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MALA COCINA... CON TODO EL RESPETO DEL MUNDO

No sé si alguna vez les ha ocurrido que salen a comer y el lugar los decepciona un poco o más. Pues, eso me ha sucedido últimamente, no sólo en merenderos y puestos de comida callejera, sino también en restaurantes de renombre. Y es que la comida no sólo debe saber bien. No siempre tenemos buen paladar o bien no es un tema que nos interese mucho. En lo personal es un tema, por lo que sí o sí estoy atenta a los detalles del platillo o platillos que ofrecen en el menú. Suelo elegir mi comida en relación a mi consumo de ese día de determinado alimento, es decir, como nutrióloga me guío por la variedad en mis alimentos y con ello no espero repetir, de esta forma amplio las opciones de nutrimientos disponibles para mi cuerpo. Es una forma algo simple pero efectiva de no llevar un régimen tan estricto.

Por supuesto que me fijo en la presentación y en el sabor. Pero lamentablemente muchos comensales solo se fijan en estos dos puntos por lo que con mayor frecuencia me topo con más fama y concurrencia

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que calidad (utilizaré este término para referirme a alimentos y preparaciones que aportan una alta cantidad de nutrientes).

Me ha tocado que lugares que comienzan excelentes, con comida deliciosa y fresca, es decir que la preparan al día. Con el tiempo se amplían, abren sucursales, invierten en publicidad, etc. Y no estoy en desacuerdo con crecer, pero a veces mordemos más de lo que podemos masticar. De-

masiados comensales, igual a que

aceleren sus procesos. Por ejemplo, preparaciones completas hechas de un día antes. En un restaurante es normal que se hagan “previas” pero esto no es posible con un guacamole. Y es que no solo el sabor cambia, muchos de los nutrientes también ya que está expuesto y suele oxidarse o bien acidificarse con el uso de limón para prevenir la oxidación. O para mejorar el tiempo de preparación también se recurre a verduras congeladas o de lata, salsas industriales, puré de papa deshidratado, carne congelada, o incluso a guarniciones de microondas. Es claro que estos alimentos pueden pasar por que se venden como de calidad. Y es que son inocuos, no vamos a enfermar por su consumo, por lo menos no de forma inmediata.

Pero, ¿Qué nos sucede a largo

plazo? ¿Alguien está al pendiente de eso? Existe un organismo regulador de la nutrición en un platillo, no solo expertos en sabor. Nosotros deberíamos ser ese crítico intenso. Estamos arriesgando la salud. ¿Han checado los menús infantiles? Son bombas de azúcar y grasa. Lo se… Alguien podría decirme: Si quieres todo tan especial quédate en casa, bien eso hago. Pero cuando salgo y los precios no se corresponden con lo que ofrecen no esperen que no diga nada. Estamos acostumbrados a no exigir. A usar: “Está rico, ¿no?”. Mi pregunta es: ¿Vale la pena? Incluso hay quien aún no relaciona la salud con lo que come. Los operan de la vesícula y es solo por corajudos. Enferman de diabetes y es por un susto. Y es que con todo el respeto que me merecen los restaurantes muchas veces ofrecen solo sabor, a veces ni eso… ofrecen solo una “buena experiencia”. Eso incluye un rato agradable, con música de fondo o en vivo, un lugar impecable, pantallas hasta 5 en un mismo espacio y wifi. ¿Pero no fuimos ahí para comer? ¿Cómo puede la comida no ser el foco más

importante? Pues no, la comida claro pasa a segundo plano. De nuevo ya me han dicho que

para qué salgo. Y eso me parece incluso más loco que el que me vendan algo que no es calidad y me lo cobren caro, que encima la que está mal soy yo. Donde entonces queda la ética, el profesionalismo, el cariño y aquel perdido espíritu de servicio que los lugares presumían. Ahora hay mucho de todo, pero poco de nutrición. Que bien que haya una fuente en el centro o que las paredes tengan arte moderno o hasta me atrevo a decir que en la cocina haya un chef, pero lo que quiero es que me sor-

prendan con algo increíblemente

bueno y nutritivo al mismo tiempo. Que puedo tener de ganancia con un sushi de carnes frías envuelto en tocino bañado en salsa de caramelo. O que la cerveza ahora tenga salsas negras cargadas de sodio y glutamato monosódico. Hace poco, en un sitio pedí una bebida de fresa. Pero sólo llego el color rojo. Otra ocasión pedí limón-alfalfa y el color verde era fosforescente. Los helados actuales de taro son solo color morado y aroma. Si preguntas ni siquiera saben que es un tubérculo. Yo soy un ser extraño porque no me gusta solo decir de un lugar que su comida sabe bien. Y no soy difícil de complacer, no me molesta, como dicen: Comer a ras de banqueta si lo que me ofrecen vale la pena. Estoy un poco cansada de pagar experiencias y llegar a casa con hambre. Hambre de nutrición real de comida real. Si es un taco que no sea una chalupita tiesa del país vecino. Si es una ensalada espero más que un puño de lechugas y pollo por $120 pesos. Nos hemos vuelto los que se toman selfies en la entrada, en el espejo del baño y con la bebida en la mano haciendo boquita de pez. Pero sólo eso. Regresamos a la mesa y aquello es “rico” o “bueno” o “es”, pero que importa, aquí todo mundo viene, tienes que hacer reservación o esperar más de media hora por que todo mundo habla del sitio como lo mejor. Me sigo preguntando: ¿Qué estamos pagando? Quizá es porque soy nutrióloga que el día que me

encuentro una ensalada servida con aderezo de la casa, mi bebida de chocolate tiene cacao, o el consomé de vegetales realmente lo es…

quiero felicitar al cocinero. Estamos viviendo un momento donde todo es plástico, pero se sigue presumiendo de natural. El queso es “tipo”, la leche es una fórmula, la carne es de engorda química, el pollo vive de hormonas, los verduras y frutas tiene pesticidas, o son regadas con aguas turbias. Es un momento para reflexionar… ¿Qué sucederá a futuro… qué pasa ya en el presente? ¿Qué estamos permitiendo y promocionando? ¿Qué consumimos porque es poquito o una sola vez por semana? ¿Qué lamentaremos mañana? ¿Qué estamos enseñando con nuestro ejemplo? No hay manera de pedir algo distinto porque las personas se ofenden, no hay manera de escuchar y darnos la tarea de mejorar realmente. Si lo haces la respuesta es simple: “No vayas”. Pero no creo que pare en eso.

Debemos crear conciencia. Para que aquellos cuya inspiración sea

alimentar lo hagan desde el alma. Es un acto de profundo reconocimiento de quien somos y que necesitamos para vivir. Y lo siento mucho, pero tenemos que abogar por que aquellos que aman su profesión no sean corrompidos con el creciente mercado de la fama y sus seguidores. Mientras se siga distraído en más comensales, más volumen, más dinero, más… Se pierde el piso de lo que debe llevar la palabra MÁS: Calidad nutricional.

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