E
n Noviembre de 1950 se estrenó la cinta Los Olvidados, realizada por el español Luis Buñuel. La película que un año antes (como proyecto fílmico en proceso de preproducción) era conocida como La Manzana Podrida (título que al final fue descartado) relata la historia de 'El Jaibo', un joven que escapa de la correccional para reunirse de nuevo con su pandilla para delinquir, pero que también busca vengarse de Julián, quien presuntamente fue el delator que causó su detención. 'El Jaibo' le pide a Pedro, miembro de la pandilla de delincuentes, que lo lleve al lugar donde trabaja Julián, y frente al joven que lo guía, el prófugo de la correccional asesina a golpes con un palo al supuesto soplón sin que Pedro pueda hacer nada para evitarlo. La relación de complicidad entre 'El Jaibo' y Pedro es la principal en la película de Buñuel, pero hay otros personajes con los que el director español nos muestra la podredumbre de la sociedad. La relación desapegada de la madre de Pedro con sus hijos o la escena del pederasta queriendo 'convencer' a Pedro que lo acompañe a cambio de dinero no hicieron otra cosa que quitar la venda
de los ojos para exhibir la realidad en la que se vivía, algo que no fue del agrado de espectadores, periodistas y sindicatos cuando fue lanzada hace sesenta y cinco años. Debido a la presión de distintas asociaciones y sindicatos, la película no duró ni siquiera siete días en cartelera y Luis Buñuel fue expulsado del país. Las detracciones contra la cinta de Buñuel no se hicieron esperar etiquetándola como una 'deshonra a nuestro país'. Sin embargo, tiempo después todos los que despotricaron contra la obra del español se tragaron sus palabras y ahora se referían a ella como 'una joya del cine mexicano'. Claro, esto sucedió después de que Luis Buñuel fuera galardonado con el reconocimiento a Mejor Dirección en el Festival de Cannes en 1951, año en que desaparecieron todos los insultos hacia el cineasta y su obra que ahora eran reconocidos y presumidos como orgullos nacionales. Finalmente en 1997, la UNESCO declaró a Los Olvidados, por su calidad cinematográfica, como parte de la 'Memoria del Mundo', lo cual quiere decir que es Patrimonio Cultural de la Humanidad.
C
on estas palabras en pantalla inicia esta obra maestra seminal de la Época de Oro en México llamada ¡Vámonos con Pancho Villa!, de Fernando De Fuentes, la cual traslada la historia de la novela homónima de Rafael F. Muñoz centrada en «Los Leones de San Pablo», un variopinto grupo de valientes campesinos que deciden unirse al ejército de la poderosa División del Norte de Pancho Villa durante la Revolución Mexicana. Con el paso de los meses y las batallas victoriosas o perdidas, los ascensos y condecoraciones, los actos de heroísmo y las inesperadas fatalidades, el grupo original de campesinos devenido a grupo revolucionario se va reduciendo, guiándolos hacia el desencanto del movimiento villista y obligándolos a replantear sus motivaciones y su posición en la lucha armada. Finalmente, Tiburcio Maya (interpretado por el fenomenal Antonio R. Fausto), abandona a las fuerzas armadas de Villa luego de un enorme sacrificio. La película fue producida desde 1934, pero fue lanzada hasta dos años después luego del exitoso estreno –sobre todo en el extranjero– de Allá en el Rancho Grande (1936), la idílica y melodramática visión del campo mexicano con la que Fernando De Fuentes daba continuidad a su filmografía luego a su Trilogía de la Revolución que había iniciado con lo filmes El compadre Mendoza (1933) y El Prisionero 13 (1933). En ¡Vámonos con Pancho Villa! tenemos el ambiente revolucionario bajo la maravillosa fotografía de Gabriel Figueroa junto a la de Jack Draper y la música
del maestro Silvestre Revueltas –quien tiene un original y divertido cameo como pianista en una cantina–, y en este ambiente sobresale una particular escena en torno a una fogata donde cada uno de «Los Leones de San Pablo» confiesa cómo les gustaría morir y el significado de la muerte para cada uno de ellos. Pero contrario a lo ocurrido con las concesiones con el público que el director tuvo en Allá en el Rancho Grande y con el insólito final feliz de El Prisionero 13, el cineasta veracruzano no ofrece aquí condescendencias, y por el contrario, erige un retrato crítico, y sobre todo, analítico del conflicto; por ello la película está cubierta con un halo trágico y desgarrador tanto en lo político como en lo social y en lo íntimo de sus protagonistas. El llamado «padre del arte cinematográfico mexicano» ofreció una mirada lúcida y crítica del movimiento revolucionario, desmitificando el conflicto y, aunque la película no se centra en la figura de Pancho Villa (interpretado aquí por el gran Domingo Soler), la cinta no hace concesiones con la memoria histórica y rehuye del retrato del general como el mito heroico revolucionario; en cambio, se presenta un José Doroteo Arango Arámbula de amplia variedad psicológica, con contradicciones; en ocasiones como un general bonachón y carismático, y en otras como un hombre cruel y despreciable con aires dictatoriales y que no siempre toma las mejores decisiones éticas y morales. Pero esa dualidad del célebre general es una parte fundamental en la decisión final del pro-
tagonista. De Fuentes pone de manifiesto su talento para moverse con soltura, seguridad y sutileza para capturar esa idealización del movimiento villista por parte de los protagonistas, así como sus anhelos personales de gloria y victoria; pero el desarrollo y el desenlace de la cinta transforma todo de golpe: la gran hazaña de Máximo Perea (Raúl de Anda), la heroica muerte en batalla de Martín Espinoza (Rafael F. Muñoz), la fatalidad de Rodrigo Perea (Carlos Lopez 'Chaflan'), la insólita pero finalmente valiente muerte en la cantina de Melitón Botello (Manuel Tamés) y la enfermedad de Miguel Ángel del Toro 'Becerrillo' (Ramón Vallarino). Finalmente, la figura de Tiburcio Maya alejándose de un modo profundamente desencantado representa la materialización en pantalla de la impotencia y la frustración de los revolucionarios que vieron cómo sus esfuerzos y sacrificios por la Revolución fueron insignificantes. Existe sin embargo un final alternativo que, por su importancia, permite una revaloración no sólo del filme, sino de su aproximación crítica de la figura del revolucionario: un decadente Francisco Villa llega con su ejército al rancho de Tiburcio Maya para volverlo a reclutar en sus filas, pero éste se niega a abandonar a su familia. El general, entonces, asesina a su familia para obligarlo a unirse nuevamente a las fuerzas villistas. La secuencia, rescatada por la Filmoteca de la UNAM en 1973 a partir de una copia muy deteriorada en 16mm, puede encontrarse sin problemas en la internet.
A
hora toca turno de recordar a la máxima exponente del género único en el mundo. No se puede hablar del cine de rumberas sin mencionar a la cubana Ninón Sevilla. Uno de los melodramas más recordados del cine mexicano es el de la chica inocente que es engañada y terminan destruyendo su vida e inocencia; así se resume Aventurera. Con una excelente fotografía del maestro Alex Phillips y unos interiores envolventes, nuestra historia se esconde detrás de unas pistas de baile donde todos sonríen y se divierten, sin imaginar que tras las paredes hay sufrimiento, engaños, corrupción, trata de blancas e incluso asesinatos. La personalidad de Ninón se diferenció al resto de rumberas al no tener límites en sus diálogos y en su comportamiento; intensos en-
cuentros frente a frente con la gran Andrea Palma (la primer gran mujer sufrida del cine sonoro mexicano, cuyo papel en La Mujer del Puerto encuentra su contraparte en Rosaura, la matriarca y patrona de Ninón), ambas luchan por sobreponer su autoridad y lo vemos en cada cuadro que comparten. El reparto lo completan el gran Miguel Inclán cuyo personaje amaremos y odiaremos; Rubén Rojo como el abogado que salvará a nuestra protagonista, y un pillo y galante Tito Junco como Lucio. La película cierra con broche de oro al contar con la presencia del gran Pedro Vargas y su voz; la escena donde interpreta la canción Aventurera y vemos a Ninón recorrer la pista con un vestido entallado es de antología. Un melodrama muy bien realizado que se quedará grabado en la memoria de todos.
U
na joven periodista (Beatriz Ramos) busca escribir un libro biográfico sobre un viejo pintor (Alberto Galán), pero cuando ésta intenta escudriñar la verdad sobre un sonado cuadro de una hermosa india mexicana, el artista se indispone y vacilante decide compartir con ella la trágica anécdota que dio origen a su obra más preciada. Así da inicio la historia de María Candelaria (Dolores del Río), una hermosa joven indígena que, en los inicios del siglo XIX vive en su chinampa en un rincón alejado de Xochimilco, viéndose rechazada y hostigada por la comunidad debido a la mala reputación heredada de su madre –asesinada por su propia gente por traer la vergüenza al pueblo–, subsistiendo exclusivamente de la venta de flores y con la esperanza de que su pequeña marranita le ayude económicamente cuanto tenga sus crías para poder venderlas. Los únicos que no rechazan a María Magdalena son el noble indio Lorenzo Rafael (Pedro Armendáriz) que desea casarse con ella, el sacerdote del pueblo (Rafael Icardo) que siempre la defiende y protege, y don Damián (Miguel Inclán) el patrón y dueño de la tien-
da de raya de la comunidad y que secretamente la desea. La historia de María Candelaria, marcada por la tragedia que germina de la ignorancia y los prejuicios, fue escrita por Emilio Fernández en unas servilletas de papel en un centro nocturno durante una sola noche y fue un obsequio para Dolores del Río por su cumpleaños. El guion fue trabajado por el propio Fernández junto a Mauricio Magdaleno y su filmación se desarrolló de manera íntegra en Xochimilco con las magníficos paisajes del entorno rural y el apoyo de los sorprendentes sets creados por Manolo Fontanals; todo ello bajo la lente del maestro Gabriel Figueroa y acompañada por las notas de los compositores Francisco Domínguez y Rodolfo Halffter, dando como resultado uno de los filmes más representativos de la Época de Oro. Estamos ante la segunda colaboración del director Emilio Fernández con la legendaria actriz Dolores del Río; se trata de una obra maestra del cine patrio en la que los constantes enfrentamientos temperamentales entre director y actriz fueron el principal obstáculo para la producción del filme que,
aunque es poseedor de un discurso manido que acude a la reivindicación de la figura del indígena como símbolo de pureza, la cinta es hoy considerada como la obra cumbre de la mancuerna Fernandez-Del Río y la que les daría fama y reconocimiento mundial como emblemas del cine mexicano alrededor del mundo. Y aunque la película fue ignorada para ser considerada en la entrega de los premios Ariel –comenzaron a entregarse justo en el año de su estreno pero no obtuvo ninguna nominación–, fue comprada por la célebre Metro Goldwyn Mayer para ser distribuida internacionalmente bajo el título The Portrait of Maria –El retrato de María–, obteniendo un estupendo recibimiento más allá de nuestras fronteras. En Alemania particularmente recibió grandes elogios por parte de cineastas y críticos especializados haciendo énfasis en su capacidad para ser comprendida a cabalidad aún sin subtítulos o doblaje; por otra parte, en 1946, participó en el Festival de Cannes donde obtuvo el reconocimiento a la mejor fotografía para el maestro Gabriel Figueroa y, en ex-aequo, compartió el Grand Prix.
