Mensajero de Esperanza jen, feb, marzo 2017

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Volumen 94 No. 1 Publicado por Christian Triumph Co. jen, feb, marzo 2017

Desviándose

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n una oportunidad fuimos desde la ciudad de Jardín América a Posadas (Posadas es la capital de la provincia de Misiones, Argentina), justo nos topamos con un paro de docentes antes de llegar a nuestro destino, los policías nos detuvieron y desviaron del camino. Estaba tranquilo, suponiendo que no era tan lejos, pero para mi sorpresa el rumbo que nos desviaron era mucho más largo de lo previsto. He visto como muchos jóvenes por algún motivo se desvían del camino cierto. Toman otro rumbo, pensando tal vez que será el mejor y el más rápido o hasta el más seguro. ¿Por qué sucede eso? Somos inevitablemente influenciados a tomar un camino más rápido o por fuerzas mayores nos desviamos del trayecto en nuestra vida. Hay un personaje en la Biblia llamado Judas. Estuvo con Jesús por tres años, participó de sus milagros y enseñanzas, entendió supuestamente el Reino de Dios. Pero se desvío de su camino y fue devastador para el mismo. Lucas 22.1-6; Juan 18:1-5,12 Lo rimero que sucede cuando nos desviamos del camino: Incertidumbre ¿Realmente este camino nos llevará a nuestro destino? Penosamente, solo resolvemos esa pregunta cuando ya estamos en el camino incierto. Tal vez te has desviado de tus sueños, de tus relaciones, o hasta de Dios. Has dejado de leer la biblia, de orar, de buscar a Dios. Te has desviado con otras alternativas y metas.

Pero la incertidumbre siempre existirá si sales de la ruta de Dios. El desgaste de tiempo y fuerza va ser aún más, te darás cuenta cuando no tengas más fuerza para avanzar a conquistar tus sueños. Cuando me desviaron de la ruta 12 y tomamos la ruta 3 y después la 14, las dudas surgieron más aun cuando vi que todavía quedaba 71 kilómetros hasta nuestro destino. Inseguridad llegó, “¿Por dónde nos metimos?”, pues no era así como pensaba y no quería perder más combustible. Te Encanta Cuando nos desviaron por otra ruta pudimos también descubrir otras ciudades, contemplar el paisaje y nuestros ojos se deleitaron, por algún momento nos olvidamos que nos hemos desviado del camino. A Judas le encantó las monedas de la traición, se despreocupó del gran desvió de su fidelidad a su maestro y las monedas cautivaron sus ojos y proyectaron en su mente una vida llena de placeres y supuesta alegría. Satanás hará todo lo posible para que te desvíes del camino de Cristo y cuando sucede, lo primero que hace es cautivarte a través del paisaje, te das cuenta que ese camino no está malo, comienzas a contemplar la supuesta belleza, la alegría superficial, los logros pasajeros. Satanás quiere nuestra destrucción y tu infelicidad. No medirá fuerzas para tomar una ruta de alternativa que te desvié de tus sueños y principalmente de los caminos de Dios. Veo y conozco jóvenes totalmente cautivados por esas imágenes de la ruta donde fueron desviados. Pero dentro de ellos lleva vidas vacías y totalmente inseguras. Judas no percibía que estaba cavando su propia tumba, sus ojos estaban vendados por


la apariencia del exitoso y de las conquistas terrenales.

El Mensajero de Esperanza

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Destino Fatal Nuestro destino era la Ciudad de Posadas, llegamos, pero por motivos del desvío, demoramos el doble de lo previsto, gastamos más combustible, y los ánimos no eran de los mejores. Empezamos bien pero terminamos mal. Los desvíos nos lleva a la muerte espiritual, a la muerte de nuestros sueño, de nuestro ánimo, a la perdida de alguna relación, ya las conquistas reales no son más una motivación. El resultado jóvenes apáticos, indiferentes, sin ganas de continuar, abandonando los estudios y hasta trabajos, dejándose golpear por las dudas y los problemas de la vida, sin tener fuerzas para levantar y retomar la caminada. Confortándose con la vida así como es. Sin ninguna pista de sobrevivencia. Judas tuvo su destino fatal. Que fue literalmente su muerte, no resistió su desvió, no consiguió salir de la depresión, de la angustia, de las dudas y en lo único que tenía fuerzas es en fabricar su propio destino fatal. Su horca. Mateo 27 3-5. Tú como joven, vas a ver muchas rutas de desvió en tu vida y eso será hasta tus últimos minutos de respiración; el diablo anda como león rugiente buscando a quien devorar. Espero en Dios, que no seas su próxima presa. Busca orientación en Dios, para continuar en la ruta correcta, si hay que esperar parado para que dejen libre el camino permanece esperando, aunque no entiendas el tiempo exacto de espera, permanece allí, Dios tiene lo mejor para tu vida, junto con Cristo tu podrás llegar a la meta, al objetivo, a la conquista real y verdadera de tus sueños y anhelos, y más que nada a la conquista de una vida bendecida juntos con el Señor.

