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Una pincelada sobre la impulsividad
La palabra impulsividad proviene del latín “impulsus” que significa “golpear o empujar”. Este término hace alusión a comportamientos primitivos que escapan al control voluntario Históricamente, la impulsividad ha sido vinculada a la esfera de los fenómenos volitivos. También se ha puesto el acento en sus aspectos emocionales o afectivos , caracterizándola en términos de ira o intolerancia a la frustración. Otros autores hacen hincapié en los aspectos cognitivos . Por su parte, las neurociencias intentan añadir claridad al concepto de impulsividad, desentrañando sus bases neuroquímicas y sustratos neuroanatómicos . La neuropsicología ahonda en los determinantes del control e inhibición de respuesta. Será necesario, entonces, llegar a la integración de todos estos campos de conocimiento en un constructo que sea coherente, fiable, y útil para todos.
Como se puede observar, la impulsividad es un concepto multidimensional, un constructo psicológico, un conjunto de rasgos que aparecen en mayor o menor medida en todo ser humano. En general suele definirse como desinhibición o falta de control (del pensamiento y de la acción), es decir, con la tendencia a actuar de forma prematura, sin previsión. La impulsividad se identifica con diferentes situaciones: búsqueda de sensaciones, conducta de riesgo, preferencia por la novedad, falta de reflexividad, etc.
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El Manual diagnóstico de trastornos mentales (DSM IV) nos presenta un buen ejemplo de la falta de integración de las diferentes áreas de estudio, ya que no ofrece una definición clara de la impulsividad , pero realiza una descripción de los posibles comportamientos impulsivos en relación con algunas enfermedades mentales, haciendo énfasis en el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad. Otras patologías asociadas son identificadas en el juego patológico, las compras compulsivas y las adicciones en general; trastornos alimenticios, conductas hipersexualizadas y promiscuidad, la agresión reactiva y algunos trastornos de la personalidad como la histriónica, la limítrofe y la antisocial. Todas las anteriores se hallan en el DSM IV agrupadas bajo el nombre de desórdenes de control de impulsos.
Aunque la impulsividad sea en esencia una característica normal de la conducta humana, cuando hablamos de conducta impulsiva nos estamos refiriendo a una disfunción que englobaría un “temperamento impulsivo” que podría corresponder a un funcionamiento concreto de unos marcadores biológicos, y un “carácter impulsivo”, adquirido con la finalidad de adaptarse a las normas y valores de la cultura dominante. La impulsividad, o descontrol de impulsos, puede así entenderse como la tendencia a responder rápidamente y sin reflexión, y se relaciona con la incapacidad para inhibir o suprimir un patrón de conducta que emerge en el sujeto en un momento dado o ante un estímulo concreto procedente del exterior o de su actividad mental.
La impulsividad, en sentido estricto, consiste en el actuar rápido e irreflexivo, atento a las ganancias presentes , sin prestar atención a las consecuencias; lo que nos lleva a una de las definiciones más aceptadas, que es la de considerar a la impulsividad como un rasgo de personalidad caracterizado por el déficit en la inhibición de la conducta , el cambio de comportamiento ante la demanda del medio ambiente y la tolerancia para el retraso de la gratificación.
Teniendo presente que la impulsividad no puede reducirse a un constructo psicopatológico simple porque involucra diversas dimensiones de un fenómeno multifacético y heterogéneo, podemos decir, en una primera aproximación, que un acto impulsivo es aquel que: se produce como respuesta conductual inmediata frente a un estímulo externo o interno; es irreflexivo y no toma en cuenta experiencias previas ni consecuencias futuras: no es planificado; no se adapta a los requerimientos del contexto y por tanto no suele tener eficacia adaptativa; suele estar teñido de un componente emocional nuclear. Este concepto de fenómeno impulsivo es congruente con el modelo de déficit de inhibición de la conducta
Existen otros actos impulsivos que se ajustan mejor al espectro de los fenómenos obsesivo-compulsivos. La impulsividad compulsiva se define según las siguientes características: imposibilidad de resistirse a actuar cuando aparece ante la conciencia un determinado estímulo interno o externo; la resistencia inicial a llevar a cabo la conducta se acompaña de intenso malestar y tensión creciente, que sólo cede al ejecutar el acto; junto al alivio del malestar pueden aparecer sensaciones gratificantes que favorecen el refuerzo positivo de la conducta; una vez cesado el alivio de la tensión, pueden generarse sentimientos de culpa o fracaso. Estas conductas parecen agravarse en momentos de mayor ansiedad o estrés para el sujeto.
Algunos ejemplos de impulsividad compulsiva se encuentran con frecuencia en los atracones bulímicos, las conductas autolesivas o la cleptomanía.
