Marcel Arvea. Educacion Popular

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Catalogación Autor: Marcel Arvea Damián. Título: PALABRA Y TRASCENDENCIA. Manual de Educación y Alfabetización Popular. Editorial. Editorial La Mano. Colección. Materiales de Estudio de los Círculos de Investigación. Primera Edición. Oaxaca de Juárez, Oaxaca. México. 2008. Temática: 1. Educación. 2. Educación popular. 3. Alfabetización. 4. Lectoescritura. 5. Comunicación. 6. Escuela. 7. Paulo Freire.

El autor desea manifestar su profundo agradecimiento a los Círculos de Investigación Educativa de Oaxaca, a sus integrantes, especialmente al Maestro Rolando Cortés Flores y al Maestro Lamberto Jiménez Felipe por el apoyo incondicional para la publicación de este libro. Agradezco también el apoyo ofrecido por el Colegio Latinoamericano de Posgrados, el Colectivo del Movimiento de la Pedagogía Popular y el Centro Regional Intercultural de la Pedagogía Popular. Igualmente, deseo agradecer muy fraternalmente a Fernando Cruz Pérez y Alejandra Duarte de la Llave el diseño editorial de este Material de Estudio de los Círculos de Investigación.

Todos los derechos reservados. Marcel Arvea Damián. marvedam@hotmail.com D. R. © Diseño de portada e interiores. Alejandra Duarte de la Llave y Fernando Cruz Pérez. Imagen de portada: Comunicación. Isabelle Cardinal.

dcg_lamano@hotmail.com

http://www.circulosdeinvestigación.com/ Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento expreso y escrito del autor. Impreso y hecho en Oaxaca, México / Printed and made in Oaxaca, Mexico. Primera Edición. Oaxaca de Juárez, Oaxaca. México. 2008.


La Educación Popular •

Marcel Arvea Damián

I

La educación popular comparte una meta que busca apoyar la conciencia colectiva y la organización de los sectores populares. Se perfila así como una práctica específicamente educativa, pero inserta en una perspectiva social de transformación radical de la sociedad que quiere avanzar, para actualizarse, hacia la constitución de un sujeto político y de un proyecto histórico nacional alternativo.

García--Huidobro Juan Eduardo García

Para comprender los principios básicos de la educación popular, será necesario, como antecedente, develar el mito ingenuo ―pero siempre tendencioso―, de la ‘contradicción’ (formal, no antagónica), entre el carácter público y privado de la educación. Cabe decir que la existencia de este mito obedece en buena medida a la ingenuidad del discurso imperante, especialmente de los notables miembros de la ‘pedagogía crítica’ ―incluso de la ‘pedagogía marxista’― quienes no han podido profundizar en el análisis y han sucumbido al mito tendencioso de la aparente ‘contradicción’ entre el carácter público y privado de la educación. No hay tal. En realidad, la evidencia demuestra que no existe antagonismo en dicha ‘contradicción’; basta observar los elementos que nos ofrece la realidad para corroborar el hecho. El Estado capitalista, al restringir y condicionar la educación a su versión pública o privada de escolarización, en ambos casos certificada y legitimada por el propio Estado, no únicamente refuerza el sistema de clases que reproduce la injusta contradicción social, sino encuentra también el instrumento ideológico inevitable, obligatorio y gratuito para calificar y enajenar fuerza de trabajo para la reproducción del Capital. Es ingenuo pensar entonces en una contradicción antagónica cuando el Estado se define y reconoce a sí •

Conferencia elaborada y presentada por el autor en el Primer Encuentro Nacional de Educación Popular celebrado en la ciudad de Oaxaca, abril de 2007.


