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De la intuición poética... y la mirada a Dios
La poesía es capaz de expresar lo inefable
No hay manera de que la criatura humana pueda alcanzar a concebir siquiera la idea del Absoluto, el eterno presente: Dios. Sin embargo, ¡con cuánto acierto se habla de tres campos a partir de los cuales es posible orientar la mirada, atisbar el camino hacia lo divino!: la religión, la filosofía… y la poesía.
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El ser humano, creado a imagen y semejanza de su Creador y, por ello mismo, es capaz de percibir, de distintas maneras, su existencia: en la belleza de la creación; en su capacidad de amar y ser amado; en la posibilidad relacional de formar comunidad; en el anhelo, siempre latente, de trascendencia y unión; en la habilidad de recrear el mundo de diversas maneras, por ejemplo, a través del lenguaje como símbolo primero y, especialmente, con la poesía.
Una de las artes más respetadas en el antiguo mundo griego era, precisamente, la poesía. Los poetas tenían un sitio y una dignidad especial en la sociedad helénica, ya que su palabra era “inspirada por los dioses”. En un simposio, o reunión de atenienses, no podía faltar el rapsoda, que recitaba poemas y odas, muchas veces incomprensibles y de alcances metafísicos, o el aedo, que se acompañaba -como Orfeo de su lira- de un instrumento musical; o el mismo Homero, que recitaba los versos sobre la guerra de Troya.
En todo caso, el oficio de rapsoda , o aedo, era muy respetado porque se decía que los poetas dejaban “escapar del cerco de sus dientes” misteriosos poemas insuflados por los dioses . Algunos, incluso, de difícil o imposible comprensión, marcados por el enigma.
En prácticamente todas las culturas de la antigüedad encontramos poesía religiosa. Y en ese diálogo del hombre y Dios, la poesía fue expresándose de acuerdo con su momento histórico: cantos o salmos de alabanza, reclamo y petición; poesía religiosa, poesía ritual, cantos espirituales, diálogos de la criatura con su Dios…
Y en ese devenir histórico de la poesía tenemos ejemplos de belleza sinigual, que alcanzan la expresión exaltada de la poesía mística, con figuras como San Juan de la Cruz, o de Santa Teresa de Ávila, textos que tocan la arrobación y nacen a partir de vivencias y episodios de éxtasis y entrega amorosa:
Pensar en Dios, es desobedecer a Dios, porque Dios quiso que no lo conociésemos, por eso no se nos mostró. Seamos sencillos y apacibles como los arroyos y los árboles, y Dios nos amará haciéndonos a nosotros, tan bellos como esos árboles y arroyos, y nos dará su verdor en primavera, ¡y un río a donde ir cuando acabemos!...
Y cierro con un fragmento de la prosa poética del chiapaneco Jaime Sabines, a quien ¡Le encanta Dios!
La poesía, hasta nuestros días, pone en juego metáfora s exquisitas, que van más allá del campo de la palabra, alegorías y complejos juegos retóricos de inspiración vivencial.
En un poema, cuando está plenamente logrado, se cuela, entre líneas, el misterio.
Imposible sería intentar siquiera una mirada a la historia de la poesía religiosa, pero podemos decir que en la actualidad el arte poético, en su mejor y genuina expresión, no ha perdido ese halo de misterio que logra profundizar más allá del significado mismo de las palabras, a través de metáforas, y figuras retóricas –decíamos- que logran convocar la belleza y darle a lo cotidiano y sencillo una mirada nueva.
En realidad, no es nada extraño que los poetas, a lo largo de la historia, se pregunten y conviertan en poesía sus pensamientos sobre la divinidad. Muchos de ellos, como Santa Teresa, Doctora de la Iglesia, o San Juan de la Cruz, viven estadios místicos que testimonian “el encuentro con lo divino”, como un salir de sí mismos; precisamente la palabra éxtasis , eso significa, un estar fuera de sí mismo.
Existen poetas que rompen con la solemnidad y cuestionan paradójicamente el concepto de Dios como el portugués Fernando Pessoa (a través de su heterónimo Alberto Caeiro) quien escribe:
A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes! Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble. Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque.
Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres.
Pero esto es mentira.
Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja. Dios siempre está de buen humor.
Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy. A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.