E
namorada es quizás uno de los más renombrados y reconocidos trabajos del cineasta. A nivel mundial fue todo un éxito, consolidando aún más la carrera del director y su equipo de trabajo, que para ese momento, era considerado un sello de calidad garantizado. La película obtuvo 5 premios Ariel, entre estos el Ariel de Oro a la Mejor Película en la segunda entrega de los premios. Mejor escenario no pudo escoger, la ciudad de Puebla es testigo de los estragos que la Revolución Mexicana ocasionaba a su paso. Los protagonistas son dos polos opuestos, cada uno con costumbres e ideales muy distintos; ambos sufrirán un inoportuno encuentro que los obligará a confrontar sus pensamientos, dejándolos a un lado para encontrar lo inesperado: el amor. Tal vez con esta descripción la historia resulte muy familiar, algo como La Guerra y la Paz o Lo que el Viento se Llevó, donde los tiempos de guerra resultan muy útiles para unir dos almas -quizá incompatibles-; Emilio emplea la misma fórmula, con la salvedad de que él logró suministrarle el toque artístico mexicano, mostrando un film con tal belleza que resulta imposible no amarlo y disfrutarlo desde las primeras escenas hasta su emotivo desenlace. Años atrás la diva María Félix se había consolidado con su papel de
Doña Bárbara, naciendo así uno de los personajes más icónicos de la historia contemporánea mexicana. En diversas ocasiones la misma María parecía fusionarse con aquel personaje, rompiendo la barrera entre ficción y realidad convirtiéndola así en 'La Doña'. Aquí, el 'Indio' dibuja un personaje caricaturizado de la misma Félix, añadiendo toques de comicidad que le dotan de un toque de humor ácido, que le viene como anillo al dedo. Su personaje de Beatriz le otorgó a María el primero de sus tres Arieles como Mejor Actriz. El guión es excepcional (un homenaje libre a la obra La Fierecilla Dominada del dramaturgo Shakespeare -si lo vemos así-), Iñigo de Martino hace un trabajo glorioso; el reparto brilla en cada escena, frase y momento, desde el maestro de escuela (Manuel Dondé), el sacerdote (Fernando Fernández), hasta el mismo Pedro Armendáriz en el papel del General José Juan, un verdadero enigma dentro de esta historia. Gloriosa de principio a fin, con una cinematografía suprema regalándonos unas imágenes pocas veces vistas en nuestro cine. Enamorada es un clásico obligado de nuestro cine. Es imposible no recordarlas por aquella escena donde se interpreta la canción 'La Malagueña', ¿o no?
A
cabamos de pasar el aniversario del nacimiento de Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes, mejor conocido como 'Cantinflas', personaje que le dio fama internacional y ser reconocido por Charles Chaplin como uno de los máximos exponentes de la comedia en el mundo. Para conmemorar esta fecha tan relevante dentro de la sociedad mexicana y, especialmente dentro del terreno cinematográfico, hablaremos de la cinta que lo hizo famoso y una de las más importantes dentro de la cinematografía nacional: Ahí está el detalle. En la cinta, Cantinflas visita a su novia Paz que trabaja como empleada doméstica en una mansión para poder cenar de manera gratuita como ya lo ha hecho durante bastante tiempo pero, esta vez las cosas no le resultarán tan sencillas, pues para ganarse su cena, su novia le pide que mate a un perro rabioso que tienen sus dueños. Además, en medio de un embrollo que incluye infidelidades por parte de Dolores (la señora dueña de la casa), Cantinflas tiene que hacerse pasar por Leonardo del Paso, el hermano perdido de ésta desde hace muchos años; el esposo de Dolores, Cayetano Lastre, recuerda que su suegro le dijo que no recibirían la herencia hasta que todos sus hijos estuvieran nuevamente reunidos, por lo que trata a Cantinflas como un verdadero rey
para poder así beneficiarse de la herencia de su suegro. Por si fuera poco ese embrollo, Cantinflas es acusado de matar a Bobby, pero mientras Cantinflas acepta con cinismo haberlo matado (pues él piensa que están hablando del perro rabioso) el jurado queda atónito al ver cómo es que acepta tan fríamente haber matado a Bobby, un tipo al que apodaban 'el Fox Terrier' y que resultó ser el antiguo novio de Dolores. Tras un juicio lleno de enredos por parte del jurado y Cantinflas -con sus clásicos 'cantinfleos'-, éste es condenado a pena de muerte, pero sorpresivamente aparece el verdadero Leonardo del Paso y admite haber matado a Bobby, el ex novio de su hermana que trataba de chantajearla; Cantinflas queda en libertad. Dirigida por Juan Bustillo Oro y protagonizada también por Joaquín Pardavé (Cayetano Lastre), Sara García, Sofía Álvarez (Dolores del Paso de Lastre), Antonio Bravo (Bobby, el Fox Terrier), Francisco Jambrina (Leonardo del Paso) y Dolores Camarillo (Paz -o 'Pacita' como le dice amorosamente Cantinflas-), Ahí está el detalle fue la cinta que convirtió a Mario Moreno en la estrella fue, es y seguirá siendo; además cosechó grandes comentarios por parte de la crítica y abarrotando durante meses las salas de cine.
M
acario” es un retrato de las clases olvidadas, de las familias de la sierra mexicana y a su vez expone las necesidades y el deseo humano de la obtención de lo imposible, de la necesidad de propiedad, de identidad. Macario (Ignacio López Tarso) es un aldeano pobre que junto con su esposa (Pina Pellicer) trabajan de sol a sol para poder mantener a su extensa familia. Él es leñador y ella lava ropa, cansado de una vida llena de ausencias, apuros y necesidades tanto físicas como personales, su único sueño es el poder quitarse el hambre, un hambre que desde su infancia viene comiéndolo al mismo protagonista. Este sueño tiene como figura un pavo, el mismo que desea comer solo él, sin compartirlo con nadie. Su esposa, como máxima confidente, un día logra robar un pavo el cual cocina solamente para la felicidad y deseo de su esposo, una de las máximas representaciones de la familia mexicana y cultura expuestas sobre la madre y esposa mexicana, una mujer que toma partido y es capaz de resolver los problemas de su familia. Cuando Macario encuentra un lugar para comer su pavo empieza una de las mejores historias del cine mexicano, un dios, el diablo y la muerte aparecen ante sus ojos para pedirle les comparta un trozo de su pavo, cada uno le ofrece un beneficio el cual el tomará o desechará. Macario posee un mensaje social, el cual después de más de 50 años, sigue presente en nuestra sociedad: las diferencias entre clases urbanas y rurales siguen estando polarizadas, el avance tecnológico y económico solo a beneficiado a una parte. Macario es el hambre y sueños de miles de familias mexicanas indígenas que viven al día, la representación de la cultura mexicana, del culto a la muerte y nuestra visión hacia nuestras creencias divinas.
El tiempo no ha hecho más que revalorar la obra de Roberto Gavaldón, una película que a pesar de sus años sigue manteniéndose vigente, con actuaciones monumentales de Ignacio López Tarso, la cual catapultó su carrera en el cine junto con la de Pina Pellicer, quien después de este papel llegó a trabajar con Marlon Brando y en uno de los mejores capítulos del programa nocturno de La hora de Alfred Hitchcock. Gabriel Figueroa, probablemente el fotógrafo de cine mexicano más importante de la industria y de la historia del mismo, lleva a cabo un trabajo hermoso; las imágenes no solo le dan forma y estética a la película, también gozan de una profundidad cultural. Tanto la película, como las actuaciones y la fotografía son una obra que nunca morirá, una obra maestra que esculpe en el tiempo. Macario fue la primera película mexicana nominada a los premios de la Academia como mejor película de habla no inglesa (1960), perdiendo ante El manantial de la doncella del director sueco Ingmar Bergman. Nominada a la Palma de Oro en Cannes; ganadora por fotografía de Gabriel Figueroa en el mismo festival. Premio a Ignacio López Tarso en el festival de San Francisco. Premio del Instituto Ciudad de Valladolid. Ocupa el lugar 59 dentro de las 100 mejores películas del cine mexicano por la revista SOMOS. Adaptación de la novela de Bruno Traven, la cual se inspira en un cuento de los hermanos Grimm. Años después, el equipo de Macario se reunió para grabar la película Días de otoño, otra de las mejores cintas de Roberto Gavaldón, el cual fue uno de los principales directores de cine mexicano de su época y uno de los precursores del cine negro/policiaco de la época de oro mexicano.
F
rancisco Galván de Montemayor, un adinerado hombre maduro, queda prendado de la belleza de una mujer en la iglesia a la que ambos han asistido para el acostumbrado lavatorio de pies durante la Pascua. Francisco logra averiguar la identidad de la mujer: Gloria, quien resulta ser la prometida de su gran amigo Raúl; el hombre invita a ambos a una fiesta en su mansión donde seduce y conquista a la prometida. Dando un salto en el tiempo, el filme nos traslada varios después de este hecho, cuando Gloria tiene un encuentro casual con su ex prometido, Raúl, y le confiesa que su matrimonio ha sido toda una tortura. Presentada en el Festival Internacional de Cine de Cannes, Él parte de esta premisa para plasmar el delirante el descenso al infierno personal de un hombre ultra religioso y conservador que cae presa de su enfermiza personalidad y sus celos patológicos. La prodigiosa lente de Gabriel Figueroa y el fascinante diseño de arte
art nouveau de Pablo Galván, crean un ambiente discretamente onírico y surrealista en el que tiene lugar el viacrucis psicológico que padece el protagonista; una paranoica personalidad de la que el mismo Buñuel admitió tener algunos puntos en común. Mediante una narrativa que recurre ejemplarmente al uso de los flashbacks, y con un trabajo de primer nivel de Arturo de Córdova (quien matizó magistralmente a este complejo personaje), Buñuel presenta nuevamente una ácida crítica hacia la religión, la burguesía y las buenas costumbres, por lo que no es casualidad, entonces, que el enfermizo personaje central sea un adinerado terrateniente obsesionado con la posesión de propiedades y devoto católico ejemplar; y es a través de este hombre el cineasta vuelve a dejar en evidencia a la religión como una de las principales herramientas de manipulación moral y como excusa y justificación para el machismo y la misoginia.
E
stamos ante la primera gran obra de la dupla ValdézMartínez Solares. Mejor inicio no pudieron tener dentro de la industria, a pesar de que 'Tin Tan' ya llevaba varios años dentro de las grandes pantallas, no fue hasta este film que logró consolidarse como la gran figura cómica y, muy necesaria contraparte al 'Mimo de México'. De facciones exageradas, ojos saltones, trompa grande, cejas pobladas y sonrisa desbordante, el genio de la frontera cautivó a todos por su talento múltiple. Igual nos deleitaba con su sensual voz, como nos divertía con sus bailes alocados y dignos de premiarse, todo en él era disfrutable. La película representó el saludo a todas las latitudes de habla hispana; en el reparto Germán Val-
déz incluyó a las exponentes de México, Argentina, Cuba, Brasil y España. Su particular labia retorcida entre español e inglés, así como los toques de la típica juerga del barrio mexicano, sentaron en él un talento nunca antes visto. Dentro del reparto vemos a su siempre amada 'Lupita' (papel que tomó Rosita Quintana), el galante 'Che' Reyes, la rumbera Amalia Aguilar (qué movimientos, sin duda sus escenas son las mejores de toda la película), el inseparable Marcelo y hasta un perico. Todo un circo. El homenaje al hombre soñador y emprendedor mexicano se agradece desde el inicio, fábula que de complementa con el amor y apoyo de los seres queridos. Nunca dejen de disfrutar esta joya como la primera vez.