Fundador: L. Y. Janes Presidente: Israel Hernandez Publicado trimestralmente por la Compañia del Triunfo Cristiano, con el propósito de insprirar a toda la humanidad a conocer y a servir al Señor Jesuscristo. También ofrecemos tratados para ayudar en la evangelización y estudios Bíblicos y el Instituto Bíblico de Corpus Christi, para el crecimiento espiritual y como preparación para obreros en la Viña del Señor. www.TriunfoCristiano.com

La Ansiedad

por Narciso Zamora

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veces necesitamos ser reprendidos por el Señor Jesús, así como lo hizo con Marta, la pregunta es ¿por qué nos preocupamos?, ¿por qué llegamos a enfermarnos psicológicamente? Todo el mundo tiene ansiedad y llega hasta el hospital. Parece que la mayoría de todos los enfermos en el hospital son por preocupaciones, estrés y ansiedad. Averigüemos algunas causas de nuestras preocupaciones. 1.- ¿Está nuestra vida descentrada? “Teme a Dios y guarda sus mandamientos; porque esto es todo del hombre” Eclesiastés 12:13. Para que la vida se desenvuelva suavemente debe estar centrada en los valores espirituales. Si el eje de la rueda está descentrado, ¿cuánto tiempo podrá rodar bien? Si los problemas se le amontonan por doquier, deténgase, párese y piense: ¿Cuál es el centro de tu vida? Si está descentrado, no tardará en sentirse frustrado, cuando lo hacemos girar todo alrededor de nosotros, frente a un espejo horas arreglando

“Él fortalece al cansado y acrecienta las fuerzas del débil. Aun los jóvenes se cansan, se fatigan, y los muchachos tropiezan y caen; pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán”. Isaías 40:29-31 Eliezer Zamora

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el físico, egoístamente se dedica solo para el y no quiere compartir con otros, preocuparnos demasiado de nuestro yo, dando lugar a mucho orgullo ocupándose demasiado de uno mismo. 2.- ¿Hacemos demasiado énfasis sobre lo material? Si este es el caso pasaremos rápidamente por momentos difíciles, algunos creen que la felicidad les llegará empaquetada, los que anhelan alcanzar dicho nivel se ven envueltos en el afán desalentador y frustrador de subir una escala en la escala social. Cuando logran alcanzar su meta se dan cuenta que hay otros muchos más altos que ellos. Es desalentador porque no encuentran allí la felicidad. Entonces tratan de inventarse alguna felicidad libando alcohol, o en una discoteca bailando o en las drogas, etc. Qué alivio cuando entendemos que solo Cristo puede dar felicidad. Jesús dice en Lucas 12:15, “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” Hoy día hay demasiada gente que se parece a un niño que juega en la playa. Se pasa el día edificando una ciudad en la arena ignorando que durante la noche subiría la marea y destruiría lo que él había levantado con tanto trabajo y tanta ilusión. Sin embargo, hay muchos que gastan su vida en alcanzar una meta material que les falló a la hora de la muerte. Cae la noche, sube la marea y se lleva sus tesoros se ven desamparados, asustados y solos. Sucedió a una amiga muy querida en Lima, Rodríguez, que visitó algunas veces a Chota región montañosa del norte de Perú. Fue una mujer que siempre estaba ocupada en sus cosas materiales y ahorraba todo lo que podía y tenía casas y rentas por doquier, cuando tenía cáncer al estómago se desesperaba que hacer con sus bienes, nunca diezmaba y la ofrenda era miserable para Dios y la obra de Dios, pero cuando los días pasaban en su lecho y no podía ya levantarse, ella gritaba porque no sabía quién usaría sus bienes. 3.- ¿Puede haber ansiedad por motivos físicos, debido a la enfermedad y el cansancio? Pensemos en Elías, se sintió cansado y ansioso que lo llevó hasta la depresión. Este hombre huyó de Jezabel para salvar su vida. Caminó por espacio de un día en el desierto y se sentó debajo de un enebro un pequeño árbol. Un hombre muy cansado, desanimado y desalentado que quiso morir. 1 R.19:1-8. Muchas veces estamos cansados y a veces

