El modelo japones

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Jorge Schvarzer

El modelo japonĂŠs

Editorial CIENCIA NUEVA


Los libros de Ciencia Nueva

Portada: Isabel Carballo

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C 1973 by Editorial Ciencia Nueva SRL Avda. Pte. Saenz Pe帽a 825, Buenos Aires Hecho el dep贸sito de ley Impreso en Argentina - Printed en Argentina


Jorge Schvarzer es ingeniero civil (lí)(>2) y ferroviario (19Í>5) de la Universidad de Buenos Aires. Consultor especializado en problemas de distribución y organización, ha sido asesor de distintas empresas y docente en varias instituciones. Ha trabajado como experto en economía de transportes en Europa y Argentina. Actualmente es interventor del Departamento de Economía de la Eacultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires.


Introducción

Este libro tuvo su origen en una preocupación personal por los problemas del desarrollo y, en especial, por el análisis del modelo japonés y de las implicancias y conclusiones que podían obtenerse de ese estudio para el caso argentino.El autor tuvo la oportunidad de concretar algunas de sus ideas sobre el desarrollo japonés en una serie de notas periodísticas,que se publicaron entre los meses de diciembre de 1972 y febrero de 1973 en el periódico El Economista de esta capital. Naturalmente, al reunir todo el material para presentarlo en la forma de este libro, se hicieron evidentes algunas limitaciones y fallas del tono periodístico, lo que hizo necesario reformular el texto, agregando una serie de consideraciones y notas. El texto final difiere por eso profundamente del material publicado; sin embargo, como las leyes de la herencia son ineluctables, no puede negar su ya lejano origen que se refleja en la estructura de la obra y quizás en el estilo general. El autor espera que esa herencia periodística sirva para hacer más fácil la lectura y se consuela pensando que este libro no pretende ser una tesis original sobre el desarrollo japonés, sino más bien una reflexión ordenada sobre algunos de los aspectos que considera claves en ese proceso. Este libro trata sobre el desarrollo de la economía japonesa desde la última posguerra hasta la actuali-


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dad. Eso no implica ignorar que el fenómeno japonés comenzó mucho antes y se apoyó en una serie de características sociales y organizativas cuya importancia histórica puede evaluarse por los resultados obtenidos. Es que, si bien las causas fundamentales del proceso económico son —valga la tautología— económicas, las formas de ese proceso, e incluso su ritmo, pueden variar enormemente bajo la influencia del carácter nacional, la tradición, las características y selección de los grupos gobernantes, así como su capacidad de imponerse sobre los gobernados, etc. Si no fuera así, distintos pueblos podrían copiar mecánicamente las políticas económicas exitosas de sus vecinos para lograr los mismos efectos, decisión que nunca llevó a buenos resultados; la experiencia corrobora la afirmación teórica de que los resultados de la misma política aplicada en medios y períodos distintos son más diferentes de lo esperado por los análisis puramente cuantitativos de los datos económicos. La importancia de los factores nacionales mencionados hace necesario decir dos palabras sobre algunas características históricas de la sociedad japonesa. Una tradición intelectual curiosamente adoptada casi por unanimidad por la mayor parte de los estudiosos de la misma, los lleva a iniciar su análisis en la etapa conocida como era Meiji, comenzada en 1867, que puso al país en el camino del desarrollo industrial al mismo tiempo que decidía la abolición de los viejos vínculos feudales bajo la égida de un gobierno reformador y dinámico. Con el mismo criterio con que se elige esa fecha, el análisis podría desplazarse mucho más atrás en el tiempo, porque las transformaciones de la era Meiji no fueron un rayo en un cielo sereno, sino el resultado particular de la estructura social sobre la que aquel emperador se apoyó para modificar al Japón. El éxito de las reformas se debió,en última instancia,al extenso poder de un gobierno fuertemente centralizado, cuyo origen debe buscarse a su vez en las características especiales de la sociedad feudal japonesa que lo precedió. Durante por lo menos un par de siglos anteriores a la dinastía Meiji, el feudalismo japonés ofreció un carácter netamente


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dependiente del emperador, con una estructura social y económica que concedía marcados privilegios al poder central; a tal punto, que debe diferenciárselo netamente del modelo clásico asignado a la sociedad feudal, consistente en una serie de pequeñas unidades productivas autosuficientes y aisladas entre sí, dependientes de la protección de un señor que cobraba los tributos en su propio beneficio. Ese fue el caso de Europa Occidental, e incluso del gran vecino asiático del Japón, la China, que tuvo un feudalismo de aldea, con escasos vínculos entre sus diversas unidades y carente de un poder central efectivo, cuya dispersión social, política y económica era muy superior a lo conocido en la propia Europa antes de la Revolución Industrial. Esa diferencia en la concentración del poder entre las dos naciones asiáticas provocó profundas consecuencias cuando se produjo la irrupción de las fuerzas occidentales en ambos países en el siglo XIX: en China favoreció el desmembramiento del imperio y su reparto en distintas porciones entre los imperios invasores; todavía hoy se notan las cicatrices de esa división, porque aún permanecen ciertos puntos estratégicos de sus costas formando parte de un imperio extracontinental. Japón, en cambio, reaccionó a la penetración europea cerrándose sobre sí mismo, concentrando sus fuerzas para dar el gran salto. En lugar de división, la influencia exterior produjo mayor unidad. Si el desarrollo posterior no puede entenderse sin una referencia a la era Meiji, ésta a su vez es la consecuencia de la organización feudal y administrativa de los siglos anteriores, que produjo una reacción positiva y nacional ante el catalizador foráneo. Uno de los elementos que facilitaron ese reforzamiento interno de la sociedad japonesa fue la extraordinaria extensión de su clase privilegiada, Se ha estimado que a mediados del siglo XIX, la clase dominante abarcaba de un 5 a un 6% de la población total del país: una proporción que debe compararse con el ínfimo 0,5% en que se estimaba la proporción de la nobleza francesa antes de la Revolución de 1789, o bien con la cifra de alrededor del 1% estimado para los grupos privilegiados de


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China a mediados del siglo XIX. La fuerza de la clase dominante, derivada tanto de su número como de su cohesión detrás del Estado, fueron un activo importante en el balance de medios para el progreso. Naturalmente que la economía no hace milagros, y la existencia de una clase privilegiada indica una producción de riqueza relativamente elevada para mantenerla. En otras palabras, mientras en la Francia del siglo XVIII se necesitaban doscientas personas para producir el excedente necesario para mantener a un miembro de la nobleza o del clero, en el Japón sólo se requerían veinte. A pesar de la falta de datos comparables para la época, puede suponerse que el feudalismo japonés, además de centralizado, era relativamente "rico" —hoy diríamos "desarrollado"— en cuanto podía producir ese excedente económico necesario para sostener a los grupos privilegiados. Japón, como casi toda el Asia, fue despertado a la vida moderna por el impacto de las cañoneras extranjeras que buscaban nuevos mercados para las mercaderías sobrantes en los países capitalistas avanzados. Era la época del ascenso de la parte Occidental de Europa y del surgimiento de los Estados Unidos; y también, del crecimiento vertiginoso de la producción como fruto de la Revolución Industrial y Social que permitió a una parte de la humanidad destacarse del resto mediante un gigantesco salto adelante. Hasta entonces las diferencias económicas y técnicas en el mundo habían sido prácticamente despreciables respecto a las que se producirían vertiginosamente en los siglos XIX y XX. Europa y Asia, que no son en realidad más que una enorme masa continental continua, se habían mantenido alejadas fundamentalmente por el peso délas enormes distancias. Entonces, luego de siglos de contactos esporádicos y lejanos entre los dos continentes, la Revolución Industrial los acercó como nunca antes, al mismo tiempo que concedía privilegios especiales a los dueños de los armamentos más poderosos. Los chinos habían inventado la pólvora hacía siglos y le enseñaron sus secretos a los europeos que llegaban a sus tierras y se asombraban ante los avances del Imperio de Oriente; ahora


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China recibía un pago diferido a sus enseñanzas en la forma de cañonazos que derribaban murallas y fortificaciones con el solo fin de abrir nuevos mercados. Europa había aprendido el uso de la pólvora al mismo tiempo que acumulaba el poder necesario para utilizarla en función de sus propios objetivos. La Revolución Industrial reducía las distancias con el mismo ritmo que aumentaban las diferencias económicas y de poder, ligando a todas las regiones del mundo a la expansión de los países más poderosos. La necesidad de éstos de desplegarse sobre el globo terráqueo era tan grande en aquella época sucia y gloriosa que un ministro se permitía decir en pleno parlamento inglés que: "Las principales oficinas del Estado están ocupadas con problemas comerciales... El Foreign Office y el Colonial Office están ocupados fundamentalmente en encontrar nuevos mercados y en defender los existentes. La War Office y el Almiralty están especialmente ocupados en los preparativos para la defensa de esos mercados y la protección de nuestro comercio... Por eso, no es mucho decir que el comercio es el más grande de nuestros intereses políticos". Los ingleses no estaban solos en la organización de una armada adaptada a sus necesidades comerciales y mucho menos en el Océano Pacífico, sobre cuyas costas se desplegaba una nueva potencia por el lado del Nuevo Continente. Precisamente los primeros en llegar a las costas del Japón fueron los norteamericanos. En 1853 el comodoro Perry forzó con sus cañoneras la entrada al imperio oriental y abrió el camino que impuso los tratados de 1858 y 1866 concediendo derechos extraterritoriales al extranjero. Las concesiones japonesas a los Estados Unidos fueron extendidas rápidamente a las potencias europeas,incluyendo a Rusia. En todos los casos, las estipulaciones eran similares: Japón se comprometía a abrir su economía y su comercio exterior y a no imponer más del 5% de derechos aduaneros a las mercaderías que arribaban; en otras palabras, debía ofrecer su mercado internó al comercio extranjero. La presencia de los acorazados europeos en el Pacífico y de los barcos mercantes cargados de


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mercaderías que los seguían, señalaba la consumación del largo proceso histórico de formación del mercado mundial, por obra del capitalismo naciente. Desde entonces, toda la economía mundial estaría ligada por lazos cada vez más estrechos y lo mismo ocurriría consecuentemente con los fenómenos políticos y sociales; ningún país podría darse el lujo de escapar a las exigencias que imponía el mercado exterior dominado por las potencias más desarrolladas. En ese fenómeno se inscribe todavía la problemática del sistema político y social de nuestro tiempo y que, sin duda, se mantendrá mientras no se modifiquen sus coordenadas» básicas: un país se desarrolla hasta adquirir un poder suficiente o permanece dependiente del extranjero de una u otra forma. La industrialización a marcha forzada de la sociedad soviética luego de diez años de vacilaciones posrevolucionarias refleja la presión del mercado mundial sobre una sociedad socialista, de la misma manera que la actual tendencia a la unidad de Europa Occidental en el Mercado Común Europeo demuestra que el problema es el mismo en todo el globo. La federación de fuerzas menores es una alternativa tan lógica como la industrialización y el desarrollo acelerado para responder a las exigencias de un mundo que se ha unificado de acuerdo a ciertas leyes económicas mucho antes de que lograra un equilibrio estable entre sus diversos componentes. Mientras las condiciones del mercado mundial se mantengan igual que en la actualidad, la gama de respuestas se recjuce a la forma de aumentar el poderío económico e industrial del país dependiente. No son bien conocidas las reflexiones japonesas al respecto durante el siglo XIX; lo cierto es que el país respondió al desafío del exterior con extraordinaria rapidez, con una profunda decisión y con enorme claridad sobre los objetivos a cumplir. Apenas un año después de firmado el segundo de los tratados ya mencionados, el viejo régimen era destronado para dar paso a las reformas necesarias para fortalecer la sociedad nacional. Desde el mismo comienzo de la era Meiji, el gobierno fue el factor dinámico del proceso de desarrollo tomando a


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su cargo las inversiones necesarias; su empuje lo llevó a efectuar nada menos que el 40% de la formación total de capital en la economía nacional durante la década de 1880. Es una verdad demasiado repetida que el desarrollo requiere inversiones en capital humano tanto como inversiones en equipos y maquinarias; la masa de conocimientos acumulados por la población es un bien difícil de medir, pero no por eso menos importante. La materia gris es a la productividad lo que el acero a la industrialización. En el siglo XIX, esa idea no era suficientemente reconocida y la educación superior seguía en cierta medida los vaivenes del mercado. Por eso es más destacable la visión del gobierno japonés que no trepidó en destinar partidas importantes del presupuesto para contratar miles de técnicos extranjeros, pagados a buen precio, destinados a formar los equipos humanos necesarios para la industrialización; las autoridades no dudaron tampoco, en enviar numerosos súbditos a estudiar a los centros más desarrollados del mundo con el mismo objeto. Es conveniente destacar que la decisión japonesa de industrializarse rápidamente, de tener una armada poderosa y un ejército respetado, no se reflejó en un chauvinismo retrógrado sino en la convicción de que había que tomar lo mejor de Occidente para enfrentar el desafío de Occidente. Otros países pretendieron encerrarse en un nacionalismo cultural que significaba en última instancia dejar intactos los antiguos privilegios precapitalistas y, en consecuencia, se mantuvieron y se mantienen en la dependencia y el atraso; un atraso que termina por anular naturalmente los valores culturales y nacionales que pretendían verbalmente defender. En cambio, Tokio, sin olvidar su milenaria tradición cultural se preocupó de reemplazar al antiguo artesano por la máquina moderna, que convertía al siervo de siglos en obrero industrial. El desarrollo económico puede seguirse de acuerdo a distintos regímenes políticos, sociales y económicos, cada uno de los cuales tiene su propia lógica. Japón eligió copiar a las potencias existentes de una manera tal que ya a partir de 1890 comienza su propia política expansionista sobre China y


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Corea: pero todavía era demasiado débil para imponer sus intereses sobre los de otras potencias y en 1895 pierde una parte de los beneficios arrancados a los nuevos territorios por la intervención conjunta de Rusia, Alemania y Francia. En 1905, como revancha, va a mostrar que aprendió la experiencia y que esos diez años no pasaron en vano y derrota a Rusia en forma decisiva en pocos meses, obteniendo así completa libertad de acción en Corea y en la parte meridional de Manchuria, donde va a instalar una enorme base industrial aprovechando las riquezas minerales de la zona. Los intereses económicos se hacen sentir sobre las posiciones políticas y militares que a su vez refuerzan las tendencias expresadas por los primeros. La lógica de un desarrollo que desbordaba las fronteras nacionales se impuso con un ritmo que envidiarían las viejas potencias coloniales. En las primeras décadas del siglo XX, el Japón, que hacía poco más de una generación era un sistema feudal, aparecía dominado por una oligarquía económica y militar preocupada por el desarrollo industrial y la absorción de nuevas zonas de influencia. En su época de mayor auge y mediante la ocupación militar durante la guerra, el Japón domina Corea, Manchuria, la costa occidental de China y la isla de Formosa, toda la península de Indochina, Tailandia y Birmania, la península malaya y los archipiélagos indonesio y filipino. Prácticamente todo el sudeste de Asia se encontraba bajo el manto imperial. Pero Japón estaba lejos aún de haber logrado la potencia industrial de los grandes países capitalistas de Occidente a los que enfrentó militarmente en la década del cuarenta. La descarga de dos bombas atómicas sobre sendas ciudades del archipiélago, puso fin a una aventura expansionista y militar condenada por anticipado al fracaso. Nunca como entonces la ciencia y la técnica habían llegado a demostrar su poder de una manera tan abrumadora y los dirigentes japoneses extraerían las consecuencias lógicas de aquella experiencia. El intenso desarrollo industrial japonés se había insertado en las antiguas estructuras feudales con las cuales estaba asociado a causa de Ta propin política gubernamental en ese sentido, y es probable


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que lós intentos expansionistas buscasen compensar las deficiencias de la estructura productiva interior que se hacían sentir más profundamente a medida que crecía la producción. El país apenas había llegado a producir 7 millones de toneladas de acero en el período de la última guerra y mantenía una población campesina que todavía representaba más del 40% de la población total. Los pilotos de Kamikazes que en su marcha suicida sembraban el terror entre las tropas enemigas, compensaron numerosas veces con su sacrificio personal la mayor debilidad productiva de su nación; pero, al mismo tiempo, su actitud era un indicador preciso de que el proceso modernizador no había llegado al fondo de las conciencias donde predominaban resabios feudales profundamente arraigados. La ocupación norteamericana de posguerra fue un nuevo impacto traumático para las clases dirigentes del país. Se repetía a un siglo de distancia la experiencia del comodoro Perry, pero multiplicada en su efecto. Ahora había tropas de ocupación, justificadas por una guerra que conmoviera al mundo, y que establecían una serie de imposiciones sobre lo que podía y no podía hacer el Japón, frente a las cuales los tratados del siglo pasado parecían un juego de aiños. Mac Arthur, el general norteamericano, actuó como un auténtico procónsul, llevado por su convicción de que el mundo debía ser de una sola manera: la fijada por la práctica norteamericana. Al impacto económico de la destrucción física de buena parte de las instalaciones industriales y la consiguiente desarticulación productiva, se agregaron algunas medidas de las autoridades de ocupación que provocaron nuevos cambios. Algunas tuvieron escaso efecto, como las normas sobre división de los monopolios que dominaban la vida del país; al poco tiempo las tendencias a la concentración reconstruirán una situación similar a la de preguerra en un nuevo marco económico. En cambio, una medida mucho más significativa y de mayor alcance fue la reforma agraria ordenada por los norteamericanos para eliminar la fuerza de los propietarios terratenientes, una transformación que tendría profunda resonancia en la evolución


