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on este diálogo extraído de la obra Doctor Fausto, del dramaturgo Christopher Marlowe, el maestro Arturo Ripstein nos introduce de lleno al infierno cotidiano de un México doloroso y sórdido: en un pequeño y decadente pueblo de la provincia mexicana llamado El Olivo –las locaciones son en realidad en Querétaro– sobreviven en un pequeño prostíbulo la Manuela (Roberto Cobo), un travesti entrado en años, y la Japonesita (Ana Martin), su joven hija prostituta y fruto de un desliz de la Manuela con la Japonesa (Lucha Villa), quien regenteaba el negocio antes de su muerte. Don Alejo (Fernando Soler) es un viejo cacique que es prácticamente dueño de todo el pueblo –y de sus habitantes–, y entre sus planes está comprar el prostíbulo y vender todo el territorio a un consorcio inmobiliario. Pero el regreso de Pancho (Gonzalo Vega), un joven camionero que en su momento fue protegido y ahijado de don Alejo y que ahora se ha convertido en su despreciado deudor, desata las tensiones sexuales de un triángulo amoroso con la Manuela y la Japonesita. He aquí el que –quizá– sea el primer acercamiento comprometido y serio a la homosexualidad en la historia del cine nacional. Basada en la novela del célebre escritor chileno José Donoso, la adaptación para la gran pantalla corrió a cargo del dramaturgo Manuel Puig, pero después se rehusó a que su nombre apareciera en los créditos del filme, un tanto temeroso por la forma en que Ripstein abordaría la homosexualidad en pantalla, fue así que Ripstein y José Emilio Pacheco se encargaron del nuevo tratamiento del guion de la entonces transgresora cinta que nos sumerge en un ambiente de violencia contenida y de relaciones de poder económico-sexual. En este retrato de la idiosincracia nacional, Ripstein utiliza a la figura de Pancho para explorar y exponer el machismo, ese miedo a la aceptación de las pulsiones homosexuales del que emerge la homofobia y la mi-
soginia; sin embargo, este personaje se nos muestra con una mayor complejidad más allá de su fuerte y genuino deseo por la Manuela mediante su historia pasada con don Alejo. Y es que Pancho también carga con un pasado de miseria y humillaciones por parte del cacique hacia él y hacia su padre –también ex empleado de don Alejo–; de esas experiencias podemos comprender que sus traumas infantiles, sus rencores personales, sus frustraciones económicas y su represión sexual exploten violentamente cuando las intenta diluir en alcohol. Como es habitual en el trabajo del maestro Ripstein, el melodrama deviene en sórdida tragedia; estamos ante un cine que se niega a dar concesiones, un cine que nace desde las visceras desafiando a las buenas conciencias y a su hipócrita doble moral, y también a todos aquellos que desprecian ver a su país mísero, grotesco y gobernado por la corrupción y la impunidad. El impecable desempeño histriónico de todo el reparto brilla aún más gracias a su puesta en escena sostenida en una serie de planos fijos que exaltan no sólo la cotidianidad, sino también la sordidez, pero que a diferencia de otras filmografías, ésta representa aquí su principal cualidad estética. El siempre magnífico Roberto Cobo deslumbra como nunca antes con su interpretación de la Manuela –obtuvo el premio Ariel como mejor actor– y se consagra con la secuencia del ya legendario vestido rojo –no podía ser de otro color, igual que el camión de Pancho– y del baile de seducción que detona la tragedia en el último acto. El Lugar sin Límites es una obra sublime que obtuvo el Ariel de Oro como mejor película del año, mientras que Arturo Ripstein recibió en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián el Premio Especial del Jurado, un merecidísimo reconocimiento para el creador de uno de los títulos imprescindibles de la historia del cine nacional.
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partir del breve relato homónimo escrito por el veracruzano Jorge López Páez, el cineasta Jaime Humberto Hermosillo dio forma a un legendario filme dentro del cine nacional. Y es que aunque las tensiones homoeróticas ya habían estado presentes en títulos previos de su filmografía –como El Cumpleaños del Perro (1974) y Las apariencias engañan (1978)– es en Doña Herlinda y su hijo donde se exhibe abiertamente la relación afectivo-sexual de una pareja de hombres en la machista y heteronormada sociedad tapatía de mediados de los años 80. La historia tiene como personajes centrales a Rodolfo y Ramón. El primero es un médico soltero que vive con su madre –la Doña Herlinda del título– y sostiene un romance secreto con el segundo, un joven estudiante de música en el Conservatorio. La madre de Rodolfo, aunque acepta silenciosamente el romance de su hijo con el guapo músico, comienza a presionarlo cada vez más para que siente cabeza con una mujer y le dé los nietos que siempre ha deseado; y ante la renuencia de su hijo, ella se empeña en comprometerlo con Olga, una chica feminista que trabaja en Amnistía Internacional. Ro-
dolfo acepta el compromiso pero ocultándoselo a Ramón, quien tras descubrir el secreto se hunde en una profunda depresión hasta que Doña Herlinda le propone una solución para que absolutamente todos puedan vivir juntos y felices. Y es que aunque parece que al final todos obtienen lo que quieren –Rodolfo y Ramón pueden continuar su relación viviendo juntos en casa de Doña Herlinda, quien finalmente puede presumir socialmente a su familia perfecta; mientras que Olga, quien en realidad está más enfocada en su futuro profesional, no puede negar las oportunidades que un “matrimonio bien” le puede brindar–, la realidad es que Doña Herlinda y su hijo es un estudio antropológico de una sociedad hermética ante los asuntos de diversidad sexual, donde todo aquello que se coloque fuera de la heteronorma se ve absolutamente marginado y sólo puede ser obtenido en secreto y manteniendo las apariencias para no molestar la mentalidad retrógrada imperante de la época que se ve reforzada por la ultraconservadora presión religiosa y que guía hacia la internalización de actitudes machistas y misóginas incluso dentro de la comunidad LGBT.
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on Mil Nubes de Paz cercan el Cielo, Amor, jamás acabarás de ser Amor, el cineasta mexicano Julián Hernández recibió en la edición de 2003 del Festival Internacional de Cine de Berlín -conocido también como la Berlinale-, el premio Teddy Bear, supremo galardón otorgado a la mejor película con temática gay que se entrega en el marco del renombrado festival europeo; dicho reconocimiento permitió que la película pudiera obtener un estreno comercial -aunque limitado- en nuestro país durante 2004. La ópera prima de Hernández se centra en Gerardo (Juan Carlos Ortuño), un joven homosexual de diecisiete años que se encuentra deambulando durante siete días por las calles de la Ciudad de México, mientras se tortura buscando respuestas ocultas entre las líneas de una carta escrita por Bruno, su amante con el que ha mantenido un efímera pero poderosa relación y del que se ha enamorado a tan sólo un par de días de haberlo conocido. Presentada en blanco y negro, la película escrita por el mismo Hernández se coloca ante el recorrido de Gerardo y ante los personajes que por el camino va
encontrando; amigos y amantes en los que quiere encontrar un poco de ternura para continuar viviendo y que busca también le puedan ayudar a descifrar los secretos que esconden las palabras en la carta de Bruno, aunque ninguna de las opiniones o consejos de otros logran abrirle los ojos a la verdad. Con una narrativa pausada y poco convencional en nuestro cine, Hernández explora la carestía de amor, ese necesidad de amar y ser amados, acompañando las secuencias bicromáticas con la música de, entre otros, José José y Sara Montiel. De esta última vale la pena subrayar la presencia del tema 'Nena' -recurrente en la trama de la cinta- pues es el tema principal de la película 'El Último Cuplé', de la que se muestran escenas en la película y que cobra importancia en la relación entre Gerardo y Bruno. Más allá de ser una pieza dentro del mal catalogado como 'cine gay', el filme de Hernández es una potente y visceral historia con una propuesta experimental mediante el uso de diversos elementos estético-narrativos con los que traduce las emociones de los personajes en evocadoras imágenes, fotografías de gran belleza que se alojan en la mente del es-
pectador por un largo tiempo tras haber experimentado su visionado. Este interesante debut es una obra que habla sobre el deseo y el amor repentinamente disipado, ese amor súbitamente desaparecido que todos hemos experimentado en algún punto de nuestras vidas, de esa eterna búsqueda del amor que bajo su máscara oculta su verdadera naturaleza: la imposibilidad de amar, un tema recurrente en la subsecuente breve -aunque contundente- filmografía de Hernández. Con Mil Nubes de Paz cercan el Cielo, Amor, jamás acabarás de ser Amor, el director mexicano volvió a poner el tema de la homosexualidad en nuestro cine nacional sobre la mesa a principios de este siglo, y con valentía y arrojo lo hizo otorgándole la dignidad que se merece este particular tipo de cine. El reconocimiento alcanzado le otorgó, en consecuencia, el poder de materialización de sus dos siguientes trabajos: El Cielo Dividido (2006) y Rabioso Sol, Rabioso Cielo (2009), éste último logró llevarse nuevamente el Teddy Award con una votación unánime del jurado frente a una competencia de 24 filmes que competían en la sección del festival en 2009.
