CELULOIDE DIGITAL - JULIO-AGOSTO 2016

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Editor: Finbar Flynn Colaboradores: Pedro Arzillier, Imelda Aguilera Taylor, Jorge Luis Álvarez, Ulises Flores Hernández, Alejandra Gil, Rafael Mejía, Siniestro Sexual, Montag. Diseño Editorial: biCéfalo - Comunicación visual Fotografías: Diversas fuentes de internet y proporcionadas por algunas distribuidoras. Celuloide Digital es una publicación mensual gratuita hecha por amantes del séptimo arte sin ninguna finalidad de lucro bajo el sello de Migala Editorial. El contenido de los artículos es responsabilidad de sus autores. Las personas mencionadas, así como las marcas e imágenes utilizadas en la revista son utilizadas únicamente para fines editoriales, para ilustrar los artículos o noticias de los filmes, de los cuales sus derechos de autor pertenecen a las casas productoras de las cintas aquí mostradas y no se pretende infringir nungún derecho.






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arner Bros. sigue adelante con la expansión del universo cinematográfico inspirado en las historietas de DC Comics presentando su segundo ambicioso y arriesgado proyecto del año. Tras la muy injustamente mal recibida Batman V Superman: Dawn of Justice, de Zack Snyder –en la que por primera vez se unieron los dos más importantes héroes de DC–, ahora llega el turno a los supervillanos de tener su momento de gloria con su propia película en Suicide Squad, inspirada en los cómics del mismo nombre y cuya adaptación para la gran pantalla viene firmada por David Ayer quien se encarga también de la dirección. Ayer es un director de talento ya comprobado en la estupenda cinta bélica Fury, protagonizada por Brad Pitt y Logan Lerman que pudimos ver en México a principios del año pasado. La película se concentra en el excéntrico grupo de supervillanos a quienes el gobierno de Estados Unidos, a través de su agencia denominada A.R.G.U.S. y la oficial de inteligencia Amanda Waller, les ofrece una oportunidad de redención –y reducción considerable de sus condenas– si aceptan trabajar en peligrosas misiones secretas en las que el gobierno no puede verse implicado de manera directa. El multiestelar elenco principal incluye a Will Smith, Jared Leto, Margot Robbie, Joel Kinnaman, Jai Courtney, Cara Delevingne, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Karen Fukuhara, Jay Hernández,

Adam Beach y Viola Davis interpretando respectivamente al asesino y tirador experto Floyd Lawton/Deadshot, el psicópata y príncipe del crimen Joker, la desquiciada ex psiquiatra Harley Quinn, el oficial militar Rick Flag, el asesino australiano y letal experto en bumeranes George "Digger"Harkness/Captain Boomerang, la poderosa bruja June Moone/Enchantress, el supervillano de aspecto reptiliano Waylon Jones/Killer Croc, la espadachina y artemarcialista experta Tatsu Yamashiko/Katana (además de ser guardaespaldas personal de Rick Flag), el ex-criminal con capacidad de manipular el fuego Chato Santa/El Diablo, el letal asesino Christopher Weiss/Slipknot y la ya mencionada Amanda Waller. A unas cuantas semanas de su estreno, no se saben detalles relevantes de la trama, sólo sabemos que Batman (Ben Affleck) tendrá una aparición relevante en la cinta y que el Joker no será el único villano al que se enfrentará el escuadrón anti heroico, pues recientemente se ha revelado que el antagonista central será un personaje conocido como "El Adversario", una entidad milenaria que estará relacionada directamente con la posesión de June Moone y su transformación en Enchantress. No obstante el secretismo que gira en torno a Suicide Squad, se puede intuir que estaremos frente a una bocanada de aire fresco en lo que respecta al cine de superhéroes. Esperamos no equivocarnos.






Ya se mencionaba la retórica que logra mediante el uso de la imagen y el lenguaje verbal, colocar al individuo como el que nunca está de acuerdo, que quiere boicotear a los demás, que siempre tiene un plan diferente, etcétera. Ya deberíamos saber que no toda la gente resultó agraciada en lo físico y por lo tanto, un ceño fruncido o una boca con labios apretados y una mirada gélida, no necesariamente expresa maldad. Ahí entran Freddy Krueger (Nightmare on Elm Street), Chucky, los Orcos (Lord of the rings), Lord Voldemort (Harry Potter) e Immortal Joe y todos sus seguidores (Mad Max: Fury Road).

Es la contraparte de los individuos anteriores. Casi siempre son guapos, adinerados, saben vestir bien y aparecen en el momento preciso para que les admiren haciendo algo adverso, con insolencia o puro y llano cinismo. Están para abofetearse, pero se impone el peinado perfecto, el atuendo de diseñador o el auto de lujo, de modo que nos aguantamos las ganas. Así recordamos al agente Smith (The Matrix), Hans Landa (Inglourious basterds), todos los agentes Treadstone (Bourne) y Balthazar (Constantine).

Sí, efectivamente la maldad los hace superarse, ser competitivos, ostentar el banderín de sus fechorías y, por lo mismo, pavonearse como campeones en la materia, de modo que en su carrera se toman el tiempo de echar tierra a los competidores, ponerles zancadilla y hasta tomarse una foto junto a ellos cuando ya han caído. Seguro que firman autógrafos pues son toda una celebridad. Aquí entran los villanos de las películas de superhéroes, aunque pueden hacer combinaciones con cualquier otro tipo de villano aquí mencionado: The Joker, the Green Goblin, Loki, todos los enemigos de James Bond y el cazador que mató a la mamá de Bambi.

Como el nombre lo indica, hubo algo o alguien que motivó, modificó o alienó al sujeto para que se encaminara hacia el mal. Pueden ser máquinas destructoras, mutantes enardecidos o pistoleros renegados, el caso es que son quienes cobran por hacer el trabajo sucio. No confundir con simples mercenarios, aquí puede ser que la programación sea tan fuerte, que lo pueden hacer gratis, pues además, encuentran el disfrute en ello: el maestro del Lado Obscuro de la Fuerza Darth Vader (Star Wars), Wreck it Ralph, T-1000 (Terminator 2), los Aliens de la saga y los escarabajos de The Mummy.


Estos son, por mucho, bastante odiados. Son los encargados de hacer del protagonista un mar de lágrimas, generarles intrigas al por mayor y todavía se quitan el bocado para dárselos, pues los pobrecillos están en un momento difícil que los tiene mal. No hablan más de lo necesario, engatusan con su mirada inocente y dan por la espalda el tiro de gracia ¡con el permiso del protagonista! Simplemente son odiosos. Encontramos al famoso Yago (Otello), al talentoso Mr. Ripley, Ava (Ex machina), al senador Theron (300), a más de una chica Bond, por excelencia a Catherine Tramell (Basic instinc) y la reinita es Selby (Monster).

sí, eran buenos y algo o alguien los hizo cambiar. Pudo ser una mala pareja, la traición de un amigo, la falta de atención de los padres, el bullying sufrido durante la infancia y hasta el mal trato de su jefe. El caso es que simplemente quieren aprovechar cualquier indicio o pretexto para hacer fechorías, en nombre de aquella herida que cargan consigo. Es el caso de Maléfica, Mother Malkin (Seventh son), Jason Voorhees (Friday The 13th), Anabelle, Annie Wilkes (Misery) o Hans Gruber (Die Hard).

Los hay en varias historias y son quienes contribuyen a lograr un final feliz...o por lo menos distinto al que se le hubiera asignado. A estos malos, si bien no se termina por quererles, por lo menos se le borran las tachitas acumuladas en las partes previas de la historia y se les justifica, hasta cierto punto, porque finalmente buscaron el bien de otro, por encima o al lado del suyo. No es para ponerles un altar, pero sí para no verlos por encima del hombro. Ahí entran T-7RPI (Terminator 4), Severus Snape (Harry Potter), Fido, Robert Bruce (Bravehart).

Ha sucedido que los espectadores se sienten más identificados con quien debería ser la contraparte de la moraleja, sin embargo, algo simplemente hace click al revés. Se reconocen porque hacen males, pero al final de cuentas tenían una motivación bien cimentada, de modo que hasta se le justifican sus acciones y dejan la sensación de que realmente podría ser nuestro amigo cuando anda haciendo malas. Entra aquí el Vizconde de Valmount (Dangerous Liaisons), Thin man (Charlie's Angels), Miranda Priestly (Devil wears Prada), Darth Maul (Episode I).



Así es, el modelo de los millenials, los que llevan tan bien su papel, casi siempre con un alto sentido de justicia por aquellas situaciones simples que a todos nos pasan, que logran hacer de los espectadores los cómplices perfectos que estarían encantados de proporcionarles una coartada, un arma o lo que fuera necesario para concluir la tarea. Es más, meterían las manos al fuego por dicho individuo que enaltece los anti valores y se encuentra al límite de la anarquía en un sistema completamente indeseable para sí. Es como el amigo bravucón que todos tenemos y por alguna extraña razón le reímos la gracia y lo seguimos invitando a las reuniones: Deadpool, Magneto (X-Men), Ant-Man, The Hulk y la mismísima agente Salt.

Estos personajes trascienden a sus intérpretes, de modo que la sola mirada a su cara nos hace recordar la personificación, aunque lleve un atuendo diferente y la historia sea incluso de otro género. Estos podían entrar en cualquier tipo descrito anteriormente, de verdad, no importa eso tanto como el hecho de que su imagen malvada será recordada siempre. Ejemplo clarísimos son Christopher Walken (At close range, 1986), Glenn Close (Fatal attraction, 1987), Robert De Niro (Cape Fear, 1991), Jack Nicholson (The shining, 1980), Geoffry Rush (Swimming upstream, 2003). En realidad, todos ellos han tenido varios papeles como villanos a lo largo de su historia fílmica, con el resultado esperado.

Para finalizar, cabe mencionar a aquellos que no son declarados del todo malos, quienes juegan de un lado y otro, de modo que son malos dependiendo del lado en que estés. Hacen desatinar a los buenos, sí, les juegan algunas malas pasadas, pero nunca es algo para odiarlos, aunque sí para temerles y mantenerse al margen. Esos son los más comunes y al final siguen por la vida sin pena ni gloria, tan así, que se les ha buscado lugar entre la fantasía: vampiros, zombies, licántropos, storm troopers, predators, poltergeists y los minions. Irónicamente, los personajes antagónicos de las películas pocas veces tienen los matices de los villanos de la vida real, esto es, la ficción jamás los superará, pues siempre habrá un hueco, un detalle, una falla que los hará caer o pasarse al lado luminoso de la justicia. La realidad es que hay personas que incluso en el lecho de muerte son terribles en su trato hacia los demás y la justicia pareciera no llegar ni en ese momento. Esas sí son villanías. Dejemos entonces solo las obscuridades para los directores de cine, pues ellos les darán luz a través del celuloide.





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ese a que el villano central de la película El Silencio de los Inocentes es el asesino serial conocido como "Buffallo Bill" (Ted Levine), Anthony Hopkins logró con su participación de tan sólo 17 minutos en pantalla, permanecer en la memoria cinéfila colectiva como uno de los más perturbadores personajes de la historia... y de paso, llevarse al Oscar como Mejor Actor. Y es que el trabajo interpretativo del actor galés no tiene punto de comparación con las otras varias encarnaciones que ha tenido el más famoso caníbal de la literatura y la cinematografía, ni si quiera el más que solvente actor danés Mads Mikkelsen, quien realizó su versión del personaje en la serie Hannibal durante tres temporadas, ha logrado equipararse a lo logrado por Hopkins; y bueno, ni siquiera hablemos de su joven versión encarnada por Gaspard Ulliel en la desastrosa precuela Hannibal Rises. Y no, no nos estamos olvidando de Brian Cox -quien dio vida a Lecter en Manhunter (una adaptación de la novela El Dragón Rojo) bajo la dirección de Michael Mann-, sólo que su actuación tampoco estuvo al nivel de Hopkins. Sin embargo, es injusto darle todo el crédito a Hopkins, ya que por supuesto la mente maestra detrás del personaje es Thomas Harris, autor de las novelas que giran en torno a este genio criminal de profundos y violentos traumas antropofágicos provocados durante su infancia -se vio obligado a ver cómo se comen a su pequeña hermana-, por lo que ahora asume el papel de victimario para intentar negar una y otra vez su otrora condición de infante atormentado. Harris ha comentado que para la exquisita sofisticación del Dr. Lecter se inspiró en el mexicano Alfredo Ballí Treviño -también conocido como el 'Doctor Salazar'-, un médico que admitió haber anestesiado y luego destazado a su joven amante Jesús Castillo Rangel, de 20 años de edad. El autor entrevistó al homicida en 1963 en la Penitenciaría de Topo Chico, en Nuevo León, y le llamó la atención la elegancia y el porte con el que se desenvolvía mientras con desfachatez narraba como desmembró a su amante con un bisturí y extrema paciencia.



Heath Ledger obligó a tragarse sus palabras a todos aquellos que cuestionaron su capacidad histriónica para encarnar al Payaso Príncipe del Crimen; y es que no sólo fue capaz de dar vida solventemente a uno de los mejores villanos del cine de superhéroes, sino a uno de los mejores personajes en la historia del cine. Alejándose radicalmente de la otra célebre interpretación del Joker en la gran pantalla (Jack Nicholson en Batman, de Tim Burton), Ledger dio forma de manera muy metódica –viviendo en aislamiento durante semanas para escribir el diario del personaje y crearlo a conciencia– a un ser complejísimo, un siniestro e inteligente sociópata anarquista que puso en jaque a toda Gotham y arrastró al mismo infierno al vigilante encapotado. Su prematura muerte no le permitió disfrutar el gran reconocimiento que obtuvo por este rol que incluso le valió un Oscar como Mejor Actor de Reparto.


El antagonista de la saga creada por George Lucas es el hilo conductor de la primera trilogía y el protagonista definitivo de la tripleta de mediocres películas precuelas; es el villano más conocido en la historia del cine y, muy posiblemente, también el más emblemático en la cultura popular a nivel mundial. La crueldad que lo caracteriza sólo puede equipararse a las tragedias que sufrió a lo largo de su niñez y juventud, terminando por ser absorbido por el lado oscuro de la Fuerza, intentando matar a su propia esposa y, años más tarde, cercenando la mano de su propio hijo antes de revelarle a éste su verdadera identidad. Su trascendencia es tal que, pese a su redención en La Guerra de las Galaxias Episodio VI: El Regreso del Jedi, su legado de maldad continúa ahora a través de su nieto Ben -autoproclamado Kylo Ren- y la Nueva Orden que sigue haciendo de las suyas en una galaxia muy, muy lejana... y redituable.