U
na tumba para llorar fue una popular radionovela escrita por el argumentista de la XEW Pedro de Urdimalas. La trama giraba en torno a 'Viruta', una hacendosa niña que vivía en la pobreza junto a su padre, un carpintero carismático y enamoradizo pero honrado y trabajador; un día, descubre que la tumba en la que creía que estaba sepultada su madre y que presuntamente murió al momento de dar a luz, pertenece en realidad a una pequeña como ella. El melodramático relato fue ideado por Urdimalas con base en sus recorridos por los barrios bajos de la capital en expansión durante el inicio de la década de los '40. Pero con el inicio de su relación profesional con el director Ismael Rodríguez –para quien escribió el guion de Vuelven los García junto con la composición de la letra de Mi cariñito–, llegó la oportunidad de trasladar la historia de la pequeña 'Viruta' a la pantalla de plata. En Nosotros los pobres, la pequeña 'Viruta' cambia su nombre a 'Chachita' (Evita Muñoz) y comparte el rol protagónico con su padre, el carpintero Pepe 'El Toro' (Pedro Infante), juntos comparten las alegrías y los sinsabores de la
pobreza en una vecindad capitalina, rodeados de una variopinta galería de personajes entre los que destaca Celia 'La chorreada' (Blanca Estela Pavón), el interés amoroso del carpintero y mejor amiga de 'Chachita'. La tragedia se presenta un día cuando a Pepe 'El Toro' le roban el dinero que un acomodado cliente le había pagado por adelantado para un trabajo de carpintería, y ante la necesidad recurre con una usurera, pero ésta es asesinada y él es señalado como culpable y enviado a prisión. Junto a Allá en el rancho grande (1933), de Fernando de Fuentes, Nosotros los Pobres es la responsable de heredar el exacerbado melodrama a las telenovelas mexicanas, caracterizándose por un mensaje doblemoralino, con un exagerado dramatismo y una exaltación de la pobreza. Con un marcado discurso reivindicativo del miserabilismo mexicano, la película propone una abnegación ante un destino ineludible e inalterable. Se exalta la pureza femenina así como la valentía y el honor en los hombres por sobre su fidelidad –qué importa que engañe a su pareja o ande de coqueto, si es tan trabajador y buen padre–; se presentan
apologías del machismo y mensajes misóginos tan comunes en el comportamiento colectivo de la época. Y aunque en el prólogo se anuncia que la película pretendía retratar con fidelidad y realismo los barrios pobres de la Ciudad de México, no sería hasta un par de años después con la polémica llegada de Los Olvidados (1950), de Luis Buñuel, que las zonas marginadas de la capital mexicana serían capturadas en su más amarga realidad y lejos de idealizaciones pintorescas. La particular visión de Ismael Rodríguez respecto al mundo y a la vida que plasmó en la película trastocó profundamente la forma de hacer cine en México y heredó –para bien y para mal– sus influencias a la producción televisiva nacional; sus filmes son emblemas mexicanos a nivel internacional. Sin embargo, la película es una leyenda del cine patrio no por su valor moral, sino cinematográfico: por su construcción narrativa y montaje que refleja, aunque parcialmente y de una forma dislocada, a la cultura mexicana. Tuvo dos secuelas Ustedes los ricos y Pepe el Toro.
E
l legado del director Richard Linklater al subgénero del drama romántico con su trilogía protagonizada por Ethan Hawke y Julie Delpy –Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes de Medianoche (2013)– se ha materializado en interesantes ejercicios fílmicos de los últimos años como Stockholm (2013), de Rodrigo Sorogoyen, y Théo et Hugo dans le même bateau (2016). Ahora, el cineasta brasileño Gabe Klinger homenajea al director de Boyhood (2014) con su primer largometraje de ficción: Porto, un melancólico filme narrado en tres episodios con distintas perspectivas de la historia de (des)amor protagonizada por Jake Kleeman (Anton Yelchin en su último trabajo en pantalla) y Mati Vargnier (Lucie Lucas). Él es un joven norteamericano autoexiliado y alejado de su familia; ella es una estudiante francesa. Ambos son extranjeros que se encuentran casualmente en la ciudad portuguesa que bautiza al filme y que comienzan una relación cada vez más íntima mientras se descubren el uno al otro y confiesan sus fracasos personales y amorosos. Y es que Klinger es un auténtico admirador del cineasta estadounidense –como ya lo había manifestado con su trabajo anterior: el documental Double Play: James Benning and Richard Linklater (2013)–, pero su propuesta no se queda en el homenaje a Linklater, pues bebe además de los principios de la Nouvelle Vague, de los reconocibles estilos de Chantal Akerman –quien tiene un breve cameo en la cinta–, de Jim Jarmusch –quien fungió como productor ejecutivo–, e incluso del italiano Bernardo Bertolucci, pues encontramos en Porto ecos de la emblemática El Último Tango en París (1967). La elemental premisa, desarrollada en el guion por Klinger en conjunto con Larry Gross, adquiere com-
plejidad y profundidad por sus decisiones formales: una narrativa con estructura fragmentada, con secuencias alternadas a través de saltos en el tiempo y cambios tanto en la textura de la imagen, como en la paleta de colores e incluso en la relación de aspecto (aspect ratio). Además alterna los puntos de vista del relato en los dos primeros episodios: en el primero vemos la historia de amor desde la perspectiva de Jake, y en el segundo, el punto de vista de Mati prevalece; y finalmente, en el tercer segmento, realiza una suerte de ejercicio de ambigüedad especulativa sobre el desenlace de la historia de (des)amor visto desde el punto de vista de ambos. Se trata de un ejercicio similar al que propuso con bastante solvencia el director Ned Benson en las tres versiones de The Disappearance of Eleanor Rigby (2014) con James McAvoy y Jessica Chastain. El resultado es un ejercicio estimulante que, además de exponer el amplio conocimiento del lenguaje y la gramática cinematográfica que posee el director, propone una tesis sobre la soledad y las relaciones amorosas contemporáneas, examinando sus posibilidades, pero sobre todo, sus imposibilidades. Klinger traza con consistencia y determinación un tratado sobre lo efímero y lo cambiante, una propuesta temática que el director empata con el estudio del personaje protagonista y su inestabilidad emocional: Jake es un personaje complejo; es tierno y sensible, pero también deja ver su lado violento y peligroso. Porto es el melancólico, evocador y onírico cuento de amor fugaz con el que el director rinde homenaje a sus grandes héroes del cine a la vez que los utiliza como guía para encontrar su propia voz.
L
a australiana Catherine Gund y la estadounidense Daresha Kyi codirigen este documental –coproducido por México, España y Estados Unidos– centrado en la vida y obra de la cantante Chavela Vargas. Y aunque formalmente estamos ante un documental poco propositivo que sigue los lineamientos de un documental convencional con entrevistas testimoniales y episodios ilustrados con fotografías y videos, el ejercicio cinematográfico se transforma en un documento fílmico oportuno y valioso que sobresale por su dedicada investigación, su invaluable colección de material audiovisual y las inesperadas revelaciones que nos permiten descubrir facetas desconocidas de la inigualable artista mexicana. Chavela Vargas es un documental meticuloso que nos lleva por un cronológico recorrido por la vida de la cantante, desde su nacimiento en Costa Rica hasta su muerte en México, a donde llegó a los 17 años tras abandonar su hogar a causa del rechazo de su familia por su orientación sexual. Se trata de un documental cargado de información, pero cuya estructura permite una accesible asimilación a la vez que examina su legado e impacto en el ambiente artístico tanto mexicano como internacional. El documental delinea matices de un ser complejo tanto como mujer lesbiana como artista; su ternura, cariño y entrega, a la vez que su carácter dominante. Chavela Vargas es un ejercicio que traza el retrato de una mujer llena de contradicciones y que, aunque las directoras no pueden evitar idealizar por instantes a su musa –y es que ¿quien realmente podría no idealizar a Chavela?–, también permiten una sensible humanización del mito que representa (y representará por siempre) la figura de Chavela Vargas.
Pero el documental, además de un concienzudo estudio de su figura protagónica, permite extraer de él una lectura sociológica de un México moralmente hipócrita, machista, misógino, racista, clasista y homofóbico que, por un lado, idolatra a los cantantes como figuras artísticas sobre los escenarios, pero que por otro lado los condena bajo el escenario si no se apegan a sus normas doblemoralinas. Y es que la cantante encontró en la sociedad y en el ambiente artístico de España –donde resurgió su carrera gracias a la ayuda de personalidades como Pedro Almodóvar y Miguel Bosé– una libertad que México nunca le brindó, y que por mucho tiempo la marginó por su apariencia y sus preferencias sexuales, las cuales nunca expresó verbalmente en público. La marginación que sufrió la cantante en México surgió con su decisión de, literalmente, ponerse los pantalones y enfrentar los prejuicios: Chavela dijo no a la feminidad clásica expuesta en el Cine Mexicano de la Época de Oro, desafiando los convencionalismos y, como bien lo señala la cantante Eugenia Leon en el documental, sintetizando la festividad nacional y transformándola en el canto de un alma herida, evocando el final trágico del amor. Chavela Vargas es un documental que los seguidores incondicionales de la cantante sabrán apreciar, mientras que aquellos que se encuentren descubriendo a la artista terminarán conquistados por la historia de una mujer inigualable, una mujer que nació cantando, que vivió en perpetua lucha por la libertad y se convirtió en un emblema de rebeldía sexual, artístico y social. Su nombre fue Chavela Vargas... que no se les olvide.