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futura del país. Como ocurrió otras veces en la historia, la intervención militar del extranjero puede reemplazar a las fuerzas sociales internas en el cumplimiento de las tareas de cambio social. La guerra es a veces un substituto para la revolución; y en el caso japonés, la intervención norteamericana cumplió el papel de eliminar definitivamente a la oligarquía terrateniente. Los rigores de la ocupación se diluyeron rápidamente debido a los cambios que se estaban produciendo en el sudeste de Asia. En 1949, pese a los esfuerzos de los consejeros norteamericanos y la ayuda masiva que le prodigaron, el régimen de Chiang Kai Shek huía a Formosa para dejar paso al primer gobierno unificado de toda China con poder real después de varios siglos. China surgía de un largo período de dependencia y guerras civiles bajo un gobierno que alzaba las banderas del comunismo y comenzaba una reforma de implicancias profundas para el país y el mundo, impulsado por la dinámica de sus propias fuerzas sociales internas. Para ese entonces ya había comenzado la lucha en Vietnam, entre el régimen de Ho Chi-Minh, que había logrado el poder en la resistencia contra los japoneses, y las tropas francesas que pretendían mantener el control del Imperio. Al año siguiente, el estallido de la guerra de Corea indicaba que la situación en Asia estaba lejos de la estabilidad y que Occidente necesitaba aliados para su política de combatir el avance del comunismo. Al mismo tiempo que relajaban los controles políticos y económicos sobre el Japón para convertirlo en una base segura para la lucha global contra el comunismo, los norteamericanos lo utilizaron como una base de retaguardia para la guerra de Corea. Las demandas de equipo, alimentos y alojamientos del ejército yanki ; fueron un nuevo incentivo para la economía del país que estaba en pleno proceso de reconstrucción y ayudaron a su despegue posterior. En cierta forma, podría decirse que los norteamericanos se retiraron muy temprano del Japón; al menos, antes que el auge económico les permitiera evaluar la potencialidad de aquella nación para sus empresas y negocios. Y en ese sentido se quedaron muy atrás de lo realizado por el


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comodoro Perry,que veía ese mercado con criterio de futuro. Dos décadas después, los responsables norteamericanos comprenderían su error, pero ya era demasiado tarde; una nación fuerte, con el desarrollo económico más impetuoso del mundo, organizada detrás de un Estado sólido y compacto, se disponía a competir con el gigante que la había logrado vencer y dominar. Hasta ahora esa competencia se realiza pacíficamente pero con una ferocidad económica con tan pocos precedentes como las sonrisas y la suavidad diplomática que acompañan las discusiones. Ahora sí, Japón ha logrado realizar los intentos comenzados el siglo pasado, pero esta vez en contraposición a la experiencia anterior, cuando su expansión militar superó a su posibilidad económica hasta llevarlo al fracaso; ahora su expansión económica es única en el mundo en el sentido de que no ha ido acompañada de poder militar. Hasta qué punto sus sonrisas diplomáticas frente a las presiones norteamericanas ocultan la disposición a armarse más tarde o más temprano, o la certidumbre de que es necesaria una salida pacífica, es un 'problema que resolverá el futuro próximo. Para analizarlo es necesario estudiar primero el fenómeno del desarrollo japonés de posguerra, cuyas líneas principales son el objeto de este libro.


Esbozo rápido de un éxito

La economía mundial ha pasado a través de cambios tan violentos como intensos en el curso de este siglo; guerras devastadoras, profundos cambios tecnológicos, revoluciones sociales y cambios políticos actuaron desordenadamente hasta cambiar la faz de la Tierra. Y sin embargo, las tendencias básicas de la economía mundial se han mantenido constantes en medio del cambio durante el cual las zonas industriales del planeta continuaron progresando a un ritmo más rápido que el de las más atrasadas en cuanto a evolución técnica y económica, ampliando la brecha entre ambos. Quizá, la mejor manera de evaluar la profundidad de esa inercia histórica del desequilibrio mundial, consiste en imaginarse la respuesta que habría dado un observador inteligente a principios del siglo, a la pregunta de cuáles serían los países más desarrollados del mundo setenta años después; es muy probable que, ese prematuro analista prospectivo —como se llamaría hoy— hubiera señalado casi todas las potencias r e a l m e n t e e x i s t e n t e s en la a c t u a l i d a d . Seguramente, dicho observador no habrá podido prever la magnitud del cambio, las guerras que de¡ vastarían a Europa ni la aparición de la energía atómica, pero es muy probable que hubiera señalado a los Estados Unidos como una potencia futura y


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que hubiera supuesto el mantenimiento de una razonable primacía económica para el Viejo Continente. Tampoco cabe duda que habría agregado a Rusia en la lista de futuras potencias. El gigante del Este de Europa —dominado en aquel entonces por un gobierno absolutista— no parecía llamado a ser el primer país donde triunfase una revolución comunista, pero sus potencialidades naturales y humanas eran de tal magnitud que todos los expertos le asignaban un gran porvenir. En cambio, es bastante difícil que nuestro imaginario observador de principios de siglo hubiera mencionado a Japón entre los países con futuro en el concierto internacional. En parte, la causa de esa omisión sería el desprecio tradicional de Occidente por el continente asiático: en parte porque aquel país ofrecía todavía una imagen militar y feudal bastante diferente a los elementos que comenzaban a identificarse en Occidente como símbolos de progreso y desarrollo. Es cierto que en 1895 Japón había vencido militarmente a China y que en 1905 derrotaría a Rusia, ocupando la península de Corea y formando una zona de influencia económica en Manchuria. Pero todavía se trataba de victorias contra potencias de segundo orden. En Europa, esos movimientos se interpretaban a veces como un símbolo del "despertar" de un país, pero que a lo sumo se usaban para señalarlos como contraste con el estancamiento chino; pocos se atreverían a suponer una evolución importante del Japón a partir de aquellas victorias. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Tokio se hizo conocer nuevamente como una potencia través de las acciones a que lo llevaron sus ambiciones anexionistas y su esfuerzo militar y por primera vez enfrentó agresivamente a las principales potencias occidentales. La respuesta aliada fue aplastante: más de dos millones de muertos entre militares y civiles, la destrucción del 40% de las ciudades, del 30% de las instalaciones industriales, del 30% de las centrales térmicas, del 58% de las refinerías, del 80% de la flota naval. La mayor parte de la infraestructura económica y social había sido reducida a polvo por los bombardeos sistemáticos que culminaron con el lanzamiento de la bomba atómica


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sobre Hiroshima y Nagasaki. La ocupación norteamericana de posguerra va a ejercerse sobre un país completamente desvastádo que intenta cerrar dificultosamente sus heridas. Nuevamente, es difícil que en aquel entonces alguien hubiera supuesto un futuro siquiera pasablemente bueno para el país que se había titulado orgullosamente "Imperio del Sol Naciente''. Los empresarios norteamericanos recuerdan ahora con profunda frustración que uno de los funcionarios económicos enviado con las fuerzas de ocupación les aconsejaba no invertir capitales en Japón: según el banquero J. Dodge, la economía del archipiélago no ofrecía ninguna posibilidad atractiva, ni a corto ni a largo plazo. Los norteamericanos se caracterizaron históricamente por su capacidad para distorsionar en más las perspectivas potenciales de su propia nación, y para distorsionar negativamente las posibilidades de los demás. Su autocentrismo nacional y su escasa visión histórica, les jugarían esta vez una mala pasada, haciéndoles perder la oportunidad que les ofrecía el derecho de guerra y la ocupación militar del país. Tardarían bastante en enterarse de su error. Entre 1945 y 1952, Japón evolucionó como un apéndice de la política norteamericana en el Sudeste Asiático. Esta se basaba en algunos criterios fundamentales; desde el principio de la posguerra, los Estados Unidos se fijaron como objetivo preservar al país de la amenaza comunista, fortaleciendo las instituciones democráticas y apoyando la rehabilitación económica. Ellos exigieron y lograron la aplicación de una profunda reforma agraria, llamada a tener gran importancia en el proceso posterior, e impusieron la disolución de los enormes cartels empresarios reforzados en el período de guerra. A partir de 1950, la guerra de Corea provoca un auge en la economía japonesa y la perspectiva de un cambio de fuerzas en la región que decide a los Estados Unidos a otorgarle la independencia política. Hacia 1955, Japón logra alcanzar o superar los niveles de preguerra en todas las ramas productivas i m p o r t a n t e s . Los o b s e r v a d o r e s p r e d i c e n


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una reducción del ritmo de crecimiento. Todavía nadie se atreve a ser demasiado optimista respecto al futuro económico del país. El gobierno comienza entonces a desarrollar planes para impulsar la actividad económica hasta lograr un éxito totalmente inesperado en su política: entre 1955 y 1961 el producto bruto crece a una tasa anual de 14,2%, una cifra que coloca al país como al de más rápido crecimiento del mundo, en una época en que otras naciones se enorgullecían de la tasa de desarrollo del 7 u 8%. La tasa de desarrollo es equivalente a una tasa de interés compuesto, y su mantenimiento en el tiempo provoca resultados sorprendentes; con 14% anual del crecimiento del producto bruto un país duplica su actividad económica en sólo cinco años, pero precisa casi 15 años si la tasa baja al 5% anual. Japón iba a demostrar prácticamente el significado de estos cálculos. Para alentar a los empresarios a invertir de manera que continúe el auge económico, el gobierno prepara lo que parece ser un ambicioso plan de desarrollo para el período 1960-70. Ese plan tiene el curioso mérito de marcar la última ocasión en que las previsiones para el futuro japonés resultan inferiores a la realidad. Los objetivos previstos para cumplirse en una década se alcanzan prácticamente en los primeros 4 años debido a la magia multiplicadora de una tasa de crecimiento más alta de la propuesta, y ya en 1964, se hace necesario preparar nuevos planes con metas más elevadas. El plan demasiado optimista de 1960 resulta ser demasiado pesimista apenas 4 años después. El ritmo de crecimiento resulta tan acelerado que, entre 1955 y 1969, el producto bruto trepa de 270 dólares por cabeza a una magnitud de 1.630, alcanzando los promedios correspondientes a los países desarrollados. En términos relativos, el ingreso per cápita, que era sólo 11% del norteamericano en 1955, salta a 35% del mismo en 1969. Las expectativas para éste año suponen que llegará al 50% del país más rico del mundo. Por la magnitud del producto total, Japón ha superado a todos los países de Europa Occidental tomados individualmente, y se coloca tercero en el orden mundial. Los actuales desórdenes monetarios y la


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consiguiente revaluación del yen que se ha ido produciendo en estos años, hacen suponer que en términos reales el desarrollo japonés podía estar — incluso— subvaluado. En efecto, como el ingreso por cabeza de cada país se obtiene dividiendo el valor calculado en su moneda interna por la cotización del dólar de la misma, resulta que el casi 30% de revaluación del yen respecto del dólar producido en los últimos 18 meses (agosto 1971-febrero 1973) ha aumentado el ingreso nacional del país en esos mismos términos; incremento que se agrega al de su continuo desarrollo económico. El éxito económico ha transformado el pesimismo de otras épocas en un optimismo generalizado e irrefrenable. En el exterior,.los expertos mundiales en una ciencia que no tiene expertos —la prospectiva— ubican al Japón como la "potencia del siglo XXI" ; en el interior, los programas nacionales del país tienen como objetivo nada menos que alcanzar o sobrepasar a las dos grandes potencias en una serie de ramas productivas. Lo está logrando. La producción de acero llegó a 93 millones de toneladas en 1970; es decir que sus equipos siderúrgicos arrojan el doble de la producción alemana y casi cuatro veces la producción inglesa. En la industria naval, Japón ha estado botando nada menos que la mitad de la producción mundial de barcos. En la electrónica su avance parece incontenible; ya duplica la producción de los Estados Unidos en receptores de radio y está alcanzando una ventaja igual en televisores y equipos para el hogar, buena parte de los cuales son arrojados en el mercado ávido de aquel país. En la industria automotriz bate records como en un i carrera; superó las unidades producidas por Italia en 1963, por Francia en 1964, por Gran Bretaña en 1966 y por Alemania en 1967. Ya hay muchos que se preguntan cuándo alcanzará a los Estados Unidos cuyas usinas arrojan nada menos que 10 millones de unidades anuales. Toyota, la principal empresa de automóviles del Japón, anunció orgullosa que venció a Volkswagen en septiembre de 1971, colocándose tercera detrás de los dos gigantes: General Motors y Ford: la segunda empresa japonesa (Nissan) parece haberse conformado hasta ahora con superar a las demás empresas


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mundiales hasta colocarse en el quinto puesto. Acero, mecánica, industria pesada, electrónica, pero también química y plásticos, cámaras fotográficas y relojes. La estrategia industrial del Japón abarca ramas diversas y triunfos múltiples en la competencia internacional. Su evolución lo ha colocado ya en una situación especial en cuanto a nivel de desarrollo económico. En esta época en que todo el mundo habla de " m i l a g r o s " y adjudica ese calificativo al crecimiento económico de cualquier país que muestra una coyuntura significativamente buena, sería necesario encontrar otro adjetivo para aludir al único milagro económico que mantiene constante su crecimiento económico durante décadas en torno al 10% anual. El asombro de los investigadores de todo el mundo ha llevado a una producción de libros explicando ese fenómeno, que ya se acumulan en las estanterías con un ritmo "a la japonesa", y de los cuales éste es un pálido ejemplar; es que nadie alcanza a comprender claramente las raíces del proceso o a aceptar las explicaciones simplistas de los fabricantes de recetas aplicables a todo tiempo y lugar. Para los norteamericanos en su pragmatismo ingenuo y simplificador, la respuesta parece muy simple: ellos hablan de "Japan Corporation", aludiendo de un solo golpe mediante esa fórmula feliz, al espíritu de empresa y a la unidad revelada por aquel país para alcanzar ciertos objetivos denominados nacionales. Pero los nombres y slogans, por ingeniosos que sean, no alcanzan a satisfacer las necesidades intelectuales de explicarse ese fenómeno particular. Para los argentinos, en especial, la explicación debería contener algunos de los elementos que pueden servir como un modelo para nuestro país, no para adoptarlo como tal, sino para replantear las estrategias propias. Con ese fin es conveniente analizar en detalle algunos de los aspectos salientes de la evolución económica e industrial del milagro japonés.


La estrategia industrial del Japón

A pesar del desarrollo económico e industrial experimentado por el Japón antes de la Segunda Guerra Mundial, la estructura de su economía se parecía apreciablemente a la de los países en etapas medias de desarrollo de la actualidad. El país producía acero y también barcos y equipos, pero su industria principal era la textil que, además de abastecer el mercado interno, proveía la mayor parte de las divisas generadas por las exportaciones al resto del mundo. En efecto, la producción de los diferentes artículos textiles aportaba el 31% del producto industrial, y sus ventas al exterior llegaron a significar el 57,4% del total de las exportaciones del país entre los años 1934 a 1936. Ya entonces, la baratura de la mano de obra era considerada el elemento principal para vender a buen precio en el exterior, puesto que las exportaciones de materias primas eran escasas debido a la falta de recursos naturales suficientes en el territorio nacional. La guerra, al destruir la mayor parte del equipo productivo existente, dio al país la ocasión de elegir un nuevo camino de desarrollo económico no limitado por una estructura tradicional. A partir de entonces, la industria textil, típica de las primeras etapas de la industrialización de un país atrasado, se


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recuperó, trabajando en un medio económico distinto y sin volver jamás a ocupar su posición privilegiada anterior. Su participación actual en la producción industrial sólo alcanzaba un 8,5% del total en los últimos años y a un 15% en lo que respecta a valor de las exportaciones; de estas últimas, por otra parte, un volumen substancial corresponde a la producción y exportación de tejidos sintéticos en reemplazo de los productos tradicionales, productos que ya no se ajustan exactamente a las características de la industria textil clásica. El ocaso relativo de la industria textil japonesa indica por contraste, los caminos seguidos por el desarrollo económico e industrial de aquel país en las últimas dos décadas de expansión acelerada. Después de la guerra, el crecimiento económico se concentró en las industrias químicas, metalúrgicas y de maquinarias, que habían alcanzado a aportar —ya en 1957— al 55% del valor total añadido por la industria manufacturera. Durante la primera década del despegue japonés, el desarrollo se basó en la industria pesada, aún en detrimento de las industrias de bienes de consumo; luego, aproximadamente a partir de 1957, también comenzaron a crecer con intensidad estas últimas ramas, pero apoyadas de tal manera en el crecimiento ya logrado por las primeras que se logró la evolución armónica del sector industrial en su conjunto. Actualmente, la economía industrial japonesa se basa en una industria pesada plenamente desarrollada que permite y facilita la expansión de las nuevas ramas industriales que surgen continuamente. La industria llamada pesada —y en especial la de acero y de construcción de maquinaria— tiene la ventaja de que a partir de ella se pueden construir los equipos a instalaciones para realizar cualquier otra industria. Su existencia permite la autonomía de decisiones del país que la posee e impulsar la evolución industrial en forma relativamente independiente del aprovisionamiento de los mercados del exterior; es decir, de posibles situaciones oligopolistas de la oferta así como de posibles estrangulamientos en el balance de pagos, ambos con efecto de "frenado" sobre la dinámica industrial. Fin la prioridad acordada a la industria pesada - y


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probablemente sólo en eso— el desarrollo japonés de posguerra se asemeja a las vías seguidas por la Unión Soviética a partir de 1930, cuando Stalin impuso, a través de los planes quinquenales, el desarrollo de la industria básica a costa de la industria liviana y de la postergación de los productos de consumo más o menos prescindibles. La Unión Soviética se vio obligada a tomar esa decisión ante la imposibilidad de abastecerse en el mercado mundial por el "cerco sanitario" que le tendieron las grandes potencias, y la situación permanente de enfrentamiento —frío o directo— con ellas. En el Japón, la decisión parece haber tenido objetivos generales de independencia nacional, siguiendo el mismo camino ya recorrido por los países avanzados, que no provenían de un apremio directo, pero sí de una experiencia histórica de un siglo de supeditación a Occidente. En virtud de las condiciones existentes en el mercado mundial, donde los precios se fijan por el predominio de la oferta de bienes de los países industrializados, la industria pesada difícilmente puede aparecer como rentable en las etapas de su surgimiento. Las categorías del mercado conspiran contra ella a través de los beneficios comparados que ofrecen las distintas ramas industriales; ésa es una de las razones por la que la industrialización comienza en general por la industria textil u otras que se presentan como más redituables. Pero se ha insistido poco sobre el hecho de que todas esas industrias se pueden instalar antes que las otras si un país está ligado al mercado mundial donde se producen los equipos y máquinas necesarios; que la industria puede nacer-"al revés" en un país subdesarrollado en base al aprovisionamiento de equipos del exterior, en base a la existencia de una industria proveedora fuera de las fronteras nacionales y a la ligazón económica con ellas. En el caso de la Unión Soviética, la ruptura de los contactos comerciales dejó poco lugar a los mecanismos del mercado que fueron reemplazados por decisiones de las jerarquías gubernamentales; en e Japón se resolvió mediante políticas que permi tieran disminuir la influencia del mercado mundial o actuar sin considerar sus datos económicos.