Para su obra cinematográfica más célebre, el Maestro del Suspenso se basa en la novela homónima escrita por Robert Bloch, y se inspira además en el asesino serial Ed Gain para crear el perfil psicológico del antagonista del filme, Norman Bates -encarnado de manera sobresaliente por el versatil Anthony Perkins-, el recepcionista del ya mítico Motel Bates en el que se hospeda la protagonista, la rubia secretaria Marion Crane -interpretada por Janet Leigh- , en su huida tras haber robado $40,000 dólares de un cliente de su jefe. En el clímax de la cinta -que ocurre justo a la mitad del metraje-, Norman Bates, vestido como su madre y en un arranque de locura, asesina en la regadera a la fugitiva con sendo cuchillo cebollero -el personaje protagónico muriendo justo a la mitad de la película fue algo también revolucionario en la historia del cine- en una escena que, aunque ni siquiera alcanza los sesenta segundos de duración, se quedó en la memoria de la cinematografía por el resto de la historia, siendo una de las más imitadas, homenajeadas y parodiadas, al igual que el villano de la historia, un personaje desbordado de represiones sexuales y trastornos mentales causados por la enfermiza relación con su sobreprotectora madre.

En la obra maestra del cine de terror enmarcado por el expresionismo alemán, el doctor Caligari es una suerte de mago/ilusionista muestra su espectáculo ambulante en una feria local al norte de Alemania; su más novedosa atracción es un sonámbulo llamado Cesare que es capaz de responder a cualquier pregunta. Cuando Alan, un incrédulo miembro del público que ha acudido al llamativo show y mejor amigo del protagonista Francis, le cuestiona sobre la fecha de su muerte, Cesare vaticina que no llegará a ver un nuevo amanecer. La profecía se cumple. Más allá del vanguardismo estético de la película, la cinta sobresale por la crítica hacia el antagonista y su relación maestro/amo con el sonámbulo al que controla mediante la hipnosis, la cual no es más que una alegoría de los soldados alemanes obligados a cometer crímenes contra el pueblo.


En este remake del clásico homónimo del legendario Howard Hawks con un guión del mismísimo Oliver Stone, Al Pacino dio vida a Tony Montana, un inmigrante cubano que, junto con su amigo Manny Rivera, comienza a escalar como traficante hasta llegar a la cumbre como un adinerado y poderoso gangster de Miami. No obstante, en las cúpulas de las organizaciones criminales es necesario mucho más que millones de billetes verdes, y entre la cocaína y la paranoia, Montana comienza a dudar hasta de sus hombres más allegados. Esta modernización del clásico filme deja a un lado el tono del film noir de la cinta original y se centra en la quimérica búsqueda del 'American Way of Life' y el amargo resultado. "Say hello to my little friend" es la frase más emblemática de Al Pacino como este personaje legendario por el que obtuvo una nominación a los Golden Globe Awards como Mejor Actor; se trata también de un personaje culturalmente relevante y al que muchos narcotraficantes aspiran desde entonces hasta hoy en día.

El personaje principal de la novela La Naranja Mecánica de Anthony Burgess, fue encarnado en su adaptación a la gran pantalla por el gran Malcolm McDowell. El joven británico pasa sus días bajo la guía de sus grandes amores: la ultraviolencia, el lenguaje, la música y la belleza; el carismático joven sociópata gusta de hablar Nadsat -un lenguaje juvenil creado por el autor de la novela y basado en palabras en ruso e inglés-, escuchar a Beethoven y, junto con sus 'drugos' -sus 'amigos' Pete, Georgie y Dim-, se reúnen en el bar lácteo Korova para beber leche-plus -suspensión acompañada de sustancias que aumentan su tendencia violenta- y salir a cometer crímenes ultraviolentos como robos, golpizas, vandalismo, violaciones, etc.. A través de Alex Delarge, tanto la novela como la cinta ambas con estatus de culto- presentan una irónica disección sobre la violencia inherente al ser humano y otros rudimentarios instintos de nuestra destructiva y autodestructiva naturaleza tanto en lo individual como en lo colectivo.


El personaje creado por Stephen King para protagonizar su novela El Resplandor fue encarnado en su adaptación cinematográfica por el gran Jack Nicholson, logrando quedar en la memoria colectiva como uno de los grandes personajes en la historia del cine. Se trata de un escritor que, junto con su esposa Wendy y su pequeño hijo Danny, deben cuidar el Hotel Overlook durante un crudo invierno; pero mientras el bloqueo creativo se acrecienta, la frustración empeora, el alcoholismo regresa y comienzan a manifestarse distintos fenómenos paranormales, Jack se transforma de un amoroso padre y esposo en un temible psicópata con hacha en mano que pretende masacrar a su familia. Entre todas las secuencias icónicas de la película, la escena "Here's Johnny!" es una de las más reinterpretadas/homenajeadas/parodiadas tanto en cine como en televisión.


En este ya emblemático título noventero escrito por Christopher McQuarrie -ganador del Oscar al Mejor Guión Original por este trabajo-, el personaje Roger 'Verbal' Kint -interpretado por Kevin Spacey- es un lisiado estafador de poca monta que relata a la policía los acontecimientos que precedieron al tiroteo y masacre entre criminales donde él fue el único sobreviviente. En el relato de Kint aparece continuamente la enigmática figura del líder criminal Keyser Söze, pero no es sino hasta ya muy avanzada la película que conocemos la verdadera identidad del poderoso y mítico jefe criminal que se caracteriza por la brutalidad con la que asesina a sus enemigos mafiosos y a quienes se atreven a traicionarlo, aunque también posee un extraño código de honor y facilita una opción para la redención. "El mayor logro del Diablo es hacernos creer que no existe" es la frase alberga todo el significado de este angustiante thriller magistralmente dirigido por Bryan Singer, de quien esperamos que ya deje en paz a los Hijos del Átomo y regrese a sus orígenes.

El caso verídico del pederasta y asesino de infantes Peter Kürten en la ciudad de Düsseldorf, Alemania, inspiró a Thea von Harbou y Fritz Lang para la creación del guión de M, considerada como una de las obras maestras del thriller psicológico, y en la que Peter Lorre -un conocido actor en el mundo del teatro de vanguardia pero prácticamente anónimo en cine- da vida a este criminal que tiene en jaque a las autoridades. Bajo la apariencia de un hombre respetable, Hans Beckert esconde una irreprimible fascinación por el secuestro y asesinato de niñas casi a manera de ritual mientras silba un fragmento de la suite 'Peer Gynt' de Edvard Grieg. Como punto álgido de la cinta, encontramos el mítico, desgarrador y repugnante monólogo de Beckert en el que expone sus demonios internos. Gran parte del éxito del filme, más allá de la ya sabida habilidad del director para la creación de atmósferas angustiantes y escenarios estéticamente espectaculares ligados al expresionismo alemán, se debió al gran talento histriónico de Lorre -capaz de recorrer varios registros con rapidez y naturalidad-; el resultado del trabajo de esta dupla fue lo que permitió que la primera película sonora de Lang se convirtiera en un clásico instantáneo del cine mundial, y al actor le permitió llegar hasta Hollywood en clásicos como Casablanca, El halcón maltés o Arsénico y encaje antiguo, aunque siempre como secundario, pues los productores siempre relacionaron su fisonomía con papeles de psicópata y jamás se arriesgaron a ponerlo como protagónico.


Su origen y motivos para sembrar el caos son un completo misterio, lo que lo hace aún mas aterrardor. Tiene una presencia imponente, aspecto vampiresco, mirada escalofriante y un peculiar peinado (del cual lo pensarías dos veces antes de burlarte). Como si tal pareciera ese fuera su único placer en la vida, le gusta jugar con la mente de sus víctimas, asesinándolos a sangre fría sin mostrar piedad y en algunas ocasiones dejando la vida de estos en manos del azar. Para mala fortuna del pobre Llewelyn Moss (Josh Brolin), quien encontró un maletín lleno de dinero (rodeado por varios cadáveres) que pertenecía a Chigurth, el descubrimiento marcará el inicio de una persecución de vida o muerte de la cual sabemos no tendrá un buen desenlace para él. Cuando los hermanos Coen ofrecieron el papel a Javier Bardem, éste les dijo: "No sé conducir, hablo mal inglés y odio la violencia", por lo que ellos le respondieron, "Por eso te hemos elegido". Esa extraña elección consolidó a Bardem en la industria hollywoodense y lo convirtió en el primer actor español en ganar el codiciado Oscar.


Militar nazi conocido como 'El cazador de judíos' y como un colaborador clave en la dictadura de Adolf Hitler. Cuenta con un inigualable carisma, es educado y culto; da la impresión de ser inocente y tiene un comportamiento exagerado, un tanto amanerado e incluso infantil. Pero en realidad es un hombre cruel, sin escrúpulos, que no duda ni por un segundo en velar por sus intereses y que no se toca el corazón si te interpones en sus planes. Es sumamente inteligente y astuto, por lo que difícilmente podría engañársele. Como si eso fuera poco, cuenta con un envidiable dominio de varias lenguas. Hans Landa es uno de los mejores personajes de la filmografía de Quentin Tarantino, quien nos regaló uno de los villanos más memorables de este nuevo milenio gracias también al gran talento de Christoph Waltz, quien pasó de ser un actor desconocido a ser mundialmente elogiado recogiendo decenas galardones por el mundo que fueron desde la Palma de Oro en Cannes hasta el Oscar en la Meca del Cine.

Adinerado, exitoso y extremadamente narcisista. Es vicepresidente del departamento de fusiones y adquisiciones en la firma de inversión Pierce & Pierce y cuida exageradamente su apariencia; es un hombre atractivo... y lo sabe. Las mujeres nunca le faltan, ya sean chicas que él mismo conquista o prostitutas con las que explora otras áreas de la pasión sexual. Disfruta del poder que siente al tener en su manos la vida de sus víctimas; mujeres en su gran mayoría, aunque si se topa con alguien por el que se sienta intimidado o mínimamente superado -aunque sea por tener una tarjeta de presentación mejor-, lo asesina con el mismo placer. Es bastante cuidadoso; sabe que, ante todo, debe mantener su imagen de intachable hombre de negocios. Planea milimétricamente sus actos y cuando se deja llevar por su loca naturaleza, llegando incluso a cometer canibalismo. Aun así, siempre sabe cómo salir bien librado de la situación. Somos testigos de sus monólogos mentales, dándonos con ellos una muestra de que es un hombre dominado por la vanidad, el consumismo, poder, y por supuesto, la locura.


Paul Sheldon (James Caan) es un reconocido escritor de novelas que se encuentra de vacaciones en las montañas, pero sufre un accidente. Para su fortuna... o más bien para su desgracia, es rescatado por una solitaria mujer de nombre Annie Wilkes (Kathy Bates en su papel ganador del Oscar) que vive en una cabaña cerca del lugar donde ocurrió el accidente. Annie lo lleva a su cabaña para cuidar de él y esperar que se recupere, pero ésta descubre que el hombre es el autor de su novela favorita, "Misery", de la cual se considera su fan número uno. Annie se encuentra emocionada, porque justamente está terminando de leer el último libro de la historia de su heroína favorita; pero la mujer está obsesionada con la vida del personaje, y al terminar de leer el libro y no quedar conforme con el desenlace de éste, enloquece de ira, y la apariencia bonachona que mostró en un comienzo da un cambio radical. Annie es un personaje tan perturbado que puede pasar de comportarse como una adolescente a una brutal psicópata.

Este remake de la película original de 1962 -y por supuesto que igualmente inspirada en la novela de John D. MacDonald- se convirtió en uno de los clásicos de culto del cine de los '90. Bajo las órdenes de Martin Scorsese, Robert De Niro -actor fetiche del director en ese entonces- culminó la construcción del psicótico violador Max Cady, quien tras permanecer catorce años en prisión, sale con deseos de vengarse de su inepto y corrupto abogado Sam Bowden (Nick Nolte) al considerarlo como el responsable de su encierro. Si bien es cierto que la película en general no supera al filme original dirigido por J. Lee Thompson, la psicología del antagonista resulta mucho más rica en esta nueva versión; aquí Scorsese desdibuja las líneas de la moral y la ética bajo las que se rigen el héroe y el villano, de tal manera que el criminal se convierte en un personaje por demás carismático por el que es fácil sentir empatía sin titubear, y por el contrario, el personaje del abogado resulta desagradable por su comportamiento antiético, aunque en ningún momento se convierte en un personaje completamente malvado. Bendita naturaleza humana.

Rotwang, el inventor, es un loco científico que, en el año 2026, crea a un androide capaz de adoptar forma humana y mediante la suplantación de María -una muy querida mujer de la clase obrera que aboga por el pacifismo mientras esperan la llegada de un salvador que equilibrará la balanza de las clases sociales- hace que se comiencen a sublevar los obreros del subsuelo, poniendo en peligro el imperio creado por el magnate industrial Joh Fredersen por quien su mujer Hal lo abandonó años atrás y con quien tuvo a su hijo Freder, enamorado de la verdadera Maria. Rotwang (encarnado por Rudolf Klein-Rogge) es uno de los primeros villanos prototípicos con locuras egocéntricas que se inspiraron en Victor Frankenstein y su osadía de creerse Dios.


Baby Jane es una pequeña niña que alegra los escenarios teatrales y su carrera rápidamente cobra fuerza y popularidad; sin embargo, la imagen angelical de la pequeña esconde un caracter caprichoso y chantajista con el que siempre logra lo que se propone. Dos años más tarde, Blanche, la hermana de Baby Jane que nunca triunfó durante su infancia, ahora se ha convertido en una joven estrella de Hollywood, mientras que Baby Jane a caído en el olvido. Un misterioso accidente automovilístico deja a Blanche inválida y desde entonces su hermana se dedica a cuidarla en su cada vez más decadente mansión a la que sólo se le permite la entrada a la humilde Elvira, la empleada doméstica. A través de un extraordinario trabajo de interpretación, la gran Bette Davis borda un personaje complejo que entre el alcoholismo, las mentiras, los celos, las envidias, el rencor y la sed de venganza, posee muchas capas que dejan ver a un ser humano sensible que ha sufrido los peores horrores de una sociedad hipócrita y superficial.

Kevin es un sociópata que se encuentra recluido en prisión por ser el responsable de una terrible masacre en su escuela usando como arma un arco y flechas, pues la arquería fue el deporte que practicaba desde niño. Kevin asesinó (sin una razón aparente) a varios personas sin sentir culpa. Desde pequeño todo indicaba que algo no estaba bien él; tenía una conducta extraña y se comportaba de forma rebelde y caprichosa. Llegando a la adolescencia el problema se agravó a tal grado que se volvió una persona de conductas violentas y salvajes. Su padres, Eva y Franklin, nunca se dieron cuenta de esto... o tal vez no quisieron hacerlo. Ahora Eva intenta seguir con su vida y tratar de dejar atrás ese terrible suceso. La enigmática y andrógina apariencia del actor Ezra Miller, aunado a su innegable talento dieron como resultado un impactante personaje que convirtió al joven en una gran promesa del cine.

