma categoría por sus protagónicos en Eastern promises y Captain fantastic, las que por cierto fueron las únicas nominaciones de dichas cintas; pero en esta ocasión su nominación viene respaldada al pertenecer a una de las cintas más aclamadas del año. Y a pesar que su presencia era algo seguro por el impacto del filme este año, Viggo parece estar lejos del triunfo en esta ocasión, ya que no cuenta con ningún premio previo que lo respalde y compite contra papeles que pudieran considerarse más “complejos”. A Viggo no le quedará más que aplaudir a su colega Mahershala Ali cuando éste suba al escenario por su casi seguro Oscar como actor de reparto. Aunque este no sea su año, la gran versatilidad del actor hará que lo veamos próximamente de regreso... y esperemos con más posibilidades.
U
na de las actrices más queridas por Hollywood en la actualidad vuelve a hacer aparición entre los nominados después de haber ganado la estatuilla dorada por su papel protagónico en el musical La La Land. Stone es el ejemplo de cómo ganar un Oscar te puede ayudar a impulsar una carrera cinematográfica; el reconocimiento obtenido le ha dado también prestigio en la industria ayudándole a elegir roles en los que antes nos hubiera constado trabajo imaginar verla. Y 2018 es una prueba de ello, ya que la pudimos ver en dos interesantes proyectos: Maniac, la serie original de Netflix dirigida por Cary Fukunaga y que protagoniza al lado de su colega y amigo Jonah Hill; y en la más reciente cinta del director griego Yorgos Lanthimos, que es la que le otorga este año una nominación a actriz de reparto. Emma Stone brilla en The favourite donde interpreta a la prima lejana y caída en desgracia de Lady Sarah (Rachel Weisz, también nominada en la misma categoría), Abigail, una ambiciosa joven que llega al reino en busca de recuperar status social privilegiado en la monarquía. Cuando Abigail descubre que la relación entre Lady Sarah y la reina Anne es más que una simple amistad, ella ve una gran oportunidad de lograr su cometido, así que comienza a seducir a la reina para ganarse su total cariño y confianza, sin importar acabar con Lady Sarah para obtenerlo. Con este papel de “mosquita muerta” vemos un enorme crecimiento de Stone como actriz, y si a alguien le quedaba aún duda de su talento aquí termina por convencernos y nos da lo que para muchos es la mejor actuación de su carrera. A pesar de su gran interpretación y su presencia en todas las premiaciones previas, el que haya ganado el Oscar hace apenas unos años hace que en esta ocasión las posibilidades de Stone sean menores, ya que la Academia no suele premiar por segunda vez tan rápido y menos a actores jóvenes. Esta nominación nos deja claro que Stone no es una estrella pasajera, sino una actriz a quien se debe tomar muy en serio.
L
a mayoría del público la reconoce por su papel de Evelyn Carnahan, en las dos primeras cintas de la saga The Mummy (1999 y 2001), su primer gran protagónico en Hollywood que le significó el gran despegue de su carrera. Esta actriz británica de gran belleza y un seductor acento inglés, ex esposa del director Darren Aronosfky y actual pareja del actor Daniel Craig, ganó el Oscar por The Constant Gardener en 2006 justamente en la misma categoría en la que consigue su segunda nominación, ahora por una de las cintas más nominadas de esta edición: The Favourite. Weisz vuelve a trabajar con el griego Yorgos Lanthimos con quien filmó The lobster; esta vez interpreta a Lady Sarah, la mano derecha de la reina Anne, quien prácticamente pone todo su reino en manos de Sarah dejándola tomar importantes decisiones y permitiendo que Sarah manipule toda acción a su conveniencia; el gran poder que ejerce sobre la reina es debido a la relación oculta que sostienen: Sarah satisface a la reina sexual y emocionalmente. Pero con la llegada de Abigail, su prima lejana, este personaje en apariencia frío y calculador comenzará a experimentar el temor de perder su poderío al encontrar en Abigail una gran amenaza, pero no se amedrentará y luchará ferozmente por seguir siendo la favorita de la reina. Weisz podría convertirse en la tercera actriz en tener dos Oscar en la categoría de reparto (después de Shelley Winters y Dianne Wiest), pero este año la actriz Regina King ha acaparado la categoría triunfando con los premios de los críticos y el Globo de Oro. Aunque Weisz ha estado presente en todas las premiaciones no ha obtenido ningún triunfo importante; y si sumamos que el personaje más comentado de la cinta es el de Olivia Colman -quien es de las favoritas para ganar- y que su compañera de reparto Emma Stone compite en la misma categoría y goce de más fama actualmente, le dificultan el camino para conseguir su segunda estatuilla, pero sus múltiples nominaciones les dan su merecido reconocimiento a su gran actuación.