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Ambos debieron comenzar entonces por las industrias de base. Para el logro de esos objetivos, naturalmente, aunque en menor medida que en la URSS, el Estado japonés tuvo que cumplir un rol preponderante en el proceso económico, favoreciendo las industrias deseadas mediante créditos y medidas proteccionistas así como ayudando en la creación del mercado necesario para sus productos. Los créditos, los subsidios, las barreras aduaneras, son eficaces para instalar una industria, pero no suficientes. Una de las condiciones básicas es un mercado adecuadamente dimensionado para absorber sus productos. La falta de ese mercado es uno de los grandes problemas que deben resolver los países medianos y pequeños que tratan de llevar adelante un proceso integral de industrialización. Japón tenía ciertas facilidades que le permitieron avanzar rápidamente en ese sentido, debido a sus características estructurales. Una de las primeras medidas importantes de la política oficial de apoyo a la industria siderúrgica (consciente o no) parece haber sido el plan de modernización ferroviaria encarado a mediados de la década del 50. Japón cuenta con la particularidad de una red ferroviaria muy densa t y relativamente importante respecto a su territorio.que se desarrolló a fines del siglo pasado para vencer los obstáculos a la comunicación impuestos por sus cadenas montañosas, cuando no había otros medios conocidos de transporte masivo. En la posguerra, las líneas fueron nacionalizadas y el gobierno preparó un ambicioso plan de remodelación y modernización ferroviaria basado en el abastecimiento de la industria nacional. Por el tipo de sus instalaciones, los ferrocarriles son un mercado capaz de absorber cantidades ingentes de material siderúrgico. Una parte es consumida en la forma de laminados y piezas más o menos simples, como los rieles y las vigas para puentes y estructuras; otra es incorporada en los equipos utilizados como material rodante, en especial locomotoras y vagones. La renovación ferroviaria impulsaba así la industria mecánica pesada paralelamente con la siderurgia; al misólo tiempo, la decisión de electrificar algunas lineas


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claves favoreció a la industria de equipos eléctricos pesados. El plan de reactivación ferroviaria fue el primer plan de largo alcance preparado por el gobierno japonés, cuyo éxito en asegurar a la industria un mercado abundante y estable tuvo sin duda un impacto considerable en las decisiones posteriores. Los proyectos se establecieron, siguiendo una tradición nacional, de común acuerdo entre el gobierno y los industriales japoneses. El primero indicaba su disposición a desarrollar ciertas ramas de la economía nacional y la forma de lograrlo y las segundas preparaban sus planes de inversión en función de las condiciones previstas. Los planes establecidos en esa época entre el gobierno y los industriales japoneses se fijaron como objetivo permanente desarrollar su industria con las técnicas más modernas y adaptándolas a las situaciones especiales de su economía, Una política que fue seguida, en general, con pocas vacilaciones. Por eso, a principios de la década del 60, estaban en condiciones de tender una nueva línea férrea con alardes de avanzada respecto a la técnica mundial. En ella, los trenes circulan a una velocidad de crucero de 210 dilómetros por hora, sin pasos a nivel en todo el trayecto, y ofreciendo comodidades excepcionales —desde aire acondicionado hasta una cabina telefónica para comunicarse automáticamente desde el tren en marcha con cualquier abonado en todo el país. El tren une el centro de la ciudad de Tokio con el centro de Osaka, un trayecto de poco más de 450 km. en alrededor de 3 horas incluyendo todas las paradas intermedias; sus servicios le permitieron desplazar no sólo a la competencia carretera sino incluso al avión. Las normas de seguridad y de control de este servicio no son menos notables que las de confort. Un sistema eléctrico controla la velocidad de los trenes, para evitar errores del conductor; otro informa permanentemente a una cabina central en Tokio la posición de cada tren sobre la vía mediante una indicación sobre un tablero luminoso que registra en escala toda la instalación. Los controles permanentes dé vías, cables, instalaciones, etc., permiten eliminar hasta el más pequeño detalle perturbador del servicio. En este caso parecen ha-


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ber obrado asimismo criterios de prestigio en el orden mundial y el deseo de demostrar la capacidad técnica de la industria japonesa para usarlo como argumento eficaz en el logro de nuevas exportaciones. También debía influir el interés de desarrollar nuevos aspectos de la industria mecánica y eléctrica que se veían reclamados para llevar adelante la construcción de la línea. El desarrollo ferroviario no constituyó un hecho aislado de la economía japonesa puesto que el gobierno fomentó en todas las formas los transportes masivos de pasajeros, que son fuertes clientes de la industria de bienes de capital. La red subterránea de Tokio, en plena expansión, está destinada a ubicarse en pocos años como la primera del mundo por su longitud; también se están construyendo febrilmente otras líneas subterráneas en Yokohama, Nagoya, Osaka, Kobe y Sapporo. El kilometraje de nuevas líneas inaugurado anualmente supera en mucho al de los demás países avanzados y sigue ofreciendo salidas a una industria cuyo desarrollo y experiencia le permite desde hace unos años encarar exportaciones de magnitud. Los técnicos japoneses están además ofreciendo sus servicios en el exterior en el proyecto y construcción de líneas férreas y subterráneas, donde han conseguido ponerse a la vanguardia mundial. Curiosamente, y en contraposición a la experiencia de los demás países avanzados de Occidente, al mismo tiempo que se promovía el desarrollo del transporte masivo de pasajeros, se contenía el surgimiento del transporte automotor y la misma producción de automóviles. En primer lugar, el gobierno logró ese efecto no destinando fondos para la construcción de carreteras ni otorgando facilidades para dichos vehículos; a eso se agregó la total falta de incentivos acordados a la industria automotriz. El panorama comenzó a cambiar recién a principios de la década del 60, cuando el creciente desarrollo de la industria pesada reclamaba la apertura de nuevas industrias consumidoras de sus productos. Entonces la producción automotriz surgió con ritmo incontenible hasta ocupar un puesto de vanguardia en la producción industrial. Quizás una comparación con nuestro país marque claramente la di-


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ferencia de situaciones significativas para visualizar la diferencia de políticas y de efectos logrados en cada caso. En 1962, en virtud de los decretos promocionales de pocos años antes, la Argentina armaba (más que producía) unos 100.000 automóviles de pasajeros y Japón alcanzaba la cifra de 270.000 unidades; la producción por cabeza favorecía entonces a nuestro país puesto que Japón tiene 100 millones de habitantes. En cambio, en 1971, Argentina apenas había conseguido duplicar su producción mientras Japón alcanzaba la meta inesperada, una década antes, de 2 millones dé automóviles, ubicándose en el segundo puesto en el ranking mundial. Dos conclusiones básicas se pueden extraer de esta experiencia; una referida a las ventajas de instalar una industria como la automotriz en un medio no integrado verticalmente hacia arriba —hacia la producción d£ los insumos básicos— y la segunda en cuanto a la forma de evaluar la relación deseada entre ahorro y consumo, puesto que la modificación de esa tasa lleva a contradicciones entre las exigencias de la evolución industrial y las de los diferentes grupos sociales que se proponen el consumo inmediato. Gracias a que desarrollaron primero la industria p e s a d a b á s i c a ( a c e r o , equipos, m á q u i n a s herramientas) los japoneses pudieron desarrollar con rapidez una industria automotriz capaz de competir eficazmente en el mercado mundial: produciendo simultáneamente con la misma calidad y con precios inferiores a los de sus competidores externos. Antes de cubrir el mercado nacional, ya se podían lanzar a la exportación y, por ejemplo, en la costa oeste de los Estados Unidos, los.automóviles japoneses protagonizaron una verdadera invasión, desplazando a sus competidores con un ímpetu pocas veces visto en la industria. Detrás del programa de devaluación del dólar y de la tasa aduanera del 10% anunciada por el Presidente Nixon el 15 de agosto de 1971, en una declaración de guerra económica que conmovió al mundo, se encuentra en buena parte el fulgurante éxito del pequeño Toyota en las autopistas norteamericanas, avanzando a una velocidad tal que sólo parecía posi-


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ble frenarlo mediante la intervención gubernamental. Los industriales japoneses consiguieron salvar la diferencia de cambio, que se redujo en 18% entre el yen y el dólar y siguieron vendiendo sus coches más pequeños a unprecio inferior a la cifra mágica de 2.000 dólares en el mercado norteamericano. En el momento de escribir estas líneas, una nueva crisis del dólar que se traduce en otra revaluación del yen demuestra que Detroit no puede competir todavía con sus poderosos rivales del exterior pese a las ventajas logradas en el llamado Acuerdo Smithsoniano. Como consecuencia de haber relegado la industria automotriz durante un largo plazo los japoneses tienen todavía un stock de vehículos relativamente reducido respecto a la población; y todavía ahora, pese al formidable salto de los últimos años, el número de automóviles por habitante es inferior en aquel país que en la Argentina. Mientras nosotros consumimos satisfechos el más caro de los bienes de consumo durables, destinando a su producción una importante magnitud de recursos económicos escasos, los japoneses, con un ascetismo digno de consideración, se desplazan mediante transportes públicos a medida que trepan los peldaños que los convierten en potencial mundial. Ellos lograron ampliar sus plantas hasta llevarlas a la magnitud necesaria para aprovechar las economías de escala, y supieron exportar 1 los excedentes para evitar sentirse frenados en su expansión por la tasa más modesta de crecimiento de la demanda interna. Todo lo contrario ocurrió en nuestro país debido, por un lado, a su deficiente estructura industrial, y a la falta de una política previsora al respecto, por el otro; y esas fallas se hacen dolorosamente evidentes cuando se las compara con el modelo industrial japonés. La ineficiencia de la producción básica argentina se revela en los cálculos que afirman que los bienes y equipos producidos en el país cuestan alrededor de un 30% más que el promedio internacional ; por esa razón, nuestra tasa de ahorro del 20% del ingreso nacional se ve reducida a un 14% en términos de precios internacionales. En contraposición, los


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bienes industriales japoneses cuestan de un 40 a 50% menos que el precio internacional. De esa manera el ahorro de aquel país se ve multiplicado por la economicidad de su producción nacional de equipos; no por eso dejaron de lado la importancia absoluta del ahorro y es de destacar que la formación de capital fijo no ha dejado de crecer en términos absolutos: de 21% del producto nacional en 1955, ella ha alcanzado el récord internacional de 36,5% del producto en 1969. Si se tiene en cuenta que el producto bruto se ha multiplicado durante ese lapso, se llega a la conclusión de que la masa de ahorro ha crecido en forma absoluta en magnitudes impresionantes para los observadores acostumbrados a una evolución más pausada del desarrollo económico. Para resumirlo en pocas palabras, puede decirse que uno de los secretos del éxito de la economía japonesa consiste en las opciones adoptadas para su desarrollo industrial. En primer lugar, el desarrollo de las industrias básicas, con un mercado garantizado por una planificación estatal a largo plazo y el apoyo financiero y normativo necesario que evitó la influencia del mercado mundial; luego, sobre esa base, el desarrollo de las ramas de bienes de consumo apoyadas en el aprovisionamiento de la industria pesada. En todos los casos, las industrias se desarrollaron con las técnicas más modernas y la mayor productividad, en condiciones óptimas respecto a las observadas en el mercado mundial. La postergación del consumo de cierto tipo de bienes favoreció el proceso de industrialización y permitió incrementar la inversión en forma absoluta y relativa, sentando las bases de una economía capaz de satisfacer los nuevos requerimientos que le eran efectuados. Es conveniente insistir, como se verá más adelante, que el costo social de estas medidas fue enorme y este texto no trata de justificar sino de analizar el modelo japonés. En cambio, puede señalarse que el modelo consumista aplicado en la Argentina no sólo retrasó el desarrollo nacional, sino que ni siquiera favoreció a los sectores más necesitados que viajan cada vez peor en los transportes masivos de pasajeros, por ejemplo,


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mientras un grupo "privilegiado" se enloquece sobre las carreteras saturadas de vehículos individuales que impactan por su diseño externo, mucho más atractivo que sus posibilidades reales de medio de movilización.


La evolución de las grandes ramas industriales

El viajero que llega a Tokio se asombra con frecuencia al encontrar frente a él una torre que parece una copia exacta de la famosa torre Eiffel que caracteriza a París. Cuando se le señala esa similitud a los japoneses, ellos se contentan con responder que hay algunas diferencias de estructura y que la suya tiene una ventaja importante: es varios metros más alta que su similar francesa. Quizás esta anécdota sea representativa del espíritu que anima a los habitantes del archipiélago nipón y que podría resumirse corno una disposición a copiar lo existente, pero mejorándolo en algo. Esa parece haber sido una de las claves del crecimiento industrial del país. Ya se ha visto que Japón no era un país técnicamente avanzado en los primeros años de la posguerra. No tenía, como los alemanes, la capacidad suficiente para desarrollar una tecnología propia en todas las ramas de la producción industrial ; en cambio, sí la tenía para seleccionar las mejoras técnicas disponibles en el mercado mundial con el objeto de implantarlas en el país. Desde 1949, los industriales japoneses comenzaron a escudriñar atentamente la oferta de tecnología en el mercado mundial y a firmar masivamente contratos de licencia con los centros empresarios del exterior: el


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número de esos contratos alcanzaba a 1.670 a fines de 1961. La importancia de esas compras de conocimientos pueden apreciarse mejor por medio de los costos que ellas representaban al país. Los pagos abonados por ese concepto pasaron de 20 millones de dólares en 1955 a 120 millones en 1961; pero los industriales japoneses no se detuvieron y los años siguientes vieron un salto igualmente impresionante en los pagos de divisas originados en compra de tecnología, que en 1970 llegaban a 413 millones de dólares. Al mismo tiempo, se comenzaba a notar una leve mejora de la balanza de pagos tecnológica como consecuencia de la creciente venta al exterior de licencias japonesas, producto de la política de desarrollo de la tecnología nacional sobre la base de los conocimientos avanzados que se iban incorporando a la industria en expansión. Japón ha realizado un esfuerzo considerable para asimilar la tecnología extranjera mediante la compra de patentes y la formación de equipos técnicos, asegura el "Libro Blanco Sobre Ciencia y Tecnología" editado por el Gobierno en 1970. Ahora esa política ha llegado a un límite y la creciente equiparación de la tecnología japonesa con la extranjera hace cada vez "menos novedosa y atractiva" su importación. La compra de conocimientos en el exterior no es una política buena ni mala por sí misma. Todo depende del tipo de tecnología que se compre, del precio que se pague y del uso que se le de'en el país. Japón compró tecnología a precios relativamente adecuados? aprovechando una situación particular del mercado internacional y cuando la brecha entre los conocimientos nacionales y los grandes centros del exterior era tan grande que toda incorporación de conocimientos extranjeros tenía un fuerte efecto multiplicador en la economía local. Pero, a medida que avanzó en la adquisición de conocimientos, se encontró con diversas dificultades. En primer lugar, que los conocimientos más especializados se encuentran a veces en poder de una sola firma que no está dispuesta a venderlos o que demanda por ellos un precio exagerado respecto a su utilidad. La estrategia de numerosas grandes firmas internacionales consiste en buena


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medida en utilizar el control exclusivo de sus patentes como argumento para realizar beneficios en todos los países, ya sea mediante el comercio o la inversión directa y no están dispuestos a venderlas a bajo precio a posibles competidores. Por eso la compra masiva de tecnología, fácil de realizar durante los primeros estadios del desarrollo industrial, no puede continuarse cuando se llega a los niveles más sofisticados. En segundo lugar, los industriales japoneses comenzaron a encontrar fuertes rechazos de las firmas occidentales a venderles sus patentes, cuando éstas descubrieron que ese negocio daba paso a formidables competidores que se volcaban en sus propios mercados. La arremetida comercial japonesa —sobre la cual se trata más adelante— daba justificación a los temores más lógicos como a los más irracionales de los negocios del mundo entero. Por último, el costo en divisas de la tecnología importada comenzaba a tener un peso considerable sobre la balanza de pagos del país y demandaba medidas para contenerlas, ya sea mediante una reducción de las mismas, ya sea por una compensación con exportaciones equivalentes de patentes japonesas. Por todas esas razones, las perspectivas gubernamentales consisten en alentar las inversiones en investigación y desarrollo dentro mismo del país. Esa política se apoya con ventaja en las1 consecuencias de los criterios utilizados históricamente por los industriales y el gobierno japonés; porque las compras de patentes no fueron el resultado de una actitud pasiva tendiente a recibir como tales los productos de la investigación en el exteror, sino un esfuerzo serio para utilizarlos en favor del desarrollo económico nacional. Japón es precisamente el único país que ha importado tecnología adaptándola a sus posibilidades nacionales hasta crear una industria de vanguardia apoyada por expertos capacitados para continuar el proceso en forma sostenida. La experiencia histórica, cuando no la teoría, demuestran que un país no puede importar ningún bien productivo en forma positiva si no cuenta con un caldo de cultivo adecuado para que fructifique con el tiempo. Las críticas que se hacen en los países