mismo como Estado educador. Dicho de otra manera: el Estado educador escolariza e instrumenta su ideología para la reproducción del Capital, encrudeciendo de esta manera la injusta contradicción social. Es así que la educación capitalista cumple cabalmente su doble función: por un lado selecciona, uniforma y califica fuerza de trabajo según criterios racistas, sexistas y clasistas; y por el otro, reproduce la ignorancia y divide ideológicamente a la sociedad en grupos antagónicos. La educación del Estado capitalista, al velar su tendencia ideológica, oculta astutamente la asociación delictuosa y servil que mantiene con el Capital, mitificando así la aparente ‘contradicción’ entre educación pública y educación privada, abortos ambos del mismo engendro. Suponer que existe una contradicción antagónica y sustancial entre el carácter público o privado de la educación capitalista es confundir la forma con el fondo. No existe contradicción antagónica entre educación pública y privada, pues ambas, en simbiosis y correspondencia, cada una desde su particular esfera de acción, reproducen la lucha de clases y la subordinación ideológica al principio reproductor del Capital. Ambas, la educación pública y la educación privada, no son contradictorias sino complementarias. Con todo, la asociación entre educación pública y privada es real pero ‘velada’ Lo importante a consignar es que tanto la educación privada como la educación pública reproducen, cada una desde su particular trinchera, la injusta contradicción social. Cada una reproduce la lucha de clases. Por esta razón se hace muy necesario para los grupos dominantes y para el Estado capitalista propagar el mito de la contradicción entre educación pública y educación privada. La defensa de esta insensatez y la pervivencia de este mito continúan en manos de sus apologistas e intelectuales asalariados, de sus sofistas, que no logran suponer ni revelar la esencia de la verdadera contradicción de la escuela capitalista. La educación capitalista, la educación reducida a escolarización, sea pública o privada, hipócritamente laica e inevitablemente antidemocrática, nunca gratuita y jamás obligatoria, la educación del Estado educador, no admite rival: la educación será pública o privada... no hay más... ¿Existe alguna otra alternativa educativa que no sea pública o privada? ¿Existe otra alternativa educativa que no sea ofrecida por el Estado? Esto es posible y deseable siempre y cuando la educación sea considerada acción político-cultural. Esta otra educación que abreva en la cultura y en la identidad del pueblo, esta otra alternativa educativa que se abastece de la riqueza cultural e histórica del pueblo, se define y reconoce a sí misma como educación popular. Educación del pueblo y para el pueblo. Precisamente porque el pueblo no es una entidad abstracta sino una realidad concreta, el pueblo es la vida práctica de mujeres y hombres realmente existentes, de sangre y carne, con dignidad e historia; seres humanos como ustedes y yo, con derecho al desarrollo y posibilidad de trascendencia. ¿Por qué el Estado concede el derecho de educar a la iniciativa privada, incluso a la iglesia y al ejército, y lo niega al pueblo? Lo cierto es que el Estado, al facultarse educador, se opone al pueblo que por eso mismo pasa a ser ‘educado’. Es ingenuo suponer que la educación del Estado capitalista pretenda solucionar la verdadera contradicción que ampara su existencia; especialmente si consideramos que de la mitificación de dicha ‘contradicción’ depende su existencia. En todo caso podríamos suponer que la educación pública y la educación privada son


opuestas pero no antagónicas. La verdadera contradicción, la contradicción sustantiva y antagónica de la educación capitalista no está en el carácter público y privado de la educación, sino entre educación de Estado y educación popular. Ni pública ni privada, ni urbana ni rural, ni especial ni regular, ni indígena ni nacional, ni superior ni básica, ni profesional ni técnica: la contradicción sólo existe entre educación de Estado y educación popular. La trampa nos atrapa gracias a la asociación delictuosa entre el carácter privado y público de la educación. La educación pública, lo mismo que la educación privada, son finalmente las opciones unilaterales que ofrece el monopolio educativo del Estado educador. El problema que más preocupa de esta reproducción ideológica instrumentada en la escuela, es que nace de un magisterio pasivo, proletarizado y burocratizado. De hecho, conviene al Estado capitalista impedir la reflexión y organización política, gremial, pedagógica y cultural del magisterio ―la autocrítica y la crítica de la vocación y práctica docente―, y sabotearla en una red de procedimientos anodinos y galápagos que cancelan cualquier posibilidad de cambio y transformación. No es casual: dicho bloqueo y sabotaje obedecen a dos factores de control básico: salario y burocracia. Se puede argumentar que todo lo aquí expuesto ha sido reflexionado anteriormente. Estoy de acuerdo en ello salvo que no ha sido analizada con suficiente profundidad la asociación delictuosa entre Estado neoliberal y Capital global. Si el Capital reproduce el sistema a partir de los Aparatos Ideológicos y Represivos del Estado, según feliz expresión de Althusser, es preciso ahora reconocer que el Estado neoliberal es, en suma, el Aparato Ideológico y Represor del Capital global. Es el Capital global y el Estado neoliberal el tumor canceroso que debe ser extirpado. Una educación bajo control del Estado y al servicio del Capital cumple así de manera eficiente su función reproductora y doctrinal. A decir verdad, la finalidad de la educación y escuela capitalista no es transmitir saberes sino propagar ideología, y la única ideología legítima en un sistema clasista es, y será siempre, la ideología del opresor. La totalización del discurso educativo en nada difiere del discurso político, por el contrario, se complementan. Si la educación presenta íntegramente todas las contradicciones de la estructura social, no es difícil deducir entonces que la educación es y será siempre una relación de poder y con el poder, es política y en consecuencia genera resistencia. La educación popular implica una pedagogía de la resistencia, de la praxis, creada y organizada para la transformación social a partir de la inserción crítica, creativa y consciente del ser humano como sujeto libre y digno, protagonista de su historia y existencia. II Es por eso que nunca como ahora la vocación y práctica docente requiere de crítica y autocrítica. Entrampada en el desamparo de la educación privada o ahogada en el fango burocrático de la educación pública, sumida en ambos casos en un desencanto total, la vocación y práctica docente no debe ignorar por más tiempo la responsabilidad social que históricamente le condiciona y desafía. El obstáculo principal que enfrentamos como