L
uego de presentar cuatro cortometrajes con excelente recepción en varios festivales –incluyendo Sundance–, el fotoperiodista, director, guionista y productor sueco Jens Assur incursiona en el largometraje con Cuervos, una libre adaptación de la novela homónima del escritor Tomas Bannerhed. Ambientada en la Suecia rural de finales de los años 70, la cinta sigue los cansados pasos de Agne (Reine Brynolfsson), un granjero mayor que ha trabajado por más de 40 años para sostener la granja que ha manejado su familia por varias generaciones. Pero la modernidad y la necesidad de un negocio industrializado –y por ende más próspero– para los dueños del terreno donde se encuentra la granja, provocan que Agne se hunda en la incertidumbre y en graves episodios de psicosis ante la posibilidad de un futuro amargo que se vuelve más probable con la renuencia de su hijo mayor adolescente Klas (Jacob Nordström) a seguir los pasos de su padre como responsable del negocio familiar, pues sueña con viajar a Estocolmo para estudiar. Cuervos es un relato cautivador cuya ominosa propuesta atmosférica se sostiene por la extraordinaria labor del cinefotógrafo Jonas Alarik y las lúgubres notas de Peter Von Poehl; la conjunción de estos elementos técnicos consigue no solo recalcar la relación entre la naturaleza y las emociones humanas, sino también fortalecer y transmitir con mayor eficacia el
discurso que ya se manifiesta en los simbolismos propuestos por el guion como la constante aparición de aves en vuelo como representación de las ansias de libertad de Klas; las grandes y pesadas rocas como alegoría de la fortaleza y seguridad del negocio familiar perpetuado por Agne; los cuervos que acechan su cuerpo cada vez más decadente; o los pájaros atrapados en las redes como alegoría del inevitable destino que les aguarda a los protagonistas. Porque, al final, Agne y Klas son, en esencia, el mismo personaje: la madre revela al chico adolescente cómo su padre sacrificó sus sueños de estudiar meteorología para tomar el control de la granja y luego formar una familia, siendo ésta su más grande tesoro. En este sentido cabe señalar la sobresaliente construcción de la dualidad del personaje central: ¿es acaso Agne una suerte de villano autoritario y egoísta, o es sólo un hombre desesperado por el miedo a perder lo que tantos años de sacrificios personales le costó construir? La propuesta del director sueco desafía al espectador a un debate ético y moral con su divergencia entre los conflictos generacionales entre padres e hijos, y entre la imposición de las tradiciones, costumbres y oficios familiares que se oponen a dar paso a la modernidad y a la libertad individual. Y es que el legado de una familia, muchas veces está lejos de ser un preciado obsequio, siendo por el contrario un lastre que atrapa, inmoviliza y mata muy lentamente.
J
ames More (un excelente James McAvoy) es un ingeniero hidráulico capturado y tomado como rehén por las fuerzas terroristas yihadistas en Somalia bajo la sospecha de ser un espía británico infiltrado. Danny Flinders (la ganadora del Oscar Alicia Vikander), una biomatemática que se encuentra trabajando en un proyecto de inmersión en las aguas más profundas de los océanos para comprobar su teoría sobre el origen marino de la vida en la Tierra. A través de constantes flashbacks el filme muestra la añoranza de ambos por la breve pero trascendental relación amorosa que vivieron cuando se conocieron un año atrás en un hotel en la costa francesa. Con esta premisa se presenta el sonado regreso de Wim Wenders a los terrenos de la ficción luego de dedicar gran parte de su trabajo a la labor documentalista con títulos imprescindibles como La Sal de la Tierra (2014), Pina (2011) y Buena Vista Social Club (1999). Sin embargo, su más reciente producción tiene un resultado decepcionante; y aunque quizá la culpa de la fallida Siempre te esperaré –ridículo título con el que se distribuye en México– no sea enteramente del maestro teutón, pues el principal fallo de la película es la pobreza de su guion adaptado de la novela Submergence del escritor J.M. Ledgard a cargo de Erin Dignam, sí deja en evidencia a un autor que ya no se encuentra en forma óptima en cuanto a nivel de imaginería y fuerza creadora se refiere. Y es que pese a contar con un equipo de producción de primer nivel que le permite entregar un filme con
unas locaciones maravillosas y una factura impecable, y a un par de protagonistas de talento más que comprobado y que ofrecen aquí un trabajo histriónico solvente, el director de la legendaria Las Alas del Deseo (1987) poco puede hacer con un deficiente guion que naufraga por su absoluta banalización de sus comentarios sociopolíticos y de los dilemas existenciales que plantea, y que quiero creer, están mucho mejor desarrollados en el relato escrito por Ledgard. Poco se puede percibir en Submergence del otrora esteta minimalista del Nuevo Cine Alemán. Es verdad que, aunque sí encontramos a personajes en constante búsqueda de sí mismos y es notoria su impronta en algunos pasajes –especialmente por su paciente, elegante y clásica narrativa–, sus habituales atmósferas y el carácter sensorial que definen a su cine previo brillan aquí por su ausencia y poco o nada puede conectar con el espectador; sorprende además que el cineasta siempre preocupado por los cambios sociales e ideológicos nos entregue un relato absolutamente superficial en ese aspecto. En su carrera de altibajos la ultraconvencional e irrelevante Submergence representa uno de los filmes menos logrados de Wenders; aunque también sería justo reconocerle que, pese a todos los fallos, se ha mantenido fiel a sí mismo, algo de lo que no muchos realizadores pueden jactarse hoy en día.
L
a breve pero contundente filmografía del cineasta inglés Andrew Haigh ha quedado marcada principalmente por la soledad de los protagonistas de sus historias y ha llegado a su cúspide de calidad y trascendencia con la inesperada obra maestra del género dramático 45 años (45 Years, 2015). Es por ello que su nueva película generó gran expectativa para sus incondicionales seguidores y los cinéfilos que disfrutan del cine independiente que se aleja de los artificios hollywoodenses más rampantes; y aunque su nueva obra no alcanza los niveles de maestría logrados con la cinta protagonizada por los legendarios Charlotte Rampling y Tom Courtenay, sí se coloca como una de las mejores películas del año. Apóyate en mí mantiene la tendencia de protagonistas solitarios con Charley Thompson (Charlie Plummer), un adolescente de 15 años que se ha mudado en busca de un nuevo comienzo a las afueras de Portland, Oregon, junto a su padre soltero Ray (Travis Fimmel); pero pronto éste reincide en sus vicios del pasado, viéndose arrastrado a un nuevo descenso hacia los infiernos. El chico sobrelleva el desencanto paternal con el encuentro de aceptación y camaradería en su nuevo trabajo como ayudante de Del Monstgomery (Steve Buscemi), el dueño de varios caballos a los que corre en un hipodromo de la localidad, y en la grata compañía de la joven e intrépida jockey Bonnie (Chloë Sevigny); aunque lo que más ayuda a Charley a llenar el vacío de su padre despreocupado y ausente es el inesperado lazo afectivo que crea con Lean on Pete, uno de los caballos de Del. Pero el chico vuelve a desencantarse cuando descubre los sucios trucos de Del durante las carreras y Bonnie resulta no ser tan diferente a su padre; y cuando descubre que su nuevo mejor amigo pronto será sacrificado por no cumplir con los estándares para el negocio de las carreras, Charley decide repentinamente tomar medidas desesperadas: escapar con él y aventurarse a terreros desconocidos en la norteamerica profunda en busca de su tía Margy a la que no ha visto en años.
Con esta premisa tomada de la novela homónima del estadounidense Willy Vlautin, el director británico desarrolla su particular visión de la soledad, la amistad y la búsqueda de un hogar, de un lugar al cual pertenecer. Haigh vuelve a desplegar su talento al bordar con su habitual delicadeza y elegancia un drama rural de alma melancólica y taciturna; en esta suerte de anti-western mezclado con road movie, la naturalidad predomina tanto en su puesta en escena como en sus interpretaciones y en sus diálogos. Sostenida en gran parte por la excelente labor histriónica de Charlie Plummer –a quien ya habíamos visto como John Paul Getty III en All the money in the world (2017), de Ridley Scott–, la película huye del sentimentalismo ordinario y del drama exacerbado a la vez que busca evitar a toda costa caer en el discurso reivindicativo del miserabilismo estadounidense. Con el respaldo de Magnus Nordenhof Jønick en la fotografía, Haigh construye un relato revestido con sutilezas de una brutalidad desconcertante; Lean on Pete es una clase magistral de cómo retratar la intimidad de los personajes. Y es que, como ya lo hizo la también británica Andrea Arnold con su American Honey (2016), el director de Weekend (2012) se adentra en la Norteamérica profunda y marginal para evocarnos a clásicos relatos de angustia adolescente como el imprescindible clásico Los 400 golpes (1959), de François Truffaut, o al aventurado viaje de Christopher McCandless (Emile Hirsch) en Into The Wild (2007), de Sean Penn, o incluso estableciendo vasos comunicantes con The Florida Project (2017), de Sean Baker. Lean on Pete es una suerte de Odisea en el Viejo Oeste donde la resilencia que va cambiando a nuestro héroe a la vez propicia una transformación de la película en sí misma; y es que en la última escena de la cinta Charley ya no es el mismo chico que huyó de Portland a Laramie en busca de un lugar al cual pertenecer, así como la película tampoco es ya un drama familiar más de la ruralidad estadounidense, sino una lección de amor, familia y amistad.
E
l cineasta Rubén Imaz se inspira en la anécdota del héroe nacional olvidado Rudesindo Cantarell Jiménez para desarrollar su cuarto largometraje: Tormentero. Rudesindo, durante un día de pesca habitual en la década de los 60, descubrió un yacimiento de petróleo de a 85 kilómetros de Ciudad del Carmen, Campeche; y aunque en su momento gozó brevemente como una celebridad y se bautizó al campo petrolero más grande e importante de México con su apellido, murió en la miseria, solitario, alcohólico y, dicen, en la locura. Ahora su nombre se encuentra en el olvido incluso para la mayoría de los habitantes de la zona. Imaz recurre al extraordinario histrión José Carlos Ruiz –a quien el año pasado vimos en Almacenados (2015)– para interpretar a Romero Kantún, el alter ego cinematográfico de Rudesindo Cantarell que el cineasta utiliza para narrar los últimos días del anciano que vive entre la realidad y la fantasía, acechado por el recuerdo de haber sido responsable de hundir al pueblo en la miseria cuando la industria petrolera prohibió la actividad pesquera de camarón en la región, despojando así a los habitantes su principal medio de sustento. Su vida ahora transcurre entre el alcohol y un fantasioso anhelo de recuperar lo perdido, así como de reivindicación social y de redención personal. El primer actor borda con sensibilidad a este personaje complejo; y es que, más que un hombre, Don Rome se ha convertido en un ente errante, un alma en pena que, en sus alucinaciones alcohólicas y episodios esquizofrénicos, padece el acecho de los fantasmas de su pasado, de personas fallecidas y de una intimidante mancha de petróleo que se, aunque lentamente, se extiende amenazante por su humilde casa con el fin de engullirlo todo a su paso.
Como es habitual en el cine de Imaz –Familia Tortuga (2006), Cefalópodo (2010) y Epitafio (2015), esta última codirigida con Yulene Olaizola–, la atmósfera predomina por sobre el relato, y su ominosa, onírica y parsimoniosa puesta en escena se presenta plena en simbolismos que remarcan la ambigüedad en la que se sustenta la película: la perpetua lucha entre la industria y la naturaleza, la locura y la sanidad, el éxito y el fracaso, el día y la noche, el pasado y el presente, la vida y la muerte. Todo ello a partir de la fotografía de Gerardo Barroso Alcalá, la música de Galo Durán y Camilo Plaza y los planos secuencia con potentes ecos del cine de Ripstein –con los que busca una representación exaltada de la intimidad– y de Tarkovsky –particularmente de Stalker (1979), permitiendo la reconceptualización de «el tiempo»–, y con influencias claras del realismo mágico de Juan Rulfo y las postales de Gabriel Figueroa. Pero la ambigüedad no solo se cierne en torno al protagonista desde su hallazgo petrolero –primero considerado héroe nacional, y luego responsable de la miseria del pueblo–, sino también en torno al espectador: ¿qué tanto de lo que vemos en pantalla es real y qué tanto es alucinación de su protagonista atormentado por la frustración de no poder volver en el tiempo y cambiarlo todo? Tormentero no es un cine para la masas que buscan evasión; es un ejercicio que demanda la atención y participación del espectador para descifrar el enigmático y por momentos inquietante relato propuesto por Imaz, un relato que por momentos resuena como una suerte de reinterpretación tropical de la tragedia shakesperiana de Próspero conjurando las tormentas que le permitirían reclamar lo que le fue arrebatado.