P
roveniente de una familia acomodada pero también dedicada al teatro, Marina desde pequeña se inclinó hacia el lado artístico dedicándose casi por completo a los escenarios. Ha tenido diversas participaciones en cine y televisión, por lo general en papeles pequeños, pero tal vez muchos la recuerden por la cinta dirigida por Issa López que protagonizó: Efectos Secundarios, comedia sobre las implicaciones que conlleva el cumplir 30 años. Y a pesar del éxito de la cinta ella nunca abandonó sus raíces teatrales, incluso fundó una compañía teatral e impartió clases de actuación. Entonces un misterioso casting llegó a su vida, tras meses de pruebas, sin saber sobre qué y quién estaba detrás del proyecto, logró conseguir un papel en la cinta de uno de los directores más reconocidos a nivel mundial: el mexicano Alfonso Cuarón. Marina interpreta a Sofía, la otra gran mujer de Roma, la madre de familia que atraviesa una crisis matrimonial pero que aún así debe mantenerse fuerte por sus hijos, y que con el apoyo mutuo que se dan con “Cleo” salen adelante de sus respectivos problemas y crean un lazo maravilloso. La nominación de Marina fue la más sorpresiva de todas en las categorías actorales, al estar prácticamente fuera de la carrera del Oscar al no tener nominaciones en premiaciones previas, pero no la hace menos merecedora que las demás nominadas. Podríamos pensar que sus opciones de triunfo son imposibles pero el que sea parte de la cinta más aclamada del año, y que su compañera de reparto la tenga más difícil podrá beneficiarle. Y es que en el año 2001 hubo un caso similar: Marcia Gay Harden sorprendió ganado el Oscar a mejor actriz de reparto con prácticamente nula presencia en la carrera. ¿Correrá Marina con la misma suerte? Sea o no el caso está nominación puede representar un gran paso para su carrera.
T
ener a Regina King en el reparto de cualquier película es siempre agradable, tiene un enorme carisma que siempre la hace destacar sin importar la magnitud del personaje, convirtiéndose en una de las actrices afroamericanas más queridas de la industria. En años recientes ha tenido gran éxito en televisión con sus participaciones en American Crime Story y Seven seconds, series que le dieron un Emmy cada una en 2017 y 2018, además de nominaciones a los Globos de Oro. King quiere continuar con su buena racha ahora en el cine con este papel que ha sido el más alabado en su carrera cinematográfica. Su breve pero contundente papel como la madre de la protagonista en If Beale Street Could Talk nos presenta a una mujer fuerte, entregada, que da la cara por sus hijos y lucha por la felicidad de estos; es un rol secundario con pocas escenas en pantalla pero son extremadamente lucidoras para la actriz (la escena de la confrontación en Puerto Rico es una muestra de lo grande que es su interpretación), muy similar a lo ocurrido con el personaje de Mahershala Ali en Moonlight, un rol pequeño pero determinante para la historia... y recordemos qué fue lo que sucedió con Ali ese año: ¡Oscar! No obstante el caso de Regina este año es muy singular, a pesar de haber arrasado en los premios de la crítica y triunfado en los Crític's Choice y los Golden Globes, colocándola como la gran favorita de la categoría, el no haber sido ni siquiera nominada en los SAG y los BAFTA -premios clave en la carrera al Oscar- podría ser un gran obstáculo en su camino hacia la estatuilla dorada. Sus cuatro competidoras son parte del elenco de tres de las cintas más nominadas de la edición, lo que nos da a entender que la categoría de actriz de reparto podría prestarse para que se diera la gran sorpresa de la noche en las categorías interpretativas.