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in un guión formal y sólo con un breve relato como guía, el director Gabriel Mariño se aventuró a la producción de su segundo largometraje: Ayer maravilla fui, un tratado existencialista con múltiples capas de lectura que van desde la soledad y el amor, hasta la exploración del cuerpo humano como prisión o barrera para el espíritu. La película, filmada en blanco y negro, nos presenta a un personaje solitario y perdido en la Ciudad de México, la gran urbe donde sobrelleva su existencia usurpando de manera incontrolable los cuerpos de gente común y corriente cada cierto tiempo. Esta entidad no sabe cuándo viene el siguiente cambio y su esencia se transporta inesperadamente entre organismos humanos, ya sean hombres, mujeres, viejos o jóvenes, llevando así su existencia dentro de cuerpos de desconocidos que eventualmente termina abandonando y casi sin energía vital. Pero la desesperanza de este personaje se ve trastocada cuando, luego de habitar el cuerpo de un anciano (encarnado Rubén Cristiany), despierta en el cuerpo de una mujer mucho más joven a la que bautiza como Ana (Sonia Franco)
y comienza una relación íntima con Luisa (Siouzana Melikian), una melancólica mujer que corta el cabello en la estética que frecuentaba cuando habitaba el cuerpo del anciano y buscaba sólo su compañía. Sin embargo, la entidad no sabe cuánto tiempo estará en el cuerpo de Ana y la angustia comienza a acosarla, intentando revelar a Luisa su extraordinaria condición. El cambio de cuerpo, sin embargo, llega mucho más pronto de lo deseado. El ente ahora es Pedro (Hoze Meléndez), un chico frustrado por la necesidad de estar cerca de Luisa, quien se encuentra demasiado preocupada por la repentina desaparición de Ana. Mariño utiliza con sutileza el realismo mágico para dar forma a su exploración del cuerpo humano y su relación/conexión tanto con el espacio como con otros cuerpos. Inspirado por la premisa de la novela The Body Snatchers, de Jack Finney –que cuenta con al menos cuatro versiones fílmicas–, y la estética del cine de Robert Bresson –sobre todo de Al azar Balthazar (Au hasard Balthazar; 1966), el director recurre a la soberbia lente de Iván Hernández, el director de fotografía que aprovecha la monocromía, la
iluminación con luz natural y el constante uso de close ups para aproximarse a los distintos cuerpos del personaje principal y lograr con ello una conexión emocional con el espectador con el apoyo del talentoso ensamble actoral que lo interpreta. Ayer maravilla fui es una pieza cinematográfica cuya premisa se desarrolla con un ritmo pausado y bajo una elegante colección de monocromáticas postales, planteando en el camino las cuestiones existenciales más básicas a las que el hombre se ha enfrentado: «¿Quién soy?» y «¿Qué es lo que me hace ser yo?». La película, nostálgica y evocadora, busca alejarse lo más posible de la trivialidad con la que se abordan los temas trascendentales dentro del cine comercial, tales como la soledad, el amor, la memoria y las relaciones que se sustentan en la apariencia física. La propuesta de Mariño es una historia sobre la (im)posibilidad del amor que cuestiona la naturaleza humana con relación al enamoramiento, pues su tesis plantea que el enamoramiento ocurre entre las esencias de las personas y no entre su apariencia física, su edad o su orientación sexual.
E
ugenia agoniza en una casona de la provincia mexicana donde vive junto a sus dos hijos: Helena y Sebastián. Algunas noches, Eugenia les cuenta sus logros sobre los escenarios frente a miles y miles de personas, cómo se moría de nervios y se le secaba la garganta. Helena, fuerte, decidida y obstinada vive una relación incestuosa no confesada con Sebastián, joven débil, ingenuo y sobreprotegido tanto por su hermana como por sus compañeros del colegio, especialmente por Ismael. La relación intrafamiliar es sospechada por Chayo, quien trabaja en la vieja casona realizando las compras, las labores del hogar y en ocasiones cuidando a la ex cantante en agonía. Así como Francisco Franco, el director del filme, tuvo que dejar ir lo que más quería (hacer teatro) para poder hacer lo que amaba (el cine), Helena y Sebastián tendrán que hacerle frente a la vida cuando la muerte de su madre y la llegada de Juan (un joven que viene del mar) les hará tomar decisiones vitales que definirán su vida. Sebastián tendrá su despertar artístico y sexual al conocer a Juan, el nuevo alumno del colegio que viene de Mazatlán y que únicamente soporta estudiar la preparatoria porque se lo ha prometido a su madre antes de que ésta muriera. Durante una de sus escapadas
de la escuela, los dos jóvenes serán perseguidos por el Padre Chacón por haber entrado sin permiso al convento, lugar donde Sebastián se dará cuenta de lo que siente hacia el arte y hacia Juan, el cual, sin proponérselo, enseñará a Sebastián una nueva forma de ver la vida, le enseñará a saltar a pesar de tener miedo, a no hacer siempre lo que le dicen, le enseñará el mar aunque estén rodeados de unos 'pinches cerros', como dice Juan. Helena, por su parte, tras el fallecimiento de su madre, sigue empeñada en quedarse en la casa, quiere seguir junto con Sebastián como si nada hubiera pasado, renta cuartos para sacar algo de dinero e intentar mantener las cosas como estaban, a pesar de que el alejamiento físico y emocional con Sebastián es cada vez mayor. La ópera prima de Franco está llena de hermosas imágenes de gran carga poética: las reuniones de Sebastián y Juan en el cerro, la escena donde Sebastián llena las paredes de hojas en donde ha pintado fragmentos de un paisaje del mar, las interpretaciones de Helena de los temas de su madre y la secuencia de Sebastián y Juan en el convento hacen, junto con un elenco que se desempeña fluidamente a través de toda la cinta, uno de los mejores filmes mexicanos de la primera década del siglo XXI.
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a nostalgia y el enamoramiento son las dos principales veredas que recorre Carmín Tropical, el nuevo trabajo del director Rigoberto Perezcano (Norteado, 2009), un filme que tiene como protagónico a Mabel, un personaje muxe que regresa a Juchitán, su pueblo natal en Oaxaca, al enterarse del violento asesinato de su mejor amiga Daniela -también muxe. El viaje que realiza con el propósito de encontrar al asesino de su amiga se convierte también en una íntima travesía llena de melancolía al reencontrarse con sus viejos amigos, los familiares de Daniela y el micro universo de cabarets y shows travestis que abandonó por amor varios años atrás para seguir sus sueños de convertirse en cantante. En Carmín Tropical, escrita por el mismo Perezcano con ayuda de Édgar San Juan, se apuesta por una historia de atmósferas y por una anécdota intimista que por momentos coquetea con el film noir -o más bien 'pink noir', en palabras del propio director- y el thriller con desbordadas pulsiones psicosexuales. Sin embargo, la investigación criminal para encontrar al asesino de su mejor amiga -y original leitmotiv de Mabel, interpretada extraordinariamente por el actor José Pescina- pasa a un segundo plano para darle una mayor importancia al reencuentro de su protagonista con su propia historia, con sus amores, sus amistades, la culpa y las traiciones, con esa nostalgia que se hace presente desde el momento en decide que regresar a su pueblo natal del que nunca se despidió y que ha estado esperando su regreso.
Y en esas secuencias en las que se juega un poco con el cine negro y el thriller, el secreto de la identidad del asesino serial de muxes resulta ineludible en la historia y se logra mantener la incógnita de manera sobresaliente durante buena parte de la película, y cuando la identidad de éste queda expuesta ya en el tercer acto de la cinta, también resulta extraordinario el desempeño del actor encargado de darle vida a un personaje tan complejo psicológicamente, pues se trata de un psicópata sexual que deambula entre el deseo y la repulsión a lo diferente, lo cual no es otra cosa que la atracción y rechazo hacia sí mismo y su naturaleza sexual no asumida. El caso pasional de Carmín Tropical es psicológicamente violento, sexual y sangriento, aunque hábilmente se rehúsa a caer en el morbo al que se podría entregar fácilmente en un relato de esta naturaleza, y por el contrario, le película termina por ser una mixtura eficaz de géneros en donde tampoco están ausentes las reflexiones sobre los roles de género y la doble moral sexual del mexicano, todo ello con una narrativa hipnótica y atmosferas con reminiscencias lynchianas -logradas en gran parte gracias a la ayuda de la poderosa, sugestiva y por momentos claustrofóbica fotografía de Alejandro Cantú- que culmina con una secuencia musical sublime, un desenlace que, aunque se torna previsible, no deja por ningún momento de ser arriesgado, desconcertante y poco complaciente, además de rebosado de una profunda y oscura psicología que tendrá alcances inimaginables.