En esta emblemática cinta del cine de gangsters, Scorsese y Joe Pesci -quien da vida al personaje- se inspiran en el criminal italoamericano Thomas Anthony DeSimone -conocido también como ‘Two-Gun Tommy’ y ‘Tommy D’- para la creación de Tommy DeVito, un cruel e impío delincuente que le valió a Pesci el premio Oscar como Mejor Actor de Reparto -y en el mismo año que hizo otro famoso rol: Harry Lime (sí, como el villano de Orson Welles en El Tercer Hombre) en Mi Pobre Angelito (Home Alone). Tommy siente una devoción desbordada hacia su 'madrecita santa' y gusta de relatar anécdotas hilarantes, por favor, jamás se les ocurra mencionar un asunto personal o decirle que es un tipo divertido, pues se lo toma muy a pecho y siempre está en alerta para cargarse el primero que diga algo equivocado sobre su persona.


Louise Fletcher protagonizó junto a Jack Nicholson la que probablemente sea la película más reconocida del cineasta checo Miloš Forman –una adaptación de la novela homónima de Ken Kesey en la que hace una metáfora del poder, la corrupción y la pérdida de la libertad- y no sólo hizo un trabajo más que decoroso al darle réplica al gran actor, sino que grabó su nombre en los anales de la historia como una de las más terribles villanas de la pantalla de plata llevándose también un premio de la Academia y un Golden Globe por el rol de Mildred Ratched, la enfermera principal del hospital psiquiátrico en el que recluyen al protagonista del filme, R.P. McMurphy (Nicholson), quien comienza una rebelión contra el extremo autoritarismo de la enfermera que esconde su monstruosidad tras su casi inexpresivo rostro, su apacible timbre de voz y fría cordialidad.


Aunque fue creado por el escritor Norbert Jacques para su novela Dr. Mabuse, el personaje obtuvo fama importante hasta que el realizador austriaco Fritz Lang llevó a la pantalla la primera cinta -constituida por dos partes El gran jugador y El infierno que juntas dan un total de cuatro horas de metraje aproximadamente- de una trilogía en torno a este personaje encarnado por Rudolf Klein-Rogge en las dos primeras entregas. Bajo la identidad de un reconocido psicoanalista, es un habilidoso maestro del disfraz además de tener habilidades hipnóticas y telepáticas, haciéndose ayudar en sus crímenes por varias personas a las que persuade mediante su carisma o a la manipulación psíquica; con sus planes milimétricamente trabajados planea crear una nueva sociedad bajo el dominio criminal. Para continuar con sus crímenes, es capaz de transferir su alma a otro cuerpo.

Este peculiar personaje, cuyo nombre verdadero es Jackson Sawyer y es miembro de una familia de dementes en lo profundo de Estados Unidos, gusta de torturar a sus víctimas –si tiene más de una al mismo tiempo, cuelga algunas en ganchos para reses mientras les llega su turno– para después asesinarlas y retirar quirúrgicamente la piel de sus rostros y utilizarla como máscara en sus posteriores crímenes. Además, la carne de las víctimas son cocinadas y vendidas como guisado especial por Drayton, su hermano mayor, mientras que la piel y los huesos son utilizados para construir muebles o accesorios como cojines. Este legendario psicópata está basado en el célebre Ed Gein, un asesino serial de Wisconsin que perpetró asesinatos durante la década de los 50 inspirando también a otros clásicos del género como Psicosis (Psycho; 1960) y El Silencio de los Inocentes (The Silence of the Lambs; 1991). El asesino serial de la primera temporada de True Detective está ligeramente inspirado por Leatherface; de hecho, la casa de este 'hombre de las cicatrices' es una referencia directa a la casa del emblemático villano setentero.

Con ligeras bases en la novela Nothing lasts forever de Roderick Thorp, el director John McTiernan dio forma a la que muchos consideran la película de acción por excelencia del siglo XX. En ella, el empresario y terrorista alemán Hans Gruber –miembro del Movimiento del Pueblo Libre de Alemania Oriental– toma el control del rascacielos angelino Nakatomi Plaza durante la Noche Buena de 1988, y disfrazando el ataque como un simple acto terrorista planea en realidad llevar a cabo el robo de $640mdd en fondos bancarios del presidente de una compañía. Con su característico carisma e innegable talento histriónico Alan Rickman dio vida a un elegante y astuto villano que no sólo puso en aprietos a John McClane (un Bruce Willis incursionando en el cine de acción) sino que permanecerá por siempre en la mente de los espectadores como uno de los más memorables antagonistas del cine hollywoodense.


Ya hemos visto villanos que recorren el camino a la gloria económica ciegamente guiados por la avaricia, pero basándose ligeramente en el libro ¡Petróleo! de Upton Sinclair, y de la mano del gran Paul Thomas Anderson, el no menos talentoso Daniel Day-Lewis dio vida a uno de los más memorables antagonistas del cine en el nuevo milenio: Daniel Plainview, un magnate que ha hecho su fortuna a través de yacimientos petroleros, pero mientras va eliminando uno a uno a sus competidores en el negocio del crudo, va perdiendo gradualmente sus valores que finalmente terminan ahogados en su ilimitada ambición. Una memorable cátedra de actuación es la violenta y perturbadora escena final de la cinta con el personaje del predicador Eli Sunday.

En este clásico filme noventero sobre el Holocausto, Ralph Fiennes encarnó con tal maestría al oficial austriaco de las fuerzas nazis que en la vida real y durante la Segunda Guerra Mundial encarceló, torturó y asesinó a un gran número de judíos, que al momento de su estreno generó un gran impacto en las masas, pero principalmente en aquellos sobrevivientes de este oscuro episodio histórico que se atrevieron a revivir su pasado a través del trabajo de Spielberg. Y no era para menos, pues la meticulosa caracterización de Fiennes con un pulcro uniforme nazi, así como su excelente interpretación, hicieron que las escenas en las que masacra a varios judíos al tiempo que clama estar haciendo historia, se quedaran grabadas como algunas de las más espeluznantes en la historia del cine.

La lista de las peores infracciones morales según la religión católica sirve como inspiración para los horrendos crímenes del enigmático asesino serial conocido como John Doe, un personaje que, si bien no conocemos en persona sino hasta el escalofriante tercer acto del filme, su aura se percibe de principio a fin; y es justo en el final donde este personaje hace su jugada maestra con un movimiento inesperado y macabro con el que gana la partida a la pareja de detectives que investigaban sus crímenes -Mills y Somerset, es decir, Brad Pitt y Morgan Freeman respectivamente-, cambiando así su figura de excelente villano a la de un personaje mítico del universo del celuloide.


En este gran clásico del cine noir –una adaptación de la novela Badge of Evil, de Whit Masterson– bajo la batuta de Orson Welles, es el mismo director quien encarna al gran villano: un veterano, viudo y corrupto jefe de la policía local en la frontera México-Estados Unidos que, mientras indaga sobre un caso de asesinato, comienza a ser investigado por Mike Vargas (Charlton Heston), un agente de narcóticos de origen mexicano que sospecha que Quinlan ha fabricado las pruebas para inculpar a un inocente y librarse a sí mismo y a unos mafiosos de la frontera de toda sospecha del crimen. En una carrera contra el tiempo, Vargas y Quinlan buscan eliminarse el uno al otro, y mientras el agente de narcóticos intenta encontrar las evidencias de los cuestionables métodos del otro, éste planea fabricar pruebas que dejen al oficial mexicano, junto con su esposa Susan, como unos drogadictos e hipócritas de doble moral. Welles, con la gran carga histriónica que siempre lo caracterizó, bordó un personaje complejísimo de turbia naturaleza, ética y moral; por momentos nos deja ver atisbos de bondad -como en la visita al personaje de Tanya (interpretado por Marlene Dietrich)- pero que ha quedado reducida por el sufrimiento que lo volvió un retorcido monstruo.


Amoral, ambicioso y carismático, Tom Ripley fue creado por la escritora Patricia Highsmith en la serie de cinco novelas que giran en torno a este enigmático personaje interpretado por primera vez por el galán de moda Alain Delon en A pleno Sol (Plein solei; 1960), la adaptación de la novela El talento de Mr. Ripley bajo la batuta del cineasta René Clemént, y justo antes de llegar al final de siglo reencarnó cinematográficamente con la cara y cuerpo de Matt Damon en la nueva adaptación El Talentoso Sr. Ripley (The Talented Mr. Ripley; 1999) a cargo de Anthony Minghella. Ambos actores dieron vida de manera interesante e inquietante a un personaje complejo aunque con diferencias muy marcadas entre sí: mientras que el Ripley de Alain Delon era profundamente oscuro y carente de remordimientos por sus crímenes -característica esencial del personaje en la novela de Highsmith-, la versión interpretada por Matt Damon tiene momentos donde vive atormentado por la culpa que le provoca el asesinato del playboy mimado Dickie Greenleaf (Ju-de Law). Ambas versiones han quedado en la memoria de los cinéfilos y Ripley es recordado como uno de los emblemáticos asesinos sibaritas capaz de hacer cualquier cosa con tal de mantenerse en las altas esferas de la sociedad.

TOM RIPLEY


En esta adaptación de la novela escrita por Davis Grubb, Harry Powell, un feminicida serial sale de prisión con la única motivación de seducir a Willa Harper (Shelley Winters) la viuda de un ladrón de bancos recién ejecutado- para conseguir que le confiese dónde ha quedado escondido el dinero del último atraco bancario; las complicaciones aparecen cuando la inocentona mujer desconoce el paradero del dinero y los únicos que conocen el secreto son sus dos pequeños hijos. El actor Robert Mitchum da vida a un complejo personaje que, en la vida pública, se hace pasar por un hombre de Dios -su tatuajes LOVE y HATE le sirven para relatar una alegoría sobre la eterna lucha del bien y el mal con la que convence a su crédula audiencia-, pero que se mueve en la intimidad entre la avaricia, la ambición y el desprecio hacia el género femenino que justifica en los extractos de pasajes bíblicos que conoce a la perfección.

En esta extensión del cortometraje Diversion escrito y dirigido por James Dearden -quien elabora para Adrian Lyne el guión con tratamiento de largometraje-, la gran Glenn Close dio vida a esta seductora mujer que inicia una aventura amorosa con el casado abogado Dan Gallagher (Michael Douglas), pero cuando éste intenta terminar con el affaire, ella termina despechada tras el intenso fin de semana amoroso, decidiendo vengarse de él y de su esposa llegando incluso a prepararles un rico guisado con un orejón ingrediente sorpresa. Nominada al Oscar como Mejor Actriz por este rol, Glenn Close encarna a una mujer fuerte, provocativa y segura de sí misma, pero que esconde tras esa fachada a una mujer quebradiza y rencorosa que llevó el tema de la infidelidad hasta los terrenos de los recelos patológicos.





Nos vamos a la primera película estrenada en 1962, Dr. No. Interpretado por el actor Joseph Wiseman, el Dr. Julius No, fue el primer villano al que se enfrentó el agente, y una de sus características eran sus manos de metal que tenía debido a un accidente radioactivo; además claro de su hambre por apoderarse del mundo. De padre alemán y madre china, su gran fortuna lo hace muy peligroso, sus ideales lo mueven a tomar el control de una nave espacial para poder gobernar al mundo. Para 1963, y la llegada de la segunda película, De Rusia con Amor, vemos a una villana, Rosa Klebb, y a Red Grant, un doble agente. Ella, acostumbrada a usar cuchillos envenenados en sus zapatos; y él, aparte de su gran fuerza, posee los clásicos artículos de espías como un reloj con una cuerda para estrangular, mismo que lo llevó a la muerte. Al año siguiente, en la película Goldfinger, nuestro villano es Auric Goldfinger, un millonario con el solo deseo de tener más y más dinero ¿Y cómo lograrlo? Pues destruyendo el oro de Fort Knox con una bomba nuclear. También vemos aquí a un villano secundario que para mí se roba la película; más bien fue la impresión que me dejó de ser 'muy malo' cuando yo era pequeño y vi la película. Me refiero a

Oddjob Sakata, que además de tener una súper fuerza y ser experto en artes marciales, tenía la habilidad de arrojar su bombín como si fuera un 'frisbee' asesino. Bueno, al final muere electrocutado en la bóveda; pero sí me impresionó mucho. En 1965 viene Operación Trueno -o Thunderball como se llamó en inglésdonde vemos como villano, para mi gusto algo aburrido, al número dos de SPECTRE: Emilio Largo, quien quiere apoderarse de unas bombas nucleares para detonarlas en Inglaterra y Estados Unidos, pidiendo un millón de libras para no hacerlo. Muere de un arponazo y luego explota. Un par de años más tarde, en la película Sólo se vive dos veces, vemos a Ernst Stavro Blofeld y en él vemos a un villano dolido que lo único que quiere es destruir el mundo sin motivos aparentes; aquí vemos a uno de los grandes villanos que aparece en cuatro películas y a la vez interpretado por cuatro actores diferentes: Donald Pleasance, Telly Savalas, Charles Gray y Christoph Waltz en 1967, 1969, 1971 y 2015 respectivamente. En esta película también vemos a Osato, un villano que le echa la mano a Blofeld para iniciar la Tercera Guerra Mundial pero éste lo mata, o sea, no le funcionó como él esperaba.