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subdesarrollados a la tecnología extranjera consisten muchas veces en destacar que ella no se adapta a las necesidades y posibilidades del mercado local, sin comprender que esa adaptación puede, y en general, debe hacerse en el país mismo. Ningún receptor de tecnología puede aprovecharla íntegramente si no tiene el personal calificado para seleccionarla primero y para adaptarla después. La gran ventaja japonesa consistió precisamente en su capacidad para llevar adelante esa doble política. Los resultados pueden apreciarse en cierta medida a través de los datos sobre la evolución industrial. La productividad de la mano de obra aumentó a razón del ritmo casi increíble del 10 por ciento anual en los últimos años. Consecuentemente, el producto por obrero se multiplicó tres veces y media entre 1955 y 1970; un índice más que elocuente de las posibilidades productivas de la economía moderna. El gobierno no estuvo ausente tampoco en ese desarrollo. El poderoso Ministerio de Industria y Comercio (conocido por sus siglas MITI) y que personifica la continuación de esa curiosa relación empresario-estatal que caracteriza al país, fue el organismo que controló y coordinó el proceso de adopción de tecnología. El fue el primero eñ el mundo en crear un registro permanente y completo de la tecnología disponible en el mercado internacional, sus características y costos. Cada vez que un industrial japonés desea firmar un contrato de licencia debe recurrir al MITI,quien le dirá si esa tecnología es la más avanzada disponible y si sus costos son adecuados; de más está decir que una respuesta negativa implica la prohibición de firmar el contrato... y el MITI, que controla los créditos, las licencias y las normas industriales, tiene el poder suficiente para hacer imponer su opinión sobre el empresario rebelde. Aunque no se refiere directamente a la tecnología, es importante señalar que el gobierno prohibió en la mayoría de los casos la compra de marcos o diseños que implicasen una erogación de divisas sin beneficio aparente para la economía local. De esa manera, el mercado japonés fue por mucho tiempo uno de los más protegidos del mundo por cuanto no se veían en él la mayoría de las grandes marcas


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internacionales que imponen sus nombres en todos los letreros luminosos del planeta. El gobierno supo distinguir prematuramente en este sentido lo que muchos otros gobiernos ignoraron: la diferencia entre compra de conocimientos relevantes y compra de activos comerciales, cuyo valor sólo se puede justificar en función de la apertura del mercado internacional y de los beneficios que se logren a través de él. El MITI es también el organismo encargado de regular la dirección de la actividad industrial. Ese ministerio se ocupó con ese objetivo de centrar la compra de tecnología en las industrias básicas, donde Japón ha logrado ahora un puesto de avanzada. Un caso típico, pero que puede extenderse a otras industrias, es el de la producción siderúrgica, que está imponiendo su propio ritmo a la actividad a nivel mundial. Los japoneses no tenían una gran experiencia en la actividad y apenas habían superado antes de la guerra el escalón mínimo de producción; luego se pusieron a la vanguardia en la aplicación de nuevos conocimientos y, en especial, fueron los primeros en adoptar masivamente los nuevos procedimientos para producir acero en hornos básicos de oxígeno. Hoy son la única potencia industrial que produce todo su acero con esa técnica. También aquí la desaparición casi completa de la industria debido a los bombardeos, les permitía encarar nuevos proyectos partiendo de las mejores técnicas y sin preocuparse por las instalaciones existentes que estaban reducidas a chatarra. Los Estados Unidos, en cambio, al igual que los países europeos, mantienen todavía equipos e instalaciones de preguerra —mucho menos productivos— y que ya no existen en Japón. Por supuesto, que el desarrollo de la producción llevó a todos los países a incorporar nuevas plantas con nuevas técnicas, pero esas plantas se agregaron a las existentes mucho más antiguas. En cambio, en Japón toda la industria es nueva y además, moderna. Las nuevas técnicas obligaron a aumentar el nivel mínimo de las economías de escala necesaria, y nuevamente los industriales japoneses marcaron el


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paso; ahora están construyendo plantas de acero integradas de una capacidad mínima de producción de 4 millones de toneladas de acero, ubicadas sobre el mar para reducir los fletes de transporte de materias primas así como el costo de los productos terminados que se ve muy influido por ellos. Las modificaciones en la técnica naviera que llevaron a cabo les permite recibir el mineral de hierro de Australia, procesarlo y enviar el acero a los Estados Unidos, donde llega, después de haber recorrido tres continentes, a un precio inferior del producido localmente. La última innovación consiste en la incorporación de computadoras a la producción; ya hay 372 unidades ayudando a aumentar la planificación y el control de la industria del acero. Japón ocupa ahora el tercer lugar por el volumen de la producción dentro de la siderurgia mundial, apenas detrás de ios Estados Unidos y la URSS,a los que espera alcanzar en breve. Hace un par de años logró un primer éxito en ese sentido al organizar la compañía privada más grande del mundo en la actividad. El nacimiento en 1969 de la New Nippon Steel Co., pro ducto de la fusión de dos empresas existentes, dio lugar a un gigante cuya producción supera a la arrojada por la famosa U. S. Steel. El objetivo de los japoneses consiste siempre en arrebatarle su lugar al primero, en competir en toda la línea; el criterio de una auténtica potencia mundial —como diría un geopolítico. El tamaño de una compañía es sólo un índice de los fenómenos de industrialización, porque el crecimiento de la producción siderúrgica japonesa fue realmente espectacular. Antes de la guerra había llegado a producir en total 7 millones de toneladas anuales, una cifra irrisoria en comparación con la correspondiente a las potencias occidentales. Luego consiguieron recuperar el mismo nivel de producción en 1951, pero esa vez no se detuvieron allí. En 1960 alcanzaban los 22 millones de toneladas producidas par-i saltar, en 1970, a la magnitud fabulosa de 93 millones (Estados Unidos y la URSS pujan por el primer puesto con aproximadamente 120 millones de toneladas cada uno). En 1971, la aguda contracción del mercado inter-


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nacional y sus ^repercusiones sobre la economía nacional, impidieron que la industria alcanzara la cifra mágica de 100 millones de toneladas, pero ya nadie tiene dudas que Japón será el primer productor mundial en pocos años, dada su tasa vertiginosa de crecimiento en relación al semi-estancamiento de los principales productores. Uno de los inconvenientes de las estadísticas es que no siempre sirven para visualizar la magnitud de ciertos procesos. Por eso parece conveniente poner en perspectiva ese avance vertiginoso mediante algunas comparaciones más cercanas a nuestros marcos de referencia. La producción de toda la América Latina alcanzó en 1971 a 14 millones de toneladas; es decir que Japón, que en 1960 ya producía una cantidad mayor de acero que toda nuestra parte del continente, amplió su capacidad instalada en una década en cinco veces más que toda la existente en América Latina. Para una comparación todavía más familiar, basta decir que nuestro país alcanzó recientemente los 2 millones de toneladas de acero, luego de largos años de esfuerzos que algunos denominan la "batalla de acero" ; Japón instaló una capacidad igual cada tres meses. Y ese ritmo lo mantuvo en forma constante durante una década. La victoria en la siderurgia llevó a otra victoria en la industria naval. Los astilleros japoneses superaron a todos los demás países en la producción de barcos, arrojando en los últimos años nada menos que la mitad del tonelaje botado mundialmente. También allí se pusieron a la vanguardia del progreso técnico desarrollando tanto nuevos modelos como nuevas formas de producir barcos. Ellos son los creadores de los superpetroleros que están comenzando a surcar los mares, los promotores de los nuevos buques de transporte de minerales y los creadores de un sistema de armado semistandardizado que permite reducir apreciablemente los tiempos y costos de la producción. De la misma manera que en la industria naval y siderúrgica, los japoneses comenzaron comprando las licencias existentes en la industria electrónica para ponerse luego a la cabeza de la producción en ese ramo. Ellos no inventaron el transistor, pero


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tienen el mérito de haber logrado su aplicación comercial en forma masiva. Luego de varios siglos, están repitiendo al revés la historia de los descubrimientos asiáticos que se convirtieron en base de la supremacía occidental. Pero los nuevos conocimientos no los transportan los viajeros curiosos sino las empresas de alcance mundial. Marco Polo ha sido reemplazado por la gran corporación y el ritmo de cambio se ha acelerado vertiginosamente. Apenas dos décadas después del descubrimiento occidental del transistor, los japoneses son los principales productores y exportadores mundiales de receptores de radio y de televisión en negro y color, así como de los sucesivos productos que desarrolla la industria con vistas al consumo masivo. Todo ocurre como si los japoneses fueran avanzando industria por industria para ocupar el primer puesto en el rango mundial. Por ejemplo, ni bien habían asentado su producción en las ramas mencionadas, comenzaron a desarrollar vigorosamente la producción de cámaras fotográficas. En 1960, sus plantas arrojaron 1.800.000 unidades al mercado; en 1970 habían llegado a las 5.800.000 unidades de todo tipo. Las exportaciones de 1971 ya absorbían la mitad de la producción y totalizaban nada menos que 120 millones de dólares. El embate japonés obligó a los productores europeos tradicionales a tomar serias medidas de defensa para no ser desalojados definitivamente del mercado. Algunas de ellas reflejaban casi el pánico ante la imposibilidad de competir ; su respuesta a veces se resumía directamente en el cierre de la planta y otras mediante el traslado de la producción a los países de mano de obra de bajo precio del Sudeste Asiático, pero siempre levantando barreras aduaneras en sus mercados locales. Y sin embargo difícilmente se pueda decir que lograron recuperar la tranquilidad. La voz de alarma de los fabricantes europeos clásicos de productos de precisión, se difunde ahora entre los fabricantes suizos de relojes, porque ese parece ser el nuevo campo elegido por los japoneses: 6 millones de unidades producidas en 1955; 13 en 1960; 50 millones en 1970. Las


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progresiones resultan fantásticas por sus ritmos. Las exportaciones de relojes (11 millones de unidades en 1969) proveen de 95 millones de dólares al país. En Suiza crece la preocupación de los medios oficiales y privados. Sólo una vigorosa reorganización de la industria relojera de los cantones —todavía semiartesanal y distribuida en un enorme número de pequeñas empresas— podrá frenar la competencia del nuevo gigante asiático y su producción en cadena caracterizada por la aplicación de tecnología ultramoderna. Como en otros casos ya mencionados, los primeros relojes japoneses eran prácticamente copiados de los occidentales; ahora acaban de anunciar un reloj electrónico sin muelle, cuya exactitud sería tal que sólo arrojaría una diferencia de tiempo de un segundo en un siglo y que los colocaría a la vanguardia de la industria. Los ejemplos pueden continuarse, pero la moraleja resulta clara. Importando tecnología foránea seleccionada por su precio y calidad, adaptándola en forma creadora y avanzando sabiamente rama por rama, a lo largo del espectro industrial, desde la producción de medios de producción hasta la de productos de consumo masivo, los japoneses lograron crear un poder industrial sin precedentes por su dinámica y modernismo. Ahora su industria puede competir orgullosamente con cualquier otra, en casi todas las ramas ; y en buena parte de ellas, lleva las de ganar. La estrategia industrial, que aquí se ha resumido a los elementos fundamentales, no explica por sí sola el milagro japonés; una serie de otras variables interviene eficazmente en esos logros y será analizada en los capítulos siguientes.


La estrategia exportadora

La avalancha exportadora japonesa sobre los mercados mundiales logro', en un lapso muy breve, imponer una serie de productos y marcas nuevas en los mayores países del globo; la presencia de esas mercancías ayudó a generar el mito de que el desarrollo económico de esa potencia asiática se basó, principalmente, en la actividad de exportación. En realidad, la energía irradiada hacia el exterior por aquel país no fue más que la consecuencia lógica de su vertiginoso crecimiento en todos los campos de la producción, aunque no cabe duda que su éxito tuvo un papel destacado en la solución de los problemas del estrangulamiento externo. Las restricciones de la balanza de pagos, que comenzaron a principios de la década de los años cincuenta, fueron superadas rápidamente gracias a la exportaciones hasta plantearlas a un nuevo nivel muy superior en los años recientes, en que se enfatizan los problemas estratégicos respecto a los económicos. Paralelamente, ese éxito sirvió como pocos para convencer al mundo entero de que había surgido una nueva potencia industrial. El crecimiento de las exportaciones japonesas alcanzó el ritmo medio casi increíble de 16% por año a lo largo de la década de los sesenta, que le permitía duplicar su magnitud absoluta cada cuatro años y medio. De un total de 2.000 millones de dólares en


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el año 1956, ellas alcanzaron los 19.000 millones en 1970, convirtiendo al país en uno de los principales exportadores del mundo. Su participación relativa en el comercio mundial creció, en consecuencia, del 2,6% del total en 1957 al 4,8% en 1965,para trepar hasta el 6% en 1970. En ese último año sólo tres grandes países lo superaban por el volumen de sus exportaciones: los Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña, aunque no son demasiado extremas las posibilidades de que alcance un segundo puesto en un futuro próximo. Pese a ese salto gigantesco, la importancia del comercio exterior japonés es relativamente pequeña. El mismo es inferior, respecto a su producto interno, que el observado antes de la guerra, y de menor importancia que el correspondiente a la mayoría de los países industrializados. La proporción de las exportaciones respecto al producto bruto interno era del 20,8% en 1931 con una estructura económica y una orientación de las exportaciones muy diferente de la actual. Luego de la guerra, dos" tactores intervinieron para reducir violentamente sus operaciones con el exterior,uno de origen interno, debido a la dislocación de su base industrial como resultado del conflicto, y otro de origen externo, centrado especialmente en la pérdida de todas sus colonias del sudeste asiático. A partir de 1950, el comercio exterior comenzó a aumentar lentamente y, en 1960, las exportaciones alcanzaban a ser un 12,8 del producto interno. Luego tendió a bajar para establecerse en un valor de alrededor del 12% en los últimos años. En comparación, Alemania Occidental exporta el 19% de su producto bruto, igual que el Canadá, mientras un país pequeño como Holanda —para el que las exportaciones son vitales— llega a una proporción del 33%; solamente los Estados Unidos, debido al enorme peso de su mercado interno, tienen una relación netamente inferior a la japonesa (que oscila alrededor del 4% de su producto bruto). Contrariamente a una creencia extendida en Occidente, el éxito de las firmas japonesas en el extranjero es en buena parte función de una elevada demanda interna. El análisis de los diversos casos, muestra que pocos empresarios se lanzaron a L'


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producción en serie de aquellos productos para los que no existía previamente un mercado disponible en el interior del país, y sólo después comenzaron a buscar nuevos horizontes. En la industria, desde los paraguas hasta los transistores, el desarrollo tuvo como objetivo satisfacer el mercado nacional en plena expansión, como consecuencia de la mejora en el nivel de vida, o de la demanda gubernamental, o del aumento de la población; y las exportaciones comenzaron generalmente con algunos años de retraso respecto al primer gran impulso industrial. Algunos casos sintomáticos son bien representativos de la situación. Se ha señalado recientemente que, pese al avance de los artículos basados sobre el transistor—donde tiene una primacía indiscutible— la industria electrónica japonesa no ha logrado hasta ahora producir una buena máquina grabadora para dictado en oficinas. La razón parece ser muy simple; la escritura japonesa, que mantiene los símbolos tradicionales de épocas lejanas, no es apta para la utilización eficiente de una máquina de escribir; en consecuencia, es muy escasa la utilización de las máquinas existentes (que requieren un doble movimiento vertical al mismo tiempo que horizontal para satisfacer las necesidades de representación de la infinidad de signos que componen su alfabeto) y menos aún el trabajo de dactilógrafas o estenógrafas. Esa anomalía del lenguaje escrito oriental ha impedido hasta ahora el desarrollo adecuado de equipos de oficina que ya son corrientes en Occidente y ha frenado el desarrollo de las exportaciones en ese sector. La falta de una demanda interna ha sido en diCi.a línea la causa principal de la dificultad para encauzar la producción hacia el mercado exterior. Los datos sobre la importancia de la demanda interna no deben tomarse en forma absoluta, sino como indicativos de, las relaciones entre el mercado exterior y el interior. Más aún, la relación de las exportaciones con el producto bruto no refleja la proporción correcta de su importancia económica, salvo para análisis muy limitados. En efecto, a medida que una economía se vuelca hacia el sector


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servicios, la importancia de las exportaciones respecto al producto bruto puede decrecer mientras mantiene su valor respecto a la producción industrial. Por eso conviene comparar la importancia del comercio exterior respecto a la producción de las diversas ramas industriales, donde se notan diferencias significativas de participación. Las exportaciones japonesas de hierro y acero, por ejemplo, equivalen al 20% de la producción total del sector y una proporción similar se encuentra para la rama de producción automotriz. Estos parecen ser los porcentajes más altos de participación del comercio exxerior en la industria japonesa, al menos para sus ramas más significativas; en las demás ramas su proporción es mucho menor. En la industria electrónica se reduce al 15% de la producción total, y para la química sólo alcanza a un pobre 7%, pese a que las exportaciones de productos químicos se multiplicaron por diez en la última década, hasta llegar por sí solas a un valor de 1.200 millones de dólares en 1960. Prácticamente todas las exportaciones japonesas corresponden a bienes industriales con excepción de algunas ventas menores de maderas y productos agrícolas. Además, sus ventas están concentradas en productos de hierro y acero, maquinaria y transporte, y otras ramas tecnificadas como la electrónica y la química. Las características de sus exportaciones definen con nitidez los mercados a los que deben dirigirse, que son especialmente los países en vías de industrialización o los países ya desarrollados de Occidente. En particular, las exportaciones a los Estados Unidos, que se destacan como mercado natural para el Japón por su posición geográfica, abarcan nada menos que el 30% de sus ventas al exterior. De esa manera, aquel país se ha convertido en principal cliente de la industria nipona; un honor que la nación más grande del mundo no está muy conforme de disponer y frente al cual ha tomado una serie de medidas restrictivas y de control. Los norteamericanos comenzaron comprometiendo a los japoneses, mediante diversos medios de presión para que mantuvieran un sistema de cuotas máximas de participación en el mercado estadouni-


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dense para una serie de productos, de manera de evitar una competencia que parece ruinosa para sus propias industrias que se encuentran a la defensiva desde hace tiempo frente a los menores precios japoneses. Ahora también exigen a Japón, además, que les compren más mercaderías para equilibrar la balanza comercial desfavorable con este país. Durante largo tiempo los industriales japoneses encontraron posible sortear las restricciones norteamericanas con una cuota inagotable de astucia; en el caso de la siderurgia, aceptaron limitarse en tonelaje a 10% del mercado estadounidense para dedicarse inmediatamente a enviar aleaciones de mayor valor que les permitieron tomar un 16% del mercado en dólares, manteniendo la restricción en volumen. Como en la historia de aquel que se presentó ante el rey vestido y desnudo al mismo tiempo, los industriales japoneses cumplen al pie de la letra sus compromisos, pero se preocupan de que esa letra no afecte el desarrollo efectivo de sus negocios. Pero, últimamente, la ofensiva del gobierno de Nixon ha tomado un carácter global que hace cada vez más difícil la penetración comercial. En una reunión con el premier japonés, el Presidente Nixon lo comprometió a que su país importe mercaderías norteamericanas adicionales por un valor de mil millones de dólares para compensar el déficit de su balanza comercial. El gobierno de Tokio aceptó aparentemente esperando desarmar en parte los dispositivos de control que encuentra en su avance, aunque no parece que esta vez lo haya logrado. A los sistemas de cuotas de importación y la amenaza permanente de imponer considerables tarifas aduaneras, se agrega la devaluación del dólar combinada con exigencias y presiones para la revaluación del yen; en un año y medio la paridad entre ambas monedas se ha visto modificada en nada menos que 30% en perjuicio de las exportaciones japonesas. Sin embargo, las mercancías del industrioso pueblo de Oriente siguen entrando a precios competitivos a los mercados norteamericanos; el porqué de ese milagro es algo que preocupa a numerosos estudiosos y cuya solución no parece fácil.


