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Epílogo del libro Dolerse: textos desde un país herido. Surplus Ediciones. Cristina Rivera Garza
I ¿Por qué estamos en guerra? ¿Porque el narcotráfico es un cáncer que carcome al Estado y si no se actúa contra él corremos el riesgo de que México sea un narcopaís? ¿Porque las encuestas decían que la ciudadanía quería un gobierno duro en materia de seguridad pública, luego de la "efervescencia social" que hubo en el año 2006? ¿Porque el anterior gobierno "de la transición democrática" permitió la operación a sus anchas del crimen organizado al grado de que éste se convirtió en una amenaza grave a la seguridad nacional? ¿Porque todos los reportes de la comunidad de inteligencia sobre la penetración de la mafia a nivel social eran alarmantes? ¿Porque hay que evitar que la droga llegue a nuestros hijos? ¿Porque era inevitable, y se trató de una decisión de Estado bastante postergada, que además contaba con una estrategia muy clara de entrada y salida del conflicto, por parte de un presidente -todos los sabemosexperto en estos temas? ¿Porque había que enseñarle al mundo que, después de una milenaria historia de consumo, sí es posible acabar con las drogas? ¿Porque si no el próximo presidente habría sido un narcotraficante? ¿Porque había que apoyar al longevo y muy político Cártel de Sinaloa a eliminar a Los Zetas y demás grupos nuevos o escisiones sinaloenses como los Beltrán Leyva, del jugoso mercado ilegal de las drogas? ¿Porque un problema de ilegitimidad presidencial era la ocasión idónea para dejar de disimular ante una realidad existente desde hace muchos años en un sinfín de lugares de México? ¿Porque un sector de las fuerzas armadas estaba deseoso de mayor poder y este era el pretexto ideal para conseguirlo, ante el vacío dejado por una errática clase política? ¿Porque había que legitimar al gobierno de la forma que fuera? ¿Porque usar el combate al Narco ha sido siempre una salvación de presidentes cobardes de otros lugares y de otras épocas? ¿Porque Chiapas estaba muy calmada? ¿Porque había que inventar un nuevo peligro para México? ¿Porque alguien tenía ínfulas de Elliot Ness o Winston Churchill? ¿Porque la prensa del espectáculo (o sea la mitad de la prensa supuestamente seria) quiere esa sangre con la que se venden mejor sus productos? ¿Porque el discurso del combate al narcotráfico, como el del terrorismo, sirven para restringir garantías individuales y hacer que la sensación de inconformidad se auto-reprima ante el miedo a ser ejecutado hoy en la tarde? ¿Porque la sangre mayormente derramada es la de los pobres que combaten como soldados rasos en el Ejército o como sicarios en las filas del Narco? ¿Porque llegó al poder un patético amante del micromilitarismo teatral? ¿Porque gobernar con miedo es la forma en la que puede construirse la tiranía que muchos han soñado establecer en un México que pese a todo, no deja de ser rebelde?
II En México no hay una guerra contra el narcotráfico. La violencia actual es resultado de una crisis de la élite política que se profundizó en 2006 y que fue encubierta con retórica de guerra y la militarización de amplias y claves regiones nacionales. La crisis política está ahí, detrás del país herido: cinco años después de los comicios presidenciales, el candidato que supuestamente perdió, por un margen de 0.56 porciento, seguía sin reconocer el triunfo del supuesto presidente y ni siquiera se había reunido con él. ¿Qué hubiera pasado si Al Gore se niega a reconocer el triunfo de George W. Bush en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2000, a causa del deficiente conteo de votos en Florida, y se dedica el resto de la administración a tratar de sabotearla? Eso no sucedió, sin embargo, el síndrome de ilegitimidad de Bush lo hizo declarar más guerras que ningún otro mandatario estadounidense en los años recientes. Pese a todo, para lanzar sus guerras, Bush se justificó en el atentado contra las Torres