Francisco Scaramanga


En la película Al Servicio De Su Majestad (1969), volvemos a ver a Blofeld pero ahora quiere acabar con el alimento en el planeta apoyado en un grupo llamado Ángeles de la Muerte liderado por Irma Bunt. Dos años después regresa Sean Connery en Los Diamantes son para siempre (1971), en la que se vuelve a enfrentar a Blofeld quien ahora pretente apoderarse de muchos diamantes para crear un láser gigante. Y bueno, en ésta por fin acaba con él; aquí también vemos a una pareja de asesinos, Mr. Kidd y Mr. Wint, unos güeritos trajeados uno con menos pelo que el otro pero que son recordados por morir uno quemado y el otro explotando. Para 1973 vemos en Vive y deja morir a un 'hacedor de zombis', el Dr. Kananga, aunque su negocio principal era el tráfico de heroína. Aquí vemos cómo el villano muere por una bala que al activarse se infla; Bond se la mete en la boca y vemos cómo explota nuestro villano. Al año siguiente, en la película El Hombre del revólver de oro (1974), vemos al gran Cristopher Lee interpretando a Francisco Scaramanga y al famoso enano de la isla de la fantasía, Hervé Villechaize, interpretando a su compinche Nick Nack, en esta película el objetivo principal de Scaramanga es asesinar a Bond, ya que él es un asesino a sueldo que odia al agente secreto porque es mejor que él. Es hasta 1977 cuando vemos La espía que me amó, en la que vemos a Roger Moore interpretando a James

Bond en su tercer película, y como villano vemos a Karl Stromberg interpretado por Cürd Jurgens, el cual lo único que quiere hacer es destruir Nueva York y Moscú para desatar el gran Holocausto. Pero aquí quizá recordemos a uno de los villanos más emblemáticos de la saga: Jaws, un hombre enorme con una fuerza descomunal que por dientes tiene piezas metálicas y que utiliza como armas. Aquí al final lo que más recuerdo es el Lotus Espirit que maneja el agente 007 bajo el agua, y que éste arroja a Jaws a los tiburones y logra sobrevivir. Dos años después se estrenó Moonraker (1979) o como la llamaron en México, Misión Espacial. En esta cinta vemos a otro loco llamado Hugo Drax, que por medio de un gas paralizante quería acabar con la humanidad. Nuevamente vemos en esta película a Jaws; era tan especial que ya lo queríamos y deseábamos que nunca dejara de aparecer en las películas de Bond. Quizá una de las peores películas de la saga pero que en cuanto a criticas de efectos especiales le fue muy bien. Aquí vemos al cadáver de Hugo Drax vagando por el espacio después de que Bond abriera una compuerta. Fue hasta 1981 donde, a mi gusto, es la favorita de las películas con Roger Moore, Sólo para tus ojos, que también contó con un excelente soundtrack, muy recomendable. Aquí vemos como villano a Aristotle Kristatos, el cual quiere venderle a los rusos un sistema de misiles británico.

Un par de años más tarde, en otra película malísima, Octopussy (1983), llega Kamal Khan, un príncipe afgano exiliado. Otro villano loco que, por la época, también quiere usar bombas nucleares. Al final muere al estrellarse en su avión contra una montaña. En 1985 vemos la última película de Roger Moore, me refiero a View to kill -o Una mirada para matar, en españoldonde vemos al gran Chritoper Walken interpetando al villano Max Zorin. Él quiere destruir Sillicon Valley para mejorar sus negocios monopolizando el mercado de los micro chips. Al final muere cayendo del Golden Gate. Aquí quizá recordemos más a la actriz Grace Jones, interpretando a la villana May Day que al final sacrifica su vida por salvar a Bond. El amor hace maravillas. Dos años después se estrena Living daylights (1987), aquí en México la llamaron Su nombre es peligro, y en ella el antagonista fue Geogi Koskov, que junto con un narcotraficante norteamericano, idea un plan para apoderarse de la KGB. En 1989 llega Licencia para Matar, donde vemos a Robert Davi interpretando a Franz Sanchez, un narcotraficante que mata a uno de los mejores amigos de Bond, y aquí es donde nuestro querido agente decide tomar venganza: pelean, se llenan de gasolina, Sanchez agarra un machete, y astutamente, James saca su encendedor y le prende fuego.


No fue sino hasta 1995 cuando regresa Bond a las pantallas ahora con Pierce Brosnan (uno de mis favoritos) para dar pie a la nueva película, Golden Eye, donde vemos a Sean Bean interpretando a Alec Trevelyan, que antes de ser malo era el agente 006, fundo la organización JANUS y odia a Bond porque, según él, no lo salvó. Al final muere a manos de Bond cayendo de una antena. En 1997 llega El Mañana Nunca Muere aquí vemos a Elliot Carver (interpretado por Jonathan Pryce, actor que vimos últimamente en Juego de tronos dando vida al Gorrión Supremo hasta que fue consumido por Fuego Valyrio en el capítulo final de la sexta temporada), un magnate de los medios de comunicación donde empieza a manipular la información para crear conflicto entre China y Estados Unidos muere de un 'taladrazo', bueno él usaba un submarino con un taladro gigante para hacer sus diabluras. Dos años más tarde se estrena El Mundo No Es Suficiente (1999) donde vemos a un 'enemigazo', Viktor Lvrentievich Zoas, mejor conocido como Renard; aquí vemos que debido a una bala alojada en la cabeza, este villano no siente dolor, aunque la bala se mueve y corre riesgo de morir en cualquier momento. No obstante, muere apachurrado por un barril de plutonio.

Ya en el nuevo milenio llega Otro Día Para Morir (2002), la última película de Brosnan como 007 y aquí vemos cómo se enfrenta a Sir Gustav Graves, otro 'billetudo' conocido también como Moon Tan-Sun, un buen villano que es traficante de diamantes y que, al igual que en otras películas, con las gemas pretenden construir armas. Aquí usa una llamada Ícaro y tiene un traje especial que da descargas eléctricas pero al final Bond lo utiliza para electrocutarlo con él, y para acabarla, la turbina del avión se lo come. Cuatro años más tarde llega un nuevo James Bond en Casino Royale (2006). Ahora es Daniel Craig quien lo interpreta. Mis expectativas eran muy malas, no me gustaba; pero me tuve que comer mis palabras y aplaudirle su actuación. Aquí vimos a un personaje más humano, más cercano a la realidad, más vulnerable. En esta ocasión es acompañado por Le Chiffre, interpretado por Mads Mikkelsen. Aquí el dinero es el factor importante, pues Le Chifre quiere recuperar su dinero a toda costa torturando a Bond hasta conseguirlo. Muere a manos de su socio, el Sr. White. Al final Bond le da un balazo en la pierna después de seguirlo y diciendo su célebre frase: "mi nombre es Bond... James Bond. Para el 2008 llega Quantum of Solace. Aquí Dominic Greene es el villano,

medio fresa dueño de una empresa relacionada con el medio ambiente, quiere quedarse con toda el agua potable de Bolivia. Aquí los mismos socios son los que le dan gas al magnate. En el 2012 llega Skyfall. Muy buena. En ella vemos a otro villano resentido y dolido con el gobierno inglés: Raoul Silva, interpretado por Javier Bardem, cuyo único objetivo es vengarse de MI6. Otro de los excelentes villanos de las películas de Bond. Al año pasado llegó la película veinticuatro de James Bond llamada Spectre -excelente para mí-, donde vemos al gran actor Christoph Waltz interpretando al archienemigo Ernst Stavro Blofeld más psicológico en su manera de actuar, muy precavido e inteligente. Busca vengarse de Bond tratando de destruirlo primero mentalmente para luego hacerlo volar en pedazos junto con la sede casi destruida del MI6. Al final, él sobrevive y nos deja las puertas abiertas para este gran némesis volver a verlo en futuras entregas.




A

lgo curioso, Alfred Hitchcock le habló a Francois Truffaut sobre Psycho. Le dijo: “le pertenece a los cineastas”, a ti y a mí. Hitchcock quería que Psycho luciera como una película de explotación barata. La filmó no con el equipo costoso que el acostumbraba (con el que acababa de terminar North By Norwest) sino con el equipo que usó para su programa de televisión. Lo filmó en blanco y negro, con largos pasajes sin diálogo. Su presupuesto: $800,000. Lo cual era barato incluso para los estándares de 1960; The Bates Motel y la mansión fueron construidos en el estacionamiento trasero de Universal. Psycho se siente diferente de films clásicos como Vertigo y Rear Window, sin embargo, ningún otro de Hitchcock tiene mayor impacto. “estaba dirigiendo a los espectadores”, le dijo a Truffaut en su entrevista. “Podrías decir que estaba jugando con ellos”. "Fue la película más impactante los miembros de la

audiencia originales habían visto en su vida”. "No revelar las sorpresas" gritaron los anuncios, y ningún espectador podría haber previsto las sorpresas que Hitchcock tenía reservadas - el asesinato de Marion (Janet Leigh), la protagonista aparente, a sólo un tercio de la película, y el secreto de la madre de Norman. Estas sorpresas son ahora mundialmente conocidas, y aun así, Psycho sigue siendo un thriller aterrador, con un villano igual de peligroso. Eso es en gran medida debido a la manera en que Hitchcock domina dos áreas: la preparación de la historia de Marion Crane, y la relación entre Marion y Norman (Anthony Perkins). Ambos de estos elementos funcionan porque Hitchcock dedica toda su atención y habilidad para tratarlos como si fueran a ser desarrollados por toda la película. La preparación consiste en un tema que Hitchcock usa una y otra vez: la

culpa de una persona ordinaria atrapada en una situación criminal. Marion Crane roba $40,000, pero todavía encaja en el molde de alguien inocente. La primera vez que la vemos, está en una habitación de hotel con su amante divorciado, Sam Loomis (John Gavin). No se puede casar con ella por sus pagos de pensión, se deben ver en secreto. Cuando el dinero aparece, está atado a un cliente de bienes raíces (Frank Albertson) que insinúa que por esa cantidad de dinero, Marion se podría vender. Así que la motivación de Marion es el amor, y su víctima es un depredador. Esto es una preparación completamente adecuada para un plot de 2 horas de Hitchcock. Nunca se siente como si estuviera hecho para engañarnos. Y en cuanto Marion se va de Phoenix para ir a la Fairvale, California, ciudad de nacimiento de Sam, tenemos otra marca favorita de Hitchcock, paranoia sobre la policía.


Un policía de la carretera (Mort Mills) la despierta de una siesta, la cuestiona y casi ve el sobre con el dinero robado. Ella cambia el carro por uno con diferentes placas, pero ahí se asusta por ver al mismo policía estacionado al otro lado de la calle, con los brazos cruzados, dirigiéndole la mirada. Asustada, cansada, y tal vez arrepintiéndose ya de haber robado, Marion maneja y llega cerca de Fairvale, pero es detenida por una violenta tormenta. Se estaciona en el Bates Motel y comienza su corta y decisiva asociación con Norman Bates (Anthony Perkins). Y una vez más el cuidado de Hitchcock con las escenas y el diálogo, nos persuade a pensar que Norman y Marion interactuarán por el resto del film. Hace eso durante su larga conversación, en la sala de Norman, en donde las aves salvajes disecadas parecen que bajaran y los capturarán como presa. Marion sobre escucha la voz de la mamá de Norman con él, y sugiere gentilmente que no tiene por qué permanecer en un callejón sin salida, en un motel defectuoso. Ella se preocupa por Norman, también es llevada a sobre pensar sus acciones, él se conmueve, tanto que se siente amenazado por sus sentimientos, y es por eso que debe matarla. Cuando Norman espía a Marion, dijo Hitchcock, que la mayoría de los miembros de la audiencia lo ve como un comportamiento “Peeping Tom”, Truffaut observó que la apertura del film, con Marion en ropa interior, subraya el voyerismo más tarde. No tenemos idea que el asesinato está cerca. Viendo la escena de la ducha hoy, sobresalen varias cosas. A diferencia de los films de horror modernos, Psycho nunca muestra el cuchillo atravesando la piel, no hay heridas, hay sangre, pero no galones de ella. Hitchcock filmó en blanco y negro porque sintió que la audiencia no podía soportar tanta sangre a color. Los sonidos de cuchilladas del soundtrack de Bernard Hermann, substituyen efectos de sonido más espeluznantes por así decirlo. Las tomas cerradas no son gráficos, sino simbólicos, mientras la sangre y el agua se van por la coladera y la cámara corta en un close-up, del mismo tamaño del ojo sin movimiento de Marion. Esto se mantiene como el ‘slashing’ más efectivo en la historia del cine, sugiriendo que la situación y el

arte son más importantes que los detalles gráficos. Perkins hace un trabajo excelente estableciendo la complejidad del carácter de Norman, en una interpretación que se ha convertido en un punto de referencia. Perkins nos muestra que hay algo fundamentalmente mal con Norman, y sin embargo, tiene la simpatía de un hombre joven, metiéndose las manos a los bolsillos, saliendo al porche sonriendo, solo evade y duda cuando la conversación se hace personal, al principio se gana nuestra simpatía, al igual que la de Marion. La muerte de la heroína es seguida por la meticulosa manera de Norman para limpiar la escena de la muerte. Hitchcock está substituyendo un protagonista. Marion está muerta, pero ahora (no consciente pero en un aspecto más profundo) nos identificamos con Norman, no porque podríamos apuñalar a alguien, sino porque si lo hiciéramos, nos consumiría el miedo y la culpa, como a él. La secuencia termina con la toma maestra de Bates empujando el carro de Marion (con su cuerpo y el dinero) a un pantano. El carro se hunde, luego se para, Norman lo observa intensamente. El carro finalmente desaparece debajo de la superficie. Analizando nuestros sentimientos, nos damos cuenta que queremos que el carro se unda, tanto como Norman, por lo menos así me sentí yo. Antes de que Sam Loomis reaparezca, y se junte con Lila, la hermana de Marion, para buscarla, Psycho ya tiene otro protagonista: Norman Bates. Convirtiéndose ahora en el gran villano de la historia. Lo que hace a Psycho inmortal, es que con tantos films, algunos son olvidados en cuanto dejamos el cine, sin embargo, esta película conecta directo con nuestros miedos: miedo de que impulsivamente cometamos un crimen, miedo de la policía, miedo a convertirnos en la víctima de un loco, y el miedo a decepcionar a nuestras madres.