I
ncreíble pensar que a una de las actrices más reconocidas del Hollywood actual le costó tanto trabajo llegar a la cima. Comenzó su carrera como bailarina profesional, que alternaba con empleos comunes en Hooters o Gap; después descubrió su amor por la actuación y comenzó a trabajar durante años en pequeños roles en cine y en televisión. La actriz estuvo a punto de abandonar su profesión por no lograr una gran oportunidad; sin imaginarlo, el éxito llegó gracias a Junebug, pequeña cinta independiente donde Adams interpreta a una encantadora joven embarazada que se robó la miradas de la crítica y le otorgó su primera nominación al Oscar. A partir de ahí su carrera despegó hacia el estrellato en tiempo récord. Con un excelente gusto al elegir proyectos, Adams ya nos tiene acostumbrados a ofrecernos siempre un trabajo de calidad... y en 2018 no fue la excepción: protagonizó la serie Sharp Objects de HBO y la nueva cinta del director Adam McKay, Vice, donde interpreta a Lynne Cheney, esposa del polémico vicepresidente Dick Cheney, a quien apoyó durante toda su carrera política y con quien se fue haciendo de un gran poder en la política, particularmente durante la administración de George W. Bush, en donde tuvo gran influencia en las decisiones de su gobierno. Con Vice suman tres las veces que Amy Adams y Christian Bale han actuado juntos, y también la tercera ocasión que están nominados al Oscar en el mismo año. Ya fueron nominados en 2011 por The Fighter como mejor actor y actriz de reparto, y en 2014 recibieron nominaciones por American Hustle como actor y actriz principal. Adams acumula ya en total seis nominaciones al Oscar pero sin ningún triunfo. Está a una sóla nominación de igualar el récord de Glenn Close como la actriz viva con más nominaciones sin ganar un Oscar. Todo parece indicar que este año Close triunfará por primera vez dejándole el récord a Adams, ya que no creemos que la Academia quiera saldar cuentas pendientes dos veces en una misma ceremonia (y si así lo fuera estaríamos complacidos). Adams es una actriz hecha para el Oscar, tarde o temprano llegará su momento.
U
n ejemplo de cómo el Oscar puede cambiar por completo el rumbo de una carrera de la noche a la mañana de manera tan positiva. Antes de su triunfo en Moonlight el actor era prácticamente desconocido a pesar de participar en proyectos tan populares como lo son House of Cards, Luke Cage y The Hunger Games. El reconocimiento mundial le llegó con la ya citada película del director Barry Jenkins, donde su pequeño rol, el que definitivamente era el corazón de la película, lo hizo acreedor del Óscar a mejor actor de reparto. En 2018 nos vuelve a conquistar pero ahora con su papel de Don Shirley en Green Book, donde interpreta a un pianista que comienza una gira de conciertos por el Sur de Estados Unidos, pero siempre tomando en cuenta “El libro verde", una guía que indicaba los lugares donde sí le permitían la entrada a las personas afroamericanas. Gracias a este encantador rol, Ali podría convertirse en segundo actor afroamericano en ganar dos premios Oscar, el primero fue Denzel Washington, quien también es el afroamericano más nominado y hasta ahora el más ganador -Denzel ganó en 1990 por Glory y en 2002 por Training Day (y no estamos considerando a Sidney Poitier que también tiene dos pero su Segundo fue honorífico). El gran mérito de Ali sería que estaría logrando su segundo Oscar en mucho menos tiempo, ya que sólo han pasado dos años desde que se llevó el Oscar. Si algo parece seguro en esta edición de los Oscar es que Ali será el ganador de esta categoría, ya que ha triunfado en todos los premios importantes previos. También hay que considerar que el año en que ganó solo se llevó el SAG y el Oscar, lo que podría indicar que tal vez está siendo reconocido con los galardones que le Faltaron en ese año porque "se lo quedaron a deber” en esa ocasión. Pero su triunfo en los SAG, que son probablemente los premios que más influyen en los Oscar, parece indicarnos que, efectivamente, Hollywood quiere hacer historia este año, abriendo cada vez más las puertas a la comunidad afroamericana triunfando en roles estelares.