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Gemelas ocurrido el 11 de septiembre de 2001. En México hay un presidente que padece del mismo síndrome de ilegitimidad, pero que no tuvo ningún pretexto verosímil para ejercer un estilo de gobierno paranoico, basado en la mano dura y el esparcimiento del terror entre sus gobernados, para sostenerse y hacer olvidar las crisis sociales y políticas que pocas veces alcanzaron tanta visibilidad como en el 2006, año de La Otra Campaña del EZLN; de las huelgas mineras; de la represión en San Salvador Atenco y de la insurrección en Oaxaca; así como del plantón de Reforma en la Ciudad de México, a causa del conflicto post-electoral. Para justificar lo que inició como un perfomance de guerra, el presidente que tomó protesta, primero dijo que sacó al Ejército a las calles para que las drogas no llegaran a nuestros hijos. Pero el problema de adicción a las drogas es mucho menor en comparación con la mayoría de los países del mundo, y además las cifras de consumo se mantienen tal cual. Luego se retractó y dijo que lo hizo para detener la violencia de los grupos del crimen organizado, pero la tasa de homicidios violentos fue, en 2005 y en 2006, antes de su llegada a Los Pinos, la más baja en la historia reciente. En cambio, en el lapso de su mandato, de enero de 2007 a noviembre de 2011, la cifra de muertes en el contexto de la supuesta guerra, ronda la cifra de 50 mil personas. Y la mayoría de los asesinatos han ocurrido en los lugares a los que el Ejército llega, no a combatir el tráfico de drogas (¡De 2007 a 2011 cada vez hay más!), sino a solucionarle a Felipe Calderón su problema de la legitimidad presidencial y a generar epidemias de violencia, o sea de muerte, o sea de dolor. Antes de esta supuesta guerra, el guión decía lo siguiente: tras 70 años en que los presidentes mexicanos llegaban a través de un dedazo disimulado con comicios ficticios, en el 2000, el país inició la transición democrática al ganar las elecciones el candidato de un partido distinto al PRI (de ese candidato, que luego fue presidente, mejor ni hablar en este momento). Luego, en 2006, la supuesta transición democrática tuvo sus nuevas elecciones. El candidato que parecía que iba a ganar, perdió por una nariz, entonces duda del resultado, y exige que haya un recuento de los votos, pero el candidato que parece que ganó, se niega. Ambos se aferran, y a la crisis social (Oaxaca, Atenco, conflicto minero, etcétera...) se suma la crisis política. En este contexto, el candidato presidencial del PAN, Felipe Calderón, toma protesta en el salón de sesiones del Congreso, el 1 de diciembre de 2006. Lo hace no sólo sin pueblo, sino contra el pueblo: el evento tiene que ser resguardado por casi 5 mil militares y se realiza en una caótica sesión, donde hay aventones y golpes entre los diputados asistentes. Ningún presidente mexicano de la época moderna ha asumido el poder de una forma tan humillante como lo hizo el político panista. Pero vendría el desquite. La segunda imagen de su administración ocurrió poco más de un mes después: el 3 de enero de 2007, cuando el mandatario se puso una cazadora y una gorra militar y se hizo retratar recorriendo una base del Ejército en Apaztingán, Michoacán, arropado por cientos de soldados. El mensaje era: "Si en el Congreso y los otros espacios políticos o públicos no me respetan, en los cuárteles militares sí". Desde ese día, Felipe Calderón renunció a la política para solucionar la crisis de que se estaba viviendo. ¿Para qué hago política, si tengo al Ejército? El nuevo presidente, al que en sus primeros meses le gritan espurio casi en cada plaza a la que va, decide usar al Ejército para que el pueblo, que no lo respeta, tenga miedo. El Ejército se presta. Sabe que está siendo usado para encubrir una crisis política, pero sabe también que eso significará mayor voz, mayor presupuesto, mayor poder... III Lo que viene luego es la militarización nombrada guerra contra las drogas, pero también viene con ella el dolor, aunque en los primeros años, la narrativa doliente de este país herido tarda en asomarse porque se ve perdida entre la neblina del amarillismo de esos periódicos cuya sensibilidad e imaginación se reduce a estúpidos ejecutómetros en los que se cuentan cadáveres, en los que no sólo se ignora el dolor, sino que se le ataca. "Si murió es porque en algo andaba", es el subtexto de muchas de las notas. A la fecha. Pero este libro de Cristina Rivera