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Desde que los Estados Unidos comenzaron su política de limitaciones de las mercaderías japonesas, en Europa se encendieron las señales de peligro; es probable —decían— que Japón busque descargar en el Viejo Continente los productos que ya no encuentren colocación en el mercado americano. A diferencia de los Estados Unidos, Europa tiene una barrera natural que es la gran distancia a que se encuentra del Lejano Oriente y el costo de transporte; tiene asimismo una política proteccionista organizada que facilitaría el rechazo de ciertos productos si el Japón intenta penetrar con ímpetu en sus mercados y todas las declaraciones indican que está alerta, temerosa y preparada para aplicarla. Los impedimentos comerciales planteados por Estados Unidos, así como las perspectivas planteadas en Europa, están haciendo reflexionar largamente a los dirigentes de Tokio sobre su futura estrategia comercial. Los avances hacia China y la URSS, que están ya superando la timidez de los primeros pasos, forman parte de su búsqueda en pro de un nuevo equilibrio en sus relaciones económicas. Pero todavía esos mercados no son suficientemente importantes para Tokio; sus exportaciones a los países del bloque comunista apenas superaron los mil millones de dólares en 1970, un escaso 5% de sus operaciones totales. De ellas, la mitad fue a China Popular, y el resto a la URSS y los demás países del Este de Europa. Las posibilidades reales que ofrecen esos mercados recién se conocerán dentro de unos años y es muy difícil hacer predicciones por el momento, aunque pueden señalarse algunas características. El mercado más lógico y fácil para Japón, es el de China, pero ese país es demasiado pobre todavía como para absorber una cantidad considerable de mercaderías; la única posibilidad a corto plazo consistiría en que Pekín pudiera entregar alguna materia prima requerida por su poderoso vecino a cambio de máquinas y equipos. En la URSS, Japón compite ya con los Estados Unidos por la explotación de las riquezas mineras de Siberia, donde se ve desfavorecido por


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los acuerdos políticos y estratégicos de las dos superpotencias. En el Este de Europa, en fin, además de la distancia debe superar la competencia de Europa Occidental que está organizando desde hace varios años su penetración económica y financiera de la región y goza de toda una superestructura ya instalada a tal éfecto. El último gran mercado disponible para Japón es el del sudeste de Asia, donde algunos pueblos se están industrializando rápidamente apoyados en una población abundante y dispuesta u obligada a trabajar por un salario escaso; las posibilidades de acción en esa región se facilitan por las contradicciones políticas mundiales que ofrecen un amplio margen de maniobras económicas a los más osados. Para ello, las ventas japonesas a las Filipinas, por ejemplo, son apenas inferiores en valor a las que efectúa a los mercados de Alemania Occidental o de Gran Bretaña; y las exportaciones a Corea del Sur son muy superiores a aquéllas. El avance japonés se ve facilitado por su mejor conocimiento de la mayor parte de los países de la región respecto al demostrado por las potencias occidentales, y en algunos casos sus avances fueron notables; en varios mercados nacionales lograron ya desplazar a los Estados Unidos para convertirse en el principal proveedor. ¡ La tercera potencia industrial del mundo y la primera de Asia, parece seguir el mismo camino de expansión que intentaron sus ejércitos en la década del treinta; pero ahora bajo la forma de una invasión pacífica realizada con mercaderías a bajo precio en una zona donde la presencia militar norteamericana es predominante y donde fenómenos como el comunismo chino han cambiado sus relaciones internas de poder. Pero el éxito del Japón en el Sudeste Asiático sólo será coyuntural si esos países no se desarrollan a un ritmo suficiente como para absorber una masa creciente de sus mercancías, io que no parece muy probable; en caso contrario, el país deberá encontrar nuevos mercados o modificar su política de crecimiento. Antes de analizar este último problema es conveniente conocer otros elementos de la estrategia


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japonesa; para ello falta cerrar el estudio de la ofensiva exportadora con el de los grandes combinados de comercio exterior.


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El abastecimiento de la mano de obra

Todo proceso de desarrollo obtiene un ritmo acelerado cuando al aumento de la productividad logrado por la inversión industrial se agrega un incremento absoluto de la población trabajadora. Para el primer elemento hace falta una cierta magnitud de ahorro entre otros condicionantes; para la segunda, una reserva potencial de mano de obra de suficiente importancia y en condiciones tales que pueda ser absorbida a lo largo del proceso. Esta última experiencia se ha repetido de una manera u otra en los distintos países que pasaron por un proceso significativo de desarrollo. Los países "nuevos" como Estados Unidos, el Canadá y en cierto momento la Argentina,lograron esas masas necesarias de trabajadores mediante la atracción dé inmigrantes europeos con la oferta prometedora de progreso y bienestar en proporciones muy superiores a las existentes en Europa, principal emisora de población en el siglo XIX y primeras décadas del actual. En otros países el proceso se logró a través de formas más o menos combinadas. La URSS utilizó la casi inagotable masa de trabajadores que le proveía la organización de una agricultura arcaica y sobrecargada de campesinos que, a partir de 1930,


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emigraban ordenadamente hacia las ciudades para movilizar los gigantescos complejos industriales que surgían al amparo de los planes quinquenales. La Italia de posguerra supo utilizar, en un medio de empresa privada tutelada por el Estado, las reservas de población del Sur menos desarrollado que migraron al Norte cuando comenzó el auge industrial. Muchos de esos emigrantes continuaron su viaje hasta Suiza o Alemania en la medida en que aquellos países ofrecían condiciones mejores de salarios, pero otros quedaron para abastecer las crecientes necesidades de la industria nacional en pleno auge; actualmente, hasta el cine y la literatura están mostrando en forma creciente el impacto social y psicológico de esa gran transferencia interna de gente, sobre el mapa demográfico de Italia. En Alemania Occidental, los primeros años de posguerra vieron el aflujo ininterrumpido de los habitantes de las zonas ocupadas por las tropas soviéticas y cuyo número sumó varios millones antes que los controles aplicados —incluido el muro de Berlín— frenasen la sangría humana que amenazaba reducir a la nada el potencial demográfico de la República Democrática Alemana. Más tarde, el milagro alemán atrajo fácilmente los trabajadores de los países periféricos de Europa: los italianos del Sur se mezclaban con inmigrantes turcos y griegos, al mismo tiempo que los españoles se confundían con los portugueses que arribaban en masa para entrar a trabajar en las instalaciones industriales alemanas. Hoy se calcula que más del 10% de la mano de obra de ese país está formada por extranjeros; en algunas ramas industriales la proporción sube hasta el 20%, porcentajes que ya llaman a la reflexión a los dirigentes sindicales y gubernamentales alemanes por sus profundas implicancias políticas y sociales. Asimismo, resulta casi ocioso recordar que el desarrollo de Francia se basó en los últimos años en la utilización de una enorme reserva campesina que se mantenía en el régimen arcaico de la pequeña propiedad desde antes de la Revolución Francesa y que comenzaron a movilizarse últimamente (unos 5 millones emigraron en los últimos diez años a los


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centros urbanos); en el arribo de colonos franceses radicados en el exterior que decidieron regresar a su patria a consecuencia de la independencia de las colonias (dos millones retornaron solamente de Argeiia después de 1960); y al arribo de extranjeros, especialmente los de habla francesá, como la creciente inmigración árabe que llega del Norte de Africa (particularmente argelinos y tunecinos), escapando de la desocupación masiva de sus patrias de origen. Japón no escapó a esta regla aunque se ve sometido a restricciones particulares. En primer lugar, no utilizó mano de obra llegada del exterior y parece difícil que eso pueda ocurrir. Ocupando un grupo de islas superpobladas con más de 100 millones de habitantes que se extienden sobre una superficie inferior a la que cubre la provincia de Buenos Aires, Japón no puede elegir un crecimiento permanente de su población cuando hay signos evidentes de saturación en ciertas regiones. Esa es también una de las razones que lo llevan a insistir sobre la necesidad de aumentar la productividad de la mano de obra y que presionarán, sin duda, por un cambio futuro de la política económica, como se verá más adelante. Tradicionalmente el país fue un emisor de mano de obra que partía alternativamente hacia países nuevos o a producir en las colonias ocupadas por el Imperio. Los controles en los países de inmigración impidieron siempre establecer una corriente continua de seres humanos como la lograda en ciertas épocas entre distintas regiones de Europa y de América; en cambio, luego de la posguerra, ese excedente potencjal de población que no encontraba hacia dónde dirigirse, sería absorbido por el intenso desarrollo económico del país. Las fuentes de la mano de obra para el desarrollo japonés de posguerra, provinieron de dos recursos diferentes, la agricultura y las pequeñas empresas, pero especialmente de la primera. Entre 1940 y 1955 la población activa ocupada en la agricultura mantuvo una participación aproximadamente constante en el orden del 42% de la población activa total. En un país de escasa superficie, esa cifra revela-


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ba por sí misma la existencia de una superpoblación agrícola, incluso si la demanda nacional de alimentos reclamaba una explotación intensiva del suelo. Precisamente por esa causa, el despegue manufacturero y la consiguiente atracción de las ciudades promovió una rápida migración hacia ellas. En 1970, la población activa ocupada en la agricultura se había reducido al 17% del total; esa disminución significó el desplazamiento de unos 7 millones de campesinos hacia las actividades urbanas en sólo 15 años, a las que arrastraron —sin duda en forma definitiva— a sus hijos, algunos de los cuales comienzan a entrar en el mercado de trabajo. Al mismo tiempo, no debe olvidarse que la expansión de la población activa es también, en cierta medida, un subproducto del crecimiento de la población registrada en los últimos años luego del boom de nacimientos de posguerra, que se produjo siguiendo un curioso fenómeno en todas las naciones que participaron en el conflicto. Actualmente, las proyecciones demográficas indican que la población seguirá creciendo hasta aproximadamente 1990, para detenerse posteriormente con eL consiguiente estancamiento en el aprovisionamiento de mano de obra nacional. La segunda fuente, de menor importancia numérica pero de gran importancia social, es la provista por las pequeñas empresas. En Japón hay infinidad de ellas ocupando una o dos personas que en total suman varios millones de trabajadores. En general, esos trabajadores están suficientemente calificados para el trabajo técnico y hacia ellos se dirigieron las grandes empresas para obtener el personal necesario. Aunque no hay datos concretos^ al respecto, parece que esas empresas fueron llevadas por las condiciones del mercado a asumir el papel de preparar para la producción industrial a la mano de obra que^llegaba al mercado de trabajo. De esa manera, cumplieron un papel social de gran importancia, con escaso o ningún costo de inversión para el Estado o para las grandes empresas. En resumen, durante la primera década y media de progreso económico, la contracción de la agricultura y de la pequeña industria ofreció millones de hombres al desarrollo industrial. La


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oferta de mano de obra comenzó luego a reducirse hasta que, a partir de 1965 aproximadamente, se notan dificultades en este sentido. Se ha planteado que si Japón lograra reducir su población agrícola al porcentaje alcanzado en los Estados Unidos, que oscila en el 6%, todavía podría ofrecer varios millones de hombres a las demás actividades. El problema consiste en que la agricultura japonesa es fuertemente intensiva, para arrancar a la tierra los alimentos necesarios para la vida de la población y sus características contrastan netamente con las de los Estados Unidos con excedentes de tierra cultivable. Por eso, la migración de la agricultura requerirá una mecanización de la misma de alta intensidad para mantener la producción, lo que no parece fácil dada la característica montañosa de buena parte de la tierra cultivable y del régimen de pequeña propiedad que conspiran simultáneamente contra las posibilidades de mecanización nacional. Al v mismo tiempo, la agricultura japonesa ha logrado obtener rendimientos muy elevados por hectárea que, si bien se logran a expensas de una mayor cantidad de trabajo aplicado, permiten reducir la necesidad de importar esos productos para abastecer el consumo interno. Como en% todos los otros países donde ha ocurrido una situación similar, la reducción del flujo posible de trabajadores provocará cambios sensibles en la situación social. Ya se ha comprobado reiteradamente que en esas condiciones los obreros toman conciencia de su posición estratégica y se lanzan a reclamar mejoras en las condiciones de trabajo y el nivel de los salarios, que aceptaban mientras la tasa de desocupación los presionaba a soportar los promedios existentes. No cabe duda que en este problema también actúan condicionantes sociales de distinto tipo, entre los que se cuentan los del origen del trabajador. Los obreros extranjeros se ven generalmente impedidos de actuar sindicalmente por miedo a ser expulsados del país o por las dificultades que pueden representar para ellos el idioma o las costumbres del lugar de llegada, cosa que ocurre más difícilmente con los obreros nacionales. En todo caso, no parece ser puramente casual que los dos grandes movimientos obreros de Europa Occidental


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en la última década se hayan producido en Francia e Italia, los dos países con el menor porcentaje de mano de obra extranjera. En Japón hasta ahora la experiencia fue notablemente diferente y la paz industrial fue una de las raíces más curiosas del milagro japonés. A pesar de la fuerza de los sindicatos no se registró una sola huelga importante en toda la década de los sesenta. Más aún, en los casos menores en que se produjo, ella se limitó en la mayor parte de los casos a una paralización simbólica del trabajo, sin agitación obrera, y de manera que la producción se interrumpiera a lo sumo por algunas horas. La remarcable estabilidad del sector industrial de aquel país, que ha provocado la envidia de los dirigentes empresarios del mundo entero, no puede explicarse por un solo factor. Sin duda, intervinieron en ella elementos psicológicos que deberían ser analizados por un conocedor profundo del país, como las consecuencias de la derrota militar, el espíritu nacionalista, la casi inexistencia de corrientes izquierdistas, el apoyo de las direcciones sindicales a los objetivos del desarrollo nacional, etc. También intervino la política de ingresos del gobierno tendiente a lograr incrementos de salarios en forma continua ; el aumento acelerado de la productividad del trabajo permitió lograr ese objetivo sin afectar los beneficios empresarios. Los ingresos reales de los trabajadores crecieron a un promedio del 5% anual entre 1955 y 1970, con una tendencia clara hacia la aceleración después de 1965 (el incremento fue del 8,3% en 1970). Sin embargo, el crecimiento del producto bruto fue más rápido aún, y la participación de los asalariados en el ingreso nacional se redujo del 61% en aquel año base al 50% en 1970. Obsérvese que la parte de los beneficios y,en consecuencia, del ahorro de las empresas, aumentó hasta tener una participación en el producto bruto superior a la de los países occidentales desarrollados y que ese aumento se logró al mismo tiempo que se notaba un incremento continuo e importante del salario real. Cuando las magnitudes de la torta, llamada ingreso nacional crecen al ritmo japonés, es posible aumentar la parte de cada uno —aunque no sea en


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forma equitativa— sin afectar los beneficios de los demás. Una experiencia muy distinta a la de la Argentina de los últimos años, donde a una tasa relativamente modesta de desarrollo se une una intensa puja por la parte correspondiente a cada sector, que se resuelve en una inflación desenfrenada y una inestabilidad crónica. En resumen, las reservas potenciales de la mano de obra disponibles en la economía y el logro de la paz industrial —o sea de la pasividad obrera— junto con el pleno empleo, fueron factores no despreciables en el curso del milagro japonés. Las tendencias actuales señalan la dificultad que el proceso se mantenga con iguales características, aunque no por eso parecen faltar estrategias de recambio. El aumento continuo del salario real y el mantenimiento de la elevada disciplina de los trabajadores pueden alejar el peligro de una explosión como la sufrida por Francia en mayo de 1968, o el "verano caliente" de Italia al año siguiente, y ofrecen a la economía nacional posibilidades competitivas desconocidas en otras regiones. Pero ese tipo de afirmaciones no pueden hacerse en abstracto, requieren un análisis detallado de la actitud de los trabajadores hacia el sistema, que se hace muy difícil a los observadores occidentales por la acción de la barrera del lenguaje y de las costumbres. En todo caso puede decirse que el milagro económico japonés se vio favorecido por ese milagro social de la pasividad obrera, que dio vía libre a una serie de prioridades que conspiraban contra las aspiraciones populares, como se verá más adelante.