desalentados y no queremos caminar más hacia la meta, nos llega un enemigo gratuito, la depresión, y lo único que nos lleva al desaliento y a la muerte. Jesús viene para los cristianos justamente en ese momento cuando estamos cansados y dice: “Vengan a mí los cansados que yo los haré descansar, aprended de mi que soy manso y humilde de corazón. Pon tus cargas sobre mí, no te preocupes del día de mañana porque tus preocupaciones no hacen mejores los días.” El psicólogo no sana, no da medicina, solo trata, Jesús te da la medicina, te da la sanidad de tu psiquis, tu corazón. 4.- ¿Qué tal está tu conciencia? Otro motivo de ansiedad y desaliento es la sensación de obrar mal. Nadie estará feliz si vive haciendo mal a otros, así lo dijo el salmista. Sal.38:3-4 “Nada hay sano en mi carne, a causa de tu ira; no hay paz en mis huesos, a causa de mi pecado. Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi”. El recuerdo de una obra perversa que ha hecho o malévolo causará una sensación de malestar e inseguridad. Santiago 5:16 dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros y orad unos por otras, para que seáis sanados”. 5.- ¿Es el miedo es una causa corriente de la frustración? Todo el mundo suele tener miedo. Algunos temores son destructivos y dañinos, pero otros son beneficiosos. Por ejemplo, es bueno tener miedo y no viajar arriba de un camión colgándose en las barandas. Muchas veces tenemos miedo que nos roba la paz interior. Muchos temen la enfermedad, las críticas (que dirán) los asuntos financieros, la muerte, miedo a la delincuencia o al sicarito, la perdida de sus seres queridos, el ser rechazado por la sociedad y muchas otras cosas. Solamente respetando a Dios podemos dominar todos los temores dañinos, Pablo dice: “Llevad vuestras preocupaciones al Señor por medio de la oración. Luego meditad en aquellas cosas que son verdaderas, honestas, justas, puras, amables, de buen nombre, virtuosas y dignas de alabanzas”, Filipenses 4:6-11. Una mujer cristiana dijo: “Cuando me siento deprimida empiezo a cantar”. ‘Hay un rayo de sol en mi alma hoy’. Al principio me siento hipócrita pero luego voy mejorando paulatinamente hasta vencer la depresión”. 1 Pedro 5:7 dice, “Echad toda vuestra ansiedad sobre Jesús porque él tiene cuidado de vosotros”. 3


“El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre” Hebreos 13:5. Unida a Jesús tú puedes echar fuera el temor porque ya hemos recibido el espíritu de adopción por la cual podemos clamar ¡Abba, Padre! Tú eres mi escudo y tú me proteges.

CON JESÚS, TODO SE VENCE tema para mujeres

Quien con tal confianza se acerca a Dios, experimentará la ayuda. Sin embargo hay que cumplir una exigencia: Que nos acerquemos a Él con un corazón humillado y contrito, como verdaderas hijas del Padre. Entonces viviremos y experimentaremos la ayuda del Señor. El mismo hace todo en época de sufrimientos, nosotras no necesitamos hacer nada. El garantiza ponerse a nuestro lado, hace milagros. El ayer de la Biblia llega a ser el hoy, acontece en la actualidad entre nosotras. Torturas, dolores y sufrimientos por la intervención de Dios pierden su efecto.

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l que quisiera hacer un cálculo aproximado de sus propias fuerzas y aptitudes para los sufrimientos, llega con seguridad a este resultado: Yo soy incapaz de aguantar semejante sufrimiento. Pero existe la posibilidad de que triunfe nuestro corazón al pensar en este difícil porvenir: podemos meter otro factor en nuestros cálculos y así nuestra cuenta será correcta. Este factor es la omnipotencia de Dios que es mi Padre. Al hacer los cálculos de nuestras fuerzas que a mí me faltan, y Jesús las pondrá en juego cuando yo sufra.

Cuando los escribas llevaron a Jesús, les dijo: “Yo Soy”. Estaba dispuesto a entregarse a las penas y la flagelación; cuando estamos unidas al Señor Jesús nos hace fuertes en la hora del mayor dolor. Estar unidas con Dios es estar en un pacto con aquel que es el Dios todo poderoso e inmortal y que lucha por nosotras.