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garza sí habla del dolor y lo hace sin ningún rastro de sentimentalidad achacosa (los buenos sentimientos no garantizan tampoco un buen análisis) ni tampoco lo hace a través de la glamourización de la violencia, ambos destinos trágicos en los que puede acabar una misión tan arriesgada como la que se impuso Rivera Garza, una de las más importantes escritoras mexicanas. Este libro está escrito con la cabeza en el corazón, narra un país adolorido, pero que todavía vive. La hipótesis principal del libro se presenta en "El Estado sin entrañas", uno de los veinte textos que conforman Dolerse. Cristina Rivera Garza vincula la tristemente célebre respuesta del ex presidente Vicente Fox ("¿Y yo por qué?"), a la pregunta de qué haría contra el asalto de un comando a las instalaciones del canal 40 de televisión, con la muerte de Gabriela Muñíz Támez, una mujer que apareció colgada en un puente peatonal de mi ciudad natal, Monterrey, el último día del año 2010. "En la atroz realidad que se resume en esa frase [¿Y yo por qué?] yace parte de la explicación de la creciente violencia que desde y contra el cuerpo se ejerce en el México de nuestros días. Cuando el Estado neoliberal dejó de lado su responsabilidad con respecto a los cuerpos de sus ciudadanos, cuando dejó de "tomar de su parte" el cuidado de su salud y el bienestar de sus comunidades, se fue deshaciendo poco a poco, pero de manera ineluctable, la relación que se había establecido con y desde la ciudadanía a partir de los inicios del siglo XX. La impunidad de un sistema de justicia ineficiente y corrupto sólo ha ido confirmando el fundamental desapego y la brutal indiferencia de un Estado que sólo se concibe a sí mismo como un sistema administrativo y no como una relación de gobierno. Ésta es, pues, mi hipótesis: el Estado neoliberal, hasta ahora dominado por gobiernos panistas, pero de ninguna manera limitado a esa tendencia partidista, no ha establecido relaciones de mala entraña con la ciudadanía, sino algo todavía a la vez peor y más escalofriante: el Estado neoliberal estableció desde sus orígenes relaciones sin entraña con sus ciudadanos. La así llamada guerra contra el narcotráfico, que no es otra cosa sino una guerra contra la ciudadanía, ha catapultado ciertamente el espectáculo de los cuerpos desentrañados tanto en las ciudades como en el campo, pero de otra manera no ha hecho sino llevar a su lógica consecuencia la respuesta a la cínica pregunta foxiana: si a ti qué, a mí menos. Y ahí está como prueba, entre otros tantos casos, el del cuerpo de la mujer que cuelga del puente peatonal que va de la primera a la segunda década del siglo XXI”. IV El dolor que siente una madre al parir no es el mismo dolor de un padre al ver asesinado a su hijo. Toleramos el dolor cuando sabemos que de él vendrá algo bello. Eso pasa en México: asesinatos y dolor se acumulan y es una doble tragedia no percibir que de tanto dolor esté por surgir algo bueno para el país. Por si fuera poco, altos funcionarios, empezando por el presidente, dicen cada vez que pueden, con poco pudor, que habrá más muertes. Con este horizonte rojo, el domingo 8 de mayo de 2011, miles de personas convocadas por el dolor de un padre que vio morir a su hijo en esta nebulosa de violencia, Javier Sicilia, emprendieron en el Zócalo de la Ciudad de México, la manifestación más grande que ha habido en contra de la falsa guerra contra el narco. Ese día, Sicilia sometió a discusión un documento de seis puntos llamado "Pacto por un México en paz, con justicia y seguridad", y el dolor desparramado encontró una veredita por donde intentar caminar. Este libro forma parte de esa vereda. Cristina Rivera Garza camina con el país adolorido y al reflexionarlo, trata de darle consuelo. Este es un libro sobre el dolor que consuela. He ahí uno, entre muchos otros, de sus grandes méritos. La historia nos dice que sin violencia y con creatividad es como se consigue la paz, por eso no sorprende demasiado que sea un poeta como Javier Sicilia el símbolo involuntario del movimiento mexicano en contra de la guerra y en busca del consuelo. Todos los conflictos son una clara oportunidad para el progreso humano. El que hace sufrir hoy a México no debe ser la excepción. Para atender la violencia de un conflicto como el que se vive es importante identificar la formación de éste, las