Los grandes combinados del comercio exterior

El impacto logrado por los industriales japoneses en el mercado mundial no fue producto exclusivo de su capacidad productiva, sus precios competitivos, su potencia industrial, ni mucho menos, una consecuencia de la acción espontánea de las fuerzas económicas. Fue,en buena medida, un éxito logrado a través de una planificación cuidadosa y una organización bien montada, cuya operación es motivo de estudio en el mundo entero para utilizarlo como experiencia. La célula básica de esa operación de conquista de los mercados de ultramar está constituida por un puñado de empresas comerciales exportadoras e importadoras, conocidas como combinados de exportación o empresas comerciales inte gradas. La eficacia de estas compañías en el logro de sus objetivos ha provocado numerosos estudios sobre sus características y funcionamiento. Uno de ellos fue realizado por la CEPAL, y se trató en la Reunión de Expertos sobre Formulación y Ejecución de Estrategias para la Exportación de Manufacturas, realizada en Santiago de Chile en julio de 1971. Muchas de las pautas analizadas en esa reunión y otros cónclaves latinoamericanos se están poniendo en marcha en diferentes países de la región, entre


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los cuales Brasil parece estar a la cabeza. La experiencia es fructífera y por eso conviene analizarla en detalle. El sistema japonés ocupa una posición intermedia entre la comercialización centralizada por el Estado y la realización de acuerdos de venta directamente por las compañías productoras de la nación. Consiste fundamentalmente én una docena de compañías gigantescas, que realizan la comercialización de toda la gama de productos disponibles en el país, que se ven acompañadas por una gran cantidad de empresas mucho menores, pero especializadas en ramas o mercaderías concretas. En total, hay unas 6.000 empresas comerciales en el Japón, pero esa cifra no debe llamar a engaño, porque el fenómeno de la concentración modifica totalmente sus resultados. De ellas, las 10 más grandes realizaron el 46,9% de las exportaciones totales y el 62,3% de las importaciones del país en el año 1969; las 17 empresas que les siguen en magnitud, realizaron un 20% adicional de las exportaciones y un 15% de las importaciones en el mismo año. O sea que apenas 27 empresas manejaron las tres cuartas partes del comercio exterior de uno de los principales países exportadores del mundo, y que sólo las diez primeras alcanzaron a tener una participación superior a la mitad del total. Comparado de otra manera, puede decirse que las primeras empresas integradas de comercio exterior del Japón manejan un volumen de operaciones superior al total del comercio exterior de la Argentina. Y, puesto que su participación en los negocios del país se mantiene, siguiendo el ritmo febril del comercio japonés, es probable que este año la más grande de ellas supere por sí sola el volumen de operación que corresponde a un país medianamente exportador como el nuestro. El peso de estas compañías en el mercado mundial resulta entonces muy superior al que tiene cualquier exportador o importador aislado de la Argentina. Las otras 6.000 empresas comerciales japonesas —aunque de dimensiones unitarias muy reducidas— aparentan ser sumamente competitivas y bien organizadas; algunas de ellas ofrecen servicios especializados y mantienen su participación en el


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mercado gracias a su capacidad y dinámica. De todos modos, debido a su menor importancia económica, no pueden ser comparadas con los glandes combinados de exportación en cuanto a su eficacia para desarrollar masivamente el comercio exterior del país. Uno de los primeros aspectos que llama la atención en las empresas integradas más grandes es la diversificación de sus actividades comerciales; prácticamente todas las empresas comercializan todos los principales grupos de productos. En algunas se nota todavía una preponderancia de la rama textil, por ejemplo, pero eso se debe a que tradicionalmente esas empresas comenzaron por dicha rama; la tendencia actual señala una disminución paulatina de esa especialización por productos y un cambio en el reparto de productos que se mantiene en relación con los cambios ocurridos en el comercio exterior del Japón. Debido a que todas las empresas grandes participan en todas las ramas, se aprecia una cierta competencia entre ellas; pero no demasiado enérgica porque en general cada una de ellas está especializada con un criterio regional. Hay empresas que comercian casi exclusivamente con la República Popular China, y otras especializadas en algunos países de Asia, o los Estados Unidos, etcétera. Esa especialización a nivel regional, combinada con su diversificación en cuanto a la oferta y demanda de productos, parece ser la característica clave de los combinados de exportación. Ella les da la posibilidad de actuar con una estrategia global y les permite explorar a fondo las potencialidades de cada mercado actuando como verdaderas puntas de lanza de la economía japonesa. Aunque son compañías privadas, su modo de actuar es una mezcla curiosa de actitudes de dos mundos. El beneficio comercial es tan bajo que en ciertos momentos parecen más bien grupos políticos que económicos. Por ejemplo, los diez primeros combinados comerciales obtuvieron en 1969 un beneficio sobre ventas de apenas 0,34%; una cifra que provocaría el desprecio de cualquier empresario norteamericano o europeo, y que es utiliza-


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do por éstos como elemento de prueba para acusarlos como puros y simples monopolios paraestatales. Es cierto que el elevado volumen de sus operaciones, la eficiencia de sus sistemas comerciales y la rapidez de giro de las mercaderías, les permite obtener una ganancia relativamente elevada respecto a su capital, pero no es menos cierto que esta última se justifica porque al mismo tiempo corren un riesgo apreciable por la magnitud de sus compromisos. La reducida tasa de ganancia parece ser una característica extendida a toda la actividad del comercio exterior japonés ; el promedio de utilidad neta de todas las empresas que operan en él fue de 0,9% respecto a las ventas en 1969. Esa tasa es casi tres veces superior a la obtenida por los grandes combinados y demuestra que las pequeñas compañías pueden competir con un margen de beneficios bastante superior al de aquéllas, aunque esos valores resulten igualmente estrechos para los criterios occidentales. Los combinados comerciales efectúan todas las actividades involucradas por las exigencias del comercio, desde los estudios de mercado, para analizar las expectativas de consumo, hasta la evaluación de proyectos de explotación de materias primas en el exterior, así como la financiación de las operaciones o la firma de acuerdos comerciales a largo plazo garantizando el aprovisionamiento y el precio de los productos. Pero su papel, por extenso que sea, no se reduce a operar en el comercio exterior de su país: todas ellas actúan asimismo en el mercado interno del Japón, donde participan como financistas, productores, distribuidores, minoristas y compradores, tal como intentan hacer en algunos mercados exteriores. Debido a esas circunstancias, su peso económico es considerable y superior al que parece deducirse de los datos sobre su participación en el comercio exterior. Las dos compañías mayores superaron en 1970 el nivel de 10.000 millones de dólares de operaciones; aunque no sea estrictamente comparable, esa cifra es superior a la de las ventas de cualquier empresa industrial fuera de los Estados Unidos, y sólo superada por tres empresas de este último país.


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El origen de estas compañías se remonta a las últimas décadas del siglo pasado, aunque la explosión de sus operaciones se registró en estos últimos años en relación con la violenta expansión de la economía nacional. Cuando Japón abrió su comercio exterior al mundo, en 1868, luego de casi tres siglos de aislamiento, esa actividad fue dominada rápidamente por las compañías extranjeras gracias a su mayor conocimiento de los mercados internacionales; en 1870, ellas manejaban el 95% del comercio exterior de la nación. El Gobierno —aparentemente preocupado por esa situación— recurrió entonces a los más importantes grupos industriales para proponerles que dieran nacimiento a compañías especializadas en operaciones internacionales de propiedad japonesa. El apoyo estatal, junto al poder económico de los grandes grupos japoneses, repitió en este campo la experiencia ya señalada para la actividad industrial. La unión de ambos dio vida con relativa facilidad a estas empresas, que aparecían desligadas del negocio industrial, mientras se ligaban a él por múltiples lazos —sobre todo por los de abastecimiento y búsqueda de mercados para el mismo. Un objetivo que se mantuvo desde entonces, consistía en mantenerlos separados de la industria como una actividad específica, pero al mismo tiempo fuertemente asociados a ella. No es de extrañar entonces que estas compañías tuviesen incluso los mismos nombres de los antiguos zaibatsu, ni que hayan conseguido subsistir y fortalecerse hasta la actualidad. No cabe duda, que en la actualidad operan en estrecha relación con los grandes grupos industriales así como con el Gobierno, en esa interacción típica que caracteriza los negocios japoneses. Las compañías se adelantan a encontrar mercados exteriores para las industrias de su país y se preocupan por lograr nuevos y mayores accesos a las fuentes de materias primas requeridas por éstos: al mismo tiempo, dada las formas en que concretan su actividad, no es posible suponer que no son consultadas por el gobierno en ocasión de conversaciones comerciales con otros países y especialmente con aquellos donde han logrado un elevado grado de participación. A su vez,


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el Gobierno las utiliza como punta de lanza de la política general del país, al servicio de sus objetivos prioritarios en el comercio exterior. De esa manera, la elevada concentración de los negocios, la especialización geográfica, la integración con los industriales y el Estado, y la eficiencia de sus operaciones ha convertido a los combinados de exportación en uno de los elementos claves de la política nacional. Pero su función no se limita a los elementos comerciales como se verá en el próximo cápítulo.


La búsqueda de materias primas

Si los combinados comerciales tienen un papel importante en la estrategia exportadora del Japón, cumplen un rol mucho más decisivo en la importación de materias primas para abastecer las crecientes necesidades de su economía. Todas las observaciones señalan que los recursos mineros del archipiélago resultan excesivamente limitados para las exigencias provocadas por su portentoso desarrollo industrial; y, aunque en menor medida, lo mismo ocurre con la producción agrícola-ganadera local. La elevada dependencia que genera la estructura económica de las importaciones de materias primas parece preocupar profundamente a los responsables industriales y gubernamentales, puesto que no es posible aumentar la producción interna, ya sea por falta de yacimientos o por falta de posibilidades geográficas. En consecuencia la continuidad esperada del crecimiento industrial implica un aumento de las importaciones y de la dependencia del abastecimiento externo que, por su importancia, se convierte en una variable estratégica. El caso del petróleo puede ser suficientemente ilustrativo de las tendencias económicas actuales. Japón no cuenta con yacimientos de ese combustible en su territorio y debe recurrir a la importación de


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la casi totalidad de su consumo. A su vez, éste creció a un ritmo superior al de la economía debido a que el proceso moderno de industrialización se basa mucho más sobre esta fuente de energía que sobre las tradicionales. En 1955, el país importaba algo menos de 300 millones de dólares de petróleo por año; en 1960, esa cifra ya se había duplicado; en 1970 importaba la magnitud casi sideral de 200 millones de toneladas a un costo total de 2.235 millones de dólares. El oro negro se convertía así en el principal rubro de las importaciones nacionales, representando más del 10% del total de las mismas. La respuesta japonesa a estos problemas abarca una doble estrategia. Por un lado, compensar esas importaciones con exportaciones de magnitud equivalente y, en lo posible, dentro de ramas similares; en el caso del petróleo, por ejemplo, mediante la exportación de productos refinados y subproductos de la elaboración petrolera, aunque esta experiencia particular haya dado hasta ahora resultados magros respecto al volumen de las importaciones. Por otro lado, consiste en asegurarse el abastecimiento de la materia prima mediante acuerdos con los países productores, que pueden ir desde contratos de aprovisionamiento a largo plazo hasta inversiones directas en la explotación de aquellos. En el caso del petrpleo, 80% de las importaciones provienen de fuentes controladas por los intereses internacionales que operan en la actividad, pero realizadas a través de los grandes combinados de importación. De ese modo, a la concentración de la oferta se opone una concentración equivalente de la demanda que permita una situación de equilibrio relativo entre ambas. Mientras tanto, el gobierno japonés ha alentado la formación de una compañía nacional orientada a la exploración y explotación del petróleo en el extranjero tal cual lo hace en otras actividades mineras. Esa compañía ya hizo su aparición en las zonas productoras más interesantes. Los japoneses están buscando petróleo en Indonesia y otras partes del Sudeste de Asia y comienzan a entrar en el Medio Oriente donde se asociaron en algunas operaciones con las empresas internacionales que ya están operando en el lugar; en el Irán, por ejemplo, firmaron un acuerdo


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directamente con el gobierno para la construcción de un centro petroquímico en ese país que será pagado con petróleo. Si bien todavía es demasiado temprano para afirmarlo, el empuje japonés y su poder económico y técnico permiten predecir que su entrada en los mercados petroleros tendrá un impacto disruptor muy superior al logrado hace dos décadas por el ENI italiano cuando Enrique Mattei decidió que había que conquistar un lugar para Italia en la producción de oro negro. La estrategia competitiva del ENI no sólo modificó los costos y precios del petróleo, así como las regalías pagadas a los gobiernos de los países productores, sino que se insertó en un panorama político de cambio que también contribuyó a crear, y cuya radicalización reserva un papel todavía más impactante para el momento del ingreso de las compañías japonesas. El objetivo explícito del gobierno consiste en que las empresas japonesas se establezcan en el exterior hasta poder suministrar al menos el 30% de cada una de las materias primas que el país necesita para sus actividades. Ese objetivo está fijado para 1985 y, teniendo en cuenta el ritmo de crecimiento de su economía y el consiguiente incremento de la demanda que originará en el exterior, puede decirse que representa un esfuerzo no desdeñable. El acelerado crecimiento de la industria siderúrgica convirtió al mineral de hierro en el segundo gran rubro de las importaciones japonesas. Su importación superó en 1969 los 1.200 millones de dólares procedentes de fuentes sumamente diversificadas: un 25% arribó desde los yacimientos australianos, 15% desde la India, 20% repartido en partes iguales entre Chile y Perú, y en menor cantidad de otros países. Los combinados comerciales son un factor dinámico de esas importaciones como de la organización de compañías extractivas de propiedad mixta en las áreas productoras: ellos desarrollaron el proyecto de explotación de mineral de Monte Newman,en Australia, donde tienen un 10% de participación, y cuya dimensión y características provocaron la admiración de los técnicos mundiales. Ese proyecto es sólo uno de los


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numerosos en marcha; los combinados comerciales colaboran en el desarrollo de más de 10 proyectos de explotación de mineral de hierro en el mundo entero, asociados con compañías locales de los países productores y, a veces, con algunas de las empresas siderúrgicas japonesas interesadas en el abastecimiento de esa materia prima. Sus proyectos se caracterizan por ser integrados, organizando todas las fases productivas, desde la extracción del mineral hasta su elaboración final. La magnitud de algunos proyectos y la posibilidad de encararlos en forma global ha dado lugar a estructuras industriales enormes que se organizan de acuerdo a una planificación general con vistas a un objetivo único. Mientras en Japón se instalaban las nuevas plantas siderúrgicas frente al mar para facilitar la recepción del mineral, en los yacimientos se instalaban equipos especiales de transporte —incluidos ferrocarriles construidos con ese fin— que llevaban su carga hasta la costa ; y toda la operación se vio facilitada por la regularidad de una demanda en continuo crecimiento. De esa manera se logró por ejemplo hacer llegar el mineral de hierro desde Australia a Japón —atravesando el océano a costo menor o similar al del transporte de mineral dentro de Europa entre centros tan cercanos como el Rhur y la Lorena, o aún a menor costo que el del transporte del mineral entre costa y costa en los Estados Unidos. Los proyectos no se detienen, y los técnicos japoneses están estudiando las posibilidades económicas de explotación de nuevos yacimientos en América Latina y también en los propios territorios de los dos grandes imperios industriales, cercanos a su país, como Alaska y la Siberia. Con su característico pragmatismo parecen estar tan dispuestos a asegurar su abastecimiento con mineral producido en el país más desarrollado del mundo como con aquel obtenido en la primera potencia socialista, tanto como con el que se extrae en los países menos desarrollados. Con los demás minerales ocurren situaciones parecidas a las mencionadas para el hierro. Las importaciones de cobre representaron en 1970 el 70% de la demanda del mineral, y ya hay en marcha


un proyecto de explotación en Canadá donde colaboran seis compañías mineras y tres compañías comerciales. Curiosamente, una compañía estadounidense desechó hace un par de años la operación de esos yacimientos por no considerarlos rentables; los japoneses estudiaron el proceso, consideraron qué era viable, propusieron mejoras en las técnicas de trabajo y hasta financiaron el proyecto a cambio de un contrato de aprovisionamiento por un plazo de 10 años. En el caso del carbón también se concretó una operación de financiación propuesta a los tenedores de un yacimiento canadiense con condiciones similares a las mencionadas. Para la producción de uranio en Nigeria, en cambio, decidieron actuar directamente y trabajan en la explotación mediante una sociedad que agrupa a nueve compañías eléctricas de la metrópoli con otras diez compañías mineras y una compañía comercial. En América Latina, las empresas japonesas ya desarrollan la explotación de mineral de hierro en Chile y participan en la explotación de plomo en el Perú, y a juzgar por la movilización de expertos y misiones técnicas en el continente, no pierden el tiempo en cuanto a la exploración de otras zonas y especialmente aquellas más prometedoras del Brasil. Los esfuerzos de los combinados comerciales no se reducen a la localización y puesta en actividad de yacimientos minerales, ellos están interviniendo activamente en la solución de los problemas agrícolas de otros países, mediante el envío de técnicos y hasta inversiones directas en las operaciones para asegurar el abastecimiento a largo plazo de productos alimenticios y materias primas para su nación. Los proyectos son múltiples y se desarrollan en diversos países, aunque todavía no alcanzaron la magnitud y el impacto que lograron algunos de los grandes trabajos de explotación minera. Concientes que su actividad a largo plazo re quiere el apoyo de los Estados donde operan, los combinados comerciales han tomado medidas para colaborar con aquellos en ciertos aspectos que les permitan ofrecer algo más al país huésped al mismo tiempo que mejoran su imagen. Fue así que algunos países del Sudeste Asiático encontraron en esas


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empresas aliados inesperados para el logro de ciertos objetivos económicos largamente acariciados para favorecer el desarrollo. Mediante acuerdos de envergadura, varias compañías lograron exportar desde Corea del Sur más de 40 millones de dólares en productos destinados a mercados distintos del japonés, contribuyendo a los objetivos de exportación del gobierno de aquel país y mostrando que su interés no se reduce a abastecer al Japón. Ultimamente lograron un reconocimiento internacional de importancia al firmar un contrato con el Banco de Exportación e Importación de los Estados Unidos por el que ayudarán a exportar a las industrias pequeñas y medianas de ese país, que no cuentan con medios adecuados de comercialización internacional. Los combinados comerciales japoneses aparecen así como algo muy distinto de simples empresas especializadas en negocios de exportación o importación; ellos son una fuerza económica considerable, que actúa por diversos medios al servicio de las necesidades económicas nacionales, tal como son sentidas por el gobierno y las grandes empresas. Su actuación en el mercado mundial, especialmente en lo que se refiere a su disposición a asegurarse materias primas por todos los medios posibles, ha creado una verdadera competencia internacional, que favorece a los países en desarrollo para obtener mejores condiciones para la explotación de sus productos primarios y que tiende a cambiar el panorama mundial de fuerzas en proporciones imprevisibles. El surgimiento de cada nuevo centro industrial y económico en el mundo ha provocado a corto o largo plazo cambios considerables en el equilibrio internacional a medida que sus intereses se proyectaban al exterior. Japón, con una economía dinámica y que reclama una fuerte ligazón con el mercado mundial, está llamado a ser uno de los ejes de futuros cambios en la escena económica y política del planeta cuyos primeros temblores ya se comienzan a sentir. La irrupción de los combinados comerciales es el primer paso de una máquina eficiente y bien aceitada, que puede estar muy satisfecha de sus éxitos en el logro de objetivos económicos.