L

a reconocida actriz Jodie Foster incursiona por cuarta vez tras las cámaras cinematográficas además de haber hecho lo propio en la pantalla chica en títulos emblemáticos de Netflix como Orange is the New Black y House of Cards. El Maestro del Dinero es el nombre con el que se estrena en Latinoamérica el más reciente filme de Foster en el que se sumerge en el cruel y cínico universo del bursátil en Wall Street a través de Kyle Budwell (Jack O'Connell), un joven que se hace pasar por repartidor para entrar a una cadena de televisión, interrumpir el programa en vivo del que la película toma su nombre original –Money Monster– y toma como rehén a su conductor y gurú de las finanzas, Lee Gates (George Clooney), responsabilizándolo de haber perdido una gran suma de dinero en las inversiones en la bolsa que el presentador animosamente recomendó. Con este suceso transmitido a nivel nacional por televisión y a nivel global vía internet, el otrora circo mediático bajo la batuta de la productora Patty Fenn (Julia Roberts) permite a Kyle convertirse, sin proponérselo, en la voz de las víctimas de las compañías que los han llevado a perderlo todo. Foster vuelve a demostrar sus dotes narrativas y ensambla con pulso firme un efectivo thriller con una intriga bien llevada con inteligentes inserciones de humor negro en una mezcla hábil y eficaz de géneros con la que no sólo pone sobre la mesa el tema de los desfalcos en la bolsa de valores, sino también señala el gran poder de los medios de comunicación en la era tecnológica súperavanzada en la que vivimos y el circo mediático al que aún se

recurre para obtener puntos de rating explotando las desventuras de las clases marginadas. La actriz de la mítica Taxi Driver se hace cargo de una cinta que recorre derroteros ya propuestos por maestros del cine como Martin Scorsese en El Rey de la Comedia –una gran comedia negra protagonizada por Robert De Niro (1982) y con una premisa un tanto similar–, pero sobre todo, por Sidney Lumet en Tarde de Perros (1975) y Poder que mata (1976); estos últimos son títulos emblemáticos del cine setentero que aquí se presentan como los referentes principales a lo largo de la trama en la que sobresale el cuidado trazo de personajes y, sobre todo, la habilidad de Foster para dirigir actores, aunque no sorprende esta destreza al tratarse de una cineasta que inició como actriz y ha formado parte de la historia del cine con varios títulos emblemáticos en su carrera y obteniendo dos premios Oscar como actriz principal. En este apartado es justo señalar que resultan esenciales las estupendas interpretaciones de George Clooney y Julia Roberts, aunque quien realmente se lleva la película es Jack O'Connell, joven británico de talento ya probado –tan sólo hace falta verlo en Sentenciado antes de tiempo (disponible en Netflix, por cierto) para corroborarlo– con una presencia escénica tal que es capaz no sólo de darle una réplica a la altura del experimentado actor, sino que es capaz de robarle el brillo a un astro hollywoodense de tal calibre. Pero si algo hay que recriminarle a Jodie Foster es la falta un estilo visual particular. Y es que pese a que en el trasfondo de sus producciones podemos encontrar múltiples referencias a

sus inquietudes autobiográficas –una infancia difícil en una familia disfuncional, las grandes responsabilidades económicas para mantener a la familia en una edad en la que se vive con la angustia de no ser lo suficientemente bueno para un trabajo, el miedo al fracaso, el no ser escuchada, etc.–, éstas nunca han sobresalido por sus condiciones estéticos, las cuales resultan comúnmente genéricas, aunque afortunadamente aquí éste aspecto es mejorado por la eficaz fotografía de Matthew Libantique, dotando a la cinta de un aire cinematográfico sofisticado. Y sí, probablemente Foster también carezca del afilado colmillo de los ya legendarios Scorsese y Lumet para hablar de manera contundente sobre la degradación social y su desenlace puede ser acusado de ser un tanto moralista y aleccionador –alejándose completamente de otras propuestas que apostaban más hacia un tono cínico sobre el retrato del culto al fantasma del dinero como El Lobo de Wall Street o La Gran Apuesta–; sin embargo hay que reconocerle que en esa recurrencia a la escuela de los grandes cineastas recién mencionados, su discurso se mantiene siempre fiel a sus convicciones idealistas de ser portavoz del sector social desprotegido y víctima de la corrupción y la injusticia; Foster se ha aventurado a proponer un cine con contenido social relevante y oportuno en una esta época veraniega donde la industria se caracteriza por lanzar productos vacíos revestidos de aparatosidad técnica. El Maestro del Dinero es una propuesta inteligente y entretenida altamente recomendable.



L

a melancolía y el desencanto son los dos pilares sobre los que el noruego Joachim Trier han construido su filmografía, y con tan sólo dos cintas previas –las excelentes Repsrise: Vivir de nuevo (Reprise; 2006) y Oslo, 31. august (2011)– ya ha dado el salto al cine angloparlante en donde nuevamente se adentra en temas como la soledad, la tristeza patológica y la incansable lucha contra los rígidos moldes sociales que buscan erradicar la esencia individual del ser humano, extirpando todo rastro de su voluntad para transformarlo en una máquina productiva despojada de toda pasión. Louder than bombs es el título con el que Trier filma por vez primera en inglés –aunque tiene breves momentos hablados en francés– y se rodea de un elenco internacional tan talentoso que resulta envidiable: Gabriel Byrne, Jesse Eisenberg y la gran revelación de Devin Druid como un talento emergente a no perder de vista; ellos encarnan respectivamente a Gene (el padre), Jonah (hijo mayor) y Conrad (hijo menor), miembros de una familia distanciada que se ven reunidos por el inminente homenaje a la obra fotográfica de Isabelle, su madre fallecida tres años atrás en un aparente accidente automovilístico y que es interpretada por la siempre extraordinaria Isabelle Huppert. Sin embargo, el descubrimiento de una foto por parte de Jonah parece dar indicios de una infidelidad de su madre; a la vez, la inminente publicación de un artículo sobre la vida de la fotógrafa de guerra revelará que su muerte no fue accidental, sino un acto deliberado de la propia Isabelle, algo

de lo que Gene y Jonah están conscientes pero que han ocultado a Conrad para protegerlo por su corta edad y lo difícil que le ha resultado sobrellevar la muerte de su madre. Este reencuentro familiar, tan común en la vida cuando se pierde a personas muy allegadas y que fácilmente podría haber caído en los clichés de la fotógrafa de guerra, el adolescente incomprendido, el hermano mayor con una vida ejemplar –esposa, hijo y buen empleo incluidos– y el padre que no sabe cómo comunicarse con los hijos, es la coartada perfecta que Trier aprovecha para entretejer con audacia y pulso firme las historias de los personajes y con ellas crear un fresco existencialista sobre el duelo, el vacío y las insatisfacciones personales. Contando con Eskil Vogt como mancuerna para la creación del guión por tercera vez consecutiva, el cineasta vuelve a emular la narrativa literaria a través de su personal y característico lenguaje cinematográfico y de esta manera entrelaza firmemente las líneas argumentales de los personajes dando su momento exacto e importancia merecida a cada una de ellas, dotándolas a la vez de una gran carga simbólica y metafórica. Así podemos adentrarnos en los melancólicos universos de todos y cada uno de los protagonistas: un adolescente que escapa del mundo que lo margina refugiándose en la realidad virtual de los videojuegos online; un joven que aparentemente tiene la vida resuelta pero que no puede resistir ceder a las tentaciones carnales de su ex novia el mismo día que su esposa está por dar a luz a su primer hijo; un hombre viudo incapaz de comunicarse con

su hijo menor y que no sabe cómo llevar una nueva relación amorosa sin sentir que traiciona a su familia; y una esposa que vio tantas veces el infierno en la Tierra que le fue imposible asimilar que fuera factible tener la felicidad en su propia casa. A pesar de no poder evitar adentrarse en los lugares comunes de otros dramas familiares, es el buen trabajo actoral de todos y cada uno de los protagonistas, sus diálogos cargados de naturalidad, la elegante propuesta visual de estilo europeo –nuevamente Trier con su director de fotografía de cabecera, el sueco Jakob Ihre– y la fuerte carga de reflexiones existenciales propuestas por un inteligente guión influenciado por el espíritu filosófico de Camus, son los elementos que elevan a Louder than bombs muy por encima de la media de la producción estadounidense. Y es que pocas veces un cineasta se atreve a desmitificar la figura del suicida –un suceso ya logrado en la mencionada Oslo, 31. august mediante el encomiable trabajo actoral de Anders Danielsen Lie como protagonista de esta adaptación de la novela El Fuego Fatuo (Le Feu Follet) de Pierre Drieu La Rochelle– despojando al relato de toda crítica moral hacia el personaje que ha optado por «la salida fácil»; por el contrario, Trier no sólo desmitifica al «suicida» sino que lo reivindica al presentarlo, por lo menos en este caso, no como un acto egoísta y/o cobarde, sino como la única posibilidad de validar la propia existencia; se trata del mayor ritual de sacrificio por amor, un amor hacia la integridad de sí mismo y de sus seres queridos, un amor más fuerte que las bombas.



L

a Guerra Civil en Sri Lanka obliga a miles de personas a dejar sus hogares, ya no para buscar mejores condiciones de desarrollo, sino la simple garantía de seguir con vida. Este es el caso del personaje epónimo de la más reciente película de Jaques Audiard –que le valió la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes en 2015, causando un gran revuelo por lo inesperado de la decisión del Jurado, puesto que competía directamente con El Hijo de Saúl (Saul Fia), la extraordinaria ópera prima de László Nemes que se erguía como favorita y que luego resultó ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera–. Dheepan conoce perfectamente la situación pues ha estado en el epicentro infernal: es un ex miembro de la guerrilla de los Tamil –etnia eternamente enfrentada con la de los cingaleses– que tras su deserción se ve obligado a hacer pasar a una mujer y una pequeña huérfana como su familia para poder obtener refugio en Francia. De esta manera, y sin saber ni una palabra de francés –a excepción de la pequeña huérfana que hace las veces de traductora para sus falsos padres–, la familia lentamente

comienzan a salir adelante en la escuela y el trabajo –él como portero de un edificio y ella como cuidadora de un hombre enfermo–; sin embargo el entorno hostil del barrio regido por la guerra de pandillas hace prácticamente imposible que se adapten a su nuevo hogar. Audiard, ya demostró con Un Profeta (Un Prophète; 2009) ser un hábil narrador y aquí reitera su talento al ofrecer un eficaz relato sobre la migración europea de una manera igual de descarnada que su ya mencionado y celebrado thriller protagonizado por Tahar Rahim; además vuelve a dejar clara la facilidad y sutileza con la que puede empalmar géneros cinematográficos de una manera efectiva mientras también es capaz de extraer lo mejor de los actores para darle vida a personajes complejos, en esta ocasión a seres desconfiados e incómodos que luchan por adaptarse en un país extraño y hostil donde no tienen nada ni a nadie. En este sentido, resulta fascinante el personaje central encarnado por Antonythasan Jesuthasan, quien curiosamente y al igual que el rol al que da vida, es un desertor de la guerrilla tamil

y fue un inmigrante ilegal en Francia. Dheepan resulta el personaje más complejo del filme, permaneciendo constantemente en una interna pugna consigo mismo, enfrentándose a su traumático pasado, su hostil presente difícil de sobrellevar junto a su familia postiza –por la que comienza a sentir lazos afectivos conyugales y paternofiliales–, y el anhelado pero incierto futuro lejos de la violencia. Dheepan es una historia que realza el valor de la perseverancia del ser humano y funciona al tiempo como testimonio de la grave situación migratoria en Europa, a la vez que denuncia la incapacidad de las naciones para hacerle frente a este desafortunado fenómeno. Sin embargo, no obstante su relevancia social, su eficacia narrativa, su impecable manufactura, y ese extraordinario giro en el tercer acto –que resulta brusco pero completamente verosímil si tomamos en cuenta el pasado del protagonista–, esta anécdota migratoria no se destaca de otras al tomar realmente pocos riesgos formales y nunca romper con los límites del cine convencional.



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os ritos de paso durante la adolescencia en un contexto social violento y marginado son acusados por muchos de haberse convertido en un lugar común dentro de los dramas sociales a los que tanto recurre el cine independiente. La ópera prima del cineasta holandés Sam de Jong, Príncipe, revisa esta etapa de transición pero su estilo visual y su efectiva aunque extraña mezcla de géneros le salvan de ser catalogada como una película más de adolescentes en crisis existencial. El mismo Sam de Jong firma el guión y coloca como protagonista del relato a un joven de ascendencia marroquí, Ayoub, que vive junto con su madre holandesa y su media hermana en un conjunto departamental en los decadentes suburbios de Amsterdam, y que como todo adolescente, se encuentra en el proceso de búsqueda de identidad mientras pasa el tiempo en una plaza junto a sus tres mejores amigos soñando con alcanzar algún día el estilo de vida de los líderes de bandas criminales que pueden costearse autos de lujo, ropa de marca y las mejores chicas. A estas aspiraciones, se suma la responsabilidad autoimpuesta de convertirse en «el hombre de la casa» tras el abandono de su padre, quien se

ha convertido en un drogadicto que deambula por la zona; además, Ayoub se ha enamorado perdidamente de Laura, la novia de uno de los miembros de una conocida banda del barrio. Sin estar exenta de clichés, este retrato de la angustia juvenil sobresale por la frescura de su propuesta visual acompañada de un sobresaliente diseño sonoro –del que también forma parte la música del reconocido artista Palmbomen, creador de los scores para juegos como Grand Theft Auto V y Metrico– y la manera de abordar temas sociales como la violencia, las drogas, el racismo y la falta de oportunidades para los jóvenes como una de las aún palpables consecuencias de la terrible crisis económica europea. El discurso visual de la cinta –estupendamente fotografiada por la lente de Paul Ozgur– remite inmediatamente a la estética característica del cine de Nicolas Winding Refn, aunque aquí se utiliza para evitar recurrir a esa trillada imagen del paraíso de la prostitución y las drogas que comúnmente se tiene de esta capital europea; por el contrario, y acercándose al estilo tonal de Wes Anderson, se decanta por el uso de colores pastel que aportan luminosidad a esta vorágine de violencia y drogas que, por su naturaleza, debería ser os-

cura y descarnada. Este peculiar viaje «coming of age» sobre la pérdida de la inocencia y la búsqueda de identidad se hace desde una perspectiva completamente desenfadada con un humor sutil al que no estamos acostumbrados pero que en ningún momento deja de ser certero; pero contrario a lo que se podría pensar, el uso del humor y la estética luminosa en ningún momento le restan importancia o relevancia social a los temas como el crimen, las pandillas, la migración, los conflictos raciales o los complejos de clase social. Sam de Jong sorprende con un debut de alto calibre, una sofisticada y bien lograda combinación de acción, thriller, comedia romántica ligera y drama familiar protagonizada por un excelente Ayoub Elasri que hace un estupendo trabajo como el chico que se mueve entre la ternura por su ingenuidad y el hombre de fuerte temperamento moldeado en una violenta realidad. "Príncipe" es una violenta fábula de setenta y ocho minutos sobre monarcas herederos que están en pos de su princesa cautiva por un dragón a la que busca rescatar «haciéndose hombre» como discípulo de un gigante cocainómano y haciéndose de un púrpura corcel de cuatro potentes ruedas.