E
l cine de terror padeció un gran estancamiento creativo a finales del siglo pasado, ofreciendo películas genéricas al por mayor; y aunque la tendencia de la producción de cine de terror se ha mantenido y proliferan las propuestas mediocres, afortunadamente desde hace algunos años se ha vivido una nueva oleada de propuestas de este género que nos ha brindado la oportunidad de conocer viejas formas de vivir el miedo. Títulos como The Babadook (2014), Darling (2015), It Follows (2014), The Witch (2015) o Hereditary (2018) –nuevos clásicos de culto– son piezas de arte que recurren en mayor o menor medida a los códigos del cine de antaño –por ejemplo a clásicos como The Texas Chainsaw Massacre (1974), Repulsion (1965), Halloween (1978)– para dar forma a experiencias escalofriantes alejadas de las manidas formas del 'cine de espantos'. Historias de Ultratumba, se une a la lista de este nuevo cine de terror homenajeando a los clásicos del género de la manera más sencilla y eficaz bajo el ahora socorrido concepto de las cintas antológicas como V/H/S (2012), The ABCs of Death” (2012), México Bárbaro (2014) o XX (2017). En Historias de Ultratumba los ingleses Andy Nyman y Jeremy Dyson adaptan y dirigen la versión fílmica de su obra de teatro homónima de gran popularidad en 2010, una historia centrada en el profesor Phillip Goodman (el propio Nyman), quien fue criado bajo una estricta disciplina familiar/religiosa por parte de su padre –quien expulsó de casa y de la familia a su hermana por salir con un chico de una raza diferente–, y que ahora replica esa misma disciplina en su trabajo como conductor de un modestamente exitoso programa de televisión dedicado de desenmascarar a videntes charlatanes que aseguran haber experimentado fenómenos sobrenaturales, ello bajo la consigna «el cerebro ve lo que quiere ver» y con el fin de evitar que el público no dependa de tontas supersticiones o creencias religiosas y códigos morales retrógrados como lo hizo su padre. Pero un día recibe la invitación del alguna vez famoso investigador paranormal Charles Cameron, quien ahora en el invierno de su vida, pi-
de al profesor investigar tres casos paranormales que él mismo nunca pudo probar como falsos, y cuyos protagonistas vivenciales –encarnados por Paul Whitehouse, Alex Lawther y Martin Freeman– inesperada e inexplicablemente pondrán en duda todos los conocimientos del escéptico Goodman. Con una sobresaliente mezcla de horror y suspenso con toques de seco humor británico, la película se sustenta en su eficaz construcción de atmósferas, gracias a una puesta en escena que homenajea en forma y fondo a clásicos seminales del género como el show televisivo La dimensión desconocida (Twilight Zone; 1959-1964) emparentándose así con los ejercicios fílmicos del mexicano Isaac Ezban: El Incidente (2014) y Los parecidos (2015). Y aunque los casos a investigar por Goodman están lejos de ser aterradores para las nuevas generaciones de cinéfilos, sí están construidos eficazmente bajo una hábil administración de recursos técnicos y el adecuado uso de los habituales elementos que son necesarios en un buen relato de terror, como su naturaleza ambigua, el descenso de la temperatura ante una presencia fantasmal, o ruidos extraños por la noche. Los directores saben cuáles son sus puntos fuertes y los explotan ingeniosamente trabajando con esmero en ellos para eclipsar aquellos otros aspectos en los que no resulta tan afortunada. Construida sobre sutilezas narrativas y una elegancia formal, la cinta busca una revitalización de las clásicas historias de terror bajo el estilo de la vieja escuela; y quizá su mayor acierto sea que el tríptico de experiencias paranormales investigadas por el profesor Goodman en realidad funcionan al servicio de su propia historia personal, cuya experiencia da un giro del horror sobrenatural al drama psicológico en su brillante último acto. Historias de Ultratumba, pese a sus interpretaciones desiguales, a sus breves momentos efectistas, a la evidente inexperiencia de los directores en el cine y a quedarse lejos de provocar escalofríos en el espectador, es al final una experiencia que resulta muy entretenida y por momentos hasta estimulante para los amantes del género y para el cinéfilo en general.
F
inalmente podemos ver en cines El Insulto, el único pendiente de los cinco títulos nominados como mejor película de habla no inglesa en la pasada edición de los premios Oscar. La cinta libanesa coescrita y dirigida por Ziad Doueiri –antiguo asistente de dirección del mismísimo Quentin Tarantino y del eterno wannabe de éste: Robert Rodríguez– versa sobre el conflicto personal entre Toni y Yasser. El segundo es el capataz palestino de una obra en el barrio donde el primero, un cristiano libanés, vive u trabaja como mecánico. Un día se desata un intercambio de agravios que terminan con Yasser insultando a Toni; el orgullo herido de éste se ve aún más golpeado cuando el capataz se niega a disculparse por el insulto, incitando al mecánico a lanzar comentarios xenofóbicos en contra del pueblo palestino. Yasser pierde los estribos y ataca físicamente a Toni, quien decide llevar el caso a la corte. Pero el conflicto va más allá de los juzgados y alcanza el nivel de calle reabriendo las heridas de una guerra entre palestinos y cristianos libaneses que se creía superada. Con este argumento trabajado junto a Joelle Touma el director se propone –y consigue– recalcar una serie
observaciones sociales de carácter universal que no sólo no han perdido vigencia, sino que son más relevantes que nunca. La película, basada en una factura limpia, sencilla y de aspiraciones comerciales que incluyen la inserción de toques melodramáticos y una serie de sorpresas argumentales con las que no puede evitar desprender un tufo didáctico y moralino, consigue aún así explorar exitosamente las debilidades de nuestra condición humana y su sensibilidad ante el sufrimiento propio y ajeno. La película parte de una rencilla anecdótica pero trasciende a niveles sociales, políticos y religiosos, mostrando un problema complejo, con muchas aristas, pero con una solución que podría ponerse en marcha de forma sencilla: con educación, empatía y respeto. Y sí, quizá El Insulto sea demasiado obvia y esquemática hasta alcanzar burdos niveles –es verdad que por no pocos momentos se siente artificiosa y efectista–, pero ello no la despoja de su valía como una parábola contemporánea poseedora de un urgentísimo discurso humanitario de reconciliación social.
E
stamos en una época en la que el cine familiar se rige bajo una peligrosa idea de sobreprotección hacia los menores evitándoles temas que, según sus creadores, son demasiado duros y delicados para ser asimilados por las mentes infantiles, ofreciéndoles en cambio historias ligeras que, si bien es incuestionable su capacidad de entretenimiento y de promoción de mensajes positivos sobre la amistad, la familia, la inclusión y la persecución de los sueños, les ocultan deliberadamente muchas situaciones dolorosas que inevitablemente tendrán que enfrentar en su desarrollo como infantes y/o adolescentes. Estas edulcoradas versiones de la realidad trastocan el desarrollo de los infantes y los marcan con impedimentos emocionales y con la carencia de herramientas que les dificultan afrontar traumas inherentes a nuestro paso por la vida. En años recientes han sobresalido tres títulos que rompen un poco con estos esquemas: Un monstruo viene a verme (2016), de Juan Antonio Bayona; I Kill Giants (2017), de Anders Walter; y La vida de Calabacín (2016), de Claude Barras. Los tres filmes enfrentan a sus protagonistas, con mayor o menor grado de crudeza, a un proceso de pérdida y duelo mediante el uso de elementos clásicos del cine infantil/juvenil. Ana y Bruno, el anhelado proyecto animado del cineasta mexicano Carlos Carrera y basado en la novela Ana de Daniel Emil, se inscribe como parte de estas cintas que desafían la ideología sobreprotectora proponiendo temáticas oscuras en historias infantiles, incluyendo en esta ocasión los trastornos psiquiátricos. En la cinta, la pequeña Ana (Galia Mayer) y su madre Carmen (Marina de Tavira) son dejadas por su padre Ricardo (Damián Alcázar) en una remota clínica psiquiátrica con la promesa de regresar en unos días. En el lugar Ana conoce a un pequeño duende verde de grandes orejas (Silverio Palacios) que la guía por el psiquiátrico y le presenta a los otros extravagantes inquilinos: una elefante rosa controladora llamada Rosi (Regina Orozco); Tic (Mauricio Isaac), un personaje construido a base de piezas de relojería; una rockola; una viuda negra, un excusado, una piñata, un brazo que camina solo; un changopulpo; entre muchos más. Todos ellos son las alucinaciones de los numerosos pacientes tratados por el Dr. Méndez (Hector Bonilla), una supuesta eminencia de la psiquiatría que está convencido de que el mejor tratamiento son las inyecciones sedantes y los electroshocks; y cuando la mamá de Ana comienza a ser considerada para la aberrante terapia del médico, ésta huye con la ayuda de la pandilla de alucinaciones con el fin de encontrar a su padre para que le ayude a rescatar a su mamá antes de que sea demasiado tarde.
La película está ambientada en los años 40, y este dato es relevante no sólo porque permite contemplar una minuciosa recreación histórica de la provincia mexicana absolutamente alejada de clichés y nacionalismos forzados, sino porque nos permite a la vez contextualizar la situación de la medicina psiquiátrica radical con sus ahora muy cuestionables terapias y el entonces común abandono de los pacientes por parte de su familia. Como ejemplo podemos acudir al caso del infame hospital psiquiátrico “La Castañeda” –ubicado en el antiguo barrio de Mixcoac de la Ciudad de México– del que se conocen ahora sus condiciones de abuso y tortura a los pacientes bajo la excusa de tratamientos para combatir sus trastornos, y que llegaron a su fin en 1968 cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz, preocupado no por el bienestar de los pacientes sino por la imagen del país ante el inminente inicio de los Juegos Olímpicos en territorio nacional, ordenó que fuera clausurado y demolido. Y es que es aquí, en este oscuro ambiente histórico, donde la pequeña Ana emprende, con Bruno y compañía, su odisea para recuperar a su familia, encontrando la inesperada ayuda de Daniel (Daniel Carreras), un niño huérfano y ciego. Ana y Bruno ofrece por supuesto las aventuras emocionantes y personajes entrañables que son necesarias en un relato de este corte para promover lecciones de familia, amor y amistad, pero el contexto de la medicina psiquiátrica donde se desarrolla le permite al director participar no solo en el juego de la (a)normalidad tanto por medio de los pacientes en tratamiento como por medio de sus alucinaciones que tienen una identidad propia, sino también ofrecer una serie de reflexiones sobre la importancia de la memoria, sobre la muerte, la pérdida y el duelo. Y aunque su factura técnica es impecable, es más que evidente que no nos encontramos ante una propuesta de sofisticado diseño y estilo como las cintas de Pixar o DreamWorks; sin embargo, su propuesta narrativa, su imaginería, su extraordinario diseño de arte y su madurez temática la colocan al mismo nivel de cualquier cinta de estos estudios. La película expone el dominio del lenguaje cinematográfico que el cineasta ya ha demostrado a lo largo de su filmografía y sobre todo destacan los ecos de melancolía y oscuridad emocional que guarda con su cortometraje El Héroe, la sofisticada pieza de animación tradicional con la que ganó la Palma de Oro en Cannes en 1994. Ana y Bruno es un ejercicio sobresaliente especialmente porque no es condescendiente ni en lo intelectual ni en lo emocional con el público infantil y le habla de frente sobre los claroscuros de la vida; es la película que Pixar o DreamWorks jamás se atreverán a realizar.