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entro de la oferta fílmica para el cine de la comunidad LGBTTI –y anexas– es casi inexistente el retrato de la amistad entre un chico homosexual y otro heterosexual. Por lo general siempre vemos al chico gay protagonista acompañado de su mejor amiga –que en no pocas ocasiones sirve como novia ficticia para aparentar ser un chico heterosexual en un entorno homófobo como la preparatoria–, pero casi nunca vemos que el chico tenga un mejor amigo heterosexual; y es como si se quisiera perpetuar esa extraña idea de que no puede existir una verdadera amistad entre un hombre y una mujer –rol trasladado al personaje homosexual evidentemente por sus preferencias sexuales–, pues siempre habrá alguien que terminará enamorado del otro. La película del mexicano Chucho E. Quintero sobresale entre la cinematografía queer, entre otras cosas, por plasmar en pantalla de una forma fresca y honesta la relación fraternal de dos mejores amigos de orientaciones sexuales distintas: Alex (Pablo Mezz), el chico homosexual del relato, y Diego (Carlos Henrick Huber), su mejor amigo buga. Además, Velociraptor también sobresale por mostrar un personaje gay fuera del clóset; un chico que, como los personajes del también cineasta Julián Hernández, está total y absolutamente asumido como homosexual, viviendo sin complejos su sexualidad, sin importar el qué dirá la sociedad o la familia. Pero Quintero no solamente rompe con los paradigmas sexuales del cine queer, también se lanza a luchar contracorriente con el cine mexicano de ciencia ficción, pues su historia tiene lugar en una desértica Ciudad de México durante el último día de la Tierra. Y es que, alejándose de la típica estridencia del cine apocalíptico, las propuestas rebuscadas del cine sci-fi mexicano como El Incidente, y acercándose más al cine intimista como Perfect Sense de David Mackenzie, Melancholia de Lars von Trier o la pretenciosa y fallida 4:44: Last Day on
Earth de Abel Ferrara, el inminente Apocalipsis en Velociraptor no es más que una excusa para colocar en una situación límite a estos dos mejores amigos que se atreven a hacer cosas que ni siquiera se habían planteado, o por lo menos no habían verbalizado aunque sí habían cruzado por sus mentes tiempo atrás. Quintero opta por seguir una línea estética minimalista del fin del mundo, tomando la limitación presupuestaria para la producción de la cinta no como un obstáculo sino como una oportunidad de hacer un cine diferente, una propuesta alejada de convencionalismos temáticos, con gran originalidad, y sobre todo, con autenticidad. Velociraptor apuesta a las emociones humanas por sobre el paranoico espectáculo del desastre asociado con el fin de nuestros días; su director sabe que es más valiosa una buena historia que una producción costosa, por lo que aquí tenemos al Apocalipsis como una atmósfera que abraza la convivencia cotidiana de los protagonistas, como las charlas en el pesero vacío con la ominosa voz del locutor de la radio hablando sobre la llegada de el final de los tiempos, sus paseos a solas por el parque con sonidos de explosiones, disparos y ambulancias lejanas, las anécdotas de los encuentros sexuales fallidos de Alex o las de las conquistas de chicas de Diego –incluyendo su primera vez–, las confesiones mutuas que refuerzan aún más la amistad en los momentos del inminente final, como por ejemplo esa extraña petición de Alex a Diego para perder su virginidad, o la suerte de flirteo de Diego con el chico sordomudo (Roberto De Loera) de la tienda de cómics donde compran la historieta que da nombre a la cinta, y quien en cierto momento representó para él una suerte de sustituto afectivo de su mejor amigo entonces hospitalizado. Velociraptor es la historia de autodescubrimiento de dos mejores amigos a las puertas del Fin del Mundo.
L
a directora francesa Céline Sciama se traslada a los dramas de época para continuar con sus estudios sobre la feminidad, base principal sobre la que se sostienen sus primeros tres largometrajes: Naissance des pieuvres (2007); Tomboy (2011) y Bande de filles (2014). En Portrait de la Jeune Fille en feu, nos transporta a finales del siglo XVIII para acompañar a Marianne (Noémie Merlant), una talentosa pintora que es contratada por una Condesa (Valeria Golino) para viajar a una pequeña isla de la bretaña francesa con el fin de elaborar el retrato de bodas de su hija Héloïse (Adèle Haenel), una joven a la que han traído de regreso del convento en el que se encontraba para que cumpla con el destino de su hermana recién fallecida: unirse en un matrimonio por conveniencia con su prometido italiano. Habiéndose Héloïse negado a posar para todos los artistas que ha contratado su madre para pintar el retrato, Marianne no revela su verdadera tarea y debe cazar furtivamente las expresiones de la enigmática prometida para descifrarla como si de un acertijo se tratase y plasmar de memoria en el lienzo los trazos y colores con los que capturará perpetuamente su esencia; sin embargo, la convivencia entre ambas va auspiciando una cercanía cada vez más íntima hasta que deviene en un intenso romance. Aunque con no pocas semejanzas con Call me by your name (2017) –su
inicio anecdótico que da pie a una tormenta emocional, el escenario campestre, el/la visitante que llega a una gran casa contratado/a por el padre/la madre, el intenso pero fugaz romance sumergido en el mundo del arte, el miedo que termina por provocar la pérdida de tiempo valioso y retrasa la confesión de sentimientos que a su vez demora el inicio de la relación, el inevitable desenlace y por supuesto la temida incertidumbre ante el futuro–, Sciamma supera el trabajo de Guadagnino al explorar más en el crecimiento personal de las protagonistas ante este breve pero incandescente romance y además funciona como retrato histórico-social. Con el trágico mito de Orfeo y Eurídice –narrado en la pantalla por Marienne a Héloïse– funcionando como alegoría de este amor, Sciamma ofrece un sensual retrato de lo femenino principalmente a través de las pareja protagónica, aunque ocasionalmente también lo hace mediante la sirvienta Sophie (Luàna Bajrami) y la Condesa. Necesario es aquí subrayar la impecable labor histriónica de la dupla Merlant-Haenel, pues tanto juntas como en solitario ofrecen interpretaciones inmejorables y que llegan a un clímax en su última escena juntas y en la fenomenal secuencia final con una hipnotizante Haenel en uno de los mejores planos de la década. Entretejiendo una serie de anécdotas, la directora captura no solo la esencia de la feminidad sino de toda
una sociedad y una época en la que dominaba la culpa y la represión por sobre la razón. La búsqueda de libertad –o por lo menos pequeños trozos de ella– en el dominio patriarcal de la Francia de 1770, es capturada en este sublime y sensual ejercicio de estilo presentado como un extenso flashback –Marienne, como profesora de pintura, rememora su romance con Héloïse cuando una de sus alumnas saca del almacén del taller el cuadro que bautiza al filme. La directora francesa demuestra un dominio formal sofisticado, especialmente cuando se apoya en la fotografía de Claire Mathon cuyas postales sacan el mayor provecho del extraordinario diseño de arte y evocan a otros clásicos de época como La Edad de la inocencia (1993) y particularmente Barry Lyndon (1975) por el uso exclusivo de velas como iluminación en ambientes cerrados, y gracias a su notable conocimiento del lenguaje cinematográfico consigue evadir los clichés y plagar al filme de símbolos de ese imbatible fuego interno que se aviva con las ansias de emancipación del subyugante mundo masculino. Retrato de una Mujer en llamas es un nostálgico relato de (auto) descubrimiento y amor lésbico de incandescente belleza estética y magistral contención emocional con el que su directora refrenda su compromiso personal con la representación y visibilización de la mirada femenina en el cine internacional.
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n la cima de alguna montaña lejana de América Latina, ocho adolescentes armados vigilan a una rehén estadounidense recién secuestrada y cuidan a una vaca a la que llaman Shakira. Así de sencilla es la premisa a partir de la cual el cineasta Alejandro Landes evoca a la violenta guerra civil colombiana para crear una alegoría bélica y de alienación juvenil universal haciendo de la vaguedad su principal virtud, mezclando además el género de aventuras con el terror y con referencias directas a “El Señor de las Moscas” de William Golding. La ingenuidad e inexperiencia de Lobo, Pitufo, Perro, Patagrande, Bum Bum, Rambo, Leidi y Sueca sólo puede ser equiparable a la incertidumbre que provoca en la audiencia por su enigmática premisa que, aunada su audaz propuesta formal que echa mano de diversos recursos narrativos y visuales –impresionante el hipnótico resultado conseguido gracias al maridaje de la fotografía de Jasper Wolf con el score compuesto por Mica Levi– para retratar el horror de la guerra, hacen de “Monos” un osado ejercicio de naturaleza estimulante. La cinta, que contó con una coproducción multinacional con aportes de nueve países, fue galardonada con el Premio Especial del Jurado de la sección World Cinema en el pasado Festival Internacional de Cine de Sundance 2019 y es la representante de Colombia en la búsqueda de una nominación a los premios Oscar como Mejor Película de Habla No Inglesa.