Hablando en general no se debe contar sin más con la propia facultad de sufrir, porque por experiencia consta, que no es suficiente. Se debe contar con Aquel que luego está presente y manifestará su fuerza y su ayuda, Jesús mi Dios y Padre. Su poder es tan grande y formidable que nada importa, que yo sea capaz de sufrir más o menos o no tenga esta capacidad. Pues para Nuestro Señor Jesús es lo mismo el darme poco o mucho de su fuerza. El Señor ha prometido especialmente a los débiles: “Mi poder se perfecciona en los débiles” 2 Corintios 12:9.

Estar unidas con Cristo, quiere decir, estar unidas con el Señor victorioso que resucitó, a quien obedecen todas las potestades y fuerzas, que es el Señor sobre todo y en todo. La malicia de los hombres no nos podrá dañar, ni las torturas, sufrimientos y dolores que planean contra nosotras. Quién es fuerte porque está unida a Cristo Jesús será victoriosa. Dice San Juan 15:4, “Permaneced en mí, y yo en vosotros”.

Es preciso ejercitarlo hoy mismo: Cuando en necesidades no vemos ninguna salida, contar sólo con Dios y su ayuda. Pues nos ha sido dada la firme promesa de la ayuda de Dios. Y porque Él se llama el Yo Soy, el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, el Sí y Amén, cumple con su promesa. Entre sufrimientos y dolores experimentamos esto: “No te dejaré, ni te desampararé” Hebreos 13:5; “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” Isaías 41:10. Nosotros solo debemos hacer lo nuestro, traducir la promesa ratificando nuestra fe, ir a Dios y decirle en cada padecimiento.

“Por lo cual estoy segura de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá atemorizarnos o sacarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro Señor” Romanos 8:38, 39. Del libro “Libertad Sorprendente: De la Muerte a la vida”. Por Udelia Santiago

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El creyente que se consagra y el Dios que lo santifica Por Harry E. Jessop, D.D. Redactado por Leroy E. Lindsey, Jr., Ph.D. y Recopilado por el Pr. Víctor Hugo Quispe S.

Hoy os habéis consagrado a Jehová… y el mismo Dios de paz os santifique completamente. (Ex. 32:29; 1ª Tes. 5.23, versión Hispano-americana)

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or tres motivos se han ligado estas dos declaraciones de las Escrituras; primero, porque sus temas se relacionan estrechamente, concertándose por su naturaleza como las mitades distintas que entre sí completan todo. La segunda razón por la que se unen es que sus temas difieren entre sí, representando un completo contraste, pues uno trata de lo que es meramente humano mientras el otro concierne a lo que es cabalmente divino: uno expresa lo que Dios pide de mí; el otro indica lo que Él desea hacer en mí. Finalmente juntamos estas dos versiones porque frecuentemente se confunde la una con la otra y es conveniente hacer una distinción clara entre ellas. Por desgracia, la gente es la que a menudo involucra las cosas, pero la Palabra de Dios siempre las aclara. En sus esferas respectivas, la consagración y la entera santificación son tan diversas como los mismos polos Norte y Sur; sin embargo, en la experiencia espiritual plena, son tan inseparables como lo son el sol y la luz que emite, siendo uno antecedente a la otra. Todo cristiano verdadero desea ser santo. Sea cual fuere su creencia doctrinal, él anhela de corazón ser semejante a su Señor. Pero aquí comienzan las dificultades a causa de la confusión de ideas que existe relativas a este asunto. Algunos abrigan ideas que carecen de precisión, siempre ansiando poseer una experiencia más profunda de la gracia de Dios y manifestando este deseo por medio del canto y la oración, pero sin que se les ocurra que podrá verificarse en su vida. Queda como un ideal bello pero imposible de realizarse. A otros les falta decisión: precisando su deseo, buscan el cumplimiento, hallándose frecuentemente en el altar de oración con el fin de consagrarse, pero sin tomar el paso de fe que permita reclamar la respuesta definida. Hay otros más que mantienen reservas, de modo que, a pesar de su pretensión de recibir, su petición no logra nada porque no han hecho una consagración completa. Claman al cielo pidiendo la llama santificadora, pero nunca cae el fuego porque no han colocado sobre el altar de Dios, el sacrificio íntegro. Sucede todo este desconcierto por falta de un