A pesar de que al concepto de impulsividad se le suele atribuir un sentido negativo por los déficits que representa, Dickman planteó que es posible que proporcionar una respuesta rápida pueda resultar óptimo en ciertas circunstancias, cuando la situación implica un beneficio personal, y denominó a la tendencia a actuar de este modo impulsividad funcional . La impulsividad disfuncional implicaría una tendencia a tomar decisiones irreflexivas y rápidas, con consecuencias negativas para el individuo. Ambas – funcional o disfuncional - se relacionan de manera diferente con otras variables de personalidad : mientras la impulsividad funcional se asocia más al entusiasmo, audacia y alta actividad, definiendo a sujetos en condiciones de asumir riesgos, cuya mayor productividad permitiría compensar el elevado número de errores producidos, la impulsividad disfuncional definiría a sujetos con tendencia a dar respuestas rápidas no orientadas a metas y sin tendencia a la detección y corrección de errores. Es lógico considerar esta visión como demasiado optimista o positiva, y así es en realidad, sin embargo, también el hecho de responder rápidamente puede llegar a ser una ventaja en algunas ocasiones. Aunque podemos inclinarnos por esta postura, tendríamos que analizarla a fondo porque no es tan simple como a primera vista parece.
Lo que sí se puede afirmar con certeza, es que la impulsividad refleja algún grado de problema de autorregulación . Al respecto, científicos especializados en el área de la neurociencia cognitiva, como Michael Posner, exponen que la capacidad de autorregulación podría explicarse desde el funcionamiento de complejas redes neuronales descubiertas gracias a las modernas técnicas de neuroimagen, y se referiría a la temprana habilidad que desarrollan los niños para regular sus emociones y persistir en la consecución de un objetivo manteniendo aisladas las posibles distracciones. Múltiples estudios han hallado una clara relación entre una deficiente regulación emocional y la existencia de problemas de adaptación social y conductual que podrían conducir más tarde a la psicopatología.
Se habla, entonces, de un pobre autocontrol o fallas en la autorregulación de la conducta . Y actualmente nos resulta incuestionable que las experiencias de apego tempranas determinan el grado de regulación interna de las emociones o afectos del individuo. Como señala M. Marrone: “si la interacción empática entre la figura de apego y el niño sirve como regulador de los estados emocionales de este último, el niño asimilará internamente esa función reguladora y la hará suya”, actuando a su vez la regulación afectiva como regulador interno de los procesos cognitivos y conductuales, afirmando textualmente que “las emociones no reguladas actuarán como elementos no asimilados, como agentes de desintegración psico-biológica que habrán de romper la homeostasis del organismo y dar origen a algún tipo de patología. El mismo autor plantea que casi todos los trastornos de personalidad implican una desorganización de la regulación de los estímulos afectivos por el sistema nervioso central en respuesta a situaciones traumáticas de la infancia.
La autorregulación es una faceta del temperamento que se define como aquellos procesos dirigidos a modular la reactividad al medio y el control consciente de la conducta; nos permite regular y modificar nuestro comportamiento y poder ejecutar un plan en el que elegir entre las alternativas que nos llevan a un objetivo. Este aspecto de la personalidad, aunque es un rasgo estable, está sujeto a cambios durante el desarrollo, sobre todo durante la infancia, adolescencia y juventud. La autorregulación sería, entonces, la capacidad de suprimir una respuesta dominante en favor de otra alternativa. Se trata, por tanto, de la búsqueda del equilibrio entre los impulsos de tipo motivacional y el esfuerzo que se haga por controlarlos. No se refiere sólo a procesos de tipo cognitivo y conductual, sino también al control de las emociones.
Aunque los seres humanos estamos capacitados para demorar la gratificación, controlar los apetitos y perseverar para intentar conseguir un objetivo, los fracasos son muy frecuentes. La mayor influencia (en la capacidad para autorregularse) parece estar relacionada con las prácticas llevadas a cabo durante la crianza de los hijos en los primeros años de vida; se habla de variables como el afecto, la sensibilidad y el soporte que se dé a los hijos, pero también con el establecimiento de límites y disciplina no severa. El desarrollo que se va completando en los primeros años de vida, va mostrando cambios en la capacidad para retrasar la gratificación, resistir la tentación e inhibir el comportamiento impulsivo.
Existe cierta controversia respecto a la responsabilidad que se puede atribuir a los actos por impulso. Si dejamos al margen las patologías severas para no entrar en conflictos, se supone que disponemos de libre albedrío, de capacidad para escoger entre opciones sin coacción externa, que somos los sujetos de nuestras acciones u omisiones, realizadas voluntariamente, agentes por tanto de las mismas y en tal caso responsables de lo que hagamos o no. Aceptando que todo lo que se hace por voluntad (entendida como capacidad de preferencia, de libre elección y de acción asociada) se realiza sin coacciones externas, entonces la responsabilidad existe. En pocas palabras, y en términos generales, las consecuencias de los actos impulsivos serán responsabilidad de la persona que cometió dichos actos.