A
mbientada a mediados de los años 90 en la Ciudad de México, la más reciente película del director Julián Hernández narra la vida de cinco mujeres unidas por la de Aída Cisneros, una reconocida artista plástica interpretada por Diana Lein con ecos de la artista visual cubano-estadounidense Ana Mendieta, que luego de una tragedia que poco a poco se va definiendo en la cinta, finge su propia muerte y ahora se dedica a buscar justicia para mujeres que han sido violentadas sexualmente. La intrépida justiciera urbana busca, seduce, narcotiza y tatúa marcas a los criminales como un recordatorio del horror para que nunca olviden sus infames actos. Y aunque podría parecerlo por su premisa, la película no posee un discurso de odio contra los hombres, ni tampoco es una apología al ‘ojo por ojo’. La historia de Rencor Tatuado no es una historia de venganza, sino de solidaridad entre mujeres que se tienen que ayudar para poder sobrevivir; pero también es de alianzas con los hombres, y es aquí donde entra el personaje de Vicente, un periodista cultural encarnado por Irving Peña, que se obsesiona con la mujer a la que la prensa llama La Vengadora’, pues una fotografía filtrada en los periódicos tiene similitudes con la obra de su admirada Aída Cisneros, por lo que su investigación lo llevará a descubrir la verdad detrás de la vida anónima de la justiciera. La película parte de un caso verídico: en la década de los 90, el entonces procurador Javier Coello Trejo estuvo vinculado a una banda de violadores, y en ese contexto el director introduce a su heroína, una ‘femme fatale’ en la que podemos encontrar rastros de Lisbeth Salander de la saga Millenium, de Thana en Ángel de la Venganza, y de Iron Pussy en Las Aventuras de Iron Pussy de Apichatpong Weerasethakul y Michael Shaowanasai; pero sobre todo podemos reconocer en ella grandes influencias de los emblemáticos personajes protagónicos de filmes nacionales como La Alacrana, protagonizada por Maribel Guardia, así como
Lola la Trailera y La Guerrera Vengadora, ambas cintas protagonizadas Rosa Gloria Chagoyán. ‘La Vengadora’ de Rencor Tatuado sigue los códigos de los personajes clásicos del Film Noir: se trata una antiheroína que, a falta de acción eficiente por parte de las instituciones corruptas en una sociedad decadente, busca ejercer justicia por mano propia y bajo métodos moralmente cuestionables. Rencor Tatuado representa un distanciamiento tanto en forma como en fondo al cine acostumbrado por Julián Hernández; y es que aunque hay constantes que se mantienen como su discurso audiovisual sostenido por la siempre sobresaliente creación de atmósferas, la película se distingue entre su filmografía por ser la primera en contar con un mayor número de personajes, varias historias que se entrelazan y una gran cantidad de diálogos que conducen al público a lo largo del filme. La fotografía en formato 4:3 de Alex Cantú, recurrente director de fotografía en la obra de Hernández, propone aquí algunos juegos de sombras que nos remiten a la sordidez plasmada en sus trabajos con Arturo Ripstein, mientras que el constante movimiento de la cámara y su recurrente inclinación dan potencia y dinamismo vertiginoso al relato anclado a los códigos del cine noir y que echa mano de la estética teatral expresionista para crear el mundo que habita Aída, sonorizado por el score compuesto por Ángel Sánchez Borges y Arturo Villela, quienes apoyan al filme en la construcción de su atmósfera. Acompañado además por un reparto que incluye nombres como Giovanna Zacarías, Itatí Cantoral, Monica del Carmen, César Romero Medrano, Rocío Verdejo y César Ramos, el cineasta consigue un sofisticado ejercicio con el que incursiona en el 'cine de género' con una apuesta pertinente y relevante en donde la expresión artística y la solidaridad masculina son los elementos clave en esta lucha contra la violencia y la corrupción que tienen sometido al país.
E
n qué momento nuestra vida dejó de ser nuestra? ¿Cuándo la televisión se hizo 'un miembro más de la familia'? ¿En realidad tenemos la privacidad que creemos tener? Además de estas incógnitas, viene a mi mente un documental que vi, en éste se afirmaba acerca de la existencia del famoso 'Big Brother', ese ojo que espiaba a todos y a todas horas, ¿será cierto? Todo va bien en la vida del 'feliz' Truman, tiene un trabajo, una casa, una esposa adorable y lo mejor: 'tiene una vida rutinaria muy tranquila'. Eso es lo que él ve y millones de espectadores alrededor del mundo, exacto, la vida de Truman no es lo que parece, resulta ser un show televisivo que es transmitido ininterrumpidamente las 24 horas. Pero dentro de su rutina, Truman conoce a alguien que le abrirá los ojos y descubriendo que su vida y mundo no es más que pura ficción. Prácticamente estábamos a finales del siglo XX cuando este film se estrenó, hablo de una época totalmente diferente y en la que los medios de comunicación daban pasos agigantados con la evolución de la tecnología, y con estos cambios, llegaron los pros y contras; pasaron de ser un accesorio más a ser parte indispensable de nuestras vidas. Y la televisión no fue la excepción, y rápidamente se las ingenió para atraer la atención de los televidentes y que mejor forma que los 'reality shows', tema central de esta película. Lo soberbio y crudo con lo que se maneja esta historia sin duda es lo mejor; la película se centra en un género difícil de definir pero que hace referencia a 'Network' de Lumet, y se rescata la pregunta ¿qué hace una televisora para tener 'rating'? Una historia que trasciende y es única en su estilo; Jim Carrey y Ed Harris como víctima y victimario de un plan que parece inocente, pero que detrás de esa nube, se esconden sentimientos inimaginables e incomprensibles, ambos dan las mejores interpretaciones de sus vidas. Música y diseño de producción excelentes, muy buen montaje y sin duda, un clásico instantáneo, con muchos temas para reflexionar, incluyendo el jugar con la vida de una persona. En caso de que no los vea 'Buenos Días, Buenas Tardes y Buenas Noches'.
asi ocho décadas después de su primera aparición en las viñetas, la superheroína de DC Comics creada por el psicólogo William Moulton Marston –quien también desarrolló el precursor del polígrafo– hace su primera aparición fílmica en solitario con un soporte femenino tanto delante como detrás de las cámaras. La modelo y actriz de ascendencia israelí Gal Gadot es quien carga sobre sus hombros con todo el peso protagónico como Diana, la Princesa Amazona de Themyscira –una paradisíaca isla que Zeus ocultó de la vista de los hombres y, en particular, de Ares, el Dios de la Guerra– que es acompañada durante el primer tercio de la cinta por Connie Neilsen como su madre la Reina Hippolyta y Robin Wright como su tía Antiope, la general del ejército de la isla a la que llega accidentalmente Steve Trevor (Chris Pine), un espía que se ha infiltrado en las filas del ejército alemán con el fin de detener la amenaza de la Primera Guerra Mundial. Con un guión firmado por Allan Heinberg –partiendo de una historia co escrita con Zack Snyder y Jason Fuchs– la película se ciñe al ya conocido viaje del héroe cuando Diana decide traspasar los místicos confines de Themyscira para ayudar a detener la gran guerra que, aparentemente, está siendo causada por el mismo Ares. Con esta sencilla premisa Patty Jenkins muestra su oficio cinematográfico y sorprende con su convicción al sacar adelante con una gran autenticidad, frescura y fidelidad al espíritu del cómic original un producto cinematográfico comercial prediseñado por Warner Bros. para que embone con las otras piezas de su universo superheroico. Wonder Woman juega con la fórmula del cine de superhéroes, y sin descubrir el hilo negro nos presenta la historia de los orígenes de esta Princesa Amazona que eficazmente cumple con su misión como producto de entretenimiento ligero, pero que se da el lujo de presentar un debate –por supuesto todo ello con la profundidad que caracteriza a un
C
blockbuster– sobre la naturaleza humana, su libre albedrío y la ambivalencia de luz/oscuridad que reside en el corazón de cada ser humano. La película, además, funciona como un sólido pilar y episodio de expansión del Universo Cinematográfico de DC, y aunque no está exenta de inconsistencias se adapta perfectamente a los moldes tanto del género de superhéroes como del estilo visual que ha creado Zack Snyder con Man of Steel (2013) y Batman v Superman (2016), pero lo hace de una manera equilibrada entre aventuras bélicas con secuencias de acción estimulantes y con una solemnidad heroica que es combinada a la perfección con un humor elegante que toma como principal materia prima la contraposición de mundos de la pareja protagonista –quienes por cierto generan una gran química en pantalla– y utiliza la profunda descontextualización e ingenuidad de Diana en el violento entorno de la Primera Guerra Mundial para exponer con ello lo absurdo de las guerras. La propuesta fílmica de Jenkins inteligentemente aprovecha el heroísmo innato y la preocupación genuina por la humanidad de su protagonista y plasma en pantalla de manera certera la manera en la que el sufrimiento del hombre causado por el hombre mismo la golpea emocionalmente y la hiere más que cualquier arma o deidad maligna a la que se enfrente. En este sentido, cabe señalar que el espíritu del Superman de Christopher Reeve se percibe en varias escenas y no sólo en el claro homenaje que supone la escena de los disparos en el callejón donde Diana salva a Steve Trevor. Cargada con un discurso pacifista y humanista y echando mano de un muy necesario mensaje feminista que cuestiona –aunque muy ligeramente– el imperio de la cultura falocéntrica y le hace responsable del fatídico destino al que se ha sentenciado a la humanidad por la ambición y el odio, la película se corona como la mejor película del aún incipiente Universo Cinematográfico de DC.