magisterio no ha sido otro que restringir la acción educativa a las fronteras y límites que el sistema escolarizado permite. La reflexión sobre la vocación y práctica docente debe necesariamente partir del compromiso histórico que condiciona nuestro actuar. Educación ya no asimiladora ni reproductora de ideologías muertas y sistemas cerrados de pensamiento perpetuo; sino educación transformadora de nuestras condiciones materiales y espirituales de vida y existencia. Paulo Freire pensó que esto es posible siempre y cuando la educación sea considerada acción político cultural para la libertad. Esta otra educación que abreva en la cultura e identidad del pueblo se define a sí misma como educación popular. Ya no educación pública o privada, ya no educación de Estado, sino educación política: una educación popular. El argumento que distingue a la educación popular es su contenido político y su vocación libre y democrática. No hay educación neutra, en consecuencia, la educación popular, como acto de conocimiento, es simultáneamente acción política y cultural para la libertad. Por ello, ante la violencia uniformadora del Capital Global y la compulsión privatizadora del Estado neoliberal, el magisterio del pueblo debe urgentemente cuestionar la relación entre vocación y práctica educativa como acción político cultural para la libertad. Necesitamos radicalizar nuestra conciencia, nuestros principios éticos, nuestra razón crítica e histórica, nuestra identidad y militancia. Es por eso que la educación es un acto fundamentalmente político. Si la educación hasta ahora ha sido una instrumentación ideológica del Estado para el pueblo, la opción del pueblo no puede ser otra que liberarse de esa instrucción domesticadora y crear una educación que nazca de él, del pueblo: una educación popular.

La historia de la educación en México hasta nuestros días es la historia que reproduce la lucha de clases. La educación en un régimen de opresión, corrupción y represión será igualmente opresiva, corrupta y represiva. Por ello, la educación del Estado capitalista no tiene otro recurso que ser autoritaria, domesticadora, enajenante y violenta; en una palabra: totalitaria. Su pulsión necrófila (su amor por la muerte) y su furor domini (su pulsión de conquista) reducen al ser humano a condición de objeto, negándole el derecho legítimo que tiene de pronunciar su palabra y mundo, de actuar y reflexionar su pensamiento y vida ¡En fin! la educación del Estado neoliberal es una educación opresora que nos niega la libertad como personas, pueblos y naciones oprimidas. III La educación popular reconoce al ser humano como un ser inconcluso e inacabado, nunca determinado pero siempre condicionado. Gracias a que somos seres humanos inconclusos e inacabados, indeterminados y condicionados, es que podemos crear y recrearnos en la educación; es decir: somos capaces de crear el proceso de nuestra propia humanización. Porque la educación es precisamente eso: el proceso por el cual nos hacemos más y mejores seres humanos.