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s poco común que en México podamos ver cine chileno fuera de los ciclos especiales, foros o muestras internacionales de la Cineteca Nacional o en las secciones de Cine Iberoamericano o de Estrenos Internacionales de algunos festivales cinematográficos (Guadalajara y Morelia, por ejemplo). Sin embargo, si nos dejamos guiar por la filmografía de Pablo Larraín –uno de los mayores exponentes del cine chileno y que recientemente estrenó en el Festival Internacional de Cine de Cannes su más reciente cinta Neruda–, ésta arroja un poco de luz sobre el tema de la producción y calidad cinematográfica chilena, permitiéndonos concluir en un diagnóstico afortunado para la industria de este país. El director responsable de la extraordinaria No (2012) –protagonizada por Gael García Bernal y nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera en 2013– presentó el año pasado El Club, un thriller que oportunamente pone sobre la mesa el tema de la pederastia en el clero católico y escarba en las entrañas de esta todavía influyente institución religiosa que intenta ocultar los casos de abuso por parte de sus sacerdotes a la vez que protege a estos criminales que profanaron la integridad de miles de menores alrededor del mundo, permitiendo que sus crímenes permanezcan impunes. Una casa rural en la provincia costera chilena es el lugar elegido por las al-

tas esferas católicas para que cuatro sacerdotes –un pederasta, un ladrón de recién nacidos, un colaboracionista de la dictadura de Augusto Pinochet y un amnésico senil cuyos recuerdos se diluyen a cada momento en su brumosa memoria– convivan bajo la atenta mirada de una cuidadora –la hermana Mónica–, mientras purgan sus pecados/crímenes a través de la oración, la meditación, las caminatas por la playa, el imprescindible cafecito matutino y la correspondiente copita de vino por las tardes. Cuando se une al grupo un quinto sacerdote, profundamente perturbado y que desesperadamente clama ser inocente del crimen de pederastia que se le atribuye, aparece también un personaje fuera de la casa, un hombre autista que comienza a vociferar la manera en la que el recién llegado abusó de él cuando era monaguillo de la parroquia. Esto provoca no sólo que el cuarteto original de sacerdotes se vuelvan a enfrentar a los demonios que ya creían haber subyugado, sino que deben hacerle frente a una nueva "amenaza" que desestabiliza su apacible existencia de tintes bucólicos: la burocrática llegada de un idealista jesuita enviado por el Vaticano como parte de un programa de renovación de los cimientos de la fe, y que debe evaluar ética, moral y psicológicamente a los clérigos excomulgados para determinar si el lugar debe ser o no cerrado de manera definitiva.

Con El Club, Larraín continúa en la línea de denuncia social que ha mantenido a lo largo de su corta pero sustancial filmografía; pero aquí lo hace con mucho más arrojo y madurez cinematográfica. El director, junto con Guillermo Calderón y Daniel Villalobos, dan forma a un guión redondo que propone una profunda y reflexiva mirada hacia el tema de la pederastia y otros crímenes dentro del clero, pero sin echar mano de los manidos clichés ni tomando el camino fácil del melodrama o el discurso panfletario. Por el contrario, es una propuesta cáustica que exhibe sin concesiones el lado más degenerado de una institución religiosa –la católica, en este caso– a la vez que también lanza una feroz crítica a la doble moral social, por lo que resulta una cinta muy incómoda para la audiencia. Y es que la película no necesita en ningún momento de secuencias explícitas de violencia o agresiones sexuales para causar un gran impacto; por el contrario, son los personajes, las confesiones, sus intentos de justificación, sus silencios, lo que no nos dicen y sólo podemos intuir, y la viciada atmósfera que se respira lo que provoca un genuino escalofrío de terror puro que nos recorre la espalda.




Sergio Armstrong, el director de fotografía, crea un ambiente pesadillesco a través de una visibilidad limitada por una bruma perpetua y una gélida paleta tonal con esporádicas irrupciones de luz solar, jugando continuamente con los cuerpos a contraluz como si los personajes quisieran mantenerse siempre bajo el amparo de las tinieblas dando la espalda al Sol; pero en otras ocasiones la cámara, implacable, busca a los personajes en condiciones más claras y los acosa con planos cerrados de una manera casi inquisidora, como si quisiera despojarlos de su privacidad y obligarlos a que confiesen de frente sus pecados/crímenes. Con este discurso visual, Larraín va construyendo el suspenso que magistralmente es sostenido a lo largo del metraje sin caer en tiempos muertos –de verdad, no hay ninguno– y la tensión dramática va en aumento sin dar respiro hasta explotar, por supuesto, de manera violentísima. Sin embargo, la principal baza de El Club es el soberbio reparto que se ha dado cita para sostener el relato encarnando a estos complejísimos personajes trazados al detalle con múltiples capas psicológicas. El elenco es simplemente perfecto y no se le puede reprochar absolutamente nada a ningún actor; aunque es menester reconocer que el mejor desempeño es, sin duda alguna, el de la actriz Antonia Zegers junto al de los actores Alfredo Castro y Roberto Farías. La primera en el papel de la hermana Mónica, quien se revela servicial en el lugar de retiro no por un simple sentido vocacional sino porque también obtiene un beneficio de

toda la situación; el segundo, como el Padre Vidal, clérigo semi arrepentido de haber cedido a la tentación carnal y que intenta justificarse con un discurso sobre el amor homosexual que eriza la piel; y el tercero, como el autista violentado durante su infancia que ahora pretende reclamar de frente a su agresor. Larraín ni crucifica ni exonera a los protagonistas de su relato, los humaniza; los sacerdotes han cometido errores (pecados/crímenes) como cualquier otro ser humano, pero eso vuelve aún más aterrador su discurso –la maldad no es un agente externo que nos seduce para caer en tentación, sino que viene de lo profundo del alma humana, es inherente a nuestra naturaleza– y que se opone radicalmente a la sentencia bíblica revelada en el Génesis 1:4 con la que nos da la bienvenida a la película: "Y vio Dios que la Luz era buena, y separó la Luz de las Tinieblas". Con su quinto largometraje Pablo Larraín se confirma lúcido narrador socialmente comprometido y se revela finalmente como un gran cineasta, propositivo y auténtico a través de una cinta elegante, pero a la vez sucia, filosa, perturbadora y valiente que no sólo pone el dedo en la herida, sino que lo introduce y lo retuerce para que el dolor no permita que la impunidad y el olvido se adueñen de la memoria colectiva chilena. El Club no sólo es un título imprescindible como obra cinematográfica dentro de la producción latinoamericana, es una excepcional tesis sobre los claroscuros de la naturaleza humana de gran relevancia social; una cinta necesaria hoy más que nunca.


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a Historia está plagada de episodios oscuros que los gobiernos han pretendido ocultar, tergiversar, minimizar o incluso ignorar, como si con estas acciones los vergonzosos capítulos pudieran ser enmendados, olvidados o borrados, y la historia mágicamente se re escribiera para convertirse en una anécdota idílica donde todo es armonía, bienestar y progreso. Todos los países tienen sus capítulos vergonzosos, pero un caso muy peculiar son los de aquellos países que han vivido bajo un yugo militar. El cineasta bonaerense Pablo Trapero, quien se ha convertido en uno de los máximos exponentes del cine argentino y cuyas propuestas cinematográficas han mantenido estrechas ligaduras con las problemáticas sociales –baste recordar dos de sus cintas anteriores: Leoneras (2008) y Elefante Blanco (2012)–, toma como premisa para su octavo largometraje, El Clan (2015), la historia verídica de la Familia Puccio, cuyo patriarca Arquímides, un ex miembro de la policía secreta de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla –que a manera de descarado eufemismo fue denominada Proceso de Reorganización Nacional, y que fue derrocada al inicio de los años 80– que se dedica al secuestro de personas acomodadas, como empresarios, o inclusive a los compañeros de colegio de su hijo Alejandro, con el fin de perpetuar su holgado estilo de vida. Partiendo de esta macabra anécdota verídica que, irónicamente, era poco conocida en Argentina, Trapero –autor del guión junto a Julián Loyola y Este-

ban Student tras un extenso trabajo de investigación– elabora un sofisticado thriller en donde el crimen funciona como modus vivendi, y el miedo como herramienta de manipulación y sometimiento de la voluntad; la cinta presenta la tesis del acoso psicológico dentro del microcosmos del hogar por parte del patriarca Arquímides Puccio (un Guillermo Francella en un registro en el que nunca antes se le había visto), transformando con ello a la familia un ente simbiótico alienado en el que algunos miembros de la familia –principalmente las mujeres, y sobre todo, la madre– ya están absolutamente acostumbrados y han asimilado como algo perfectamente normal y, sobre todo, correcto, el "negocio familiar"; mientras que otros elementos de la familia –curiosamente los dos hijos varones: el menor Guillermo (Franco Masini) y el mayor Alejandro (Peter Lanzani), quien forma parte activa de la banda criminal del padre estrechando lazos con algunos chicos del colegio para obtener información personal sobre su estilo de vida y costumbres cotidianas, facilitando así el proceso de secuestro y la posterior solicitud de rescate– comienzan a cuestionarse si ese "estilo de vida" es el correcto. En este sentido, resulta interesante que la película de Trapero resulte emparentada con una cinta mexicana muy reciente, Las Elegidas (2015) de David Pablos, en la que el crimen también tiene su lugar como modus vivendi de la familia protagonista –el secuestro en la cinta argentina y la trata de blancas en la propuesta mexicana–. Sin embar-

go, pese a este punto en común, la propuesta argentina tiene un tratamiento formal completamente distinto. El Clan es una obra visualmente impecable; con un estilizado diseño de arte que concienzudamente fue recreado por Sebastián Orgambide, los encuadres y movimientos de cámara de Julián Apezteguia que capturan tanto la brutalidad del entorno criminal como las actividades cotidianas y rutinarias de la familia Puccio y el ingenioso juego auditivo con el uso de música pop de la época como fondo sonoro de las secuencias que registran las actividades delictivas como el secuestro, la tortura y el asesinato de sus víctimas –un deliberado recurso de contrapunteo imagen-sonido que recurrentemente utiliza el maestro Martin Scorsese–, el director trasforma todos los elementos en un retrato gratamente alejado de toda condescendencia y que incluso se toma las libertades de echar mano del humor negro. Tras su estreno en Argentina, la cinta pronto se colocó como la película más taquillera de su país, destronando a Relatos Salvajes (2014), de Damián Szifrón, que ostentaba ese lugar de honor hasta ese momento. En México, El Clan fue eclipsada por el estreno de Star Wars: Episodio VII: El Despertar de la Fuerza al ser estrenada durante el mismo fin de semana, pero su reciente lanzamiento en formato casero –así como su inclusión en varios catálogos de servicios streaming– es una perfecta oportunidad para rescatarla y admirar una de las películas latinoamericanas imprescindibles del 2015.



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a franquicia de los mutantes se expande con una nueva entrega bajo la batuta de Bryan Singer, director responsable de las dos primeras entregas que funcionaron como pilares no sólo para la saga de los Hijos del Átomo sino también para toda la industria del cine de superhéroes. Sin el éxito obtenido por X-Men (2000) y su secuela X2 (2003), este subgénero no estaría hoy en su mejor momento. XMen: Apocalypse llega como el eslabón final de una trilogía precuela que estableció los orígenes del grupo de mutantes cuatro décadas atrás comenzando con X-Men: First Class (2011) con la que Matthew Vaughn (KickAss; 2010) dio nueva vida a una franquicia ya agotada, y que luego fue retomada por Singer para la segunda cinta precuela, X-Men: Days of Future Past, trasladando con eficacia a la pantalla uno de los arcos narrativos de los cómics considerado de culto: Días del Futuro Pasado. X-Men: Apocalypse transcurre una década después de los sucesos de XMen: Days of Future Past cuando Magneto (Michael Fassbender) atacó la Casa Blanca, por lo que se convirtió en el hombre más buscado del mundo; ahora, el mutante sobreviviente a los campos de concetración nazis lleva una vida de exilio en una pequeña localidad de la Polonia profunda, trabajando en una fundidora y cuidando de su mujer e hija, aunque un accidente en el trabajo le obliga a utilizar sus poderes, quedando al descubierto su identidad. Por su parte, la intervención de Mystique (Jennifer Lawrence) en el atentado de Magneto con la que salvó la vida del Presidente y su gabinete, la ha convertido en una heroína para la causa mutante y la humanidad ha comenzado muy lentamente a asimilar la presencia de los mutantes, por lo menos dentro de una posición de corrección política; Mystique se dedica a buscar y liberar mutantes oprimidos, y así es como encuentra a Nightcrawler (Kodi Smit-McPhee), uno de los mutantes que se incorporan a la saga. Mientras tanto, Charles Xavier (James McAvoy) y Hank McCoy/Beast (Nicholas Hoult)

han acondicionado nuevamente la mansión como una escuela para jóvenes dotados con una gran cantidad de alumnos entre los que se encuentran Scott Summers/Cyclops (Tye Sheridan), hermano de Alex Summers/Havock (Lucas Till) que apenas está experimentando el origen de sus habilidades, y Jean Grey (Sophie Turner), quien posee un poder superior al resto de los mutantes con el que tiene miedo de lastimar a los que la rodean. Y así, mientras esto sucede en la vida de cada uno de nuestros héroes, resurge En Sabah Nur (Oscar Isaac), el primer mutante del mundo que ha despertado tras miles de años y que pretende continuar con su tarea que quedó inconclusa cuando fue traicionado varios milenios atrás en El Cairo: apoderarse del mundo para que los mutantes sean quienes gobiernen sobre los débiles humanos que han creado falsos ídolos; para esta empresa recluta a cuatro de los mutantes más poderosos y los convierte en sus emisarios del Apocalipsis: Magneto, Ororo Munroe/Storm (Alexandra Ship), Psylocke y Angel (Ben Hardy). Bajo esta premisa, Bryan Singer logra dar forma a una cinta eficaz en los terrenos de entretenimiento pero que se coloca como el trabajo menos afortunado dentro de esta trilogía precuela, algo que resulta irónico si tomamos en cuenta los comentarios que los adolescentes Jean Grey, Scott Sumers, Kurt Wagner y Jubilee hacen sobre la inferioridad de las tercer partes en las sagas cinematográficas cuando salen del cine tras el estreno de Star Wars: Return of the Jedi (1983). Y es que el principal problema se llama Simon Kinberg, el responsable del guion que lamentablemente luce muchos huecos en la trama y situaciones que suceden por el simple hecho de que 'tienen que suceder', son circunstancias que muchas veces no tienen explicación sólida y en ocasiones ni siquiera un poco de coherencia; la película -que también mantiene un ritmo bastante desigual a lo largo de sus muy extensos 144 minutos- prefiere exhibir secuencias de acción mientras deja de lado el desa-

rrollo dramático de los personajes, particularmente de algunas nuevas adiciones a la historia como las de Storm, Angel y Psylocke, de quienes apenas nos permiten observar algunos destellos sobre sus orígenes pero pasando por alto sus motivaciones para volverse tan fieles de una manera tan rápida a un mutante que acaban de conocer. Por su parte, los personajes de Jean Grey, Cyclops y Nightcrawler están adecuadamente planteados en su debut en pantalla como parte de esta serie de precuelas y a ellos se suma Peter Maximoff/Quicksilver quien regresa a la saga para revelarle a Magneto su vínculo secreto y, de paso, ayudar a los mutantes a detener a Apocalypse. Pero quizá la mejor manera de evaluar la cinta sea recurriendo a la sabiduría de Valentine (Samuel L. Jackson), el villano de Kingsman: The Secret Service (2014), quien en medio de una disertación junto con Harry Hart/Galahad (Colin Firth) sobre el cine de espías, nos suelta una sentencia contundente: "una película es tan buena como lo es su villano", y en este sentido tenemos que En Sabah Nur/Apocalypse, pese a ser correctamente interpretado por el talentoso guatemalteco Oscar Isaac, está completamente distanciado de su símil en las historietas y termina por ser un personaje desaprovechado que jamás muestra todo su poder devastador, incluso siendo derrotado en medio de una secuencia jocosa con Quicksilver y de una manera bastante trivial. X-Men: Apocalypse vale el boleto de entrada como producto de entretenimiento espectacular que posee grandes momentos de adrenalina y un reencuentro con los personajes entrañables de la franquicia -incluyendo ese esperado cameo de Wolverine (Hugh Jackman)-, pero no llega a ser la gran cinta de los X-Men que todos esperábamos; estamos ante blockbuster que funciona para mantener la vigencia de los odiados y temidos, incluir nuevos personajes y prepararnos para las siguientes entregas; nada más.