concepto claro relativo a la manera de entrar en esta gracia. Y no es de extrañarse que, en medio de opiniones contrarias, algunos queden perplejos. Sin embargo, la Palabra de Dios hace perfectamente visible el camino y a ella nos referimos ahora, tomando nota de dos hechos sobresalientes: I. El primer requisito para una vida santa es el acto preciso y definido, de parte del hombre, que la Biblia llama consagración. A veces se pregunta: «¿Será la consagración preliminar a la vida santa o es el producto de ella?» En otras palabras, ¿se consagra uno con el fin de obtener la bendición de la santificación, o resulta la vida consagrada de la misma bendición? Sin titubear contestamos que ambos conceptos son correctos pues son dos aspectos de la misma gran verdad espiritual. Indudablemente la consagración del alma es un pacto por toda la vida, capaz de un desenvolvimiento ilimitado y mientras vivamos deberá ser así. Pero implica, además, el acto inicial de abandono del alma a Dios mediante el cual se entra a la vida santa, un arranque momentáneo de fe cuyas implicaciones y detalles irán manifestándose durante toda la vida si se es fiel a Dios. Para la debida comprensión de este acto de consagración es indispensable reconocer sus dos aspectos: A. La consagración es una transacción entre Dios mismo y su propio pueblo. 1. La consagración no corresponde al pecador. El pecador no puede consagrarse porque está muerto en transgresiones y pecados. Al despertar a la comprensión de su condición de perdición, él debe renunciar a sus pecados, arrepentirse y clamar a Dios pidiendo misericordia. A los ojos de Dios, él es reo y rebelde y como tal, no tiene derecho de entrada a la Cámara de la Divina Presencia; por lo tanto, cualquier ofrenda sería un insulto a la santidad de Dios y una afrenta a la majestad de su Trono. El contexto de este pasaje relativo a la consagración es iluminador a este respecto. Moisés se había ausentado al Monte para tener comunión con Dios y entre tanto que él gozaba de la Presencia santa, Israel había caído en la idolatría. Al descender de la cima de la montaña, Moisés entró al campamento, destruyó el becerro idólatra que estaba en medio y luego lanzó este reto severo: «¿Quién es de Jehová? Júntese conmigo». En respuesta a este llamado los hijos de Leví se juntaron a él y después de infligir un castigo tremendo a los rebeldes, Moisés se dirigió a estos levitas que se habían separado, diciendo: «Hoyos habéis consagrado a Jehová». A la luz de estas palabras de Moisés, y especialmente del pasaje en el que se encuentran, se destacan dos verdades: a. El llamamiento a la consagración no se hace a 5


la multitud, sino a aquellas almas fieles que se han separado de ella. b. El hecho de la consagración no tiene que ver con los pecados, sino con las personas mismas. Es preciso resolver el problema de los pecados antes de acercarse siquiera al altar de la consagración. Téngase en cuenta la gran exhortación a la consagración que hiciera Pablo en Romanos 12.1, 2, conforme a la cual el cuerpo debe presentarse en «sacrificio vivo» y esta presentación se declara que es nuestro «racional culto». Si no habéis nacido de nuevo, no hay lugar para la consagración, porque sólo el hijo de Dios, nacido del Espíritu, puede hacer una consagración aceptable. 2. Tampoco corresponde la consagración al reincidente. Muchos de aquellos que tratan en vano de consagrarse a Dios necesitan más bien confesar que se han enfriado, buscando de nuevo el favor de Dios. Los hábitos que no son para la gloria de Dios y toda práctica dudosa requieren no la consagración, sino la confesión y la renuncia, depositándose más bien entre los escombros que sobre el altar, pues urge que sean quitados. 3. La consagración, por consiguiente, corresponde a sólo una clase de gente-esto es, a los que conscientemente pertenecen a Dios y andan en toda la luz que tienen. Ningún otro deberá presentarse al altar, pues sólo quedará frustrado y acabará por desesperarse. B. La consagración es una transacción definitiva, de modo que no debería ser necesario repetirla ni renovarla. Para que valga, la consagración necesita tener dos rasgos salientes: a. Debe ser cabal, incluyéndolo todo. b. Debe ser irrevocable, abarcando todo el alcance del tiempo, el pasado, el presente y el futuro. Distintas ilustraciones podrán ayudarnos en el esfuerzo de comprender esta verdad. Tomemos tres sugeridas por el Dr. A. M. Hills. Tenemos el ejemplo de Itai. El Rey David estaba sintiendo el aguijón del rechazo por parte de la nación. Lo habían abandonado porque Absalón, el usurpador, había robado los corazones del pueblo y ahora, solo y adolorido, David se apresuraba al destierro, acompañado únicamente de un pequeño grupo de almas fieles entre las que se hallaba Itai, un forastero poco conocido. Dudando de permitirle compartir las penalidades de su exilio, David le ruega que regrese a las comodidades del palacio, pero escucha por vía de respuesta las palabras que han inmortalizado a Itai para siempre: «y respondió Itai al rey, diciendo: Vive Dios, y vive mi señor el rey, que, o para muerte, o para vida, donde mi señor el rey estuviere, allí estará también tu siervo». (2º Sam. 6