E
n 2012, el director mexicano Sebastián Hofmann presentó su largometraje debut Halley, una cinta que dio la vuelta al subgénero de zombie a través de la historia de Beto (Alberto Trujillo), un guardia de seguridad nocturno de un gimnasio que inesperadamente debe hacerle frente a la muerte en vida. Con su segundo largometraje, Tiempo Compartido, Hofmann y su coguionista Julio Chavezmontes desarrollan una comedia familiar vacacional que, sin embargo, no podemos apartarla completamente del género de terror. La premisa tiene como protagonistas a dos familias: la de Pedro (Luis Gerardo Méndez), Eva (Cassandra Ciangherotti) y su pequeño hijo Pedrito; y la de Andrés (Miguel Rodarte como nunca lo habíamos visto) y Gloria (Montserrat Marañón). La primera de ellas se encuentra de vacaciones en una de las villas del lujoso hotel Vista Mar –parte del reconocido resort corporativo Everfields International–; mientras que la segunda pareja forma parte de los animadores que trabajan en esta prestigiosa compañía hotelera. Las dos familias han pasado por una fuerte crisis, y la cinta retrata el abismal descenso al infierno emocional y psicológico al que se enfrentan los patriarcas de estas familias en medio de este paraíso artificial. Pedro y su familia tienen que compartir la villa con otra familia –conformada por Abel (el siempre excelente Andrés Almeida), su esposa y sus dos hijos– por un 'error administrativo' de la compañía hotelera; mientras que Andrés tiene que lidiar con el distanciamiento de Gloria tras una tragedia familiar, así como el ascenso de ésta en la empresa –de animadora de shows a agente de ventas de membresías vitalicias– y su propia degradación laboral de animador a encargado de la limpieza de habitaciones y lavado de la ropa de cama de hotel en sus laberínticas entrañas. La estructura, temática y desarrollo de Tiempo Compartido nos recuerda a títulos recientes como HighRise (2015) de Ben Wheatley, en el que también se lanzan comentarios sobre las clases sociales conviviendo en una lujosa residencia comunal; y a Force Majeure (2014), de Ruben Östlund, donde las absurdas situaciones durante unas idílicas vacaciones familiares en los Alpes suizos deslizan mordazmente señalamientos sobre la fragilidad masculina del patriarca de la familia. Sin embargo, las más fuertes influencias provienen inesperadamente del inmortal clásico del cine de terror El Resplandor (The Shining; 1980), del cual incluso algunas secuencias como la del elevador que abre sus compuertas y libera una ola de sangre
es reelaborada aquí con una lavadora industrial como protagonista que, por un desperfecto provocado ¿intencionalmente?, libera una suerte de río de sangre a los pies del personaje de Andrés. Además, sobresale la charla entre Pedro y su pequeño hijo sobre los intrusos que quieren destrozar a su familia y que de inmediato nos remite a aquella plática paterno-filial entre un desquiciado Jack Torrance (Jack Nicholson) y su pequeño retoño (Danny Lloyd) en el también inmenso, laberíntico y disimuladamente infernal Hotel Overlook. Con una producción evidentemente mucho más ambiciosa que la de su ópera prima, Hofmann despliega su talento como realizador apoyado en la sutileza y elegancia de su guion y en la construcción de la atmósfera conseguida por la conjunción de la fotografía de Matías Penachino y la música del italiano Giorgio Giampá. El trabajo de Penachino se caracteriza por negarnos la vista al mar y ofrecernos en cambio una propuesta estilizada por sus encuadres sofocantes y sus contrastantes azules y rojos neon, mientras que los sonidos de Giampá son sugerentes hasta un nivel inquietante; juntos consiguen el ambiente angustiante y claustrofóbico que sirve al cineasta mexicano como el escenario ideal y necesario para desarrollar esta historia de los mecanismos que las corporaciones utilizan para tomar como ventaja las debilidades emocionales y psicológicas tanto de empleados como de clientes y transformarlas en ganchos de venta: por un lado acosan a la familia de Pedro y se aprovechan de la búsqueda de sanación para la enfermedad psicológica de su esposa Eva; mientras que por otro lado toman la dolorosa experiencia personal de Gloria para transformarla en una de sus vendedoras estrella. Tiempo Compartido es una propuesta arriesgada, comenzando por demandar una labor histriónica fuera de la zona de confort de sus protagonistas y dar así una muestra de sus aptitudes en roles más exigentes que en sus habituales participaciones en el cine comercial nacional; pero además, por presentar en su temática una inquietante realidad de cómo se ha construido al consumismo como la única vía de llegada a una idea de la felicidad y cómo esto ha llevado a la sociedad a una profunda deshumanización del individuo, convirtiendo a seres humanos en entes muertos en vida que, aún a costa de estar dispuestos a explotar sus propias tragedias, se alimentan de los sueños y anhelos de los otros con tal de alcanzar esa falsa idea de felicidad que promueve el capitalismo y sus alienantes mensajes de «la familia feliz».
A
unque la figura del chileno Alejandro Jodorowsky es ahora la de un charlatán engañabobos –algo así como un Paulo Coelho para hipsters– con ínfulas mesiánicas y un patético show de lo que él llama «psicomagia» –y que muchos se creen y caen en la trampa de sus básicas lecciones de superación personal–, es innegable que gran parte de su obra multidisciplinaria desborda imaginería y autenticidad. Las potentes imágenes de sus disruptivas y provocadoras fábulas cinematográficas, por ejemplo, nunca han dejado indiferente a nadie y le han concedido el estatus de 'auteur'. Es por ello que para nadie resultó una locura que, en 1975, se colocara como director al frente de uno de sus proyectos personales más anhelados: adaptar a la gran pantalla la icónica novela de ciencia ficción Dune, de Frank Herbert. Con esa meta en mente trabajo con el guionista y experto en efectos especiales Dan O'Bannon, el diseñador H.R. Giger –quien cuatro años después crearía al ya legendario xenomorfo para la cinta Alien (1979) de Ridley Scott–, el británico artista e ilustrador Chris Foss y el afamado artista Jean Giraud (a.k.a. Moebius). Además, como parte del ambicioso proyecto, el multidisciplinario personaje sostuvo conversaciones con Salvador Dalí, Orson Welles, Mick Jagger y David Carradine para que protagonizaran en pantalla la historia la familia Atreides que debe explotar el desértico planeta Arrakis -o Dune- con el fin de en-
contrar la «especia», una sustancia que lo mismo sirve como droga y combustible, y que es indispensable para los vuelos espaciales; si embargo, los Harkonen, quienes antiguamente fueron gobernantes del planeta, deciden atacar para recuperar el poder, por lo que el joven Paul, heredero del duque de Atreides, debe intervenir para derrocar al nuevo imperio. La película Dune finalmente se estrenó en cines en 1984; sin embargo, fue el maestro David Lynch quien se encargó de su realización, y aunque su mente maestra fue capaz de crear una obra de culto para cierto sector de los seguidores del cineasta –quienes aceptan que el resultado es bastante desigual–, en su momento el filme protagonizado por estrellas como Kyle MacLachlan, Virginia Madsen, Max von Sydow, Dean Stockwell, Leonardo Cimino, Brad Dourif, José Ferrer, Linda Hunt, Kenneth McMillan y el cantante Sting, fue un estrepitoso fracaso taquillero y duramente tratado por la crítica especializada. Pero ¿qué fue lo que sucedió con el malogrado proyecto? Casi cuatro décadas después el documental Jodorowsky's Dune nos ofrece un panorama general de las condiciones que obligaron a la suspensión del proyecto que, posiblemente, hubiera sido musicalizado por Pink Floyd y Magma. Inevitablemente, el documental de Pavich construye vasos comunicantes con el film Lost in La Mancha (2002), de la dupla Louis Pepe y Keith Fulton, que se centra en la entonces malograda cinta de
Terry Gilliam basada en El Quijote de La Mancha, y con The Death of “Superman Lives”: What Happened? (2015), de Jon Schnepp, sobre el cancelado proyecto noventero que plasmaría en la gran pantalla por primera vez en la historia la trama del famoso evento de las tiras cómicas La Muerte de Superman a cargo de Tim Burton y con Nicolas Cage al frente del reparto como «el Hombre del Mañana». Todos ellos hablan sobre filmes que nunca lograron ver la luz y se quedaron en la etapa de preproducción por distintos motivos; pero lo que destaca al ejercicio de Pavich es que propone una completa inmersión a la prodigiosa y fértil imaginación de Jodorowsky, permitiéndonos entrar a ese universo de psicodelia y surrealismo que el multifacético chileno tenía en mente. La Dune de Jodorowsky no iba a ser completamente fiel al material original, el chileno tenía planeado usar la novela de Herbert sólo como la base para una libre interpretación de su historia y sus postulados. Es un hecho que jamás sabremos cómo hubiera sido la cinta, pero Jodorowsky's Dune nos permite tener acceso a algunas cuantas piezas de un rompecabezas que, aunque nunca contemplaremos terminado, son lo suficientemente reveladoras para asegurar que sería un ejercicio auténtico y personal rodeado de su característico halo de misticismo, y que seguramente se convertiría en un símbolo contracultural más de la extraordinaria década de los '70.