Este reconocimiento del ser humano como ser inacabado e inconcluso es el núcleo antropológico de la educación popular. El ser humano puede ser más: tiene derecho a ser más…; el ser humano puede ser mejor: tiene derecho a ser mejor… Sin duda, esto implica reconocer la posibilidad de crear un nuevo ser humano; mujeres y hombres libres y dignos, críticos y creativos, trasformadores de su realidad y mundo. La educación popular es también una relación humana que implica un encuentro de rostros y miradas, de libertades e identidades, de historias y conciencias. Por eso nadie educa a nadie ni nade se educa en soledad; mujeres y hombres nos educamos en comunidad condicionados por el mundo. Si la educación es relación humana, es también, por necesidad, relación política. Nadie puede negar la politicidad de la educación. Lo cierto es que la educación nunca puede ser neutral. Nuestro actuar como maestras y maestros, por ejemplo, puede ser inconsciente o inconsecuente, pero nunca apolítico, mucho menos neutral. Esto significa que la relación educativa, por ser humana, es también política e incluye inevitablemente al poder. La educación popular no puede sino afirmar y confirmar el carácter político de la educación y por eso siempre organiza y distribuye el poder de manera justa, equitativa y democrática. Por lo tanto, la educación popular necesita siempre reflexionar la realidad social que condiciona la práctica educativa e implica también, paralelamente, el análisis crítico de la ideología que subyace a planes y programas de estudios y a sus metodologías cerradas e instrumentales; pero sobre todo, la educación popular demanda la crítica y autocrítica de la práctica docente. No resulta extraño que una educación así aliente y fomente el aprendizaje de libros y textos; sin embargo, la educación popular aprende principalmente de la reflexión autocrítica de su práctica, del análisis crítico de la realidad social y del contexto cultural que condiciona su práctica educativa. Primero el contexto y luego el texto; primero el mundo y después las letras. En resumen: se puede decir que la educación popular es una relación humana organizada para ser más y mejores, sólo posible entre seres libres, responsables y conscientes de su historia y circunstancia. Una relación política, dialéctica y dialógica que existencializa la vida y produce conocimiento para transformar la realidad y humanizar el mundo. Relación ética que se organiza en comunidad para luchar por una vida más humana y digna, más libre y justa. Una educación para la libertad. IV

La educación popular ama la vida. La educación popular respeta la dignidad y libertad del ser humano. La educación popular nace de la riqueza cultural e histórica del pueblo. La educación popular politiza el acto educativo y lo trasciende en praxis de liberación.

La educación popular es acto de conocimiento y acción político cultural para la libertad.

La educación popular busca la concientización; es crítica y transformadora.


La educación popular no ajusta la realidad al método sino ajusta el método a la realidad.

La educación popular es participativa y democrática, respeta la autonomía y promueve la autogestión.

La educación popular es una educación en los Derechos Humanos, para la paz, para la libre expresión del otro y de sí mismo. La educación popular es autocrítica, participativa y disciplinada. La educación popular es rebelde por convicción y participa activamente en la resistencia, en el combate, en la lucha, en la creación de la utopía. La educación popular es una educación peregrina, ambulante, clandestina, perseguida, profética, revolucionaria. La educación popular es autogestiva y formadora de cuadros. La educación popular es ética, estética y científica. La educación popular considera el acto de aprender propio de la condición humana. La educación popular considera siempre a la alfabetización como punto crítico y crucial de la escolarización. La educación popular centra su acción reflexión en el grupo de educandas y educandos. La educación popular es una educación del trabajo y para el trabajo; educación que se desarrolla a partir del trabajo colectivo e individual, intelectual y manual, voluntario y libre, de quienes se educan. La educación popular no separa el texto del contexto, ni contradice la teoría con la práctica, ni divorcia la escritura de la lectura. La educación popular no compara sino confronta: investiga, aprende, organiza, trabaja, experimenta y evalúa. La educación popular produce sus propios textos y materiales de estudio, diseña y perfecciona sus propios recursos y estrategias. La educación popular crea y produce conocimiento aplicado para la transformación de la realidad social y educativa. Por ello es activa, sensible y responsable. La educación popular privilegia la experimentación y aprende de su práctica. La educación popular nace de la incertidumbre, de la curiosidad, de la duda, de la búsqueda, de la pregunta. La educación popular privilegia el aprendizaje sobre la enseñanza, el cuestionamiento sobre la respuesta, la duda sobre la certeza. La educación popular no examina ni califica personas sino evalúa procesos para la creación y recreación del aprendizaje. La educación popular es imposible sin la palabra, sin el diálogo, sin la comunicación e intercomunicación humana. Por último, la síntesis necesaria sin la cual todo esfuerzo es inútil y todo deseo estéril: la educación popular exige esperanza, fe y amor en quienes se educan, en quienes

en el acto de conocer, de aprender y enseñar, en comunión consciente y responsable con sus semejantes, en libertad y dignidad, transforman y humanizan creativamente su realidad y mundo, su historia y existencia: su vida.