La inversión en el exterior

La expansión económica en el interior del país, el crecimiento industrial y financiero de las empresas, el empuje exportador para tomar los mercados del extranjero, la necesidad de recibir materias primas del exterior, fueron los aspectos de un continuo que desembocaron naturalmente en la inversión en el exterior para consolidar y mejorar las oportunidades empresarias. Japón había comenzado su irrupción de capitales en el extranjero en la segunda década de este siglo dirigida especialmente a las zonas que controlaba en el sudeste del Asia; en 1936 sus activos en el extranjero alcanzaban un valor de 5.300 millones de dólares de entonces, una magnitud no despreciable si se recuerda que la inversión directa norteamericana de aquella época oscilaba en los 7.000 millones de la misma moneda. Además, buena parte de la inversión japonesa consistía en instalaciones industriales en los países donde el aprovisionamiento de materias primas lo justificaba económicamente en lugar de dividir el trabajo de extracción del de elaboración, como hacían otros países; ellos estuvieron entre los primeros en instalar plantas metalúrgicas en la Manchuria, así como establecimientos fabriles en Corea, cuando esas regiones estaban sometidas a sus dictados. La guerra liquidó todas las propiedades japonesas en el exterior. En China, buena parte de ellas fueron desmontadas pollos soviéticos para trasladarlas a


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la URSS a promover la industrialización local; en otros lados fueron nacionalizadas o pasaron a propiedad de otros empresarios. Durante la década posterior al conflicto, Japón se mantuvo encerrado en sus fronteras, preocupado por adquirir el mínimo de poder industrial necesario para proyectarse al exterior: luego comenzó nuevamente,pero con lentitud,la marcha expansiva de sus capitales. Sus objetivos principales, como se ha visto, consisten en la producción de materias primas para su industria o en asegurarse mercados para la misma. Todavía hoy hace el papel del pariente pobre respecto de las grandes potencias occidentales por el monto de sus inversiones en el exterior, pero ya la situación comienza a cambiar también en este aspecto. A fines de diciembre de 1971, el monto total de las inversiones privadas en el exterior era de 4.200 millones de dólares; una cifra muy inferior a la de tres décadas antes —cuenta tenida de la desvalorización del dólar entretanto— y de ninguna manera comparable con las correspondientes a Alemania o Gran Bretaña, para no mencionar a la primera potencia inversora, los Estados Unidos. Si se compara el mercado exterior logrado por las exportaciones con aquél alcanzado a través de las inversiones en el extranjero, los resultados son bien elocuentes: la producción norteamericana obtenida mediante sus inversiones en el exterior es casi cuatro veces más importante que sus exportaciones, y la relación es de 2,2 para Gran Bretaña; mientras tanto, esa proporción es de sólo 0,4 para Japón. Todavía el potencial industrial japonés es el puntal decisivo de su acción en el extranjero, que se maneja a través de las exportaciones. Pero si se mantiene el ritmo actual de salida de capital del país, a mediados de esta década la producción debida a sus inversiones en el exterior superará al valor de sus exportaciones, para seguir luego creciendo impetuosamente. El Banco Industrial del Japón estima que llegarán a 10.000 millones de dólares en 1975, mientras el Consejo de Estructuras Industriales supone que alcanzarán un monto de 26.000 millones en 1980. Estas cifras no son contradictorias, más bien señalan las previsiones de un incremento acelerado. El último valor


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representa más de un tercio del volumen actual de la inversión en el extranjero de los Estados Unidos y sería superior a la de cualquier otro país exportador de capitales. Para lograr ese flujo gigantesco de capitales, Japón cuenta con un superávit permanente de su comercio exterior que lo ha llevado a acumular haberes por una cifra de 16.000 millones de dólares a mediados del año pasado y que sigue ascendiendo continuamente. En esas condiciones, su disponibilidad de divisas así como la capacidad de su industria para proveer todos los equipos e instalaciones para producir en el exterior, pueden provocar un vuelco como el previsto hacia la inversión exterior sin demasiado esfuerzo; y quizá, superar incluso las previsiones, como ya ocurriera en otras actividades. Junto con las inversiones directas, Japón ha establecido todo el sistema de préstamos gubernamentales, créditos a la exportación y ayuda financiera que caracteriza las operaciones de los países desarrollados y que sirve como poderoso apoyo para la inversión directa y para facilitar la receptividad de capitales y mercancías por el país elegido por ellas. Su crecimiento en los últimos años fue igualmente meteórico: el total de aportes oficiales y privados al exterior pasó de 1.000 millones de dólares en 1968 a 2.100 millones en 1971. De ese total, las inversiones directas eran el 9% en el primer año mencionado y el 17% en el segundo. Japón se enorgullece de ser prácticamente el único país que destina el 1% de su producto bruto a la llamada ayuda al exterior, como fuera recomendado por las Naciones Unidas. De más está decir que no lo hace por beneficiencia; los créditos y las inversiones son excelentes medios de ganar mercados y obtener beneficios. En cambio, cabe indicar que los empresarios japoneses se han contentado en general con obtener beneficios pequeños en comparación con los acostumbrados por las compañías occidentales. Se ha calculado que las utilidades de la inversión japonesa en el extranjero oscilaba alrededor del 3,3% en el año 1969, una cifra que se debe comparar con el 9,8% que producen esas operaciones a las firmas estadouni-


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denses, según los datos oficiales. Igual que en su propio país los industriales japoneses parecen má$ preocupados por el desarrollo a largo plazo de sus operaciones que por el beneficio inmediato que pueden rendir las mismas, asentándose lenta pero seguramente en los nuevos negocios que encaran. Como un síntoma, una encuesta realizada en 1970, indicó que cerca de un tercio de las operaciones en el extranjero de los empresarios japoneses estaba operando de forma no rentable, pero igualmente seguían operando; una actitud que es muy difícil de encontrar entre los inversionistas de otros países. Según los observadores, esa actitud de los japoneses puede tener importantes consecuencias en los países receptores. En efecto, los inversores norteamericanos y, en cierta medida, los británicos, pueden caracterizarse por buscar una utilidad financiera (dividendos, regalías, etc.) en forma más o menos inmediata como compensación por el capital o la tecnología que aportan; comprensiblemente, se muestran reticentes a compartir esos beneficios con otros, y por eso se explica que tiendan a controlar exclusivamente sus inversiones en el exterior. En cambio, los japoneses parecen más preocupados por integrar las empresas que instalan a la producción de su país, ya sea como abastecedoras de materias primas o como receptoras de partes, y en consecuencia más dispuestos a colaborar con los capitalistas locales. Esa sería una de las razones para explicar la preferencia japonesa por las empresas mixtas y su participación relativamente baja en el capital de ellas. Esa conducta, que ya se señaló en algunos ejemplos sobre sus operaciones de explotación de materias primas en Australia o Canadá, puede ser un elemento importante para que los industriales japoneses encuentren abiertas las puertas de n u m e r o s o s p a í s e s donde las t e n d e n c i a s nacionalistas reclaman la asociación de los capitalistas locales con los inversores extranjeros, desplazando a inversores más antiguos e intransigentes. En el Sudeste Asiático, en Australia y en las islas del Pacífico se está produciendo ya ese desplazamiento hacia la nueva metrópoli que provoca la


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inversión y el comercio exterior japonés. En Taiwan (China nacionalista) la parte de la inversión japonesa sobre la inversión extranjera total pasó del 5,9% en 1965 al 26% en 1970, mientras la participación norteamericana baja del 88% al 62%; y lo mismo ocurre en Tailandia, Corea del Sur e Indonesia. El presidente del Centro de Investigaciones Económicas del Japón señaló que todos esos factores ''hacen a estos países más y más dependientes del Japón, les guste o no a ellos y a nosotros", y previno que su país tendrá que incrementar la ayuda que presta a los países asiáticos para ceder a las presiones norteamericanas en ese sentido. El gobierno de Washington exige que Japón gaste en la defensa del Asia y su desarrollo cifras abundantes, pero no que lo haga en la forma de inversiones directas que pueden reportarle beneficios posteriores. Todo parece indicar que harán las dos cosas. El primer Ministro japonés mostró claramente que su gobierno es perfectamente consciente de las necesidades de volcarse al exterior de su país, y explicó (el 10 de abril de 1970) que "nuestra evolución económica traerá aparejada una intensificación de la competencia con industrias extranjeras (y) aumentará nuestras necesidades de materias primas... no estamos libres de la inquietud que representa la duda si podemos asegurarnos el accedo a dichos recursos tal como sucedió en la década del sesenta. A fin de contar con tal posibilidad, Japón deberá efectuar espontáneamente inversiones en países extranieros" La certidumbre estatal que la inversión extranjera es necesaria para la marcha de sus industrias, acompañada por los demás factores señalados (préstamos, ingreso en mercados del exterior mediante los grandes combinados, búsqueda de materias primas, etc.) asegura que la explosión de las inversiones directas será uno de los fenómenos de la década del setenta, que habrá que tener en cuenta por su influencia sobre el equilibrio mundial, en una época en que las concepciones estratégicas sobre la seguridad de los abastecimientos, convergen con los intereses económicos de la nueva potencia del Asia.


EVOLUCION DEL PRODUCTO POR CABEZA DE DIFERENTES PAISES 1953-1968 (1963-100)

Japón ha superado largamente la tasa de crecimiento del producto por cabeza de prácticamente todos los países del mundo en las últimas décadas. Entre 1953 y 1968 su producto por cabeza se multiplicó por 3,5 mientras el de un país como Francia solo alcanzó al 1,8; el de los Estados Unidos a 1,4 y el de la Unión Soviética se incrementó en 2,7 veces. Ese resultado se debe, en gran medida, a la política de inversión destinada a aumentar la capacidad productiva nacional, aún en desmedro de las tendencias al consumo.


EVOLUCION DEL PRODUCTO Y LA INVERSION 1962-1970 (miles de billones de yens)

OTROS

FORMACION DE CARTAL FPO

CONSUMO PRIVADO

O

-

1962

1964

1966

1968

1970

La parte destinada a la formación de capital crece en forma relativa a un ritmo muy superior que el producto bruto japones. Como consecuencia de ese crecimiento vertiginoso, el valor absoluto de la parte destinada a la inversión se ha multiplicado por tres en un período de sólo ocho años, mientras el consumo privado aumentaba a un ritmo menor.


EVOLUCION DE LAS DISTINTAS RAMAS INDUSTRIALES Í936-1970 (1960-100)

El análisis pormenorizado del acelerado crecimiento industrial del Japón destaca claramente la importancia asignada a los sectores básicos (acero, maquinaria) en la última década, mientras quedaban relativamente rezagadas las ramas livianas (alimentos, textiles), cuyo crecimiento no es de ninguna manera desdeñable. Precisamente, la magnitud y la orientación de la inversión forman parte de las explicaciones del vertiginoso desarrollo del país.


PRODUCCION DE ACERO POR PAIS EN 1953 Y EN 1968

FRANCIA

ALEMANIA OCCIDENTAL

3APOIN

U.R.S.S.

L.E.U.U.

^á^'20wTON/ANO; 1968 J

20™TOU/4ÑO , 1953

La importancia asignada por los japoneses a la industria siderúrgica puede apreciarse mejor cuando se compara su evolución con la de otros países desarrollados. Entre 1953 y 1968 la producción japonesa de acero creció casi 9 veces mientras los países de Europa Occidental sólo duplicaron la suya y Estados Unidos apenas la incrementó en 20%. Ni siquiera la Unión Soviética logró el ritmo de crecimiento alcanzado por Japón, pese a la preeminencia que otorgan sus dirigentes a esa industria.


PARTICIPACION DE LA INDUSTRIA NAVAL JAPONESA EN LA PRODUCCION MUNDIAL (1969)

El irresistible impulso de los astilleros japoneses,, apoyados sobre la amplia base siderúrgica y mecánica nacional, así como en nuevas técnicas y criterios constructivos, ha colocado al país en el primer puesto en la industria mundial, seguido a mucha distancia por sus principales competidores. Su participación en el total de buques botados en los últimos años se mantuvo alrededor de la mitad mundial.


CRECIMIENTO DE LAS EXPORTACIONES JAPONESAS Y PARTICIPACION EN EL TOTAL MUNDIAL

OAPON 3.6 <= E.E.U.U. 18.1 % ALEMANIA 1Q.4% O. BRETAÑA 9.5% 1961 : 118.OOO MILLONES DE DOLARES (4 QRAWDES PAISES 41.€> % )

JAPC5N 6.8

197Q : 244.000 MILLONES DE DOLARES (4 GRAMDES PAISES : 40.7 %)

Entre 1961 y 1970 el comercio mundial (tomado como la suma de las exportaciones de todos los países) se duplicó. En ese lapso, el crecimiento de las exportaciones japonesas fue mucho más acelerado, debido a la importancia asignada a esa área por las autoridades económicas y a las ventajas competitivas del país; lógicamente, su participación en el total mundial hasta alcanzar un 6,8% del total. Ese empuje contrasta con el estancamiento relativo, y aún la declinación, de otros países avanzados.


EVOLUCION DE LA PRODUCTIVIDAD AGRICOLA (1935-1969)

5000 2000

1000

• lili l.lll 195S

1946

1955

1965

1969

1946

1955

1965

1969

Tf^lGO

2>OOQ

1955

RENDIMIENTO

EN

TON/HECTAREA

Japón es uno de los países con mayor escasez de tierras aptas para el cultivo: sólo dispone de 0,056 hectáreas por habitante en comparación con el 0,40 que arroja el promedio mundial o el 0,82 de que dispone Europa Occidental. Para aliviar ese problema el país realizó un gigantesco esfuerzo para aumentar la productividad de la tierra y abastecer las necesidades de sus habitantes, cuyos efectos se pueden apreciar en el incremento de la productividad de numerosos cultivos.


PRODUCTIVIDAD HUMANA Y AGRARIA EN DIVERSOS PAISES 1965

U^s/Ma 500

O A P C N

400

500

200 100

# ITALIA ALEMANIA*

*

FRANCIA

•SOTANA E&UU. •

• U.R.S.9. 1000

2000

¿OOO

4000

5000

6000

u^s/hombre

La productividad agraria puede medirse con referencia a los trabajadores agrícolas o a la unidad de tierra cultivada. La comparación de diversos países señala como Japón compensa su escasez de tierra con un esfuerzo considerable por aumentar la productividad de la misma mediante la mecanización y la intensificación del trabajo aplicado por unidad de superficie. En contraste, países como los Estados Unidos realizan una agricultura extensiva con gran aprovechamiento del trabajo.