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ras ganar el Premio Horizontes en San Sebastián con su opera prima Gasolina (2008) y haberse consolidado como reconocido cineasta con Las Marimbas del Infierno (2010), el director Julio Hernández Cordón autodenominado como mesoamericano por su crianza en México, Guatemala y Costa Rica- presentó en Morelia Te Prometo Anarquía (2015), su más reciente largo de ficción que gira en torno a una joven pareja de amantes dedicada al negocio de tráfico de sangre que se enfrenta a un nuevo destino cuando una transacción a gran escala se les escapa de las manos. Miguel y Johnny son los protagonistas del relato, dos mejores amigos desde la infancia que se conocieron cuando la mamá del último entró a trabajar como sirvienta en la casa del primero. Con el tiempo se volvieron amantes, aunque su relación es sólo un secreto a voces ya que Johnny no quiere aceptar públicamente su amorío con Miguel y se empeña en mostrar una imagen heterosexual. Además de pasar el tiempo patinando, fumando mota y aspirado la mona con sus amigos, la pareja se dedica al tráfico de sangre, ven-

diendo la suya y consiguiendo también "donadores" para el demandante mercado negro. El último encargo que tienen de Gabriel, el camillero de un hospital con pretensiones histriónicas que sirve de 'conecte' entre Miguel y Johnny y los miembros del narcotráfico que utilizan la sangre para sus clínicas clandestinas, es de varias decenas de unidades de sangre, por lo que reúnen a cincuenta personas entre amigos del skate y conocidos del barrio para que donen y reciban un pago de mil pesos por unidad. Pero las cosas no salen como lo planearon, el juego da un giro inesperado y la pareja se ve obligada a huir: Johhny, junto con su madre, se refugian con unos familiares a las afueras de la Ciudad de México, mientras que la madre de Miguel decide que lo mejor es sacarlo del país. Hernández Cordón toma una anécdota sucedida a un familiar y con base en ella escribe el guión y desarrolla un contundente retrato generacional en el que juega con elementos de cine negro y ecos de tragedia griega que invariablemente alcanzan a sus protagonistas: dos jóvenes incapaces de escapar a su destino -encarnados con sorpren-

dente naturalidad por los debutantes Diego Calva (Miguel) y Eduardo Martinez (interpretando a Johnny)-. Gastadas patinetas, poéticas letras de rap, sexo juvenil pasional -aunque secreto-, homenajes a Buñuel y sus Olvidados y una profunda división de clases son los elementos principales con los que el director da forma a este relato de hipnóticos planos sobre un par de vampiros sociales posmodernos -estupendamente retratados de manera metafórica por los colmillos plásticos que uno de ellos lleva colgados al cuello- y su trágica historia de amor que recurre a las agresivas calles del Distrito Federal como escenario en el que, al igual que lo hace Jorge Hernández Aldana con Los Herederos, expone la hipocresía y doble moral de una clase acomodada que utiliza el poder que otorga el dinero para influenciar su escape y evadir responsabilidades. Un alegórico epílogo con desoladora melancolía cierra -a través de un final abierto- esta historia destinada a convertirse en una cinta referencial del cine mexicano.



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xcanul es un filme profundamente íntimo que retrata de una forma estremecedora la fuerza del amor filial en una familia de una comunidad Maya de Guatemala, especialmente la relación entre la madre y su hija. La película, hablada en lengua Maya, es un tren de emociones en el que cada minuto crees que ya es suficiente, pero la historia te envuelve en un sinfín de situaciones por demás inquietantes, que lamentablemente son actuales y comunes en varias culturas como los “matrimonios arreglados”, el descubrir sexual carente de información, y de forma social el abuso y marginación sobre la gente que tiene otra lengua y por ello no alcanza a entender la trascendencia de una firma o huella en un simple documento que puede tener el poder de cambiarles la vida. Ixcanul es una coproducción entre Guatemala y Francia que está basada en una historia real, por ello resulta tan

íntima. Jayro Bustamante, su director guatemalteco, nos relata las desventuras de María, una adolescente indígena que vive en una finca cafetalera en las faldas del volcán Ixcanul, de ahí el nombre del filme. María y su familia llevan una vida sin comodidades por lo que los padres arreglan un matrimonio que, a sus ideas, les beneficiará a todos. El futuro esposo es mayor que María pero no importa, ya que es el capataz de la hacienda y les asegurará su estancia y trabajo; por otro lado, a María no le faltará nada, hablando económicamente. Pero a María no le agrada el destino que le está trazando la vida y decide arriesgarse tomando un camino equivocado, uno del que su mamá será parte medular para enfrentar las penosas situaciones que tendrá que afrontar. La mamá nos adentra al sentimiento de protección de madre, de hacer y decidir cualquier cosa sin importar las 72 96

consecuencia siempre cuando sea por el bien de su hija, nos presentan unas escenas típicas profundamente íntimas de la comunidad, como son los baños donde madre e hija se comunican y deciden como solucionar los problemas. Además, en Ixcanul vemos el matriarcado y poder que tiene las mujeres no importando cultura y condición social, ella es la cabeza de la familia aunque aparentemente lo sea el papá y lo vemos claramente cuando el padre le reclama a la mamá y le pregunta que harán con la problemática de la hija, a lo que ella contesta: “le buscaré una solución, siempre lo hago” Podría contar muchos detalles de esta cinta, pues es un retrato de muchas familias, pero realmente recomiendo que si tienen la oportunidad no duden en verla, saldrán con muy buen sabor de boca. Ixcanul es conmovedoramente íntima con un lenguaje universal que es el amor que nace de padres a hijos.


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a desesperada búsqueda de una mujer por prolongar la vida de su marido enfermo de un avanzado cáncer es el motor que pone en marcha Un monstruo de mil cabezas (2015), el cuarto largometraje del director mexicano Rodrigo Plá (La Zona, 2007; Desierto Adentro, 2008 y La Demora, 2012), una adaptación de la novela homónima de Laura Santullo editada en 2013, quien traduce y adecua su propio texto al lenguaje audiovisual. Sonia es la protagonista de este descarnado retrato de la burocracia que considera una vida humana como un mero trámite legal, un número de expediente o una cifra bancaria. Su esposo está gravemente enfermo de cáncer, pero un nuevo tratamiento en etapa experimental podría brindarle una mejor calidad de vida al disminuirle el dolor de la enfermedad y las sesiones de quimioterapia. Sin embargo, el seguro médico privado que han estado pagando mensual y puntualmente desde años atrás no considera a su esposo como un viable candidato para un tratamiento tan costoso. Sonia, desesperada, intenta convencer a los directivos de la empresa de reconsiderar la

petición, pero al toparse con las cínicas políticas internas de la aseguradora, decide arriesgarlo todo para conseguirle el seguro a su marido. En su versión fílmica, y a diferencia de la novela original que transcurre a manera de monólogo en la voz de Sonia, Un monstruo de mil cabezas da voz (en off) a varios personajes para formar una suerte de rompecabezas narrativo en donde cada involucrado en el caso que exponen las imágenes dé su propio testimonio de lo ocurrido, presentando de esta manera un panorama mucho más completo de la historia y con distintos puntos de vista. No obstante esta decisión de tener varios puntos de vista, es el personaje de Sonia quien lleva prácticamente todo el peso de la película, y el encomiable trabajo de la actriz Jana Raluy se convierte en el pilar esencial de la propuesta al dotar al personaje de una gama de matices que le humanizan y permiten la empatía con la audiencia a pesar de sus acciones. La propuesta visual es otro de los elementos destacables, Plá recurre a la lente de Odei Zabaleta para crear las atmósferas claustrofóbicas que enmarcan esta

atípica tragedia familiar y que nacen a partir de una fría paleta de colores, el uso continuo de close up contrastados con repentinas aperturas de tomas, largas y angustiantes secuencias de tensión, y un ingenioso juego de cámaras que recurre frecuentemente a los reflejos y las tomas imposibles con movimientos casi imperceptibles. Un monstruo de mil cabezas, además de exponer la insensibilidad de la burocracia institucional que desampara a sus beneficiarios en los momentos de mayor necesidad -podríamos describirlo como un tratado sobre la corrupción en las organizaciones (una aseguradora privada en este caso)- y la indiferencia social ante la cotidiana tragedia ajena, es un sobresaliente trabajo que pone en evidencia la fragilidad de la moral humana en situaciones límite; además por supuesto de dejarnos ver nuevamente el dominio que Plá tiene sobre su oficio y comprobar que estamos frente a uno de los cineastas mexicanos más importantes de la actualidad que ha vuelto a entregar otro trabajo imprescindible.



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l cineasta iraní Jafar Panahi no tiene permitido hacer cine, escribir guiones, abandonar su país y ni siquiera dar entrevistas hasta el 2013. Así lo dictaminó el régimen islámico tras su detención en 2010 cuando fue acusado de realizar filmes en contra del gobierno y por protestar pacíficamente en contra de los resultados de las votaciones que arrojaron como presidente electo a Mahmoud Ahmadinejad. Sin embargo, sabemos que Panahi -tras haber sido liberado bajo fianza- ha hecho todo menos dejar de hacer cine, y con gran ingenio y el incondicional apoyo de amigos y familiares, ha logrado estrenar sus películas alrededor del mundo en los más grandes festivales. Legendaria es ya su hazaña que le permitió estrenar en Cannes su filme irónicamente titulado This is not a movie: fue almacenada en una USB escondida dentro de un pastel y así llegó hasta la costa francesa donde comenzaría su recorrido por el mundo. Luego, Panahi se las arregló para realizar junto con su compañero Kambozia Partovi otra película: Closed curtain (Pardé; 2013), un trabajo de ficción que fue presentado en el Festival de Cine de Berlín donde obtuvo el Oso de Plata como Mejor

Guión. Su nueva película, Taxi Teherán, también ha logrado ser estrenada en la Berlinale, llevándose incluso el Oso de Oro y el premio FIPRESCI otorgado por la prensa internacional-, y ahora finalmente la podemos ver en México gracias a la 60 Muestra Internacional de Cine de la Cineteca Nacional. Desafiando nuevamente al régimen y su veto cinematográfico, Panahi se hace pasar por taxista, y con sólo un par de cámaras colocadas en el tablero del vehículo, ofrece una lección de cine no sólo por la estupenda puesta en escena que juega inteligentemente a mezclar la realidad con la ficción con los limitados recursos narrativos y de producción, sino porque logra crear un retrato social que deja expuesto no sólo al absurdo régimen que gobierna Irán, sino que también se aventura a evidenciar la crisis moral y la hipocresía de la sociedad a través de una galería de personajes como una maestra, un cínico ladrón, una mujer inconsolable con su esposo inconsciente en las piernas que ha resultado herido en un accidente, un enano que vende películas pirata a domicilio, el cliente de este comerciante, un par de mujeres que tienen urgencia por llegar a una fuente antes del mediodía, así como la pequeña so-

brina del cineasta a la que debe recoger a la salida del colegio. En este claro homenaje a su colega y maestro Abbas Kiarostami -que utilizó este mismo recurso en su película Ten (2002)-, Panahi mantiene su característico humor ligero y vuelve a maquillar con tragicomedia la más mordaz de las críticas; de esta manera nos mueve hacia una profunda reflexión sobre el poder revolucionario del arte. El director de El Globo Blanco (Badkonake sefid; 1995), no duda ni un instante en manifestar -aunque con gran elegancia y sutileza- su indignación sobre el sistema regente; para Panahi, filmar es su acto más trasgresor, y así él sigue luchando de manera inteligente desde su limitada trinchera contra el régimen opresor que le prohíbe hacer películas. Taxi Teherán es su nuevo y poderoso acto de desacato -de los más revolucionarios dentro del cine moderno- con el que hace una invitación a no rendirse ante las posturas políticas radicales y opresoras como la censura; una invitación a la lucha desde el interior, tomando como herramientas las posibilidades que actualmente ofrece la tecnología.






A

velita es el nombre de una pequeña e inquieta polluela que quiere una rockola para amenizar el ambiente de la fonda de su abuelo, aunque éste prefiere la música en vivo y ha comenzado con las audiciones para encontrar a los músicos ideales para llevar la alegría al local. Avelita se sale con la suya al boicotear a todos aquellos músicos que querían quedarse con el puesto y que decepcionaron profundamente a su abuelo, por lo que finalmente se han decantado por la rockola. Sin embargo, la pequeña polluela ni se imaginaba las consecuencias que traería la llegada del nuevo aparato al lugar, por lo que ahora deberá usar su ingenio y la ayuda de los músicos a los que boicoteó para poner orden a las cosas. La dupla conformada por Irving Sevilla y Manuel Báez trasladan a la pantalla el guión de Violeta Salmón, una breve y atractiva historia que se ve apoyada por el estupendo diseño de arte, el fenomenal trabajo de animación y su propuesta sonora que con amables trazos, brillantes tonos y música regional y de antaño dan forma, color y vida a los paisajes naturales de la provincia mexicana, a los simpatiquísimos personajes que se desenvuelven en ellos y a las ocurrentes situaciones. 'Los Ases del Corral' cuenta con una trama que parte de una situación anecdótica pero que a pesar de sencillez y brevedad, logra transformarse en una encantadora historia.