E
l responsable de la ya legendaria 'trilogía del Cornetto' -Shaun of the dead (2004); Hott fuzz (2007) y The world's end (2013)- está de regreso con una película de acción como ninguna otra. Baby Driver se gestó en la mente de Edgar Wright hace más de dos décadas, y aunque algunos destellos de su premisa se filtraron en sus trabajos previos tanto en la gran pantalla como en la realización de videoclips -Blue Song de Mint Royale sigue a un conductor de escape mientras sus compañeros roban un banco-, es hasta el día de hoy que su idea completa se materializa en cines. Cuando recién había llegado a sus veintes, Wright se obsesionó con Bellbottoms, de The Jon Spencer Blues Explosion, y siempre pensó que el track sería el ideal para un atraco y una persecución; y es precisamente con esta secuencia de robo y escape alguna vez idealizada con la musicalización de la pista incluida en el álbum Oranges que el director arranca su nueva producción. Se trata de una secuencia de poco menos de seis minutos que, además de ser un efectivo enganche para el público que quedará al borde del asiento, es a la vez una carta de amor al cine y una declaración de intenciones cinematográficas: Wright está comprometido a entregar una de las mejores y más originales cintas de acción del nuevo milenio. Un reto que queda más que superado. Baby (Ansel Elgort) es un jovencísimo conductor que utiliza sus habilidades al volante para ayudar a escapar grupos de ladrones bancarios convocados por un enigmático hombre que se hace llamar Doc (el siempre genial Ke-
vin Spacey). Pero descuiden, no estamos ante una copia descarada de Drive (2011), de Nicolas Windinf Refn; la propuesta del director de Scott Pilgrim vs The World (2010) recorre derroteros completamente distintos, aunque también hay una chica -Debora (Lily James)- que cambia la perspectiva del protagonista que reconsidera el rumbo de su vida tras conocerla. Baby Driver es un homenaje al cine, pero particularmente a una de las cintas favoritas de Edgar Wright: The Driver (1978), de Walter Hill, un thriller criminal protagonizado por la entonces superestrella Ryan O'Neal que ya comenzaba su ocaso en Hollywood. Lo que vuelve diferente a esta cinta es la manera en la que está relatada: casi cada secuencia de la película esta dictaminada por el ritmo de alguna de las canciones que el protagonista reproduce de manera compulsiva para intentar ahogar el zumbido provocado por el tinnitus que padece desde el accidente automovilístico en el que perdió a sus padres. Con una amplia colección de iPods -robados, evidentemente- que corresponden a cada uno de sus estados de ánimo, Baby transita esta existencia entre el cuidado de su inválido y sordomudo padrastro Joseph (CJ Jones) y los atracos que sirven para pagar, un robo a la vez, una cuantiosa deuda económica con Doc. La sensacionalmente ecléctica selección musical curada por Wright funciona en la narrativa no sólo como acompañamiento perfecto para las escenas de acción -ojo al altercado en el que los disparos corresponden a las percusiones del cover de Tequila que hace The Button Down Brass-, sino como pistas que
nos guían en el descubrimiento del pasado tráfico del protagonista y las razones de su personalidad ensimismada. En una de las secuencias con las que arranca el tercer acto, un par de incautos llaman 'Bonnie y Clyde' a Baby y Debora antes de ser despojados de su auto a punta de pistola; pero las referencias a esta pareja legendaria de la vida real no sólo se centran en la relación que establece la camera con el criminal, sino también en la imagen del protagonista con sus lentes de sol descompuestos luego de un altercado con Bats (Jamie Foxx), tal como los de Warrean Beatty en la película de Arthur Penn que traslada a la pantalla la vida de estos famosos fugitivos de la ley. Pero además de este clásico gansteril, Wright recurre a la acción de la vieja escuela con vastas influencias como The Getaway (1972) del mítico Sam Peckinpah; la apocalíptica Mad Max (197) de George Miller; esa imprescindible cinta criminal llamada Point Break (1991) de la sensacional Kathryn Bigelow; e incluso de Run Lola Run (1998) de Tom Tykwer, que también es una de las películas favoritas del cineasta que recurre a un lenguaje cinematográfico extraído directamente de los duelos del cine de vaqueros y lo combina con una violencia estilizada pero sin retoques digitales que la banalicen. Y es que, en realidad, Baby Driver es un relato amoroso y expiatorio que viene envuelto en un frenético juego de persecuciones y balaceras; estamos ante una representante del mejor cine de acción y romance del siglo XXI. Imprescindible.
E
l renombrado autor de novelas de misterio Harlan Thrombey (encarnado por Christopher Plummer) es hallado sin vida en su habitación la mañana siguiente de haber celebrado por la noche su cumpleaños 85 rodeado de su numerosa –y codiciosa– familia. Todos en la casa parecen haber tenido un motivo para querer que el patriarca muriera; todos excepto Marta Cabrera (interpretada por Ana de Armas), su enfermera personal de origen uruguayo. Pero aunque todo parece indicar que se trata de un suicidio y la familia no quiere hablar más del asunto, a la escena del crimen llega el célebre detective privado Benoir Blanc (un Daniel Craig dejando un poco de lado a su brutal Bond), contratado anónimamente para resolver el misterio. Con este argumento, el director Rian Johnson se revela como conocedor del género detectivesco y sus reglas, lo cual le permite jugar con ellas y subvertirlas. Recuerden el momento en que Alfred Hitchcock rompió las reglas y cambió la historia del cine en su más reconocida cinta, Psicosis (1960), al decidir matar a su protagonista –la maravillosa Janeth Leigh– en una de las más legendarias secuencias del celuloide cuando la película apenas rebasaba la mitad del metraje. Ahora, en una audaz decisión similar, Rian Johnson nos revela quién es el asesino del escritor cuando apenas entramos al segundo acto del filme; sin embargo, existe un misterio aún mayor, y es el que debemos descubrir. El director de Looper nos ofrece un ejercicio lúdico mediante un guion que se nota pulidísimo y que deconstruye al mejor cine de misterio clásico bajo el
aura de Agatha Christie –sólo hace falta notar los sobresalientes y detallados diseños de arte y vestuario. Apoyándose en un cast inmejorable conformado por grandes estrellas hollywoodenses que están en todo momento al servicio de una historia narrada con astucia y precisión, llena de sorpresas y salpicada de un humor desfachatado, Knives Out resulta un homenaje refrescante al género de detectives de antaño que brindaba entretenimiento a la audiencia con un rebuscado misterio a resolver. El espíritu satírico del filme está muy alejado del cine criminal que actualmente se produce y que no repara en los límites de lo macabro, lo escabroso o lo sórdido. Aquí lo interesante no está en el crimen en sí, sino en el misterio que engancha al espectador y los inesperados giros en la trama que lo mantienen, junto con los personajes, especulando teorías mientras se van discriminando pistas falsas y desenmascarando verdades a medias. Sin embargo, la mayor virtud de Knives Out –más allá de sus aciertos del trabajado guion con el que se permite deslizar un discurso crítico vigente sobre la discriminación y el miedo a los migrantes, así como una narrativa que hace un uso más que competente de los recursos cinematográficos– es que logra una gran empatía y conexión por parte del público, pues no sólo consigue hacerse de su inmediato interés desde el minuto uno del metraje, sino que el espectador se transforma de un agente meramente testimonial a ser un elemento activo de una investigación criminal realmente emocionante y divertida. Pocos títulos hollywoodenses hoy en día pueden presumir tal logro.