15.21) Este es el espíritu de la consagración. A través de los siglos y la distancia, pasamos de la época del Rey David a las altas montañas de Escocia, para hallar otro ejemplo del mismo principio. El príncipe Carlos, penosamente acosado, reclutaba soldados para su peligrosa campaña. Entre tanto que procuraba en vano convencer a dos caballeros montañeses a que se unieran con él, observó que se hallaba cerca de él un joven cuyos ojos brillaban mientras empuñaba su espada y esperaba oportunidad de hablar. «¿Me ayudarás?» preguntó el Príncipe; a lo que contestó Ronald McDonald: «Pues, señor, aunque no hubiera en estas montañas otro que desenvainara su espada, yo estaría dispuesto a morir por ti.» He aquí el verdadero espíritu de la consagración. Escuchemos el testimonio de un alma consagrada —un joven confrontado con la muerte inminente: «Arrodillado solo en la recámara de mi madre..., hice una consagración que abarcaba todo: morir luego si fuera necesario, a pesar de ser joven, o vivir y sanar; hacer, ser, sufrir lo que fuera por Jesús, ésta fue mi consagración, la que barrió con toda incertidumbre, dejando todo francamente entregado a Dios». Aquí tenemos, de nuevo, la verdadera consagración. Existe, sin embargo, una actitud espuria que frecuentemente lleva el sagrado nombre de consagración sin ser más que una burda imitación, un disfraz impío. Los judíos de la época de Cristo tenían una expresión idónea para ilustrar el caso—la palabra Corbán. En Marcos 7:8-13 el Maestro escarmentaba a los fariseos por su hipocresía al abusar de las leyes del Templo para evadir sus responsabilidades patentes. Todo lo guardaban en su propio nombre era, por supuesto, su propiedad, porcuyo uso sólo ellos respondían, pero de lo que legaran con anticipación al Santuario podían disponer para sus propios fines durante la vida, pasando la herencia a la tesorería del Templo a su muerte. Era una especie de escritura de cesión de bienes. Entonces, si un pariente necesitado buscaba socorro, el hombre podía decir, con tono solemne y piadoso: «No; no puedo darte nada; es Corbán—consagrado—pertenece a Dios». Pero estos hombres no se percataban de la contradicción de estar usando ellos mismos estos bienes para su propio placer durante la vida como algo que les perteneciera exclusivamente a ellos. Hay cristianos de esta estirpe aún. Les encanta cantar aquel himno antiguo que dice: Mi espíritu, alma y cuerpo, mi ser, mi vida entera, cual viva, santa ofrenda, entrego a ti, mi Dios. Mi todo a Dios consagro en Cristo, el vivo altar ...