L
a división animada de DC sigue demostrando su superioridad en cuanto a las adaptaciones live action, y en esta ocasión La Muerte de Superman recibe su segundo tratamiento animado luego de la un tanto fallida cinta animada Superman: Doomsday (2007), de Bruce Timm, Lauren Montgomery y Brandon Vietti, sin mencionar a Batman v Superman (2016), esa oportunidad perdida de Zack Snyder de llevar a la pantalla grande con dignidad esta gran historia que marcó un antes y un después tanto para el personaje del Hombre de Acero en las historietas como para la industria de los cómics en general. La Muerte de Superman tiene como detonante de la trama la inesperada llegada de una criatura devastadora a la Tierra; un monstruo que deja sólo muerte y devastación a su paso. La Liga de la Justicia intenta desesperadamente contener a la bestia, pero su fuerza asesina es imparable y sólo la intervención del Último Hijo de Krypton puede salvar al mundo de Doomsday. La cinta está anclada al universo fílmico animado que DC, inspirado en su fase New 52, inició con Justice League: The Flashpoint Paradox (2013) y que ha ido construyendo con los títulos Justice League: War (2014), Son of Batman (2014), Justice League: Throne of Atlantis (2015), Batman vs. Robin (2015), Batman: Bad Blood (2016), Justice League vs. Teen Titans (2016), Justice League Dark (2017), Teen Titans: The Judas Contract (2017) y Suicide Squad: Hell to Pay (2018). En La Muerte de Superman, el guion firmado por Peter Tomasi respeta más la historia original de los escritores Dan Jurgens, Roger Stern, Louise Simonson, Jerry Ordway y Karl Kesel –responsables del argumento en el emblemático cómic– que la adaptación animada de 2007; aun así se toma varias licencias importantes que sirven no sólo como la excusa perfecta para la inclusión de los miembros de la Liga de la Justicia que aparecen en las cintas animadas –Batman, Wonder Woman, Aquaman, Green Lantern, Flash, Martian Manhunter y Cyborg– en sustitución de los héroes de segunda división que hicieron frente al monstruo en las viñetas noventeras como Booster Gold, Maxima, Bloodwynd, Guy Gardner, Hielo y Fuego, sino que también aprovecha dichas libertades son para que el relato se desarrolle de una manera más cinematográfica. Plena en referencias tanto a las películas de Zack Snyder como a la película original de 1978 de Richard Donner –«Me tienes a mí... pero ¿quién te tiene a ti?»–, el filme sobresale por recuperar el espíritu del personaje de los cómics clásicos; es notorio que aquí se tiene bien clara la personalidad del héroe, así como sus principios y convicciones: Superman es carismático, sonriente y confiado, un protector incondicional del pueblo; y en este aspecto sobresale la secuencia donde rescata, protege, tranquiliza y alienta a un niño durante la batalla climática contra Doomsday, siendo agradecido después por el infante con un cari-
ñoso abrazo. Sin embargo, en privado, en compañía de los miembros de la Liga de la Justicia o bajo la identidad del reportero Clark Kent, el personaje se muestra sensible e inseguro sobre dar el siguiente paso en la relación con Lois: revelarle su identidad secreta y permitirle la entrada a su mundo personal como conocer a su familia. Este retrato tridimensional del héroe es sin duda uno de los puntos fuertes de la película; y es que comparado con las más recientes encarnaciones del Hombre del Mañana, aquí sobresale por los matices más luminosos de su carácter que se enriquece con las dudas sobre dejar entrar o no a Lois a su mundo por miedo a lastimarla. La Muerte de Superman desarrolla de manera fluida y sin contratiempos su correspondiente arco narrativo y con breves apariciones o guiños sienta de forma adecuada las bases para la secuela y su arco narrativo centrado en el legado de Superman y en la aparición de enigmáticos personajes que reclaman ocupar el lugar del héroe caído. Las escenas postcréditos nos ofrecen brevísimos vistazos a los cuatro protagonistas de la secuela Reign of the Supermen que se estrenará el próximo año: Superboy, Steel, Erradicador y Cyborg Superman. La producción tiene una notable calidad con un buen nivel de detalle en ciertos momentos, pero en otros la animación es muy floja, perdiendo muchísima definición en los rostros principalmente; no obstante, en su mayor parte se logra un relato de buena factura técnica con una estética cercana al anime, particularmente en las épicas y dramáticas secuencias de batalla. Con una narrativa bien planeada y unos personajes y conflictos centrales adecuadamente desarrollados, La Muerte de Superman es una decorosa adaptación del clásico impreso que cambió la historia de las historietas; es un filme con corazón que logra cautivar al público y generar expectativa para la secuela y su anticipado desenlace.
D
espués del gran éxito conseguido con sus series producidas para Latinoamérica, Netflix apuesta ahora a este proyecto creado y dirigido por Manolo Caro. Desde su primera adaptación al cine de su obra teatral "No sé si cortarme las venas o dejármelas largas" no ha parado de trabajar tanto en cine como en teatro y rápidamente ha ganado popularidad en el cine nacional por sus comedias ligeras plagadas de referencias a la cultura pop, mucho tragicomedia, llamativos soundtracks y un elenco de primera. Es por eso que Netflix se acercó a él para crear en conjunto "La casa de las flores", una serie de enredos repleta de secretos.
La familia de la Mora es, en apariencia, la familia perfecta: clase acomodada, conducta intachable y grandes valores morales. Los de la Mora tienen como negocio familiar una lujosa florería que lleva por nombre "La casa de las flores", y es administrada por Virginia, la madre y cabeza de familia que lleva décadas con el negocio, el cual está por festejar su 50 aniversario. Pero esta familia esconde más secretos de los que podríamos imaginar, los cuales poco a poco van saliendo a la luz gracias a un trágico acontecimiento: una mujer de nombre Roberta es encontrada muerta en la florería. Dicha mujer resulta ser la amante de Ernesto de la Mora, el patriarca de la familia. Pero antes de morir, Roberta deja una carta dirigida a Virginia llena de secretos sobre la doble vida de Ernesto y muchas cosas más que poco a poco se irán revelando, despertando intriga y deseos de venganza. La serie se divide en trece capítulos, cada uno titulado con el nombre de alguna flor, las cuales a su vez tienen un significado que va muy ad hoc con lo que pasara en respectivo capítulo. Pero La casa de las flores es también el gran regreso a las pantallas de la actriz Verónica Castro, gran figura de las telenovelas de México, y su papel de Virginia es algo totalmente diferente a lo que habíamos visto en ella: es una madre moralista con muchos prejuicios y que tiene una secreta afición por la marihuana. 'La vero' viene acompañada de un llamativo elenco de figuras del cine y la televisión como Aislinn Derbez, Darío Yazbek Bernal -que por muy bonito y buen trasero que tenga no heredó el carisma y talento de su medio hermano Gael-, Juan Pablo Medina, Verónica Langer, Claudette Maillé y Cecilia Suárez, esta última ha sido la protagonista de las dos anteriores cintas de Caro (La vida inmoral de la pareja ideal y Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando). Esta vez interpretando a la hija mayor de la familia de la Mora, Paulina, que siempre se ha encargado de arreglar los asuntos de la familia. Ella cría sola a su hijo, ya que su esposo, María José / José María (el gran Paco León) las abandonó para cumplir su sueño de convertirse en mujer. Paulina es algo muy diferente de lo que le hemos visto últimamente a Suárez y junto a la siempre carismática
Verónica Castro son las más destacables del elenco y quienes nos dan la mayoría de los mejores momentos de la serie. Pero algo que ha llamado de verdad la atención de este personaje es su peculiar forma de hablar: para unos, divertida; para otros, molesta; pero indiscutiblemente tan pegajosa que se ha hecho viral y tie-ne a to-do Mé-xi-co ha-blan-do co-mo e-lla... ¿o a poco no lo leíste con su voz en la mente? El cine de Caro ha ganado gran popularidad, sobre todo en taquilla, por las temáticas tan actuales que plasma en pantalla, sobre todo el tema de la diversidad sexual. Sus proyectos tienen personajes gays, bisexuales, transexuales y toda gama del arcoíris; además de ese peculiar estilo visual que se ha vuelto tan característico y con el que ha cautivado a un público más comercial. Pero los que nos dedicamos a apreciar cine más a fondo reconocemos la innegable admiración que Caro tiene hacia un gran director: Pedro Almodóvar. Todos sus proyectos, hasta el momento, tienen referencias, tomas e incluso música muy similar a la de la filmografía del director manchego. Claro ejemplo es el personaje de Maria José, que nos recuerda a los icónicos personajes de Almodóvar como “Lola”, “la agrado” o “Zahara”, ciertas tomas y escenas como las del capítulo final -que son un grito descarado pidiendo una segunda temporada- y uno que otro diálogo -“que obsesión tiene esta familia con mis tetas"... ¿les suena conocido?-. En un principio resultaban graciosos pero ahora, ya tras varios proyectos haciéndolos, no sabemos si es solo un homenaje o una copia descarada. Estos comienzan a cansar y nos dejan con el deseo de ver un propuesta más propia de Manolo Caro, quien de verdad suele tener buenas ideas pero por alguna razón no suele concretarlas y las deja a medias; por ejemplo, en La casa de las flores la familia de la Mora se enfrentan a verdaderos problemas que podrían destrozar a cualquier familia pero que ellos lo resuelven con la mano en la cintura, estando más preocupado por ver “qué pasará ahora “ en lugar de sacarle más provecho a lo que ya tiene. Sí, sabemos que nada es 100% original, pero no le haría mal deslindarse un poco de esa admiración a Almodóvar y tratar de buscar su propia voz.
A
penas el domingo terminó la más reciente miniserie de HBO, y honestamente, una de las mejores que se verán este año. Adaptación de una novela de Gillian Flynn, escritora que ya está acostumbrada a que se hagan adaptaciones de sus novelas, en este caso, la primera que escribió. La serie es un completo deleite, hablando sobre lo asfixiantes que pueden llegar a ser los entornos en los que no nos sentimos seguros y las personas cuyas intenciones parecen ser las mejores pero no dejan de reafirmarnos el daño que nos pueden hacer. Episodio tras episodio te mantiene deseando saber qué secretos serán los que se descubran no solo de la protagonista sino del pueblo en el que creció.