L
a comedia romántica parece ser el género favorito de la “industria” fílmica mexicana para las audiencias. Pero pese a su éxito taquillero, estas cintas nos han dado muchas más penas que glorias con una calidad formal que a duras penas llega a la mediocridad, plagadas de argumentos absurdos –muchos de ellos fusilados del cine extranjero que poco o nada tiene que ver con la idiosincrasia del mexicano– y que echan mano de un humor que perpetúa estereotipos y las burlas hacia las diferencias de clases, de géneros o preferencias sexuales. Cindy la Regia, por el contrario, destaca por su inteligencia y valentía al nadar contracorriente. Inspirada en el personaje de las tiras cómicas creado por el sonorense Ricardo Cucamonga, la película se centra en una regiomontana 'chica bien' a la que, a sus apenas 24 años, ya comienza a perseguirle la fama de 'quedada' pese a ser una reconocida
‘influencer' local que da consejos amorosos a través de su blog. Después de una sorpresiva propuesta matrimonial en su multitudinaria fiesta de cumpleaños en su natal San Pedro Garza García, en Nuevo León, Cindy emprende la huida hacia la Ciudad de México buscando refugio en el departamento de su prima Angie (Regina Blandón) que, según ella, es una feminista que odia a los hombres. Ya en la capital, su encuentro con una variopinta selección de personajes –Rox (Nicolasa Ortíz Monasterio), la novia de su prima; su amigo fotógrafo Mateo (Giuseppe Gamba); su abuela Mercedes (Isela Vega); la editora de una revista de estilo de vida (Martha Debayle interpretándose a ella misma en una sutil auto parodia); su asistente Estrella (Diana Bovio); etc.– y su enfrentamiento con situaciones insólitas dejan en Cindy una serie de enseñanzas sobre el amor, el trabajo, la amistad... vaya, sobre la vida. Y es que pese a ser una chica rubia de clase económica privilegiada, no es la güera tonta estereotípica. En un movimiento arriesgado, la Cindy del celuloide consigue mantener su esencia aunque se ve despojada del cáustico humor que la caracteriza en las tiras cómicas; es una chica decidida, quizá muy ingenua en algunos aspectos, pero también muy inteligente y noble, y poco a poco va descubriendo que ese ataque de pánico que sufrió cuando su novio le entregó el anillo fue una respuesta a la fuerte presión que la familia y las amistades han ejercido sobre ella al presentar al matrimonio no sólo como un trámite de validación social, sino como la única gran meta a alcanzar en la vida de toda mujer. Cindy la Regia se propone, y lo logra con creces, dotar de complejidad a un personaje construido desde la sátira social, e ir en contra de las convenciones del género cinematográfico, ya que, aunque recu-
rre a una serie de estereotipos presentes en la comedia y la cultura mexicana, la propuesta de la cinta no persigue el reforzamiento de éstos sino su deconstrucción y replanteamiento. Aquí es necesario señalar que Cassandra Sánchez-Navarro es, sin duda alguna, el pilar central del filme; su frescura, carisma, autenticidad y timing cómico perfecto consiguen, con el apoyo del guión de María Hinojos y la dirección de Mastretta y Limón, alejarse por completo de otras propuestas del género que se caracterizan por su burdo intento de humor sostenido por comentarios y situaciones misóginas, homofóbicas y clasistas. Producida por Martha Sosa y Francisco González Compeán, involucrados en la producción de Amores Perros (2000; Alejandro González Iñárritu), la película consigue sin problemas conciliar la naturaleza del cine industrializado en una comedia romántica en toda regla que se cumple fielmente todos sus preceptos –y que Santiago Limón había demostrado dominar con Hasta que la boda nos separe (2018)– con las no pocas señas autorales que Mastretta siembra a lo largo del metraje para hacer referencias a las mujeres que protagonizaron sus trabajos previos –Las Horas Contigo (2014) y Todos queremos a alguien (2017)–, consiguiendo de esta forma no sólo crear un personaje femenino fuerte, sino que de paso desmonta tabúes, tradiciones y códigos morales arcaicos. Cindy la Regia es una entretenida, divertida y refrescante 'coming of age' sobre el despertar tardío de una chica que descubre que, más allá de lo que dicten las reglas sociales, no importa si la Barbie conduce un lujoso auto, viaja sobre el lomo de un caballo o se traslada descalza en el congestionado metro de la Ciudad de México, lo más importante es que llegará finalmente al destino que ella elija.
L
a industria hollywoodense en su época dorada no es muy diferente a como lo es hoy en día , y aunque muchos la añoramos como una era mágica, llena de glamour y de grandes clásicos que nos hicieron soñar, tras bambalinas siempre ha existido un lado oscuro que desvirtúa todo lo que Hollywood simboliza para nosotros los amantes del cine. Encontramos un mundo lleno de misoginia, racismo, homofobia, de violadores, de gente sin escrúpulos que sólo guardaba las apariencias para, de una manera hipócrita, preservar la "moral". ¿Pero qué tal si las cosas hubieran sido diferentes? Así nace Hollywood, miniserie (o primera temporada tal vez) que es uno de los varios proyectos que su creador Ryan Murphy tiene pactados con Netflix en un acuerdo millonario para la creación de contenido exclusivo para la plataforma. La serie nos remonta a mediados de los años 40, cuando la Segunda Guerra Mundial llega a su fin y la industria del cine comienza a renacer. Hollywood se vuelve a convertir en la fábrica de sueños que actores, guionistas y directores anhelan conquistar. Entre algunos de esos tantos casos de aspirantes a estrella está el de Jack Castello (David Corenswet ) un joven que recién regresa de la guerra, que diariamente va a las puertas de los estudios ACE en busca de una oportunidad, y que a pesar de su nula experiencia como actor, su gran atractivo físico es el que le irá abriendo las puertas. También tenemos a Camille Washington (Laura Harrier) , actriz que sueña con su primer estelar, y que pese a su belleza y talento , no puede obtener más que papeles de sirvienta por su color de piel. Con Archie Coleman (Jeremy Pope) pasa una situación similar: es un aspirante a guionista al que nadie quiere filmarle alguno de sus relatos debido a su raza y preferencia sexual. Por último tenemos a Raymond Ainsley (Darren Criss), prometedor director de cine que busca una gran historia para dirigir su primera película. Y es en esa búsqueda que se encuentra con el guión de "Peg", una historia escrita por Archie que habla sobre la trágica historia Peg Entwistle, una actriz que en su desesperación por no obtener buenos papeles en cine termina por quitarse la vida lanzándose del famoso letrero de "Hollywood" ubicado en las alturas del barrio de Tinseltown, en Los Ángeles , California. "Peg" unirá la vida y carreras de estos cuatro personajes en su camino a la fama y juntos harán de este proyecto el más arriesgado y controversial en la historia de los estudios ACE. Ryan Murphy , junto con su colega de tantos éxitos (y fracasos) Ian Brennan, se dan a la tarea de reescribir la historia del Hollywood clásico tomando algunos hechos y personajes reales para mezclar así la realidad con la ficción; algo similar a lo que hizo Quentin Tarantino el año pasado con "Once upon a time... in Hollywood", pero
obteniendo un resultado mucho más rosa. La serie busca reivindicar y homenajear a estrellas del pasado y sobre todos a esas que no tuvieron siquiera la oportunidad comenzar a brillar porque su raza, género o preferencia sexual se los impidió. Como ya es costumbre en las series de Murphy, el elenco es su mayor aspecto a destacar, contando con la colaboración de algunos viejos conocidos : Dylan McDermott, Darren Criss, Pati Lupone, Joe Matello y Jim Parsons (quien deja de lado su papel de Sheldon para sorprendernos con algo totalmente diferente). También presenta nuevos rostros como los antes mencionados Corenswet, Pope y Harrier, y agrega a su lista de colaboraciones nombres como el de Holland Taylor, Queen Latifah y Mira Sorvino, con las seguramente lo veremos colaborando en otras de sus producciones. Sólo un elenco de actores tan diverso podía darnos interpretaciones tan magnificas para personajes tan fascinantes. Desafortunadamente siete episodios no son suficientes para darle un adecuado desarrollo a cada uno de ellos, haciendo que la serie se tome demasiado tiempo en terminar de presentarlos, lo que provoca que esta tarde en arrancar. Tal vez debió concentrarse más en la trama central que es la filmación de "Peg" que en ese desfile de personalidades, porque cuando la historia comienza atraparnos, el guión opta terminar resolviendo cada uno de los conflictos de la manera más fácil, haciendo del desenlace algo precipitado. Como dice el dicho: "el que mucho abarca, poco aprieta". Murphy ya había explorado a Hollywood anteriormente con la estupenda "Feud", por eso se creía que en esta ocasión tendríamos un resultado igual de bueno, pero para tratarse de una historia con temas que siguen siendo muy actuales y los cuales pretende denunciar, la serie muestra estas problemáticas de manera muy superficial sin darle la profundidad necesaria, esta falta de desarrollo hace que este grito a la inclusión se sienta vacío. No obstante, "Hollywood" no dejará de enamorar a los fanáticos del séptimo arte con su impecable recreación de esa época que nos hará viajar a un pasado más esperanzador de lo que en realidad fue. Y mentiría si les digo que no es emotivo ver a un Rock Hudson que no está dispuesto ocultar su homosexualidad, a una Hattie McDaniel abriendo camino a la siguiente gran estrella afroamericana, o la casi desconocida historia de Anne May Wong, a la que se le negó el gran papel de su carrera por tener raíces chinas, pero que aquí se le da la redención que tanto merecía. Así que hasta cierto punto, y con todo y sus grandes fallas, Murphy cumplió con su objetivo, cuestionarnos si la actual lucha por los derechos de las minorías hubiera comenzado desde aquellos tiempos... ¿las cosas serían mejor actualmente?.