M
uchos son los casos de actores/actrices que después de ganar el Oscar les cuesta volver a lograr un trabajo relevante. Afortunadamente esto no aplica para el actor Sam Rockwell quien ganó el año pasado en esta misma categoría por su papel en Three billboards outside Ebbing, Missouri”. El actor, que por muchos años fue de los actores más infravalorados de la industria, por fin logró el reconocimiento merecedor llevándose de paso todos los galardones más prestigiosos de la industria del cine. Rockwell tiene en puerta varios proyectos importantes: la serie de Ryan Murphy sobre Bob Fosse, el actor suena fuerte para llevarse ahora el Emmy; Jojo Rabbit, del director Taika Waititi; y la cinta sobre el Ku Klux klan The best of enemies, basada en el libro de Osha Gray Davidson. Este año obtiene su segunda nominación consecutiva por su interpretación de George W. Bush en la cinta Vice. El actor duró meses escuchando y viendo entrevistas del ex presidente y tomó clases con una asesora de dicción para poder hablar lo más similar posible, y si a esto le agregamos el gran trabajo de caracterización nos da como resultado una gran interpretación. Sin embargo sus compañeros de reparto Bale y Adams son los que han acaparado los reflectores en esta ocasión. Son muy raras las ocasiones en las que un actor gana dos Oscar en años consecutivos, además no ha logrado ningún triunfo importante con este papel que lo respalde y tiene enfrente a un fuerte contendiente como Mahershala Ali. Este tipo de nominaciones posteriores a un triunfo son más que nada para reafirmar que el ganar el año anterior no fue sólo una casualidad, y aquí queda más que demostrado que Rockwell no dejará de sorprendernos por un buen tiempo.
U
no de los cowboys americanos por excelencia en Hollywood, sex symbol de su época y uno de los bigotes más famosos del cine (siendo parte del Mustache Hall of Fame). Sam Elliott ahora es descubierto por las nuevas generaciones gracias a la cinta A Star Is Born en un papel que le da su primera nominación al Oscar después de 50 años de carrera. En la cinta dirigida por Bradley Cooper, Elliott interpreta a Bobby, hermano de la estrella musical Jackson Maine (Cooper), quien por años ha manejado la carrera de éste hasta que los vicios del músico terminan por colmar la paciencia de Bobby. Se trata de un personaje con poco tiempo en pantalla pero con emotivos confrontamientos con el personaje de Cooper, y aunque a inicios de la temporada de premios era uno de los nombres más sonados en la categoría, Elliott no figuró en ninguna de las premiaciones importantes que anteceden a los premios de la Academia. Sin embargo, el amor de los votantes hacia A Star Is Born y su gran trayectoria terminaron por ayudarlo a conseguir la mención, dejando fuera a uno de los candidatos más sonados de esta categoría: Timothée Chalamet por el melodramático filme Beautiful boy, a quien le sucedió lo contrario: estuvo presente en todas las premiaciones previas pero terminó ignorado por la Academia. Además de su nominación al Oscar, a Elliott también le fue otorgada su estrella en el paseo de la Fama de Hollywood donde fue acompañado por Bradley Cooper y Lady Gaga para develarla. Definitivamente el 2018 fue un año lleno de reconocimientos para este veterano actor.