E

l jovensísimo cineasta estadounidense Mickey Keating se ha convertido en uno de los talentos emergentes más prometedores del cine de horror indie estadounidense. Su breve filmografía –apenas cuatro largometrajes: Ritual (2013); POD (2015); Darling (2015) y Carnage Park (2016)– presenta trabajos completamente distintos entre sí tanto en fondo como en forma, pero todos ellos con la peculiaridad de haber sido levantados con bajísimos presupuestos y poseedores de una la desbordante creatividad con la que superaron esa carencia económica logrando una excelente calidad técnica, y sobre todo, un sobresaliente ingenio argumental. Filmada en digital y presentada en blanco y negro, Darling es el filme que colocó a Keating bajo los reflectores. Se trata de una historia sencilla: una chica de la que nunca conocemos su nombre –pero que es magistralmente encarnada por Lauren Ashley Carter en un trabajo que recuerda a otros grandes papeles que descienden hacia la locura como el de Baby Jane Hudson (Bette Davis) y Rosemary Woodhouse (Mia Farrow)– es contratada por Madame –Sean Young, sí, la mítica actriz de Blade Runner– para que cuide una decimonónica casona neoyorquina de macabra fama en la que la última chica contratada para la misma tarea terminó arrojándose por el balcón del último piso; lentamente la mansión –presentada de tal forma que comienza a ser la segunda protagonista del relato– comienza a jugar con ella aprovechándose de

su desequilibrado estado anímico y psicológico –carga con una serie de fuertes traumas y perdones no concedidos– comenzando a ejercer influencia sobre ella y dirigiéndola hacia una vorágine demencial de la cual ya no tendrá escapatoria. Keating presenta la cinta en clave mumblegore, lo cual es el resultado de la unión del mumblecore –género caracterizado por producciones de ínfimo presupuesto y actuaciones naturalistas de actores no profesionales con reconocidos exponentes como los hermanos Duplass, Lynn Shelton y, por supuesto, Andrew Bujalski– con algunos de los elementos de las variantes del cine de horror como la sanguinolencia del cine gore. La audacia del director hace que los géneros confluyan de una manera inesperadamente sorpresiva, y como parte de su discurso visual añade a este híbrido numerosas referencias estéticas del cine de los años '60, '70 y comienzos de los '80; de esta manera nos encontramos con homenajes a clásicos de culto de Roman Polanski –principalmente a sus primeros trabajos como El Cuchillo en el Agua, Repulsión e incluso El bebé de Rosemary y El Inquilino– y de Stanley Kubrick –por supuesto El Resplandor. Pero pese a todas las referencias recién señaladas, Keating sabe dejar su impronta en cada secuencia de la cinta, demostrando ser poseedor de un estilo auténtico y un talento para acuñar imágenes perturbadoras pero también con cierto aire poético. Estamos ante un ejercicio de estilo que recurre a

la osadía estética para reforzar la sencilla pero eficaz anécdota, por lo tanto, es necesario señalar el sobresaliente trabajo en conjunto con la estupenda fotografía de Mac Fisken –quien encuentra en la arquitectura de la casa los recovecos ideales para elevar la riqueza estética y sensorial de la historia–, el diseño sonoro con el score original de Giona Ostinelli y el riguroso y certero trabajo edición de Valerie Krulfeifer –pareja del director en la vida real–. La conjunción atinada de estos elementos dan como resultado que el tercer largometraje del director sea mucho más que un simple filme de horror psicológico, y que se transforme en toda una violenta experiencia sensorial profundamente perturbadora que anida por un largo tiempo en la psique del espectador tras su visionado; se trata de un trabajo osado, despojado de complejos y que jamás intenta ser complaciente con la audiencia, y por el contrario, la reta a soportar su aletargado y angustiante ritmo con el mínimo de diálogos y desembocando en un maniático sanguinolento clímax con el que incluso los fans del gore quedarán satisfechos. Darling es un casi desconocido filme experimental que poco a poco está reclamando su merecido lugar como clásico de culto del cine de horror contemporáneo junto a otras joyitas como The Babadook, Está detrás de ti, Dulces sueños, Mamá y La Bruja, y nos advierte no dejar de seguir la prometedora carrera de su artífice.



S

i de algo podemos estar seguros es que gracias al cine hemos sido testigos de una incontable cantidad de entrañables historias llenas de superación y motivación en donde cada uno de estos personajes se esfuerzan por un destino (oh futuro) mejor que en el que se encuentran. No es muy diferente a lo que nosotros intentamos hacer con nuestras vidas cada día. Dentro de nosotros siempre existirá el indomable deseo de mejorar lo que somos y utilizar las habilidades que poseemos para cumplir nuestros sueños. Desperdiciar el talento es peor que no tenerlo. Eso es precisamente lo que Rocky nos ha enseñado todos estos años. Ganadora al premio Oscar a mejor película en 1976, sorprendió a muchos e incluso actualmente una minoría aun duda en que la cinta escrita y protagonizada por Sylvester Stallone merecía tan preciado e importante galardón. Pero si de algo podemos estar seguros y nadie puede negar es que el filme en cuestión mantiene un corazón y sentimiento absoluto en cada fotograma de la cinta al conmovernos con la historia del boxeador que es y que no es. Alguien con talento nato que desperdicia sus habilidades en pobres exhibiciones mientras que en lo que respecta a su vida personal, Rocky Balboa es solo un perdedor de los muchos que rondan por las frías calles de Filadelfia. Pero de eso se trata precisamente el sueño americano, no importa quien seas, todos podemos triunfar en la tierra de las oportunidades (y del dinero). Estos elementos finamente mezclados dieron como resultado un enorme éxito sin precedentes al recaudar cerca de 225 millones de dólares en todo el mundo. Sin olvidar que a este éxito le siguieron seis secuelas (Rocky II, Rocky III, Rocky IV, Rocky V y Rocky

Balboa) más la reciente Creed: Corazón de Campeón, el primer ‘spin-off’ de la saga transcurriendo cuarenta años desde la historia de la primera película al mostrarnos una nueva faceta de Rocky: La de entrenador. Pero no solo debe entrenar a un joven novato, la inexperta nueva estrella es el hijo de su enemigo y posterior mejor amigo, Apollo Creed. La presente cinta gozo de notable éxito y le permitió a Stallone llegar a las grandes ligas nuevamente y llevarse a casa el Globo de Oro a mejor actor secundario y ser nominado a los premios Oscar bajo la misma categoría aunque solo gano la primera. Pero más allá de los premios, las nominaciones y el legado cinematográfico que dejo habría que dar un vistazo al pasado y reflexionar que fue lo que hizo posible esta cita y bajo qué términos se creó para convertirse en un clásico deportivo instantáneo. Las viejas leyendas de Hollywood hablan acerca de como un joven Stallone escribió el guion de Rocky en apenas tres días en un barato cuarto de hotel al haberse inspirado en la batalla sin precedentes entre Muhammad Ali y Chuck Wepner. La idea base de un joven boxeador que no tiene nada más que su suerte, nadie cree en él y que debe enfrentarse a todos y a el mismo para sobresalir de la pobre vida que le toco vivir tocaron íntimamente a Stallone para crear a su personaje, alguien que con todo esto en contra puede llegar hasta lo más alto. Bajo la oportunidad única de enfrentarse por el título mundial concedida por su rival Apollo Creed, Rocky deberá entrenarse solo y en el proceso hacerle creer a todos los que lo rodean de que puede y debe ganar el combate.


A lo largo de la cinta Rocky se hace de aliados importante que antes no creían en su talento, tal es el caso del viejo Mickey, una leyenda del boxeo e increíble entrenador quien cree que Rocky tiene todo para ser un boxeador de alto nivel si se dedicara por completo en cuerpo y en alma al boxeo y no solo esporádicamente para mantenerse en forma y así participar en enfrentamientos baratos para ganar dinero extra a su sueldo base como “mensajero”. Adrianna Pennino, personaje vital en la vida del Semental Italiano al ser el primer y único amor de Rocky quien gracias a ella logra encontrar la fuerza y disciplina faltante para consolidar su entrenamiento y futura carrera. Y por supuesto no podía faltar la motivación de todo buen héroe, siendo también su único amigo cercano con quien mantiene una relación amistosa/envidia. Paulie Pennino (hermano de su novia) aquella persona que lo motiva enérgicamente aprovechándose de la situación en todo momento. A todo esto se le debe sumar el peso neto sin pulir de su eterno rival y posterior amigo, Apollo Creed, quien con sus enfrentamientos previos, fama y confianza absoluta era un digno y poderoso rival para Rocky. Todos estos personajes pasarían a ser pilares fundamentales en las siguientes cintas de la saga al mantener un elenco sólido y unido como nunca antes se había visto. Al final todo eso se condenso en un guion que se tituló inicialmente como La Calle del Paraíso y que Sylvester Stallone presentó a los productores Irwin Winkler y Robert Chartoff. Al concluir la versión final del guión, esta tuvo un par de cambios notables, ya que el original escrito por Stallone era altamente triste con un toque más oscuro. El final que se quedó impregnado en la memoria colectiva de todos nosotros, siendo la imagen de Rocky congelada, mostrando vitalidad y alegría a pesar de que perdió el combate fue la modificación más notable que hubo debido a que en el original se mostraba a un Rocky decepcionado por el mundo interno del Boxeo para retirarse después de esa amarga experiencia y no regresar jamás. Estas modificaciones vinieron a otro par de cambios, siendo el principal el hecho de que ambos productores nos veían con buenos ojos que Sylvester

Stallone protagonizara la película. Pero al ser el guión en su totalidad de Stallone, éste se negó y amenazó con irse a otra productora si no le daban el papel principal. Los productores cedieron al no querer perder el potencial fílmico que podían dejar ir. Con el éxito que llegó después no sólo Stallone siguió protagonizando las demás cintas del héroe del boxeo sí no que también se hizo cargo de la dirección mostrando el talento que tenía Sylvester Stallone detrás de la lente. El resto, amigos míos, el resto es historia. Posteriormente logro quedar enlistada en varias de las listas más importantes del American Film Institute, organización que reúne los mejores 100 elementos del cine en cuestión de escenas, directores, actores música, géneros… El legado de Rocky quedó resguardado para siempre al quedar en la posición 4 de películas emotivas, en el lugar 80 de ‘frases históricas’ gracias a “¡Yo, Adrianna!”. Y para finalizar, en el puesto número 7 en la lista de ‘100 Héroes’, siendo Rocky Balboa un personaje memorable. Pocas películas pueden presumir el tener una saga tan larga y que aun en nuestros días puedan mantenerse vigentes en el gusto de las nuevas audiencias. Pero como si se tratara de una profecía el éxito estaba más que asegurado con las críticas y reconocimientos que se hizo acreedora cuando se estrenó por primera vez un 5 de mayo de 1977 en las salas de cine mexicanas. Y la conmoción que había generado en las audiencias no era poca, el prestigioso crítico de cine Roger Ebert del Chicago Sun-Times concedió a Rocky cuatro de cuatro estrellas, la máxima calificación que podía darle a una película mientras que Phil Villarreal del Arizona Daily Star elogió la interpretación de Stallone diciendo que "Stallone se adueña de la película con su aspecto adormilado, su pesimismo y su carácter indomable". Y sobre todo hay que ser honestos en lo que se refiere a una buena película, una película que a sus próximo cuarenta aniversario se encuentra vigente y sin un ápice de tiempo extra en ella. Un clásico que al igual que los viejos vinos, solo se hace más deleitable cada vez que se regresa a él. Un sueño de esfuerzo es con lo que

podemos quedarnos cada uno de nosotros al terminar de ver cualquiera de las cintas que corresponden a la saga Rocky pero sobre todo debemos reconocer que nos motiva y llena de pasión para realizar aquellas tareas que por x motivo solo postergamos sin cesar. Ya lo he dicho, el cine nos ha dado historias magnificas y cada uno de nosotros cuando estemos por romper u olvidar una meta importante habría que recordar la escena de entrenamiento de Rocky Balboa, quien con determinación y motivación corre por las frías calles siendo observado únicamente por el amanecer de un nuevo día mientras que como todo un campeón sube escalón por escalón la interminable fila para llegar y saltar en la cima del triunfo. Un lugar al que todos esperamos llegar, solo hace falta entrenar.




U

n mundo devastado por una guerra nuclear es el escenario postapocalíptico en el que se mueven los personajes de Z for Zachariah, la nueva película de Craig Zobel (Great World of Sound y Compliance) basada en la novela homónima de ciencia ficción de Robert C. O'Brien publicada en 1974. En la cinta, encontramos a Ann (Margott Robbie), acompañada únicamente de su perro, viviendo aislada del mundo en un precioso valle de los Estados Unidos en el que las consecuencias de la hecatombe no han hecho mella, pues al parecer, debido a los accidentes geológicos de la zona han impedido que la radiación entre en el lugar. Cierto día llega un científico llamado Loomis (Chiwetel Ejiofor) que estudia la zona y descubre que está libre de radiación; en el lugar conoce a Ann y juntos ponen en marcha la granja para hacerse de una mejor calidad de vida. Algunas semanas más tarde

también aparece Caleb (Chris Pine), un enigmático personaje que dice provenir del norte del país para dirigirse hacia el sur donde, según una transmisión radiofónica, existe una localidad que buscan socorrer a los supervivientes. Z for Zachariah forma parte de la reducida lista de películas apocalípticas que dejan de lado la aparatosidad de las catástrofes para centrarse, por el contrario, en el drama humano de los supervivientes que intentan vivir su cotidianidad lo mejor que pueden al borde del fin del mundo. De un ejemplo de este tipo fuimos testigos hace unos meses con Maggie, el drama zombie protagonizado por Arnold Schwarzenegger y Abigail Breslin. Y así tenemos que de la misma manera que la apocalíptica opera prima de Henry Hobson se enfocaba en el drama paterno-filial, el tercer largometraje de Craig Zobel opta por centrarse en el tenso triángulo sentimental que germi-

na entre Ann, Loomis y Caleb en el páramo libre de radiación; una particular relación en la que por supuesto tienen lugar los choques entre los celos y la necesidad de protección y compañía, por lo que los dilemas emocionales, éticos y morales se dan al por mayor día tras día en la cada vez más tensa convivencia. La preciosista fotografía de Tim Orr y el acertado score de Heather McIntosh, resultan los perfectos aliados de las convincentes actuaciones de sus tres protagonistas para confeccionar un relato apocalíptico intimista donde los silencios y las miradas dicen más que cualquier discurso verbalizado. En Z for Zachariah, Zobel nos lleva de la mano hacia un fin del mundo humanista; uno de esos pausados e íntimos Apocalipsis que pocas veces se pueden apreciar en este subgénero cinematográfico.



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