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partes, los objetivos y los asuntos, y no caer en la trampa de creer que los actores más importantes son aquellos que se encuentran en el lugar donde ocurren los actos violentos, como muy bien lo explica Johan Galtung, el especialista noruego que ha mediado más de cincuenta conflictos del planeta en los últimos años. Dolerse: textos desde un país herido es también un libro valioso porque identifica todo eso que plantea el teórico de la paz. Este libro que usted tiene en sus manos es una arma muy poderosa para la paz. En la medicina ningún médico comete el error de ver un tobillo hinchado como un "mal de tobillo" solamente. El médico buscará los posibles malos funcionamientos en el sistema cardiovascular y prestará atención especial al corazón. El problema no necesariamente es el que se presenta. Esto se sostiene por igual en el cuerpo que en el conflicto. Al país le pasa eso. Sus dolores no están nada más en Ciudad Juárez, Monterrey, Cuernavaca, Ciudad Mier... Ya hasta es lugar común decir que el sistema político mexicano está enfermo. Pero lo está y habrá que decirlo una y otra vez. Y lo está de tal forma que algunos de sus componentes "renovadores" como el presidente legítimo Andrés Manuel López Obrador, en lugar de hacer algo estos años en contra de la hemorragia -encabezar una oposición constante y con propuestas alternativas a través de su gobierno- prefirió quedarse callado e ir por todo el país organizando brigadas electorales para su postulación en el 2012. Que el país se aguante sus dolores: poseer de a de veras la presidencia no está para los muertos. Por fortuna, cuando la guerra se había convertido ya en una rutina terrible, porque la masacre de hoy no era tan diferente a la masacre de ayer, ha surgido una narrativa doliente que le planta cara a la locura en la que nos metió la crisis de legitimidad, quizá no sólo de un presidente, sino de toda esa minoría que hoy gobierna al país con ayuda de la sangre. Ninguna propuesta per sé -incluso la de un poeta - es la panacea para los dolores mexicanos. Lo importante es que ya estamos empezando a hablar no sólo de la guerra, sino también de la paz. Sin embargo, el camino es largo. "Sólo cuando como sociedades podamos inventar algo más excitante, más riesgoso, más aventurero, más revolucionario, podremos decir que, en verdad, estamos contra la guerra: una forma de pacifismo radical", nos advierte Cristina Rivera Garza. V Este libro, es evidente, está escrito para quienes se resisten a ser cómplices de las muertes que están ocurriendo en el México de la primera década del siglo XXI. Es un libro encabronado con la propuesta gubernamental de que como todos los muertos eran malos hay que tener la conciencia tranquila, despreocuparnos por ellos. El presidente Calderón dice que según sus cálculos el 90 por ciento de los muertos eran "malos", mientras que la PGR, dice que sólo el 5 por ciento de estos asesinatos se investigan. ¿Entonces cómo sabe el presidente que sólo uno de cada diez asesinados era "bueno", si la enorme mayoría de estas muertes no son esclarecidas nunca? Ojalá que cuando deje su cargo y sea juzgado -porque así debería ser- lo aclare. La mirada de Cristina Rivera Garza es la mirada de una narradora doliente. Al analizar el encuentro entre el fundador de Proceso, el gran periodista Julio Scherer, y el capo Ismael "El Mayo" Zambada, más allá de la fotografía polémica entre ambos y otros debates, ella observa otras cosas, descubre y compara: "Frente a gente como Zambada, atento a los discursos públicos y el sentir popular, manipulador de nociones de masculinidad que parecen empatar a la perfección con machismos seculares, se encuentra gente como Calderón, incapaz de crear lazos, ni siquiera retóricos, con las mayorías dolientes". Y de ahí nos lleva a mirar a Luz María Dávila, vecina de Villas de Salvárcar, Ciudad Juárez, a la que esta "guerra" le arrancó dos hijos que estudiaban y trabajaban al mismo tiempo, y que fueron señalados como pandilleros por el presidente Calderón, a quien la trabajadora de una maquiladora de bocinas, se lo reclamó en su cara meses después. "Incapaces de abrazar, y digo esto en el más amplio sentido de la palabra, tanto Calderón como su esposa defraudan y, con razón, encolerizan. Incapaces ambos de moverse de sus asientos y de salirse de protocolo. Si ya tuvieron la desfachatez de iniciar una guerra que no