U
na de las mejores series de Netflix ha regresado, con una nueva dosis de suspenso y una muerte más para ocultar. La trama inicia justo donde terminó la primera temporada, con el asesinato de Steve y con Jen y Judy volviendo a ser amigas para ocultar el cuerpo de este. Jen parece haber superado la muerte de su esposo, sin embargo tiene un secreto respecto al asesinato de Steve que no le ha contado a Judy y que la hace sentirse culpable. a lo largo de esta temporada vemos como esa culpa vuelve imposible que logre generar ganancias en su trabajo y dificulta que pueda relacionarse con sus hijos de la mejor manera. Judy por su parte no lleva nada bien la muerte de Steve porque todavía estaba enamorada de él, por lo que no se siente capaz de deshacerse del cuerpo de la forma inhumana a como hemos visto que lo hacen en las películas. Laboralmente también le está yendo horrible pero las cosas comienzan a tener un poco de sentido para ella cuando conoce a la hija de una nueva habitante del asilo en el que trabaja. La llegada a la vida de las protagonistas de Ben, hermano gemelo de Steve, complica las cosas por la búsqueda desesperada que hay de este último, ya que no solo la familia lo está buscando, sino también la policía y la mafia griega a quienes les debía dinero, para ellos Steve no está muerto, pero conforme avanza la temporada veremos si Jen y Judy pueden salirse con la suya y deshacerse del cuerpo de Steve sin algún vínculo que las inculpe por lo sucedido. Desde la primera temporada hay algo que debe quedarnos claro, y es el hecho de que Netflix nos la vendió como una comedia cuando en realidad es un drama con uno que otro chiste pero cargado de un muy buen desarrollo de cómo influye el duelo en las personas ante una muerte como la que sucedió. La segunda temporada sigue siendo más dramática que cómica pero esta vez se convierte en un thriller lleno de enredos que vuelve a estos 10 episodios en algo muy emocionante que no querrás dejar de ver. Cristina Applegate y Linda Cardellini se vuelven a lucir con sus actuaciones, esperemos que esta vez si nominen a ambas a los Emmy (el año pasado tanto Emmys como otras entregas de premios solo nominaron a Applegate) porque tienen escenas bastante buenas y lucidoras, es sin duda uno de los proyectos que ayudarán a consolidar la carrera de ambas actrices. Sorprende bastante también James Marsden quien hace un personaje diametralmente opuesto al de la temporada pasada, siendo ahora un personaje muy cálido y agradable. Reitero que me parece una de las mejores series de Netflix, y el final de esta temporada, como la anterior, cierra perfectamente el misterio sobre una muerte y abre paso para lo que podría pasar en una siguiente temporada, la cual sin duda puede llegar a ser igual de buena.
W
estworld es una de las series de HBO con mayor número de fans pero también con un gran número de detractores, ahora que finalizó su tercera temporada, no estuvo exenta de recibir lo mismo aplausos que críticas, por una parte viene de dos temporadas anteriores que fueron magníficas, pero también bastante complejas, la primera temporada solo era el parteaguas para todo lo que se venía no solo en la historia sino en la forma de contarla. Ya para la segunda temporada las críticas del público se centraron en lo que compleja que resultaba ya que no tenía una estructura lineal y abarcaba momentos muy importantes para sus protagonistas en distintas líneas temporales que parecía que sucedían al mismo tiempo. En esta tercera temporada decidieron contar la historia un poco más sencilla, la trama se desarrolla linealmente y solo se vale de los flashbacks como apoyo, incluyó más escenas de acción y una trama que se desarrolla en una línea temporal corta, con esto creyeron que se ganarían al público que amenazaba con dejar de ver la serie si continuaba así, pero fue otra vez ese público el que criticó que ahora se perdiera el ritmo al que ya nos había acostumbrado. Esto deja una lección muy importante para los creadores de la serie, considero que la cuarta temporada que veremos en dos años volverá a tomarse libertades narrativas sin importarles ahora las críticas que podrían recibir. En esta temporada los “hosts” han dejado atrás a Westworld y han llegado al mundo de los humanos, Dolores tiene un plan entre manos que busca acabar con los humanos que los esclavizaron y torturaron en el parque y por ello comienza a construir más hosts, sin embargo la pelea no se reduce a máquinas contra humanos porque a ella se une Caleb, un ex militar que poco a poco se irá enterando de todo el mecanismo que hay detrás del orden mundial como lo conoce, y que esto está relacionado con su tratamiento de estrés postraumático cuando regresó de combate. La compañía Delos ve amenazados sus intereses cuando otra compañía liderada por Engerraund Serac planea comprarla junto con toda la información de los parques que fueron destruidos. Serac es dueño de una supercomputadora que ha descifrado un algoritmo que puede predecir el comportamiento humano y lo utiliza para controlar a la sociedad. Debido a que Dolores puede interponerse en sus planes, decide traer al mundo a Maeve, la única host que podría detenerla. Sobra decir que los 8 episodios son emocionantes y que la serie sigue manteniendo sus valores de producción y actuaciones. El integrar a Aaron Paul me parece un gran acierto ya que su personaje nunca parece que esté de sobra, las actuaciones de los demás también resultan satisfactorias, esperemos que los vuelvan a nominar en las entregas de premios futuras. Es también recatable el cómo la serie nunca ha dejado de poner el dedo en la llaga de las personas a las que les gusta jugar a ser Dios, las dos primeras temporadas nos lo demostraron con personas que crearon a otras personas artificiales para sentir que pueden manipular y tienen poder sobre la humanidad. Ahora que la trama se desarrolla fuera del parque vemos que esa misma dinámica se repite con las personas de carne y hueso, pero ahora invirtiendo los papeles y dándole el poder absoluto a la tecnología. Una de las mejores escenas de esta temporada es cuando Dolores logra hackear al sistema de Serac y le envía a toda la humanidad los datos predictivos que la supercomputadora tiene sobre cada persona, incluida la forma en la que morirán. La temporada termina con un cliffhanger muy importante que nos mantendrá al pendiente de la siguiente, la cual creo que seguirá siendo muy buena, precisamente porque sus creadores se dan el suficiente tiempo para planear lo que se viene.
B
ajo la producción de la exitosa Phoebe Waller-Bridge cualquier proyecto resultaría atractivo, pero había algo en Run que no me convencía, del todo, sin embargo decidí darle una oportunidad, resultó algo muy diferente a lo que esperaba pero no por ello algo bueno. La serie creada por Vicky Jones inicia con Ruby recibiendo un mensaje con la palabra “Run” este mensaje es suficiente para que ella decida dejar a su familia y subirse a un tren que la llevará por todo Estados Unidos, ahí se encontrará con Billy, un antiguo novio (que fue quien le mandó el mensaje) y juntos vivirán esta aventura. En la primera parte vemos un interesante estira y afloja en sus protagonistas, quienes tienen mucho tiempo sin verse y no están del todo convencidos de haber tomado la decisión correcta, aquí vemos la importancia de las expectativas que depositamos en las personas como el principal motor para tomar una decisión así de impulsiva, ya que se vuelven a ver hay inseguridades respecto a sus cuerpos, por ejemplo, pero sobre todo a la vida que dejaron atrás, ya que Ruby era infeliz como ama de casa pero Billy es un escritor de superación personal muy exitoso, lo que nos hace preguntarnos qué lo orilló a escribir el mensaje que detonaría toda la historia. En algunos episodios podemos ver que el mensaje de “Run” no había sido enviado por primera vez ese día que Ruby escapó, sino que ambos en el pasado ya lo habían escrito, cada uno en un momento de mucha presión en su vida pero no hubo respuesta del otro lado, por eso jamás se habían fugado antes. También a lo largo de la serie vemos algun otro personaje que los protagonistas acaban de conocer, pero carecen de interés o son poco llamativos como para dale algún plus a lo que estamos viendo, llega a volverse cansada la dinámica de los protagonistas y no sabemos si por eso mismo en los últimos 3 episodios se decide algo completamente fuera de lugar que da pie a que la serie comience a tratarse de otra cosa. No haré spoiler de qué es lo que sucede pero tiene que ver con un crimen, entonces ahora el título de la serie comienza a hacer referencia a los protagonistas huyendo de ser encontrados por la policía, para este punto la serie ya se ha convertido en algo igual de caricaturezco que los Looney Toones, personalmente aquí ya la serie no podía importarme menos y solo la terminé para no dejarla a medias. Cabe mencionar que para este punto por fin vemos a WallerBridge, haciendo un personaje nada interesante, de hecho todos los personajes que comienzan a aparecer para este punto están entre lo ridículo y lo olvidable, una verdadera lástima. La serie termina con un final hasta cierto punto cerrado, por lo que no me imagino de qué puede tratar una segunda temporada, lo que sí estoy seguro es que si la llegan a cancelar, no habrá casi nadie que se lamente de esa decisión. No todo es malo, por supuesto que tiene sus puntos rescatables, los dos protagonistas actúan muy bien, de hecho hay quienes les ven potencial para estar nominados al Emmy, yo nominaria a muchos otros antes que a ellos, pero lo repito, no me parecieron malas sus actuaciones. El ritmo de la serie tampoco está mal, por lo menos no es aburrida aunque en momentos llegue a ser repetitiva en sus situaciones, además, el hecho de que sean solo 7 episodios puede atraer a algún curioso. Y como curiosidad tampoco creo que sea una mala opción, pero definitivamente hay otras series mucho más atractivas que podría optar por ver en lugar de esta.