V Por eso, quienes asumen el desafío que reclama la educación popular son acusados y señalados, saboteados y perseguidos. Quienes ejercen responsablemente la misión de la educación popular, muy rápidamente se percatan que todo el caos y la corrupción del sistema educativo nacional están organizados para atentar en su contra, que el sistema educativo ofrece cebos y placebos para anestesiar su conciencia y enajenar su libertad, para explotar su trabajo y burocratizar su vida. La educadora y el educador popular siempre asumen el desafío que implica el liderazgo en su centro de trabajo, en su escuela, en su comunidad, en su barrio, en su pueblo. En ningún momento humillan o desprecian al alumnado, sus familias o colegas. Por el contrario, quienes son educadoras y educadoras del pueblo asumen el desafío de liderar y animar creativamente la organización de su escuela, con trabajo disciplinado, sumando esfuerzos, fraternalmente, animando alegremente el cambio. La educadora y el educador popular no están para anquilosarse ni pudrirse en la estática del burocratismo que ofrece el sistema educativo nacional; todo lo contrario, asumen responsablemente el desafío que implica el liderazgo e implementan su acción y reflexión a partir del trabajo organizado y disciplinado. Por ello, quien es educadora y educador del pueblo acepta el desafío que implica la verdadera esencia de la militancia política de la educación popular: mandar obedeciendo. Por eso quienes se deciden por la educación popular lo hacen por militancia, y la militancia es la vocación voluntaria, responsable y digna de una conciencia libre. VI

Si no amo la vida y existencia de mis alumnas y alumnos, no soy un educador popular. Si no respeto la libertad y dignidad de mis semejantes, si no amo al pueblo, si no amo al mundo, si no amo la tierra, es porque no puedo ser un educador popular. Si me hago cómplice del delito y sordo ante el lamento, si soy antidemocrático y autoritario, si callo frente a la injusticia y cedo ante el desconcierto, si permanezco inmóvil…, estático…, petrificado… ¡como un retrato! si me encierro entre la rutina y el fastidio, si cancelo la creatividad propia y ajena, entonces no puedo llamarme educador popular. Si me paralizo por el miedo, si desfallezco ante el problema, si mitifico la realidad, es porque no soy capaz de ser un educador popular. Si no me preparo y especializo para mejorar mi práctica, si no investigo, si no me desarrollo ni me formo para transformarme y humanizarme, nunca lograré ser un educador popular. Si no me sumo y me asumo activamente, si no participo creativa y conscientemente, contribuyendo con mi mejor trabajo para ser más y mejor a favor de quienes menos tienen y peor sufren; si no me organizo, si no me opongo ante tanta injusticia y opresión, si no busco la unidad en la diversidad, es porque no puedo ser un educador popular.


Si no lucho por mis sueños y utopías, si no denuncio la injusticia y anuncio la libertad, si no me concibo como protagonista de la historia, de nuestra historia, es porque jamás podré ser un educador popular. Si no aprendo de mi práctica, si no experimento ni pongo manos a la obra. Si no respeto a mis alumnas y alumnos como seres humanos que son, como mujeres y hombres concretos, históricos, como niñas y niños, con singularidades y diferencias, con su identidad y alteridad, no me es posible ser un educador popular. Si no privilegio el aprendizaje sobre la enseñanza, si no exalto la duda sobre la certeza, si prefiero la respuesta a la pregunta. Si no soy capaz de realizar la dialéctica entre práctica y teoría, entre lo concreto y lo abstracto, entre objetividad y subjetividad, entre lectura y escritura..., no puedo considerarme educador popular. Si castigo, si prohíbo, si expulso, si niego la libertad, nunca jamás podré ser un educador popular. Si reproduzco la ignorancia y la cultura del silencio, si domestico, si alieno, si enajeno, si oprimo y reprimo, no podré ser un educador popular. Si no permito que mis alumnas y alumnos hablen y aprendan en su lengua materna, si les mando silencio y les prohíbo hablar. Si permanezco ciego, sordo e ignorante a su voz y tradición, si atento contra su identidad y cultura, nunca podré ser un educador popular. Si me burocratizo, si me pervierto, si prostituyo o me prostituyo por egoísmo y conveniencia, si navego a favor de la corriente. Si actúo con prejuicios, si no soy humilde, si no sé perdonar, es seguro que no soy un educador popular. Si prohíbo la palabra, si impongo silencio, si niego el diálogo, si cancelo la comunicación, no me es posible ser educador popular. Si carezco de esperanza, si pierdo la fe, si no puedo amar, es porque no soy ni seré nunca un educador popular.

Autor: Marcel Arvea Damián En Palabra y Trascendencia, manual de educación y alfabetización popular. Pág. 161-174. Editorial La Mano. Oaxaca. México


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