El costo social del modelo japones

Si la marcha hacia el desarrollo fuera una carrera en la cual se reparten premios a los ganadores, no cabe duda que el Japón podría sacar la medalla de honor por las últimas dos décadas. El atleta ha mostrado la potencia y flexibilidad de sus músculos y se merece un adecuado reconocimiento. Pero el desarrollo económico no es una competencia deportiva; es el fruto de un esfuerzo social de envergadura cuyo sentido y virtudes sólo pueden evaluarse a partir de su capacidad para mejorar la vida del individuo y de la colectividad. En otras épocas, cuando el desarrollo era una consecuencia del proceso espontáneo del mecanismo económico, podía admitirse con más facilidad que sus resultados fueran socialmente ciegos; ahora, cuando en to•dos los casos está presente una voluntad planificadora más o menos eficaz, el ritmo de desarrollo no puede ni debe separarse de lo¡=; objetivos que se plantea la comunidad. De otra manera, la inteligencia y el esfuerzo del hombre se convierten en meros medios para el logro de fines que escapan a su control y que se deciden —cuando se deciden— de manera puramente irracional. Las cifras sobre el desarrollo japonés provocan admiración por su dinamismo y eficiencia; aquel


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país ofrece un modelo económico que debe ser estudiado y tenido en cuenta en los países que quieren desarrollarse, para aprovechar sus enseñanzas y evitar sus errores. Pero las preguntas que debe hacerse el observador inteligente que analiza el desarrollo son: ¿qué objetivos tiene ese desarrollo? y ¿con qué medios y hacia qué fines? De lo contrario, la marcha hacia el desarrollo se convierte en una compulsión espontánea a batir records de producción en el menor lapso de tiempo. El costo social y los ^beneficios humanos del desarrollo deben estar en primer plano en un análisis del mismo ; por eso, es necesario señalar algunos de los escasos datos disponibles que indican hasta qué punto detrás de la fachada de prosperidad japonesa se están acumulando tensiones y problemas sociales cuya solución parece cada vez más difícil de lograr. En particular, los habitantes del archipiélago están pagando su éxito económico con las tasas de contaminación más altas del mundo, con una concentración aguda de la población, y con una carencia de vivencias que se contraponen a n los anhelos de una existencia mejor que deja entrever el aumento del producto por habitante. La vivienda fue uno de los factores importantes del desarrollo japonés debido a que los hábitos tradicionales de ese país se conforman con construcciones muy elementales. En efecto, mientras que en Occidente se requiere una vivienda relativamente costosa y durable, que demanda destinar una parte apreciable del ahorro nacional a construirla, el Japón se caracteriza por las viviendas de madera y poco costo. Es probable que a ello contribuyeran las características especiales del país: es sabido que la protección de los terremotos que asuelan la región demanda una casa muy frágil que no afecte a sus ocupantes si se derrumban, o una construcción especialmente rígida y costosa que soporte los movimientos de tierra que se puedan producir. Como consecuencia de esa doble opción —que se resuelve siempre por el lado más económico—, Tokio, una de las ciudades más grandes del mundo, está cubierta de casas de madera y escasos edificios de importancia; sólo en los últimos años, con el desarrollo de las técnicas constructivas antisís-


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micas y el incremento de la riqueza, se comenzaron a levantar las construcciones relativamente altas que caracterizan las urbes modernas. Pero no ocurrió lo mismo con la vivienda ; de las 340.000 unidades levantadas en la ciudad entre 1963 y 1968, un 73% estaba constituido por elementos de madera y eran de bajo precio por su calidad, destinadas a grupos de bajos ingresos que a menudo debían instalar toda una familia en una sola habitación de dimensiones reducidas. El hacinamiento de la población y la baja calidad de la vivienda forman parte de los costos no contabilizables del desarrollo económico del archipiélago; un costo pesado sin duda. Si se hubiera destinado a la vivienda una masa de recursos adecuada para satisfacer en un plazo lógico las aspiraciones populares, la inversión productiva se hubiera visto afectada y, en consecuencia, el ritmo de desarrollo hubiera descendido. Ahora que los economistas europeos han puesto de • moda la noción de Felicidad Nacional Bruta, en contraposición a la de Producto Nacional, cabe preguntarse si la opción japonesa fue la más acertada para su población, aunque haya logrado unificar las voluntades en torno del desarrolló. Pero la característica de la vivienda es sólo una parte de la cuestión. La concentración urbana ha obligado a un verdadero apiñamiento de la población en una zona muy reducida. El área que cubren las tres ciudades principales del Japón, una franja que cubre unos 500 kilómetros de largo por 50 de ancho entre Tokio y Osaka, pasando por Nagoya, ha ido absorbiendo la parte principal de la activi<iad económica e industrial nacional. Actualmente, más de la mitad de todo el personal de establecimientos industriales y comerciales del país se concentran en esa región, que tiene una de las mayores densidades de población del mundo. Los inconvenientes de esa gigantesca urbanización son bien conocidos: la vida cada vez más difícil de las grandes ciudades, el alojamiento a distancia del centro de trabajo, las dificultades de / transporte. Pero los fenómenos japoneses son mucho más agudos que en otros lados. Quizás uno de los peores es el que concierne a la contaminación del


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aire ; el ministerio de la Salud ha informado que toda esa zona ha superado el nivel máximo aceptable de impurezas peligrosas en la atmósfera. Y el ambiente es cada vez más tóxico. Hace un año, cuando los hospitales de Tokio tuvieron que tratar más de 4.000 casos de irritación de la piel, los ojos y las vías respiratorias, a consecuencia de la aparición en la ciudad del smog químico producido por las emanaciones de fábricas y automóviles, las autoridades prometieron que se solucionaría rápidamente. Seis meses después, Tokio sufría el décimosegundo smog del período, que ya llegaba a afectar a 12.000 personas. En una encuesta realizada en una ciudad cercana a la capital se calculó que había unos 10.000 afectados de problemas respiratorios debido a la contaminación del aire. El proceso continúa sin interrupción; el año pasado el hospital municipal de Kawasaki anunció que tenía en tratamiento un centenar de casos de enfermos debido a la contaminación, que tenían afectado el cerebro de una forma desconocida hasta entonces en los anales clínicos. La destrucción del ambiente comenzaba a crear nuevas enfermedades en los seres humanos. La lucha contra la contaminación no ha comenzado en Japón con la energía que marcó su desarrollo económico. El presupuesto aprobado para combatirla por la ciudad de Tokio alcanzó en 1970 a sólo dos millones de dólares, una décima parte de lo que se estimaba necesario; y ni siquiera se llegó a gastar ese dinero. Las autoridades muestran en la ; lücha contra la contaminación una parsimonia que > se contradice con su actividad en los aspectos económicos e industriales. En algunos casos, incluso se producen retrocesos; una ley promulgada en junio de 1971, por ejemplo, estableció que se actuaría contra las empresas que arrojasen al aire una proporción de partículas de smog de más de 0,5 por millón, subiendo el escalón exigido anteriormente de 0,3 por millón. Y esa mayor lenidad se establece cuando solamente el smog que provocó la hospitalización de 4.000 personas alcanzó una concentración de 0,3 por millón. El problema se extiende a todo el territorio, donde el desarrollo industrial lleva consigo los venenos de la nueva civilización en medio de la inercia de las


89 autoridades. En la pequeña aldea de pescadores de Minamata, el envenenamiento por mercurio mató a 46 habitantes y volvió paralíticos a más de setenta en los últimos años. Mientras tanto, una gran sociedad continúa arrojando sus desechos de mercurio en la bahía... El emponzoñamiento con candió, que ataca el hígado y los ríñones, y que ¿blandá los huesos, ha provocado diversos casos mortales en la zona de Toyama a causa de las actividades de una empresa de refinación de mineral. Cuando se la acusó del envenenamiento accidental de mas de 500 personas, se produjo un juicio que duró más de tres años y que arrojó escasas indemnizaciones para las víctimas. El caso de envenenamiento por cadmio se extendió por todo el p^ís provocando diversas reacciones debido a que una investigación pública demostraba que el mal se propagaba rápidamente a medida que el metal se depositaba sobre las plantaciones de arroz. La actitud más curiosa fue la de! presidente de la comisión nacional de la seguridad pública y director general de la oficina de gestión administrativa, quien exhortó a los electores de su distrito a 44 tener el buen espíritu de comer el arroz contaminado". Según las noticias, los electores tuvieron el buen espíritu de mostrarse asombrados, sin que la situación evolucionara a mayores. Los servicios públicos japoneses se encuentran en una situación lamentable, con la probable excepción de los transportes masivos que sirvieron al proceso de industrialización. En la capital del tercer imperio industrial del mundo, solamente el 22% de la población dispone de desagües cloacales y el promedio para todas las ciudades del país apenas alcanza al 35%, comparado con más del 80% para los Estados Unidos o el 74%. para Alemania Occidental. Para más, en un país donde la contaminación ambiental produce verdaderos estragos, las ciudades no tienen parques con plantas para reproducir el oxígeno necesario a la vida. Tokio tiene un metro cuadrado de parque por persona, comparado con 21 metros cuadrados para Londres, la ciudad clásica por su falta de áreas libres. Las áreas libres y parquizadas en las ciudades están creciendo impulsadas por la política oficial pero su ritmo no es


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suficiente para alcanzar valores satisfactorios en varias décadas. Se ha señalado más arriba que el salario real crece más lentamente que eljproducto bruto, pero que esa situación era menos criticable debido a que buena parte de los recursos se destinaban a la inversión en bienes productivos. Desde el punto de vista del desarrollo económico esa solución es inobjetable; pero al nivel económico que ha llegado el Japón ella merece otras reflexiones. El obrero japonés no necesita superar el hambre como buena parte de los pueblos de su mismo continente; necesita en cambio una serie de instalaciones sociales que mejoren su forma y condiciones de vida y que no puede resolver individualmente. Pero las grandes masas de recursos disponibles se siguen destinando a nuevas inversiones, como si el país necesitase continuar su carrera hacia el crecimiento, en lugar de volcarse con otros fines distintos al progreso económico en su forma más ruda. Todos los males de una industrialización acelerada llevada a cabo sin objetivos sociales se evidencian por eso en el Japón. El contraste entre la riqueza del país y la pobreza de sus habitantes no puede ser solucionado sólo con aumentos de salario como los que se empiezan a producir; requiere asimismo una gigantesca masa de inversiones en obras sociales y de infraestructura que plantea todos los dHfemas que tiene delante de sí la sociedad japonesa para subsistir como tal.


Conclusión y perspectivas

El desarrollo japonés de los últimos años es la consecuencia de un conjunto global de políticas económicas coherentes a las que se sumaron una serie de condiciones sociales y políticas especiales. En este libro se ha pretendido destacar la importancia asignada a algunos factores especialmene significativos : la prioridad concedida al desarrollo de las industrias básicas, como acero y maquinarias, asi como el esfuerzo para integrarlas al mercadq interno mediante la creación de una demanda específica para sus productos, como ocurrió con el fortalecimiento y modernización de las instalaciones ferroviarias y navales del país. A su vezja prioridad acordada a esas industrias obligó a un cierto grado de abstinencias en otros campos, puesto que los recursos para la inversión, por elevados que sean, no son infinitos; el retardo en la producción de ciertos bienes de consumo durables como los automóviles y las viviendas,fue una consecuencia de esa política que castigó durante un par de décadas las expectativas consumidoras de los japoneses, mientras se avanzaba en el vertiginoso desarrollo industrial. Naturalmente, los sacrificios sociales no se repartieron por igual entre todos los habitantes, y hay razones para suponer que los grupos más desposeídos sufrieron especialmente los incon-


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venientes resultantes; es probable que solamente debido a su historia de miseria y privaciones el campesinado japonés, así como la clase obrera, estuvieron dispuestos a aceptar estas nuevas exigencias sin reaccionar como lo hicieron esos mismos sectores en situaciones parecidas en Europa Occidental o en los Estados Unidos. Durante años, la industria japonesa recurrió al aprovisionamiento de mano de obra rural y urbana de bajo costo y que aceptaba sumisamente trabajar por un salario apenas suficiente para sus necesidades mínimas; y sólo cuando el país había crecido apreciablemente se comenzó a notar un incremento en el salario real. Ese incremento, si bien importante en magnitud, se mantuvo en todos los casos por debajo de las tasas de crecimiento del producto, liberando más y más recursos a disposición del capital. Puede decirse como justificación de los empresarios nipones que ellos destinaron y destinan la mayor parte de esas riquezas a efectuar nuevas inversiones, tratando de aumentar y mejorar la capacidad productiva del país; una actitud que contrasta fuertemente con la adoptada por los grupos poseedores de buen número de países en desarrollo que optan por la seguridad relativa de las inversiones improductivas en lugar del riesgo escaso de las inversiones productivas, con las consecuencias conocidas de estancamiento de la producción y creciente endeudamiento externo. La energía de los industriales japoneses se aprecia asimismo en su política de compra de tecnología extranjera, campo en el que exploraron y prácticamente agotaron todas las posibilidades ofrecidas en los mercados mundiales para utilizar esos conocimientos en el desarrollo más acelerado de su producción. Hoy comienzan a exportar tecnología propia, generada sobre la base de los conocimientos adquiridos, que les permitirá recuperar las divisas gastadas oportunamente con ese fin. La balanza de pagos fue siempre uno de los puntos débiles del país, y la política de exportación masiva tiene como objetivo generar las divisas necesarias para pagar las inmensas necesidades locales de materias primas y alimentos. Como se ha visto, también aquí jugaron simultáneamente las


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virtudes de una organización disciplinada y especializada que se lanzó a la conquista de los mercados del exterior con productos competitivos y todas las armas comerciales necesarias. En pocas palabras, podría decirse que el desarrollo japonés es el producto de una política consecuente y enérgica dirigida a obtener un elevado grado de producción industrial integrada mediante los métodos productivos más modernos; los resultados económicos de esa producción, le permitieron penetrar en los mercados mundiales con un empuje casi irresistible y prácticamente desconocido hasta entonces. Política y socialmente, esa política se vió favorecida por la fuerte ligazón empresario-estatal creada a través de una amplia comunidad de miras que extiende sus raíces desde la época del Japón feudal, y por la pasividad de los obreros japoneses que se mantuvieron durante un largo período como sujetos obedientes del proceso. Esa política ha llegado a su fin en una serie de aspectos. En primer lugar, porque el crecimiento industrial, junto con la intensificación de la concentración empresaria bajo la aprobación gubernamental y con el apoyo financiero de los grandes bancos oficiales y privados, creó una fuerza económica poderosa y relativamente homogénea al nivel de las más grandes del mundo. Actualmente, de las 200 compañías industriales de mayor venta fuera de los Estados Unidos, según el listado de Fortune, 51 eran japonesas en el año 1971, con una tendencia a participar en forma creciente a lo largo de la década. Esas 51 compañías formaban el grupo nacional más poderoso del listado de Fortune y sólo eran superadas —relativamente— por las empresas norteamericanas. El ingreso directo de esas compañías al mercado internacional está modificando la situación mundial al mismo tiempo que cambia la situación del propio Japón, éste ya no es un país en desarrollo sino una potencia mundial que interviene en la gran lucha por los mercados mediante la oferta de sus mercancías a los que se agrega ahora la tendencia a invertir capitales en el exterior, y que llevará a modificar las pautas del crecimiento interno, como ocurrió en otros países desarrollados en igual situación.


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Todo ese éxito industrial y económico se logró a cambio de la agudización intensa de una serie de problemas sociales cuya solución permaneció relegada y que sólo pueden enfrentarse mediante la inversión pública. El ciudadano común no puede luchar individualmente contra la contaminación ambiental, por más que aumente su salario real, de la misma manera que un conductor aislado no puede resolver un nudo de tráfico cuando la carga de vehículos supera la capacidad de la ruta. El ejemplo japonés muestra, con una claridad sorprendente, la importancia de los factores que hacen al bienestar social y frente a los cuales el individuo aislado se siente impotente. La calidad de la vida; un aspecto social que no puede cuantificarse con la misma facilidad que el producto bruto y que queda por eso fuera del análisis económico, fue la gran derrotada de este proceso de desarrollo acelerado. Quizás, esta misma situación se produjo en todos los casos de desarrollo, pero en ninguno de los ocurridos en este siglo resultó tan evidente como en el ejemplo japonés. La economía del archipiélago ha alcanzado un nivel suficiente como para satisfacer sin demasiado esfuerzo las acuciantes necesidades sociales de la comunidad, y es un hecho que su industria podría volcarse a la reconstrucción del país devastado por su propio desarrollo. Ya se conocen en ese aspecto numerosos proyectos de readaptación de tierras y regiones, de intentos de redistribución de la población en forma más armónica sobre todo el territorio, de lucha contra la contaminación y de embellecimiento del paisaje, etc. Pero las declaraciones se están adelantando a los hechos pues el ritmo actual no alcanza siquiera a compensar la continua degradación del medio ambiente que se sigue produciendo. La acción para resolver estos problemas, si bien sencilla y posible, exige un proceso de reconversión industrial de cierta envergadura, cuya aplicación sería el surgimiento de nada menos que un nuevo modelo social y económico de desarrollo, por sus implicancias sobre la estructura actual. ¿Puede esperarse que los medios económicos y gubernamentales tomen una decisión de esa na-


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turaleza? Algunas promesas preelectorales en ese sentido han creado un poco de optimismo en la población, aunque numerosos indicios indican el mantenimiento de la política actual. El gobierno y los líderes económicos siguen insistiendo en la importancia de la competencia internacional y la necesidad de continuar adelante con la producción industrial masiva que caracteriza su economía actual. Como se ha mencionado, ese proyecto implica la resolución de una serie de problemas en el ámbito internacional, así como la continuación de la política de postergación de la solución de los problemas internos. Esa vía tendrá, sin duda, una gran repercusión sobre la industrialización de los países del Pacífico y aún sobre el equilibrio económico mundial, pero a costa del propio pueblo japonés que verá postergados sus requerimientos. La política exterior es la continuación de la política interna. Si Japón modifica su política actual de expansión hacia el exterior, hacia otra destinada a lograr el bienestar social de su población, habrá nacido un nuevo modelo de desarrollo; si, en cambio, mantiene su política actual, habrá surgido, simplemente, otra potencia más, que se verá obligada —como lo muestran ya diversos síntomas— a armarse nuevamente y a jugar un papel mundial de alcances imprevisibles. También es probable que la disparidad existente entre el desarrollo económico y el nivel de vida popular no pueda ser mantenida mucho tiempo; que la brecha creciente entre la capacidad de planificar la producción de acero y la imposibilidad de lograr la extensión de parques y plazas sea intensamente sentida por el pueblo japonés y se produzca una fuerte reacción popular que obligue al gobierno a optar por nuevas variantes. En ese aspecto, el impactante y casi inesperado avance de los partidos de izquierda en las últimas elecciones indica, tal vez, los primeros síntomas de un sordo malestar que crece en forma subterránea junto a las cifras vertiginosas del producto bruto.


Este libro se terminó de imprimir en PAPIROS S.A.C.t.

íe.U

el día 4 de agosto de 1973 La fotocomposlción fue realizada en S.A.D.E.I.* Baícarce 1086

Capital.


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