E
n una época en la que las series de ciencia ficción que obtienen buenas críticas suelen ser profundas y con un montón de matices, resulta agradable encontrarnos con una comedia dramática así de ligera, del creador de "The Office" y "Parks and Recreation" llega una serie ideal para maratonear. "Upload" está situada en el año 2033, en esta época no tan lejana se ha creado una nube que es capaz de almacenar la memoria de las personas que han muerto y mantiene su información trabajando en espera de que en un futuro pueda ser restablecida a las personas y así regresar de la muerte. Para este fin existen varias empresas que trabajan con esto, siendo Lakeview la más exitosa ya que introduce la información de las personas muertas a un exclusivo retiro en un hotel colonial dentro de un bosque. Este es un lujo que solo se pueden permitir las personas con la capacidad de pagarlo, los demás tienen que conformarse con opciones mediocres o simplemente morir y jamás regresar. Dentro de Lakeview conocemos a Nora, quien trabaja como asistente operativo de algunos usuarios, Nora está ahorrando dinero para loguear a su papá que está a punto de morir pero él no quiere ese destino, él quiere morir y descansar en paz para estar junto a su esposa en el más allá. Para que Nora pueda conseguir un préstamo y enviar a su papá a Lakeview, tiene que mejorar la calificación que los usuarios le ponen, esto no es sencillo ya que tiene que lidiar con los problemas personales que los usuarios suelen tener, además de que tiene una jefa que resulta un verdadero dolor de cabeza (al puro estilo de la mediocridad de Michael Scott en "The Office"). Uno de los usuarios con los que trabaja Nora es Nathan, un joven que muere en un accidente de auto manejando un modelo que está diseñado para no fallar, él trabajaba desarrollando software libre y uno de sus sueños era crear una nube como Lakeview que fuera gratuita para que estuviera al alcance de las personas de bajos recursos. Una vez que es logueado, todo archivo de su memoria que tiene que ver con este software queda borrado o dañado, y con la ayuda de Nora, averiguarán si su muerte fue accidental o hay personas detrás de él cuyos intereses se vieron amenazados con la nube gratuita. Tal vez la trama no suene a nada nuevo, confieso que yo tampoco tenía muchas ganas de verla, pero debido a que tuvo buenas críticas fue que me acerqué a ella. Los 10 episodios pasan rapidísimo, y no solo porque duran media hora, sino porque la serie es bastante entretenida, ligera y con una debida dosis de suspenso y romance que la vuelven una de las opciones más amenas que se pueden encontrar en las plataformas de streaming. También es alentador ver que las series de ciencia ficción poco a poco se van deshaciendo del referente cultural que es Black Mirror en la actualidad, porque resultaba muy cansado estar viendo más versiones de lo mismo. En esta serie nos encontramos con temas muy variados alrededor de la muerte, como el creer en el más allá o el pensar si este tipo de alternativas de verdad sirven en algo para superar el duelo (cabe mencionar que al entrar en la nube, los muertos pueden seguir interactuando con sus familiares vivos), también está el hecho de pensar que, una vez que entran a Lakeview ¿Qué van a hacer para el resto de la eternidad? Hay niños que siempre van a ser niños, hay personas de quienes solo existen fotos en blanco y negro y así se la pasan en la nube, hay quienes en vida fueron multimillonarios y seguirán derrochando su dinero por el resto de la eternidad. Como ven, muy ligera en su planteamiento pero sí da lugar a discusiones sobre varias temáticas sobre la muerte.
E
n 1845, dos buques de la Armada Británica –el HMS Erebus, comandado por el Capitán John Franklin, y el HMS Terror, a cargo del Capitán Francis Cozier– emprendieron la que sería conocida como «la expedición perdida de Franklin». Se trataba de una exploración de la geografía del Ártico que tenía como fin encontrar el Paso Noroeste para transitar del Atlántico al Pacífico. La valerosa empresa nunca se consiguió: los dos barcos desaparecieron y las exploraciones de rescate que se iniciaron a partir de 1848 encontraron apenas vagos indicios del destino de sus tripulantes, como demencia, envenenamiento por plomo y canibalismo. Esta historia inspiró al novelista Dan Simmons para la premisa de su novela The Terror, en la que las extrañas circunstancias que rodearon la expedición le permiten jugar para crear un relato ficcionalizado en el que convergen las aventuras en altamar con terror puro y elementos sobrenaturales. Ahora, la cadena AMC –con David Kajganich y Soo Hugh como showrunners, y el trío de directores conformado por Edward Berger, Sergio Mimica-Gezzan y Tim Miélants– presenta la adaptación para la pantalla chica y se convierte de inmediato en una de las mejores propuestas televisivas del año. The Terror tiene como protagonista al gran Jared Harris como Francis Cozier, el capitán del HMS Terror cuya mirada y posición como segundo al mando de la expedición van guiando la historia de la trágica exploración co-
mandada por el capitán John Franklin, interpretado por Ciarán Hinds. La serie de suspenso y terror está ligada a la cultura y misticismo de los esquimales a través de la presencia de una criatura a la que denominan «Tuunbaq», y sobresale por su preciso desarrollo de personajes y de subtramas, logrando escudriñar en la psique de los personajes centrales y de algunos secundarios, revelando poco a poco sus verdaderas personalidades y poniendo a prueba las relaciones de hermandad, camaradería y amistad, pues cuando para unos se van disolviendo estos vínculos, para otros los lazos afectivos se van fortaleciendo conforme pasan el tiempo atrapados en la nívea desolación ártica y se enfrentan constantemente a una cada vez más descarnada lucha por la supervivencia. Con el respaldo de un reparto que entrega interpretaciones excepcionales, la trama se va cocinando a fuego lento pero de una manera fluida, sin contratiempos, y consiguiendo que la tensión vaya en aumento con los juegos entre la claustrofobia y la demencia. Aunque caracterizada también por su ritmo aletargado, la serie consigue una eficaz mezcla de gélidas aventuras en altamar y terror al estilo clásico en dosis exactas; y cuando el letargo se ve interrumpido de manera esporádica, la serie presenta varias secuencias de acción fenomenalmente rodadas, con pulso firme y una destreza visual sobresaliente que explota al máximo la sofisticada ambientación y el detallado diseño de arte, valiéndose inteligente-
mente de elementos de terror y gore que harán que los fans del género queden más que satisfechos. La serie, filmada casi en su totalidad en sets de filmación ante la imposibilidad económica y dificultad logística de rodad en ambientes naturales, consigue atmósferas espeluznantes que, aunado a su sofisticación narrativa, la dotan de un nivel cinematográfico sobrio, elegante y espectacular que la coloca por sobre otras producciones televisivas del género. Pero más allá de la extraordinaria experiencia de horror que nos brinda, su principal virtud radica en ser un estudio antropológico, conseguiendo una disertación profunda sobre la eterna ambición del hombre contra la naturaleza, una disección de la masculinidad y sus fragilidades, y sobre cómo la barbárica condición humana no puede evitar salir a la luz en situaciones límite como en este descenso a un gélido infierno; y para lograr ésto, la fotografía de Florian Hoffmeister –y su talento para saber transmitir el poder de la naturaleza ante lo intrascendente del Hombre– fue imprescindible. The Terror es una propuesta en la que el frío glaciar traspasa la pantalla y nos atrapa en medio del Ártico junto con la desafortunada tripulación del HMS Erebus y el HMS Terror; es una experiencia televisiva completamente escalofriante tanto por acercarnos a lo que habita más allá de los confines terrestres conocidos, como por mostrar los demonios que todos llevamos en nuestro interior.