D
river fue un chico rebelde, inadaptado, pero siempre con inclinaciones artísticas. Con tan sólo 17 años, y motivado por los sucesos del 9/11, Adam se unió al Cuerpo de Marines de los Estados Unidos para servir a su país. Formó parte de la Marina por tres años, pero poco antes de ser enviado a Irak, se fracturó el esternón en un accidente por lo que tuvo que abandonar el ejército. Entonces retomó su amor por la actuación e ingresó a la escuela arte dramático Julliard de Nueva York. Después de graduarse le comenzaron a llegar oportunidades de trabajo, hasta que consiguió un papel en la serie Girls de HBO que lo dio a conocer en Hollywood. Alejado de los estereotipos de belleza de un actor joven continuó cosechando los éxitos y logró obtener el papel de Kylo Ren en las nuevas entregas de la saga Star Wars. El año pasado fue uno de los mejores para el californiano, estrenando dos grandes proyectos: la tan esperada The man who killed Don Quixote de Terry Gilliam, y Blackkkansman de Spike Lee, donde interpreta al policía Flip Zimmerman, quien se une a su compañero Ron Stallworth en una investigación sobre el Ku Klux Klan, pero debido a su color de piel Ron pide ayuda a Flip para hacerse pasar por un hombre racista y así conseguir infiltrarse en la infame organización. Desde su estreno en Cannes Blackkklansman ha sido en éxito entre la crítica, destacando las actuaciones de driver y su coprotagonista John David Washington (hijo de Denzel Washington), recibiendo múltiples nominaciones por su trabajo, pero a la hora de las candidaturas del Óscar Washington fue totalmente ignorado mientras que Driver ha obtenido su primera nominación. Desafortunadamente este año la categoría parece tener un rotundo ganador, Mahershala Ali, quien ha dominado en todas las premiaciones dejándole el camino muy difícil a driver. Nosotros confiamos en la capacidad histriónica de Adam y esperamos verlo en unos años nominado nuevamente y con mayores oportunidades de triunfo.
R
ichard E. Grant es uno de esos actores con décadas de trayectoria a quien hemos visto en más de una ocasión pero que aún así no logra ser reconocido por gran parte del público. Ha trabajado en varias ocasiones con Robert Altman en cintas como The player y Gosford Park; también con Martin Scorsese en La edad de la inocencia y con Francis Ford Coppola en Drácula. Incluso fue el villano de esa catástrofe que fue Spice World y próximamente participará en la nueva entrega de Star Wars. Está de más decir que a este actor no le falta trabajo, es de los que con su talento enriquecen al elenco, y como muestra está su papel en Can you ever forgive me?, una pequeña cinta basada en las memorias de la escritora Lee Israel, donde el actor trabaja con la actriz Melissa McCarthy. El actor interpreta a Jack Hock, el compañero de copas de nuestra protagonista Lee Israel (Melissa McCarthy); es un hombre homosexual maduro y despreocupado de la vida con quien poco a poco va creando una gran amistad, y cuando éste se entera de las falsificaciones elaboradas por Lee se convierte en fiel cómplice de su crimen. Este proyecto parecía estar destinado a ser un mero producto de lucimiento para su compañera Melissa McCarthy, pero E. Grant se mantuvo a la altura gracias a la gran química entre ambos actores, a sus personajes entrañables, complejos y divertidos que se compaginan perfectamente. Juntos se convirtieron en una de las mejores y más divertidas mancuernas en 2018. Seguramente el actor nunca imaginó el impacto que tendría su papel en esa pequeña tragicomedia y su actuación fue ganando elogios y gran apoyo por gran parte de la crítica; poco a poco fue llamando cada vez más la atención hasta llegar a estar nominado este año en las premiaciones más importantes hasta culminar con su primera nominación al Óscar en más de treinta años de carrera.