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pedimos ni apoyamos, no estaría de más tener el valor de asumir las consecuencias de sus actos y, al menos, parpadear". Dolerse: Textos desde un país herido, busca crear empatía con el dolor que siente todo México. Su autora es una narradora doliente y su libro es -como su primo hermano, Fuego Cruzado, de la periodista Marcela Turati- uno de los pocos, entre tanta producción editorial, que consigue representarlo. El país herido tiene urgencia de expresar su dolor, para reconfortarse, para que la atmósfera de muerte no lleve también a la muerte del lenguaje. Cristina Rivera Garza se encuentra en persona con Luz María Dávila y el dolor de esta le alcanza para darle a la escritora una servilleta para que se limpie las lágrimas que le salieron durante la conversación. Quizá es de ahí, de esos momentos, de ese consuelo, de donde Cristina Rivera Garza sacó el aliento necesario para ofrecer este libro-consuelo, que también es una protesta -tal y como debe escribirse en estos tiempos canallas cualquier libro. "¿Cuántos recuerdan todavía lo que sucedió en Bosnia? ¿A cuántos les estremece aún el nombre de Srebrenica? -se pregunta Cristina Rivera Garza. Mi temor es que, sin un registro de los testimonios de esta guerra mal llamada contra el narcotráfico, sin un gran archivo que resguarde las voces de las víctimas de la guerra con la que el gobierno de México decidió unilateralmente iniciar el siglo, en algunos años no sólo habremos de olvidar las masacres y el dolor, sino también, acaso sobre todo, ese trabajo de generaciones enteras, ese trabajo amoroso y rutinario, dialógico y constante, que cuesta formar la comunidad que bien hacemos en llamar vecindario. Escribir es un estremecimiento también. Y es algo nuestro". VI En septiembre de 2011, en Xalapa, Veracruz, un grupo de escritores recibió a la caravana del sur convocada por Javier Sicilia. La poeta Camila Krauss leyó a los deudos que venían en ella un poema de César Vallejo: Jamás tanto cariño doloroso Desgraciadamente, el dolor crece en el mundo a cada rato, crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces y la condición del martirio, carnívora voraz, es el dolor dos veces y la función de la yerba purísima, el dolor dos veces y el bien de ser, dolernos doblemente. Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería, en la aritmética! Jamás tanto cariño doloroso, jamás tan cerca arremetió lo lejos, jamás el fuego nunca jugó mejor su rol de frío muerto! Jamás, señor ministro de salud, fue la salud más mortal y la migraña extrajo tanta frente de la frente! Y el mueble tuvo en su cajón, dolor, el corazón, en su cajón, dolor, la lagartija, en su cajón, dolor. Crece la desdicha, hermanos hombres, más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece con la res de Rousseau, con nuestras barbas; crece el mal por razones que ignoramos y es una inundación con propios líquidos, con propio barro y propia nube sólida! Invierte el sufrimiento posiciones, da función en que el humor acuoso es vertical al pavimento, el ojo es visto y esta oreja oída, y esta oreja da nueve campanadas a la hora del rayo, y nueve carcajadas a la hora del trigo, y nueve sones hembras a la hora del llanto, y nueve cánticos a la hora del hambre y nueve truenos y nueve látigos, menos un grito. El dolor nos agarra, hermanos hombres, por detrás de perfil, y nos aloca en los cinemas, nos clava en los gramófonos, nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente a nuestros boletos, a nuestras cartas; y es muy grave sufrir, puede uno orar... Pues de resultas del dolor, hay algunos que nacen, otros crecen, otros mueren, y otros que nacen y no mueren, otros que sin haber nacido, mueren, y otros que no nacen ni mueren (son los más) Y también de resultas del sufrimiento, estoy triste hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo, de ver al pan, crucificado, al nabo, ensangrentado, llorando, a la cebolla, al cereal, en general, harina, a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo, al vino, un ecce-homo, tan pálida a la nieve, al sol tan ardio! ¡Cómo, hermanos humanos, no deciros que ya no puedo y ya no puedo con tanto cajón, tanto minuto, tanta lagartija y tanta inversión, tanto lejos y tanta sed de sed! Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer? !Ah! desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer..
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