En el servicio de consagración lo cantan, en el altar de oración lo repiten, en sus testimonios lo repasan con lágrimas. Ya queda claramente sentado el hecho de que todo lo que poseen pertenece a Dios. Pero ¿cómo resulta en la práctica? De pronto la hija que la madre había incluido en su consagración regresa a la casa para compartir con ella la carga de compasión que su corazón ya siente por los paganos que están muriéndose sin el Evangelio y sin esperanza. Obedeciendo al llamamiento, se ha ofrecido a Dios para servicio en el extranjero. «Pero, María», dice la madre, «¿te das cuenta exacta de lo que estás haciendo? ¿No sabes que el separarme de ti me mataría de pesadumbre? ¿No bastan los paganos de tu país? Y, por fin, si estás preocupada por esto ¿por qué no contribuir al sostén de alguna misionera en el extranjero? (Esto es, ¡que otra madre sacrifique a su hija!) Sin duda no te obstinarás en irte mientras yo viva; me amas lo suficiente para no causarme este dolor, ¿verdad, hija»? ¿Qué es lo que tenemos aquí ilustrado? Es el sentimentalismo disfrazado como consagración, la emoción débil, anémica, enfermiza, que sabe llorar por los paganos en una reunión misionera, entusiasmarse por la consagración al escuchar un mensaje sobre la santidad y luego tener lástima de sí mismo si Dios le honra con el privilegio de hacer un sacrificio personal. Este mal se revela de mil maneras y sus consecuencias son tremendas. La vida consagrada es algo magnífico, sin límites ni cargas ni trabas, que conserva toda posesión desinteresadamente tan sólo para la gloria divina sin reclamar nada para sí, porque la personalidad misma sigue siendo un sacrificio vivo, la demostración de cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Rom. 12.2). II. Cuando se haya acabado esta obra preparatoria de consagración, Dios hace. lo que nosotros no podemos hacer: nos santificará por completo. En otras palabras, tan pronto como se deposite la ofrenda sobre el altar, se abre el cielo y cae el fuego santificador. Notemos tres rasgos de esta obra santificadora: 1. La santificación es tan cabal como lo haya sido la consagración. Dios no será menos concienzudo en su obra de lo que exige que yo sea en la mía. Al consagrarme cabalmente, él santifica cabalmente y aquella santificación abarca toda parte del ser, «vuestro espíritu, alma y cuerpo». La operación es tan radical, profunda y acabada que dondequiera que haya radicado el pecado, la obra santificadora va a la raíz, «para que el cuerpo (la totalidad) del pecado sea deshecho» (Rom. 6.6). 2. La santificación es instantánea como lo indica el tiempo del verbo usado. No es una novedad llamar la atención al hecho

de que el griego tiene un tiempo peculiar del verbo llamado el «aorista», que indica una crisis obrada instantáneamente con resultados permanentes. La fe que profesamos inspira la esperanza de tres grandes crisis, cada una de a las cuales es efectuada momentáneamente. Hay la obra inicial, el acto de la Justificación, acompañada del poder regenerador del Espíritu, que hace el pecador un hijo de Dios. En la consumación de todo tendrá lugar la Glorificación, cambio que efectuará Cristo, el Esposo divino, al venir en el aire para resucitar a los justos y arrebatar a los santos que viven en esperanza de su manifestación. (1 Cor. 15.52). Entre estos dos límites media la obra de la Santificación Entera, aquella operación por la que se deshace el pecado en el alma que ya está gozando la justificación y esperando la glorificación. En los tres casos el método es el mismo: momentáneo, instantáneo, efectuando como un relámpago y en general el tiempo del verbo usado en cada caso es el aorista. La obra se hace al instante. 3. La santificación es tan duradera como lo es la esperanza del cristiano. «Pero», se objeta, «como regla general no duran estas llamaradas y ¿no estribará en este hecho la razón del estado espiritual poco satisfactorio de muchos?» A lo que replicamos, «Depende absolutamente de la fuente de la cual viene la llamarada. El Fuego del Espíritu Santo nunca es una mera llamarada. El relámpago de Dios es eficaz y Él que hace la obra la garantiza mientras el alma se ocupa de permanecer en Él y obedecerle. Entre tanto se permanezca fiel, durará la bendición». Perdurará en medio de los cambios de fortuna y la adversidad; cuando los nuestros nos abandonen y los creyentes nos desengañen; cuando la gente nos calumnie, nos difame, y desacredite: cuando el camino se vea oscuro y Satanás esté rabiando y el infierno esté suelto. La Bendición durará hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. Cuando Tomás Collins se aproximaba al fin de su larga y útil vida, su hermana, al entrar a su recámara, comenzó a hablarle del glorioso testimonio que él había dado de la experiencia de la plena salvación. Las mismas palabras despertaron al antiguo guerrero de la fe y, valiéndose de las fuerzas que le restaban, exclamó con referencia a esta salvación completa: «Sí, la recibí, la he conservado, la tengo, y ella es como el mismo cielo». Con este testimonio en los labios partió para el Hogar Celestial. Con razón Wesley decía: «Nuestro pueblo sabe morir bien». Muera mi persona de la muerte de los rectos y mi postrimería sea como la suya (Núm. 23.10). Aquel Espíritu de verdad... os guiará a toda verdad (Juan 16.13). 7


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