En la serie se nos presenta a Camille, una reportera que es enviada a su pueblo natal a cubrir los feminicidios que se han comenzado a suscitar, tan pronto llega a este pueblo conocemos a su familia, una madre hiper controladora no solo dentro de su casa sino fuera de ella, un padre que pasa desapercibido todo el tiempo y con quien tiene una nula comunicación, y su hermana menor quien es sobreprotegida por su madre y que esto la ha convertido en una chica manipuladora que siempre obtiene lo que quiere. Debido a que no tiene donde quedarse, Camille se queda en casa de sus padres, a pesar de que cada vez será más difícil para ella el estar ahí por el recuerdo latente de su hermana que murió de una terrible enfermedad cuando ambas eran adolescentes. No solo Camille desea saber qué es lo que está pasando en el pueblo, un detective de Kansas también está ahí para resolver el misterio, el cual parece no preocupar a los habitantes del lugar porque creen que los crímenes no están relacionados y fueron realizados por personas que de repente llegaron y se fueron. Este detective no cree absolutamente nada de esto y tiene en la mira a algunos pobladores sospechosos. Sin embargo la gente no deja de verlo como alguien extraño y no le hacen sencillo el investigar por todos lados lo que ha sucedido. Una vez que conoce a Camille llevarán una relación en la que ambos sacarán uno del otro la información que necesiten, no sin antes formar un vínculo especial que no será bien visto. Conforme las investigaciones avanzan, los pobladores se vuelven más hostiles hacia estos dos personajes, ya que ambos están sacando a la luz muchos conflictos que se han vivido desde siempre ahí. Un pueblo conservador, que tiene muy claro que las mujeres solo deben dedicarse a formar una familia, que no se cansa de mencionar que el crimen sólo puede ser ocasionado por un hombre porque una mujer no podría, y varios sospechosos de quienes se tiene que demostrar su inocencia antes de que sea tarde y sean sometidos al linchamiento verbal y mediático, el cual es característico también por lo horrible que se expresan unos de otros, situación que, como es obvio, orilló a Camille a huir de ahí en cuanto pudo. ¿O habrá huído cuando ya no pudo soportar más? Así como estamos cada vez más cerca de resolver el caso conforme la serie avanza, también vemos de donde vienen las conductas destructivas de la protagonista, el ingerir alcohol a todas horas y el practicar cutting, mismo que dejó pero que se siente en la necesidad de retomar porque en su pueblo no encuentra más que recuerdos dolorosos. El hecho de que su madre la culpe de todo lo malo que pasa en su vida, que se interponga tan descaradamente en su investigación y que trate a toda costa de que se aleje de su hermana menor por la terrible influencia que puede ser para ella, nos confirman que Camille tuvo que cre-
cer prácticamente sola, sin un vínculo afectivo más que con personas que ya están muertas. La trama está llena de flashbacks de principio a fin, esto como el mejor vehículo para que el espectador pueda comprender de dónde proviene la personalidad autodestructiva de su protagonista y el entorno asfixiante de su pueblo, algunos son solo pequeños fragmentos excelentemente montados e intercalados con el presente, y algunos otros son escenas más largas, sobre todo para presentar personajes claves en el pasado de Camille. Este recurso narrativo luce bastante gracias al glorioso trabajo de edición, misma que a veces intercala escenas muy rápido y otras se toma su tiempo para mostrar el presente y pasado de las mismas personas en el mismo lugar. Algunas escenas musicalizadas también logran su cometido gracias a la edición, una escena del episodio 6 en la que los personajes ingieren sustancias es muestra de ello, seguimos su andar por todo el pueblo con la música de fondo y el ritmo acompasado de las imágenes. Sobra decir que la música es un personaje importante de la trama ya que, para unos personajes funciona para aislarse de su entorno y escapar de todos sus problemas o compromisos, como es el caso del padre de Camille, y por otro lado tiene esta misma función pero dentro de un vínculo importante entre las personas, quienes igual se aíslan pero al escuchar la música recuerdan esos momentos en los que dejaron de sentirse solas. El soundtrack está muy bien elegido, es al igual que la serie un vaivén de ritmos y épocas, con canciones que entran perfectamente dentro de la trama y se ajustan al momento que están viviendo sus personajes, o al recuerdo que están evocando. Las actuaciones son magníficas, tanto de los protagonistas como de los personajes secundarios y aquellos que aparecen muy poco tiempo en pantalla, Amy Adams y Patricia Clarkson no pierden ningún momento para lucirse y llevar a sus personajes de la mejor manera, el conflicto latente y el innegable lazo familiar que desemboca en un estira y afloja de su relación es interpretado magistralmente por ellas dos, a quienes obviamente tenemos que ver nominadas en próximas entregas de premios. Creo que Adams no se había enfrentado a un reto actoral de este nivel, y es que gran parte de la serie la tiene que llevar ella sola, si bien ha entregado muy buenas actuaciones antes, considero que después de esta serie tiene un reto aún mayor para seguirse superando a sí misma. Por último cabe mencionar que no sé cómo diablos hubo gente que se quejaba del ritmo y de que pasaban pocas cosas conforme la trama avanzaba, creo que esas personas vieron otra serie porque esta jamás pierde el ritmo, su trama nunca cae y todo el tiempo están pasando cosas importantes. sin duda Flynn es una gran escritora y sus tramas nunca dejarán de sorprendernos.
S
aga de películas que sin duda se ha convertido en cine de horror de culto, cuenta con cinco entregas, un remake y un documental llamado Never Sleep Again. Se trata de la serie fímica que nos ha regalado a uno de los villanos de películas de horror más icónicos y temidos de los últimos tiempos: hablamos claro de Freddy Krueger. El argumento de la cinta es principalmente un grupo de jóvenes que sufren un extraño fenómeno donde todos han soñado con el mismo hombre durante meses, sin embargo no se trata de simples pesadillas, pronto descubren que se trata de algo mucho más oscuro. El hombre de las pesadillas que experimentan los jóvenes es un espectro que porta un sucio sombrero café, un viejo suéter navideño y unas cuchillas con las que intimida a sus víctimas, sin contar claro, que su piel se encuentra totalmente quemada. Freddy Krueger (Robert Englund), se encarga de acabar uno a uno a los integrantes del grupo de amigos por medio de sus pesadillas, como venganza hacia los padres que lo han quemado vivo. Robert Englund se encargó de que Freddy quedara en la mente de toda una generación con la excelsa
actuación que hizo para darle vida, provocando que los espectadores consideraran dejar de dormir por un rato. A diferencia de las primeras entregas donde Freddy fue interpretado por Englund, en el remake realizado por Samuel Bayer, el nuevo Krueger estuvo a cargo de Jackie Earle Haley, que desafortunadamente causó mucha decepción entre los fans de la saga original, debido a que no era tan tenebroso como el Freddy Original. La banda sonora al igual que el sountrack de The exorcist se ha convertido en una de las melodías más icónicas en el cine de terror, escuchar la rima que se presenta en la cinta sigue siendo causa de escalofríos. A nightmare on Elm Street: Never Sleep Again, es un documental dedicado a la cinta y que tiene una duración de casi 3 horas; en este se incluyen testimonios y datos curiosos que se dieron a lo largo del rodaje de todas las cintas. Sin duda un clásico de terror que no pasará de moda en mucho tiempo.
C
ine de arte en su máximo esplendor: una fotografía brutal, actuaciones deliciosas y una dirección magnifica son los componentes principales de The Neon Demon. Nicolas Winding Refn (Only God forgives; Drive) nos trae otra película magistral como era de esperarse, el trabajo de Nicolas como director siempre ha dejado con un excelente sabor de boca a todo el público y con The Neon Demon no es la excepción. La historia nos cuenta la vida de Jesse (Elle Fanning) una chica de un pueblo pequeño con grandes sueños de convertirse en modelo que llegará a un lugar donde la envidia y el horror serán sus fieles compañeros. Jesse firma con una de las agencias más importantes de la ciudad para poder ser parte de los mejores desfiles y tener trato con la crema y nata del modelaje; sin embargo lejos de ser el sueño alcanzado, será una pesadilla recurrente que terminará de una forma totalmente inesperada. La banda sonora de la cinta es excepcional y hace un match perfecto con la fotografía de la cinta. Nicolas logra en esta película una estética simplemente perfecta, la paleta de colores manejada en cada una de escenas es increíble.
Una película llena de simbolismos, temas como parafilias, sexualidad, violencia, sectas, pérdida de la inocencia, y la verdadera esencia del ser humano. Elle Fanning hace una actuación excepcional, el lenguaje cinematográfico es perfecto, habla acerca de esta obsesión que tenemos todos con la belleza física y la caducidad de la misma, temas como el ojo crítico de un mundo lleno de frivolidad como el del modelaje. El argumento principal de la cinta es totalmente digerible para todo público, la psicología del color está presente en toda cinta, cada color tiene un porqué lo que se agradece totalmente a Refn. La manera en la que la película resuelve todas las situaciones se agradece ya que el director se encarga de que no quede una duda en el espectador. El final de la cinta es complicado, desafortunadamente no funciona, podría decirse que es el único error que se encuentra en la película. Estéticamente excepcional, desconcertante, terrorífica, creada para asegurar un shock en el público. Simplemente excepcional.
C
inta española que nos cuenta la historia de Laura (Belén Rueda) y su familia, conformada por su esposo Carlos y su hijo Simón, quienes en un intento de recuperar la tranquilidad deciden comprar la mansión que fungió como orfanato de Laura en su infancia, para crear una residencia para niños. Simón será el eje principal de la película desde el momento en el comienza a hablarle a sus padres sobre sus amigos imaginarios, principalmente de uno: Tomás, que según las palabras de Simón vive en la cueva y siempre va a jugar a la residencia mientras los padres duermen. Pronto Laura se dará cuenta de una forma poco agradable que Tomás es algo muy diferente a un amigo imaginario y que ahora deberá contactarlo para poder salvar a su hijo. La ambientación de la película es totalmente adecuada para la trama: los paisajes que nos presenta el
director son excepcionales, la paleta de colores que utiliza crea la atmosfera de suspenso en la que quiere sumergirnos, y sin lugar a dudas nos hace experimentar el terror de una madre desesperada por su hijo. La actuación de Belén Rueda tiene mención honorífica entre todo el reparto, hizo una gran mancuerna con el resto del equipo y el espectador lo nota y agradece. En todo momento en el que Belén está a cuadro denota compromiso y naturalidad, simplemente excepcional. El final de la cinta resulta un tanto decepcionante, que en el caso muy particular de esta película no es sinónimo de ser malo, todo lo contrario, decimos que es decepcionante porque después de todo el esfuerzo realizado por todos los personajes, las cosas no resultan como deberían. Cabe mencionar que la cinta fue ganadora de un premio Goya a la mejor dirección.
E
l director de Saw (2004) nos trae una nueva saga de horror basada en hechos reales obtenidos de los expedientes de Ed y Lorraine Warren, investigadores paranormales que han hecho fama por tener documentados gran parte de sus hallazgos e investigaciones. La saga cuenta hasta el momento con dos cintas bajo el nombre de El conjuro, sin embargo se han desprendido dos spin off relacionados a la atmósfera de El Conjuro, el primero es Annabelle, cinta basada totalmente en los orígenes de la muñeca presentada en la primera película que consta de dos partes. Próximamente se estrenará The Nun que tendrá como base la historia detrás de Valak, demonio presentado en la segunda entrega de esta saga. El conjuro nos ha traído lo que tanta falta nos hacía: una buena película de terror, las actuaciones de Patrick Wilson (Insidious) y Vera Farmiga (Bates Motel/The orphan) son excepcionales, sin duda la decisión de reparto por parte de Wan fue excelsa, logran transportar al espectador a ese mundo desarrollado en la cinta, ayudan a que la persona que vea la cinta, experimente el terror que viven las familias en ambas historias, recalcando claro, que se trata de una historia real que ha sido llevada a la pantalla. La primera cinta nos cuenta la historia de una familia que debido a problemas económicos se muda a una solitaria casa en el campo para alejarse de todo el aje-
treo, sin embargo encontrarán que su propiedad no es la casa de ensueño, todo lo contrario, hallarán espíritus molestos por la invasión a su propiedad que se encargarán de hacerlos vivir una pesadilla durante su estancia de la que sólo Ed y Lorraine podrán salvarlos. El conjuro 2 sigue la misma fórmula que afortunadamente para el director sigue funcionando, se presenta a una familia común y corriente que comienza a experimentar fenómenos paranormales cada vez más agresivos en la propiedad, cabe mencionar que dicho caso ha sido considerado como uno de los sucesos paranormales más documentados de la historia, tanto en la cinta como en la vida real, ya que cuenta con testimonios no solo de la familia y de los Warren, sino del cuerpo policiaco que fue testigo de que lo que vivía la familia era totalmente real. El ambiente que el director busca crear en la saga se logra por completo gracias al reparto que hace un excelente trabajo actoral, los efectos especiales son excelentes sin llegar a ser invasivos y la fotografía de la película es de las favoritas por la oscuridad que maneja en toda la cinta. Se tiene grandes expectativas con el próximo lanzamiento de The Nun ya que con los trailers que nos han presentado podemos notar que el trabajo de Wan cuando de horror se trata, seguirá siendo igual de bueno que con Saw y las entregas de The conjuring.